Sus artículos

Sandokán, del sindicato de la Costa Tropical, me dice no saber responder a la siguiente elucubración. ¿Poseen todos los pueblos, de manera natural, una identidad nacional propia, con costumbres características?

El Choni, el que tripite 1º de ESO, me dice que va a dejar de estudiar. No me extraña, aunque me apena. Qué duda cabe que si mañana se cerraran las escuelas obligatorias, y se despidiera a los miles de guardianes de la subjetividad… ¿Que qué?..., los maestros, hostias…, los niños saldrían ganado. La escuela es obligatoria, porque si no las criaturas no irían a ellas ni de coña. Joder, estoy mirando el libro de 1º de Sociales…, y es un puro disparate. Con razón…

Sorpresa tras sorpresa, me encuentro de nuevo con Manolo, el que explora su vida interior, y me asegura que le ha hecho pensar mucho la muerte de Mikel Jackson. ¿De qué le ha valido —se pregunta— su inmensa fortuna? ¿No queda evidenciado más allá de toda duda que ser rico equivale a ser infeliz? Por eso —afirma— el camino es la pobreza. ¿No?

El Matías, de la Peña Cultural El Embarcadero (1), tras pagar la contribución de este año, se ha quedado bastante cabreado y plantea que cuál sería el menos malo de los Estados posibles, para procurar su inmediata instauración.

Evidentemente, Matías, el mejor de los Estados posibles, es el de la partida tras la siesta. El menos malo de los Estados posibles, es el que tiene un tamaño muy pequeñito.

El Choni me dice que mi crítica al Estado (1) volvió histérico al comisario político que le imparte clases particulares de recuperación de sociales. El guardián de la subjetividad no supo qué responder a la obligatoriedad del impuesto y se limitó a farfullar algo acerca de los estúpidos lagartos que carecen de alternativa realista a este mundo. El Acratosaurio se planta y muestra sus cartas.

El Choni me relata que comentó en clase de recuperación de sociales lo que le dije del Estado (1), y el comisario político lo indoctrinó así: el Estado —le contó—, no sólo garantiza las leyes mediante el terror. En la actualidad impone tres servicios: sanidad, educación y pensiones, que hacen indeseable su disolución. El Estado garantiza el bien común, la ciudadanía social y los derechos del pueblo.

Recibo una misiva llena de exclamaciones y letras mayúsculas. La envía un viejo anarquista, un hombre pancarta, un tipo fiel a la Idea hasta la muerte, de los que el día de la revolución se pondrán ante la metralla sintiéndose invulnerables. Mientras el Gran Día llega, gritan consignas. Las consignas son breves, restallantes y no invitan a la reflexión meditativa. Pero lo peor de todo es que están llenas de sentido común, de evidencia empírica, de propaganda.

Me escribe Nuria, una conocida de treinta años que cumple su pena de cinco en un penal del Estado. Pequeños hurtos, fraudes y estafas la han llevado a esta situación, ya que es una mala delincuente. Es decir, la pescan siempre. Tiene un hijo de quince años que sigue sus pasos.

Visito en su domicilio a Manolo, canoso, prejubilado de correos. Lo conozco desde hace más de treinta años. Me dice que se ha jubilado porque no ha sido nunca adicto al trabajo, y que prefiere recluirse en su casa, y dedicarse a la meditación, a explorar la vida interior y a la literatura. Se ha buscado un entrenador oriental y ahora hace el yogui retorciéndose como en el circo. Se apunta a talleres de ángeles, de hadas, de cosas raras.

La confusión impera en la cabeza de Choni, un chaval de 1º de ESO que pide que le explique en pocas palabras qué es el Estado y cómo podemos librarnos de él.

Choni, un Estado es una organización, y una organización la forman un grupo de personas que actúan para conseguir fines comunes. Una Iglesia, una Mafia, una Familia y una Pandilla, son organizaciones.

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