[México] Hace 100 años: Pionera postrevolucionaria: María Luisa Marín y el movimiento de inquilinas de Veracruz de 1922

Una historia de la anarquista mexicana María Luisa Marín y el movimiento de inquilinas de Veracruz de 1922 [1] por Andrew Grant Wood. Traduce Alasbarricadas

A Contra corriente, Vol. 2, No. 3. Primavera 2005 | Primavera 2005, pp. 1-34.

Compañeros: ¡Viva el amor Universal! ¡Viva la emancipación de la mujer! ¡Arriba el Comunismo! ¡Viva la humanidad libre! ¿Mujeres? ¡A la lucha!
María Luisa Marín, 1923

Cuando las prostitutas del barrio obrero veracruzano de La Huaca dejaron de pagarle el alquiler a sus caseros en febrero de 1922, desencadenaron una protesta social que pronto involucraría a más de la mitad de la población de la ciudad. Hartas de las malas condiciones de las viviendas, de los alquileres excesivos y del constante acoso de los cobradores, las residentes de algunos de los barrios más pobres del puerto, junto con militantes anarquistas locales y miembros del Partido Comunista Mexicano, fundaron el Sindicato Revolucionario de Inquilinos, dirigido por el agitador local Herón Proal. A medida que la movilización crecía, los manifestantes pidieron primero reformas específicas en materia de vivienda, pero luego añadieron otras reivindicaciones influidas por los ideales internacionalistas de la época: la abolición de la propiedad privada, la emancipación de los trabajadores y la eventual eliminación del Estado.

En las manifestaciones participaron cientos de hombres, mujeres y niños. A finales de mayo, aproximadamente 30.000 personas habían dejado de pagar el alquiler. En ese momento, los ocupantes de más de 100 patios de vecinas - que consistían en un conjunto de habitaciones situadas alrededor de un patio central donde los residentes compartían la cocina y el baño - sacaron pancartas rojas y carteles que decían: "Estoy en huelga y no pago renta". Una vez iniciada la protesta, los enfrentamientos habituales entre los propietarios, los administradores de las viviendas, los inquilinos que no cooperaban, los vendedores del mercado, la policía y los políticos contribuyeron a crear un clima social tumultuoso que persistió durante gran parte de la década de 1920.

Con la ayuda del gobernador populista Adalberto Tejeda, los manifestantes establecieron lo que llamaron la colonia comunista en las afueras de la ciudad y también comenzaron a organizarse entre los trabajadores rurales de todo el estado [2]. Sumándose a la vibrante cultura de oposición en el puerto que incluía la acción militante de los trabajadores organizados, algunos inquilinos radicales contribuyeron con artículos al periódico comunista local El Frente Único, al tiempo que producían una publicación radical llamada Guillotina.

Inspiradas por los acontecimientos del puerto, las protestas por los alquileres tomaron forma en otras ciudades del estado de Veracruz, como Orizaba, Córdoba y Jalapa. Al mismo tiempo, los activistas lanzaron huelgas a gran escala en Ciudad de México y Guadalajara, mientras que otros en Mérida, Puebla, San luis Potosí, Mazatlán, Monterrey, Tampico, Aguascalientes, Torreón y Ciudad Juárez también iniciaron esfuerzos de organización de inquilinos. Aunque carecían de una coordinación central, las numerosas mujeres y hombres que se unieron en estas acciones colectivas constituyeron esencialmente un movimiento social urbano pionero dedicado a la causa de la reforma de la vivienda en el México posrevolucionario. [3]

Curiosamente, fue la fuerte presencia de mujeres en la protesta de Veracruz durante estos años lo que atrajo la atención de muchos observadores externos. El hecho de que tantas participaran en el movimiento durante estos años hizo que un participante masculino se refiriera al movimiento más tarde como una "rebelión de mujeres." [4]

En ocasiones, algunos críticos argumentaban que el líder inquilino Proal había lanzado un hechizo seductor sobre las huelguistas, "conquistándolas con sus extrañas teorías". Sin embargo, en contra de tales afirmaciones, las fuentes históricas sugieren que las mujeres actuaban en gran medida como agentes autónomos en el movimiento de los inquilinos, aunque casi todas ellas permanecieran en gran medida en el anonimato. Entre estas mujeres activistas destaca, aunque sólo se menciona ocasionalmente en las fuentes disponibles para un historiador de estos tiempos, una militante recién llegada de la ciudad de México. Su nombre era María Luisa Marín.

María Luisa era una joven inspirada en las ideas revolucionarias de aquellos tiempos. En una rara fotografía de 1923 de veintiocho mujeres afiliadas al Sindicato Revolucionario de Inquilinos, se encuentra María Luisa en el centro del grupo. De pie junto a otras veintisiete colaboradoras en la única fotografía conocida que identifica a las manifestantes inquilinas por su nombre, María Luisa aparece como una mestiza de unos veinticinco años con el pelo largo y oscuro trenzado, de complexión media y con una mirada ligeramente traviesa pero decidida que sugiere que desempeñó un papel importante en la organización de las mujeres de Veracruz.

Marín, junto con sus hermanos Lucio y Esteban, había llegado a Veracruz con el propósito de ayudar a organizar a los trabajadores. Aunque no sabemos casi nada de su vida antes de esa época, está claro que debió adquirir experiencia previa en el movimiento sindical anarcosindicalista. Poco después de llegar a Veracruz, en la primavera de 1922, se convirtió rápidamente en una fuerte impulsora de la protesta, reuniendo a varias mujeres inquilinas en un poderoso grupo anarquista conocido como la Federación de Mujeres Libertarias [5]. Acordaron un pacto mutuo que estipulaba que si algún inquilino estaba en peligro de ser desalojado, se daría una alarma general para llamar a otros inquilinos en su defensa. Armadas con silbatos de policía y con un fuerte compromiso con la justicia social, estas mujeres desafiaron regularmente a los administradores de las viviendas, a la policía y a otros arrendatarios poco amigos del sindicato. También recorrieron los mercados locales, donde animaban a las empleadas domésticas a organizarse en un sindicato y a hacer huelga para conseguir mejores salarios. Por lo general, estas mujeres anarquistas llevaban a cabo una política popular que se escenificaba en las calles, los parques, las plazas, las cantinas, los auditorios, los salones sindicales, las oficinas gubernamentales, la legislatura estatal e incluso la cárcel de la ciudad de Veracruz.

Las crónicas periodísticas se referían ocasionalmente a María Luisa como la "compañera de Proal". Se rumoreaba que era la amante del anarquista, pero era algo más que la compañera del influyente líder de los inquilinos. María Luisa coordinaba muchas de las actividades del Sindicato Revolucionario. En el transcurso de la protesta, se inspiraba en gran medida en el pensamiento anarquista, comunista, nacionalista mexicano y, hasta cierto punto, en el pensamiento feminista temprano para desafiar a las élites. Sus discursos, sus pasos por la cárcel y su participación en la huelga de alquileres exigían sistemáticamente soluciones radicales a los problemas sociales. A través de acciones directas anarquistas, reuniones públicas, peticiones y propaganda, se estableció como un elemento verdaderamente vital en el movimiento de inquilinos mexicano. Aunque en gran medida olvidada, María Luisa Marín representa para nosotros una generación de mujeres mexicanas inspiradas por ideas revolucionarias y dedicadas con pasión a la causa de los derechos humanos, las prácticas de vivienda justas y la justicia económica. Para explicar el auge de las protestas de los inquilinos en las ciudades mexicanas son fundamentales dos cuestiones: (1) la rápida urbanización tras el cambio de siglo y (2) el cambio institucional y político en México en la década inmediatamente posterior a la Revolución de 1910.

Antecedentes de la protesta popular urbana

En 1907, un visitante comentaba la condición y el estado cambiante de la capital del país:

    La ciudad de México representa el México progresista. En ella se concentra la riqueza, la cultura y el refinamiento de la república. Es el centro político, educativo, social y comercial de todo el país. Es para México lo que París es para Francia... El mismo brillo y resplandor de una metrópoli amante del placer se encuentra aquí. [6]

Al igual que las ciudades norteamericanas y europeas de la época, los planificadores urbanos de la Ciudad de México transformaron la zona metropolitana en un nuevo y mejorado lugar de consumo y poder estatal. Las modificaciones más importantes fueron el establecimiento del servicio eléctrico, la mejora del suministro de agua, el drenaje, las carreteras y el servicio telefónico [7].

A partir de la ampliación, pavimentación, iluminación y embellecimiento del Paseo de la Reforma en la década de 1860, los habitantes de la Ciudad de México veían cada vez más acelerada la transformación del espacio urbano. En 1857, los tranvías articulan nuevas conexiones entre el centro de la ciudad y los nuevos barrios suburbanos de Tacubaya, La Villa, Tlalpan y San Ángel. Poco a poco, nuevas colonias (Cuauhtémoc, Juárez, Roma, Condesa) se levantaron en los terrenos más altos del oeste. Sin embargo, la mayoría de la población permanecía en el centro de la ciudad. Detrás de un delgado barniz de modernidad, un número creciente de personas vivía en la más absoluta pobreza [8].

De hecho, a principios de siglo casi una cuarta parte de los habitantes de la ciudad de México vivían en viviendas precarias. Luego, al aumentar la población de la ciudad en un 59% entre 1900 y 1920, los problemas asociados a la vivienda popular se agravaron[9]. Conocidos como vecindades, muchos edificios del centro de la ciudad habían sido construidos a partir de estructuras de la época colonial que habían servido de residencia para familias solas y sus sirvientes [10]. No es de extrañar que muchos propietarios se aprovecharan de la situación. En su momento, el periódico El País describió los barrios populares de la ciudad como "centros de enfermedad y muerte", ya que en ocasiones se sabía que más de siete personas compartían una habitación alquilada. Se calcula que casi el dieciséis por ciento de la población de la ciudad era indigente. Si podían permitirse el pago de unos pocos centavos, algunos se alojaban en casas de alojamiento público o mesones. [11]

En parte, fue la renovación urbana -o la "piqueta de los demoledores", como la denominó un observador- lo que había contribuido a la creciente crisis de la vivienda. Los residentes desplazados del centro de la ciudad se trasladaron a zonas situadas al este y al norte de la plaza principal, donde miles de personas se apiñaban en viviendas de alta densidad. Los distritos uno y dos (al este del Zócalo) registraban los mayores niveles de hacinamiento. Allí, los inquilinos carecían de instalaciones básicas de agua y alcantarillado. Estas zonas registraban las mayores tasas de mortalidad de la ciudad en torno a 1900. Al mismo tiempo, otros asentamientos ilegales en la periferia de la ciudad como La Bolsa, Valle Gómez, Cuartelito (más tarde Obrero) también tenían poca o ninguna conexión con los servicios municipales.

Para cuando el Departamento del Trabajo de México emitió su informe sobre la vivienda popular en 1920, las condiciones se habían deteriorado aún más. Como revelaba el estudio

    A pocos metros del Zócalo y de la calle 5 de Mayo se encuentran casas en ruinas donde decenas de familias duermen expuestas a la intemperie o entre cientos de ratas, o verduras en descomposición... [L]a mayoría de estas ruinas y focos de enfermedad son propiedad de gente rica y famosa. [12]

Las autoridades constataban que muchas viviendas de la capital se encontraban en un estado "patético" y "ruinoso". También declaraban que desde 1914, muchos alquileres en la Ciudad de México se habían triplicado y "ahora absorbían hasta el treinta por ciento del salario de un trabajador." [13] Posteriormente, un informe de diciembre de 1922 del Departamento del Trabajo afirmaba que los alquileres en los ocho diferentes distritos de la Ciudad de México habían vuelto a aumentar significativamente después de 1917. Igualmente, el costo de la vivienda popular había aumentado a tasas comparables en otras ciudades mexicanas como Guadalajara y el puerto de Veracruz.

El desarrollo del ferrocarril ayudó a asegurar el lugar de Guadalajara como foco de un mercado regional que se extendía a los estados de Colima, Nayarit, Sinaloa y Sonora. En esa época, la segunda ciudad de México albergaba un número creciente de casas de dos pisos y, además, se introdujo el alumbrado eléctrico, un sistema de trolebuses, la mejora del suministro de agua y otros servicios urbanos en zonas clave. Los trabajadores construyeron nuevas escuelas, hospitales y mercados, mientras las élites fundaban una universidad estatal. En la década de 1880, la ciudad se convirtió en la capital del estado. [14]

A medida que las oleadas de emigrantes rurales se trasladaban a la ciudad a finales del siglo XIX, muchas de las clases trabajadoras de Guadalajara establecieron barrios populares al este y al norte del distrito central. Pronto surgieron también nuevas zonas al oeste. En 1880, los observadores contaban 812 manzanas frente a las 334 enumeradas en 1800. En las décadas siguientes, la urbanización continuaría a buen ritmo, llegando a poner a prueba las infraestructuras, los servicios urbanos y las viviendas existentes. La distribución desigual de los servicios urbanos en Guadalajara dio lugar a lo que un estudioso ha llamado una "ciudad dividida":

    [La ubicación de los servicios [urbanos] favoreció y reforzó el patrón de segregación de clases. Los sistemas de transporte en la zona central se diseñaron para mejorar el acceso a los establecimientos comerciales y las nuevas y elegantes avenidas conducían a las zonas residenciales de clase alta. Los servicios básicos como el agua, las calles pavimentadas y el alcantarillado tardaron en llegar a los barrios pobres, a pesar de su gran necesidad. En resumen, en lugar de intentar contrarrestar la tendencia hacia una ciudad dividida que se inició en [las primeras décadas del siglo XX], el Estado se alió con las clases privilegiadas proporcionándoles los recursos públicos necesarios para su comodidad. [15]

Asimismo, esta tendencia a favorecer a las zonas de élite a expensas de otras fue aplicada no sólo en la Ciudad de México y Guadalajara, sino también en la ciudad, menor, de la costa del Golfo, Veracruz.

Entre 1873 y 1902 se construyeron en Veracruz nuevos ferrocarriles, puertos y otras instalaciones urbanas [16]. Y aunque muchos creían que había comenzado una "nueva era de civilización" en el puerto, no todos se beneficiaron por igual del crecimiento económico. De hecho, la mayoría de los residentes vivían en construcciones desordenadas en la periferia de la ciudad o apiñados en estrechas viviendas cuyo diseño incluía habitaciones individuales situadas fuera de un patio central (patio de vecindad).

A principios de noviembre de 1920, el periódico veracruzano El Dictamen publicaba un editorial que ofrecía un retrato íntimo de las condiciones de vida en los barrios populares de la ciudad. "Los patios", comenzaba el autor, "que se encuentran principalmente en los barrios [justo al sur y al este del] centro de la ciudad dejan mucho que desear." [17] Una exposición similar afirmaba que "el saneamiento de los conventillos es el problema más importante de salud pública en la ciudad." [18] La responsabilidad del problema, sugería el artículo, recaía en los propietarios que "cobraban alquileres inflados y hacían poco por mantener sus propiedades, mientras que los inquilinos sólo parecían empeorar las deplorables condiciones." [19]

Comparando los precios de la vivienda entre las tres ciudades, los observadores afirmaban que los alquileres en Veracruz superaban a los registrados en Ciudad de México y Guadalajara [20].  De hecho, el costo de la vivienda en el puerto se había disparado considerablemente después de la revolución. Una habitación de 10 pesos en 1910 se alquilaba entre 30 y 35 en 1922 [21]. Muchos coincidían en que el costo de la vivienda de alquiler "había subido terriblemente, hasta el punto de que (era) casi imposible para cualquier empleado de una empresa media encontrar un alojamiento adecuado." [22] Un periódico de la Ciudad de México escribía que "la vivienda [en Veracruz] así como el costo de la vida en general, siempre ha sido más alto que en muchos otros lugares de México, pero ahora los alquileres están simplemente fuera de control." [23]

Un informe al Departamento de Trabajo federal en el verano de 1922 resumió la situación de la vivienda:

Esta oficina tiene fuentes fiables que sugieren que los inquilinos tienen una razón legítima para protestar contra los propietarios del puerto, muchos de los cuales poseen propiedades construidas con la intención de cobrar la mayor cantidad de renta posible y que, sin embargo, se dejan, durante algún tiempo, en un estado de completo abandono. Esta situación supone una amenaza para la salud y el bienestar de gran parte de la población del puerto. (P)igencias que en 1910 se alquilaban por diez pesos mensuales en 1918 cuestan quince y ahora se cotizan entre treinta y treinta y cinco. Otras (habitaciones más pequeñas) en peor estado se podían alquilar en 1910 por tres pesos mensuales, en 1914 por seis ahora cuestan quince. En resumen, la condición de la vivienda de los pobres en un estado de completo abandono... muchos están sin agua... y la mayoría vive con sólo la higiene más rudimentaria. [24]

Con los informes del gobierno verificando las quejas de los inquilinos, ¿a quién culparon los residentes por tales condiciones? Con el resurgimiento del nacionalismo mexicano durante la revolución, los inquilinos comenzaron a articular cada vez más sus demandas en términos politizados. Un importante precedente de este cambio de conciencia había aparecido antes, en 1914, con la ocupación del puerto por las fuerzas estadounidenses y más tarde con la posterior aprobación de la Constitución de 1917 por el gobierno de Venustiano Carranza.

Motivada por el deseo de interceptar un cargamento de armas alemán destinado al general contrarrevolucionario Victoriano Huerta, la invasión norteamericana de Veracruz impuso una nueva disciplina sanitaria en Veracruz al obligar a los residentes a limpiar la ciudad y a cumplir con un nuevo conjunto de normas de salud pública. Aunque muchos habitantes del puerto apreciaron el hecho de que se eliminaran los desechos acumulados en la ciudad, se resintieron profundamente de los medios empleados por los norteamericanos. Como resultado, la ocupación contribuyó a transformar la cultura local, tanto al aumentar las expectativas sobre las condiciones de vivienda y salud pública como al desencadenar una nueva ola de nacionalismo popular. Los cambios importantes en la "conciencia ciudadana" provocados por la resistencia a la invasión extranjera pueden verse en las estatuas conmemorativas de los defensores heroicos de la ciudad, en las caricaturas de los periódicos, en la ficción contemporánea, en la poesía y en las baladas populares (corridos), así como en una ola inicial de organización por parte de los inquilinos de casas poco después.

A medida que la fase militar de la Revolución llegaba a su fin, la Constitución de 1917 emitió un discurso oficial destinado a legitimar el gobierno de las élites revolucionarias. Sin embargo, al mismo tiempo, la difusión del documento también aumentó las expectativas y proporcionó a los ciudadanos mexicanos un lenguaje eficaz para exigir mejores condiciones políticas, económicas y sociales.

Como estos cambios pronto dieron lugar a un periodo de euforia política, así como a una reacción cada vez más feroz de los elementos conservadores del estado, los veracruzanos eligieron al senador Adalberto Tejeda como gobernador a mediados de 1920. A lo largo de su mandato, el estado se convertiría en uno de los "laboratorios experimentales" durante la década inmediatamente posterior a la revolución. Como tal, a políticos individuales como Tejeda se les concedió la autonomía necesaria para construir su propia base de poder mediante el uso de llamamientos populistas articulados con el lenguaje de la Revolución. Así, mientras las élites revolucionarias de la Ciudad de México trabajaban para consolidar el poder del gobierno federal "desde arriba", líderes regionales como Tejeda alentaban ostensiblemente a los organizadores de base -muchos de ellos afiliados a diversas organizaciones sindicales, anarquistas y comunistas- a hacer campaña por todo el estado. Al hacerlo, los militantes aprovecharon el creciente sentimiento de indignación moral de los propietarios de viviendas, muchas de ellas mujeres.

Las mujeres libertarias

La tarde del 27 de febrero de 1922, Herón Proal se reunió con cerca de ochenta mujeres en el patio del conventillo de la Vega. "Queridas compañeras -comenzó-, ha llegado la hora de la reivindicación social y para ustedes es la hora de la liberación. Sois grandes ciudadanas -continuó- y estoy aquí, hermanas, para decirles que pueden quemar esos inmundos tugurios en los que están siendo miserablemente explotadas por la burguesía." Animado por la respuesta de las hermanas, prosiguió: "Tienen que quemar esas casas y destruir a la burguesía... Todas ustedes son mujeres fuertes, y no tienen que soportar esta explotación". Tras esto, Proal terminó su discurso y se marchó. Justo cuando las mujeres volvieron a la calle se encontraron con su odiado cobrador de alquileres, José "el Chato" Montero. Envalentonadas por el discurso incendiario de Proal, apedrearon al administrador. Pronto se corrió la voz de que creía rápidamente un movimiento de resistencia a los terratenientes locales entre los barrios más pobres del puerto. Para cuando un grupo de prostitutas lanzó sus colchones a la calle a principios de marzo de 1922, casi todo el mundo en la ciudad sabía que se estaba produciendo un gran enfrentamiento.

La acción posterior llevada a cabo por las mujeres del patio de San Salvador en la noche del 6 de marzo proporcionó la chispa inicial necesaria para iniciar la protesta de Veracruz. Al día siguiente, El Dictamen informaba de que "muchas de las prostitutas (habían sacado) sus colchones, sillas y otros muebles alquilados a la calle con la idea de iniciar una gigantesca hoguera." [26] Aunque la policía logró restablecer el orden en el último momento, no pudo evitar que las noticias de una creciente acción colectiva contra los propietarios locales se extendieran por toda la ciudad. Pocos días después, los porteños se enteraron de la existencia de varios otros conventillos cuyos habitantes se habían declarado en huelga y se habían unido al sindicato de Proal. A finales de la primera semana de marzo, el periódico había registrado las protestas de los inquilinos de los patios El Perfume, La Hortaliza, El Aserradero, Vallejo, La Providencia, La Josefina, San Bruno, Ni me olvides, Paraíso, Liébano, La Conchita y 21 de Abril. Pronto, en cada uno de estos edificios se nombraron representantes del sindicato de inquilinos y trabajaron para coordinar la huelga. A mediados de mes, miles de inquilinas de la ciudad se habían unido al boicot de los alquileres, con más de cien patios en huelga.

Las mujeres participaron activamente en todos los aspectos de la protesta y acabaron asumiendo el liderazgo del propio Sindicato Revolucionario. Las huelguistas participaban regularmente en "acciones directas" anarquistas, mantenían comités de huelga y llenaban las filas de las innumerables manifestaciones que animaban las calles de la ciudad. En sus mítines nocturnos, las manifestantes denunciaban a quienes en Veracruz consideraban que vivían de la "miseria de sus rentistas". A menudo las personas que hacían estas afirmaciones eran las francas mujeres anarquistas encabezadas por María Luisa Marín. Armadas con silbatos de policía desafiaban a los administradores de las viviendas, a la policía y a los compañeros de inquilinato que no eran afines al sindicato. También aplicaban estrategias de acción directa en varios mercados de la ciudad con la esperanza de convencer a las mujeres locales que trabajaban como empleadas domésticas para los residentes de clase media y alta de la ciudad de que se declararan en huelga. La prueba de su práctica revolucionaria pudo verse con mayor claridad durante la protesta de toda la ciudad que protagonizaron los trabajadores organizados a mediados de junio de 1922.

Ese mes, cientos de trabajadores de la ciudad de Veracruz iniciaron una huelga general. Aprovechando la coyuntura, María Luisa y las integrantes de las Mujeres Libertarias se organizaron para detener la venta de carne en el mercado de Fabela e invitaron a las trabajadoras domésticas a unirse a su lucha. A primera hora de la mañana del martes 13 de junio, varios grupos pequeños se situaron en las entradas del mercado para intentar impedir que nadie entrara o saliera del recinto. A medida que empezaron a reunirse más y más compradoras fuera del mercado, las anarquistas fueron finalmente incapaces de impedir que la multitud se abriera paso. Se produjo un ruidoso intercambio de insultos, gritos y empujones, tras lo cual las organizadoras se dirigieron a otro mercado, donde volvieron a animar a las empleadas domésticas que compraban allí a organizarse y ponerse en huelga [28].

Al enterarse del alboroto, los funcionarios de la ciudad llamaron a Proal y le indicaron que debían cesar los "escándalos" que estaban provocando esas mujeres. El dirigente de los inquilinos no estuvo de acuerdo y respaldó las reivindicaciones de las militantes informando a los responsables municipales de que, dadas sus miserables condiciones de trabajo, no debía extrañar que criadas y cocineras hubieran pedido, de hecho, la ayuda del Sindicato de Inquilinos. Proal añadió que todo ciudadano mexicano tenía derecho a organizarse, negociar colectivamente y hacer huelga cuando fuera necesario.

Poco después, la policía recibió órdenes de posicionarse fuera de cada uno de los dos mercados al día siguiente. Preocupados de que no sólo los inquilinos, sino también otras actividades de organización laboral, pudieran provocar grandes desórdenes civiles, los funcionarios enviaron a cuatrocientos soldados del 27º regimiento del cuartel general del estado en Jalapa para ayudar a mantener la paz. Pronto, las fuerzas federales patrullaron la ciudad con regularidad. Habiendo escuchado rumores de que un agitador, con el apoyo del sindicato de arrendatarios, podría volver a intentar acciones directas, las autoridades ordenaron que varias tropas reforzaran a la policía estacionada en las entradas de los dos mercados de Fabela. También se enviaron veinte policías a caballo para que montaran guardia en el exterior del mercado de la carne de la ciudad.

El 16 de junio, El Dictamen informaba de que los trabajadores del puerto habían decidido volver a sus puestos de trabajo. Sin embargo, muchos otros, como panaderos, empleados de restaurantes, barberos, sastres y varios trabajadores de terminales y muelles, seguían en huelga [29]. Al mismo tiempo, los residentes recibieron la noticia de un telegrama del Presidente Obregón exhortando a los trabajadores y a los miembros del Sindicato de Inquilinos de la ciudad a "evitar actos de violencia." [30] Evidentemente, las estrategias de Marín y otros inquilinos huelguistas habían despertado la ira no sólo de los ciudadanos locales, sino también del Presidente.

Durante los primeros meses de la protesta, María Luisa Marín nunca fue identificada por la prensa como parte de la "multitud" que se reunía en el parque Juárez, que marchaba por las calles del puerto o que reunía comités de huelga en los numerosos conventillos de la ciudad. Luego, tras un violento enfrentamiento entre miembros del Sindicato Revolucionario de Inquilinos y fuerzas federales que dejó varios muertos en las calles de Veracruz la noche del 5 de julio, María Luisa salió del anonimato para convertirse en una dinámica líder local por derecho propio. Acusada de homicidio y sedición junto con Proal y unos noventa hombres y cincuenta mujeres, Marín comenzó lo que finalmente sería un encarcelamiento de once meses dentro de la cárcel de Veracruz Allende. [31]

Dos días después de su detención, los inquilinos en huelga escribieron directamente al presidente Obregón exigiendo la liberación de Proal, Marín y otros miembros del Sindicato Revolucionario. Al justificar su petición, afirmaban que

La huelga de inquilinos... ha sido una bendición porque, aunque sólo sea por eso, ha alertado a los trabajadores sobre el hecho de que detrás de las palabras y las "posturas avanzadas" de los funcionarios públicos... había un abuso de poder... El "liberalismo revolucionario" de los funcionarios del gobierno ha caído como un miserable castillo de naipes. (Y) en su lugar nos han mostrado ostentosamente cómo son "amigos" del "pueblo" metiendo el cañón de una pistola en nuestras gargantas. Al "respetar el derecho [de los trabajadores] a la huelga", han enviado una fuerza militar para proteger a las ardillas y garantizar los "derechos de los trabajadores y los industriales"... Lamentamos que las bayonetas sigan sosteniendo a la burguesía del país [mientras] explotan miserablemente el sudor del indio en el campo y la sangre del proletariado en las ciudades. [32]

La petición revelaba la profunda frustración y rabia que se sentía hacia los militares y funcionarios del gobierno, así como la nueva perspectiva ideológica crítica que habían asumido muchos veracruzanos. Denunciando el populismo revolucionario de los agentes estatales, los huelguistas fundamentaban su frustración en el marco de la lucha de clases para argumentar que el gobierno mexicano operaba teniendo en cuenta únicamente los intereses de las élites "burguesas" nacionales. Al igual que los anarcosindicalistas de otras partes de América y Europa, los inquilinos de Veracruz se identificaban -al menos sobre el papel- como parte de un "proletariado" urbano más amplio en la primera línea de una guerra internacional que libraba una clase burguesa explotadora contra la gente común de todo el mundo. Curiosamente, su comunicación también sugería una solidaridad difícil de demostrar entre los campesinos "indios" de México y los trabajadores de las ciudades del país. A medida que la noticia de lo que muchos veían como la masacre de ciudadanos inocentes se extendía por todo México, las peticiones de los grupos simpatizantes expresaron igualmente fuertes objeciones sobre lo que había sucedido en el puerto. [33]

El 10 de julio, miembros del Sindicato de Inquilinos registraron su relato del sangriento enfrentamiento y escribieron al Secretario de Gobernación Plutarco Elías Calles en la Ciudad de México. Registrando su agravio, afirmaaban que los miembros del ejército habían ignorado "los más rudimentarios principios de justicia." [34] Para comenzar a rectificar esta situación, los inquilinos exigían la inmediata liberación de Herón Proal, María Luisa Marín y otros miembros del Sindicato de Inquilinos, así como una investigación completa. Más de cien simpatizantes firmaron la carta. [35] Sin embargo, a pesar de los innumerables esfuerzos para pedir la liberación de los inquilinos de Veracruz, no fue hasta el mes de mayo siguiente que salieron de la cárcel de Allende. Mientras tanto, Proal y Marín se instalaron en la prisión cantando "La Internacional" y otras canciones comunistas, al tiempo que se burlaban de los funcionarios de la prisión con sus banderas rojas y negras.

Un baile rojo y la huelga de las tortillas

A pesar de su encarcelamiento, los dos líderes inquilinos continuaron organizándose incansablemente desde el interior de la cárcel. Allí, animaron a los inquilinos a agitarse contra el personal de la prisión, así como contra los detenidos que no cooperaban. Proal y Marín también mantuvieron una enérgica defensa de su ideología revolucionaria. El 18 de septiembre, por ejemplo, los inquilinos obtuvieron permiso para celebrar lo que los forasteros denominaron más tarde un "baile rojo". Apropiadamente, el evento coincidió con la celebración nacional del Día de la Independencia de México. Según El Dictamen, el director de la prisión, Andrés Andrade, incluso prestó a los internos su fonógrafo para la ocasión.

Para la ocasión, Proal y Marín ordenaron decorar el interior de la cárcel con pancartas rojas y fotos de líderes revolucionarios rusos para expresar su solidaridad con el creciente movimiento comunista internacional. Esa noche los presos se reunieron para cantar y bailar en el departamento de mujeres. Al día siguiente, El Dictamen informaba de que los inquilinos habían cantado las alabanzas del movimiento obrero internacional ofreciendo interpretaciones de varios "himnos comunistas". Para disgusto de muchos forasteros, el baile marcó la primera vez que una reunión "roja" de este tipo tenía lugar dentro de una cárcel mexicana. Por su parte, los editores de El Dictamen denunciaron que a los inquilinos se les había dado demasiada libertad al permitirles continuar con su organización "roja" [36].

Unos días después, María Luisa Marín organizó un paro de labores entre las tortilleras de la cárcel para protestar por el insuficiente suministro de agua potable y el mal trato del personal penitenciario. Al principio, la huelga de las tortilleras pareció unificar a las mujeres. Sin embargo, pronto algunas se desilusionaron con el esfuerzo. Una semana después, El Dictamen calificó a María Luisa de "cacique", sugiriendo que había ordenado a las presas "cometer abusos" dentro de la cárcel:

    María Luisa Marín, la líder inquilina se ha convertido en una jefa que exige que todos respondan ante ella. Ya hay un grupo considerable de mujeres que no están dispuestas a cooperar con su deseo de continuar la huelga de las tortilleras. [37]

A finales de mes, varias mujeres enviaron una carta al gobernador Tejeda, diciendo que "no tenían ningún interés en participar en los altercados de la cárcel de Allende". Su único deseo, decían, "era recuperar su sagrada libertad para regresar a sus hogares y a sus hijos que ahora viven en un espantoso estado de abandono." [38]

Las desavenencias en el seno del departamento de mujeres estallaron poco después cuando, el 5 de octubre, estalló una batalla de tres horas. Según un relato, María Luisa había desafiado a un grupo de presas que pretendía romper la huelga de tortillas. El enfrentamiento llegó a un punto álgido cuando Marín y sus seguidores, tras insultar primero a las mujeres y a los miembros de sus familias que estaban de visita, tomaron palos y piedras para atacarlas. Durante un periodo de intensa lucha, una mujer se separó y consiguió pedir ayuda. Pronto, diez miembros del personal penitenciario tuvieron que intervenir y restablecer el orden. A continuación, los funcionarios pusieron a María Luisa y a otras dos mujeres en confinamiento especial durante quince días. A la mañana siguiente, las presas volvieron a la actividad de hacer tortillas. [39]

A pesar de la controversia generada por los inquilinos dentro de la prisión, los organizadores laborales de la ciudad mantuvieron su apoyo a los inquilinos encarcelados. El 11 de octubre, un grupo de trabajadores escribió al gobernador Tejeda solicitando que Proal y los demás fueran liberados. Afirmaron que el nuevo encarcelamiento de los manifestantes "representaba una gran injusticia porque muchos de los inquilinos tienen hijos pequeños que necesitan ser atendidos". El verdadero crimen, decía la carta, era el robo llevado a cabo por "arrendadores sin escrúpulos en el puerto". El comité sugirió que el gobernador se tomara tres días para considerar el asunto. Si el gobernador no utilizaba sus "inteligentes poderes" para responder después de ese plazo, advirtieron que "habría consecuencias negativas". [40] El 23 de octubre, el líder obrero José Mancisidor escribió a Tejeda informándole de que el comité Pro-Presos tenía la intención de seguir trabajando por la liberación de Proal y Marín, así como de "otros trabajadores y mujeres detenidos en la cárcel de Allende... incluso si eso significaba lanzar una huelga general." Mancisidor aconsejó al gobernador que "si los asuntos se dejan sin resolver por algún tiempo las cosas sólo se pondrán peor y [posiblemente] más peligrosas." [41]

El conflicto dentro de la prisión se intensificó de nuevo durante el otoño de 1922 y los primeros meses de 1923. Con Proal encabezando el grupo en la sección de hombres, Marín continuó liderando en el departamento de mujeres. Cada contingente se quejaba de que los funcionarios de la prisión maltrataban a los inquilinos. Fuera de la cárcel, El Dictamen recordaba el "comportamiento inapropiado" de los inquilinos y sugería que Proal, María Luisa y los demás representaban un elemento corrosivo en sociedad veracruzana. [42]

Los acontecimientos que condujeron a la eventual liberación de Proal y Marín comenzaron a mediados de enero de 1923, cuando un abogado ayudó a los presos a redactar y presentar una petición de amnistía política. Mientras se corría la voz por los conventillos sobre la posible liberación de los inquilinos encarcelados durante algún tiempo más, los porteños que simpatizaban con la causa del Sindicato hicieron estallar petardos, decoraron el frente de sus casas con pancartas y organizaron bailes para celebrar. [43] Mientras la amnistía para los militantes tendría que esperar, los vecinos se prepararon para conmemorar el primer aniversario de su huelga.

Para la ocasión, los organizadores imprimieron una edición especial del periódico comunista local El Frente Único. Desde la cárcel, María Luisa escribió dos artículos. El primero, titulado simplemente "El 5 de marzo", celebraba el "ideal del comunismo" y la fundación del Sindicato de Inquilinos el año anterior. El otro expresaba su compromiso con la emancipación femenina, argumentando que "las mujeres son las dueñas del mundo... por su cariño, su abnegación sin límites y su increíble generosidad". Escribió que su entusiasmo por la causa inquilina provenía de su tremendo amor a la humanidad y de su admiración por Proal, a quien veía como "libertador del pueblo de Veracruz". Admiro al hombre... y por él ofrecería con gusto mi vida". Marín terminó con un llamado a sus lectores:

Compañeros, ¡Viva el amor universal!
¡Viva la emancipación de la mujer!
¡Arriba el comunismo!
¡Viva la humanidad libre!
¡Mujeres, a la lucha! [44]

Su artículo, si bien respaldaba una noción algo romántica de las mujeres como cuidadoras abnegadas, avanzaba también una mezcla radical de ideas comunistas y feministas. La reivindicación de María Luisa de la emancipación femenina también abarcaba aspectos de un incipiente movimiento de mujeres que estaba surgiendo en Europa y América en aquella época. Aunque permanecería en la cárcel durante dos meses más, su contribución a El Frente Único la distinguió a los ojos del público veracruzano como una de las visionarias del movimiento. Los editores de El Dictamen, como siempre, veían las cosas de otra manera. Anticipando una posible amnistía para los inquilinos, sus columnistas comentaron que el sindicato representaba una "fuerza sediciosa" en la política veracruzana. Con la pronta liberación de Proal, Marín y los demás, suponían que el carácter de la acción de los inquilinos sólo podía ser más "odioso." [45]

El 11 de mayo de 1923, cuando el gobernador Tejeda permitió que los inquilinos salieran libres, marcaron la ocasión en su habitual manera extravagante. En grupos de diez, los hombres salieron primero, seguidos por María Luisa y las demás mujeres, que vestían vestidos color crema y sombreros de paja con cintas rojas. Luego Proal, con un grupo de sus compañeros más íntimos, salió el último. Mientras los presos hacían su salida, sus partidarios lanzaban petardos con júbilo, aplaudían a sus compañeros, cantaban canciones y gritaban consignas para celebrar la ocasión. Una vez que los casi ciento cincuenta inquilinos salieron de Allende, la multitud desfiló por varias de las principales calles de la ciudad y acabó en la sede del sindicato de inquilinos. En una entrevista concedida poco después de salir de la cárcel, Proal prometió que las "actividades de calle" del sindicato continuarían como antes. "Reanudaremos nuestras conferencias culturales al aire libre, las manifestaciones y las reuniones públicas", dijo a los periodistas, "y por supuesto, nuestro compromiso con la acción directa." [46]

Mujeres y hombres que luchan en la calle

Tal y como había previsto Proal, los acontecimientos de la primavera y el verano de 1923 dieron testimonio de un nuevo nivel de militancia entre los miembros del sindicato. En la ciudad, el despliegue de tácticas anarquistas resultó especialmente controvertido. Sólo cuatro días después de conmemorar el primer aniversario del enfrentamiento del 6 de julio, por ejemplo, los manifestantes organizaron asaltos a dos pensiones donde, según ellos, sus propietarios españoles vivían de la miseria de sus inquilinos. Aunque las fuentes periodísticas no siempre las identifican, es razonable decir que María Luisa Marín probablemente desempeñó un papel importante en estas acciones.

La noche del 10 de julio de 1923, unos setenta inquilinos, armados con palos, garrotes, piedras, cuchillos y algunas pistolas, se acercaron primero al hotel Santo Domingo, propiedad de Jesús Castañón. Pronto tuvieron el lugar rodeado. Con pancartas rojas, formaron un semicírculo en medio de la calle Aquilles Serdan, deteniendo el tráfico, y luego enviaron una comisión al interior para exigir las llaves de las habitaciones al propietario. "¡Nuestra intención", gritaban, "es tomar esta posada para buscar alojamiento a algunos de nuestros compañeros y sindicalizar a los que ya viven aquí! Casas, queremos casas y habitaciones". En respuesta, el propietario se resistió brevemente, pero no tuvo más remedio que ceder a las exigencias de los manifestantes. Rápidamente, los manifestantes subieron al piso superior y colgaron pancartas en las ventanas que daban a la calle. Pronto llegó la policía montada justo cuando la multitud empezaba a lanzar petardos para celebrar su momentánea victoria.

Para no ser detenidos, los inquilinos se trasladaron a otra pensión llamada El Cosmopólita, propiedad de Bernardo Francisco Prida. En este punto, la multitud había crecido hasta casi un centenar de hombres y mujeres que marchaban bajo las banderas rojas y negras del sindicato. Al acercarse a la pensión, pronto se enfrentaron a una unidad de policía fuertemente armada. Sin embargo, algunos de los manifestantes consiguieron entrar en este segundo edificio y empezaron a romper botellas, vasos, lámparas, muebles y ventanas del bar de la planta baja. Algunos incluso provocaron un incendio en el interior cuando un grupo de policías irrumpió detrás de ellos. Finalmente, la policía consiguió dispersar a la multitud, pero no antes de que se produjeran daños considerables en ambos establecimientos. Por la noche, un grupo de inquilinos volvió brevemente al lugar y gritó desde la calle el término despectivo de "gachupín" y "viva Proal". [47] Durante los días siguientes, las autoridades detuvieron a varios inquilinos relacionados con el sindicato, entre ellos los hermanos de María Luisa, Lucio y Esteban.

Poco después, los inquilinos y la policía volvieron a enfrentarse. Esta vez, los miembros del sindicato, incluida María Luisa Marín, supuestamente arrancaron una bandera mexicana desplegada por un arrendador en el puerto[48]. Este incidente tuvo lugar el 18 de julio, día en que los ciudadanos mexicanos conmemoran la muerte de su héroe nacional Benito Juárez. Debido a la falta de respeto de los huelguistas a la autoridad, así como a su atroz demostración de sentimiento antipatriótico, la acción resultó especialmente polémica.

Incluso el New York Times consideró oportuno comentar el enfrentamiento entre los inquilinos y la policía [49]. Tres días después, un periódico de la Ciudad de México criticaba duramente a los militantes de Veracruz:

    Los graves desórdenes cometidos en el puerto revuelto como consecuencia de la actitud irrespetuosa asumida por los miembros del Sindicato de Inquilinos contra las autoridades ha obligado a éstas a pedir garantías al presidente. [El Primer Magistrado [ha] reprendido categóricamente a los arrendatarios, lamentando que no respeten la propiedad ni a las autoridades. [50]

Se produjo entonces un intercambio de telegramas entre los miembros del Sindicato de Inquilinos y el Presidente Obregón. El 18 de julio, el miembro del Sindicato Marcos Gutiérrez se quejaba de que la ciudad había sido invadida por la policía y pedía que el Presidente interviniera para restablecer los derechos de los ciudadanos:

    En estos momentos la policía está invadiendo la ciudad con pistolas y espadas. Exige garantías y libertad inmediata, pues ya varios compatriotas de la ciudad han sido heridos, golpeados y encarcelados. [51]

Impasible, Obregón expresaba su desaprobación a los inquilinos:

    El Ejecutivo a mi cargo lamenta sinceramente que los directivos de ese sindicato reconozcan a las autoridades y a las leyes sólo en los casos en que solicitan de las primeras garantías otorgadas por las segundas: pero no reconozcan igualmente a las unas y a las otras cuando se pide el respeto a sus decisiones y a los derechos de los demás otorgados por esas mismas leyes que ustedes invocan a causa de las violaciones. El caso en cuestión se pondrá en conocimiento de las autoridades respectivas y ellas decidirán la responsabilidad e impondrán la sanción correspondiente. [52]

Al señalar que los inquilinos querían tanto expresar su desprecio por el gobierno como hacer reclamaciones que se basaban en las garantías del Estado a los ciudadanos, el Presidente mostraba poca simpatía por los miembros del sindicato revolucionario. Al final, las autoridades detuvieron a varias militantes, entre ellas María Luisa Marín. Unos días más tarde, los concejales solicitaban que se volvieran a traer tropas del ejército para ayudar a la policía local. [53]

Estos dos incidentes, probablemente unos de los ejemplos más dramáticos de acción directa de los inquilinos, conmocionaron a los residentes "respetables" de Veracruz. En los meses siguientes, las peticiones de intervención federal para "proteger la ciudad" y "establecer la ley y el orden" volverían a surgir de funcionarios públicos que veían a los polémicos inquilinos como una potente fuerza social. En diciembre de ese año, el recién elegido presidente Plutarco Elías Calles utilizó una escaramuza entre facciones rivales del movimiento de inquilinos como pretexto para la intervención federal. Pronto, pidió la detención y el encarcelamiento, una vez más, de Herón Proal a mediados de diciembre de 1924. En su lugar, María Luisa Marín asumió el cargo de Secretaria General del Sindicato Revolucionario de Inquilinos.

María con otros miembros del grupo de inquilinos

La señora secretaria

Tras asumir la dirección del Sindicato Revolucionario a finales de 1924, María Luisa intensificó su llamamiento al público. Uno de sus primeros actos como secretaria general fue lanzar un apasionado llamamiento a los veracruzanos instándoles a exigir la liberación de Proal y a "unirse contra los explotadores del mundo":

    Haremos lo posible para que nuestros hijos no nos denuncien como traidores y cobardes...(Demostraremos que con Proal y sin él, los rentistas veracruzanos (Pueblo Inquilinario)... defenderán sus derechos... Ante el peligro que ahora nos amenaza... hacemos un llamado urgente al pueblo. No esperéis a que los poderosos os ayuden... nunca apreciarán la dignidad y el valor de nuestra solidaridad que algún día triunfará. La hora suprema del pueblo ha llegado. Pueblo de Veracruz, despierta y únete a la lucha. [54]

Con Proal en la cárcel, Marín sostenía que la "lucha" requería que los hombres y mujeres de Veracruz reafirmaran su compromiso con el ideal de un municipio independiente e igualitario. Para María Luisa, había llegado "la hora suprema". Tal como ella lo veía, los ojos de las generaciones futuras estaban sobre ellas.

Mientras tanto, María Luisa coordinaba los esfuerzos para pedirle a los funcionarios federales la liberación de Proal. Esto incluyó cartas al Presidente Calles, así como una petición enviada a mediados de enero de 1925 a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que fue firmada por casi doscientas mujeres [55]. Además de trabajar para conseguir la libertad de Proal, Marín continuó organizando manifestaciones periódicas, peticiones a funcionarios estatales y acciones directas, así como haciendo planes para conmemorar el tercer aniversario de la fundación del sindicato de inquilinos de Veracruz.

El 5 de febrero de 1925, María Luisa Marín dio instrucciones a los inquilinos para que decoraran sus patios con pancartas rojas para mostrar su compromiso con la continua huelga de los inquilinos. Muchos, incluidos los residentes de las viviendas de El Obrero, Tanitos y La Malinche, no tardaron en organizar coloridos despliegues. Expresando su lealtad a los líderes inquilinos, los renteros colgaron dos grandes pancartas rojas del techo de la casa de Proal, en Arista 33. Los entusiastas también decoraron la sede del sindicato en la calle Landero y Cos. A última hora de la tarde, Marín y otros dirigentes se dirigieron a una multitud reunida ante el Hotel Diligencias que daba a la plaza mayor de la ciudad. Tras exigir la liberación de Proal, María Luisa lanzó un discurso en el que atacó a los propietarios. Muchas mujeres, que constituían la mayoría de los congregados, llevaban pancartas en las que se podía leer: "Las mujeres del puerto luchan por el progreso", "En nombre de la humanidad pedimos la liberación de Proal", "Las mujeres del puerto protestan por el injusto encarcelamiento del compañero Proal y las mujeres proletarias harán la revolución social".

Tras el mitin, acompañada por varios niños que tocaban panderetas y golpeaban latas, María Luisa dirigió a un grupo de manifestantes hacia la cercana sede del periódico El Dictamen. Haciendo caso omiso de las órdenes de la policía de dispersarse, los manifestantes seguían pululando afuera. Irritada por la evidente falta de respeto a la ley por parte de los inquilinos, la policía se abrió paso entre la multitud. Se produjo un pánico generalizado. Cuando algunos se refugiaron en la cantina Blanco y Negro, las autoridades se acercaron. Al ver que la policía se acercaba, alguien lanzó una piedra que golpeó a uno de los agentes en el hombro. Siguieron gritos, disparos de pistola y un tremendo ruido antes de que la policía acabara imponiéndose. En respuesta, las autoridades municipales ordenaron patrullar la ciudad y vigilar de cerca las actividades de los inquilinos para evitar nuevos disturbios. [56]

Al día siguiente, El Dictamen comentó la reciente asunción de María Luisa Marín de la dirección del Sindicato de Inquilinos. Como era típico, trataron de desacreditar la forma en que los huelguistas habían presentado sus demandas, caracterizando la protesta como un virtual reino del terror impuesto por una turba desordenada. En esta ocasión, también cuestionaban la independencia e integridad de la líder de los inquilinos llamándola simplemente "su mujer":

    Herón Proal... [ha enviado a su mujer, María Luisa Marín, a ocupar su lugar. [Desde entonces, Marín ha]... aportado nuevas energías y entusiasmos a la causa inquilina. Con igual vigor [ha] dirigido los negocios [del Sindicato] y, como en el pasado, ha cobrado las cuotas que han hecho de la protesta una empresa próspera durante algún tiempo. María Luisa, como ha dicho Proal, es una mujer "inteligente" y basta con pasar una corta temporada aquí para familiarizarse con sus actividades: agitación en los patios, comentarios agresivos... contra las autoridades, petardos y toda una serie de gestos que suelen culminar en las tumultuosas manifestaciones públicas que ya son bien conocidas y recordadas con horror por los sufridos vecinos de esta ciudad. [57]

Al no abordar ningún detalle de los "agresivos comentarios" de María Luisa, los editores de El Dictamen trataban de persuadir al público veracruzano para que la viera simplemente como una amenaza para la sociedad. Para no desanimarse, ella y los miembros de las Mujeres Libertarias coordinaban gran parte de las manifestaciones diarias, las acciones directas y las relaciones públicas del Sindicato de Inquilinos. Sin embargo, mientras María Luisa seguía organizándose a nivel local al tiempo que presionaba a los funcionarios para que liberaran a Proal a principios de 1925, sus esfuerzos en la primavera de ese año no tardaron en desembocar en el enfrentamiento final con las élites locales, que no se mostraron comprensivas. [58]

El 1 de abril de 1925, delegados de varias organizaciones sindicales bajo los auspicios de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) se reunieron en Veracruz para intentar poner fin a la protesta por la vivienda. Descontentos con estos procedimientos por su negativa a reconocer al Sindicato Revolucionario de Inquilinos, María Luisa Marín y varios de sus partidarios intentaron bloquear la apertura de la convención poniendo barricadas en la entrada del salón del sindicato de estibadores. Sin éxito para impedir la reunión, entraron en la sala, interrumpiendo los procedimientos al insultar a los oradores, gritando "muerte a los explotadores del pueblo" y como siempre viva Proal. Esa misma noche, los militantes reunidos ante la sede del Sindicato de Inquilinos expresaron su deseo de que la huelga continuara. Luego, después de que los inquilinos desfilaron por las calles durante un tiempo, la policía intervino para dispersar la concentración. Al final de la noche, trece afiliados de Marín y su organización habían sido detenidos.

Al día siguiente, las autoridades acusaron formalmente a María Luisa de intentar quemar una sede sindical local. Esa mañana, veinticinco policías se reunieron para detenerla. Hablando con un grupo que se encontraba frente a la oficina del sindicato de inquilinos, no pudieron obtener ninguna información sobre el paradero de la líder de los inquilinos. Unas horas más tarde, María Luisa fue vista caminando por las calles de la ciudad con algunos otros miembros del sindicato, a punto de convocar una asamblea pública. Mientras varios inquilinos se reunían a su alrededor, les dijo que no debían abandonar la huelga por la hostilidad de los dirigentes sindicales que habían "traicionado la causa del proletariado". Mientras continuaba, la policía se acercó poco a poco para detenerla. La periodista, que dijo a su público que "el gobierno había olvidado sus responsabilidades ante el pueblo y se había vendido a la burguesía", corrió hacia la sede del sindicato en el último momento para evitar a la policía. A continuación, se produjeron varios minutos de empujones en la calle, con el resultado de un policía y varios inquilinos heridos. Durante la refriega, María Luisa consiguió escapar.

Tres días después, la policía la detuvo. [59] Los funcionarios de justicia acusaron a María Luisa de sedición. Ella negó los cargos. Aunque las autoridades abandonaron el caso, llegaron a considerar a María Luisa como un elemento peligroso e incontrolable en la escena política de Veracruz. Si querían restablecer la ley y el orden, había que neutralizar su poder.

Unas semanas más tarde, las autoridades liberaron a Herón Proal de la cárcel. Durante el resto del año regresó a Veracruz y siguió organizando. Sin embargo, el 12 de enero de 1926, el veterano dirigente anarquista fue detenido de nuevo en su casa de la calle Arista. Llevado ante un juez local, se le acusó de negarse a cooperar con una sentencia anterior que exigía a los inquilinos retirar las pancartas rojas del Sindicato de las puertas y ventanas de las viviendas [60]. Las órdenes enviadas desde la Ciudad de México exigían ahora que Proal fuera expulsado del estado. Al día siguiente, los funcionarios locales advirtieron a María Luisa Marín que evitara cualquier acción que pretendiera interferir en el proceso contra Proal. En ese momento quedó claro que los representantes de la confederación de trabajadores mexicana y los funcionarios estatales habían elaborado un plan para marginar la amenaza que representaban Proal, Marín y toda la membresía del Sindicato Revolucionario de Inquilinos.

Cuando Proal se embarcó en un vapor con destino a Frontera, Tabasco, el 14 de enero de 1926, los funcionarios de la ciudad le dieron un ultimátum a María Luisa Marín: suspender la agitación en los conventillos y ayudar a poner fin a la huelga o ser ella misma expulsada del estado. A las cuatro de la tarde, acompañada por un grupo de mujeres del sindicato, María Luisa entró en el ayuntamiento. Allí, el jefe de un consejo municipal dedicado a acabar con el movimiento de los huelguistas de alquiler se reunió con la líder de los inquilinos. Los funcionarios le pidieron que ella y otros grupos rivales unieran fuerzas con las organizaciones laborales de la ciudad en aras de poner fin a la huelga. Siempre desafiante ante la autoridad, María Luisa le respondió a los funcionarios municipales que nunca aceptaría disolver el Sindicato de Inquilinos. A Marín se le dijo entonces que si no renunciaba a su puesto en un plazo de cuarenta y ocho horas sería detenida y finalmente expulsada de Veracruz. Si sus seguidores se negaban a "dejar de pintar estrellas rojas en las puertas y ventanas de sus viviendas", fue advertida

"Ellos también serían apresados y enviados a la cárcel". [63]

Al día siguiente, María Luisa presentó un amparo contra el presidente Calles, el alcalde y el jefe de policía de Veracruz en un intento de bloquear su detención y posible expulsión del estado. Al recibir la solicitud, un juez local suspendió los cargos contra Marín hasta que se pudiera dictar sentencia. Creyendo que la líder inquilina pretendía reanudar su campaña, la policía volvió a detener a María Luisa el 28 de enero de 1926. [64] Los funcionarios municipales informaron al día siguiente que la agitadora impenitente tendría la oportunidad de permanecer en la cárcel o abandonar Veracruz y viajar a la Ciudad de México. Tras escuchar el ultimátum, dijo a los funcionarios que abandonaría la ciudad el lunes, después de tomarse un tiempo para vender algunas de sus cosas. Al desearle buena suerte al marcharse, los miembros del Sindicato de Inquilinos le aseguraron a María Luisa que continuarían con su protesta hasta llegar a un acuerdo aceptable con los propietarios. [65]

Aunque María Luisa Marín regresó un par de años después a Veracruz, nunca volvió a tener el grado de influencia política que había tenido durante los primeros años de la huelga[66]. A medida que los inquilinos de Veracruz se veían obligados a firmar nuevos contratos con sus propietarios, el poder del Sindicato Revolucionario disminuía. Cuando Marín se reunió con sus compañeros de militancia, la política popular urbana en México estaba bastante más controlada por el gobierno nacional de lo que había sido durante los primeros años de la década de 1920. [67]

La trayectoria de María Luisa Marín marcó el inicio y el fin del movimiento radical de inquilinos en México. Su trabajo como organizadora popular fue testimonio de una enorme fuerza de carácter y compromiso con la justicia social. Alentada por los ideales de democracia expresados en el discurso oficial de la revolución, exigió cambios radicales en la naturaleza de la sociedad mexicana. Inspirada por la retórica del comunismo internacional y por las primeras campañas de emancipación de la mujer, Marín se dedicó sin descanso a mejorar la vida cotidiana de los trabajadores de Veracruz. A pesar de su uso a veces excesivamente entusiasta de las tácticas de acción directa, María Luisa nunca dejó de insistir en que los propietarios y los funcionarios públicos tuvieran en cuenta las deficientes condiciones de vivienda en las que se veían obligados a vivir muchos residentes del puerto y que hicieran algo al respecto. Aunque la visión utópica de una humanidad emancipada que compartía con otros manifestantes por los alquileres nunca se cumplió, la apasionada adhesión de María Luisa Marín al movimiento de los inquilinos en México representa un poderoso ejemplo de la dedicación de una mujer a los objetivos de la justicia social.

Andrew Grant Wood, Universidad de Tulsa

Notas:

1. El autor le desea agradecer a David Sweet sus comentarios sobre una versión anterior de este ensayo, así como las sugerencias de los revisores anónimos de A contracorriente. Una generosa subvención del decano Tom Benediktson, así como de la Oficina de Investigación y del Departamento de Historia de la Universidad de Tulsa, hizo posible los viajes regulares a Veracruz entre 2000 y 2005.
2. Sobre Tejeda véase Andrew Grant Wood, "Adalberto Tejeda: Radicalism and Reaction in Revolutionary Veracruz", (en) Jurgen Buchenau y William H. Beezley (ed.), Governors of the Mexican Revolution. De próxima aparición.
3. Andrew Grant Wood: Revolución en la calle: Women, Workers and Urban Protest in Veracruz, 1870-1927. (Wilmington, DE: Scholarly Resources Inc., 2001). Para una historia anterior de la huelga de alquileres en Veracruz, véase Octavio García Mundo, El movimiento inquilinario de Veracruz, 1922. (México, Sepsetentas. 1976). La discusión de la protesta por parte de uno de los principales participantes puede encontrarse en: Arturo Bolio Trejo, La rebelión de mujeres: Versión histórica de la revolución inquilinaria de Veracruz. (Veracruz: Editorial "Kada". 1959). Véase también el trabajo de Erica Berra-Stoppa en el que se comparan las huelgas de Veracruz y de la Ciudad de México. Ver: Erica Berra Stoppa, "¡Estoy en huelga y no pago renta!", Habitación, vol 1, nº 1, (enero-marzo 1981), p. 35. Sobre la protesta por los alquileres en la Ciudad de México, véase Paco Ignacio Taibo II, Bolcheviques: historia narrativa de los orígenes del comunismo en México, 1919-1925. (Ciudad de México: Editorial Joaquín Mortiz, 1986), pp. 155-197. Sobre la huelga de Guadalajara véase Jaime Tamayo, "El sindicato revolucionario de inquilinos y la huelga de rentas de 1922", (en) Jalisco desde la revolución, vol. iv. (Los movimientos sociales, 1917-1929). (Guadalajara: Estado de Jalisco/Universidad de Guadalajara, 1988), pp. 129-140 y Jorge Durand Arp-Nisen, "El movimiento inquilinario de Guadalajara, 1922", Encuentro, 1983. pp. 7-28. Para la discusión de la política popular en Veracruz durante la década de 1920, véase: Olivia Domínguez Pérez, Política y movimientos sociales en el tejedismo. (Jalapa: Universidad Veracruzana, 1986). Sobre el movimiento campesino relacionado en Veracruz ver: Heather Fowler Salamini, Agrarian Radicalism in Veracruz, 1920-1938. (Lincoln: University of Nebraska Press, 1971) y Romana Falcón, El agrarismo en Veracruz: La etapa radical, 1928-1935. (Ciudad de México: Colegio de México, 1977). Para una magnífica historia fotográfica de la ciudad de Veracruz, véase Bernardo García Díaz, El Puerto de Veraruz. (Jalapa, Universidad Veracruzana, 1992). Una novela que trata de la huelga de alquileres es José Mancisidor La ciudad roja: Novela proletaria. (Jalapa: Editorial Integrales, 1932). Además de mi Revolución en la calle, véanse otros trabajos recientes, como el estudio sobre el trabajo y la política en la zona central de Veracruz de Benedikt Behrens, Ein laboratorium der revolution: Stadtische soziale Bewegungen und radikale reformpolitik im mexikanischen bundessstaat veracruz, 1918-1932. (Berna y Berlín: Peter Lang, 2002), esp. pp. 282-318 Rogelio de la Mora V. Sociedad en crisis: Veracruz 1922. Xalapa: Universidad Veracruzana, 2002.
4. Arturo Bolio Trejo, Rebelión de mujeres: versión histórica de la revolución inquilinaria de Veracruz. (Veracruz: Editorial "Kada" 1959).
5. El término "libertario" en ese momento estaba estrechamente afiliado a los ideales anarquistas de la época.
6. Nevin Winter, México y su gente hoy. (Boston: 1907). Citado en John Lear, "Mexico City: Space and Class in the Porfirian Capital, 1884-1910", Journal of Urban History, vol. 22, no. 4 (mayo de 1996), p. 455.
7. José Luis Lezama, "México", (en) Urbanización latinoamericana: Perfiles históricos de las principales ciudades. (Westport: Greenwood Press, 1994), p. 393. Sobre este proceso, véase David Harvey, "Paris, 1850-1870," (en) Consciousness and the urban experience: studies in the history and theory of capitalist urbanization. (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1985).
8. Para una visión general del crecimiento de la ciudad de México, véase Peter Ward, The Production and Reproduction of an Urban Environment. (Londres: Belhaven Press, 1990), Martha Schteingart, Los productores del espacio habitable: estado, empresora y sociedad en la Ciudad de México. (Ciudad de México: El Colegio de México, 1989) y Michael Johns, Mexico City in The Age of Díaz. (Austin: University of Texas Press, 1997).
9. María Dolores Morales, "La expansión de la Ciudad de México en el siglo XIX: el caso de los fraccionamientos". (en) Alejandra Moreno Toscano (ed.), Ciudad de México: ensayo de construcción de una historia. (Ciudad de México: I.N.A.H., 1978), pp. 189-200.
10. Gisela von Wobeser, "La vivienda de nivel socioeconómico bajo en la Ciudad de México entre 1750-1850". Ponencia presentada en el IX Encuentro de historiadores canadienses, mexicanos y estadounidenses en la Ciudad de México, del 27 al 29 de octubre de 1994.
11. Rodney Anderson, Outcasts in Their Own Land: Mexican Industrial Workers, 1906-1911. (Dekalb: Northern Illinois Press, 1976), pp. 43-4.
12. Citado en Lear 477.
13. Citado en Ignacio Taibo II, "Inquilinos del D.F.", pp. 103-6. Ignacio Taibo II ofrece una descripción detallada de varias viviendas a partir del informe de 1920.
14. Lezama, "México" 363-4.
15. John Walton, "Guadalajara: Creating The Divided City", (en) Wayne Cornelius y Robert Kemper (eds.) Latin American Urban Research. Volumen 6, Metropolitan Change in Latin America: The Challenge and The Response. (Beverly Hills: Sage Publications, 1978): 33.
16. Recientemente aparecieron en el malecón de Veracruz las estatuas de bronce del empresario e ingeniero inglés Weetman Pearson, de Porfirio Díaz y de varios trabajadores que realizaron las obras del frente portuario.
17. "Los patios de vecindad 'en su tinta'", El Dictamen, 4 de noviembre de 1920.
18. "Los patios de vecindad y el departamento de ingeniería sanitaria", El Dictamen, 5 de noviembre de 1920.
19. Ibídem.
20. Berra-Stoppa, p. 37. Para los informes sobre la vivienda de los trabajadores y el costo de vida en la ciudad de México, véase "El trabajo de sastrería y sus asimilados en México D.F.; trabajo a domicilio". Boletín mensual del departamento de trabajo, enero de 1922 y "Higiene de la habitación; la habitación obrera en México, D.F." Boletín mensual..., febrero de 1922.
21. Berra-Stoppa, "Estoy en huelga...", p. 37. El historiador Robert Quirk señala que durante la invasión norteamericana, "(e)l problema más espinoso del que se ocupó el departamento jurídico fue el de las disputas por las rentas. Durante el periodo de anarquía que acompañó a las revoluciones contra Díaz y Madero y ahora contra Huerta, muchos de los inquilinos mexicanos habían aplazado el pago de sus rentas todo lo posible, y ahora se encontraban con meses o incluso años de atraso. Casi seis mil casos de falta de pago de rentas fueron llevados a los tribunales informales norteamericanos". Robert Quirk, An Affair of Honor: Woodrow Wilson y la ocupación de Veracruz. Nueva York: Norton Press, 1967): 142.
22. Ibid.
23. "Son muy altas las rentas de casas", El Universal, 1 de agosto de 1920. 24. Para informes sobre la vivienda de los trabajadores y el costo de la vida en la ciudad de México, véanse varios informes en el Boletín mensual del departamento de trabajo. Enero-diciembre de 1922.

24. "Las últimas huelgas en el puerto de Veracruz", Boletín mensual del departamento del trabajo, junio, 1922. p. 81-82. AGN, ramo Trabajo, caja 502, exp.1.
25. El Dictamen, 28 de febrero de 1922.
26. Ibídem, 7 de marzo de 1922.
27. Ibídem, 8 y 9 de marzo de 1922.
28. Ibídem, 14 de junio de 1922.
29. Ibídem, 16 de junio de 1922.
30. Ibídem.
31. Ibídem, 7 de julio de 1922.
32. Petición firmada por aproximadamente 190 vecinos (muchos de ellos mujeres) de los patios San Francisco y Consuelo a Obregón, 8 de julio de 1922. Archivo General de la Nación, Ciudad de México (en adelante AGN), gobernación, vol. 24, expediente 107. Una nota adjunta al reverso de la petición dice que "hay muchos más de otras vecindades que desean firmar pero tienen miedo."
33. Véanse ejemplos en AGN, gobernación, caja 26, C.2.51. 258.
34. Carta del Sindicato Revolucionario a Calles, 10 de julio de 1922. AGN, gobernación, vol. 24, expediente 107.
35. Ibídem.
36. El Dictamen, 18 de septiembre de 1922.
37. Ibídem, 27 de septiembre de 1922.
38. Concepción Pérez y más de 20 personas a Tejeda, 29 de septiembre de 1922. Archivo General del Estado de Veracruz, Jalapa, Veracruz (en adelante AGEV), gobernación, 1922.
39. El Dictamen, 6-7 de octubre de 1922.
40. El Comité Pro-presos a Tejeda, 11 de octubre de 1922. AGEV, gobernación, 1922.
41. José Mancisidor a Tejeda, 23 de octubre de 1922. AGEV, Archivo Tejeda volumen 68.
42. El Dictamen, noviembre-diciembre, 1922.
43. Ibídem, 16 de enero de 1923.
44. El Frente Único, 5 de marzo de 1923.
45. El Dictamen, 17 de enero de 1923.
46. Ibídem, 12 de mayo de 1922.
47. Ibídem, 11 de julio de 1922.
48. Ibídem, 18 de julio de 1923.
49. New York Times, 20 de julio de 1923.
50. El Demócrata, 23 de julio de 1923. Citado en Summerlin al Secretario de Estado, 27 de julio de 1923. Records of the United States Department of State (en adelante RDS), carrete 161.
51. Marcos Gutiérrez a Obregón, 18 de julio de 1922. RDS, carrete 161.
52. Obregón a Gutiérrez, 19 de julio de 1923. Ibídem.
53. El Dictamen, 18 de julio de 1923. Las diligencias relativas al incidente continuaron durante el resto del
del mes. Véase 23, 27 y 28 de julio de 1923.
54. "Boletín del Sindicato Revolucionario de Inquilinos", 24 de diciembre de 1924. AGN, gobernación, C-28.
55. Carta de María Luisa Marín a Calles, 25 de diciembre de 1924. 56. Petición de la Federación de Mujeres Libertarias al Presidente del Tribunal Superior de La Justicia de La Nación, 14 de enero de 1925. AGN, Justicía, 2019-9, 1925.
56. El Dictamen, 6 de febrero de 1925.
57. Ibídem, 7 de febrero de 1925.
58. Ver, por ejemplo, varias comunicaciones de María Luisa Marín a Calles, febrero de 1925. AGN, gobernación, C-28, 1925.
59. El Dictamen, 1-3 de abril de 1925.
60. Ibídem, 13 de enero de 1926.
61. Ibídem, 14 de enero de 1926.
62. En Tabasco, el gobernador Tomás Garrido Canabal se negó a dejar entrar a Proal al estado. El 24 de enero, los funcionarios lo instalaron en la prisión de Santiago Tlatelolco en la Ciudad de México.
63. El Dictamen, 15 de enero de 1926.
64. Ibídem, 28 de enero de 1926.
65. Ibídem, 1 de febrero de 1926. Tras la marcha de Marín, Inés Terán asumió el cargo de Secretaria
General del Sindicato.
66. El historiador Mario Gill escribe que Proal "abandonó" a María Luisa y se casó con una mujer llamada Lola Muñoz en cuanto su influencia política disminuyó. Mario Gill, "Veracruz: revolución y extremismo", Historia Mexicana, vol. 2, no. 4 (abril-julio de 1953) p. 626.
67. Aunque los detalles no son claros, las cartas escritas por los residentes de las colonias 22 de Marzo y Colonia Vicente Guerrero al gobernador en noviembre de 1928 quejándose de María Luisa sugieren que ya no era bienvenida. Ver: comunicación a Obregón de la Unión Cooperativa de Colonias Obreras 22 de Marzo y Colonia Vicente Guerrero, 21 de octubre de 1928. El gobernador Rodríguez recibió una carta similar de los residentes del puerto sobre María Luisa el 7 de noviembre de 1928. AGN, Obregón/Calles 802-v-58

 

Enlaces relacionados / Fuente: 
https://libcom.org/history/postrevolutionary-pioneer-anarchist-mar%C3%AD-luisa-mar%C3%ADn-veracruz-renters%E2%80%99-movement-1
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