Cuando son inútiles los sindicatos

Hoy vamos a hablar de la inutilidad de los sindicatos. Es verdad: si tienes un trabajo en el que los jefes son considerados, el sueldo es copioso, los horarios adaptados, el contrato estable, la actividad necesaria, con cordial compañerismo, de forma que llegas a casa realizado, sonriente, y te acuestas tranquilo, tras alternar con tu familia y con los vecinos… No me cabe la menor duda: no necesitas un sindicato. 

Desgraciadamente, esta no es la situación habitual. Lo normal es que los jefes te fustiguen, que el salario esté mermado, que los turnos sean insufribles, que el contrato sea precario, que cada cual vaya a lo suyo, que tu producción sea entre inútil y nociva, y que llegues a casa entre hecho polvo y cabreado sin saber muy bien qué pasará mañana y el mes que viene.

Las actitudes ante la situación esa, son variadas. Hay gente que opta por la resistencia pasiva, y trabaja de mala hostia, o disimulando, o de forma descuidada. Otros se someten y van tirando. Qué sé yo, si trabajas en alguno de los múltiples empleos que no sirven para absolutamente nada, no digo yo que pasar de todo no sea una actitud racional. Lo que ocurre es que el trabajo repercute en los demás, y si estás en una actividad relacionada con la alimentación, la sanidad, la energía, la educación, el transporte… Lo que hagas mal va a repercutir en tus paisanos. Y que las cosas se hagan mal, solo tiene un camino: que se pongan peor.

Conscientes de ello, los trabajadores crearon el sindicalismo. Hay muchos proyectos sociales que los fundaron sacerdotes, filántropos y millonarios para dignificar a las masas, quitándoles el alcohol y haciéndoles ir a misa… El sindicalismo, en cambio, fue un producto genuinamente obrero, de masas analfabetas, que pensaron que mucho mejor que quejarse y solicitar, era organizarse y arrancar.

Si tuviera que definir la figura de un sindicalista, diría que se trata de una persona que consigue que la gente se meta en líos que de otra manera no entraría. Pues claro. Todos estamos muy ocupados: la familia, las reparaciones, el cansancio… Todos tenemos miedo a las represalias, todos desconfiamos de los traidores, que son siempre los otros. Estamos divididos, enfrentados, solitarios… El sindicato cambia esa situación: unión, valentía, solidaridad. Su fuerza la da el número.

¿Cómo consigue el sindicalista, tú, aquélla, cualquiera, darle la vuelta a la tortilla? Identificando problemas colectivos, estableciendo relaciones personales cara a cara, elaborando un relato que explica lo que está pasando, consiguiendo que ese relato se vuelva central, estableciendo un plan colectivo que lleva a la victoria.

Esa victoria, es la que ha permitido que los trabajadores hayan mejorado sus condiciones materiales a lo largo de los siglos XIX y XX. Los empresarios, como cualquier ser vivo, reaccionan a los estímulos que se les ofrecen. Si tienen ante ellos a trabajadores flojos, miedosos, divididos, enfrentados, necesitados, la oferta es a la baja. Pero si se les plantan delante personas corajudas, decididas, conscientes, unidas, solidarias e interdependientes, no les queda otra que aflojar la mosca.

Ese es el mensaje que dieron los primeros obreros y obreras que, llenos de desconfianza, conspiraron en torno a una máquina: ¿Quieres que las cosas cambien en el mundo del trabajo? La solución es muy sencilla: alístate en el sindicato. 

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