La emancipación de la mujer y la liberación de la humanidad
por Melissa Sepúlveda Alvarado
La tragedia de la emancipación de la mujer emerge como un camino insoslayable, no sólo para la liberación de la humanidad, sino como una alternativa para la sobrevivencia de la vida en el planeta tierra, como bien presenta la autora en este texto (Escupamos sobre Hegel). Podríamos afirmar entonces, que la emancipación de la humanidad estaría dada por la reconciliación de las y los seres humanos con el planeta que habitamos, antes que por el desarrollo de las fuerzas productivas al servicio de la clase trabajadora como hasta ahora nos han planteado los proyectos emancipatorios revolucionarios.
La negación de los objetivos del hombre implica también negar su afán por dominar la naturaleza. Dentro de la lucha feminista, la defensa del territorio, lejos de cualquier interés de soberanía imperial, se inscribe en la defensa de la capacidad de reconocernos en otro, otra, u otre. Implica la defensa del desarrollo de la vida, las relaciones sociales, la relación con animales y plantas, así como también sus más diversas interpretaciones. Son los Ngen que corren por los ríos, las montañas guardianas que estructuran nuestra América, nuestras ancestras que desde las alturas guían la noche. La asociación entre el territorio y el cuerpo de las mujeres no es ninguna novedad. La violación y asesinato de mujeres y niñas por los guerreros vencedores nos muestra cómo en la civilización occidental la unidad mujer-tierra ha sido objeto de conquista a través de los más horrorosos métodos que escasamente cuentan los registros patriarcales de la historia. En este contexto, no ha sido sorpresa el asesinato de mujeres que luchan contra los intereses de las grandes empresas transnacionales que buscan extraer de la tierra hasta el último suspiro de vitalidad. Berta Cáceres en Honduras, la persecución a autoridades ancestrales como la machi Francisca Linconao y el asesinato de Macarena Valdés en Wallmapu, nos recuerdan la urgencia de la lucha por la recuperación del territorio: nuestro Cuerpo y nuestra Mapu. El hombre conquistador tiene libre acceso al cuerpo de la mujer en el espacio público, en el espacio privado, sin guerra mediante, y con el resguardo de instituciones patriarcales como la Iglesia, la Familia y recientemente el Estado. El problema del acceso al territorio corporal de las mujeres, por lo tanto, es una lucha por soberanía sobre nuestros propios cuerpos.
La autodefensa de nuestra corporalidad está directamente relacionada con la posibilidad de construir una subjetividad empancipadora del ser mujer. En ese proceso un paso importante es la negación de la concepción capitalista del cuerpo; el cuerpo como máquina de reproducción. En los márgenes del capitalismo, el cuerpo de la mujer es considerado un medio de producción a través del cual se reproduce la clase trabajadora. El capitalismo, para asegurar su subsistencia, se aprovecha de la estructura patriarcal para resolver su contradicción intrínseca más debilitante: la necesidad de aumentar las fuerzas productivas, es decir, aumentar la natalidad de la clase trabajadora versus la destrucción de ésta a través del trabajo forzado y la explotación. Es así como a lo largo de la ignorada historia de las mujeres, el control sobre sus cuerpos ha tomado las más variadas formas para asegurar la reproducción humana. Penalizó con la muerte los métodos anticonceptivos, persiguió a las brujas – mujeres con conocimientos – a través de la Inquisición, ha construido todo un aparataje moral que ronda y delimita la sexualidad, como también las leyes patriarcales que hoy en Chile prohíben el aborto en toda situación. El desconocimiento, el miedo, incluso el pudor sobre nuestros propios cuerpos son herramientas de dominación fundamentales para cumplir estos propósitos. Podemos afirmar que el control de la reproducción, por ende la sexualidad, constituye un aspecto central de la lucha contra el patriarcado, incluso en su especificidad capitalista. A través del conocimiento-control del cuerpo y sus ciclos podemos recuperar soberanía y a la vez desafiar otro aspecto subjetivo clave del capitalismo: la linealidad del tiempo en función del desarrollo de las fuerzas productivas. En nuestro cuerpo está la posibilidad de reconocer los ciclos de la naturaleza, de los cultivos, de la luna, para nuestros fines.
Sabemos que el patriarcado es muchísimo anterior que las relaciones capitalistas de producción. Intuimos, entonces, que la autodefensa feminista es más que luchar contra las estructuras de explotación del cuerpo de las mujeres en función del capital. Nuestros anteojos violetas deben permitirnos observar mucho más que los últimos 400 años de historia y enfrentar todo lo que nos impide habitarnos. ¿Qué mecanismos de reproducción han surgido en 5000 años de existencia del patriarcado? Esclavitud y vasallaje, colonización y neoliberalismo, han sido fuente de alimentación para la dominación patriarcal, potenciadores interseccionales de discriminación y violencia contra las mujeres. Desde muy temprano nos hacen creer que somos incapaces de defender nuestros cuerpos, hemos sido debilitadas física y mentalmente: por una parte nuestros brazos desactivados para la lucha nos hacen vulnerables al ataque del agresor, pues las artes de la guerra han sido reducidas a fines exclusivamente masculinos; y por otra, la asociación entre feminidad y debilidad se constituye como un aprendizaje transgeneracional que amenaza nuestros propósitos revolucionarios constantemente. El boicot está alojado en las estructuras más profundas de nuestra psique y en nuestra autopercepción. Negar los objetivos del hombre implica separarnos radicalmente de sus medios y fines, para construir los propios que nos encaminen hacia la defensa irrestricta del territorio antes descrito. Es por esto que desde el feminismo se ha planteado el separatismo como estrategia fundamental. Necesitamos separarnos para desarrollar nuestra capacidad creativa y reconstruir nuestra subjetividad.
Ahora bien, es importante definir a quiénes comprendemos por mujeres, es decir a quiénes estamos pensando como “sujetas transformadoras”. La unidad del histórico movimiento de mujeres con la disidencia sexual nos presenta un gran desafío a la hora de considerar el separatismo como una estrategia feminista central y nos introduce en el problema de las corporalidades ¿qué es lo que define a las sujetas revolucionarias? La biología no parece ser la respuesta a nuestras interrogantes: la diferenciación por medio de la genitalidad no nos entrega luces para desenmarañar el problema de la sujeta. El cuerpo puede tomar muchas formas y cada una de ellas, incluso en cada una de nuestras biografías, ha sufrido agresiones específicas, no por ello desconectadas entre sí. Todo lo asociado a la feminidad, es decir, lo no masculino, es objeto del amplio repertorio de violencia patriarcal, desde la burla hasta el feminicidio. Es cosa de observar cómo en los cuerpos trans femeninos, el tránsito desde la hegemonía masculina hacia la sujeta marginada acentúa la tensión. La interrogante se transforma en violencia cruda: ¿cómo puedes desear ser mujer?
Lo que hoy identificamos como propio de las mujeres lo construimos desde la resistencia, incluso haciendo de nuestro enclaustramiento en el “espacio privado” un territorio de resistencia, traspasándonos conocimientos alojados en nuestro linaje femenino: cantos, danzas, ritos, y cuidados. En esta civilización occidental patriarcal que se estructura de forma binaria, son los hombres quienes constituyen el poder hegemónico y todo lo que queda fuera de esa identidad es oprimido, negado y se experimenta como inferior. El hombre blanco occidental heterosexual y, por otro lado, las sombras. Tal vez lo único que podemos afirmar en la civilización heteropatriarcal y que nos permite aproximarnos al problema de las corporalidades-identidades, es que somos las no-hombres. Desde aquí me atrevo a reforzar la idea de que el hombre nuevo no existe, pues esta categoría re-sitúa al sujeto opresor – con los valores que lo constituyen – nuevamente como conquistador, en este caso de la libertad. Y no: no es posible resolver esta contradicción a posteriori como tantas veces se nos afirmó desde la utopía socialista. Negar los objetivos del hombre incluye también negar los objetivos del hombre nuevo, y entendernos como sujetas revolucionarias – nosotras las no-hombres – nos permite poner el foco en los orígenes de la dominación, y por ende en la transformación revolucionaria feminista.
Todo lo que está en el territorio de las no-hombres, todo lo que podemos ser las no-hombres y las posibilidades que le podemos ofrecer al futuro de esta humanidad – que bajo el régimen del pater ha derivado en crecimiento y destrucción de las fuerzas productivas – es el desarrollo de las fuerzas creativas y la reconciliación de la humanidad con el planeta tierra.
¡Salud y libertad!
* Este texto corresponde al prólogo del libro “Escupamos sobre Hegel”, de Carla Lonzi, editado recientemente por la Editorial Pensamiento y Batalla, en Santiago de Chile.
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