La insurrección obrera del 19 y 20 de julio de 1936 en Barcelona
La insurrección del 19 y 29 de julio de 1936, en Barcelona, o cómo los comités de defensa de la CNT derrotaron al ejército.
por AGUSTÍN GUILLAMÓN
El diecisiete de julio por la tarde el ejército se había sublevado en Melilla. El presidente del Gobierno, Casares Quiroga, a la pregunta de unos periodistas sobre qué pensaba hacer ante el levantamiento respondió con un chiste: “¿Se han levantado? Bueno. Yo me voy a dormir”. El 18 de julio de 1936 la rebelión militar se había extendido a todo Marruecos, Canarias y Sevilla.
La guarnición militar de Barcelona contaba con unos seis mil hombres, frente a los casi dos mil de la guardia de asalto y los doscientos mossos d´esquadra. La guardia civil, que nadie sabía con certeza por el lado que se decantaría, contaba con unos tres mil. La CNT-FAI disponía de unos veinte mil militantes, organizados en comités de defensa de barriada, dispuestos a empuñar las armas. Se comprometía, en la comisión de enlace de la CNT con la Generalidad y los militares leales, a parar a los golpistas con sólo mil militantes armados. Pero las negociaciones de la CNT con Escofet, comisario de orden público, y con España, consejero de Gobernación, fueron infructuosas. La noche del 17 de julio el cenetista Juan Yagüe, secretario del sindicato del transporte marítimo, organizó el asalto a los pañoles de los buques atracados en el puerto, consiguiendo unos 150 fusiles; a los que el 18 se sumó lo conseguido de armerías, serenos y vigilantes de la ciudad. Este pequeño arsenal, guardado en el sindicato del transporte, en las Ramblas, provocó un enfrentamiento con la comisaría de orden público, que lo reclamaba. Se corría el peligro de un enfrentamiento armado con la guardia de asalto, y los propios militantes cenetistas llegaron a amenazar a los, en su opinión, demasiado conciliadores Durruti y García Oliver. El incidente se zanjó con la entrega a Guarner, mano derecha de Escofet, de algunos viejos fusiles inservibles, que evitaron una ruptura entre republicanos y anarquistas en vísperas del golpe militar.
Desde las tres de la madrugada del 19 de julio una creciente multitud reclamaba armas en la Consejería de Gobernación, en Plaza Palacio. No había armas para el pueblo, porque el gobierno de la Generalidad temía más una revolución obrera que el alzamiento militar contra la República. Juan García Oliver, desde el balcón de Gobernación, requirió a los militantes cenetistas a que se pusieran en contacto con los comités de defensa de sus respectivas barriadas, o marcharan a los cuarteles de San Andrés en espera de la oportunidad de apoderarse del armamento allí depositado. Algo más tarde, ante el anuncio del inicio de la sublevación en Barcelona, allí mismo se empezó a confraternizar con los guardias de asalto cuando éstos, dotados con arma larga y corta, entregaron su pistola al voluntario civil que la reclamaba. Al mismo tiempo el teniente de aviación Servando Meana[1], simpatizante de la CNT, que hacía de enlace de información entre la Aviación del Prat y José María España, entregó las armas depositadas en el Palacio de Gobernación a los anarcosindicalistas[2] por su cuenta y riesgo, sin conocimiento de sus superiores. Los cenetistas del sindicato de química iniciaron la fabricación de bombas de mano.
A las cuatro y cuarto de la madrugada del 19 de Julio de 1936 las tropas del cuartel del Bruc, en Pedralbes, habían salido a la calle, dirigiéndose por la Avenida 14 de abril (hoy, Diagonal) hacia el centro de la ciudad. Los obreros, apostados en las inmediaciones de los cuarteles, tenían órdenes de dar el aviso y de no hostigar a los soldados hasta que no estuviesen ya muy alejados de los mismos. La táctica del Comité de Defensa Confederal había acordado que sería más fácil batir a la tropa en la calle que si permanecía atrincherada en los cuarteles.
El campo de fútbol del Júpiter de la calle Lope de Vega fue utilizado como punto de encuentro desde el que iniciar la insurrección obrera contra el alzamiento militar, por la cercanía del domicilio de la mayoría de anarquistas del grupo "Nosotros" y la enorme militancia cenetista existente en el barrio. El Comité de Defensa de Pueblo Nuevo había requisado dos camiones de una cercana fábrica textil, que fueron aparcados junto al campo del Júpiter, que los anarquistas probablemente utilizaban también como arsenal clandestino. Gregorio Jover vivía en el número 276 de la calle de Pujades. Ese piso, durante toda la noche del 18 al 19 de julio, se había convertido en el lugar de encuentro de los miembros del grupo Nosotros, en espera del aviso de la salida a la calle de los facciosos. Acompañaban a Jover, Juan García Oliver, que vivía muy cerca, en el número 72 de la calle Espronceda, casi esquina a Llull; Buenaventura Durruti, que vivía a un kilómetro escaso, en la barriada del Clot; Antonio Ortiz, nacido en el barrio de La Plata de Pueblo Nuevo, en el chaflán de las calles Independencia/Wad Ras (ahora Badajoz/Doctor Trueta); Francisco Ascaso, que vivía también muy cerca en la calle San Juan de Malta; Ricardo Sanz, también vecino de Pueblo Nuevo; Aurelio Fernández y José Pérez Ibáñez "el Valencia". Desde el piso de Jover alcanzaba a verse la valla de madera del campo del Júpiter, junto a la que estaban aparcados los dos camiones. A las cinco de la mañana llegó un enlace comunicando que las tropas habían empezado a salir de los cuarteles. Las calles Lope de Vega, Espronceda, LLull y Pujades, que rodeaban el campo del Júpiter, estaban repletas de militantes cenetistas armados. Una veintena de los más curtidos, probados en mil luchas callejeras, subieron a los camiones. Antonio Ortiz y Ricardo Sanz montaron una ametralladora en la parte trasera de la plataforma del camión que abría la marcha. Las sirenas de las fábricas textiles de Pueblo Nuevo comenzaron a ulular, llamando a la huelga general y la insurrección revolucionaria, extendiéndose a otros barrios y a los barcos surtos en el puerto. Era la señal acordada para el inicio de la lucha. Y esta vez la alarma de las sirenas cobraba su significado literal de tomar las armas para defenderse del enemigo: "al arma". Los dos camiones, bandera rojinegra desplegada, seguidos de un cortejo de hombres armados, cantando "Hijos del Pueblo" y "A las barricadas", animados por los vecinos asomados a los balcones, enfilaron la calle Pujades hasta la Rambla de Pueblo Nuevo, para subir hasta Pedro IV, de allí al sindicato de la construcción en la calle Mercaders, y luego a los sindicatos metalúrgico y del transporte en Las Ramblas. Jamás las estrofas de esas canciones habían tenido tanto sentido: "aunque nos espere el dolor y la muerte contra el enemigo nos llama el deber, el bien más preciado es la libertad, hay que defenderla con fe y valor"; "en la batalla la hiena fascista con nuestros cuerpos sucumbirá, y el pueblo entero con los anarquistas hará que triunfe la libertad".
El grupo Nosotros, constituido en Comité de Defensa Revolucionario, dirigió en Barcelona la insurrección obrera contra el alzamiento militar desde uno de esos camiones aparcados en la Plaza del Teatro. El dominio de las Ramblas impedía el enlace de los sublevados entre plaza de Cataluña y Atarazanas-Capitanía, al tiempo que permitía acudir rápidamente, a través de calles secundarias y estrechas del barrio Chino y de la Ribera, en auxilio de los combatientes en la Brecha de San Pablo o en la avenida Icaria. Era necesario impedir que las tropas que habían salido de sus cuarteles en la periferia pudieran llegar al centro de la ciudad y enlazar con Capitanía-Atarazanas, o tomaran los centros neurálgicos de teléfonos, telégrafos, correo o emisoras de radio.
La estrecha relación personal existente entre los componentes del grupo Nosotros y varios oficiales republicanos, especialmente de Atarazanas y de la Aviación de El Prat, fue decisiva por su efectividad el 19 de julio[3], con la entrega del importante arsenal existente en el cuartel de Atarazanas y las armas almacenadas en Gobernación, amén de los continuos bombardeos de la aviación sobre los cuarteles dominados por los facciosos. La colaboración de la CNT con la Aviación ya se había materializado días antes del alzamiento faccioso, mediante valiosos vuelos de estudio y reconocimiento sobre Barcelona, realizados por varios miembros del grupo Nosotros en aviones pilotados por los oficiales Ponce de León y Meana, con el conocimiento de Díaz Sandino, jefe de Aviación del Prat[4].
La preciosa colaboración de los sargentos de artillería Valeriano Gordo y Martín Terrer del cuartel de Atarazanas[5], que abrieron la puerta que daba a la calle de Santa Madrona, permitió la entrada de los grupos anarquistas armados y la detención de casi toda la oficialidad que salió detenida por esa misma puerta de Santa Madrona. Pero las ráfagas de ametralladora disparadas desde el cercano edificio de las Dependencias Militares permitieron que el teniente Colubí pudiera escaparse, y tomar el mando de la resistencia. Las puertas atrancadas de los amplios patios, que comunicaban las antiguas Atarazanas medievales con el edificio de la Maestranza (hoy desaparecido), que daba directamente a las Ramblas, donde estaban las oficinas de la Brigada de Artillería y los pabellones de algunos oficiales, facilitaron que los soldados allí fortificados pudieran resistir el ataque. Los facciosos recuperaron el control del cuartel, pero los cenetistas se habían apoderado de cuatro ametralladoras, unos doscientos fusiles y varias cajas de munición. El fuego cruzado entre los edificios de Dependencias y la parte del cuartel de Atarazanas que daba a la Rambla de Santa Mónica, al que se añadieron las ametralladoras instaladas en la base del monumento a Colón, les hizo inexpugnables. Dado que los militantes de los sindicatos metalúrgico y de transporte habían salido hacia la Barceloneta, las fuerzas anarcosindicalistas que quedaban en la Plaza del Teatro decidieron aplazar el asalto para trasladarse a la Brecha de San Pablo, con el armamento tomado en Atarazanas, dejando cercado el sector bajo de las Ramblas, con los edificios de Dependencias y la Maestranza de Atarazanas sitiados por un grupo al mando de Durruti, con una pieza de artillería manejada por el sargento Gordo.
Hacia las cuatro y cuarto de la madrugada empezaron a salir tres escuadrones, a pie, del regimiento de Caballería de Montesa, en el cuartel de la calle Tarragona. El primer escuadrón, tras un inicial tiroteo de unos veinte minutos con los guardias de asalto, ocupó la plaza de España, con una sección de ametralladoras, confraternizando a continuación con esos guardias de asalto del cuartel sito en el chaflán Gran Vía-Paralelo, frente al Hotel Olímpico (hoy Catalonia Plaza Hotel). Los guardias de asalto y el escuadrón de caballería acordaron un curioso pacto de no agresión, y en el transcurso de la mañana salieron del cuartel de los de asalto refuerzos hacia el Cinco de Oros y la Barceloneta, que no fueron molestados, al tiempo que éstos permitían el dominio de la plaza de España por los sublevados, y posteriormente el paso de una compañía de zapadores desde el cuartel de ingenieros de Lepanto, que por el Paralelo llegó hasta Atarazanas y las Dependencias Militares.
En la calle de Cruz Cubierta, a la altura de la alcaldía de Hostafrancs, el comité de defensa había levantado una barricada que cerraba la calle. Las tropas sublevadas disponían de dos piezas de artillería, emplazadas junto a la fuente del centro de la plaza de España, que habían llegado en camionetas desde el cuartel de los Docks. Los militares dispararon un obús contra la barricada de Hostafrancs, con una trayectoria demasiado elevada, que impactó en un pequeño parapeto levantado en la bocacalle de Riego, produciendo ocho muertos y once heridos. Era un escenario dantesco, con brazos, piernas y trozos de carne humana colgando de árboles, farolas y cables del tranvía. La cabeza de una mujer decapitada fue lanzada a setenta metros del lugar. Los facciosos controlaron la plaza de España hasta las tres de la tarde.
El segundo escuadrón, con una sección de ametralladoras, al que se sumó un grupo de derechistas, fueron hostilizados en la calle Valencia, pero consiguieron su objetivo, que era el de dominar la plaza de la Universidad y ocupar el edificio universitario, en cuyas torres emplazaron ametralladoras. Pedían la documentación de los transeúntes, deteniendo a los afiliados a la CNT o partidos de izquierda, Ángel Pestaña entre otros. En la Ronda Universidad tuvieron un tiroteo con un grupo armado del POUM. Durante el transcurso de la mañana los sublevados fueron obligados a replegarse al edificio universitario, acosados por un grupo de guardias de asalto a los que habían tiroteado, y gente del POUM que habían ocupado el Seminario, desde el que disparaban sobre los jardines universitarios. Completamente rodeados, y tras una deserción masiva, los facciosos se rindieron a las dos y media de la tarde a un destacamento de la guardia civil, saliendo a la calle parapetados tras los prisioneros civiles que habían retenido.
Del cuartel de ingenieros Lepanto, sito en la Gran Vía, en las afueras de Barcelona, en Hospitalet de Llobregat (en la actual plaza Cerdá, en el solar donde se levanta la “ciudad judicial”), había salido a las cuatro y media una compañía de zapadores que marchó hasta la plaza de España, donde confraternizó con el escuadrón de caballería, que dominaba el lugar con ametralladoras y media batería, y con los guardias de asalto allí instalados, que incluso habían fijado en la puerta de su cuartel el bando de declaración del estado de guerra. Dada la calma del lugar, se les ordenó marchar a Dependencias Militares (el actual Gobierno Militar, frente al monumento a Colón). Descendieron por el Paralelo, y la calle de Vilá y Vilá, hasta el muelle de Barcelona, donde se enfrentaron a una compañía de guardias de asalto procedentes de la Barceloneta, que fue derrotada[6] al quedar entre dos fuegos, entre Atarazanas y ellos. Tras dejar un pequeño grupo en Atarazanas la mayoría se instaló en Dependencias Militares para defender el edificio. Los facciosos habían obtenido su primera victoria y Escofet había perdido el control del Paralelo. Los facciosos habían consolidado su dominio de los astilleros medievales, la Aduana y la fábrica de electricidad de las tres chimeneas, y controlaban pues el paseo de Colón y la parte baja del Paralelo. Para romper este control y aislar a los facciosos de Plaza de España de los de Atarazanas, los obreros del Sindicato de la Madera y el Comité de Defensa de Pueblo Seco levantaron rápidamente una gran barricada en la Brecha de San Pablo, entre El Molino y el bar Chicago.
El tercer escuadrón, que había salido del cuartel de caballería de la calle Tarragona, tenía por misión consolidar el dominio del Paralelo por los facciosos, con el objetivo de enlazar su cuartel con Capitanía. Pero ahora, al llegar a la altura de la Brecha de San Pablo, no pudieron superar una monumental barricada de adoquines y sacos terreros, que dibujaba un doble rectángulo en mitad de la avenida, porque un intenso tiroteo les cerraba el paso. Los militares sólo consiguieron ocupar el sindicato de la Madera de la CNT en la calle del Rosal y la barricada, abandonada por los militantes cenetistas, cuando siguiendo el Plan Mola[7], avanzaron escudándose tras mujeres y niños del barrio. Luego los soldados instalaron tres ametralladoras, una frente al bar La Tranquilidad (Paralelo 69, junto al teatro Victoria), otra en la azotea del edificio colindante con El Molino, y la tercera en la barricada de la Brecha de San Pablo, que fueron empleadas a fondo. Eran las ocho de la mañana. El tercer escuadrón había necesitado dos horas para tomar la barricada, defendida por el comité de defensa de Pueblo Seco y militantes del sindicato de la madera. Pero los obreros seguían hostilizando a la tropa desde el otro lado de la Brecha, desde las terrazas de los edificios cercanos y desde todas las bocacalles. A las once de la mañana el tercer escuadrón había conseguido dominar todo el espacio de la Brecha, tras cinco horas de combate. Sin embargo, el intento realizado por las tropas situadas en plaza de España de reforzar a sus compañeros de la Brecha había sido detenido a la altura del cine Avenida (en Paralelo 182), por el tiroteo y acoso a que fueron sometidos desde las tapias del recinto ferial que daban al Paralelo, y desde Tamarit. Los cenetistas decidieron contraatacar en la Brecha, indirectamente desde Conde del Asalto (hoy Nou de la Rambla) y otros puntos, infructuosamente. Los vecinos de pueblo Seco levantaron barricadas para defender el barrio, en las calles Mata, Cabanes, Blai, Concordia y otras. Una decena de guardias de asalto, que habían sido requeridos en la Brecha por el oficial de Asalto que combatía con los militares sublevados, decidieron sumarse a las fuerzas populares. Poco después, los refuerzos cenetistas procedentes de plaza del Teatro, tras asaltar el Hotel Falcón, desde donde habían sido tiroteados, se desplazaron desde las Ramblas por la calle de San Pablo, y después de pactar con el cuartel de carabineros su neutralidad y vaciar la prisión de mujeres de Santa Amalia, llegaron por la calle de las Flores hasta la Ronda de San Pablo, batida por el fuego de la tropa facciosa. Ortiz con un pequeño grupo, que llevaba las ametralladoras tomadas en Atarazanas, logró cruzar al otro lado de la Ronda, construyendo rápidamente una pequeña barricada que les ponía al abrigo de los disparos de las tres ametralladoras enemigas instaladas en la Brecha. Los anarquistas subieron al terrado, y emplazaron sus ametralladoras en la azotea del bar Chicago (el mismo edificio es hoy oficina de la Caixa de Catalunya), que protegieron con sus ráfagas el asalto en tromba y directamente sobre la Brecha, coordinada simultáneamente desde la calle de las Flores, desde ambos extremos de la calle Aldana, desde la calle de las Tapias y desde el café Pay-Pay de la calle San Pablo, situado frente a la iglesia románica de Sant Pau del Camp, en el que habían entrado por la puerta trasera[8], y una maniobra envolvente desde la calle Huertas. El capitán que mandaba la tropa junto a la ametralladora, situada en mitad de la Brecha, fue abatido por los disparos de Francisco Ascaso, el más adelantado y mejor situado de los atacantes, que avanzaban corriendo a la descubierta. Un teniente intentó relevar en el mando al capitán caído, para seguir resistiendo, pero fue abatido por un cabo de la propia tropa. Era el principio del fin del combate. Entre las once y las doce del mediodía el tercer escuadrón había sido derrotado, y la Brecha de San Pablo recuperada por los obreros. Mientras Francisco Ascaso saltaba de alegría blandiendo el fusil por encima de su cabeza, García Oliver no dejaba de gritar “¡sí que se puede con el ejército!” En este punto crucial de la ciudad los anarcosindicalistas, entre los que se encontraban Francisco Ascaso, Juan García Oliver, Antonio Ortiz, Gregorio Jover y Ricardo Sanz[9], habían derrotado al ejército después de más de seis horas de lucha. Un reducido número de soldados siguieron resistiendo, refugiados en el interior de El Molino, donde tras agotar la cartuchería se rindieron definitivamente hacia las dos de la tarde.
El regimiento de infantería de Badajoz (del cuartel de Pedralbes) había sido requerido en Capitanía por el general Llano de la Encomienda, y allí se dirigió, aunque con el propósito de ponerse a las órdenes del general Goded, que desde Palma de Mallorca volaba ya a Barcelona para liderar la sublevación militar. Al llegar a la Gran Vía, la compañía del capitán López Belda siguió descendiendo por la calle Urgell hasta el Paralelo, donde fueron tiroteados, y desde allí llegaron a Atarazanas, monumento a Colón y Capitanía, donde reforzaron la tropa existente. López Belda y los zapadores fueron las únicas tropas facciosas que alcanzaron con éxito el objetivo propuesto, que en su caso era reforzar Atarazanas y Capitanía.
El resto de la columna, mandada por el comandante López Amor, se dirigió por la Gran Vía hacia la plaza de Cataluña, manteniendo un tiroteo con el escuadrón del regimiento de Montesa, que ya había ocupado la plaza Universidad. Deshecho el error, una compañía bajó por la Ronda de San Antonio, en dirección a Capitanía, pero llegados a la altura del Mercado de San Antonio, fue hostilizada por los comités de defensa, que no podían permitir que reforzaran a las tropas que luchaban en la Brecha, teniendo que refugiarse en Los Escolapios, donde se rindieron una hora después, tras una dura resistencia.
Tras dejar un retén en la Universidad, el resto de la tropa, a las órdenes de López Amor entró desde Pelayo y Ronda Universidad en la plaza de Cataluña, dando vivas a la república, rodeados por una multitud curiosa y expectante que desconocía si eran tropas adictas o sublevadas. Tras un tiroteo entre la tropa facciosa y los guardias de asalto aparecieron pañuelos blancos, cesó el fuego, y guardias y soldados se abrazaron y confraternizaron. La multitud de civiles armados llegó a desarticular la formación de la tropa mezclándose con los soldados. El equívoco, la táctica taimada de unos y otros, la indecisión de los guardias, el recelo de los obreros y la excesiva proximidad física crearon un desorden increíble y peligroso.
La plaza estaba ocupada por retenes de los Guardias de Asalto y por numerosos militantes obreros armados en la parte de las Ramblas, Telefónica y Puerta del Ángel. El comandante López Amor dio la orden de pedir la documentación a los civiles, en su mayoría cenetistas, pero ante la imposibilidad de detenerlos a todos decidió expulsarlos del lugar, y situar ametralladoras en cuatro puntos opuestos de la plaza: en la azotea de la Maison Dorée (en la esquina con Rivadeneira, en parte del solar ahora ocupado por Sfera), en el terrado del Cine Cataluña (aproximadamente donde ahora está Habitat), en el Hotel Colón (ahora edificio vendido de Banesto, lúdica y gozosamente ocupado[10] por grupos antisistema del 25 al 29-9-2010) y en el Casino Militar (hoy engullido por El Corte Inglés), y las dos pequeñas piezas del 7,5 en el centro de la plaza Cataluña. López Amor se dirigió a la Telefónica, con la intención de ocuparla y controlar las comunicaciones. La inicial colaboración de los de Asalto, propiciada por la traición del oficial al mando, teniente Llop, se transformó, pasado un período de desconcierto de unos diez minutos, en manifiesta oposición.
López Amor ordenó que las dos piezas situadas en mitad de la plaza dispararan sobre la Telefónica. Fueron tres cañonazos que estuvieron a punto de cortar las comunicaciones. Se generalizó el tiroteo, dentro y fuera del edificio. En estos momentos de confusión un grupo de guardias de asalto capturó a López Amor frente al Casino Militar. Las compañías de los guardias de asalto, junto a los obreros en armas, se hicieron fuertes en Fontanella, pisos superiores de la Telefónica, Puerta del Ángel y Las Ramblas.
Las calles de Pelayo, Vergara y Ronda Universidad ya habían sido tomadas por militantes obreros, consiguiendo aislar a los militares, que finalmente no tuvieron más remedio que refugiarse en el Hotel Colón, la Maison Dorée, el Casino Militar y los bajos y primer piso de la Telefónica, desde donde resistían el ataque popular y de los guardias de asalto. El centro de la plaza era tierra de nadie. Se había evitado que esas tropas pudieran bajar por las Ramblas hasta Atarazanas y Capitanía, o por Fontanella y Portal del Ángel hasta la Comisaría de Vía Layetana o el Palacio de la Generalidad. También se había impedido que Telefónica y las cercanas emisoras de radio cayeran en poder de los facciosos.
Los obreros de Telefónica cortaron las comunicaciones de Capitanía con los cuarteles sublevados. Las fuerzas populares tomaron muy pronto el Casino Militar y la Maison Dorée, gracias a la intervención combinada de guardias de asalto y obreros, que habían afianzado sus posiciones utilizando los túneles del metro. La resistencia de los sublevados, que ya sólo controlaban el cañoneado Hotel Colón y los bajos de la Telefónica, finalizó a las cuatro de la tarde, cuando se rindieron al ataque, tardío pero decisivo, de la guardia civil, secundado por los de asalto y el entusiasmo popular, que recelaba de los tricornios. Una ingente multitud llenaba esquinas, bocas de metro y calles próximas. Aparecieron banderas blancas en el Hotel Colón y entonces la furia popular lo desbordó todo. Tronó de nuevo el cañón que Lecha había arrastrado desde Claris. Durruti y Obregón (que murió en el ataque) en un masivo asalto desde las Ramblas de los militantes anarcosindicalistas, a pecho descubierto, recuperaron los bajos de la Telefónica. Al mismo tiempo guardias civiles y obreros, Josep Rovira del POUM en primer lugar, entraban en el Hotel Colón y hacían prisioneros a los oficiales. La plaza estaba sembrada de cadáveres. También aquí el ejército había sido vencido.
Desde el cuartel de Gerona, o de caballería de Santiago, en el cruce Lepanto/Travesera de Gracia, cerca del Hospital de San Pablo, salieron hacia las cinco de la mañana tres escuadrones de unos cincuenta hombres cada uno, a pie, con ametralladoras cargadas en autos. Su objetivo era dominar el Cinco de Oros (hoy plaza Juan Carlos I), en el cruce del Paseo de Gracia con Diagonal, para luego bajar a plaza Urquinaona y Arco del Triunfo. Fueron ligeramente hostilizados durante todo su recorrido por las calles Lepanto, Industria, Paseo de San Juan (entonces García Hernández) y Córcega. Pero en el Cinco de Oros les esperaban varias compañías de asalto, con un escuadrón de caballería y una sección de ametralladoras, acompañados por una multitud de militantes obreros, apostada en azoteas, balcones, árboles y portales, armados con automáticas y bombas de mano. De manera inesperada para los sublevados, que avanzaban sin la precaución de un pelotón de exploradores, un nutrido fuego barrió la vanguardia produciendo gran número de bajas entre la tropa y oficiales. El coronel Lacasa, que dirigía el regimiento de Santiago, se refugió con los oficiales supervivientes y algunos soldados en el Convento de los Carmelitas, sito en Diagonal esquina a Lauria, donde con la activa ayuda de los frailes se hicieron inexpugnables gracias a las ametralladoras instaladas en los bajos y en la azotea[11]. El destacamento de la guardia civil, enviado para combatirles, se les unió en la resistencia. El coronel situó alrededor del convento puestos avanzados en los cruces de las calles Córcega-Santa Tecla, Claris-Diagonal y Menéndez Pelayo (ahora Torrent de l´Olla)-Lauria, que dadas las numerosas bajas se vio obligado a retirar a última hora de la tarde. Ya de noche, los facciosos sitiados en el convento, pactaron rendirse a la guardia civil al amanecer del día siguiente.
A muy poca distancia, en la confluencia de Balmes con Diagonal, media hora después del inicio del enfrentamiento en el Cinco de Oros, cuatro camiones procedentes del Parque de Artillería de San Andrés, que transportaban unos cincuenta artilleros con destino plaza de Cataluña, fueron emboscados, detenidos y aniquilados por las descargas de fusilería de obreros y guardias de asalto. Armas y cañones fueron tomados por los comités de defensa.
El regimiento de artillería de montaña, en el cuartel de los Docks de la Avenida Icaria, fue el foco principal de conspiración del levantamiento militar. Del cuartel habían conseguido salir dos camionetas, con sendas piezas de artillería, que llegaron con éxito a su destino en plaza de España. Una pieza, colocada en el centro del patio, anunció con su estampido que la artillería había salido a la calle. A las seis se organizó una columna, al mando del comandante Fernández Unzué, que tenía por objetivo tomar primero el Palacio de Gobernación y acto seguido el palacio de la Generalidad. En octubre de 1934, a este mismo comandante, al mando de una sola batería, le había bastado empezar a disparar contra el Palacio de la Generalidad, para ver inmediatamente la bandera blanca que ponía fin a la rebelión catalanista de Companys. Un avión bombardeó el cuartel antes de la salida, causando algunas bajas y cierta desmoralización. Pese a todo salieron las tres baterías a la calle, sin esperar la llegada de las dos compañías del cercano regimiento de Infantería Alcántara, que debían cubrirles. Que las baterías debían estar protegidas por la infantería era cosa de manual, puesto que las piezas de artillería tenían que avanzar lentamente por el centro de la calle, al descubierto, arrastradas por animales; pero los oficiales estaban convencidos de que el “populacho” correría al oír el trueno del primer cañonazo.
Mientras tanto en la Barceloneta la exaltación de vecinos y portuarios se convirtió en un grito unánime que exigía armas. El comandante Enrique Gómez García, del cuartel de la Barceloneta de los guardias de Asalto, ante la inminencia del enfrentamiento, decidió repartir armas a quien dejara, como garantía de devolución, el carné sindical o político. La primera batería, dirigida por el capitán López Varela, consiguió avanzar sin dificultad hasta sobrepasar el puente de San Carlos (hoy desaparecido), que cruzaba la Avenida Icaria y las vías ferroviarias, cuando inesperadamente le dispararon un grupo de fuerzas de Asalto, y obreros armados por éstos, apostados en las inmediaciones de la plaza de toros de la Barceloneta (hoy desaparecida), en el propio puente, en los vagones y tapias del ferrocarril, en los balcones y azoteas más cercanas. Rápidamente se sumaron a la lucha un enjambre de militantes obreros de Pueblo Nuevo, la Barceloneta, y de los sindicatos del Transporte y Metalúrgico de las Ramblas.
Las tres baterías se encontraron atenazadas entre dos flancos, obstaculizándose unas a otras el avance. López Varela consiguió emplazar las ametralladoras y los cuatro cañones de su batería, y empezó a disparar, sin dejar de avanzar hacia la Barceloneta. Tras dos horas de luchar a la defensiva las dos baterías de retaguardia, inmovilizadas y constantemente acosadas por atacantes bien parapetados, consiguieron regresar al cuartel con numerosas pérdidas, en una retirada caótica, marcada por el terror y la desbandada del ganado que transportaba unas municiones que estallaban al ser alcanzadas por los disparos. Ya a la entrada del cuartel tuvieron catorce bajas, causadas por el ametrallamiento de dos aviones, que poco después bombardearon con menor fortuna el interior del cuartel.
La batería de López Varela, que ya no podía retroceder, no pudo superar la confluencia de la avenida Icaria con el Paseo Nacional, cerrada por una enorme barricada de dos metros de altura, que los portuarios habían levantado con los habituales adoquines y los menos corrientes sacos de algarrobas, además de las maderas y quinientas toneladas de bobinas de papel descargadas en media hora por carretillas eléctricas del buque “Ciudad de Barcelona”, atracado en el vecino “moll de les garrofes”, punto habitual de estiba de algarrobas de los veleros que las transportaban desde poblaciones costeras de Castellón y Tarragona. La batería era hostigada por los disparos de mortero que se le hacían desde la azotea de Gobernación, así como por las nutridas descargas de fusilería y ametralladoras procedentes de la Escuela Náutica y el Depósito Franco. Los militares cañoneaban barricadas y multitud, produciendo en ambas terribles brechas; pero las barricadas se rehacían y la multitud volvía a intensificar su cerrado ataque. La posición de los facciosos se hizo insostenible. A las diez recibieron la orden de retirada, pero ésta se convirtió en un martirio, porque a medida que los soldados intentaban retirarse, las bobinas de papel, convertidas en barricadas móviles, avanzaban empujadas por trabajadores sin armas, mientras otros bien protegidos tras la bobinas lanzaban bombas de mano y disparaban sin tregua. Se produjo el asalto final sobre una treintena de hombres, parapetados tras sus piezas artilleras y los animales muertos, llegándose a la lucha cuerpo a cuerpo. López Varela, herido, fue trasladado a Gobernación, con el resto de oficiales hechos prisioneros, mientras los soldados confraternizaban con el pueblo. Se habían conseguido varios cañones y diverso armamento: aún no eran las diez y media de la mañana.
El cuartel de los Docks estaba sitiado, con una barricada colocada a cien metros de la puerta principal. La infantería del regimiento de Alcántara fue fácilmente repelida en dos ocasiones, aunque algunos soldados consiguieron entrar por sorpresa en el cuartel, sin alterar la desesperada situación de los sitiados, que hacia las ocho de la tarde se rindieron a unos oficiales de la guardia de Asalto, que se hicieron cargo de los prisioneros. Por la noche el cuartel fue tomado por los comités de defensa de la Barceloneta y Pueblo Nuevo, sin hallar resistencia.
Junto al Parque de la Ciudadela había dos cuarteles: el de Intendencia, fiel a la república, hasta el punto de confiarles la separación y vigilancia de los dos tercios de la guardia civil, que al mando del coronel Escobar subieron por Layetana para tomar la plaza de Cataluña, y el cuartel del regimiento de infantería Alcántara, con una oficialidad dividida entre simpatizantes y opuestos al alzamiento, que mantuvo una curiosa neutralidad y una típica “precaución soldadesca” que tuvo por resultado que las tropas salieran muy tarde a la calle, después de las nueve de la mañana, por orden del general Fernández Burriel. Una compañía tenía la misión de socorrer al sitiado cuartel de artillería de los Docks, que fracasó ante la oposición de una multitud en armas que le hizo regresar pronto a su cuartel. La segunda compañía tenía por objetivo la ocupación de los estudios de Radio Barcelona[12], en la calle de Caspe número 12. Acosada la tropa en plaza Urquinaona, intentaron desesperadamente subir por la calle de Lauria hacia Caspe, pero tras una hora de duro combate la compañía estaba prácticamente deshecha, consiguiendo un grupo refugiarse en el Hotel Ritz, donde se rindieron tras ser cañoneados.
El cuartel del regimiento de Artillería ligera nº 7 y el Parque de Artillería eran dos edificios situados en el extremo de la calle San Andrés del Palomar. Los facciosos organizaron la defensa conjunta de los dos edificios, contando con la colaboración de elementos civiles, en su mayoría monárquicos que habían reaccionado desfavorablemente a la arenga que el capitán Reinlen les dirigió con los gritos finales de viva España y viva la república. En el Parque de Artillería se custodiaban unos treinta mil fusiles.
Tras la primera salida de los cuatro camiones, que fueron aniquilados en el cruce de Diagonal/Balmes, se organizó la salida de una segunda agrupación que tenía por misión apoyar a la infantería del regimiento Badajoz (que se había refugiado ya en varios edificios de la plaza de Cataluña, sin poder avanzar más). Esta segunda agrupación estaba formada por una batería (cuatro cañones). Llegó a la calle Bruc, desde la calle Diputación, a las siete de la mañana, tras un largo recorrido de seis kilómetros, sin apenas incidentes desfavorables. En el cruce de Bruc con Diputación fueron sorprendidos por un grupo de asalto y obreros armados.
El tiroteo puso en aviso a las cercanas fuerzas de asalto que protegían la Comisaría de orden Público en Vía Layetana, y a las que acudían desde el Cinco de Oros a plaza de Cataluña, así como a las fuerzas populares que asediaban el Hotel Colón y Telefónica. La batería avanzó por la calle Diputación hasta la calle Claris, pero al intentar bajar por esta calle y atravesar la Gran Vía, se produjo un nutrido fuego de fusil y ametralladoras, que produjo numerosas bajas entre la tropa y el ganado. Emplazados los cañones y las ametralladoras en el cuadro formado por las calles Diputación, Claris, Lauria y Gran Vía, dispararon contra la multitud que no cesaba de reagruparse y contraatacar. Los setenta soldados que formaban la batería se enfrentaban a un atacante mucho más numeroso, bien situado en azoteas, portales y balcones, que sobre todo no cejaba en su empuje, pese a los disparos de la artillería. Los refuerzos que acudieron en ayuda de las fuerzas populares estaban formados por dos compañías de guardias de asalto, ya que una tercera compañía rehusó el combate para regresar cómodamente a su cuartel en la plaza de España, y por centenares de obreros, que no dejaban de sumarse al combate. La situación de la batería sublevada era cada vez más difícil. Pero tras dos horas de combate la mortandad causada por los cañonazos era espantosa. Los cañones estaban defendidos por una línea de ametralladoras, que hacía inaccesible cualquier ataque. Los guardias de asalto desfallecían, considerando que carecían de medios adecuados para enfrentarse a la artillería. La original y arriesgada táctica utilizada por un grupo de militantes cenetistas, para realizar con éxito el ataque final, consistió en subirse a la plataforma trasera de tres camiones, y tras lanzarlos a toda velocidad sobre la línea de ametralladoras, saltar de los vehículos, arrojando bombas de mano. Con la sorpresa destrozaron y rebasaron la línea defensiva de las ametralladoras, que acto seguido fueron utilizadas por los obreros contra los artilleros. A las once de la mañana el combate había cesado. Mientras los oficiales facciosos se rendían a la guardia de asalto, los anarcosindicalistas se apoderaron inmediatamente de las ametralladoras y de un cañón, que arrastraron a peso hasta la plaza de Cataluña.
En el edificio de Capitanía, en el Paseo de Colón, donde estaban los mandos de la División de Cataluña, los generales y altos oficiales parecían representar una ópera bufa. Nadie obedecía ya al general Llano de la Encomienda, mando supremo de la División, y leal a la República, pero nadie se atrevía tampoco a destituirle y tomar el mando. El general sublevado Fernández Burriel permitió que Llano, desde su despacho, siguiera dando órdenes, o recibiendo llamadas telefónicas. Todo eran reproches de guante blanco, chulerías cuarteleras e invocaciones al honor. Cuando el general Goded, después de declarar el estado de guerra en Mallorca y dominar fácilmente la isla, llegó a Barcelona hacia las doce y media en unos hidroaviones, para encabezar la sublevación en Cataluña, no podía entender que Llano de la Encomienda siguiera libre, y el Estado Mayor no hubiera centralizado aún las operaciones de los facciosos. El trayecto de Goded desde Aeronáutica Naval hasta Capitanía estuvo jalonado por el ruido de intensos tiroteos y el lejano trueno de la artillería. Después de una serie de imprecaciones y mutuas amenazas de muerte con el general Llano, Goded se enfrentó a la situación militar existente en aquel momento. Hizo una infructuosa llamada telefónica al general Aranguren, de la guardia civil, para que se pusiera a sus órdenes. Aranguren que estaba en el Palacio de Gobernación, acompañado y discretamente vigilado por España, Pérez Farrás y Guarner, rehusó unirse a los sublevados. Ordenó Goded a la infantería del regimiento de Alcántara que intentara de nuevo auxiliar a las tropas de artillería de los Docks. No podía comprender que éstas hubieran salido sin protección de la infantería. Ante la desmoralización que producía entre los facciosos el constante bombardeo y ametrallamiento de la aviación ordenó, mediante un enlace, que los hidroaviones que le habían traído bombardeasen el aeropuerto de El Prat. Pero cuando el enlace llegó a Aeronáutica con la orden escrita, los hidros ya habían partido hacia su base en Mahón, ante la manifiesta hostilidad de la marinería y del personal de Aeronáutica. Eran las dos y media y la derrota de los sublevados parecía ya segura. Goded intentó entonces traer refuerzos desde Mallorca, Zaragoza, Mataró y Girona. Con Mataró y Girona no pudo hablar telefónicamente, ni enviar a nadie, porque el coche blindado tenía los neumáticos agujereados por proyectiles. Zaragoza y Palma estaban demasiado lejos para que su ayuda fuese efectiva. Tampoco la infantería del regimiento de Alcántara alcanzó sus objetivos, ya que fue fácilmente rechazada en su segundo intento de aproximarse al cuartel de los Docks, y los soldados que consiguieron entrar por sorpresa en el cuartel fueron insuficientes para levantar el asedio.
Una multitud heterogénea, formada por militantes obreros que lucían fusiles, cascos y cartucheras tomadas al enemigo y guardias de asalto con la casaca desabrochada, o en camiseta, arrastraron los cañones tomados en Diputación-Claris, bajando por la vía Layetana con el propósito de asaltar la División. El obrero portuario Manuel Lecha, antiguo artillero[13], emplazó las piezas en la plaza Antonio López para disparar directamente sobre el edificio de Capitanía, mientras las baterías tomadas en la avenida Icaria ensayaban el tiro indirecto desde la Barceloneta. Eran las cinco de la tarde. Goded, al ver los preparativos, telefoneó a España, consejero de Gobernación, para exigirle fanfarronamente su rendición, recibiendo como respuesta un plazo de media hora para rendirse, con la garantía de conservar la vida, ya que expirado el plazo la artillería comenzaría a disparar. A las cinco y media empezaron los disparos de artillería. Cuarenta cañonazos y una fusilería cada vez más cercana no ofrecían dudas sobre la inminencia del asalto. Apareció una bandera blanca y cesó el fuego por ambas partes, pero cuando un oficial leal se aproximó para obtener la rendición, volvieron a tabletear las ametralladoras de Capitanía. Se reinició la lucha y cuando las puertas estaban a punto de ceder volvió a aparecer una bandera blanca, pero ahora los asaltantes no cesaron el fuego, acabaron de derribar las puertas y entraron a la fuerza en Capitanía. Eran las seis de la tarde. El comandante Pérez Farrás[14], con peligro de la propia vida, consiguió proteger al general Goded de un linchamiento seguro, en el que perecieron varios oficiales vestidos de civil, y trasladarlo al Palacio de la Generalidad, donde fue convencido por Companys para que emitiese por los micrófonos de radio, allí instalados, un llamamiento para que cesara el fuego: “La suerte me ha sido adversa y yo he quedado prisionero. Por lo tanto, si queréis evitar el derramamiento de sangre, los soldados que me acompañabais quedáis libres de todo compromiso.” Eran las siete de la tarde. El mensaje fue grabado y emitido por las emisoras de radio cada media hora, con notables efectos propagandísticos en toda España.
El triunfo popular fue tan aplastante que varios edificios cayeron por sí solos, sin violencia alguna, como cae la fruta madura. El director de la Prisión Modelo abrió las puertas a los presos, anticipándose al motín en curso y al previsible asalto de la cárcel. En la calle Mercaders número 26 tenía su sede el sindicato de la construcción, además del Comité Regional de la CNT y la Federación Local de Sindicatos. Justo delante estaba la sede del Fomento del Trabajo, sito ahora en Vía Layetana número 34. En el edificio colindante, en el actual número 32, estaba la Casa Cambó. Ambos edificios fueron ocupados por los cenetistas, sin lucha alguna, ya que habían sido completamente abandonados, con muebles y archivos intactos. El conjunto de ambos edificios fue conocido como la “Casa CNT-FAI", que hasta el final de la guerra fue sede de los comités regionales de la CNT y de la FAI, de Mujeres Libres, de las Juventudes Libertarias, de las redacciones de boletines de información en diversas lenguas, y entre otros muchos comités, del Comité de Defensa de Barcelona.
Las escasas fuerzas que custodiaban el cuartel y parque de artillería de San Andrés, en su mayoría paisanos derechistas y monárquicos, veían cómo iba aumentando la masa que acosaba el cuartel. Hacia mediodía la aviación ametralló y bombardeó el cuartel y la maestranza, con cuidado de no hacer estallar el arsenal, causando algunas bajas, tanto entre los soldados como entre los que lo acechaban. Los aviones repitieron los bombardeos tres o cuatro veces más, provocando varios muertos y heridos, y una enorme desmoralización entre los defensores, a la que se sumaron las noticias sobre el desastre de la rebelión militar en Barcelona. Al anochecer los defensores, tanto civiles como militares, abandonaron poco a poco el cuartel, emprendiendo la fuga. Ya sin resistencia alguna los comités de defensa confederales de San Andrés, Horta, Santa Coloma, San Adrián y Pueblo Nuevo asaltaron el cuartel y la maestranza, antes del amanecer, apoderándose de todo el arsenal allí depositado. Eran unos treinta mil fusiles. El proletariado barcelonés ya había conseguido armarse. Los guardias de asalto, enviados por Escofet para evitarlo, desistieron del enfrentamiento armado con los obreros.
Las barricadas, levantadas frente a los cuarteles para impedir la salida de los rebeldes sitiados, evitaban ahora la entrada de los de asalto. Era ya demasiado tarde para imponer el orden burgués: la situación era netamente revolucionaria. Si esos guardias de asalto hubieran disparado sobre el pueblo se hubieran convertido inmediatamente en unos facciosos suicidas.
En realidad desde las seis de la tarde, con la toma definitiva de la plaza de Cataluña y la rendición de Goded en Capitanía, la sublevación podía darse por derrotada. Sólo quedaba una labor de limpieza que acabara con los últimos reductos. Los distintos cuarteles, sin apenas tropa, totalmente desmoralizados, y pasto de las crecientes deserciones, se rindieron o fueron asaltados en el transcurso de la tarde-noche. Así sucedió, por ejemplo, en el cuartel del Bruc, en Pedralbes, custodiado por un pequeño retén de facciosos. Por la tarde un avión arrojó octavillas, explicando que los soldados estaban licenciados y los oficiales sublevados destituidos, que provocaron la deserción de casi toda la tropa. Los pocos oficiales que quedaban decidieron la entrega del cuartel a la Guardia civil, aunque éste poco después fue asaltado por los obreros cenetistas, sin hallar resistencia. Lo bautizaron “Bakunin”.
El día 20 de julio ya sólo quedaban dos reductos facciosos: el convento de los carmelitas y el núcleo de Atarazanas y Dependencias militares.
Ya desde el amanecer una enorme multitud asediaba el convento de los Carmelitas, desbordando con su impaciencia el cerco de los guardias de asalto. Los asediados ya habían anunciado su entrega la noche anterior, aunque sin dejar de disparar ante cualquier intento de aproximación de los sitiadores. La activa complicidad de los frailes con los sublevados, a quienes habían dado refugio, auxilio médico y comida, se había convertido entre las masas que rodeaban el convento en la certeza de que los religiosos también habían disparado las ametralladoras, que tantas bajas habían causado. Hacia mediodía llegó el coronel Escobar, al mando de una compañía de la guardia civil, que parlamentó con los facciosos su inmediata rendición. Se abrieron las puertas y desde el exterior pudo verse a los oficiales, mezclados fraternalmente con los odiados frailes. Una masa furiosa, que desbordó a guardias de asalto y guardias civiles, invadió el convento matando a golpes, cuchilladas o disparos a bocajarro a religiosos y militares, para ensañarse luego con algunos cadáveres. El cuerpo del coronel Lacasa fue decapitado, el del capitán Domingo fue decapitado, mutilado y despedazado con una sierra y el del comandante Rebolledo capado[15]. Anónimos milicianos disolvieron un desfile popular que festejaba la victoria con la cabeza empalada del coronel. Un taxi transportó al zoo los troceados despojos del capitán Domingo para arrojarlos a las fieras[16].
Al final de las Ramblas, ante el monumento a Colón, a la izquierda, se encontraba el edifico de las Dependencias Militares, y a la derecha, justo enfrente, el cuartel de Atarazanas, dividido en dos zonas, separadas por amplios patios separados por muros y puertas atrancadas: la Maestranza (edificio hoy desaparecido que daba a la Rambla de Santa Mónica), que aún resistía, y los antiguos astilleros medievales, ya tomados. El palacio de Dependencias (actual Gobierno Militar, donde fue juzgado en 1973 Salvador Puig Antich), albergaba todos los servicios auxiliares de la División: juzgados, auditoría, fiscalía, centro de movilización, etcétera.
El fuego cruzado entre los edificios de las Dependencias, monumento a Colón y Atarazanas, los hacía inexpugnables. Desde el balcón de Atarazanas, que se abría sobre la Rambla, se batía un amplio espacio que causaba gran mortandad entre los asaltantes. El asedio había empezado el día 19. Al amanecer del día 20, dominada ya la sublevación en toda la ciudad, todas las fuerzas disponibles se desplegaban en la rambla de Santa Mónica en espera del asalto final. Una pieza del 7,5, al mando del sargento Gordo, no cesaba de disparar sobre el viejo caserón de Atarazanas, al tiempo que el camión que había salido de Pueblo Nuevo, con la ametralladora instalada en la parte trasera de la plataforma, protegido con colchones, hacía marcha atrás aproximándose al cuartel sin dejar de disparar sus ráfagas de ametralladora. La situación se hizo insostenible para los asediados: unos ciento cincuenta hombres, ciento diez en Dependencias y unos cuarenta en Atarazanas. Al asedio se sumaron dos cañones y dos morteros emplazados en el muelle. La aviación bombardeaba y ametrallaba asiduamente. Desde las terrazas próximas se lanzaban bombas de mano. El agotamiento de la dotación de munición de los asediados decidió la rendición de los soldados de las Dependencias Militares, que tras negociar en Gobernación la salida con garantías de los familiares de la oficialidad, que había en el edificio, izaron bandera blanca poco después de mediodía, permitiendo la entrada de los guardias de asalto. Los anarquistas que asediaban el último reducto de los rebeldes, en Atarazanas, rechazaron la intervención de la guardia civil y de los militantes del POUM en el asalto final. El Comité de Defensa de la CNT, el antiguo grupo Nosotros en pleno, estaba frente a Atarazanas, decidido a tomarlo. Los asaltantes anarquistas se aproximaron al cuartel, unos cubriéndose de árbol en árbol, otros “tras las bobinas de papel de periódico rodando”[17]. En un imprudente avance Francisco Ascaso fue muerto de un tiro en la cabeza. Poco después se rindieron los combatientes en Atarazanas, que izaron bandera blanca, a cuya vista los libertarios saltaron los muros y entraron en tromba disparando sobre los oficiales y confraternizando con la tropa. Faltaba poco para la una de la tarde.
En 32 horas los comités de defensa de la CNT, secundados masivamente por el pueblo trabajador de Barcelona, habían derrotado al ejército, los fascistas y la Iglesia.
Agustín Guillamón
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`por Agustín Guillamón
[1] Datos extraídos de la “Declaración manuscrita de Servando Meana Miranda, capitán del arma de Aviación”.
[2] Abad de Santillán llevó un centenar de pistolas al Sindicato de la Construcción. Véase: ABAD DE SANTILLÁN, Diego: Por qué perdimos la guerra. Plaza Janés, Esplugues del Llobregat, 1977, p. 76.
[3] GARCÍA OLIVER, Juan: “Ce que fut le 19 de juillet”. Le Libertaire (18-8-1938).
[4] SANZ, Ricardo: “Francisco Ascaso Morio”. Texto mecanografiado.
[5] El sargento Manzana, pese a que es citado erróneamente en muchos libros como protagonista de la jornada revolucionaria del 19 de julio, no pudo intervenir en la lucha porque estaba preso en el calabozo del cuartel, y no fue liberado hasta la tarde del día 20. Véase: MÁRQUEZ y GALLARDO: Ortiz. General sin dios ni amo. Hacer, Barcelona, 1999, p. 101.
[6] A las seis de la mañana una compañía de guardias de asalto de la Barceloneta había recibido órdenes de desplazarse al Paralelo, pero tras enfrentarse inesperadamente, frente a Atarazanas, con una compañía de zapadores, tuvo numerosas bajas, entre ellas el capitán Francisco Arrando, oficial al mando (hermano del Alberto Arrando, jefe de las fuerzas de Seguridad y Asalto). La compañía permaneció treinta horas sitiada e inactiva en los tinglados del muelle de Barcelona, hasta que se rindió el cuartel de Atarazanas.
[7] El Plan del General Mola, director del alzamiento militar contra el gobierno republicano, ordenaba el uso del terror por los facciosos como único método eficaz frente a una resistencia popular masiva. Contemplaba expresamente las amenazas contra niños y mujeres de los resistentes, así como los fusilamientos en masa. La minoría de militares y fascistas sublevados necesitaba, desde el primer momento, imponerse con el terror a un enemigo mucho más numeroso, mediante una guerra de exterminio que ya habían practicado en la guerra colonial de Marruecos.
[8] Porque toda la calle de San Pablo estaba batida por las ametralladoras situadas en el centro del Paralelo y en la azotea del edificio colindante con El Molino.
[9] Y muchos militantes cenetistas anónimos entre los que se encontraba Quico Sabaté, militante del sindicato de la Madera, que también estuvo el día 20 en el asalto de Atarazanas, y que durante el franquismo fue un célebre maquis.
[10] Desde la torre del edificio se descolgó una enorme pancarta que decía: “La banca nos asfixia, la patronal nos explota; los políticos nos mienten; CC.OO. y UGT nos venden" y otra con el emblema "Contra la dictadura del capital, huelga general".
[11] Al parecer, el coronel Lacasa había preparado ya, la noche anterior, el convento para convertirlo en hospital-fortaleza, situando también ametralladoras en la azotea de la Casa de Les Punxes, sita frente al convento.
[12] A la altura del Arco del Triunfo se cruzaron con la guardia civil, que acudía a concentrarse en Plaza Palacio. Los mandos de ambas formaciones se saludaron, evitando el enfrentamiento.
[13] La increíble hazaña de “El Artillero” fue recogida en una breve nota, publicada en Solidaridad Obrera (27 julio 1936), en la que se narraba cómo éste había conquistado dos cañones en la lucha entablada contra la artillería ligera en Diputación-Lauria, cómo luego había conseguido rendir a los facciosos refugiados en el cercano Ritz, tras disparar tres cañonazos; de allí se desplazó a la plaza de Santa Ana (hoy sin placa, al final de Puerta del Ángel, en el cruce con Cucurella-Arcs) desde donde disparó, con tiro indirecto, sobre el Hotel Colón hasta su rendición. Se desplazó con sus cañones por vía Layetana para disparar treinta y ocho cañonazos sobre Capitanía. De allí se desplazó hasta la Diagonal, para acabar al anochecer en la barriada de Sants, disparando en la calle Galileo contra una iglesia, hasta obtener su rendición.
[14] Había sido jefe de los mossos d´esquadra en octubre de 1934. Amnistiado de su condena a muerte pasó a la reserva militar. El 19 de julio, sin ostentar cargo oficial alguno, intervino eficazmente como organizador de los combates callejeros. Nombrado por Companys secretario del no nato Comité de Milicias Ciudadanas, se convirtió en asesor militar de la Columna Durruti.
[15] Lacruz, p. 50.; Romero p. 525. (Véase bibliografía).
[16] FONTANA, José María: Los catalanes en la guerra de España. Acervo, Barcelona, 1977.
[17] GARCÍA OLIVER, Juan: El eco…, p. 189.
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