Anarquistas pro-Estado

Si hay algo que caracteriza al anarquismo es su crítica al Estado como institución corrupta de por sí, que no se puede reformar ni transformar, ni siquiera durante un eventual periodo revolucionario de transición hacia el comunismo libertario. El Estado, por tanto, debe ser destruido.

Paradójicamente, el discurso ácrata en la actualidad tiende a converger con el discurso izquierdista, de tintes más o menos radicales, que defiende la gestión estatal de los servicios públicos, como la educación, los transportes, la sanidad o, yendo más allá, la nacionalización de otros recursos e industrias.

Está claro que la crisis capitalista ha propiciado una ofensiva burguesa, que se traduce en un empeoramiento de las condiciones laborales, en un fortalecimiento del capital frente al trabajo, dentro del cual se enmarca el desmantelamiento más o menos drástico del llamado "estado del bienestar".

También está claro que la subida del precio de los transportes, de los impuestos, los recortes presupuestarios en sanidad y educación, etc..., empeoran las condiciones de vida de los trabajadores. ¿Y qué postura habría que tomar desde una perspectiva anarquista, en este contexto? Creo que la que adopta actualmente la mayoría del movimiento anarquista, no.

La tarea de los anarquistas es defender los intereses revolucionarios de los trabajadores y también sus intereses inmediatos, relativos a sus condiciones de trabajo y de vida. Evidentemente, esto hay que hacerlo cayendo en las menores contradicciones posibles, pues a veces los intereses inmediatos pueden oponerse a los objetivos revolucionarios. La sabiduría estratégica y táctica consiste precisamente en encauzar los impulsos inmediatos hacia esa meta revolucionaria. En este aspecto, el movimiento anarquista cae hoy en errores importantes.

Para hacer frente a todos los gastos, los trabajadores cuentan únicamente con un salario, que obtienen a cambio de vender su trabajo durante un cierto tiempo (aunque el capitalismo no es capaz de asegurar ese salario y las filas del INEM nunca están vacias). Así pues, vendiendo su trabajo, el trabajador obtiene un salario. Pero también el empresario, gracias al trabajo que compra, obtiene una ganancia. Una parte de este salario y de esta ganancia van a parar a manos del Estado, en forma de distintos impuestos. Aumentando la escala, podríamos decir que todo el trabajo social genera la riqueza suficiente como para pagar los salarios de toda la masa trabajadora, generar los beneficios del capital, reproduciéndolo, y mantener todo el aparato estatal.

Ahora bien, el Estado no es una institución neutral, un árbitro entre los intereses de los trabajadores y los del capital, un garante del interés público, como pretende hacer creer la crítica izquierdista. El Estado es un aparato de dominación de clase, bien lo sabemos, un defensor del orden capitalista y de la propiedad privada.

Los bienes, sevicios, empresas estatales no son de todos, no son públicos. Que no sean propiedad privada no significa que sean propiedad común. Es más, siendo el Estado una institución burguesa, se podría decir que pertenecen al conjunto de la clase burguesa, y no a los trabajadores. Aunque el Estado se levante sobre los impuestos que cobra a los asalariados y consumidores, la burguesía lo dirige y lo gestiona, evidentemente para su provecho. Sólo hay que ver la vehemencia con la que el PSOE, IU, CCOO, UGT defienden “lo público” (palabra propagandística donde la haya) para darse cuenta de la trampa que encierran sus palabras y la facilidad con la que calan en las masas.

Los recortes en educación, sanidad, servicios, etc., suponen que los trabajadores pagarán lo mismo o más por un servicio peor, por una sanidad peor y por una educación peor. El trabajador, sin duda, sale perdiendo si el Estado deja de protegerle. Pero frente a este empeoramiento de las condiciones de vida, ¿tiene el anarquismo algo que decir más que actuar de manera conservadora pidiendo que se refuerce el paternalismo y la protección estatal a los trabajadores? ¿Acaso no se caracteriza el anarquismo por el odio al Estado, por la confianza en la iniciativa autónoma de la clase trabajadora, en la autogestión y en el apoyo mutuo?

Aquí se plantea el problema del que hablábamos antes. ¿Cómo articular un discurso revolucionario coherente cuando los objetivos revolucionarios entran hasta cierto punto en contradicción con los intereses inmediatos? El desmantelamiento del estado de bienestar empeora las condiciones de vida del los trabajadores y genera protestas, impulsos espontáneos que reaccionan lógicamente ante el deterioro y pretenden conservar el status-quo anterior. ¿Qué hacer? ¿Se sigue el impulso de las masas, a las que la propaganda izquierdista ha convencido de que sólo el Estado puede protegerles del capitalismo, y se camina así de la mano con todos los partidos y organizaciones de la izquierda capitalista?, ¿o bien se aprovecha el momento para marcar las diferencias con todos los falsos opositores, afirmando que la organización autónoma es la única forma de proteger de forma eficaz y duradera los intereses y las condiciones de vida de los trabajadores?

Mantener un discurso que reclama protección al Estado no sólo va contra los principios del anarquismo, no sólo refuerza la ideología democrática dominante, no sólo es pretender que la burguesía nos proteja del capitalismo, sino que además es un error estratégico, pues supone sumarse al carro de todas las organizaciones de la izquierda del capital, ofreciéndoles unas fuerzas militantes y activas en la calle, de las que ellos carecen.

Por el contrario, al oponer al grito de “¡más Estado!” el de “¡más organización!”, nos situamos en un terreno de clase, de confianza en la auto-organización de la clase trabajadora, que aprenderá a darse a sí misma la protección que los capitalistas le quitan y a vender más caro su tiempo de trabajo. 

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