Oriente Medio. La lógica de los Estados y el proletariado
ORIENTE MEDIO.
LA LÓGICA DE LOS ESTADOS Y EL PROLETARIADO
«Hace un año dije algo sencillo: cambiaríamos la faz de Oriente Medio, y de hecho lo estamos haciendo. Siria no es la misma Siria. Líbano no es el mismo Líbano. Gaza no es la misma Gaza. Y la cabeza del eje, Irán, no es el mismo Irán; también ha sentido el poder de nuestro brazo»[1].
Así hablaba el primer ministro israelí a finales de 2024 para explicar la más virulenta y devastadora operación militar desplegada por el Estado de Israel en Oriente Medio desde su nacimiento. ¿A qué se refería Netanyahu con ese cambio de faz? Las cifras oficiales que se manejaban en enero de 2025 eran reveladoras: más de 50.000 muertos, entre ellos más de 15.000 niños, 100.000 heridos de diversa consideración, miles de detenciones, campos de refugiados y localidades arrasadas[2]. Aunque la tragedia se extendió a Cisjordania y Líbano, donde las tropas israelís también pasaron a cuchillo a la población, la mayoría de estas cifras proceden de la franja de Gaza, donde más de la mitad de los edificios residenciales han sido destruidos, se ha demolido escuelas, universidades y hospitales. En ese lugar, el cambio de faz viene complementado, además, por la restricción absoluta de alimentos, agua y material sanitario, en tanto que política de exterminio abiertamente confesada: “No habrá electricidad, ni comida, ni combustible. Todo estará cerrado” afirmaba el ministro de defensa israelí, Yoav Gallant.
Mientras se bombardeaba y atacaba sistemáticamente campos de refugiados en áreas previamente declaradas safe por el propio ejército israelí, la propaganda bélica sionista insistía en que se trataba de una cruzada contra el terrorismo y el eje del mal (Irán), justificada tras el ataque de Hamás del 7 de octubre.
Es cierto que en medio de esta masacre se realizaron ciertas acciones selectivas contra algunos dirigentes de Hamás o de Hezbolá, contra estructuras militares de fracciones pro-iranís, así como algunos intercambios de misiles con Irán. Pero en la globalidad de los acontecimientos son anécdotas, daños colaterales en una guerra que se mostró una vez más como una guerra del capital contra el proletariado.
Efectivamente, si le quitamos a la propaganda sionista el envoltorio ideológico que la recubre y la cotejamos con lo que acontece en la realidad, no puede haber duda alguna de que cambiar la faz de Oriente Medio consiste en aplastar bajo el fuego letal de la maquinaria de guerra capitalista al proletariado. Si bien se nos insiste por todas partes en que las contradicciones entre Estados, entre naciones, entre pueblos, entre intereses y proyectos de la clase dominante fueron los factores desencadenantes, se oculta, ignora o subestima el papel que ocuparon las contradicciones de clase.
Para comprender esta cuestión hay que tener presente que la producción y reproducción de proletarios en la región excede hasta tal punto las necesidades de valorización capitalista que genera gigantescas concentraciones de miseria. Un peligroso potencial de lucha que los diversos Estados se han lanzado entre sí. Gaza y Cisjordania son dos prisiones a cielo abierto donde se encierra a unos cinco millones de habitantes, la mayoría en penosas condiciones de vida, especialmente en Gaza; Líbano acumula a medio millón de desterrados venidos de Palestina en campos de refugiados, otro millón y medio de exiliados de Siria se amontonan en casas rurales cuyo alquiler apenas pueden pagar; Irán cuenta con unos 3 millones de refugiados de Afganistán que en su mayoría no son oficialmente reconocidos como residentes; en Jordania los campos de refugiados acumulan más de 3 millones de proletarios venidos de Palestina y Siria, etc. En realidad, por la región se desparrama una marea humana de población superflua -para el capital- que ha conformado históricamente un polo de miseria y de revueltas constantes cuya administración ha requerido un frecuente estado de sitio y una sucesión imparable de represiones y masacres.
Si a esto sumamos que en los últimos años ese polo de miseria ha generado un repunte de las luchas sociales, que han sacudido al conjunto de la región retomando la llamada “segunda primavera árabe”, se entiende todavía mejor la necesidad de los guardianes del orden de cambiar la faz de Oriente Medio.
Así es, no podemos obviar que Cisjordania y Gaza han asistido a un ascenso de luchas en delimitación con los agentes locales de encuadramiento, poniendo en cuestión a la ANP y a Hamás. Tampoco que el gobierno del Líbano -con el apoyo, no lo olvidemos, de fuerzas de Hezbolá- ha sido incapaz de erradicar las protestas que eclosionaron tras la potente agitación del 2020, pues las constantes medidas de austeridad que ha tenido que imponer han empujado a los proletarios a la calle de forma interrumpida. Algo también acontecido, probablemente en menor medida, en Jordania y Siria, convulsionadas por violentas manifestaciones y protestas. Y no olvidemos tampoco el levantamiento de los sedientos en julio de 2021, y la posterior revuelta del 2022 tras el asesinato policial de Masha Amini que ha sumergido a Irán en un clima de descontento que desconocía desde 1979.
¿Cómo no va a tener una importancia decisiva esa situación social en los presentes acontecimientos y en la movilización del guardián del orden regional? Creemos que no hace falta pararse a demostrar que el Estado israelí lleva asumiendo esta función policial desde su constitución, interviniendo en los diversos territorios cuando ha sido necesario. Ese cometido ha sido flagrante en Palestina, pues su particular inestabilidad ha requerido el despliegue permanente de sus tropas como ejército de ocupación, pero cuando la coyuntura lo ha precisado su bota militar ha pisoteado otros territorios. Fiel a este cometido, el Estado de Israel utilizó el ataque de Hamás del 7 de octubre para cambiar la faz de medio oriente, iniciando una guerra de gendarmería que situó los masificados campos de refugiados como primer objetivo, empezando por Gaza, un verdadero campo de refugiados -o si se quiere de concentración- que encierra a más de dos millones de habitantes.
Afirmar esto no significa desconocer la relevancia de las contradicciones interburguesas. En realidad, oponer guerra interburguesa y guerra contra el proletariado es una falsa oposición, pues son dos aspectos de una misma realidad. La guerra imperialista es siempre contra el proletariado, independientemente que el factor que desencadene las hostilidades sea la competencia en el mercado mundial o una operación de gendarmería para aplastar una revuelta.
En el caso del Estado de Israel, es más que evidente que su función de gendarme regional está vinculada a la defensa de los intereses particulares que aglutina, o sea, a la defensa de la fracción hegemónica de la burguesía, encabezada por EE.UU., frente al de otras fracciones con las que rivaliza en el mercado mundial. Es decir, ese Estado no sólo asume una función policial contra los explotados que amenazan el equilibrio regional, sino que actúa al mismo tiempo contra sectores burgueses por el control de los recursos -proletariado incluido-, por rutas y tratados comerciales, por posiciones geoestratégicas, etc.
El reduccionismo analítico que imponen los filtros mediadores de la burguesía hace que este último elemento sea el único a tener en cuenta, ignorando que está determinado por el desarrollo de la lucha de clases y el control sobre el proletariado. Desde ese punto de vista reduccionista no puede comprenderse ni el ataque de Hamás del 7 de octubre, ni el rol de los diversos actores del drama, ni por supuesto el posterior desarrollo de los acontecimientos. Tampoco puede entenderse, por cierto, desde el punto de vista de la ideología de “liberación nacional” que se coloca en el mismo terreno de confrontación entre potencias imperialistas. Claro que no se trata solo de simples puntos de vista, de interpretación pasivas, sino que integran las tentativas burguesas de canalizar los profundos y explosivos antagonismos sociales que se desarrollan en esos lugares, haciendo de los explotados simples peones de las disputas de sus explotadores por el reparto del mundo.
Partiendo de todas esos “puntos de vista”, se ha hablado y escrito mucho sobre al ataque de Hamás del 7 de octubre que el Estado de Israel usó para justificar su escalada de terror militar, de las motivaciones particulares de Hamás, de las implicaciones, de la respuesta de Israel, del juego imperialista en la región, de la lucha “anticolonial”, etc. Estas “interpretaciones” están obligadas a obviar el vínculo íntimo que une el ataque de Hamás y la posterior operación de aniquilación del ejército del Estado de Israel: la gestión y el control del proletariado. Para captar el contenido social de este vínculo es necesario situarse en las contradicciones de clase en Palestina, atravesando la lógica de los Estados.
La lucha proletaria en Palestina y el ataque de Hamás del 7 de octubre
En Palestina, el Estado de Israel ha sido un implacable guardián del orden frente a unos proletarios que han mostrado una combatividad ejemplar a lo largo de la historia[3]. Sin embargo, el Estado israelí no ha estado solo a la hora de cumplir esa función policial, siendo complementado por otros aparatos del Estado. La Autoridad Nacional Palestina (ANP) y, en los últimos 20 años, Hamás, se han afianzado como importantes agentes locales del orden social capitalista.
Pocos cuestionan hoy que la ANP actúa como subcontratista del Estado de Israel. La OLP, encabezada por Al Fatah, se ganó ese derecho tras lograr pacificar la llamada primera intifada, y los acuerdos de Oslo así lo confirmaron. Ahora bien, el papel de Hamás no es muy diferente. Desde el 2007, pese a las reticencias iniciales del Estado de Israel con motivo del equilibrio de fuerzas regionales con el Estado de Irán, con quien se alinea Hamás, y a pesar de las los choques armados y la enconada retórica desplegada por cada actor, el Estado israelí se apoyó en Hamás para gobernar la franja de Gaza, mientras la ANP continuó siendo su esbirro en Cisjordania[4]. La colaboración con Hamás no llegó nunca al extremo del entusiasta subcontratista de Cisjordania, sin embargo, fue lo suficientemente fructífera para ambos lados. El Estado de Israel construyó una gigantesca prisión a cielo abierto para encerrar al proletariado, ocupándose exclusivamente de cortar el césped de vez en cuando[5]. Hamás asumió el mandato de gestionar esa prisión, manteniendo, eso sí, cierta aura de resistencia necesaria para controlar a sus prisioneros y evitar caer en el descrédito de la ANP. Esa es la forma en la que ese territorio, sitiado por el Estado de Israel, ha conservado en su interior los órganos propios para la reproducción del capital: gobierno, policía, cárceles, escuelas, etc.
Así se ha gestionado la explotación del proletariado en Palestina durante casi dos décadas. Pese a las duras confrontaciones y tensiones que han jalonado ese lapso de tiempo, como consecuencia de los antagonismos de clase, así como del juego imperialista, lo cierto es que esa forma de gestión consiguió mantener cierta estabilidad en ese polvorín desde el 2007. Pero en los últimos años la situación fue tomado un cariz preocupante, amenazando seriamente con desestabilizar el orden en toda la región. Gaza y Cisjordania vieron como los proletarios retomaban las luchas contra sus insoportables condiciones de vida, no sólo al margen de Hamás y la ANP, sino apuntando en ocasiones contra esos aparatos del Estado, lo que ponía en peligro el control de esos gendarmes locales.
A lo largo del año 2021, en Cisjordania, impulsados por sus necesidades inmediatas de supervivencia, surgieron numerosos grupos y militantes para combatir a los milicos del Estado de Israel y la complicidad de la ANP. Operaban principalmente en el entorno de su zona de residencia, organizando cuantiosos ataques a las tropas de ocupación, check-points, resistiendo expulsiones en sus localidades y ejecutando acciones de defensa frente a las incursiones del ejército en los campos de refugiados y localidades que habitan. No estamos hablando de una práctica nacionalista ni religiosa determinada por una estrategia de liberación nacional para construir un “verdadero Estado Palestino” que, dicho sea de paso, no significaría otra cosa que una variante territorial para la explotación capitalista. Se trata, por el contrario, de una práctica que surge de la respuesta espontanea de los proletarios al infierno que viven, a la explotación y represión que administran los milicos israelís, que en su desarrollo natural se ve abocada a asumir la organización en pequeños grupos armados, guerrillas, para contraponerse a la dictadura militar del capital. Evidentemente, se ven impulsados a contraponerse no sólo a esos milicos que los matan, torturan, humillan y someten, sino a la complicidad de la ANP.
De ahí que el desarrollo de estos grupos de autodefensa, cuyos integrantes son muy jóvenes, vecinos de localidades y campos de refugiados, estrechamente ligados a otros proletarios que los cobijan y protegen, no sólo ha tenido que enfrentarse al ejército israelí, sino también a la ANP, que trabaja mano a mano con las tropas israelís para liquidar esas expresiones. Decenas de redadas han sido organizadas por ese aparato burgués palestino para apresar a los combatientes, tratando al mismo tiempo de encuadrarlos en su aparato estatal. Es común ofrecer como alternativa a la prisión, o lo que es peor, a la entrega a las autoridades israelís, una amnistía y su integración en las filas de las fuerzas de seguridad de la ANP a cambio de entregar las armas. Pero son pocos los que han aceptado ese soborno, fomentando en sus localidades una férrea oposición a los esbirros de la ANP.
Pero estos grupos, como parte integrante del proceso contradictorio de autonomía de clase, no sólo se han visto enfrentados a la ANP, sino que se han ido delimitado en su práctica cotidiana de otras facciones nacionalistas e islamistas que han monopolizado la “resistencia palestina” durante los últimos años, como Hamás o la Yihad islámica Palestina. Como decíamos, su práctica social no está supeditada a una causa nacional, de defensa del Estado nacional, ni al odio religioso a los judíos, tampoco está ligada a las necesidades de reproducción propias de los aparatos del Estado.
Son las necesidades más vitales y materiales de vida, de supervivencia, las que hacen surgir a estos grupos de acción directa, golpeando como pueden a quienes les imponen las cadenas de clase que arrastran a cada paso. Por eso se organizan al margen de estructuras que determinan su actividad por intereses ajenos a las necesidades materiales y que tratan de canalizar la rabia de estos grupos hacia el interior del Estado, es decir, transformarlos en carne de cañón de una guerra entre gestores de la explotación.
Nablus y Jenin han sido los epicentros más importantes para esos grupos armados que tomaron fuerza a lo largo de Cisjordania. Aunque algunos de los grupos más conocidos son la Brigada Jenin, Brigada Tulkarn, Brigada Tubas, Brigada Aqbat Jabr, Brigada Balata o la Guarida de los leones, son decenas de núcleos los que se consolidaron desde entonces. Es cierto que los niveles de autonomía alcanzados por los diversos grupos frente a las distintas fuerzas burguesas son muy heterogéneos. Algunos de sus miembros vienen de rupturas con grupos como Hamás, la Yihad, Al Fatah o el Frente de liberación nacional, lo que es utilizado por los medios de comunicación burgueses para amalgamarlos a esas organizaciones. Por supuesto que la fuerza del mito de liberación nacional, de la religión u otras ideologías tienen una fuerza significativa. De ahí que algunos de esos grupos no expresen una clara ruptura con expresiones centristas como Hamás. Algunos de ellos consideran que, al menos en lo que respecta a su oposición al Estado israelí, son parte de una misma lucha, lo que evidentemente es un nefasto límite que facilita la amalgama y supone un potencial peligro de encuadramiento. Pero es incuestionable que es a través de esa miríada de grupos como el proletariado trata de organizar la lucha por sus necesidades materiales, combatiendo al ejército de ocupación que lo reprime e impone su sometimiento a la explotación capitalista.
Es en el seno de esos grupos, en la pelea en su interior contra las fuerzas e ideologías del enemigo, en las sucesivas rupturas y clarificaciones que se ven forzados a realizar, donde se juega una parte importante del proceso de autonomía de nuestra clase y el giro hacia un lado u otro.
¿De qué otra manera va a surgir la defensa y el asociacionismo proletario en esas condiciones?
«La Autoridad Nacional Palestina está perdiendo lentamente el control sobre las clases sociales, especialmente en el norte de Cisjordania, a la vez que tiene lugar el ascenso de toda una nueva generación de palestinos que están asumiendo la lucha según sus propios términos.»”[6]
**RECUADRO**
RECONOCIMIENTO DE NUESTRAS LUCHAS
El reconocimiento de nuestras luchas y de nuestros procesos organizativos siempre ha sido un tema difícil y complejo, como consecuencia de un conjunto de fuerzas y mediaciones del capital que lo obstaculizan. Por eso, esa cuestión está constantemente presente en las discusiones de la comunidad de lucha.
Al respecto tenemos un criterio de base, intransigente, que nunca abandonamos para tratar de reconocer nuestra propia lucha y analizar los acontecimientos sociales. Nuestro punto de partida esencial es lo que hacen los protagonistas y nunca lo que dicen. Captar esa práctica que se da sobre el terreno abstrayéndonos totalmente de las banderas, de lo que los protagonistas piensan.
En ese primer momento del análisis, del reconocimiento, nos da totalmente igual lo que dicen los protagonistas. Hacemos oídos sordos. Sólo nos importa ese aspecto esencial de su práctica real sin atender a otros. ¿Actúan contra la explotación que sufren? ¿Luchan por sus intereses de clase inmediatos, materiales, vitales? ¿Se enfrentan a quien ejerce y mantiene sus condiciones de explotación?... Nos agarramos al único criterio válido, la práctica material contra la explotación (en el sentido
amplio que nosotros le damos el contenido explotación, claro está).
Volvamos, teniendo esto en cuenta, al caso de Palestina y Cisjordania que exponemos en en el texto. Veamos a esos proletarios, especialmente a esos jóvenes que viven en los distintos campos de refugiados y localidades sitiadas, que responden, no ya con piedras, sino con armas frente a las condiciones espantosas en las que viven. Salen a pelear contra los milicos israelís que les imponen el mantenimiento de esas condiciones de existencia, confrontándose también a la ANP que respalda a esos milicos. En ese contexto, numerosos proletarios asumen la organización, la estructuración y la creación de redes de combate y solidaridad con el interés de golpear a los guardianes del orden social.
Para ello, además, se ven impulsados a organizarse al margen de otros grupos como Hamás y la Yihad. ¿Por qué? Porque su respuesta, su lucha, no puede depender de las decisiones de esas organizaciones que deciden en base, no a las necesidades materiales, no a la lucha contra la explotación, sino en base a las necesidades de captación, de gestión de la explotación, de administración en el gobierno… Es decir, en base a las necesidades particulares que exige la reproducción del aparato capitalista del que forman parte. Por eso, esos grupos proletarios se han organizado fuera (y a veces en contra) de ellos. Porque sus condiciones de vida les determinan a luchar por sus necesidades materiales, obligándoles a organizarse fuera de estructuras que vienen determinada por intereses ajenos. y por tanto no pueden responder sobre el terreno a sus urgentes necesidades. Es ahí donde se genera la contraposición entre las necesidades proletarias y las de la burguesía (y sus tentativas de canalización), entre el proceso organizativo del proletariado y el de su encuadramiento. El proceso de autonomía proletaria se gesta en esa contraposición.
Hasta aquí la base metodológica que nos permite reconocer nuestras luchas, decir si tal o cual grupo es o no expresión del asociacionismo proletario. Llegado a ese punto, se trata de determinar los límites que esas expresiones y luchas contienen, precisar los niveles de autonomía alcanzados. Ahí entran en consideración otros aspectos de la práctica social como las banderas, lo que dicen, las ideologías... Así, por ejemplo, regresando a Palestina, esos grupos que hemos mencionado no son, en la mayoría de las ocasiones, nada claros en su crítica explícita frente a las fuerzas nacionalistas e islámicas. Algunos llegan a creer que están en el mismo bando que Hamás o la Yihad cuando pelean contra los milicos israelís, también muchos se hacen grandes ilusiones con una Palestina libre, etc. Es realmente terrible. ¡Es la fuerza de la contrarrevolución actuando para encauzar nuestras luchas y organizaciones!
La tensión entre esos dos elementos de la práctica, entre lo que hacen y lo que dicen, así como el desarrollo de la misma, expresa los momentos del proceso de afirmación y negación del proletariado como clase, como fuerza social, tanto en episodios de lucha como en expresiones organizativas. La determinación cada vez más fuerte de lo que dicen por lo que hacen marca el curso hacia la autonomía de clase, delimitando de forma cada vez más clara los intereses antagónicos que existen. Por el contrario, la determinación creciente de lo que hacen por lo que dicen recorre el camino inverso, la perdida de autonomía, la disolución de esas expresiones y su integración en fracciones del capital.
Este es el curso contradictorio permanente que caracteriza el proceso de constitución del proletariado en clase, y, por tanto, en partido. Pero también el proceso que se da en cualquier lucha o esfuerzo organizativo. Sólo una metodología analítica que permita captar esta compleja realidad, nos permite discernir -con todas las dificultades que tenemos- los diversos momentos que atraviesa ese proceso. Es decir, el movimiento que va de un lado a otro -afirmación o negación-, las manifestaciones que ambos presentan, y finalmente comprender qué límites permitieron negar el proceso y qué fuerzas empujaron para un lado u otro. No sólo está en juego el reconocimiento de nuestras luchas, sino que el balance de esas fuerzas de afirmación y negación en contraposición nos permite afilar el cuchillo de la crítica contra los límites que destruyen nuestra lucha.
**FIN RECUADRO**
A estos grupos se suman la extensión de acciones de los llamados “lobos solitarios”, proletarios que golpean algún objetivo del Estado de Israel y desaparecen. Aunque por lo general responden a una pequeña planificación colectiva, su práctica se materializa individualmente pues facilita la acción al no requerir mucha organización ni grandes recursos. Algo que ha provocado la extensión de esta práctica por su fácil reproducción.
Como respuesta a este aumento del asociacionismo proletario armado, el ejército israelí inició en marzo de 2022 la Operación Romper la Ola, emprendiendo sangrientas incursiones represivas en Cisjordania. La operación se alargó durante meses con 1.500 arrestos y decenas de muertos. Sin embargo, no se pudo doblegar a los rebeldes que hablaban de “transformar la ola en tsunami”. En julio de 2023 Israel intensificó su milicada con la Operación Casa y Jardín a gran escala, iniciando el bombardeo de la ciudad de Yenín y desplegando a más de 1000 milicos. Fue la mayor operación militar en Cisjordania desde la llamada segunda intifada, y un anticipo de lo que vendrá poco después.
Mientras esto sucedía en Cisjordania, la situación en Gaza no era mucho mejor para los gestores de la explotación. A la extensión de estos grupos armados se sumaron diversas protestas contra la insostenible miseria que ponían en el punto de mira no sólo al Estado de Israel, sino también a Hamás. Las protestas masivas de julio-agosto de 2023 contra las penosas condiciones de vida existentes, en las que llegaron a quemarse banderas de Hamás, como en Jabalia, ponían de manifiesto que la situación iba camino de explosionar en cualquier momento. El proletariado de la franja de Gaza expresaba su hartazgo de tener que vivir hambreado en el encierro israelí, mientras algunos de los dirigentes de Hamás viven sobrealimentados en hoteles de lujo de Qatar y Turquía u ostentan una red clientelar sostenida por los fondos de Qatar e Irán.
El ataque de Hamás del 7 de octubre del 2023 cambió el curso de los acontecimientos al desplazar el eje de las contradicciones a través de la intensificación del enfrentamiento interburgués[7]. Es importante comprender que la operación diluvio de Al-Aqsa y la posterior respuesta del ejército israelí se sitúan objetivamente en una misma lógica. La lógica de los Estados, del control del territorio y sus recursos, especialmente de los explotados que viven en la región.
La acción de Hamás del 7 de octubre no se inscribe, evidentemente, en el campo de la lucha proletaria contra el Estado gendarme de la región, sino en el de la confrontación imperialista. Sin embargo, el hecho de que esa confrontación se presente, por parte de Hamás, como oposición al Estado de Israel, unido a los límites programáticos y organizativos que apuntábamos más arriba, genera condiciones favorables al encuadramiento interburgués. Grandes sectores proletarios identifican su propia lucha contra el Estado gendarme con la lucha de Hamás. Se tiende a definir como enemigo común al Estado de Israel permitiendo un lavado de jeta de Hamás y otras fracciones locales, que juegan así la carta nacional contra el invasor. Reprimidos y perseguidos por el mismo Estado, en nombre del mismo cuento, se dan las condiciones necesarias para generar una comunidad ficticia de intereses que vela y reemplaza las verdaderas fronteras de clase y encierra la perspectiva al interior de la lógica de los Estados. En el fondo es la forma en la que Hamás ha controlado a un sector del proletariado en Palestina desde hace muchos años, y la que ha llevado hasta sus últimas consecuencias con el ataque del 7 de octubre para frenar la pérdida de credibilidad que sufría y los procesos de ruptura que esbozaban numerosos grupos.
Por lo tanto, el ataque del 7 de octubre, tanto en su forma y contenido, así como la perspectiva objetiva sobre la que se sustentó, atacó el proceso de autonomía del proletariado y se situó como acicate de la guerra imperialista. No puede esperarse otra cosa de un aparato de Estado que, viendo su fuerza social desgastada tras casi dos décadas de gestión, asumiendo funciones de gobierno, de represión de diversas protestas, así como de contención frente al Estado de Israel, se vio en una encrucijada. Era peligroso mantener el statu quo, pues implicaba desmantelar la base ideológica que sostiene su fuerza social. La única forma de recuperar la hegemonía política perdida era dando un golpe sobre la mesa contra Israel. Distraer la atención con el “enemigo exterior”, tal como dice la biblia contrainsurgente.
Las disputas sobre la política a tomar existían internamente en Hamás desde hacía mucho tiempo, y la organización se había preparado para afrontar diversos caminos. Pero había que decidir la cuestión, prácticamente, en el terreno de los hechos. Y así fue. El ataque del 7 de octubre de 2023 llevó el estupor a algunos dirigentes de Hamás en sus habitaciones de Qatar, pero entraba en la lógica de un órgano de Estado que se nutre de la ideología de “liberación nacional”.
El Estado israelí, por su parte, pudo utilizar ese ataque para desencadenar una brutal guerra de gendarmería contra esos proletarios en Gaza, Cisjordania y Líbano que venían desestabilizando el orden social durante los últimos años y que son además un estorbo en la cadena de producción de valor.
Repliegue del proletariado y alineamiento imperialista
De la misma manera que las fracciones más decididas del proletariado buscan orientar la lucha contra el capital en su conjunto, y por lo tanto contra todas las fracciones burguesas, es evidente que sectores lúcidos de la burguesía tratan de canalizar las luchas que cuestionen el orden social hacia una guerra entre fracciones y alternativas burguesas. Pese al riesgo evidente que conllevaba la acción del 7 de octubre, Hamás estuvo determinado por esa lógica y parece haber tenido éxito. Si bien militarmente su estructura armada ha sido debilitada, no ha sucedido lo mismo a nivel político, desplazando el descontento anterior y paralizando los procesos de ruptura, atrayendo tras de sí a numerosas expresiones proletarias bajo un frente nacional contra Israel. Con la extensión de las operaciones militares israelís al Líbano y a otros países de la zona, ese frente “anti-israelí” adquirió otra escala, amenazando con una guerra imperialista en toda la región.
En ese juego voraz de la guerra imperialista los intereses del proletariado fueron barridos, aplastados por una cacería militar. En primer lugar, a través de la guerra de gendarmería que, a sangre y fuego, masacró y replegó a nuestra clase, incapaz de responder en su propio terreno, tanto por los límites locales que subrayábamos antes, como por la correlación de fuerzas existentes a nivel internacional. En segundo lugar, gracias a la repolarización interburguesa que acompañó este baño de sangre, la burguesía pudo someter a los explotados a sus disputas, girando hacia una guerra de frentes cuya consecuencia directa para nuestra clase es soportar en balde su exterminio en una guerra conducida rabiosamente por sus enemigos, sufriendo los peores sacrificios para satisfacer los intereses de los diversos funcionarios del capital.
Para Hamás la cuestión es clara: afianzar su papel de gestor en el Estado Palestino, para lo que exige una mayor autonomía de ese Estado frente al de Israel. Hamás rentabiliza políticamente el exterminio que desarrolla Israel en sus negociaciones diplomáticas internacionales. Presenta su proyecto territorial como la mejor forma de gestionar la reproducción de ese polo de miseria y está incluso de acuerdo en aceptar las fronteras establecidas por la ONU.
Pero Israel tiene otro plan. Como gendarme, su primer objetivo es acabar de una vez por todas con ese foco de problemas que es la franja de Gaza. Para ello no sólo inició una masacre contra el proletariado, sino que ha hecho el territorio inhabitable a través de su demolición, con la idea de empujar a los que quieran sobrevivir hacia el desierto egipcio, donde el control de ese foco de inestabilidad sería más eficiente para los guardines del orden al involucrar directamente a ese otro Estado. Para simplificar las cosas y evitar la engorrosa negociación con Egipto, el ministro de Patrimonio Religioso y Cultural de Israel llegó a sugerir el lanzamiento de una bomba atómica sobre Gaza.
Respecto a Cisjordania, el objetivo tras el asedio de los focos subversivos como Jenin, es anexionar definitivamente ese territorio para colmar las necesidades expansionistas del sionismo y afianzar más aún la cohesión interna de su Estado, pero para ello es necesario expulsar a sus habitantes hacia Jordania. La ANP, a través de las fuerzas policiales de Al Fatah, han colaborado estrechamente con las tropas israelís en ese objetivo.
Sin embargo, los ojos de Israel miraron desde el principio mucho más allá de Palestina. Aprovechó la situación creada tras el 7 de octubre para desencadenar un infierno de destrucción que desearía llevar hasta sus últimas consecuencias y reconfigurar el mapa de Oriente Medio. Tras asentar su poder militar en Gaza y Cisjordania, las tropas israelís prosiguieron en el sur del Líbano, extendiendo sus ataques a todo su territorio, incluido Beirut y regiones del norte. Los numerosos ataques diarios se saldaron con decenas de muertos cada día, incendio de casas y edificios, profundizando la devastación del territorio lo que ha obligado a un desplazamiento masivo de sus habitantes.
El avance de las tropas de Israel fue acompañado de respuestas de Hezbolá y algunos intercambios de hostilidades con Irán. Cuando escribimos este texto el bombardeo ha llegado a Siria mientras el ejército israelí extiende su dominio por los Altos del Golán, con el objetivo de controlar la situación en ese territorio tras la descomposición de su ejército. No hay duda de que la guerra imperialista tiende a avanzar en la región y de seguir desarrollándose irá sumando nuevos actores que se alinearán en alguno de los bloques que se están definiendo.
Es obvio que es en torno a Israel e Irán sobre los que se ha articulado históricamente la rivalidad imperialista en la región y sobre ellos giran los frentes en consolidación. El Estado israelí estaría dispuesto a lanzarse a un enfrentamiento directo con Irán y asegurar el control de ese territorio por su fracción, pero depende directamente de EE.UU., y secundariamente de Inglaterra y la U.E. para poder acometer semejante empresa. Pese a los discursos y contradicciones que expresan algunos de esos países, hasta el momento no hay nada que haga sospechar una disminución del sustento económico y militar, pero tampoco hay las garantías necesarias para acometer la empresa contra Irán. Sin embargo, Israel no ha dejado de tensar la cuerda con operaciones como la de los Beepers, la ofensiva en el Líbano, el ataque contra Haniyara en Teherán y el golpe contra la embajada iraní en Damasco. No hay duda de que Israel elabora junto a EE.UU. la logística y las decisiones, recibiendo el necesario suministro de armamento y apoyo militar, como los escuadrones de combate movilizados por las numerosas bases norteamericanas en la región. Sin embargo, no habrá una gran ofensiva sobre ese Estado sin asegurarse un mayor consenso interno con las potencias occidentales.
Por su parte, Irán es cauteloso, de ahí que sus ataques directos, aunque no pueden ser calificados de simbólicos, han sido comedidos. Prefiere mantener indefinidamente una guerra de desgaste a través de intermediarios. Hamás y Hezbolá, así como otros Estados del llamado “eje de la resistencia”, pese a que poseen sus propios intereses particulares, son piezas que Teherán utiliza en su partida contra Israel. Esa guerra de desgaste ha permitido precisamente dar sustento durante décadas a su gobierno frente a sus proletarios, presentándose a sí mismo como una fuerza “antiimperialista”. De ahí su interés en mantener el equilibrio actual.
Otras fuerzas capitalistas internacionales como China y Rusia, pese a que sus intereses generales se alinean tras Irán, se han mantenido expectantes. Al igual que Turquía, Arabia Saudí o Egipto que, independientemente de lo que declaren, no se decantarán claramente salvo escalada del conflicto. Lo que muestra que el alineamiento imperialista todavía no es lo suficientemente estable.
Independientemente de las treguas acordadas en las hostilidades, la brutal guerra de gendarmería ha conseguido desplazar la lucha proletaria en los lugares que sufrían su ascenso y traer la pelea entre los mercaderes de la explotación al primer plano, arrastrando a grandes sectores de explotados a alinearse bajo los frentes que construyen sus enemigos, lo que inevitablemente dirige al proletariado hacia la tumba.
Por consiguiente, más allá del desarrollo de la rivalidad imperialista y los intereses particulares en juego, es el conjunto de la burguesía quien obtiene el beneficio principal al someter y masacrar al proletariado en su guerra. El desarrollo actual ha conducido al proletariado a abandonar su combate de clase, la lucha contra “su propia” burguesía y sufrir sobre sus espaldas la catástrofe de la guerra.
Algunas respuestas relevantes del proletariado
El éxito de la burguesía en su lucha contra el proletariado siempre es interino. La dinámica de explotación capitalista hace renacer insistentemente al proletariado de sus cenizas, especialmente en los momentos de guerra imperialista. La historia nos enseña cientos de ejemplos donde los explotados se masacran enfundados en las banderas nacionales de la burguesía. Pero también nos muestra un buen puñado de experiencias donde en las situaciones más graves, en las condiciones más insoportables de guerra imperialista, bajo el sufrimiento innato de la carne de cañón, irrumpen actos desesperados que prenden la chispa para el resurgimiento del proletariado como fuerza social.
Como siempre, la correlación internacional de fuerzas determina la respuesta del proletariado mundial, pero al mismo tiempo esta correlación de fuerzas varía por la acción misma a la que se ve arrojado el proletariado por el empeoramiento de sus condiciones materiales de vida. En ese sentido, nuestra clase ha generado reacciones al horror de la guerra imperialista en Oriente Medio, no sólo en los lugares que han sufrido directamente la tragedia, sino en el resto del mundo.
En Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este, Líbano o Jordania, se han realizado protestas y huelgas coordinadas denunciando la masacre imperialista y la hambruna planificada. En esos episodios hay que destacar que, en Gaza, pese a las dificultades que presenta la situación, se han sucedido diversas jornadas de protestas contra Hamás, especialmente en la localidad de Rafah, que en caso de generalizarse pueden abrir una brecha en el encuadramiento interburgués.
En el resto del mundo, la reacción del proletariado se ha articulado en torno a manifestaciones y protestas por numerosos países, especialmente el movimiento surgido desde América del Norte y Europa, con movilizaciones en los campus. También se han registrado algunos episodios de trabajadores en Europa negándose a cargar material bélico para Israel, marchas, y en algunas ocasiones algunos disturbios y actos de sabotaje. La responsabilidad del proletariado que vive en estas regiones es enorme y su respuesta fundamental. Sin embargo, pese a la relevancia de dichas reacciones, las mismas siguen siendo marginales y no han adquirido por el momento una fuerza social relevante que dirija una acción decidida contra “su propio” Estado, contra “su propia” burguesía, que asiente las bases del derrotismo revolucionario. La queja, el lamento, el simbolismo, las peticiones a los Estados, la “solución de los dos Estados” y la creencia en la diplomacia internacional dominan las propias movilizaciones, restringiendo su propio accionar. Lo que permite que fuerzas históricas de la socialdemocracia (izquierdismo “antiimperialista”) tomen la dirección de las mismas. Pero no dudamos que las contradicciones sociales seguirán agudizándose por el horizonte negro que extiende el capitalismo favoreciendo la ruptura de la paz social en esos lugares y la delimitación con esas fuerzas del enemigo.
El propio Estado de Israel, cuya cohesión excepcional se ha conformado y confirmado históricamente en la particularidad específica del Estado sionista, con una complicidad de sus proletarios pocas veces vista en la historia del capitalismo, ha visto como el horror en curso ha destapado las contradicciones. Si bien siempre han existido focos de oposición a la unidad nacional, como los refuzniks y los objetores, que se niegan a servir al ejército, o algunas organizaciones de madres que rechazan el reclutamiento de sus hijos, lo cierto es que estas expresiones siempre han sido marginales. Sólo los momentos de repunte de la lucha del proletariado en Palestina ha agudizado los antagonismos, poniendo a la orden del día la práctica del derrotismo revolucionario, produciendo problemas de disciplina en el ejército, como en la llamada primera intifada.
El despliegue actual de tropas y el incremento del horror de la guerra no ha sido una excepción. Algunos datos apuntan que la cohesión nacional, tan imprescindible en ese Estado, comienza a tener ciertos reveses. Por un lado, ha habido un destacado aumento del absentismo y las deserciones en el ejército. El primer mes de movilización tras el ataque de Hamás registró 2000 desertores, lo que obligó a ese Estado a endurecer la legislación. El jefe del ejército israelí, Herzi Halevi, expresaba su preocupación: “Si no somos un ejército fuerte y con cohesión, si los mejores no sirven en las fuerzas armadas, ya no podremos existir como país en la región”. A finales de noviembre de 2024, lejos de frenarse esta tendencia, la misma siguió adquiriendo cifras preocupantes, con una creciente renuencia entre los reservistas a regresar al horror del frente[8]. De ahí que el Estado se viera obligado, ya en agosto de 2024, a llamar a filas a los “haredim”, judíos ultraortodoxos que estaban exentos del servicio militar obligatorio. Algo totalmente insuficiente como lo demuestra la medida excepcional para el racismo sionista de comenzar a reclutar masivamente a Falashas (judíos de Etiopía).
También se han sucedido protestas y manifestaciones contra la guerra, exigiendo el cese de las operaciones militares. En los últimos meses han surgido cortes de carretera y se han organizado pequeños grupos que se han infiltrado en Gaza y Cisjordania para actuar como “escudos humanos” generando obstáculos a las ofensivas israelís. Incluso algunos grupos de familiares de los rehenes han impulsado manifestaciones contra la guerra. Al mismo tiempo, la emigración, en un Estado que forja su unidad y fortaleza en la inmigración de ciudadanos de origen judío, repuntó el año 2024 hasta llegar a los 40.000 ciudadanos, con más de un millón de visados registrados en el extranjero.
Es cierto que estas reacciones contienen grandes contradicciones, son limitadas y poseen un fuerte peso ciudadanista que por lo general no denuncia la esencia sionista del Estado israelí. Pero eso no niega que la cohesión interna del Estado de Israel no se encuentra en su mejor momento, lo que sin duda está siendo un factor de retención en su avance militar. Si tras el ataque del 7 de octubre esa cohesión parecía total, el horror de la guerra está creando fisuras al interior de su ejército y de sus proletarios, esos que hasta ahora elogiaban y practicaban la caza al palestino. Aún no hemos llegado al extremo de ver a soldados israelíes apuntando sus armas contra sus propios oficiales, pero asistimos al punto en el que la negativa a formar filas comienza a amenazar su estabilidad, lo que no es ni mucho menos anecdótico en un ejército que hasta hace poco era el más cohesionado y disciplinado del planeta.
Esbozo de perspectivas
Es evidente que las reacciones frente a la masacre del capital, como las que hemos expuesto en el apartado anterior, son incapaces de girar el rumbo de los acontecimientos, al menos por el momento. También es cierto que el agravamiento mundial de la catástrofe capitalista a lo largo del planeta exacerba los antagonismos de clase y resquebraja los mecanismos que amortiguan las reacciones de los explotados. En la espiral de guerra en la que se sumerge el mundo cada clase se ve empujada a actuar conforme a sus propias necesidades materiales. Puede que mañana la burguesía plantee una tregua en la masacre en Oriente Medio como consecuencia de las negociaciones burguesas abiertas hace meses, o por la pérdida de cohesión del Estado de Israel, o por las respuestas del proletariado, o simplemente porque la carnicería y devastación que ha conseguido materializar sean suficientes para el objetivo de cambiar la faz de Medio Oriente, incluso por todos estos factores combinados, sin embargo, las dificultades actuales de valorización exigen a la burguesía más guerra, más destrucción, más explotación y más exterminio como único camino para seguir reproduciendo esta sociedad y su propia existencia como clase dominante. Esa es su única perspectiva para Oriente Medio y el mundo[9].
La burguesía prepara a través de la guerra y de los tratados de paz confrontaciones cada vez más devastadoras. Sólo a través de la destrucción, de la masacre sistemática y de los sucesivos esfuerzos de guerra, puede esa clase abordar los problemas de desvalorización que atenazan a la tasa de ganancia. O lo que es lo mismo, es a través de la guerra contra el proletariado, sumergiendo su existencia a la catástrofe de esta sociedad como puede seguir funcionando la misma.
Esta perspectiva va ligada a la capacidad de someter al proletariado a la misma, de atraer a los proletarios a la defensa de la nación, de los Estados, del pueblo. Por lo menos a una gran parte de ellos. Sin esa premisa la guerra imperialista no puede cristalizarse, pues evidentemente no son los burgueses los que van a matarse en el campo de batalla. Hasta la guerra de gendarmería, en la que el ejército de un país se moviliza para reimponer el orden social en otro país, precisa importantes niveles de complicidad por parte de los proletarios que viven en el país movilizado y en otras potencias capitalistas del mundo. El ejemplo del Estado de Israel en relación con las luchas en los territorios ocupados y colindantes es desgarrador.
La complicidad y el sometimiento del proletariado es el resultado de una correlación objetiva de fuerzas existentes que integra la estructuración y la conciencia de dos fuerzas contrapuestas. El proceso de reproducción social fomenta un conjunto de ideologías que la burguesía trata de asentar en el seno del proletariado, lo que permite su negación como clase, como fuerza antagónica, y su adhesión a alguna de las fracciones burguesas. Llegado a cierto punto esa adhesión permite no sólo conducirlo al matadero de la guerra imperialista sino ser un agente activo en la represión de las luchas de su propia clase. De ahí la importancia histórica de las ideologías como fuerza material de la relación social capitalista para inclinar la correlación de fuerzas hacia el lado de la burguesía. Algo que sufrimos cotidianamente.
En cualquier caso, en esta cuestión de la complicidad, el proletariado no es un simple objeto manipulado, víctima de la omnipotencia del capital, sino que el proletariado tiene su cuota de responsabilidad en una situación que se instala y persiste. Frente a las visiones del materialismo vulgar que establecen categorías y transforman la materia en inerte, es necesario resaltar esta realidad para no perder de vista la responsabilidad del proletariado en el proceso de su propia negación como fuerza revolucionaria, en su integración a la contrarrevolución.
Dicho esto, si el apoyo al sionismo o a otros gendarmes, con EE.UU a la cabeza, es evidentemente una defensa de los intereses del capitalismo mundial, no es menos cierto que los que hoy claman por una “Palestina libre”, y defienden una guerra contra el Estado de Israel sustentados en la lógica de los Estados árabes, o los que hacen llamados a una nueva y criminal paz entre Estados que prepara el terreno para años de sometimiento y austeridad o para una nueva sangría, se adhieren al esfuerzo de guerra que la burguesía desarrolla contra el proletariado mundial. Sometidos a diferentes ideologías (nacionalismo, liberación nacional, “antiimperialismo”, “anticolonialismo”, mal menor…) esas prácticas sirven para mantener al proletariado atado a sus condiciones de explotación e integrarlo en una política de complicidad con fracciones capitalistas. Bajo la identidad israelí, palestina, musulmana, judía, bajo las etiquetas de “antiimperialista”, progresista, “anticolonialista” … se reproduce de manera velada nuestra condición de explotados y se nos conduce a matarnos entre nosotros.
Frente a esta perspectiva de guerra, la perspectiva revolucionaria del proletariado existe como práctica de contraposición, de negación de la guerra y la paz capitalista e, inevitablemente, como negación del capital, lo que implica enfrentarse a las ideologías y fuerzas que debilitan esta negación. Es cierto que, como dijimos arriba, esa perspectiva es todavía débil, en parte porque en muchas ocasiones no se rompe las cadenas ideológicas del capital. Pero el sacrificio, los golpes y el horror en el que continuará inmersa nuestra clase constituyen elementos de extensión y fortificación de la pelea, de debilitamiento de los factores que sostienen las ideologías, algo que podemos ver en algunos ejemplos de resistencia a la guerra en Ucrania.
En esta coyuntura mundial, las minorías revolucionarias no son cronistas que anuncian el desarrollo de los antagonismos, que esperan pacientemente desde el exterior de los acontecimientos las “condiciones favorables”, ni iluminados que intervienen, también desde una exterioridad del movimiento, para alumbrar en la oscuridad. Son, por el contrario, una parte activa de la perspectiva proletaria, un momento de la misma que actúa voluntaria y consciente por su desenlace.
Es en ese lugar donde nos reconocemos junto con grupos y militantes revolucionarios en la pelea contra los límites que nos aprisionan, como parte del proceso de su superación, de la ruptura revolucionaria, asumiendo la defensa intransigente de la perspectiva comunista, independientemente de los resultados inmediatos. No hay posibilidad de desarrollo de la revolución sin la organización y centralización internacional de la práctica social de ruptura con las condiciones existentes, de la pelea contra los límites e ideologías que nos debilitan, de la denuncia de todas las fracciones burguesas, de la lucha contra “nuestra propia” burguesía en las distintas partes del mundo. En Palestina, en Oriente Medio, en Ucrania, en Yemen… y en cada lugar del planeta, nuestra comunidad de lucha nos empuja a afirmarnos como fuerza unitaria para la destrucción del capitalismo.
[1] Netanyahu en un mensaje grabado.
[2] Otros datos que se barajan sobre el terreno denuncian que esas cifras, ya estremecedoras de por sí, están fuertemente rebajadas.
[3] Ver nuestro texto “Palestina. Una historia de miseria, masacres y sublevaciones” publicado en esta misma revista.
[4] En coherencia con ello, y al menos hasta el ataque del 7 de octubre, el Estado de Israel ha participado activamente en el sostén económico que recibe Hamás por parte de Qatar. No es un secreto que una parte importante la ayuda económica que llega a Gaza proviene de Qatar. Medios burgueses como el New York Times, la CNN y otros, no esconden que los fondos, unos 30 millones de dólares al mes, llegan a Gaza en efectivo a través de la frontera con Israel por medio de funcionarios israelíes y de la ONU.
[5] Bajo la cortina de humo de desgastar a Hamás, el ejército de Israel empleó una táctica en Gaza que vino a denominarse cortar el césped, lo que en los hechos consistía en incursiones y matanzas de proletarios de forma periódica como elemento represivo y de “saneamiento”.
[6] Abdaljawad Omar, La nueva hornada.
[7] No entraremos en si hubo o no cierta pasividad voluntaria del Estado israelí que permitió la operación de Hamás para la instrumentalización que se hizo posteriormente de ella. Creemos que para nuestra exposición no es relevante esa cuestión. Anotemos, simplemente, que se ha filtrado información de que las autoridades israelís decidieron no tomar medida alguna pese a que los servicios secretos de Israel seguían con detalle los movimientos de Hamás. La noche anterior al ataque tuvo lugar una reunión de emergencia de altos cargos militares para discutir qué hacer frente a esos sospechosos movimientos observados esos días, descartando finalmente cualquier acción.
[8] Evidentemente se han ocultado las cifras y es muy difícil por el momento encontrar datos claros. Yedioth Ahronoth, el periódico israelí con mayor difusión ha informado que “uno de cada tres ciudadanos [no árabes] que deben alistarse no llegó al servicio militar, el 15 por ciento abandonó su servicio y no entró en la reserva. El número de beneficiarios de exenciones médicas y de salud mental aumentó del 4% al 8% antes del alistamiento…” Al mismo tiempo, grupos como Yesh Gvul (Hay un límite) o Refuse (www.refuser.org) han publicado numerosos testimonios e información sobre el rechazo a la movilización actual como cartas desde la prisión, deserciones sobre el terreno y textos de desertores.
[9] Mientras revisábamos el texto para su publicación se publicita una tregua acordada entre Hamás y el Estado israelí en Gaza a la par que el ejército israelí intensifica sus operaciones en Cisjordania.
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