La revolución social y la violencia
LA REVOLUCIÓN SOCIAL Y LA VIOLENCIA
sobre las últimas operaciones policiales contra anarquistas y las tareas de los revolucionarios
Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente.
(Manifiesto del Partido Comunista)
Ninguna persona empeñada sinceramente en la transformación radical de la sociedad ha ocultado jamás que esa transformación radical sólo es posible mediante la violencia; incluso sólo a través de grandes violencias.
Ningún revolucionario que merezca tal nombre puede negar que la transformación revolucionaria de la sociedad, la abolición de las premisas sobre las que se funda el orden actual para fundar la sociedad sobre nuevas bases, pasa necesariamente por la violencia de las masas llamadas a efectuar esa transformación.
Afirmar que los revolucionarios defendemos la violencia es una perogrullada del mismo calibre que decir que estamos a favor de la destrucción del orden social vigente. Defendemos el uso de la violencia revolucionaria y reivindicamos la historia de lucha de nuestra clase contra el capitalismo y el Estado. Esa historia es incomprensible y sencillamente no existiría sin la violencia de las masas explotadas. Desde la Comuna de París de 1871 a la Semana Trágica, de la Huelga de la Canadiense (que impuso la jornada laboral de 8 horas) a la Revuelta de Haymarket (que en Chicago luchó por las 8 horas y por cuyos mártires hoy se celebra, sin saberlo, el Primero de Mayo), de las revoluciones rusas de 1905 y 1917 a la revolución asturiana de 1934, de los levantamientos obreros que el 19 de julio de 1936 frenaron el alzamiento militar e iniciaron la revolución española, aplastada en mayo de 1937, de nuevo, violentamente. De la primavera húngara al mayo francés, los movimientos proletarios autónomos español e italiano de los años 70…la historia de lucha de nuestra clase es una historia escrita con violencia. Y lo seguirá siendo, pese a quienes quieren poner fin a la historia mediante el monopolio perpetuo de la violencia por parte del Estado, sin respuesta de los de abajo.
"Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios donde los haya; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por el terror que sus armas inspiran a los reaccionarios”.
(La revolución proletaria y el renegado Kautski. V. I. Lenin)
Cualquier revolucionario, incluso aquellos que como Lenin y su visión ideológica de la separación entre partido y Clase posibilitaron la aberración “socialista” del capitalismo de Estado ruso, sabe que sin un uso generalizado de la violencia por parte de los explotados la revolución no es posible.
La violencia por tanto es un tema recurrente en toda la literatura revolucionaria. Literatura que se edita, reedita, distribuye y lee sin grandes impedimentos, salvo escasas y notorias excepciones.
Más recurrente aún en la literatura revolucionaria es la crítica más o menos radical a todos los aspectos de la dominación capitalista. No debiera de extrañar a nadie, ni al más biempensante de los ciudadanos drogados democráticamente, el hecho de que los revolucionarios están en contra de todos, absolutamente todos, los aspectos de la sociedad capitalista. De sus cimientos, sus pilares, muros de carga, tabiques, tejados…hasta el último de sus fétidos retretes. Estamos, por tanto, contra la explotación capitalista, esto es contra el trabajo asalariado. Contra la mercancía. Y estamos contra el Estado. Sí, también contra el Estado democrático, contra la democracia y cada una de sus leyes. Y hasta donde sabemos manifestarse contra cualquier sistema económico y político, incluso contra la reverenciada constitución española, no constituye hoy por hoy delito.
Creíamos saber, de igual modo, que en la democrática España existía derecho de asociación y reunión, y de libre expresión de las ideas. Sin embargo, golpe tras golpe, la democracia muestra su rostro totalitario, dispuesta a eliminar todo cuanto se le oponga.
En la llamada Operación Pandora once anarquistas fueron detenidos bajo ridículas pruebas de hechos ridículos. Lo que se persigue, según el juez Bermúdez, es la supuesta coordinación de grupos y actuaciones que “individualmente considerados y sin la debida coordinación no podría lograr el objetivo final" de la lucha revolucionaria contra el Estado. Este juez ha hallado entre el montón de papeles que la policía le puso encima de la mesa “decenas de indicios tanto de la unidad ideológica como de la estrategia para desestabilizar al Estado y alterar gravemente la paz pública”. Lo que se persigue, en suma, es compartir unas ideas (unidad ideológica), y organizarse para llevarlas a cabo. Esto es, la perfecta definición de un delito político.
Esta revolución tiene que ser necesariamente violenta, aunque la violencia sea en sí misma un mal. Tiene que ser violenta porque sería una locura esperar que los privilegiados reconocieran el daño y la injusticia de sus privilegios, y se decidieran a renunciar de ellos voluntariamente. Tiene que ser violenta porque la violencia revolucionaria transitoria es el único medio para poner fin a la mayor y más perpetua violencia que tiene esclavizados a lagran mayoría de los seres humanos.
(E. Malatesta)
Habida cuenta de que los revolucionarios sinceros consideramos la violencia como un medio indispensable para alcanzar la meta revolucionaria, y que salvo aquellos irrefrenablemente apegados a un individualismo impotente los revolucionarios tenemos la insana costumbre de organizarnos junto a aquellos con quienes compartimos ideas, proyecto y estrategia (de modo que tenemos unidad ideológica y estratégica, en jerga judicial), podemos concluir que oponerse al sistema de modo mínimamente coherente es hoy un hecho delictivo que puede ser calificado en cualquier momento de terrorista; por cualquier razón y por cualquier acto, como escribir estas líneas apresuradas.
Tan es así que una sentencia del Supremo de 2002 afirma sin sonrojo: “[…] El terrorismo no es, ni puede ser, un fenómeno estático sino que se amplía y diversifica de manera paulatina y constante, en un amplio abanico de actividades, por lo que el legislador penal democrático en la respuesta obligada a este fenómeno complejo debe ir ampliando también el espacio penal de los comportamientos que objetivamente deben ser considerados terroristas […] una organización terrorista que persigue finas pseudopolíticos intentar alcanzarlos no solo mediante Actos terroristas, sino también a través de actuaciones que en sí mismas consideradas no podrían ser calificadas como actos terroristas.(Movilización populares no violentas, Actos de propaganda política no violenta, concienciación popular de la importancia de los fines, etc.). “ (Subrayado nuestro).
Así, basta con ser declarado terrorista por el poder ejecutivo, legislativo o judicial para que inmediatamente cualquiera con quien se tenga unidad ideológica vea todo su accionar político, desde la propaganda a la movilización popular, calificado de terrorista. No sólo se cierran, pues, las posibilidades de organización revolucionaria –que es en sí, desde la óptica inquisitorial democrática, terrorista –sino la mera difusión de ideas. El totalitarismo democrático avanza hacia el silenciamiento de toda posible disidencia real o potencial, cerrando el paso preventivamente a las posibilidades de lucha de los explotados. El mensaje es claro: toda contestación será aplastada.
"Lejos de oponerse a los pretendidos excesos, a los ejemplos de venganza popular contra individuos odiados o contra edificios públicos a los cuales no se unen más que recuerdos dolorosos, conviene a los obreros no sólo tolerar estos ejemplos, sino más bien tomarlos en sus propias manos."
(Karl Marx)
Hoy, 30 de marzo de 2015, nos despertamos con 27 nuevas detenciones de compañeros anarquistas, muchos de ellos acusados de formar parte de los famosos Grupos Anarquistas Coordinados, en una clara continuación de la Operación Pandora que los imaginativos maderos han bautizado como Operación Piñata. Desconocemos los hechos que se les imputan, pero de continuar con la tónica de los últimos golpes represivos será uno o ninguno, más allá de organizarse con quienes tengan unidad ideológica, haber escrito algún panfleto o editado un librito (recordemos que la posesión de ejemplares de Contra la Democracia, editado por los GAC, fue esgrimida como prueba irrefutable de terrorismo en la anterior operación Pandora).
Si se les llegara a imputar algún hecho concreto, algo que dudamos, no pasará de ser algún acto ridículo e insignificante; en palabras del Tribunal Supremo “actuaciones que en sí mismas consideradas no podrian ser calificadas como Actos terroristas”. Lo que hace años no pasaba de ser calificado como vandalismo, o en los casos más bellos como delito de “estragos”, hoy se juzga bajo el título legal de terrorismo. Y, como el juez Bermúdez nos aclara, quien comparta ideas y visión estratégica son también terroristas, y poco importa que se armen tan solo con palabras.
Pero no nos llamemos a engaño: no son los actos individuales de violencia revolucionaria lo que temen. Respetamos profundamente a los proletarios que armados de cólera y buenas intenciones deciden actuar, también violentamente, contra el capital, el Estado, sus estructuras y sus símbolos. Pero sabemos que no es con la violencia de individuos aislados o de pequeñas minorías desgajadas de las hoy inexistentes luchas radicales que el capitalismo sucumbirá. Puede servir de ejemplo y acicate, y muestra la dignidad de quienes no se resignan a permanecer en silencio en medio de la desolación capitalista.
Mas lo que hoy estamos viviendo, lo que sufrimos en nuestras carnes y las de nuestros compañeros detenidos y encarcelados, es una pacificación preventiva que ponga punto final a toda contestación real al sistema capitalista. Las luchas radicales hoy brillan por su ausencia. La desmovilización es total, pese a la apariencia que desfiles ciudadanos y luchas por la conservación del Estado del bienestar puedan generar. La crítica revolucionaria de lo existente no pasa de lo marginal y anecdótico. Los revolucionarios permanecemos dispersos, dedicados a nuestra parcelita de saber y combate parcial, muchas veces cómodos en nuestra zona de confort, en el nauseabundo gueto o nuestra anodina supervivencia cotidiana.
A lo que temen no es al anarquismo en sí. Ni a cuatro petardos. Lo que les da pavor es la posibilidad de que la vida irrespirable que su sistema produce haga rebelarse a millones, y que los revolucionarios sinceros, anarquistas o no, estemos ahí. Organizados, armados con la crítica radical a lo existente forjada tras décadas de luchas y derrotas, recordando la historia de lucha revolucionaria de nuestra clase, construyendo desde abajo junto al resto de explotados el proyecto de una sociedad libre sin clases y sin Estado. A eso tienen miedo, y eso es lo que debemos levantar: autoorganización revolucionaria, crítica radical a lo existente, capacidad de acción.
Nuestro proyecto es ilegal en sí mismo. No cabe en el Estado, no cabe en la democracia, no es compatible con el capitalismo ni con cualquier otra sociedad de clases. Nuestro proyecto es terrorista en sí, tal y como viene definiendo el totalitarismo democrático el terrorismo en los últimos tiempos: supone la desestabilización del Estado, hasta su destrucción por la violencia de masas de los explotados en armas; el colapso de la economía capitalista, hasta la expropiación revolucionaria de lo poco que pueda ser útil en una sociedad libre, y la destrucción y desmantelamiento del resto. El simple enunciado del viejo proyecto es hoy, tiempo de pacificación preventiva por el Estado totalitario, un acto terrorista: por la abolición de la sociedad de clases. Por la anarquía.
F. C. K.
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Comentarios
El problema...
Sí, F.C.K., como tú mismo lo reconoces, "A lo que temen no es al anarquismo en sí. Ni a cuatro petardos. Lo que les da pavor es la posibilidad de que la vida irrespirable que su sistema produce haga rebelarse a millones, y que los revolucionarios sinceros, anarquistas o no, estemos ahí."
El problema está pues en cómo esa "posibilidad" (la de la rebelión de "millones) se convierte en una realidad.
Tú apuntas que "la vida irrespirable"de "su sistema"pueda producirla; pero la realidad es que hasta ahora no se ha producido y que, por el momento, no hay indicios de que esos "millones" quieran rebelarse...
El problema no es pues si la "revolución" será o no "violenta"; el problema (para los revolucionarios) es cómo conseguir que esos "millones" sean conscientes de la necesidad de rebelarse y de poner fin a este sistema y de no suplantarlo por otro que mantenga la explotación y la dominación.
Los revolucionarios no pueden olvidar hay en lo que han acabado todas las "revoluciones" hasta el día de hoy.
Fraternalmente