Ser anarquista

Desde que era muy joven y empecé a contactar con otras anarquistas ajenas a mi círculo siempre me sorprendió la forma de abordar lo que podríamos llamar la “identidad anarquista”. Sí, ciertamente se entiende como una identidad, cultural, filosófica, política, social. Siempre me decían, con un aire de solemnidad y mirando al horizonte con los ojos brillantes: “¿yo anarquista? Algún día me gustaría serlo. Estoy en ello”. O también: “¿anarquista? Esa palabra es demasiado grande para mí. Es un proceso, lo intento”. Faltaba música de violín de fondo y un manto de nieve que casi nunca cae en Canarias. Yo, a pesar de ser muy inexperto y tener la cabeza repleta de lecturas, no sabía muy bien si creérmelo.

Con el paso del tiempo no he visto que se rebaje este discurso. Convertirse en anarquista es entendido por algunas como una prueba iniciática: de capullo a ser superior. Es un proceso de años que requiere lecturas, formación, aprender códigos y mil requisitos formales. Es casi como una oposición. Opositar para anarquista, qué gran labor.

Todos habremos oído aquello de que se es anarquista 24 horas al día y cosas similares. Decía Victor Serge en sus memorias: “El anarquismo nos poseía enteros porque nos pedía todo, nos ofrecía todo. No había un rincón de la vida que no iluminase, por lo menos así nos parecía. Podía uno ser católico, protestante, liberal, radical, socialista, sindicalista incluso, sin cambiar nada en su vida, en la vida por consiguiente”.

Yo también he dicho cosas similares, y aún me parecen ciertas. Pero no veo lo de ser anarquista a jornada completa como una condena, un acto de constricción que debe respetarse durmiendo y en el cuarto de baño. En parte es una actitud, una forma de relacionarte con los demás y entender la vida, y también una propuesta empírica que busca cohesión entre ideas y hechos, y esto difícilmente implica parcialidad. No podemos ser diabéticas doce horas al día, aunque reconozco que es muy ventajista compararlo con una dolencia del páncreas. Decía Paul Válery que “toda persona lleva en sí un dictador y un anarquista”. Digamos que llamamos anarquista a la persona cuya segunda faceta se manifiesta más y que con mayor fuerza combate la primera.

Dicho esto, y admitiendo que la anarquista busca la coherencia, ¿con respecto a qué la busca? A veces me parece que se busca la coherencia entre las ideas que se tiene y las que se quieren tener. Las ideas pueden ser fáciles de adquirir, pero sobre todo son fáciles de aparentar. Nuestra búsqueda de la coherencia no es, generalmente, entre ideas y actos, que sería lo lógico, sino puramente formal. De ahí que le demos tanta importancia a los que decimos y también a lo que decimos pensar, y tan poca a lo que hacemos.

De todo esto vienen lo que yo llamo “la búsqueda de los grados de perfección moral”. Nos preocupa esa parte de ser anarquista interna y, paradógicamente, extremadamente exhibicionista. Queremos tener un lenguaje aparentemente anarquista, unos hábitos personales supuestamente anarquistas, pero no hay un mínimo esfuerzo por hacer nada práctico anarquista. El anarquismo se convierte así en una religión o filosofía transcendentalista, donde se van alcanzando distintos rangos de iluminación o sabiduría hasta llegar al Nirvana o algún estado de consciencia superior. Como si fuéramos monjes budistas o místicos cristianos. En la FAGC ya es común bromear sobre los “grados de perfección anarquistas” que hemos alcanzado: el grado 9 es el que alcanza la anarquista cuando es capaz de no emitir sombra, y el grado 10, el máximo conocido, cuando puede hacer la fotosíntesis.

El anarquismo así entendido, como una meta inalcanzable que implica martirización, como un club exclusivo y elitista que exige para entrar un examen de acceso, no me interesa. Sí, debemos ser coherentes, pero la coherencia exige correlación entre lo que decimos y hacemos, y eso quizás implique empezar a decir cosas realistas. Una tortuga que afirmara que no puede volar estaría siendo tan honesta como coherente. Coherencia es reconocer las propias contradicciones, y también los propios límites. Lo coherente es asumir que la vida misma, la que nos rodea, nos impide si queremos conservarla, hacer todo lo que nos gustaría. La coherencia es intentar cambiar eso, pero admitiendo sus dificultades y también los fracasos personales y colectivos. Coherencia no es dejar de respirar para no incumplir ni una coma de un dogma; coherencia es mantenerse vivas para poder aspirar a cambiar lo que no nos gusta. Reconocer que es imposible ser perfectas, que es imposible volar, como reconoce la tortuga, es coherente. La coherencia es conflicto y búsqueda, no perfección y esnobismo.

Por otro lado, podemos aparentar toda la coherencia que queramos en el continente, pero la coherencia implica contenido. Ser anarquista se ha convertido en una cuestión de forma más que de fondo, de respetar códigos culturales superficiales omitiendo lo que se hace en la práctica y cuando se acaba la asamblea. En ese aspecto, he conocido más anarquismo fuera de los círculos anarquistas que dentro. Podemos esforzarnos mucho, por ejemplo, en usar un lenguaje no sexista, como yo en este artículo, y formalmente aparentar oposición al heteropatriarcado. He conocido hombres muy rigurosos con el lenguaje, escrupulosos en su discurso, que afirmaban haber leído cada libro sobre feminismo que llegó a su manos y estar al tanto de “lo último”. Tíos que asisten a talleres o que incluso, sin sonrojo alguno, los imparten. Autotitulados “aliados” que, cuando el foco se apaga, en el trato con sus compañeras, eran verticales, despóticos y tiránicos, y también clasistas y autoritarios cuando interactuaban con las mujeres del barrio a las que miraban por encima del hombro. Sujetos formalmente contrarios a la opresión de género que sentían la más viva aversión por “chonis” y gitanas, y que hacían de cualquier mujer que se les acercara un cliché a cosificar. Y he conocido también mujeres que reprendían a sus compañeras si no se sometían a estos “machos alfa” y los escuchaban atentas hablar de Beauvoir, Preciado, los micromachismos o la oposición al amor romántico.

Por otro lado he conocido hombres que no conocen el nombre de ninguna autora feminista, que afirman no haberse podido acabar nunca un libro entero, que no usan lenguaje no sexista, que no conocen ningún término sofisticado sobre la decostrucción de los roles de género y que no saben lo que significa heteropatriarcado sólo con oírlo. Y sin embargo, esos mismos hombres, sin formación académica ninguna, no tratan a su iguales como inferiores o subalternas; no aíslan a sus compañeras de las conversaciones, ni las apartan de las tomas de decisiones; no creen que deban iluminarlas o guiarlas; las escuchan atentamente en las asambleas y las reconocen como referentes cuando su trabajo y su ejemplo les sirve de inspiración. No podrán elaborar un sesudo discurso sobre la opresión de géneros, pero jamás aprovecharán la coartada de un supuesto “espacio seguro” para agredir a una compañera. Las vecinas, mis compañeras más cercanas, prefieren militar con los segundos.

Lo dicho se puede aplicar a todas las manifestaciones anarquistas. Centramos todo el peso en el discurso, pero lo verdaderamente importante es lo que hacemos. Son nuestros actos los que tienen que hablar por nosotras y definir lo que somos. No existe coherencia posible si no tenemos una actividad real que se pueda confortar con nuestras ideas. Ser anarquista, entendido como un proceso meramente filosófico, teórico, como la adquisición de un estatus intelectual que nos separe de la plebe, es algo que me asquea y no me interesa en absoluto. Considerarse anarquista con la idea de distinguirse del resto y poder echarles una mirada de desprecio desde una pretendida superioridad moral, es simple y desnuda aristocracia. De ahí vienen los sermones y la agobiante insistencia de convertir a los infieles. Es la evangelización ácrata.

Mi anarquismo es otra cosa. Mi anarquismo no sirve para separarme de los demás sino para acercarme a ellos. Sirve para entender las contradicciones ajenas y ver cuánto de ellas hay en mí. Sirve para acostumbrarme a no exigirle nada a los demás por encima de lo que me exijo a mí mismo. Yo no quiero que ser anarquista sea una cosa difícil y tortuosa, sino algo fácil, asequible, al alcance de todo el mundo. Yo refuto a Armand cuando decía que “el anarquismo no es para los ineptos al esfuerzo”. Me niego a eso. Yo no quiero un anarquismo para atletas intelectuales, para campeonas del pensamiento abstracto y übermensch salidos de algún documental de Riefenstahl. Yo quiero un anarquismo que precisamente pueda ser patrimonio de los que hasta ahora han sido marginados de las cumbres de cerebros, los comités de sabios, las aulas y las academias. Quiero que los que somos tildados de tullidos, físicos o mentales, podamos hacer nuestro el anarquismo y escupirlo a la cara de los que lo relegan a universidades, salones, colectivos de convencidas y grupos de estudio. Quiero que ese anarquismo cotidiano, que se teje en muchas de nuestras relaciones, en nuestras asambleas de vecinos, en nuestras ollas comunes, en nuestras huertas, en nuestros piquetes, en nuestras enfrentamientos en el barrio, acabe aceptándose como una forma rápida y eficiente de convertirse en anarquista sin necesidad de darse ese nombre, de asumir ningún folclore, ni de compartir ningún fetichismo hacia banderas, símbolos y siglas.

Quiero que ser anarquista sea algo cercano, accesible y asequible, que las anarquistas sean definidas por su actividad y no solamente por las ideas que dicen defender. Quiero que ese anarquismo intuitivo, sin nombre y sin sello, pueda ser reconocido como una manifestación anarquista de primer orden. Que se entienda que una teoría anarquista ajena a la práctica y a la realidad es como una pieza refinada de cristal, pura y sin macula, brillante, pero tremendamente frágil y quebradiza. Mientras que el anarquismo de barrio, de calle, basado en la experimentación y la práctica, el anarquismo que yo defiendo, es más bien como una roca sin tratar, con tierra y llena de golpes, pero tremendamente sólida y pulida por el uso. Quiero en definitiva que el anarquismo deje de estar enmarcado en los despachos de las profesoras, que lo saquemos de las vitrinas y lo compartamos con la gente, que sea como un papel pequeñito que la gente pueda llevar consigo todo el día en el bolsillo, lleno de pliegues de todas las veces que lo doblan y desdoblan, sucio y desgastado de tanto uso.

¿Y si esto nunca llega a ser aceptado por las anarquistas oficiales? Pues muy bien. Otro anarquismo, sin complejos ni pruritos intelectuales, a golpe de adoquín y de curro en la calle, acabará tomando posiciones y adelantándolos por su izquierda. Los cambios profundos no aguardan el consenso.

Ruymán Rodríguez

Comentarios

Imagen de Acratosaurio rex

En esto del anarquismo, yo ya no necesito ni hacer la fotosíntesis. Eso es cosa de vegetales. Yo directamente transformo las ideas en energía sin residuo, no necesitando por ello defecar o mear. Estaría en el grado 33 de los máximos imposibles.

Vaya basura la coherencia esa que nos tienen vendida. ¡Pura creencia! de que las soluciones pasan por ser personales. Mejor es sacara a la luz la contradicción obligada en la que nos vemos cada uno, no para enmendarlaa, ni como punto de partida de un proceso que nos liberará en el futuro. Sino como la herida donde florece el ataque mas directo que se le puede hacer al régimen de estado-capital: Uno mismo.

Primero que nada saludos,

hice esta cuenta solo para poder comentar sobre el texto porque el titulo me choco de frente.

Primero debo decir que en mi caso me descubrieron anarquista, que quiero decir con esto, que yo soy Federico y un dia intelectuales designaron que mi manera de ver el mundo y a las personas me hacia un anarquista. fue una absoluta sorpresa para mi, que en una reunion, personas con las que discutia filosofia me englobaran con un grupo de personas y decidieran que y como era.

Dicho esto, al titulo y texto me aboco.

Que es un anarquista, como ser un anarquista, que es un buen anarquista? todas estas preguntas para mi, un anarquista a los ojos de intelectuales, carecen de respuesta. No veo como se puede ser un ideal filosofico, si entiendo que se puede llegar a hacer para alcanzarlo, pero uno no ES un ideal, no puede serlo jamas, y creo que de este problema deriva tu insatisfaccion con los intelectuales en sus torres de marfil. Si creo que uno puede vivir siendo honesto consigo mismo y con los demas, y si uno es "anarquista" en su forma de ver la vida, va a vivir una vida "anarquista". Entiendo que el "anarquismo" en su forma popular se refiere a un sistema socio/economico, creo que esta mirada es miope, para mi el anarquismo es una posicion filosofica que se basa en la idea de los individuos como ideales de si mismos. este individuo ideal genera una existencia ideal para si mismo, si se realiza en masa, el "anarquismo" surje.

el hecho intelectual, la acumulacion de conocimiento creado por otros; puede ser interesante hasta un punto, pero en mi experiencia de vida, larga ya a esta altura, la mayoria de las personas que acumula informacion literaria lo hace con el unico fin de juntar credenciales y posicionarse por encima de los demas, algo completamente ANTI "anarquista".

(me canse de poner comillas en anarquismo, asumi que todas las veces lo lleva si no hablo extrictamente de filosofia)

ahora voy a tocar tu anarquismo, que a mi no me suena tan libre, claramente tenes expectativas sobre los demas, (ojo, no es una critica a tu persona, mas bien un ¨fijate en esto a ver si no hay que reeverlo¨), esto me parece un intento de forzar tu ideal sobre los otros, la libertad del individuo de ser el mismo y simplemente dejar a los otros tambien serlo es lo unico innegociable del anarquismo. claramente si otros no respetan tu individualidad tenes justo derecho de demandarla, por todo medio necesario, pero mas alla de eso, es una imposicion a los otros, una forma de autoritarismo.

creo que esta necesidad de demandar o imponer ideales propios en otros es resultado de querer transladar un ideal filosofico a una doctrina politica, al hacerlo, se le da forma y estructura; y en el caso del anarquismo, darle forma y estructura mata su espiritu.

Esta gimnasia mental, transladar un ideal filosofico en una idea politica creo que tambien es la base del porque el anarquismo se percibe tan aristocraticamente intelectual, hay una contradiccion en la base, y en vez de aceptarla, el anarquista la niega. Esto requiere de mucha inteligencia, conocimiento y sofismo. Y ahi es cuando una idea viva, que demanda absoluta mutacion constante, que requiere que todos se involucren y la vivan para que sea realizable se pierde en parafernalia intelectualoide.

Hay infinidad de formas de llegar al ideal anarquista, tantas como seres humanos, y todas son validas mientras vivan bajo el espiritu de libertad e igualdad para todos. tratar de darle un solo cuerpo, un solo camino y una sola forma de enteder el anarquismo, es basicamente ANTI anarquista.

 

nuevamente saludos, puede que haya divagado un poco, perdido el hilo y retomadolo luego... disculpas soy bastante erratico. espero que no sea tomado como un ataque personal, de hecho me gusto lo que escribiste y como lo hiciste y entiendo que los ideales, son dificiles de plasmar en palabras.

suerte

Federico

 

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