El municipalismo libertario en la sociedad del colapso
@BlackSpartak
Se ha publicado en La Vanguardia en estos días unas declaraciones de representantes del FMI diciendo poco menos que la crisis económica será permanente y que la población sufrirá las consecuencias durante muchos años. No son Antonio Turiel o Pedro Prieto diciendo que se acaba el petróleo (y acertando en las causas primeras de la crisis sistémica); es Christine Lagarde quien lo admite ahora. De vez en cuando estas supra-organizaciones dicen la verdad. Aunque luego suelen volver a contarnos las maravillas del crecimiento económico, del brotes verdes y de que el futuro dentro del neoliberalismo es brillante en caso de aceptar los recortes que son inevitables e imprescindibles.
Y es que en realidad lo que nos están diciendo es que el neoliberalismo está excluyendo del sistema a cada vez mayores capas de población. No sólo se trata de países, que vemos como caen en el caos permanente y en las guerras civiles. Los llaman “estados fallidos” y su lista cada año aumenta. Hay que reconocer que aquí tiene que mucho ver la geopolítica, pero el resultado es el mismo: varios millones de personas que de golpe dejan de ser “consumidoras”. Se quedan fuera de los “mercados” y entran en los campos de refugiados.
En el Reino de España tenemos una situación mejor, somos parte de una potencia dominante, y en nuestro caso las capas excluidas son las personas en situación de desempleo. Comentaba un economista que en el futuro habrá tres tipos de trabajadores: aquellos que no podrán parar de trabajar nunca (y que harán jornadas larguísimas), aquellos que irán trabajando en empleos temporales el resto de su vida, y aquellos que no volverán más al mercado laboral (vivirán de ayudas y del mercado negro). El sindicalismo no se está adaptando a estas tipologías de trabajadores, por cierto.
Pero volviendo al hilo del título de este artículo, lo que se nos viene encima gracias a la globalización del capital es una situación de exclusión del sistema global de territorios enteros dentro de cada estado. Y en este caso nos tenemos que centrar en conocer la forma que pretenden que tome el capitalismo del futuro.
Para los “mercados” existe un interés de centrar la producción y el consumo en ciertos puntos concretos. La tendencia a la concentración de la riqueza lleva siglos, y empezó con la emigración del campo a las ciudades. Más tarde surgieron las megalópolis. Y ahora existen los “hubs” o la red de ciudades. Se trata de que si tienes un sistema rápido de transportes ciudades cercanas pueden funcionar como si fueran la misma ciudad. Esto, obviamente requiere de un altísimo gasto de energía y de destrozar el territorio que hay entre las ciudades. Son daños colaterales del progreso.
Pero a lo que vamos, el capitalismo sólo tiene sitio para unas cuantas ciudades elegidas. Y no le vale cualquier cosa. En el estado español es probable que las elegidas sean precisamente las ciudades más grandes: Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza, Málaga y Bilbao. El resto no entrará en los planes globales (salvo que aguante alguna fábrica importante. Pocas serán dentro de 10 años, al ritmo que vamos). Su única opción para sobrevivir es ser subsidiarias y producir cosas para las otras. Quizá su destino sea el turismo y la agricultura. Pero en tanto a actividad industrial independiente, poco a poco se acabará. Miquel Amorós lo refleja muy correctamente en un artículo: “Catalunya es Barcelona”.
¿Qué nos pasará a la gente que vivimos en otras ciudades que no son aquellas que he nombrado antes, o incluso en lugares que no son especialmente turísticos? Sencillamente que irán muriendo poco a poco. Se producirá una pérdida de población que emigrará a las grandes ciudades, en donde hay trabajo, o hacia el extranjero.
¿Cómo nos podemos oponer a esta situación?
Se trata de iniciar desde ya un movimiento de desobediencia y de recuperación de lo local. Hay que revertir la globalización del capitalismo, que es la que nos está produciendo esto. Pero quizás hay que crear un nuevo paradigma político que supere el actual marco institucional. Para empezar la partitocracia actual ni siquiera se plantea las cuestiones de fondo. Ni las entienden, ni son fiables para combatir los problemas estructurales (son proclives a ser comprados). ¿Al fin y al cabo qué puede hacer un ayuntamiento? Es una estructura del estado, y como tal, susceptible de ser disuelto. Si está de lado popular, perfecto, pero quien debiera llevar la batuta en la lucha futura es lo que se organiza fuera de los consistorios.
Aquí es donde entra el municipalismo libertario. A diferencia de la creencia interesada de algunos libertarios y ex-libertarios que participan en las elecciones, el municipalismo libertario no trata de “tomar los ayuntamientos” por la vía de los votos. No. El municipalismo libertario se basa en la construcción de contrapoderes locales en la localidad. Los contrapoderes deberían ser estables y durar en el tiempo. Deberían convertirse en contra-instituciones y poco a poco ganar una legitimidad de la sociedad, fomentar la autoorganización en escalas cada vez mayores y centrarse en la generalización de la autogestión y la economía social.
Para empezar se puede promover la convergencia de los movimientos sociales. Poco a poco deberíamos asumir que nuestra localidad no tiene futuro dentro del capitalismo. De esta manera es más fácil conseguir una masa crítica que nos apoye, aunque nos mire con desconfianza al principio y no se nos acabe de creer del todo. Pero poco a poco debemos ir reconstruyendo lo local a base del consumo responsable (comprar solamente productos de proximidad, producidos sin explotación laboral, respetuosos con el entorno). Para ello hay que comenzar a garantizar una soberanía alimentaria de la población, a base de producción de proximidad. Y poco a poco una soberanía energética. Desconectar el mundo rural y las ciudades pequeñas del capitalismo global es nuestra única garantía para que estas sociedades sobrevivan.
A nivel “macro” hay que unirse políticamente en grandes campañas contra la globalización, como los tratados actuales del TTIP. Hay que volver a imponer aranceles a los productos hechos en el exterior. Hay que salir del FMI, la Organización Mundial del Comercio y del Banco Mundial. Eso lo decíamos hace dos décadas en el campaña de “50 años bastan” y es necesario volverlo a decir hoy en día. No tenemos porqué vivir en un sistema neoliberal. Se lo van a cargar todo, como pretende la industria del fracking, las grandes infraestructuras, los pantanos y otros servicios dedicados al beneficio de las grandes ciudades.
Pero esta resistencia de mayor escala la tiene que impulsar un “movimiento de movimientos”. Un movimiento popular contra el capitalismo que combine las resistencias locales en el mundo rural y las ciudades pequeñas con los movimientos sociales de las grandes ciudades, con los sindicatos, con la economía social, con la lucha ecologista, el movimiento estudiantil, etc. Y de paso converger con las organizaciones propias de los nuevos sujetos de la clase trabajadora: precariado y excluídos, que construyen sus propias redes de solidaridad, asambleas de parados, cooperativas informales, sindicatos de barrio, colectivos de vivienda, etc.
En las ciudades pequeñas hay que conseguir vincular en el imaginario de la gente la supervivencia y viabilidad de la comarca con la adopción de nuevas formas políticas. Aquí entra el municipalismo libertario. Se trata de crear un nuevo paradigma organizativo que no es una institución del estado, sino una entidad que algún día lo puede sustituir. Pero tiene que servir para potenciar las comunidades de resistencia. Sin la creación de contrapoderes las luchas sociales se mueren solas. Sin la adopción de una visión política con capacidad estratégica y analítica seremos derrotados por el sistema una y otra vez.
En las grandes ciudades tenemos los barrios. Éstos en su mayoría no tienen entidad jurídica-administrativa. Son vistos como parte subsidiaria de las ciudades, un caladero de votos para los partidos. En ellos se debe centrar la actuación de los movimientos sociales y de paso fomentar asambleas de barrio y otras herramientas de contrapoder a pequeña escala. Al fin y al cabo una ciudad es una federación de barrios.
Hemos llegado a una etapa crucial del sistema en la que todo está a punto de desmoronarse. El surgimiento de pequeños contrapoderes locales puede ir de la mano con la coordinación de los movimientos sociales y la generalización de experiencias de luchas sociales. Es necesario superar la tentación institucional y volver a proponer alternativas que pongan el centro de gravedad de la lucha fuera de las instituciones, arrastrando incluso a algunas instituciones que crean sinceramente en otro mundo. Si logramos esto llegaremos a un escenario muy beneficioso para las futuras luchas revolucionarias. Recordemos, no se construye la revolución sin preparar bien el terreno.
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