Elogio de un heterodoxo al Anarquista
El Anarquista me mira con seguridad, escorándose en su rincón. No espera de mí sesudos análisis, ni que entone un réquiem. Sabe que la voz del letrado o la del tenor mortuorio no están a mi alcance. No se enfada si sólo le ofrezco rudimentaria poesía.
El Anarquista ha aceptado como lógica la condena del tabú más férreo que sigue sin desplomarse traspasadas las puertas del milenio: ha aceptado repudiar la Jerarquía. Aceptando como normal lo que para muchos es un “despropósito anti convencional”, ha aprendido a tolerar las teorías más marginadas –aun las más estrambóticas–, a comprenderlas o refutarlas con una sonrisa. Cuando las lenguas artificiales no encontraban calor, ahí tenían a un Viñas, a un Armand o a un Yamaga que les diera cobijo. El vegetarianismo, a su vez, recorría el “movimiento” desde Reclús a los díscolos “Bandidos Trágicos” de la “Banda Bonnot”. Y cuando Carpenter se sacudía las piedras que le tiraban los homófobos, ahí tenía a un Mackay dispuesto a clavar sus flechas en el “cuerpo” reaccionario.
Al Anarquista no le asombra ni escandalizada nada que se coloque más allá de los límites en los que se ha enclaustrado a la Libertad.
El Anarquista es el viejo que sabe sonreír con afecto ante los disparates ajenos. Es el joven que augura que la Revolución es un hecho de aquí a veinte años (y amenaza con meterse un tiro si ese día no llega). Es la mano generosa que palia el dolor; la crítica lacerante que, ante el tirano, sabe agravarlo.
El Anarquista nació en el gallinero del teatro Social. A veces sube a escena, pero es en contra de su voluntad. Busca el “protagonismo” en la tramoya; allí pretende cortar el cordel del telón y poner fin a la función que nos obliga a vivir como simples figurantes de la tragedia colectiva.
El Anarquista, sin ser Primitivista, sabe repugnarse ante el maquinismo y condenar el fatuo progreso de una era industrializada. Sin ser Comunista Libertario, sabe abrir las manos ante el llanto de la necesidad y cerrar el puño ante la omnipotencia del agio. Sin ser Sindicalista, hace vibrar su alma con el sufrimiento obrero y blande la piqueta hasta lograr derribar la aristocracia del peculio. Sin ser Individualista, se niega a convertirse en ganado y hace oír su voz cuando la mayoría lo orilla.
El Anarquista no se deja arrastrar por los “ortodoxos de la novedad” (usando un ingenioso término acuñado por Amanecer Fiorito), no comparece ante los tribunales oficiosos e insulta a los oficiales. El anarquista no se siente atado al pasado como no se hipoteca al futuro. Sabe lo que otros fueron y lo que le gustaría ser; pero por encima de todo sabe lo que “es”. El Anarquista sabe enfrentarse al pontífice de turno, sabe ridiculizar a sus epígonos y bajar del trono a puntapiés a todo sujeto ilustre. El Anarquista no es la comparsa de lo constituido, sabe disentir del contenido y hundir si hiciera falta al continente.
El Anarquista, cuando la situación lo requiere, está dispuesto a convertirse en Anarquista de los “anarquistas”.
El Anarquista sabe también desacreditarse. Sabe que cuando su tono empieza a oírse más que sus palabras es el momento de hacer un mutis por el foro. Sabe que el respeto y el cariño mal entendido dan paso a la admiración, y sabe que si consiente esto no será más Anarquista que quienes lo veneran. El Anarquista sabe condenarse a sí mismo. Sabe pasar por traidor, por provocador, por incendiario, cuando quienes lo tildan así se revelan al acusarlo. Sabe adoptar mil nombres con los que siempre decir lo mismo. Huye de la relevancia y ha aprendido a eclipsarse. No son para él los focos y la platea. Aunque siempre esté dispuesto a realizar un “gesto bello”.
El Anarquista tiene una gran sensibilidad. Incluso si es un bocazas, y presume de egoísta, el Anarquista sabe partir, o incluso renunciar, a su ración de “pan y sal”. El Anarquista es un ser emotivo, con sentimientos a flor de piel, y si escupe fuego y sus palabras desprenden ácido es porque no puede soportar una muestra más de ese “Dolor Universal” del que nos hablaba Faure. Hace de sus palabras una saeta porque le asquea tanta resignación, y le duele tanta pena.
El Anarquista quiere colaborar sin suprimirse, coadyuvar sin renunciar, discrepar sin herir el cariño que les profesa a sus hermanos. Pero si esto pasa, acepta con estoicismo ser carne excluida, desfederada, y emprende su camino, ora parapetado en la ataraxia, ora sumido en la nostalgia, abrigado con la convicción de que en el ostracismo también es posible hallar un lugar llamado Acracia.
El Anarquista sabe abofetear al líder, burlarse de la mayoría, ofrecer su brazo y precipitar la ruptura cuando los lazos contraídos pueden apercollarle. El Anarquista sabe traicionar a la Patria, matar a Dios y, parafraseando libremente a Han Ryner, en un periodo de civismo maldecir los crímenes de la especie civilizada.
Los Anarquistas no quieren aprender a morirse. Saben consumir su vida entregándolo todo a los demás, cargando en sus espaldas más de lo que aguanta el hormigón que fraguan y el papel que los insulta. Mueren muchas veces inmolados por la Causa, por la Organización, por la Idea. Seres, casi siempre anónimos, a los que se les descerraja un tiro de silencio en la cuneta de la Historia. En cuartitos desnudos, sin fetiches, con libros raídos, documentos amarillos y una bala nueva, reluciente y acerada, colocada en la recámara.
Delinquen cuando hablan, matan con su literatura, son terroristas del verso y, a veces, cuando ya nadie les espera, consiguen demostrarnos, tal y como decía Leo Ferré, que “golpearon tan fuerte que aún pueden volver a golpear”.
En criticar (1) al “anarquista” (con minúsculas) empleé el doble de páginas que en alabar al Anarquista (con mayúsculas); el Anarquista no necesita de más.
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NOTAS
(1) Ver la crítica del heterodoxo al anarquista en: http://www.alasbarricadas.org/noticias/?q=node/12198
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Comentarios
Para Criminal
Creo que confundes notablemente, y te lo digo con aprecio, cual es el objetivo de mis planteamientos y que tampoco tienes muy claro, perdona el análisis, a donde pueden llevarte los tuyos. La persona que siente en clave ilimitada, lo hará igualmente cuando se agache a atarse los cordones, cuando sueñe con lo que le deparará el futuro o cuando se enfrente a una dificultad impositiva, esa conclusión es una perogrullada, por su obviedad, aunque no está de más resaltarla. En conclusión, uno no experimenta sensitivamente la Anarquía, a pesar de las contradicciones y renuncias habituales, a “tiempo parcial”. Sin embargo, y creo que es la base de lo que llevamos todo el tiempo discutiendo ¿Me importa a mí en algo cómo se materialice en sentir Anarquista en casos particulares? Quiero decir, para mí la Anarquía, entendida como un contexto, íntimo y exógeno, sin parcelas ni trabas, libre, es algo que puede un individuo experimentar de infinitas maneras, tantas como pueda concebir (de forma expansiva o reconcentrada, centrifuga o centrípetamente, solo o en colectividad); yo podré emitir opinión sobre cada una de ellas, pero sólo debería de blandir la férula de la reprobación cuando su forma de entender las cosas me incluya forzosamente a mí, cuando yo soy una condición indispensable para llevar a buen puerto sus planes.
Paso a explicarme. Si un sujeto cree en la moral, yo, como opositor a la misma, puedo expresar tal o cual opinión sobre el asunto en cuestión. Puede que mi opinión no cambie ni aun después de haberle oído hablar de una moral “autocreada”, individual, “sin sanción ni obligación” (como la que proponían Guyau y Kropotkin), pero comprenderé sin dificultad que ese sujeto, víctima de un engaño o de un descubrimiento, ingenuo o perspicaz, no es una amenaza más que para sí mismo. Cuando tal conclusión no puede nunca, bajo ninguna circunstancia, cuajar en mi cabeza, y creo que todo moral es una sacristía que me busca como monaguillo, incluso cuando el moralista es un anacoreta que rehúye todo rostro humano, dejo de omitir opinión sobre las “cosas”, dejo de condenar lo que se cierne sobre mí y, con la excusa de tocar “todas las relaciones”, trata de imponerme aun en aquéllas que no me conciernen a mí.
Si yo hablo contra la “opresión” y el “sojuzgamiento”, es porque el resto de cuestiones (como las manifestaciones “positivas” o “negativas” que cada uno realiza sobre sí mismo), interesándome y habiéndome creado una opinión sobre ellas, son cosas que, si desprecio, me basta con no realizarlas para alejar su espectro; si sólo son experiencias que atañen al afectado y que este quiere compartir sólo con los coincidentes, yo, pudiendo objetar algo, lo haré por el mero gusto de discutir y no porque me sienta amenazado. Lo que a mí me preocupan son los actos “positivos” o “negativos” que uno quiere realizar sobre los demás, en detrimento de la voluntad de éstos, pues son dichos actos los que, sin yo quererlo, repercuten en mí y contra los que no me basta el mero desprecio.
Existe gente diametralmente opuesta a lo que acabo de glosar. Gente cuya principal problema no son las cosas que se ciernen sobre ellos aun sin desearlas, sino las cosas que los demás emplean exclusivamente en sus propias vidas. Son personas que se profesionalizan en saber si menganito es fiel a las ideas del partido, si fulanito es digno de aparecer en la lista negra del sindicato, si zutano es moralista o amoral, si cree en Dios, en la Ciencia o en Nada. Esa gente fundamenta su labor “escrita”, gasta sus opiniones, elabora su “corpus ideológico” (no importa que se opongan a la ideología), emplea su “militancia” (aun no siendo militantes “al uso”) en decirles a los demás lo que no le gusta de cómo cada uno vive su propia vida, lo que deberían hacer con elementos que sólo a ellos les afectan, como deben articular sus ideas o sus “no-ideas”, y en definitiva cómo estructurar su existencia. Esta gente se dedica a vivir diciéndoles a los demás cómo transitar por terrenos de los que los interpelados son los únicos dueños. Estos “críticos acríticos” no invierten, empero, ni un solo segundo en decir qué es lo que les parece mal de lo que otros hacen con la vida ajena, incluyendo la de los propios “críticos”. No se dedican a acerar su espada contra lo único que en realidad les afecta: cómo otros, y ellos mismos, son obligados a vivir bajo designios externos. A ese tipo de crítico sólo le importa lo que éste o aquél piensen, aun cuando son ideas que sólo pueden realizarse de forma unipersonal o, sin son colectivas, sólo cuentan con el libre y voluntario concurso de la gente y no con la imposición. Le da igual, no obstante, que tal “individuo superior”, o tal cual grupo de presión (dentro del sistema u opuesto al mismo), barajen vidas ajenas, también, como he dicho, la del “crítico”, y dictaminen lo que cada uno debe pensar o sentir. Esto es así porque él también es como esos tahúres, excepto por dos salvedades, el consiente una intromisión en su vida que ellos jamás permitirían, y él no suele tener más beneficio que un maltrecho ego inflado (como un balón picado: lo inflas y lo inflas pero siempre pierde aire).
En definitiva, hay gente que se preocupa de injerir en la vida ajena y no de que injieran en la propia.
Volviendo sobre todo a lo contado en las primeras líneas del anterior párrafo, podemos concluir que el caso es análogo, por ejemplo, a las opiniones que se emiten sobre la homosexualidad. Uno puede opinar sobre lo que a él le gusta o no le gusta, sobre cómo concibe las relaciones interpersonales, pero cuando lo que pretende es juzgar o condenar como viven los demás, sus preferencias y relaciones, ese sujeto deja de opinar para empezar a legislar, no importa que sea de forma oficiosa, sobre la vida de los demás. Es la táctica episcopal.
Si yo hablo de Anarquismo en relación con la opresión, con la Autoridad, es porque ataco aquello que me concierne, aquello que no estoy dispuesto a inmolar: mi Individualidad, ni la de ningún otro. Me gusta divagar sobre “humanismo” y “antihumanismo”, pero una vez descubro que el “humanista” me dice: “Nadie puede prescribir normas de conducta general”, e incluso que “toda colaboración es, en cierto modo, un mal” (Godwin) y que el “anti humanista” me dice lo mismo (Stirner), no pierdo mi tiempo en condenar perspectivas, o más bien nomenclaturas, individuales. Si el “altruista” me dice que el altruismo es una “forma de egoísmo” y que el “bien al prójimo” también se hace para “evitar un dolor propio” (Kropotkin), no tengo nada que objetarle para que coincida con lo que piensa el “egoísta” que propugna que si los pobres fuera egoístas no velarían tanto por satisfacer el egoísmo de los ricos (Stirner). Si yo tuviera a mi disposición un espacio, como el de Firmas, no lo malgastaría, desde luego, en dirimir si la supresión de toda Autoridad, entendida como “orden”, o en tendida como “caos”, es mejor o peor en función de la palabra que la adorne. Eso son, en definitivas, prismas, lentes tintadas a través de las cuales miramos los poliedros de la realidad; a mí lo que me preocupa es que me impidan ver y me saquen los ojos. Lo que a cada cual concierna, mientras sus gafas no supongan una hegemonía, sólo a él concierne.
Expuesto lo expuesto, creo que lo reduccionista es obsesionarse con lo que los demás piensan sobre sí mismos, si lo hacen voluntariamente, y no con lo que nos obligan a pensar. Creo, como te dije al principio, que esa fijación con el “buenismo” (algo que en definitiva sólo afecta al “buenista” y a su visión sobre las cosas”) no es más que una apología del “malismo”, una “manía” de atacar una “idea fija” que también es una forma de tener “una idea fija” (Stirner), en vez de mirar si tanto el “buenismo” como su antítesis nos son impuestos de serie o si sólo hacen referencia a un concepto volitivo.
(Un apunte: Por eso coincido con los dos últimos artículos del Épater. No viene a atacar el hecho de que, por ejemplo, uno crea en la “organización formal” y otro en la “informal” (centrarse en ese detalle es lo que hace el que se basa en las “ideas en sí”), sino si tanto uno como otro pueden forzar al individuo singular a ser lo que no quiere ser. Cuando habla de las virtudes del individuo X o Y no hace referencia a las ideas que sustentan cualquiera de los dos sino que alude, con independencia del collar ideológico que se pongan, a las cualidades que resaltan en unos u otros a despecho de sus diferentes idearios. Es decir, se ataca aquello que nos hace esclavos, se elogia aquello que rompe con esa dinámica servil).
Entremos ahora en lo de la construcción social. Yo soy asocial, y garantizo que ni aun la mejor sociedad podrá ofrecerme lo que busco, no obstante, si alguien me plantea una sociedad como la descrita por los Kropotkin, Grave y Malato, donde el Individuo es el eje, donde esto no debe sacrificarse por el bienestar de la sociedad ni esta podrá ejercer ningún poder sobre él, yo puedo no querer pertenecer a esta sociedad aún siendo la más idílica, pero ¿en qué me convertiría si tratara de impedir por todos los medios que otros se organizaran en torno a esa idea cuando a mi no me ata en lo más mínimo? El problema del concepto Sociedad es que es pan-aglutinador, pero si alguien llegará a comprender un mundo donde hubiera espacio para los que quieren crear una “sociedad utópica” que sólo atañería a sus miembros (aun la Montseny reconocía que en Anarquía existiría, con razón, quienes ejercieran “el derecho a la soledad”), para una serie de atómicas “asociaciones de egoístas” bajo los mismos presupuestos (propuesta stirneriana que aun a mí se me antoja constrictiva) y para el Individuo cenobita que quiere vivir en la soledad robinsoniana del ermitaño (mi opción predilecta) ¿No sería yo el jerarca si proscribiera la “sociedad” de los unos, las “asociaciones” de los otros o la soledad del tercero?
Creo sinceramente que, a este respecto, ves las cosas desde ese telescopio homogenizador que tanto desprecias –sin ánimo de ofender. Contemplar las cosas tan uniformemente también es una forma de “absoluto”. El que quiere “caos” para todos, “desorden” para todos, no está construyendo algo menos absorbente que sus adversarios, en uno u otro caso la propuesta no consigue limitarse a uno mismo y a los coincidentes voluntarios. Atacas conceptos por las ideas someras y generales que pululan y te merecen y no por un desmenuzamiento personal de la cuestión. Si vieras un pliego de papel derritiendo su patina de sacralidad, de “historia”, verías, por ejemplo, que un defensor del concepto “orden” como Kropotkin decía también: “El cristianismo trata de ahogar las malas pasiones” y por eso él, con Fourier, pedía: “¡Libertad para todas las pasiones!”, pues estas son lo contrario a los que prescribe el orden ya que:
“Vuestro orden es la miseria y el hambre, que se han vuelto el estado normal de la sociedad. […] Es la tierra abandonada al baldío o destinada a la caza en vez de restituirla al que quiere cultivarla. El orden es una minoría ínfima, educada en las sillas gubernamentales, que se impone por esta razón a la mayoría y que enseña a sus hijos cómo ocu¬par más tarde las mismas funciones, con el fin de mantener los mismos privilegios por la astucia, la corrupción, la fuerza y las matanzas. El orden es la guerra continua de hombre a hombre, de oficio a oficio, de clase a clase, de nación a nación. Es la devastación de los campos, el sacri¬ficio de generaciones enteras sobre los campos de batalla, la destrucción en un momento de las riquezas acumuladas por siglos de duro trabajo. El orden es la servidumbre, la opresión del pensamiento, el envileci¬miento de la raza humana mantenido por el hierro y por el fuego. […] Vuestro orden es el imperio del hambre, la injusticia y la esclavitud” (citado por Benjamín Cano Ruíz en ¿Qué es el Anarquismo?).
Esto es lo que decía Kropotkin contra, según sus propias palabras, “los guardianes del orden y la reglamentación”. Todo porque es consciente de que: “[Al individuo, cuando es niño] le intimidan, y le pintan los tormentos del infierno, le hacen ver los sufrimientos de las almas en pena, la venganza de un Dios implacable; más tarde le hablarán de los horrores de la Revolución, explotarán cualquier exceso de los revolucionarios para hacer del niño «un amigo del orden». El religioso le habituará a la idea de ley para mejor hacerle obedecer lo que él llama la ley divina: el abogado le hablará también de la ley divina, para mejor someterle a los textos del código. Y el pensamiento de la generación siguiente tomará ese tinte religioso, ese tinte autoritario y servil a la par -autoridad y servilismo van siempre cogidos de la mano-, ese hábito de sumisión que demasiado se manifiesta entre nuestros contemporáneos” (La Moral Anarquista). En pocas palabras ha venido a condenar todo lo que los amantes del “caos” entienden por “orden” y a exponer el proceso por el cual las instituciones nos convierten en “amigos del orden”.
Es decir, tal y como he explicado en anteriores mensajes, que un propugnador del “orden en Anarquía”, puede ver las mismas fallas en lo que convencionalmente se conoce por “orden” que un propugnador del “caos en Anarquía”. Como también he dicho, el problema de todas las propuestas es si quieren incluirnos forzosamente a todos o no, y ahí se dilucida su carácter personal y voluntariamente colectivo, o general y sistemáticamente impositivo. El “orden” trata de implicar a la misma gente que el “caos”. Cuando quien cree en el concepto “orden” habla de Anarquía, habla de un enclave donde nadie está obligado a participar, habla de un concepto meramente personal que se propone y puede compartirse. No veo que el “caos” sea algo distinto. Ambas son ideas unipersonales con libre aspiración de “convivirse”. Hay ideas que sólo puede ser generales, y si no lo son desaparecen (ya hemos dicho: Patria, Estado, etc.). Hay conceptos que nacen en uno mismo y que se siguen sustentado aun cuando nadie las comparte (la Anarquía por ejemplo). Cuando vienes a decir que no construir para todos es limitarlo a uno mismo, no te das cuenta de que no destruir para todos es también limitarse a uno mismo, y que construir/destruir para todos es también una forma de implicarlos. Se puede construir en solitario como se puede destruir en solitario, pero tanto el “orden” como el “caos”, propuestos como alternativas, puede ser unipersonales, afectar a uno mismo, u obligarnos a todos, forzar a la participación colectiva.
Cuando se destruyen las ideas golpeándolas con otra idea, que es tanto medio como fin, estamos volviendo a erigir lo que más despreciamos, sin ser del todo conscientes de que cuantas más ideas destruimos más levantamos nuestro personal pináculo. Que cada uno cree o destruya las propias y deje a los demás hacer lo mismo, pero blasfemar evangelizando es siempre un mal recurso.
Sobre comunicarnos, yo me crearé una cuenta nueva como Epatante (puedes enviarme así tus mensajes) y cuando entremos en contacto podremos decidir qué rescatar de nuestras intervenciones en esta sección de comentarios y cómo enfocar el asunto si decidimos abrir un hilo correspondiente sobre un tema concreto, sobre todos los tocados o limitarnos a hablar del Elogio. Es decir, antes de seguir hablando en público habrá que saber si queda algo digno de ser contado.
Con toda cordialidad, Salud.
para el de arriba, tu
para el de arriba, tu critica rezuma autoridad por todos los poros la autoridad del valiente, ese que cree que la valentia y la cobardia van separadas y claro para el se queda la vslentia, y a los demas les etiketa la cobardia, tu asco mas bien cfeo que te viene dado por el tener que ser uno mas o sea un igual y eso tu egocentrismo no te lo deja pasar, hace tiempo que la gente como tu y sus insultos me resbalan, si soy cobarde y vago y que, tambien mediocre y que, me agrada la anarkia, y la gente que me oriento hacia ella, por aquello de no castigo no carceles no autoridad, hablas de realidad pero lo que haces es imponer la tuya como autoritario que eres, dices no se que de situaciones de barrios feos y no se que y despues hablas de europa y etnocentrismo, pero que sabras tu si estas atrofiado por tu intelectualidad castrante que no te deja de salir de tu egocentrismo, y aun en tu atrofia te piensas que en europa atan los perros con longanizas, y asi te piensas que los que tu juzgas con tu autoridad en tu realidad serian pastos de fieras, supongo de fieras como tu porque tu si sobrevivirias serias tan fiera como esas fieras a las que aludes, no te crea por ni un momento que la anarkia terminaria conmigo ese que dices cobardito, mas bien al contrario si estoy vivo es precisamente por ella que da sentido a mi vida, pero que sabras tu que hablas de lacr y de infeciones como un medico tu lenguaje te desemasacara y como ellos los medicos diagnosticas, proyectas y eso si te separas pero al hacerlo te situas fuera de ese movimiento libertario al que haces referencia, ese que habla de que las personas siempre son recuperables, esos que tu llamas cobardes vagos lacras y no se que mas esos son los que rrealmente dan vida a ese movimiento y no esos diagnosticadores, esos proyectos de titulacion haciendo tesinas de anarkismo y citando los clasicos y haciendo alarde de memoria y conocimientos pero incapaces de sentir identificacion ni ematia con sus semejantes poruqe eso les da arcadas su egocentrismo les lleva a la nausea y se quedan en esa mierda de creer que la unidad del movimiento libertario es la uniformidad de pensamiento que nada mas lleva al egocentrismo ese que siempre da la culpa a los otros, pero no te creas ni por un momento que yo tengo resentimiento eso es para gente como tu capaz de creer que hay que seleccionar la entrada al movimiento libertario negando la entrada a los cobarditos vagos y lacas en general, ni soy triste ni estoy resentido quizas piense y perciba realidades diferentes a las tuyas , pero nunca pretendere ser lo que tu pretendes un tipo capaz de ir por la vida diagnosticANDO y proyectando mierda a los demas, y despues diciendo que tienen la culpa, el mundo y la realidad ya te han dicho por ahi que son cambiantes, pero tu egocentrismo te infatiliza y no quieres como los niños pequeños que se cambiae nada de lo que tu ya sabes, pues nada tu a lo tuyo y si no puedes enetender que hay que tergiversar ser mediocre y sobre todo an tener asco a lo diferente, pues nada hombre te estas perdiendo que la anarkia se manifieste en tu vida, pero por lo que veo eso no te preucupa siempre te pondran buena nota esos los que parece que tu aprecias tanto esos que deciden quien es elecionado y tiene valor osea es un valiente para dejar de ser una lacra, y asi poder seguir vendiendo unos conocimientos memorizados del pasado que nos llevaran a sociedades venideras en que todos seremos como tu o sea mejores que los que te dan asco los cobarditos vags mediocres, y sin que sirva de precedente te citare a uno que se lllamaba helios que decia que la caractereistica mas relevante de un fascista o de un autoritario es el desprecio ese que tu rezumas en tu ultimo comentario. o sea que si puede rectifica que es de sabio y date cuenta que el verdadero asco no te lo damos los demas sino tu mismo con tu desesperante soberbia y prepotencia que tiene que ser de un peso insoportable creerse que os demas son mediocres y uno sobresaliente. hala ja he buidad el pap. salut y siempre anarkia.
para el de la mediocridad
cada uno vive su mundo eso es inevitable, yo desde hace mas de 50 años vivo en un barrio de la periferia de Barcelona, pero la diferencia de situaciones, pese a su extremismo no cambia un apice mis apreciaciones sobre lo que estabamos hablando.
Por el contrario pienso que en esos barrios de los que me hablas se dan muchas situaciones anarquistas, tal como yo las entiendo claro.
A mi la humanidad me importa una mierda, porque no creo en su existencia, creo que es solo una puta idea, humanos si los hay y estos me importan mas, sobre todo si se relacionan conmigo.
No se porque el mundo de los humanos habria de tener alguna salida, hemos de incar el diente donde estemos, ya se que en unos lugares es mas duro dificil y sufrido lo unico que puedo decirte es que los mates tu a ellos, si quieres sobrevivir y si no vente para aqui, de momento es mas ¿facil?
criminal
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