Sus artículos

 “Efectivamente, me declaro, sin remilgos, ‘ateo cultural’. Puede que esto, como casi todo lo dicho en este capítulo, moleste a algunos, pero el escozor ajeno no es nunca suficiente motivo para plegarnos. Como ya he explicado, no me siento occidental, ni blanco, ni hispano, ni varón, ni de tal porción de suelo, ni ligado a tal región.

Por diversos motivos reproduzco el siguiente artículo aparecido en varios medios de comunicación.
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Así (“Romance del Prisionero”) se intitulaba un poema de finales de la Baja Edad Media. El autor es anónimo, y puede que muchos lectores conozcan sus versos. Empero, lo mejor del poema, para mí, es la parte apócrifa que añadió Chicho Sánchez Ferlosio en su hermoso disco “A contratiempo”. En su versión se escuchaba:

“Cárcel tengo por fuera
cárcel por dentro.
[…] Tener no me importara
cárcel por fuera
si de la de aquí adentro
salir pudiera”.

El Anarquista me mira con seguridad, escorándose en su rincón. No espera de mí sesudos análisis, ni que entone un réquiem. Sabe que la voz del letrado o la del tenor mortuorio no están a mi alcance. No se enfada si sólo le ofrezco rudimentaria poesía.

Danzando por estos mundos de la Libertad, un Anarquista con una clara premisa (ninguna autoridad), puede llegar a una conclusión amarga: en el mundo “libertario” hay demasiada autoridad.

(A razón de ciertas pintadas, ocurridas ya hace tiempo, en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme)

Los amigos, los buenos amigos, te regalan recomendaciones en forma de preocupación. Los amigos, esos que, parafraseando a Poe, lo saben todo de ti y aún así te soportan, son los que, impermeables a lo que puede ser “beneficioso” o “negativo” para otros, te recomiendan que hagas o dejes de hacer lo que resulta “beneficioso” o “negativo” para Ti.

A veces me cuestiono si la mirada distorsionada que tenemos sobre los fenómenos sociales puede deberse a algo más allá de la tintada lente cóncava desde la que se nos permite ver a la propia sociedad.

Me interrogo y trato de sondear el problema en “buena lid”, con afán constructivo y desinteresado; no obstante, la conclusión, empírica, es siempre la misma.

–Acusado, ¡vuestras manos están llenas de sangre!

–¡Como vuestra toga roja, Señor Presidente!

Emile Henry (ante la Audiencia , 1894).

Hace unos días un hombre –según parece, una entidad biológica cargada de necesidades y deseos– cargó su coche contra la familia real de Holanda. El resultado fueron 8 muertos (incluyendo al propio regicida frustrado) y la dinastía monárquica ilesa.

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