Lo social es la vida. Entrevista a Mabel Cañadas, miembro de la comuna de Lakabe

 Entrevista aparecida en Libre Pensamiento nº 60. Vía Nodo50.org

Mabel Cañadas se inicia en lo social en los movimientos de Bilbao de finales de los 60. Su implicación convencida le hace consciente de un “no llegar” en el que se desenvuelve esa actuación. Descubrir las limitaciones no le lleva al desánimo ni al abandono sino a la búsqueda de nuevos caminos. En los 80 inicia una experiencia de vida comunitaria en el abandonado pueblo navarro de Lakabe, en el que lleva, por tanto, 28 años. Una experiencia radicalmente distinta que le ofrece una reapropiación de su capacidad de decisión, otra forma de abordar lo social en la que importa es lo qué se hace y el cómo, en la que la actuación social es la propia vida.


Aquí va la primera parte de la extensa entrevista. En la segunda, añadiremos además información y documentos extra de los proyectos o luchas que se aluden en ella.

Libre Pensamiento (LP): Cuéntanos a grandes rasgos tu trayectoria

Mabel: Lo que más ha marcado mi trayectoria ha sido la tendencia a incidir en lo social, de modo especial la necesidad de estar informada para abordar los temas con seriedad. Sería por el año 65, con 13 años, cuando me inicié en esto como respuesta a cosas que ves que están mal y frente a las que dentro de mí surgió una cólera; aquella actuación fue el inicio de una búsqueda. Nuestra primeras actividades giraban en torno al Tercer Mundo, otros temas eran muy inabordables durante el franquismo. Entonces constaté que vivía en un mundo que se sostiene aplastando a otro, un engranaje del que buscas el funcionamiento y del que empiezas a descubrir que tienes alguna responsabilidad. Esa actuación y esa búsqueda me las he planteado siempre colectivamente, pero también desde la soledad, sin la que esa búsqueda colectiva no puede darse. El Proceso de Burgos y los asesinatos de Vitoria supusieron un paso en la confrontación con lo existente, me impactaron y empezaron a marcar lo que sería mi posterior trayectoria. No puedes dejar de implicarte, pero a la vez percibes que el cúmulo de cosas que te salen al encuentro no te deja acceder al fondo de lo que llevas dentro y te gustaría realizar; como si ese exceso de actividad matara la búsqueda.

LP: ¿En qué sentido te impactaron aquellos acontecimientos?

Mabel: Recuerdo el encierro en la iglesia de San Antón con motivo del Proceso de Burgos, en el que se percibía una especie de alta densidad de la rabia y el dolor. Hablaba mucho con la gente porque siempre para mí cualquier actuación ha sido un foco de investigación y cuestionamiento. En aquel caso el nivel de cólera impedía cualquier cuestionamiento y ahí aprendí que el dolor y la rabia pueden ser adecuados para suscitar una energía que nos movilice, pero no para diseñar una estrategia de actuación. Esas respuestas pueden ser expresiones legítimas y entendibles, pero no eran las adecuadas. El punto de partida siempre debe ser el aceptar esa situación, amarla, lo que no significa amar ni aceptar el daño que la ha producido. Desde esa aceptación podemos plantearnos qué estoy dispuesta a hacer yo para solucionarla. Muchas situaciones en la historia de la humanidad son de esa índole oscura y terriblemente dolorosa, lo que las hace difícilmente digeribles. Pero hay que digerirlas, sentir su dolor y aceptar que la situación es esa, para poder definir una estrategia. Es seguro que no vamos a dar con la estrategia exitosa, pero sí podemos dar un paso en la dirección adecuada. Quizá es eso todo lo que podemos hacer en una vida, todo lo que puede hacer una generación: conseguir que ese paso quede consolidado e interiorizado, que pase a formar parte de lo dado por sabido.

LP: Seguimos con el relato de esa tu trayectoria

Mabel: En los años 70 empecé a participar en los grupos de no violencia de Euskalerria y, a través de ellos, nos abrimos a información y corrientes de pensamiento que a nosotros nos llegaban de Francia y que supusieron una profundización en lo que venía siendo mi Eran los tiempos de Gandhi, Martín Luter King, Lanza de Bastos, la comunidad de Tesse ... y fueron unas aportaciones muy desarrolladas dentro de lo que venía siendo esa búsqueda. El que el fin está en los medios y el árbol en la semilla, algo que yo intuía, fue para mí de una claridad iluminadora. También significó una profundización de mi actuación. Pese a no tener que ir a la mili, trabajé en los grupos de la objeción al servicio militar, y del no a la mili dimos el paso al no a los ejércitos y no a las guerras, sin olvidar las torturas, lo nuclear y el conjunto de un sistema belicoso/militarista, jerarquizado y patriarcal, lo que me llevó a adentrarme en el tema de la mujer. Comprendí que el conjunto de estructuras sociales está marcado por las relaciones de dominación/sumisión y que desconocemos el funcionamiento en igualdad y en libertad.

Desde el año 75 viví con otros en una chabola en el barrio de Recalde y me integré también en el trabajo en el barrio. La convivencia me llevó a descubrir que demasiado a menudo reproducimos esas relaciones de dominación o, lo que es lo mismo, que la reivindicación, la convivencia y la propia vida son partes de un todo. Aquel trabajo en el barrio me hizo consciente de la cantidad de gente que no tiene voz y que es imposible que la tenga si la sociedad y búsqueda y mi actuación. nosotros mismos estamos inmersos en esas dinámicas de la correlación de fuerzas, de ganar o perder y de búsqueda de una determinada eficacia. Todo va confluyendo. Lo de que el fin está en los medios es otra forma de decir que para oponernos a las relaciones de dominación/sumisión necesitamos nuevos procesos de participación, nuevas formas organizativas, formas asamblearias de toma de decisiones. Pero aun eso es insuficiente, no basta que la asamblea sea perfectamente democrática, tiene que estar mimada para que participen las personas que menos hablan o que no hablan, requiere fomentar la escucha, tanto como la intervención, requiere, en definitiva, otros ritmos, otros tiempos, otra forma de vivir. Si hoy, por cualquier imprevisible, se nos presentara la oportunidad de desarrollar una alternativa a la sociedad existente, volveríamos a reproducirla porque no hemos trabajado suficientemente esas otras formas de decidir, de hacer, de vivir en definitiva.

A esto se une que en el 78 ya no encarcelaban a los objetores sino que pasaron al limbo jurídico y la objeción de conciencia se fue desactivando, lo que nos hizo intuir que el fracaso -relativo, pero fracaso al fin- de la actuación social está en ese no abordaje de los problemas de fondo (en el caso de la insumisión, por ejemplo, la impregnación de todas las relaciones sociales por el eje dominación/sumisión) y que para hacerlo es necesario implicar más la propia vida, ponerlo en práctica más que reivindicarlo. Queríamos plasmar todo lo que habíamos trabajado a nivel teórico, la necesidad de otras formas de vivir: sin jefes, sin horarios, sin normas ni pensamientos predefinidos... Primero recalamos en Usoz y luego, en la primavera del 80 en Lakabe.

LP: ¿Fue duro dejar ese mundo anterior? ¿Sentiste alguna pérdida al abandonar la “actividad social” explícita?

Mabel: Ninguna. Visto desde hoy, creo que si no eché en falta lo que dejé se debió a que para mí era una etapa acabada. También visto desde hoy, considero que para todas las personas que actúan socialmente es necesario tomar momentos de distancia. No siempre se está en plena forma, hay momentos en que se ha dado lo que se llevaba y es importante abandonar la primera fila, para que a esa actuación lleguen nuevos impulso, por un lado, y para hacer tu misma ese movimiento de recuperación, de búsqueda de nuevas estrategias y formas de estar, que, en definitiva, es una búsqueda de ti misma. Esto requiere una cierta humildad y la pérdida de protagonismos. Lo contrario conduce a la repetición rutinaria y a que la actuación responda a esa necesidad de actuar como forma de mantener el protagonismo, más que a los fines que dice perseguir. En mi caso eso se produjo de una forma indirecta y por otras causas. Buscaba otra forma de abordar y emprender lo que había estado haciendo. No eché en ese momento nada en falta, y siempre he procurado mantenerme en contacto con aquello.

LP: Cuéntanos a grandes rasgos el proceso de Lakabe

Mabel: Cuando en la primavera del 80 decidimos dar por cerrada la experiencia de Usoz e iniciar la de Lakabe hicimos un llamamiento abierto: el 21 de mayo en Lakabe. Nos juntamos 14 personas, en verano llegamos a 45/50 adultas y algunos niños: definir el proyecto nos costó tres años: la iniciativa inicial era la de reconstruir, tanto física como humana y relacionalmente, un pueblo alternativo. Pero lo de “alternativo” es muy ambiguo, hace más hincapié en lo que no se quiere, algo que es muy habitual en todo grupo que se quiere diferente y que se define anti (militarista, capitalista...), pero lo valioso son las afirmaciones. Fueron tres años un tanto caóticos y, por eso mismo, muy ricos. Pero las personas y los grupos tenemos necesidad de definirnos, crear un marco o una estructura que lo contenga, que plasme lo que se quiere para empezar a realizarlo. Toda definición supone un grado de exclusión que siempre es conflictivo, pero es muy rico, también doloroso. Obliga a romper con gentes con las que se ha recorrido un camino, a las que aprecias y quieres. Acabas por aceptar que la vida es rular, que el cambio y los desencuentros son la manera natural de que la creación continúe y de que los entornos se renueven. Pero siempre hemos tratado de apoyar, en la medida de nuestras posibilidades, a las personas que han ido abandonando el proyecto.

Tras ese proceso, en el 83, quedamos 16 personas y la situación económica era muy difícil. Iniciamos la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos: pastelería, lana y zapatería. Cada, digamos, casa, asumió una de esas actividades para sacar dinero, pero vivimos con los bienes en común. De esas actividades sólo dura en la actualidad la de pastelería. A pesar de los avatares, el proceso siguió siendo de crecimiento y en el año 90 llegamos a ser 45 personas adultas y 10 niños. En el 91 tuvimos una nueva crisis por el planteamiento económico. El dinero mueve mucho. Una parte quiso dejar de vivir en comunidad y derivar a formas similares a las cooperativas, con unos aspectos económicos en común, pero dejando otros a las economías de cada uno. El grupo optó por seguir siendo un pueblo comunitario, sin economías particulares. Y es esa experiencia la que queremos seguir experimentando e investigando desde el pequeño grupo de Lakabe y en relación con otros grupos que se planteen las mismas cosas.

LP: Son 28 años de vivencia, ¿cómo es esa experiencia?

Mabel: es ciertamente una experiencia muy distinta, en la que hemos tenido que reinventarlo todo, sobre todo lo cotidiano. Aquí son otros ritmos, otro tiempo, el mismo silencio te presenta la vida como un espacio en blanco. Además, aunque pequeño, somos un colectivo muy plural, cada uno es como es, y así tenemos que recogernos y ponernos en común. Todo esto, que lo hace más difícil, también lo enriquece. Las condiciones iniciales fueron muy duras: sin carretera ni luz ni agua ni teléfono. Pero ese arrancar de cero, desde lo más básico, nos permitió un proyecto muy abierto en el que todo está por decidir. Al principio las discusiones podían parecer muy primarias, por ejemplo qué comíamos y que no comíamos, pero en ellas ya subyacían problemas de fondo, como el del mercado local o global.

Sabiendo que no existe la alternativa perfecta, que nunca nos libramos plenamente de nuestras contradicciones y que siempre cometemos errores, Lakabe ha sido y es una experiencia que nos abre a la vida, obligándonos a tomar decisiones con las que tenemos que vivir felices aun cuando sean equivocadas. El pensar que somos lo que pensamos ser, algo muy ligado a la fría cultura occidental, es una fuente de sufrimientos. Es la vida a la que debemos escuchar y de la que tenemos que aprender. La vida es dinámica y nuestras estructuras y nosotros mismos también debemos serlo. Los cambios estructurales tiene que tener en su base los cambios en las personas. Cualquier otra cosa queda dentro de las relaciones de poder, entre nosotros y respecto a la naturaleza, y para romper esas relaciones nuestro proyecto tiene que dar voz a todas las personas. Voz y cabida, cancha para realizarse.

LP: Supone eso una óptica bastante distinta a aquella en que desarrollamos nuestra actuación social. ¿Cómo ves esa actuación?

Mabel: la oposición al Poder se identifica excesivamente con acciones contra lo que no queremos, pero acaba siendo muy cerrada y empobrecida. Tenemos que trabajar más sobre lo que queremos, yo sobre lo que yo quiero, y para eso no necesito el permiso de nadie, puedo hacerlo al margen o por encima del Poder. Ese carácter afirmativo tiene más capacidad de impulso y de expansión. Cierto que a ese querer se le oponen siempre barreras que para nosotros se convierten en motivos de confrontación, pero la sustancia no está en la confrontación sino en el lo que quiero. Trabajar desde el sí, desde lo que quiero, desde lo que estoy haciendo abarca a la totalidad de la persona, es más rico y también más contagioso. Además esto permitiría romper la política como pelea para trasladarla a la necesidad de acuerdos que permitan que se desarrollen las distintas formas de vivir. Esta necesidad de acuerdos es uno de los aprendizajes a los que te obliga la vida, no sólo el vivir en comunidad.

En lo teórico, en la confrontación de ideas, el pensar diferente aparece como pensar a la contra e impidiendo el desarrollo del que piensa diferente. En la práctica esas diferencias no se contraponen o se contraponen menos, siendo más capaces de plantearse en común en el día a día. Llegar a acuerdos que no recogen el 100% de mi pensamiento no es grave, ni me recorta, ni me resta coherencia, sino, al contrario, me refuerza y me aporta. Es algo a lo que nos obliga el día a día, la vida, mientras que es muy difícil si predomina el discurso y los macroproyectos de futuro. Y es cosa muy sana, un ejercicio de humildad ligado al compartir y al apoyo mutuo. A la gente socialmente actuante la veo todavía muy aferrada al discurso, a las fidelidades y a las coherencias y a todos los defectos que conlleva y de los que te salva el predominio de la vida frente al pensamiento. Las sociedades cambian y nosotros debemos cambiar, pero el predominio del pensamiento y de las ideas acentúa nuestras resistencias a los cambios, acrecienta nuestros miedos.

LP. Hablabas de la “fría cultura occidental”, ¿qué relación existe entre pensamiento y vida?

Mabel: Los razonamientos externos que se quedan en lo discursivo son poco útiles. El pensamiento real, el que nos define y nos marca, es la síntesis de lo vivido. Vives y en un momento dado eres capaz de plasmar lo vivido en palabras, sea para transmitirlo a otras personas o para plasmarlo en un libro; o al leer lo que ha escrito otro sientes esa identificación profunda. El pensamiento es como una condensación de la intuición que ha venido guiando tu vida o viviendo en ti y que, en un momento dado, se explicita y se expresa. Es curiosa la forma tan diferente de funcionar del mundo rural al urbano, en el que esa escisión entre vida y pensamiento se ha producido. Creo que se debe a que la contemplación de la naturaleza, y la recogida de todas las señales que de ella emanan, es componente esencial del pensamiento. En el mundo rural si un árbol se muere, se corta, y si un animal se rompe una pata y está condenado, se le sacrifica para aprovecharlo, y es algo que se hace con naturalidad. Es el mismo vivir el que te va dando una aceptación del ciclo de la vida y de la muerte, en la que se encuadra la forma de verse a una misma y de ver el mundo. Algo muy sano que debe estar presente en cualquier pensamiento posterior.

 


 

Segunda parte de la entrevista, y material extra sobre las luchas aludidas en ella

Me sorprende la determinación con que el ser humano apoya cualquier poder, parece que piense que el poder tiene que darle la libertad, cuando es algo que le pertenece. Cada uno de nuestros sueños, en lugar de realizarlo, lo trasladamos como reivindicación al Poder, con lo que se establece un juego en el que éste sale fortalecido. Es la persona la que tiene que ponerse en movimiento siguiendo su propio impulso, en ese movimiento se establece un diálogo con la vida y con el resto de la sociedad, una relación que no es de poder.

 

LP: Sigue con el desarrollo de lo aprendido con la experiencia de Lakabe

Mabel: Un momento importante fue la aparición de los hijos e hijas y la educación que les tratábamos de dar. Pensábamos poder crear una escuela e impartir una educación que crearía niños felices per se, sin problemas. Pero la realidad fue otra. Un día te descubres diciéndole a tu hija “no te ensucies” y te preguntas de dónde te ha salido eso y te das cuenta de todo lo que llevas dentro, incorporado, de lo socialmente predominante. Educar es difícil, transmitir unos valores y criterios no patriarcales requiere un trabajo previo contigo misma y un redescubrimiento de las formas de educar, del vocabulario necesario para que esa transmisión funcione. Por suerte este espacio aislado de Lakabe, permite la existencia de tiempo, da opción a esa reconstrucción personal, a esa adecuación a lo que quiero, y desde ahí es más fácil transmitir una forma más global e inclusiva de ver la vida.

Otro tema importante fue el del consumo. Desde el principio teníamos claro que la conquista de la propia autonomía requiere unos niveles importantes de autosuficiencia. Pero hubo que ir tomando opciones, por ejemplo la de decidir no trabajar en otros sitios ( y no era fácil pues el haber podido disponer del dinero de algún salario habría acelerado el proyecto), lo que nos obligó a vivir con menos y a aferrarnos a lo cercano y primario, venciendo la incultura total que teníamos al respecto, y a desarrollar el proyecto con mayor lentitud, optando por empezar por unas cosas y dejando otras para cuando se pudiera. Fue aceptar otra forma de hacer y de vivir, porque las que teníamos aprendidas no nos servían. Viviendo con poco valoras lo que hay, descubres la cantidad de productos que la naturaleza oferta de forma espontánea, que el optar por lo cercano puede reducir la variedad de sabores pero no reduce la de nutrientes. Llegamos a lo ecológico cuando todavía no existía esa palabra, y a la idea de decrecimiento, que hoy empieza a estar vigente, por estar fuera de la carrera de creación de necesidades, por descubrir que se puede prescindir de mucho y vivir con poco sin vivir peor.

No hace falta ser ermitaño ni extraterrestre, me gusta el calor y cierto grado de comodidad, pero no a cualquier precio. En este camino hemos pasado por fases distintas y ahora tenemos luz propia sin estar enganchados a la red, lo que es un grado de autonomía. Compramos lo justo y necesario, pero siempre procuramos autoabastecernos al máximo. Cultivamos mucho, al principio éramos vegetarianos, ahora comemos carne, pero siempre de nuestros propios animales, a los que criamos y queremos, pero sabemos que hay que matar para comer; es una relación menos fría y menos inconsciente que la de ir a comprar un filete a la carnicería. En la salud hemos pasado de curar la enfermedad a intentar mantener el cuerpo en buen estado físico y emocional. También esto segundo es importante; no se puede hacer una estrategia política en base a las emociones, pero sí hay que prestarles atención en esos procesos.

LP: Estáis prefigurando una sociedad sin Poder, ¿qué idea tienes sobre él?

Mabel: Me sorprende la determinación con que el ser humano apoya cualquier poder, parece que piense que el poder tiene que darle la libertad, cuando es algo que le pertenece. Cada uno de nuestros sueños, en lugar de realizarlo, lo trasladamos como reivindicación al Poder, con lo que se establece un juego en el que éste sale fortalecido. Es la persona la que tiene que ponerse en movimiento siguiendo su propio impulso, en ese movimiento se establece un diálogo con la vida y con el resto de la sociedad, una relación que no es de poder. La delegación está íntimamente ligada a la estructura social que tenemos. En las estructuras grandes la persona pierde capacidad de actuar en lo inmediato y tiende a delegar. Los autogestionarios lo tenemos crudo en el actual tipo de sociedad. Pero también nuestras formas de vida son un impedimento para la participación.

Recuerdo de la época de Bilbao que a veces decidíamos determinada actuación, pero el uno no podía porque tenía que ir a trabajar, la otra por un asunto familiar, la otra... te das cuenta de lo pillada que está y eso me decidió a buscar otras formas de vida. También está ligada al objetivo, que más que al desarrollo material tiene que estar en relación con el arte o la belleza o algún otro impulso de índole superior. La participación es casi imposible en ese mundo sobredimensionado y atrapante, está ligada a lo colectivo en dimensiones aceptables, grupos no demasiado grandes interconectados, que se respetan y apoyan. La base de esa estructura no va a ser la familia, suelo hablar de clan o de tribu, por recuperar algo no desconocido y porque la palabra comuna parece que tenga otras connotaciones, pero el vínculo debe ser de opción, no de sangre. El trabajo debe hacerse en igualdad, la división de trabajos es abrir la puerta al poder. Igualdad de género, sobre todo, la presencia de lo femenino en la construcción social y en la política es imprescindible.

LP: ¿Ese vivir por encima o paralelamente al poder supone, en algún grado, desentenderse de él y dejarle las manos libres para su actuación?

Mabel: No lo veo así, porque el tema es más complejo. Hay que darse cuenta, por ejemplo, de la relación que se establece entre el Poder y los elementos de rebeldía, hoy demasiado referidos a él: por un lado le son útiles para el desarrollo de las estructuras represivas, manipulando el miedo; por otro lado es capaz de absorber y redefinir buena parte de sus componentes. El Poder es capaz e reciclar y aprovechar todo. La experiencia de Lakabe ha sido una ocasión de investigación sobre cómo gestionamos internamente nuestro propio poder de una forma horizontal, compartida y circulante. También de nuestra relación con ese Poder externo: lo primero que hay que hacer es no darle más importancia de la que tiene, mantener con él una relación de igualdad, no de dependencia. Pasa por conquistar tu propia libertad, por perder los miedos. Nuestra libertad nos permite enfrentarnos incluso a situaciones límite manteniendo en ellas nuestras herramientas disponibles y nuestras cualidades alerta. Conseguir eso ayuda a tratar al Poder en ese plano de igualdad.

LP: Un inciso, ¿cómo ves el feminismo?

Mabel: Inicialmente me sorprendió el retroceso del movimiento feminista, muy potente y vital en su momentos. Creo que el sistema jugó muy hábilmente: abrió, ciertamente, la puerta a la incorporación de la mujer, pero no dejaba de ser la incorporación a un mundo masculinizado, y en la medida en que la mujer adoptase comportamientos masculinos. El feminismo entró a ese trapo y se dedicó a reivindicar y a expandir esa puerta que se le abría, pero olvidando lo que es ser mujer y lo que queremos. Hoy, aunque se hable en femenino, las estructuras siguen siendo machistas y el feminismo, no ha aportado cambios en profundidad sino que ha quedado atrapado en lo existente, en lo masculino. Así es como lo veo

LP: Y otro inciso que me interesa, perdona, ¿cómo ves el movimiento antiglobalización?

Mabel: La globalización se entiende como mercado único y global y como apropiación de la riqueza por unos pocos, para nada se habla de la globalización de derechos o del reparto. La oposición a la globalización tiene que seguir una línea de la que no conviene desviarse. En sus tiempos lo definíamos como “pensar globalmente, actuar localmente”. Frente a esa globalización del mercado nuestro consumo tiene que apostar por lo cercano y sólo desde ahí se puede ampliar en arcos para aquellas necesidades que lo local no es capaz de satisfacer. Consumir un algodón elaborado en la India, con tintes peruanos, por muy ecológico que sea no es alternativo. Lo alternativo es utilizar nuestro algodón, aunque sea de peor calidad y aun sacrificando en parte nuestro aspecto externo. El movimiento antiglobalización tuvo una lucidez inicial para recoger eso y servir de escaparate a una rebeldía muy fresca, pujante y variopinta. La impresión es que posteriormente quedó atrapado por unas élites más políticas, perdiendo parte de esa puesta en escena y esa implementación de realidades concretas y diversas fuera del marco de la globalización, que son en sí antiglobalización. De todas formas es un movimiento todavía joven que tendrá que definir su rumbo.

El movimiento de ekoaldeas es un intento interesante que trata de implementar las pequeñas realidades locales, abordar la relación y lo regional, pero siempre buscando la cercanía.

LP: Sigue con lo que estabas diciendo sobre el Poder

Mabel: Esas comunidades anarquistas o autogestionarias de las que estaba hablando requieren acabar con el actual modelo de desarrollo. Hay que cambiar hasta la palabra, prefiero hablar de crecimiento, que incluye el crecimiento personal y el colectivo, el poder elegir, y que desde esa elección se cuestiona en qué y cómo crecer. Los humanos tenemos capacidad de vivir de maneras distinta. La persona es libre, sus derechos son suyos. Necesitamos cambiar el lenguaje, la forma de expresarnos y de relacionarnos. Hay que fomentar, sobre todo la escucha.

El Poder no existe, y se desvanece en cuanto le dejamos de prestar nuestra adhesión, existen poderes que nos pertenecen y tenemos que asumir.

A veces creo que nos da miedo, que nos da miedo nuestro poder y que no sabemos ejercerlo de manera horizontal, en la igualdad, circular y fluyente, compartido. Los grupos alternativos tenemos que ponernos a esa tarea, conscientes de que no se trata de reproducir lo existente. Otras formas de tomar decisiones y de abolir el autoritarismo requiere el desarrollo y el hacer preponderantes otras capacidades que están en nosotros: el respeto, el diálogo, la búsqueda de acuerdos, la escucha... y eso requiere otro concepto de eficacia, otro ritmo en el que no pueda existir la prisa y lo urgente. Eso lo tenemos que poner en práctica, todo requiere un aprendizaje y la práctica es fundamental; si no lo hacemos ahora, no lo haremos nunca. Lo importante no es lo que hacemos sino el cómo lo hacemos. Una gran transformación social es imprevisible salvo un nada imposible acontecimiento tipo catástrofe. Dudo de que ese momento nos encuentre preparados para desarrollar otro tipo de sociedad y no reproducir lo ahora existente.

LP. ¿Significa la opción por Lakabe una forma de renuncia a la actuación social?

Mabel: Si la actuación social me hubiera llenado plenamente y hubiera permitido el desarrollo de mis capacidades seguramente la existencia de Lakabe no tuviera sentido. Pero no es fruto del descreimiento ni supone una renuncia, sino la búsqueda de una forma distinta de abordarlo. Por un lado veía que 2.000 años de oposición al poder no habían logrado ni debilitarlo, esto me empuja a pensar que lo que nos falla es la práctica y es lo que buscaba con esta experiencia. También me daba cuenta de que en nuestra actuación de oposición al poder estábamos muy limitados por todos los condicionantes con los que la sociedad actual nos atrapa. Había que buscar autonomía, lo que sólo se consigue viviendo colectivamente, y sólo desde esa autonomía nuestra oposición al poder puede ejercerse con un grado suficiente de contundencia. Por último consideraba que todos los personalismos y los egos se trasladaban a la actuación social, impregnándola de sectarismos, de protagonismos, de pugnas y escisiones muchas veces absurdas. También esos aspectos personales había que trabajarlos, darnos cuenta de que somos personas únicas y que lo que está en juego es esa nuestra vida única. Se requiere un proceso personal, que a la vez es colectivo, que es lento y largo. No existía un desencanto de los colectivos sociales, pero sí el intuir que no estábamos a la altura, que estábamos a la expectativa, pero sin acabar de creérnoslo, que no estábamos preparados para lo que se nos avecina o puede avecinársenos, y que tampoco hacíamos el esfuerzo para prepararnos con la suficiente seriedad.

LP: ¿Te mantienes unida a esos movimientos sociales?

Mabel: Sí en la medida en que puedo y según las circunstancias. Sé que mi aportación hoy es muy distinta. No buscas estar en todo por que “hay que estar”, ni esa agitación excesivamente apariencial, lo que trato de aportar es solidez y esa necesidad de implicación de la totalidad de nuestras vidas en lo que hagamos. Creo que es necesario buscar nuevas formas de rebeldía. A veces en circunstancias especiales, un poco límites, se produce una especie de fogonazo de autenticidad. Recuerdo el desalojo del pueblo de Artozquiz en la lucha contra el pantano de Itoiz. Funcionábamos en asamblea, pero más que asamblea era que estábamos atrapadas por una especie de sintonía, movidas por una fuerza que era algo más que las fuerzas individuales y que atraía a todo el que se acercaba. Era una convicción de que podíamos ganar, de que íbamos a ganar; y todas las personas que estábamos ahí la sentíamos. La decisión era el quedarnos ahí a vivir.

Pero llegó un momento de desinfle, cuando los condicionantes de cada uno empezaron a resquebrajar esa corriente y esa decisión colectiva. No fue un tomar una decisión contraria, fue una no decisión. Impelidas por esos condicionantes de cada uno y de cada una, se empezó a plantear que si relevos, que si turnos..., empezaron a entrar otras energías, no la colectiva que nos había atrapado. Naturalmente lo que acabó entrando fue la policía foral. Son esa luz, esas sensaciones y esas certezas que se nos presentan en algunas situaciones límite, las que tenemos que recoger, verbalizar y cultivar para trasladarlas a lo cotidiano y a cada una de las actuaciones que emprendemos, para no caer en hacer “lo que hay que hacer”. Creo que eso se refuerza con la puesta en práctica más que con la reivindicación al Poder.

LP: ¿Reivindicación o realización?, una disyuntiva nada fácil.

Mabel: Sí, no es sencillo. Mi impresión es que la reivindicación es débil y nos hace débiles, dependientes de quien tiene que concedérnosla, arrastrándonos a vericuetos que nos alejan del camino. Tiene el valor de plasmar en una imagen lo que aquí y ahora no está bien, pero el que se resuelva depende de nosotros mismos, de nuestra actuación. Recuerdo de mi actuación en los grupos feministas las campañas contra la utilización del cuerpo de la mujer en la propaganda. Está bien, embadurnas un escaparate para reivindicar que retiren esa propaganda, pero no pasa de ser un acto propagandístico que nos ayude a entrarle al tema de fondo, el de la dignidad de las mujeres y de los hombres. Eso no se puede reivindicar.

Algo similar pasa con las guerras (el antimilitarismo era el otro campo en que desarrollé mi actividad en aquellos tiempos). Cierto que la guerra es un negocio, pero también es la expresión de la incapacidad de resolver las situaciones mediante el diálogo y de recurrir como solución a la aniquilación del contrario. Es una barbaridad, pero es una barbaridad cuya lógica impregna todas las relaciones sociales y está interiorizada en las personas: el ganar o perder, la jerarquía, la imposición... Eso no se resuelve reivindicándolo.

LP: ¿Cómo consideras a ese ser humano, capaz de interiorizar todos esos aspectos negativos?

Mabel: Es cierto que la persona es capaz de lo peor y creo que el tipo de sociedad en la que estamos montados: las ciudades, los trabajos, los ritmos y estilos de vida, etc. fomentan muchos de nuestros aspectos negativos. Pero también es cierto que las personas pueden cambiar el mundo. Puede ser que la humanidad diga basta; puede ser que lo existente no aguante, que se produzca un aldabonazo o llamada de atención que nos obligue a decir basta. Creo que estamos en una situación muy delicada. No sé lo que va a venir, ni si va a venir de un acto de decisión propia o a través de un proceso de caos y sufrimiento. Lo que más me preocupa es que no estemos preparados para aprovechar ese momento y volvamos a reproducir lo existente. Creo que la persona tiene capacidades increíbles tanto mentales como corporales, que desarrollamos si somos capaces de vivirnos en totalidad, de ser lo máximo de lo que podemos ser, de vivir cada segundo como si fuera el último. Es lo que me llega de mis mitos históricos, un Che o un Ghandi, una especie de grandeza, que conjuga una confianza absoluta con la sencillez del estar. Esa sencillez, esa naturalidad de vivir el momento nos capacita para vivir situaciones límite o muy densas.

Esas capacidades se nos mueren si nos dejamos atrapar en este modelo de desarrollo. Ni podemos cederle espacio, ni tampoco la palabra. El desarrollo no es lo que me proponen sino mi desarrollo, el desarrollo de mis capacidades, el que yo elijo y dirijo. El problema es nuestro propio miedo. El miedo es incompatible con la libertad. Mantengo la esperanza en la cantidad de gentes que, de formas muy diferentes, trabajan a favor de ese cambio, que cultivan su personalidad para ese cambio, en las personas que viven en África cuidando cabras en el más absoluto anonimato, en el movimiento indigenista que abre una línea política, no sé si espiritual, pero por lo menos más rica y abarcante. Mantener la esperanza es mantenerse abierta, dispuesta a responder. Nuestro cuerpo nos da una infinidad de información. La naturaleza , el universo, los astros y cualquier persona nos transmiten sus señales, nosotras debemos de encontrarnos en disposición de responder a su llamada. Ghandi no es sólo la persona de Ghandi, es el momento adecuado recogido por una sociedad y simbolizado en esa persona. Nuestra situación puede aparecer oscura, pero la situación no encierra el momento. Si no vivimos cada uno de los momentos de nuestra vida como si fuera el último, no aprovecharemos el que pudiera resultar adecuado.

Eso es lo que pienso y a eso procuro adecuar mi vida.


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