DESPUÉS DEL ‘FINAL’ DE LAS VILLAE ENTRE EL MIÑO Y EL DUERO (ss.
VII-X): Comunidades ‘fructuosianas’, hábitat rupestre y ‘aldeas’
Jorge LÓPEZ QUIROGA
Universidad Autónoma de Madrid
2005/2006
*Un tercer momento, a partir de mediados del siglo
VII d. C., estaría marcado por el desarrollo de una
organización religiosa de inspiración eremítica, en lo
que constituiría una simbiosis entre ambientes socioreligiosos
del noroeste europeo procedentes de
Irlanda y norte-africanos en consonancia con la
tradición cenobítica de los “Padres del Desierto”
procedentes de Egipto. Este momento, supondría un
acusado retroceso para el cristianismo digamos de
tipo ortodoxo estructurado y jerarquizado alrededor
de la institución episcopal y de la figura del obispo
como vértice de la administración eclesiástica de un
territorio dividido en diócesis, frente a otro más
heterodoxo y más ecléctico, dando así lugar al
desarrollo de un cierto tipo de “monacato” que,
precisamente en función de esos elementos
constituyentes culturalmente tan heterogéneos,
cristalizaría en una organización religiosa atípica con
un fuerte contenido socio-económico (DÍAZ
MARTÍNEZ, 1987; FRIGHETTO, 1997) e incluso,
como veremos, político. Para el espacio miñotoduriense,
y para amplias áreas del noroeste y norte
peninsular, este proceso será impulsado y
desarrollado con especial intensidad por Fructuoso
de Braga23. peninsular era visto en los ambientes religiosos
ortodoxos como un movimiento al margen de las
estructuras eclesiásticas de tipo jerárquico24 y
sospechosamente heterodoxo a causa de su pasado
priscilianista (LINAGE CONDE, 1973). El
desarrollo del monacato en este espacio no es
evidentemente un fenómeno “nuevo” en la segunda
mitad del s. VII. Formas incipientes del mismo, se
conocen desde finales del s. V d. C. (nombres como
Baquiario o Eteria están vinculados a estos ambientes
cenobíticos), aunque su gran impulso tiene lugar en el
siglo VI (ligado a personajes como Juan de Biclaro,
Eutropio de Valencia e incluso Martín de Braga,
abad-obispo de Dumio). La “novedad” del
movimiento monástico de inspiración fructuosiana
radicaría en su acusado carácter “marginal” y
“periférico”. Marginal, porque estos pseudo
monasterios (ya que, en general, no se trata de
verdaderos cenobios strictu sensu)25 se situarían al margen del “sistema”, entendiendo por tal, no sólo la
organización socio-religiosa de tipo ortodoxo
marcadamente jerárquica (la que es legislada en los
textos conciliares), sino también especialmente todo
lo que concierne a la estructura socio-política y
económica que sustenta el Estado visigodo de
Toledo. El enorme atractivo que para una gran parte de la
población supone la organización pseudo-monástica
fructuosiana, con evidentes ventajas económicas y
sociales26, al estar los miembros de estas
comunidades pseudo-cenobíticas libres de prestar el
“servicio militar” y, por lo tanto, exentos del pago del
impuesto27, además de un “igualitarismo” entre sus
componentes28, totalmente ajeno y ausente en las
uillae y otros asentamientos similares29, daría lugar a
una masiva “huída” de los habitantes de las uillaehacia esos centros30, con la consiguiente “inquietud”
del Estado por el riesgo de desestructuración del
“sistema” que ello suponía31. El paisaje montañoso
característico del Norte y noroeste peninsular32 habría
favorecido este carácter de “marginalidad” del
movimiento monástico fructuosiano, al desarrollarse
en áreas “periféricas” (el norte y noroeste peninsular
y, dentro del territorio entre el Miño y el Duero, en la
“periferia” de los espacios de valle que rodean los
núcleos episcopales y antiguos centros políticoadministrativos
de época romana -como Braga y
Chaves-) respecto al núcleo toledano donde reside el
poder central visigodo. (…)
Estas áreas “marginales” se convertirían así en el
curso del s. VII, en “áreas centrales en la periferia”,
es decir, en espacios dotados de un gran dinamismo y
una intensa actividad “creadora”, que favorecería el
desarrollo de una estructura social de corte pseudoreligioso
con la “masiva”36, y en cierto modo
anárquica, creación de comunidades monásticas, en
muchas ocasiones compuestas por apenas algunas
familias, de una organización socio-económica silvocinegético-
pastoril37 y de una estructura poblacional
en la que el patrón de asentamiento que la configuraría se definiría por su carácter “marginal” y
“periférico”. (…)
Es decir, se
trata de áreas “periféricas” respecto a los espacios
donde residen las autoridades políticas y religiosas,
las antiguas civitates de época romana, ahora
transformadas en obispados, que también son áreas al
“margen” de los circuitos comerciales especialmente
activos e intensos en la franja costera situada entre el
Câvado y el Duero. Por ello, se trataría de espacios
proclives a la formación de células de poder
autónomas, a nivel local o como mucho supra-local,
políticamente invertebradas, quizás ya desde época
prerromana38, y que no logran consolidar una
superestructura socio-política lo suficientemente
fuerte como para imponerse sobre amplios conjuntos
territoriales. (…)
poseemos algunos
datos que podrían corresponderse con esta
organización social pseudo-religiosa y con unos
patrones de asentamiento que calificaremos como
“fructuosianos”:
• en el área comprendida entre los cursos finales del
Miño y del Limia (en Sabariz –Vila Verde–, Láminas
XLV y XLVI, en el castro de Vieito o en el de
Roques, cerca de Viana do Castelo), existen una serie
de grutas, tradicionalmente interpretadas como
“eremíticas” (REAL et al, 1982), que habrían podido
servir como lugares de habitación y espacios de culto
para un conjunto de pequeñas comunidades con una
organización socio-económica de inspiración
fructuosiana. Se trata, también, de un área donde
hallamos una relativa concentración de lugares con
cementerios excavados en la roca.
• en las áreas de montaña del tramo medio del Miño y
Sil, tenemos un lugar que podemos considerar
paradigmáticamente representativo de este tipo de
pseudo-monasterios mixtos en la más pura tradición
fructuosiana. Nos referimos al complejo cultual de
San Pedro de Rocas (Esgos, Ourense) (Fig. 13 y 14).
Que no estamos ante un “monasterio” strictu sensu, y
mucho menos ante una comunidad propiamente
eremítica, es un hecho evidente: por una parte, el
cementerio de tumbas excavadas en la roca (más de
medio centenar de inhumaciones39) no deja lugar a
dudas sobre la mezcla de sexos y edades en la
población que componía esta comunidad (mujeres,
hombres y hasta recién nacidos), compuesta por
unidades familiares correspondientes a una población
cuantitativamente importante que se desarrolla desde
el s. VII, y cuyo período de máxima actividad se situaría en los siglos VIII y IX; por otra, los
acondicionamientos realizados sobre las rocas
(escaleras, conducciones de agua, encajes para vigas,
huellas de sistemas rudimentarios de fortificación
para vigilar y proteger el lugar, pilas de recogida de
agua...), nos están indicando que estamos ante un
núcleo habitacional que parece corresponderse con
los “paisajes fructuosianos” y sus formas de
organización características, en este caso de tipo
rupestre. (…)
Existe, pues, una gran complejidad (que impide todo
intento de generalización y mucho menos de
modelización) en las estructuras de poblamiento para
la región miñoto-duriense, síntoma y consecuencia de
la gran versatilidad, diversidad y dinamismo del
poblamiento rural tardo-antiguo en dicho territorio.
El peso de los factores externos de tipo aculturizador
(el proceso de cristianización principalmente, pero
también ciertos acontecimientos de tipo sociopolítico)
han debido influir notablemente, sin que ello
signifique caer en una explicación de tipo
determinista, en la evolución y, sobre todo, en las
transformaciones del poblamiento rural en la
Gallaecia meridional44. En particular, los edificios de
culto, desde su aparición en el siglo IV d. C., parecen
haber tenido un papel morfogenético fundamental en
la configuración del paisaje, del poblamiento y de la
organización del territorio, comparable al que supuso
en su momento el sistema de ocupación y explotación.
(…)
Es
posible también, que la “ruptura” en el curso del siglo
VII de esa ecuación que sostenía el frágil equilibrio
del sistema de ocupación del espacio y de
explotación socio-económica típicamente romano a
través de la auténtica “revolución” que supusieron las
iniciativas pseudo-monásticas de tipo fructuosiano
con su corolario de pequeños núcleos de habitación
dotados de una “anárquica” pero efectiva
organización social pseudo-religiosa, haya favorecido
la permanencia de la población local en los mismos
lugares (en un extremo de las uillae) o a unos metros
de distancia de los mismos (en oteros rocosos,
pequeñas colinas, antiguos castros o montes), los
cuales siempre habrían sido ocupados o explotados
desde época prerromana. Sin la permanencia de esa
población local, que no sería posible calificar como
“residual” pero que podría estar políticamente
desestructurada, no se pueden explicar, ni sostener, ni
entender el vasto proceso de reestructuración e
integración del territorio, que tiene lugar entre Miño
y Duero desde finales del s. IX en el seno de la
formación socio-política que configura el reino asturleonés.
Sería, a partir de este momento, con ritmos e
intensidades distintos espacial y temporalmente,
cuando tendría lugar realmente el “final de la
Antigüedad” en el extremo meridional de la antigua
Callaecia. (…)
Por otra parte, en
el actual contexto historiográfico europeo, ya no es
posible reconstruir la historia del poblamiento a partir
del binomio “ruptura” / “continuidad” o
“despoblación” /”repoblación”, puesto que no es
posible expresarse en términos absolutos, como si de una ciencia exacta se tratase, cuando hablamos del
poblamiento tardo-antiguo y alto-medieval, que entre
los siglos V y X se caracterizaría esencialmente por
su plasticidad y su dinamismo.
(…)
cuasi definitiva etapa de
configuración de la red parroquial rural entre los
siglos IX y XII.
Esta “última generación” de iglesias rurales no parece
basarse tanto en una “conquista” de espacios vírgenes
través de la creación de “nuevos” edificios de culto,
sino que más bien se explicaría por la existencia
previa de una importante red de iglesias, dibujando
así una densa malla que configura a su vez la insólita
imagen ofrecida por el Censual de Braga para el
espacio comprendido entre los ríos Limia y Ave
(ámbito espacial de la diócesis bracarense); !Un total
de 573 iglesias y monasterios literalmente apiñados
entre el bajo valle del Limia y Ave!
El texto íntegro en:
http://www.uam.es/otros/cupauam/pdf/Cup ... 313209.pdf