
Una de las cosas que he aprendido viajando en bici es que hay mucha más gente buena que gente mala en el mundo.
¡No! ¡En serio! No me he vuelto loca.
En mi defensa he de decir que no soy la única que piensa eso. Casi todos los que han viajado lo suficiente comulgan con esta idea.
No lo digo muchas veces en voz alta porque cuando lo he hecho he recibido miradas irónicas acompañadas de una media sonrisa por parte de mi interlocutor que solo puedo interpretar como que piensan que soy idealista, ingenua, joven e inexperta, idiota o directamente todas esas cosas juntas.
Y es difícil culparles. Si uno pasa tiempo consumiendo medios de comunicación es muy posible que haya llegado directamente a la conclusión contraria: es decir, que el mundo es un sitio peligroso en el que vivir y salir a explorarlo solo puede tener un resultado –la muerte—. Viajar consiste en averiguar con qué grado de sadismo puede ésta ocurrir.
En la tele vemos casi todos los días noticias de asesinatos en masa llevados a cabo por locos, fanáticos o mafiosos; prostitución, drogadicciones, robos de guante blanco, suburbios en los que uno no para en los stops y desgracias de muy variados pelajes cuya intensidad y morbo va en crescendo.
No niego que las desgracias y los seres malvados existan, pero lo que uno ve en la tele no es el mundo. Lo que uno ve en la tele es una pequeña parte del mundo (solo aquella ínfima parte en la que ese día ha ocurrido algo) vista a través de los ojos de un trabajador asalariado que cobra más o menos dinero dependiendo de la cantidad de gente a la que sea capaz de llamar la atención.
Cuando uno se pone a nivel de calle y empieza a recorrer el mundo se da cuenta de varias cosas:
a) Las personas no son iguales a los pueblos y los pueblos no tienen nada que ver con los gobiernos. Es decir, en Irán hay un gobierno dictatorial, pero eso no quiere decir que sus habitantes sean dictadores o personas perversas. Solo quiere decir que tienen un mal gobierno. En la tele, sin embargo, solo aparecen pueblos y gobiernos y raramente personas.
b) Que la gente no reaccione como esperas no significa que sean mala gente. Posiblemente solo signifique que hay un choque cultural entre tú y ellos. Es decir, lo que para ti es un signo de educación para un francés puede ser un signo de pereza o avaricia. Lo que para ti es algo desproporcionado o ruidoso, para otro puede ser una forma de agasajo. Posiblemente cueste entender esto porque en la tele solo escuchamos un lado de la historia: el del reportero que viene de nuestra misma cultura.
c) En general hay un problema de expectativas. Los medios, la sociedad de consumo enseñan a esperar mucho y rápido (por ejemplo, perder 5 kilos en tres semanas), pero el mundo funciona de otra manera.
Cuando pasas muchas horas encima del sillín de una bici descubres que la vida no está hecha de momentos grandes sino más bien de momentos pequeños, como el olor de la tierra recién regada; una conversación casual con alguien que conociste mientras esperabas fuera del supermercado; o un corzo que se cruza en tu camino mientras atardece.
De la misma manera, la generosidad de la gente rara vez se expresa en grandes gestos, si no más bien con pequeños: los que te sostienen la puerta del metro para que entres, los que corren detrás de ti para devolverte algo que se te ha caído o te ofrecen un sitio donde dormir cuando llueve y no hay nada donde refugiarse en kms a la redonda. Y todos los días, sin querer, recibimos decenas de estos gestos.
Sin embargo esperar que los demás hagan eso es un error. Porque la generosidad no se pide, solo se recibe. Si se esperan continuamente cosas de los demás solo puede llegar a una conclusión: el mundo está lleno de egoístas; cuando en realidad debería llegar a otra: quizá soy tan egoísta que no me pongo en el lugar del otro: ¿pueden los demás hacer lo que yo les pido?
Así que si viajas en bici alguna vez, quizá llegues a la misma conclusión a la que yo he llegado. Que el mundo es un lugar bueno, lleno de gente generosa y amable, que piensa distinto pero siente igual que tú y que no siempre está en disposición de darte lo que tú quieres o necesitas. Eso no les hace malos o egoístas, sino simplemente humanos.
Pero no se lo digas a nadie porque pensarán que eres idealista, ingenua, joven e inexperta, boba o directamente todo eso junto.
Por Alicia (http://www.rodadas.net )
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