Ha finalizado el XII Congreso de la CNT. Aunque fui al mismo como invitado, e intentando asistir a sus reuniones, me incapacitó de inmediato la verborrea orgánica… Acreditación, refundición, ponencia, título, impugnación, revisión, comisión de acreditación, sello… Empecé a temblar. Es como cuando un vampiro huele el ajo, o se le enseña una cruz: huye pegando alaridos. Afortunadamente –por mi avanzada edad–, un grupo de jóvenes semidesnudos (sin camiseta o con tops, mis discípulos/as), me tomaron delicadamente por las manos y sobacos y me depositaron babeando y con ojos desorbitados en un bar cerca de la mezquita de Al Mohajirin, de donde no me he movido ni con palancas. ¿Que podría haber ido a las jornadas culturales? Me pasa lo mismo. Es como si a un vampiro le da la luz del sol. Escucho la palabra «cultura» y me carbonizo y desintegro lanzando aullidos de indescriptible dolor. Así que os cuento cómo he vivido el Congreso número XII: desde un bar.
Lo primero que se me ocurre, es mencionar el papel constructivo de los anarquistas en la CNT. Porque sí: el anarquismo está presente, de la siguiente manera. Si la gente que se dice de la Idea se une sin un curro concreto (que una revista o un blog, si no hay un trabajo que promocionar, vale de bien poco) al final se convierte en terapia grupal. Creo que los anarquistas antes de intentar reunirse por reunirse, que es más bien una cosa étnica y muy prehistórica (buscar anarquistas porque son anarquistas), hay que hacer un análisis de la realidad local, buscar un objetivo concreto (susceptible de ampliarse y modificarse) y en base a eso buscar gente con intereses comunes para lanzarse al ataque.
Hay varios anarquismos por ahí. Hay incluso un anarquismo letal, que es el que busca conflictos en el tono con que se menciona en un escrito la palabra «verbena». ¿Tiene tal palabra un contenido reformista? ¿Qué pretenden los que promocionan las verbenas? ¿La destrucción del anarquismo tal vez? ¿Es fulanita una agente del Estado? Ese anarquismo, la verdad, es que no lo quiero ver ni en pintura abstracta, y simplemente muere si se le ignora.
Creo que a día de hoy podemos considerar que existe también un anarquismo descansado cuya gasolina es la nostalgia que, sin reflejo militante, ni representación real, ni impacto social, bueno es que lo haya, pero poco más. Son anarquistas que se reúnen entre anarquistas, podemos decir que bien formados.
Y están los activos. La importancia de los que se llamaban anarquistas activos en el año de 1900 es que sus miembros, además de al naturismo, las paellas, el montañismo, los coros y el esperanto; además de las expropiaciones, vigilancias y los golpes de mano…; estaban a impulsar conflictos laborales, plantear las primeras huelgas de alquileres de Barcelona o Tenerife, reducir la jornada laboral e impulsar la dignidad de la Clase Obrera. En 1868 una reunión anarquista era la reunión de unos tipógrafos, grabadores, médicos, intentando acercarse al proletariado fabril y campesino y organizarlo. En 1930 una reunión de anarquistas era una reunión de ese mismo elemento obrero, camareros, tejedoras, mecánicos, organizándose por si mismo y tratando de hacer su revolución. Una reunión de anarquistas de 2020 no puede ser una reunión de "gente alternativa", estudiantes universitarios, profesores de instituto, funcionarios, intentando reunirse entre los suyos para hacer cosas que sólo interesan a los suyos. Una reunión en la que participan anarquistas sindicalistas activos, es una reunión de metalúrgicos, limpiadoras, dependientas, administrativos, albañiles, profesores y un montón de ramos, estudiando cómo dar la vuelta a esta situación tan chunga que estamos viviendo.
Ese es el paradigma de la CNT. Esta organización tiene un plan, una hoja de ruta, un destino. Los anarquistas en la CNT no se reúnen entre anarquistas. Se reúnen en sindicatos con la militancia, aportando ideas, compartiendo objetivos, planteando soluciones y enfrentándose a los problemas reales del mundo actual.
Ya os iré contando los acuerdos, si me los cuentan. Lo que sí os muestro de mi impresión, es que al finalizar el Congreso, los delegados/as que me encontré (tras despedirme del clérigo de la mezquita y de la parroqiia del bar) lloraban porque había finalizado la reunión. Flipante. Estaban emocionados. Con sus enfrentamientos, con sus peleas, con su aburrimiento, los delegados y delegadas habían vivido en una situación liminar, una experiencia total, que han disfrutado como compañeros y compañeras, vislumbrado la posibilidad de ese mundo nuevo que deseamos. Por ello se iban –al menos los que conocí– orgullosos de pertenecer a una gran organización obrera, dispuestos a atravesar el desierto burgués dejando a su paso, no un rastro de destrucción, escombros e hierros retorcidos. A su paso van a dejar un huerto bien cuidado.