Published on Alasbarricadas.org (http://alasbarricadas.org/noticias)

Inicio > Por los fueros de la verdad

Por los fueros de la verdad

Enviado por anonerror (no verificado) en Vie, 16/03/2012 - 12:32

Alucino. A veces tengo la sensación de venir del planeta Marte. Hay ciertos ritos, tabúes y costumbres humanos que aún me sorprenden. Entre ellos la santificación de los difuntos, por el mero hecho de haber fallecido.

Los obituarios, telediarios y noticias radiofónicas son simples hagiografías que divinizan al difunto. Ni la menor crítica. Si hace falta se mete bajo la alfombra el episodio clave, que explica y determina el sentido de toda una vida, Como dicen los italianos: “una bella muerte toda una vida honra”.

Intelectuales, comunicadores e historiadores callan en sus artículos o glosas el hecho histórico más importante de su vida, aunque deberían conocerlo y valorarlo.

En una sociedad caracterizada por la abundancia e inmediatez de los medios de comunicación, al parecer libre y sin censuras, se omite-olvida-oculta lo más importante.

Y desde mi respeto a los muertos, sobre todo cuando han llegado a los 93 años, y desde una profunda condolencia humanitaria hacia sus familiares, no puedo dejar de honrar a la verdad histórica, sobre todo cuando nadie la pone sobre la mesa.

Alguien ha de decirlo, aunque sólo sea por consideración a los más jóvenes.

Hoy, la documentación consultada en archivos de Moscú, Barcelona y Madrid nos permite concretar y confirmar, sin sombra de duda, gran parte de las denuncias, intuiciones y sospechas desveladas desde los primeros momentos por militantes del POUM y algunos altos cargos socialistas e incluso estalinistas, referentes al destacado papel desempeñado por "Pedro" (Gerö) en el asesinato de Nin y en la represión del POUM, siguiendo las directrices de Moscú sobre la necesaria y pronta “eliminación de los trotskistas en España”.

En una primera fase, las jornadas de mayo sirvieron de pretexto para preparar la represión contra el POUM, al que se le adjudicó un papel revolucionario, y de incitación a la insurrección popular, que en realidad no había jugado nunca.

La segunda fase consistió en añadir a ese intento de "pustch", falsamente atribuido al POUM, unas acusaciones de traición y espionaje al servicio de Franco, fundamentadas en unas pruebas falsas, montadas de una forma toscamente chapucera y harto increíbles que, en el caso de Nin, fracasaron ante su negativa a admitirlas. Su inquebrantable honestidad de militante revolucionario y su valentía personal no dejó a sus secuestradores y torturadores otra opción que la del asesinato, y posterior desaparición de un cuerpo destrozado, y por ello convertido en acusación contra sus torturadores.

La tercera fase consistió en una campaña de prensa difamatoria que martilleó la idea de que los poumistas-trosquistas eran fascistas y agentes-espías de Franco. En esa campaña de prensa y mítines destacaron periodistas como Georges Soria, y dirigentes como Santiago Carrillo, José Díaz, Jesús Hernández, "La Pasionaria", Joan Comorera y demás dirigentes estalinistas. Bajo las pintadas acusatorias "Gobierno Negrín: ¿Dónde está Nin?", los miembros de las juventudes estalinistas, como Teresa Pàmies, escribían "En Salamanca o en Berlín". El escándalo político del asesinato de Nin, pese a las presiones y el chantaje de los soviéticos sobre ministros y responsables políticos y judiciales, transcendió a la opinión pública nacional e internacional y causó una enorme desmoralización, que la complicidad sectaria y fanática de los estalinistas españoles hizo aún más tétrica y mezquina.

¿Por qué nadie recuerda ese episodio? Ya no existen estalinistas confesos, porque cerraron su capilla por derrumbe ético y político, pero no puede negarse que existieron. Muchos estalinistas rompieron con el estalinismo en 1956, con el aplastamiento de la revolución húngara, por ese mismo Gerö que en 1937 adiestraba a Comorera y dirigía el PSUC; otros en 1968 con la primavera de Praga; y algunos otros nunca, por puro sectarismo religioso. Pero arrepentimiento y autocrítica mediante, o no, los estalinistas españoles, en el verano de 1937, existían y conformaban la horrible situación social y política catalana y española.

El gobierno republicano de Negrín fue cómplice, ya pasivo, ya activo, de la actividad ilegal y de los crímenes del estalinismo. Los campos de trabajo y los Tribunales de Alta Traición y Espionaje fueron las dos guindas que adornaron el pastel. Los campos de trabajo fueron centros penitenciarios de exterminio y de terror en los que se fusilaba por el pretexto más nimio, y en el que los hombres estaban sometidos a una subalimentación permanente.

Los Tribunales de Alta Traición y Espionaje fueron creados en junio de 1937 por el gobierno de Negrín para perseguir a las organizaciones y trabajadores revolucionarios: eran considerados criminales quienes habían formado parte de los Comités surgidos en julio de 1936, de las Patrullas de Control o Milicias de retaguardia, los militantes y milicianos del POUM, los miembros de grupos anarquistas revolucionarios contrarios al colaboracionismo, y por supuesto quien hubiera participado en las luchas de mayo de 1937 en el lado de la barricada antigubernamental. La posesión de una pistola conquistada en las luchas de Julio, de un carné de la CNT o del POUM, la lectura de prensa o de octavillas clandestinas, la mera expresión de descontento por el racionamiento o las largas jornadas de un trabajo militarizado, podía suponer varios meses de cárcel, la tortura o la "desaparición". La libertad de expresión de los obreros era uno de los delitos más graves en la España de Negrín.

En la retaguardia, tras la caída de Teruel, cundía una profunda desmoralización. Cataluña era una sociedad de contrastes brutales entre la buena vida de burócratas, arribistas o dirigentes (del PSUC y la CNT), y la militarización del trabajo; entre el hambre popular en las colas del racionamiento, y un caro, pero bien surtido mercado negro, asequible sólo a una elite; entre las miserables masas de refugiados y los privilegiados y bien pertrechados destacamentos de funcionarios y cuerpos de seguridad del gobierno central. Era una vida cotidiana miserable a la que se añadía la indefensión frente a los constantes bombardeos y las levas de todos los hombres de 18 a 50 años.

El SIM, que dependía en teoría del Ministerio de Defensa, contaba con un enorme presupuesto y una tupida red de agentes que el traslado del gobierno de la República trajo a Barcelona. Pero su fuerza y su enorme repercusión social radicaba en la extensa red de delatores o soplones ocasionales, pagados en efectivo, o con cartillas especiales de racionamiento de una semana o incluso un mes, que en una sociedad angustiada por el hambre, la escasez y la miseria era una espléndida paga. Esta amplia red de delatores, infiltrados en todas partes, incluso en las checas, creó un clima de desconfianza y cautela que llegó a conocerse como "la enfermedad del SIM". Afectó gravemente a todas las capas sociales y fue uno de los factores esenciales del terror al SIM y de la desmoralización popular. El SIM podía estar en todas partes, podía detener a cualquiera y gozaba de total impunidad.

Si una familia, después de visitar los hospitales, la morgue y la policía contaba con la desaparición de un familiar, siempre tenía la esperanza de que algún día fuera devuelto por el SIM que, mientras tanto, no daba cuenta a nadie de los detenidos en sus checas. Eran numerosas las personas excarceladas, absueltas o indultadas que volvían a ser detenidas sin explicación alguna. Las desapariciones dejaban a las familias en la mayor de las incertidumbres, puesto que las torturas, método habitual de interrogatorio en las checas, podían acabar en una muerte que jamás se comunicaba. Sólo, si había suerte, la desaparición se resolvía con el paso del detenido a una prisión oficial, aunque siempre a disposición del SIM.

La prepotencia del SIM llegó al punto de atreverse a asaltar y detener a los funcionarios y guardias de la prisión de la Generalidad en Figueres, que fueron encarcelados en esa misma prisión.

Si a la amplia red de soplones y de checas, al uso metódico de la tortura y las desapariciones, le añadimos las reformas judiciales aprobadas por el gobierno Negrín, en agosto de 1938, que dejaban indefensos jurídicamente a los acusados ante unos tribunales compuestos por un militar, un policía (miembro del SIM) y un juez profesional (las más de las veces estalinista, afín, o bien sometido a sus presiones) que gozaban de las facilidades que les otorgaban unos procesos sumarísimos, convendremos en que la represión de la República contra el movimiento obrero fue metódica, brutal y despiadada.

A este cuadro descriptivo sólo nos cabe añadir los rasgos comunes del agente del SIM: joven, ambicioso, forastero ajeno a la realidad social y cultural catalana, sin demasiados conocimientos políticos ni convicciones ideológicas, sádicos e incapaces pero con una obediencia ciega a sus superiores, suelen ser de origen burgués, elegantes y bien vestidos, siempre con mucho dinero, producto de los porcentajes que se les acuerda sobre las requisas realizadas, lo que les permite llevar un tren de vida disoluto y absolutamente escandaloso en una sociedad que padece hambre y miseria.

El SIM y las checas llegaron a ser sinónimos. El odio popular al SIM era consecuencia del clima de terror generalizado.

Sin embargo, el mayor fracaso de los estalinistas fue, además de la campaña de prensa internacional contra la represión estalinista, que se hacía eco de la prensa clandestina del POUM, (y en menor medida de los trotskistas, algunos grupos pro-presos anarquistas y de Los Amigos de Durruti); la independencia de algunos jueces, que, pese a las enormes presiones recibidas, y gracias a la presencia de observadores extranjeros, dictaminaron en octubre de 1938, en el proceso seguido contra el CE del POUM, que ese partido no era una red de espionaje y que sólo se les condenaba por su apoyo revolucionario a la insurrección de mayo de 1937.

La independencia "relativa" de la Justicia, en el proceso contra el POUM, pese a las terribles presiones a que fue sometida por los estalinistas, fue posible gracias a la existencia de un sector del PSOE y del gobierno republicano que supo resistir y enfrentarse al estalinismo, pero sobre todo a un creciente malestar y oposición social de la población que quería el final de la guerra a cualquier precio, porque la vida cotidiana era un infierno insoportable. Y ese malestar sordo y esa profunda y creciente desmoralización, que no pudieron ser acallados por las arbitrariedades, propaganda, secuestros, torturas, asesinatos y omnipotencia del odiado SIM, explican la caída sin lucha de Barcelona y el golpe de Estado de Casado en Madrid.

"Stepanov", "Alfredo", "Luis", André Marty y "Pedro", entre otros, tuvieron que entonar el mea culpa de la autocrítica y escribir largos informes a sus superiores, explicando con rocambolescos análisis un fracaso que no podía cuestionar nunca los métodos de terror impuestos por Moscú contra el movimiento obrero español.

Setenta años después todavía hay historiadores que justifican los asesinatos de personalidades como Nin, Berneri, Landau, Wolf, Freund, etcétera, así como la brutalidad de la represión generalizada contra el movimiento obrero, e incluso defienden la labor del SIM. Y lo hacen sobre una documentación hallada en los archivos que certifica, no sólo los asesinatos y las torturas, sino los nombres de los asesinos, su profesión y su filiación política. Justifican el asesinato de Nin por Orlov y "Pedro" con el argumento siguiente: los estalinistas, pese a todo..., y ese todo incluye secuestro, tortura y asesinato; pese a todo..., combatieron el fascismo y dedicaron su vida a la lucha por la democracia. Los estalinistas, dicen algunos de esos doctos profesores, deben ser honorados por su contribución a la victoria de la democracia sobre el fascismo. El sacrificio de Nin y tantos otros, la represión del movimiento obrero, el aplastamiento de la revolución española, fueron una necesidad (en su momento) para alcanzar un objetivo: la actual democracia burguesa, que según ellos lo justifica todo. El postestalinismo universitario es aún más cínico de lo que fue nunca el estalinismo del PCE-PSUC o del PCUS-NKVD, y por lo tanto su digno heredero. Una herencia de sangre, de tortura, de represión del movimiento revolucionario, y por supuesto de democracia "de nuevo tipo", la herencia de quienes en nombre del antifascismo no dudaron en eliminar miles de víctimas anarquistas, poumistas, socialistas o disidentes, por el mero hecho de serlo.

La Guerra de España es el ejemplo histórico que demuestra la imposibilidad de disociar las actuaciones policiales y criminales de los estalinistas y sus objetivos políticos. No existió frontera alguna entre los periodistas, agitadores y políticos como Carrillo, Comorera, "La Pasionaria" o Pàmies, que difundían consignas sobre la necesidad de liquidar a los trotskistas; los ejecutores materiales de esas liquidaciones como Orlov y "Pedro"; o quienes fueron cómplices e inductores intelectuales: los delegados del Comintern, como el propio "Pedro" y "Stepanov”, "Luis" o "Alfredo". No existía una frontera, sólo una división del trabajo, en el que todos contribuían con lo mejor que sabían hacer en aras de alcanzar el objetivo común. Aunque también es cierto que existía un grado de responsabilidad muy distinto entre el asesino, el inductor o el publicista: hay una diferencia abismal entre la planificación de Orlov y las pintadas de la jovencísima Pàmies.

Pero en los reducidos círculos militantes de la sociedad catalana de la época, en la que todo el mundo conocía a todo el mundo, era imposible creerse que Nin era un fascista. Sólo el sectarismo más feroz y la religiosa fe en "el partido" y la infabilidad de san Stalin podían cegar a un militante del PSUC hasta el extremo de pintar en los muros barceloneses, que preguntaban dónde estaba Nin, secuestrado y luego asesinado, que se había ido a Burgos, con los franquistas, o a Berlín, con los nazis.

Georges Soria fue un periodista que calumnió de fascistas a probados revolucionarios, fabricó pruebas falsas y justificó en el momento en que estaba sucediendo, la liquidación de los "trotskistas" del POUM y del movimiento revolucionario español. Años más tarde continuó su campaña de difamación como "historiador". No existe frontera, sólo división del trabajo: unos son asesinos, otros políticos, otros periodistas o historiadores: todos estalinistas a la caza del revolucionario.

Alguien tenía que decirlo, ya que no lo hacen ni quienes deberían hacerlo, por los fueros de la verdad y desde el respeto a las víctimas del estalinismo.

AG

 

Tags: 
Historia [1]

Source URL: http://alasbarricadas.org/noticias/node/20008

Links:
[1] http://alasbarricadas.org/noticias/taxonomy/term/251