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Pensar el caso Narwicz o pedagogía del plagio

Enviado por anonerror (no verificado) en Mar, 26/04/2011 - 16:50
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Pensar “el caso Narwicz” o pedagogía del plagio

 
Carta de Batalla contra L y M.
 
1.- De imitadores, mercachifles, plagiadores y otros antropoides
 
El asunto empezó con un artículo sobre la muerte de Durruti, publicado en el número de junio de 2006 de una revista que fue de historia, de cuyo nombre no me acuerdo, con la firma de un periodista cuyo nombre no viene al pelo, aunque no es rubio ni pelirrojo. El artículo, sin cita alguna, está basado en mi artículo “Habla Durruti”, generosamente plagiado, junto a frases, informaciones, datos o investigaciones extraídas de textos de Abel Paz y Joan Llarch. Con cuatro acciones de corto y pego, enroscados a una idea central errónea, y mal expresada, se atreven a publicar un artículo firmado FULANITO DE TAL, sea moreno o rubio, sin citar a unos autores, que han sido así ampliamente plagiados. Y la dirección de la revista permite la publicación de ESE artículo sin notas, lo que indica que CREE QUE ES, o así lo presenta por lo menos, una investigación original propia DE FULANITO, ya sea el plagiador, pelirrojo o moreno, hortera o trilero.
 
¡Intolerable!: una revista “seria”, y muy subvencionada, que permite y fomenta el plagio ¿Hay que explicar a una revista de historia, que lo fue, pero ya no lo es, para que sirven las notas a pie de página? ¿Por qué no encargar ese artículo sobre Durruti (publicado en 2006) a la autoridad en el tema: Abel Paz? Pero ahí damos en la diana: como Abel Paz (fallecido en 2009) no estaba en la sintonía académica, burguesa, catalano-parlante y catalanista de la revista, mejor el plagio. Estamos tocando el fondo de la cuestión. Aunque parezca mentira hay una revista de historia y/o cultural, o que lo pretende, hasta el punto de señalarlo así en la portada, que fomenta el plagio, no de forma consciente claro, sino como consecuencia de su línea editorial y política, que excluye charnegos, activistas, anarquistas y otra gente de mal vivir, y peor pensar. Mejor un plagiador allegado y sumiso, que el investigador original del tema.
 
Pero como uno, cargado con la vergüenza ajena, no ha protestado públicamente, el plagiador ha debido creer que había encontrado una mina, y ahora vuelve a tocarme los copones y la hostia, y me firma otro artículo con su nombre, en la misma revista. Y en el número de marzo de 2010 aparece otro plagio. Mejor callarse, mejor no parecer paranoico. Mejor olvidar a tanto bribón, a tanto copión, moreno o rubio. Pero este plagiario, reincidente, tiene más delito que Barrabás. Aquel Barrabás, en lugar del cual Cristo fue crucificado; el ladrón y criminal Barrabás. Recordemos que Barrabás fue liberado por Pilatos, y que por eso mismo se lavó las manos, en público gesto de rechazo a tal decisión popular. Y ahí me tienes crucificado, con un Barrabás, libre cual Millet, que confunde realmente los trabajos de otros con los propios, y que cree que con citarlos en una bibliografía al final de “su” trabajo, puede saquearlos sin piedad y hasta la saciedad, sin citar entre comillas quién ha dicho qué, en qué página de qué trabajo. Pero, si Barrabás puede hacer lo que hace es porque Pilatos se lo permite, y encima si el autor plagiado protesta, se lava las manos, y le da una callada por respuesta. Y eso no está bien, es de muy mala educación, incluso para académicos, universitarios y otros agremiados. Como la queja privada de plagio no fue atendida, es inevitable una denuncia pública: no me dejan otro camino. Lo andaremos, pues.
 
Mala combinación es ésa para cualquier negocio: pilatos y millets. Quiebra en el horizonte, salvo oportuno braguetazo institucional. Es posible que sean más inútiles que delincuentes, aunque eso no lo sé, ni me interesa; pero como la ignorancia es audaz, y aunque el desconocimiento de la ley no elude el deber de su cumplimiento, el plagiador, que no es rubio ni calvo, no sabe que firmar, sin entrecomillado ni citas, el resultado de las investigaciones de otro, es algo a lo que se le llama plagio. A lo mejor, el plagiador sólo es memo, esto es, no sabe lo que debiera saber, y confunde las citas a pie de página, con poner las obras del autor plagiado en la bibliografía utilizada, quizás porque no conoce más citas que las de su agenda.
 
¿Y qué decir de la utilidad del director de revista al que le cuelan no uno, sino dos plagios? ¿Pero qué decir de una revista que permite artículos “de historia” sin citas, ni notas a pie de página, como en el caso del primer plagio, o con sólo una bibliografía general de referencia, como sucedió con el segundo plagio? ¿Dónde las nieves de antaño, dónde el rigor de una revista especializada o cultural? Si un director de revista no sabe hacer su oficio, ¡que dimita! Si la línea editorial de esa revista “especializada” cree que su lector rechaza la lectura de artículos con citas a pie de página, que no se llame tal, sino “especializada en el fomento del plagio”. Si hay plagiadores repetitivos es porque hay directores que desconocen su oficio, porque hay líneas editoriales “especializadas” en fomentar lo que no debieran promover, sino prever y evitar. Y no me refiero a una revista en concreto, ni sólo a revistas de historia, sino a Pilatos, y a tanto periodista metido a divulgador-plagiador del “estado de la cuestión”, con un lenguaje “ágil” y “periodístico”, entendido como plagiario, sin entrecomillados y sin citas a pie de página, que “molesten” a un lector, al que en el fondo probablemente deben considerar que es idiota y al que piadosamente consideran “apresurado”.
 
¿Quebrar la pluma como única solución para evitar los plagios? ¿Lanzarla hábilmente a nuestra espalda para que haga diana en el ojo del plagiador? ¿Nos plagian, luego cabalgamos? ¿O hacer pedagogía? ¿Pedagogía del plagio?
 
Sí, claro está, explicar la diferencia entre citar y plagiar. Que citar se hace entre comillas y con una nota a pie de página, en la que se hace referencia al autor, la obra y el número de página de donde se toma la cita. Que plagiar no es lo mismo que copiar literalmente. Que se plagian obras de ficción, pero también de artículos científicos y trabajos de investigación histórica. Que plagiar significa, sencillamente, apropiarse de los resultados del trabajo de investigación de otro. Que la diferencia entre plagiar o divulgar el pensamiento y los trabajos de otro, radica precisamente en el entrecomillado y en la cita a pie de página, porque así se diferencia entre los logros del investigador divulgado y el divulgador. Si el lector no puede diferenciar quién dice qué, y lee la firma del divulgador como autor del contenido de todo lo que se ha dicho en el artículo, eso es un plagio.  Un trabajo de investigación, laborioso y de años, a veces tedioso, pero con momentos gloriosos, cuando se descubre por fin la posible “verdad” de lo sucedido, quién, dónde, cuándo y cómo lo hizo, pero sobre todo el momento en que uno comprende, por fin, tras mil vericuetos, en los que la investigación deriva por caminos errados, el por qué.
 
No se trata de una cuestión de vanidad, o de defensa de la propiedad intelectual, sino más llanamente de una cuestión de honestidad, y de responsabilidad; se trata de saber quién dice qué. Si se suprime toda cita, en la que se indique de qué libro o a qué investigador se deben las afirmaciones realizadas, el lector (o bien otro investigador) pierde la posibilidad de comprobar y ampliar los datos aportados, y además se arrebata a los investigadores, no citados, sus primigenios descubrimientos, y a la ciencia histórica algo que se parezca remotamente al rigor científico, olvidándonos ya, por supuesto, de la mínima cortesía debida a los historiadores así pirateados. Escribir historia, sin citar, no es una técnica periodística; cabe hablar de una técnica basura. Y las revistas que usan tal técnica sólo pueden calificarse como revistas-basura. Y a ese atraco múltiple, que es el plagio, hay quienes lo llaman hacer el estado de la cuestión sobre un tema.
 
Pueden citarte historiadores con los que discrepas ideológicamente, para ilustrar o llenar un vacío de sus investigaciones, como hace Ángel Viñas en las páginas 497 y 500 de su libro El Escudo de la República[1]. Y eso es lícito, aunque yo discrepe de su interpretación. Es evidente, además, que existe un colectivo de investigadores que acotan áreas próximas, y no hay ningún tema exclusivo, que sólo pueda cultivar o investigar un solo historiador. Pero todo eso es evidente, y debería ser obvio.
 
Para aprender cómo se cita recomiendo la lectura del libro de José Luís Ledesma, titulado Días de llamas de la revolución[2]. Ledesma, con un rigor impecable, hace arte de las citas a pie de página. No sólo cita las obras de las que extrae una cita, o que le han servido para investigar tal o cual cosa, sino que recorre paso a paso, cita a cita, el proceso de información, y de reflexión, que le conduce a tal o cual conclusión. La lectura de las citas de Ledesma es una auténtica delicia. Y este es un ejemplo, entre otros, que derriba y destruye las razones esgrimidas por esos editores y esas revistas, que quieren suprimir las citas porque dificultan la lectura de un lector al que consideran idiota. Las citas no impiden nada. Son sólo algunos autores, impedidos de ingenio y faltos de capacidad expresiva, los que hacen de las citas pedruscos ilegibles. Quizás nuestro plagiador estrella, o tantos Pilatos metidos a director, aprendan algo si leen a Ledesma, por lo menos no perderán nada en la lectura excitante de un investigador de raza, con una de las mejores plumas del cada vez menos lustroso gremio de historiadores universitarios, pero ¡que no se salten las notas a pie de página!, porque son lo mejorcito de un hermoso y riguroso libro de historia: que lo estudien. Sin embargo, como academia pesa, editores corrompen y mediocridad arrastra, sepa el lector que me ciño sólo al Ledesma de Días de llamas de la revolución, y no a sus trabajos posteriores de factura periclitada[3].
 
El camino de la investigación que me llevó a escribir “Habla Durruti” o “El asesinato del capitán Narwicz” es un largo sendero, lleno de aventuras, de noches en vela planteándome preguntas, de relaciones e intercambio de información con terceros, de entrevistas, de consultas bibliográficas, de elaboración de fichas, de horas y horas metido entre legajos y papeles viejos. Y ese camino le enriquece a uno, como los años, como la propia vida. Lo importante, como dijo Kavafis, y cantó Lluís Llach, no es llegar a Ítaca, sino el viaje. Mejor un largo viaje, lleno de conocimientos y de aventuras. Esas horas, arrancadas al sueño tras una jornada laboral agotadora, en un horario imposible de lectura y escritura, que va de las diez de la noche hasta las dos o tres, para levantarse para una nueva jornada laboral a las seis y media, ¿no merecen otro reconocimiento, que la copia y apropiación de los resultados de tu investigación por un oportunista? ¿Pero es que de haberlo sabido, no lo hubieras hecho? ¿Acaso no investigas por el placer de la investigación, por esa sensación placentera, más divina que humana, de descubrir, de pensar qué sucedió, y cómo y cuándo, y quién y por qué? ¿Acaso lo único que te mueve no es encontrar respuestas a las preguntas planteadas por ti mismo, y quizás por otros? ¡Pero no soy yo quien necesita explicarse, sino quien ha plagiado! ¿Qué más da tanta inmoralidad? ¿Qué importa tanta infamia en ese mezquino, servil y esclavizado mundillo académico o cultural, al que no perteneces, deo gratias, aunque no creas en dioses, ni en líderes, ni en tribunos?
 
Eso es, dejémonos robar, que el periodista-barrabás-plagiador cobre y/o firme mis artículos y libros, que ponga su nombre en todos mis trabajos, que se haga con todos ellos, y con los de cualquier otro que se le ponga a tiro, una carrera de historiador académico. Y que le vaya bonito con Pilatos. Y que no se le atragante. Y que duerma tranquilo, sin pesadillas ni mala conciencia. Y que encuentre directores inútiles, y editoriales con lectores “apresurados”; o revistas especializadas en el fomento del plagio. Y además tampoco sería el primero, ni será el último. ¡Viva la piratería, los pilatos y los millets! ¡Viva el periodismo del plagio! Y ¡Viva la Academia que justifica al amo que le paga!
 
Ni el plagiario, ni la revista que lo potencia, merecen ser citados por su nombre: los someteremos a la ignominia del anonimato, como sucedía en Grecia con los asesinos de personalidades, sin más motivo que la fama conseguida con el asesinato.
 
Lo único que me queda, lo que no podrán robarme nunca, es el camino recorrido. Los momentos pasados entre viejos legajos, entre sumarios procesales, investigando un crimen real, no de ficción, cometido hace más de setenta años. Llegar a reconstruir paso a paso, año tras año, el nombre del joven asesinado. Porque en los legajos del sumario el nombre de ese polaco: Leon Narwicz, aparecía escrito de mil maneras distintas, porque la demoníaca dificultad del apellido, para la fonética del hablante de lenguas latinas, hacía que los secretarios del juzgado escribieran Narwitch, Narvitz, Narwich, aunque curiosa y significativamente siempre escribían León, y nunca Lev. Nuestro antropoide imitador cae en ese error de llamarle Lev, porque lo copia de algún artículo, y no ha vivido el proceso de investigación y descubrimiento del auténtico nombre y apellido del capitán polaco de las Brigadas Internacionales: Leon Narwicz.
 
Durante años pensamos que era de nacionalidad rusa, y digo que pensamos, en plural, porque Pierre Broué se vanagloriaba de haber confirmado, en archivos de Polonia, su nacionalidad polaca, y la grafía correcta del nombre. Recuerdo y guardo la carta en la que Broué expresaba su entusiasmo por haber dado con la grafía correcta del apellido Narwicz, y del nombre, que no podía ser la rusa de Lev, sino la polaca de Leon (sin acento), y en la que me autorizaba a usarla, incluso sin señalar la fuente. Esta colaboración merecería ser explicada con más detalle, pero basta con apuntar que encontrar el auténtico nombre de alguien puede ser un trabajo (colectivo, o no) de años, que en un segundo alguien se apropia, y encima para volver a escribir el nombre incorrectamente, como le compete vomitar a un plagiador. A la basura los años pasados en establecer la grafía correcta del nombre del capitán de las Brigadas Internacionales: LEON NARWICZ. A la mierda los años de investigación invertidos en establecer su nacionalidad polaca. A la santa putería el rigor y los años gastados en conocer y ratificar, en tres fuentes distintas, los nombres de quienes formaron el comando del POUM que lo asesinó. Viene el simio y copia incorrectamente el nombre del protagonista del plagio. Y es que el plagio tiene, casi siempre, el castigo de un oportunismo impreciso y el premio de los editores basura.
 
No le voy a explicar a nuestro diestro, o quizás siniestro, copiador, cómo y cuántos años de investigación, cuántas entrevistas y preguntas costaron descubrir y comprobar, contrastando varias versiones, el nombre de quienes constituyeron el comando que ejecutó a Narwicz. No podría entender, probablemente, la resistencia de sus camaradas de partido a confesar quién había participado en esa muerte. Resistencia política de un partido victimista, perseguido por el franquismo y por el estalinismo, que podía cambiar su imagen política e histórica con esa confesión. Resistencia personal de los amigos y camaradas de los implicados, mientras viviera alguno de ellos. Resistencia del propio interesado, porque nadie reconoce ni se vanagloria de actos tan extremos. Y sin embargo, entre los militantes del POUM, ése era el secreto mejor guardado y el más conocido por todos. Todo el mundo lo sabía, pero nadie estaba dispuesto a confesarlo, y mucho menos a un extraño, ajeno al círculo más íntimo. Todos presumían de saberlo y no decirlo. Y si uno les daba un nombre, quizás con suerte te daban (muy confidencialmente) el otro, o bien sólo aceptaban darte el nombre del miembro del comando ya fallecido. Y siempre idéntica condición, respetada, de no usarlo hasta la muerte del interesado. Años y años dándole vuelta a las mismas preguntas, a uno y otro nombre. Y, por fin, después de años, la confirmación de varios testimonios coincidentes, e incluso la indirecta autoconfesión del principal implicado, quizás porque “los tiempos habían cambiado”.
 
Pueden robármelo todo, pueden robarme los resultados de mis investigaciones, pero no podrán robarme el camino recorrido, la aventura del proceso de investigación Y eso, a fin de cuentas, es lo que realmente importa. ¡Que los trabajos sean anónimos!, que no sean firmados por nadie, no me importaría, y quizás sería lo ideal, y anularía personalismos y vanidades en beneficio de la investigación común; pero el plagio no fomenta precisamente el anonimato, porque se trata precisamente de la firma, con otro nombre, de tus trabajos; y en muchas ocasiones, y eso es lo peor, su deformación ideológica, y siempre en la divulgación de errores, menores o mayores, precisamente porque el plagiador no conoce el tema a fondo, porque “no lo ha vivido”. Por eso mi copiador habla de Lev en lugar de Leon, por ejemplo. Y ahí está el por qué de la necesidad de firmar los trabajos de investigación: responsabilizarse de los errores cometidos, y corregirlos, si se puede, con posterioridad,
 
Eso no significa que uno no pueda equivocarse, y aún más en un proceso de investigación, en el que vas descubriendo nuevos datos, hasta que un día te topas de bruces con errores de viejas certitudes. Y rectificas, en cuanto puedes, en una nueva redacción del artículo o del texto, y lo publicas, si puedes. Y luego, meses después, lees a uno de esos plagiadores, que ya son legión, aunque nunca tan descarados y evidentes como ese plagiador supremo, que-no-es-calvo-ni-pelirrojo-ni-rubio-ni-albino, y compruebas divertido que esos legionarios repiten, una afirmación errónea, que uno ya ha corregido, y que los plagiarios repiten, como loros, porque copian de un viejo texto erróneo. Y ahí los legionarios quedan más desnudos que Adán sin la hoja de parra. Por ejemplo, mea culpa, y que me perdonen mis plagiarios, escribí una vez que Munis, Jaime, y sus camaradas de la Sección Bolchevique-Leninista fueron torturados en la checa del Portal del Ángel 24, y ahora lo leo a diestro y siniestro, sin citarme claro, lo cual en este caso es un alivio, porque me excusa del error cometido. Porque no fue en Puerta del Ángel, pero no voy a desvelar dónde ni cómo puedo ahora rectificar mi error, ya que facilitaría el trabajo de los legionarios plagiadores. ¡Que se jodan!
 
Volvamos a nuestro supremo copiador, esto es, al más evidente. Cual mosquetero blande, con artes de esgrima del florete, un documento “original”. Y nos cuenta, tan contento, que lo ha encontrado en un archivo, y eso le sirve para dárselas de investigador. Mi copista está supercontento, sus pies no tocan el suelo y levita etéreo para susurrarnos que el documento “quizás” ha sido redactado por Juan Andrade. De nuevo me invade la vergüenza ajena ante tanta ignorancia, propia del escaso conocimiento del tema, corolario inevitable del nulo dominio de la bibliografía existente, obstáculo insuperable para cualquier imitador. Un mono puede imitar, pero no puede pensar, relacionar, comprender y reflexionar como un humano. Son dos especies distintas. Nuestro imitador de pacotilla ignora que ese documento, ¡que él ha descubierto ahora!, fue publicado ¡en 1979¡ en el número 3 de Cahiers Leon Trotsky[4]. ¡Nuestro plagiario lo redescubre treinta años después! ¡Qué audaz es la ignorancia! Desconoce además que ese documento, que sin duda alguna es de Andrade, mereció una respuesta airada de Munis y Jaime Fernández, a las graves acusaciones, insultos e insinuaciones allí vertidos. Y además ignora, porque se olvida, o no ha leído del todo, aunque lo cita, Documentación histórica del trosquismo español, donde se reproduce el documento de Andrade, y la respuesta a las infamias que contiene, por parte de Munis y Jaime[5]. Pero, claro está, y ahí otra muestra del arte del plagiario: ¿cómo presumir de haber encontrado un documento en un archivo, si ese documento ya ha sido publicado, traducido e incluso rebatido por Munis y Jaime, y además todo eso está publicado y masticado en mi libro Documentación histórica del trosquismo español, que mi “morena fotocopiadora” cita en la bibliografía de su artículo, y que por lo tanto debería conocer, e incluso debería haber leído, aunque otra cosa es que lo haya comprendido y asimilado.
 
Aquí, a nuestro copiador, le resulta mejor ignorar la investigación y los documentos ya publicados, aunque sólo sea por la miseria de afirmar que ha sido capaz de “descubrirlo” en un archivo. Nuestro descubridor de América demuestra aquí que plagiaba, muy consciente de estar plagiando. Oculta cosas que debiera saber, pues cita mi libro en la bibliografía, y en ese libro se publica el documento de Andrade. Cualquier día nuestro plagiario reivindica para sí el descubrimiento de América, que todos sabemos que no hizo Colón, porque siempre creyó y juró que sólo había abierto un nuevo camino a las Indias. ¡Qué mezquindad la de esos plagiarios que descubren y se apropian de los trabajos ajenos!
 
Pero dejemos a nuestro simiesco imitador que se revuelque en su mierda, como es propio de algunos primates, porque ya nos aburre tantas monerías zambas y cuadrumanas. Y pasemos a cosas de más sustancia, enjundia e ingenio. Hagamos lo que el mico no puede hacer: pensar el caso Narwicz.
 
2.- Pensar “el caso Narwicz”
 
¿Por qué es importante el caso Narwicz? ¿Qué novedades aporta a la historiografía? ¿Cómo comprender un asesinato de hace setenta años?
 
 El caso Narwicz es importante porque sabemos que fue agente de la NKVD antes de mayo de 1937, y como tal supo ganarse la confianza de los líderes del POUM y obtener fotografías de sus dirigentes, que más tarde sirvieron para su identificación y detención. Sabemos que Leon Narwicz y Lothar Marx intentaron infiltrarse en la SBLE. Sabemos que Leon Narwicz obtuvo una cita con militantes poumistas, que ya vivían en la clandestinidad, con el objetivo de obtener pruebas en el juicio en curso contra sus dirigentes, y para desmantelar la organización clandestina de ese partido. La cita le resultó fatal, porque el POUM conocía ya el papel jugado por Narwicz antes de mayo de 1937. Por esa razón, fue ejecutado por el comando que le dio la cita. Cuando el jefe del SIM en Barcelona identificó su cadáver, certificó su pertenencia al SIM y se llevó documentación comprometedora que pudiera implicar al otro agente infiltrado: Lothar Marx.
 
Por lo tanto, el capitán polaco de las Brigadas Internacionales, Leon Narwicz, es la prueba evidente de un agente de la NKVD, anterior a mayo de 1937, que en febrero de 1938 era agente del SIM. Y este dato irrefutable, comprobado documentalmente, comporta algunas consecuencias:
 
Primero: Que el SIM era la españolización del NKVD.
 
Segundo: Que NKVD y SIM compartían agentes e informaciones.
 
Tercero: Las dos anteriores certezas, nos permite plantear la hipótesis de una subordinación del SIM a la NKVD.
 
El asesinato del capitán Narwicz por un grupo de acción del POUM rompe con la imagen victimista del POUM, que ese partido siempre ha querido ofrecer, no sin razones de peso. Y aparece la imagen de un POUM que, en ocasiones, sabía responder certeramente al acoso represivo de los estalinistas, porque al fin y al cabo el POUM era un partido marxista y no una asociación pacifista. Lluí Puig y Albert Masó constituyeron el comando del POUM que asesinó al capitán Leon Narwicz, como venganza por la desaparición de Nin, la ilegalización del POUM, la persecución, asesinato y/o detención de sus militantes, y el proceso moscovita contra sus dirigentes.
 
Por otra parte, que fuera Julián Grimau quien se hizo cargo de los interrogatorios y de las torturas de los acusados por el asesinato del capitán Narwicz no fue una mera casualidad, sino que demuestra el interés de los soviéticos en la venganza del asesinato de su agente. Asesinato que fue atribuido falsamente a militantes de la Sección Bolchevique-Leninista de España, porque de este modo eliminaban a este grupo político trotskista. Grimau, en esos momentos, era el “ojo de Moscú” en Barcelona. Grimau torturador, como aparece diáfanamente en las actas de los interrogatorios, por él firmadas. Grimau torturador, como testimoniaron los trotskistas que martirizó, como detalló Domenico Sedran (“Adolfo Carlini”) en sus memorias, como escribió Zanon en la Cárcel Modelo, libre ya del terror a las torturas. Grimau, el torturador torturado por la policía franquista, en 1963. Grimau, el torturador fusilado por el régimen fascista de Franco, que lo convirtió de este modo en un mártir antifranquista. ¿Tuvo que elegir Grimau entre la expulsión del partido o el martirio? Curiosamente había un destacado personaje político que ganaba con ambas opciones. Paradojas de la historia: el alguacil alguacilado.
 
Qué pensar de la figura del jovencísimo Zanon, que amedrentado hasta el tuétano, ante la amenaza de las torturas, firma y confiesa todo lo que le dictan los torturadores de turno: uno de ellos, Grimau.  Sólo el miedo es libre, en la España de Negrín.
 
Qué de Munis, que no confiesa nada, que es sometido a un simulacro de fusilamiento, a golpes, a torturas, sin decir otra cosa que es el secretario de la SBLE y atribuirse todas las responsabilidades políticas que correspondan, para exculpar al resto de los detenidos.
 
Qué de Jaime, obligado a beberse sus propios orines, al que le arrancan los cabellos de raíz, mediante tenazas, y que repite que, si quieren, firmará que no sabe nada.
 
Qué de “Adolfo”, que en plena sesión de torturas denuncia que el documento que quieren hacerle firmar tiene un doblete que no ha leído. Pero todo tiene su límite: intenta suicidarse por temor a no resistir las torturas. Y eso le avergüenza posteriormente, o bien prefiere orillarlo, y no lo menciona en sus memorias.
 
Qué de Aage Kielso, que con una increíble sangre fría coge un cigarrillo y cerillas de la chaqueta de su dormido guardián, lo enciende y baja parsimoniosamente las escaleras, saluda al guardia de la entrada y llega hasta la Casa CNT-FAI donde se le da refugio y se le ayuda a salir del país. Ya en el extranjero, informa sobre la situación desesperada de los presos BL, y se inicia una campaña por su liberación.
 
Qué del POUM, partido victimista que criminaliza a los BL con las mismas acusaciones que recibe por parte de los estalinistas: ahí está la colección de Juventud Obrera. Y Munis, desde la cárcel, es llevado como testigo al proceso contra el POUM, donde declara que el POUM no es una organización trotskista, y que él es el único militante BL con responsabilidades políticas y el dirigente en España de la Cuarta Internacional. Todo eso en un momento en el que los estalinistas han demonizado al trotskismo, y ésa es su acusación fundamental contra el POUM. Pero, por el contrario, el POUM no declaró nunca a favor de Munis, Jaime y “Adolfo”, contra los que se pedía pena de muerte por el asesinato del capitán Narwicz, aunque los poumistas sabían que había sido asesinado por un comando del POUM, formado por Lluís Puig y Albert Masó March. Ese partido, perseguido criminalmente por los estalinistas, fue incapaz de solidarizarse con otras víctimas del mismo verdugo, que además eran acosadas por acciones cometidas por el propio POUM.
 
 
4.- Agradecer a red-libertaria y alasbarricadas su existencia. Sin red-libertaria, sin alasbarricadas (o sin otras webs alternativas, o publicaciones como Balance, Germinal, Solidaridad Obrera y editoriales alternativas e independientes: Espartaco Internacional, Alikornio, Cahiers Spartacus, etcétera) yo no podría haberme defendido de mi antropoide plagiador, porque ni siquiera existiría como autor. Tal y como rigen las leyes del mercado capitalista, uno no tiene acceso a las revistas culturales “muy subvencionadas”, ni a las grandes editoriales, que sirven a la voz de su amo. Y así debe ser, no me quejo; muy al contrario, así me honran. Pero que me olviden del todo, y, al menos, que no me plagien. Si me pisan, me quejo; pero mis quejas no llegarían a ninguna parte sin webs como red-libertaria o alasbarricadas.
 
Agustín Guillamón
 
 
5.- BIBLIOGRAFÍA en la que he tratado el caso de Leon Narwicz:
 
Guillamón, Agustín: "Munis. Vida y obra de un revolucionario desconocido". Generació, número 2, Barcelona, 1991.
 
Guillamón, Agustín: Munis, vie et oeuvre d'un révolutionnaire méconnu". Cahiers Leon Trotsky, número 50, Saint Martin d'Hères (France), mai 1993.
 
Guillamón, Agustín (dir.): Documentación histórica del trosquismo español (1936-1948). Ediciones de la Torre, Madrid, noviembre 1996.
 
Guillamón, Agustín: "Debate de Balance (1): El POUM y los BL en la guerra civil". [Correspondencia entre Balance y "Albert Vega" a raíz de la publicación del libro “Documentación histórica del trosquismo español]. Balance número 5 (agosto 1998).
 
Guillamón, Agustín “The Investigation of the Spanish Bolshevik-Leninists (1938)”. Revolutionary History, vol. 8 nº 1, summer 2001.
 
Guillamón, Agustín: "La NKVD y el SIM en Barcelona. Algunos informes de Gerö sobre la Guerra de España". Balance número 22 (nov. 2001).
 
Guillamón, Agustín: "Biografía de Albert Masó". Balance número 23 (febrero 2002).
 
Guillamón, Agustín: "Habla Durruti". Balance número 25 (septiembre 2002).
 
Guillamón, Agustín: “Habla Durruti” y “El asesinato del capitán Narwicz en la calle Legalidad”; capítulos de La Barcelona Rebelde. Octaedro, Barcelona, 2003.
 
Guillamón, Agustín: "Doce estampas revolucionarias (o no) de Barcelona". Balance número 30 (mayo 2005).
 
Guillamón, Agustín: “El terror estalinista en Barcelona (1938)”. Balance número 33 (febrero 2009).
 
 
[Casi todos estos trabajos han sido difundidos en las webs de kaosenlared, red-libertaria y otras].                                 
 
SIGLAS UTILIZADAS:
BL: Bolchevique-Leninistas (denominación de los trotskistas en los años 30)
CNT: Confederación Nacional del Trabajo
FAI: Federación Anarquista Ibérica
NKVD: Narodnyy Komissariat Vnutrennij Del (policía política rusa)
POUM: Partido Obrero de Unificación Marxista (marxistas no estalinistas)
PSUC: Partido Socialista Unificado de Cataluña (estalinistas)
SBLE: Sección Bolchevique-Leninista de España (pro Cuarta Internacional)
SIM: Servicio de Investigación Militar (policía política estalinista española)


[1] Viñas, Ángel: El Escudo de la República. El oro de España, la apuesta soviética y los hechos de mayo de 1937. Crítica, Barcelona, 2007, p. 497 y p. 500.
[2] Ledesma, José Luís: Los días de llamas de la revolución. Violencia y política en la retaguardia republicana de Zaragoza durante la Guerra Civil. Institución Fernando el católico, Diputación de Zaragoza, 2003.
[3] Véase las penosas y deficientes biografías, plagadas de errores y sin notas a pie de página, incluidas en Tierra y Libertad. Crítica, Barcelona, 2010, pp. 219-286.
[4] “L´affaire Leon Narvitch”. Cahiers Leon Trotsky numéro 3 (juillet-septembre 1979), pp. 133-134.
La publicación del documento viene precedido de un estudio de REVOL, René: “Procès de Moscou en Espagne, en Cahiers Leon Trotsky numéro 3 (juillet-septembre 1979), pp. 121-132.
[5] GUILLAMÓN, Agustín (ed.): Documentación histórica del trosquismo español (1936-1948). De la guerra civil a la ruptura con la IV Internacional. Ediciones de la Torre, Madrid, 1996.
La traducción al castellano del documento de Andrade, “descubierto” por el plagiario, en las pp. 243-244.
La respuesta de Munis y Jaime a Andrade en las pp. 244-247.

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