¡Que han matado a Agustín en Carabanchel!... Y nunca vamos a olvidarlo
Disculpas anticipadas si alguien se ha sobresaltado por el titular. Perdón incluso por el exceso de sensacionalismo. Y perdón por usar artimañas literarias para captar vuestra atención. Cuatro décadas a veces parecen un mundo pero otras pueden antojarse apenas un momento. No es culpa nuestra que sigamos oyendo los gritos de Agustín entre las ruinas de la vieja cárcel. Hoy duele como ayer. Seguimos esperando aquél último vagón con el que soñaste, aquél que por fin te llevaría a la libertad a través de aquél túnel. No queremos prometerte que te mantendremos vivo a través de nuestra memoria… sino agradecerte que tu memoria nos siga ayudando a saber cómo sentirnos vivos.
Agustín Rueda Sierra nació el 14 de noviembre de 1952 en la Colonia de Sallent, en Barcelona. En la barriada constituida por obreros de la mina, familias en su mayoría procedentes de la inmigración rural se hacinaban en barracas sin apenas infraestructuras básicas más allá de las llevadas a cabo por los propios vecinos de forma solidaria. De madre tejedora y padre minero conoció pronto la miseria pero también la solidaridad y la lucha de un barrio y su gente. Una realidad compartida por muchos chavales pobres para los que el futuro no resultaba nada halagüeño, lo que en muchas ocasiones se traduciría en cárcel o muerte. Para Agustín el peso de su realidad marcará para siempre su ideario y su vida y le empujará a un irremediable impulso por actuar en el aquí y en el ahora. Un impulso que le llevará ya siendo apenas un crio a involucrarse en dinamizar y mejorar las condiciones de su barrio. Participará en la organización de un club juvenil desde el que organizará todo tipo de eventos de carácter musical, cultural, proyecciones de cine, encuentros… incluso participará activamente en la fundación de un club de futbol para los chavales del barrio. Entonces apenas tiene 18 años.
Ya algún año antes aquellas condiciones le habían obligado a dejar los estudios y pasar por varios trabajos, siempre con largas jornadas y mal pagados, hasta, como todos en el barrio, terminar convirtiéndose en uno más de aquellos mineros. En febrero del 72 estalla la huelga y los obreros se encierran en la mina, hay asambleas, piquetes, cajas de resistencia… y Agustín se vuelca totalmente en la lucha. Como consecuencia es despedido en septiembre arrastrando ya para siempre entre el empresariado local la etiqueta de conflictivo. Apenas dos meses después la hija de un compañero muere atropellada en uno de los cruces que el barrio lleva denunciando como peligroso desde hace años. Tras la manifestación de protesta los vecinos se enfrentan a la policía. Agustín es acusado de organizar los disturbios, detenido en su propia casa y encerrado en La Modelo de Barcelona. Cárcel e inconformismo son una condena a la espiral de miseria y represión con toda seguridad en un momento en que las listas negras de presos y rebeldes son compartidas entre empresarios por toda España para asegurar que nadie vuelva a contratar al conflictivo. Como casi siempre la desgracia se ceba con los más pobres y, tras salir de prisión en febrero, el joven asiste durante los meses siguientes a la ceguera permanente de su madre, la muerte por tuberculosis de su padre, la enfermedad por excelencia del minero pobre, la consecuente pérdida de la casa propiedad de la empresa y el cese por la Guardia Civil del club juvenil y los grupos que con tanto empeño se había esforzado en construir para el barrio los años antes. En medio el obligado servicio militar. Aun así a su regreso a la Colonia a finales del 75 vuelve a involucrarse en la reconstrucción del club juvenil y organiza un torneo de futbol, y ya en abril del 76 cruza por primera vez la frontera con Francia para ayudar a huir a un compañero insumiso acusado de deserción. En Sallent las autoridades no le quieren, le persiguen y hostigan haya donde aparece y clausuran locales y pisos de cualquiera que le dé cobijo. En Francia, en Perpiñán, donde marcha decidido a probar mejor suerte, se desenvuelve entre el amplio círculo de anarquistas represaliados y exiliados. Convencido como siempre de la necesidad de actuar para cambiar algo se involucra en el paso clandestino, a través de las rutas en la frontera que tan bien conoce, de todo tipo de material de impresión, libros, multicopistas y dinero recaudado con el fin de ayudar a los libertarios en el interior en su constante empeño en la lucha antifranquista.
En febrero de 1977, sábado, a las 6 de la mañana cae en una emboscada de la Guardia Civil en el paso fronterizo de La Junquera. Un chivato infiltrado en las filas anarquistas le había convencido muy apropiadamente de pasar a España esta vez un envío algo más comprometido. En medio del oscuro camino un silbido anuncia la traición y Agustín junto con su compañero Fernando Simón caen en la trampa. El chivato, Antonio Soler, o Eduard Soler en algunos artículos de prensa, es un infiltrado policial que actuaría como provocador dentro del entorno libertario en el exilio, propiciando con ello numerosas detenciones. Por supuesto a Soler se le permite abandonar el lugar borrando cualquier género de dudas sobre su intervención en el episodio.
Acusado de formar parte de los Grupos Autónomos Libertarios pasará por las comisarías de Layetana y Figueres antes de ingresar definitivamente en la prisión de Girona. Meses antes los presos sociales han iniciado una coordinación de carácter asambleario y horizontal entre buena parte de las cárceles de la península con el fin de iniciar movilizaciones y acciones para reivindicar su reconocimiento como presos del franquismo y en consecuencia la aplicación de la amnistía sobre sus condenas. También denuncian las torturas y palizas sistemáticas a que son sometidos por unos carceleros que en su mayor parte militan en la ultraderechista Fuerza Nueva, que llegarán a controlar íntegramente algunas prisiones del Estado Español e instaurar un verdadero régimen de terror invisible para el resto de la sociedad, con el beneplácito de sucesivos gobiernos. La coordinadora de los presos comunes es un episodio único y extraordinario en el seno de las luchas contemporáneas al tratarse de un colectivo tradicionalmente despolitizado y ajeno al compromiso social, inmerso además en adversas condiciones para la consolidación de una organización como la que se pretende. Aun así, instigado inicialmente desde la prisión de Carabanchel, nacerá la Coordinadora de Presos en Lucha, la COPEL, de la que Agustín pasará a formar parte casi inmediatamente de su ingreso en Girona.
Carabanchel es el centro neurálgico de las luchas por tratarse de lugar de obligado paso para traslados, preventivos o conflictivos, y por tanto indispensable centro de intercambio de consignas y decisiones trasportadas en ingeniosos camuflajes con la ayuda en no pocas ocasiones de familiares y abogados. Como otros activos militantes de la COPEL, Agustín es trasladado a la prisión madrileña como represalia a su actividad. Un traslado, además, ya de por si extraño, llevado a cabo en silencio, sin la obligada comunicación a sus abogados y seguida de consecutivas negativas sobre su presencia en la prisión ante las indagaciones de familiares o del Comité Pro Presos de Madrid. En Carabanchel la tensión es más que palpable. Tras los motines de julio del 77 Agustín participaría activamente en los que estallarían ese mismo mes de enero de 1978, fecha de su traslado. Desde la tercera y la séptima galería de la prisión los presos obligarían a retroceder a la policía tomando los tejados durante días. Los
muertos en aquellos motines nunca saldrían a la luz con exactitud, todos sufrirían torturas, palizas y escarmientos, respondidos con autolesiones infligidas en vientres y brazos llenando las paredes de la séptima, verdadero epicentro del núcleo duro de la COPEL, de inscripciones hechas con sangre donde podía leerse “libertad o muerte” o “amnistía para todos”. A pesar de la dura respuesta represiva contra las protestas los motines no son en balde, consiguiéndose ciertos beneficios desde Instituciones Penitenciarias, entre ellas la autogestión de almacenes y cocinas. Migajas frente a las reivindicaciones de libertad y dignidad que los presos protagonizan. Sin embargo, la COPEL fingirá aceptar de buen grado los pobres beneficios que suponen, aprovechando para iniciar una nueva fase en su compromiso de lucha, la preparación de fugas masivas en todas las prisiones españolas. Desde las cocinas de la séptima se inicia la construcción de uno de aquellos túneles, descubierto el 13 de marzo de 1978 tras, de nuevo, otro chivatazo. Ocho presos son sacados de sus celdas para ser interrogados, precisamente algunos de los más activos en las protestas y motines, entre ellos Agustín. Uno a uno son golpeados y torturados por una decena de carceleros a las órdenes del director de la prisión dejando un reguero de sangre, hematomas y fracturas en los terribles sótanos de la cárcel. Agustín fue el último “interrogado”. Por desgracia para él su condición de antiguo minero lo ponía a la cabeza de la lista de sospechosos. Sus gritos de terror y dolor fueron las últimas palabras ejecutadas con cierta fuerza vital que salieron de su boca. Cuando fue devuelto a las celdas apenas podía pronunciar palabra, tan solo repetía una y otra vez encontrarse muy mal y creer que iba a morir. La visita médica, retasada hasta lo insoportable, llegaría a clavarle agujas en las piernas sin que las sintiera, sentenciando con sorna y vengativo sarcasmo el doctor en cuestión que “probablemente habría cogido frio excavando el túnel”. Horas después, en la cena, tan solo pudo ingerir el zumo de media naranja que su compañero de celda, último testigo de su agonía de más de seis horas, había intentado facilitarle consciente de la gravedad de su estado. A las 22:30 los carceleros se lo llevaban ya inconsciente, con los ojos en blanco. Al día siguiente los presos conocían la noticia de su muerte. Ocho presos torturados, uno de ellos hasta la muerte, por negarse a delatar a ninguno de sus compañeros.
El informe forense concluía que Agustín había muerto a las 7:30 del día 14 de marzo de 1978 por un shock traumático causado por un “apaleamiento generalizado, prolongado, intenso y técnico y que no había recibido correcta asistencia médica después”. Los otros siete presos torturados declararían contra los asesinos reconociéndoles sin ningún género de dudas. Sufrieron represalias por ello y fueron trasladados a distintas cárceles. Dos de ellos ingresaron en la cárcel de máxima seguridad de Herrera de la Mancha, un moderno centro presentado como ejemplar y experimental que encerraba un verdadero centro de torturas y control mental y físico. Allí fueron sometidos durante días a todo tipo de abusos y palizas con el fin de obligarles a retirar sus testimonios. A uno de ellos le obligarían en una de estas sesiones a comerse trozo a trozo los doce folios que recogían su declaración y la instrucción del caso.
El 17 de marzo de 1978 familiares y amigos del joven anarquista recogieron el cadáver que les fue entregado a mediodía para ser enterrado en Sallent. Desde el Instituto Anatómico Forense de Madrid fue llevado a cuestas por sus compañeros hasta la plaza de Cibeles, donde fue introducido en un furgón que lo traería a la ciudad catalana, mientras más de trescientos anarquistas despedían al joven asesinado cantando los himnos “A las barricadas” o “Hijos del pueblo”. La comitiva, de la cual formaba parte la hermana de Agustín Rueda, lo encabezaban dos coronas de flores, de una de las cuales colgaba una cinta donde se podía leer “Tus
compañeros anarquistas”, mientras en la otra cinta se pronunciaba: “Que tú sangre encienda la chispa de la libertad. COPEL”. El reconocimiento de los presos a los que los barrotes no impedirían hacer de alguna forma acto de presencia acompañando a su más que compañero. Al paso por varios edificios no son pocas las personas que asomadas por las ventanas aplauden al paso de la comitiva.
A las 20:00 horas los anarquistas y compañeros de Agustín lo homenajean en las calles de Madrid como sin duda a él le hubiera gustado, formándose grupos simultáneamente en la “calle Fuencarral, cerca de la glorieta de Quevedo, plaza de Callao, Red de San Luis, avenida José Antonio, San Bernardo, Arenal y Joaquín García Morato, que, además de cortar el tránsito echando a la calzada varios objetos y cruzando coches, lanzaron piedras y varios cócteles molotov contra los vehículos policiacos, intentando volcar algunos de los coches. También produjeron roturas de vidrios de escaparates, en especial de entidades bancarias, y calaron varios fuegos sin importancia.», como redactaba un diario de la época. «En el momento de redactar esta nota se tiene conocimiento de la actuación de estos grupos después de las 21.00 horas, en la plaza de España, en los andenes del Metro de Sol, en la avenida de la Albufera, donde prendieron fuego un autobús de la EMT que se quemó parcialmente y resultó levemente herido un policía armado, en Atocha, en Antón Martín y en la plaza de Benavente.” Al día siguiente el féretro llegaría para su funeral a su localidad de nacimiento. Toda la cuenca minera y las localidades limítrofes se declaran en huelga, cierran los establecimientos y 3000 personas acompañan el féretro durante 2 kilómetros cubierto por una bandera rojinegra de la CNT y otra negra anarquista.
Como la COPEL denunciaba, la cárcel es el destino necesario para los pobres, la vida de Agustín es un ejemplo de ello, y eso es una cuestión tan política como cualquier otra. Los rumores a gritos sobre las torturas sufridas por los presos en la invisibilidad de las prisiones quedaban ahora certificada de forma más que evidente de la mano de decenas de marcas y hematomas visibles en el cuerpo del anarquista. En 1988 el primer juicio por torturas de la historia de España sentenciaba a diez años de prisión al director de Carabanchel, al subdirector y a cinco funcionarios. A otros tres a penas de entre 6 a 8 años y a dos años más a los médicos que ocultaron el estado de Agustín. Ninguno de ellos paso más de 8 meses en prisión. El infiltrado Soler aparecería algo después relacionado con otro conocido personaje del entorno libertario, Juan José Martínez “El Rubio”, colaborador de los servicios secretos de la Guardia Civil, responsable de la caída y detención de decenas de anarquistas y ambos involucrados en el extraño y famoso atraco al Banco Central de Barcelona en 1981. Desde la muerte de Franco el anarquismo, después de años de represión, vuelve a convertirse en referente de los más comprometidos, a través de la reconstruida CNT e incontables colectivos libertarios que llegan a movilizar y aglutinar a su alrededor a cientos de miles de personas. Convertida en única organización opuesta a los Pactos de la Moncloa con capacidad para movilizar masas se inicia desde el Ministerio de Interior de Martín Villa una guerra sucia contra los libertarios que incluiría infiltración, persecución, intoxicación mediática y el asesinato de no pocos militantes, unido a la actividad hostigadora de la cómplice extrema derecha. El llamado Caso Scala, un reconocido atentado de bandera falsa orquestado desde Interior con el fin de criminalizar a los anarquistas en el asesinato de cinco obreros quemados durante el ataque a la sala de fiestas, daría el golpe de gracia al proceso planeado contra los libertarios, propiciando cientos de detenciones, cierre de locales, descredito y el alejamiento de miles de simpatizantes asustados por el cariz de los acontecimientos. El episodio del Scala ocurría apenas dos meses antes del asesinato de Agustín y por tanto debemos encuadrar su muerte en esa guerra sucia iniciada por el Estado, o parte de él. No cabe duda, a Agustín lo mataron por ser de la COPEL, por ser anarquista. Todo un aviso para navegantes en toda regla.
Este 2018 se cumplen cuarenta años de la Constitución Española y los eventos programados al respecto se convertirán en incesante bombardeo mediático y propagandístico para finales de año. Una historia oficial que rememora insistentemente un periodo bautizado tendenciosamente como Transición recordándolo como un sucesivo y complicado entramado de reuniones, firmas y saludos protocolarios en despachos de todo signo de proclamados protagonistas de un cambio que, en la práctica, en las estadísticas, en los nombres, no se percibía ni entonces ni ahora como tal. Nada o poco tiene cabida en esa historia relacionado con el pueblo, con las luchas, con las asambleas, con las calles convertidas en espacio de solidaridad, difusión, intercambio y reivindicación. Nada o poco de la COPEL, del Scala, de las cloacas del Estado, ni de Agustín Rueda. Nada o poco de los casi 300 muertos, según algunas fuentes, otras bajan la cifra a alrededor de 200, en manifestaciones, controles, movilizaciones o ataques de una extrema derecha convertida en primera línea de la represión allá donde el Estado no puede llegar. Sangre sobre la que se edificaría el Estado moderno.
En octubre de 2016 Contrahistoria tuvimos el enorme placer de ser invitados a participar en la XIX Marcha de Homenaje al Maquis que cada año organizan los compañeros del Colectiu a les Trinxeres y el Grupo Autónomo del Empordá. Previamente participamos en la colocación de una placa a la memoria de Agustín colocada en la entrada de un refugio de montaña en Cap Coll de Banyulls habitualmente utilizado para descansar por el joven libertario. Recorrimos el mismo camino en el que Agustín fue emboscado intentando sentir mínimamente algo parecido a lo que pudo vivir aquella noche. Y entre rabia y nauseas, con el estómago encogido, nos acercamos a la masía cercana donde Agustín y su compañero Fernando Simón fueron torturados durante horas por sus captores. El propio Fernando nos acompañaba, cambiándole la cara a cada paso que le aproximaba al tétrico escenario. “ De aquí no puedo pasar ya”, sentenció a una distancia de varias decenas de metros de la abandonada construcción de forma más que prudencial para su salud mental y los recuerdos que le debieran venir en ese momento. Junto al nutrido grupo también se encontraba María, la incansable hermana de Agustín que después de 40 años sigue sin abandonar y reivindicar la memoria y dignidad del nombre de su hermano. Horas después, tras una conversación inolvidable, te prometimos que en este cuarenta aniversario de la muerte de Agustín su memoria iba a convertirse en nuestra principal inquietud. Y en ello estamos, o al menos intentándolo en lo que nuestras posibilidades nos permiten, limitados, sí, pero ambiciosos y decididos en el empeño también.
A lo largo de este 2018 hemos iniciado la realización de diversas charlas, exposiciones, y otros eventos difusivos en los que Agustín cobra especial relevancia, pero también la memoria de todos esos muertos excluidos de la historia, y que nos llevará por un buen puñado de lugares a lo largo del año. Es nuestra ambición trascender las cifras, poner nombres y apellidos a la sangre derramada en nuestras calles, es más, también poner rostro cuando sea posible, y más aún, colocar una historia, una persona detrás de cada cara. Y es nuestro compromiso contar, de forma progresiva, todas y cada una de esas historias. Las de Arturo Pajuelo, Jorge Caballero, Ángel Valentín, Teófilo del Valle, Gladys del Estal, Gustavo Adolfo Muñoz, German Rodríguez, Elvira Parcero, Pancho Egea, Andrés García, Juan Carlos García, Emilio Martínez Menéndez, José Luis Montañés Gil… Estos y no otros son los nombres a los que pertenece la historia de aquellos años. Creemos que esta es la mejor forma de cumplir nuestra promesa y de honrar la memoria de Agustín y los que perdieron la vida luchando por un mundo más justo. Este es y será nuestro pequeño homenaje e invitamos a todos y todas a participar en las sucesivas citas.
Esta madrugada del 13 al 14 de marzo, cuando el reloj marque las 7:30, nuestra mente estará en Carabanchel, en el solar desde el que el poder intentó borrar su vergonzosa historia a golpe de excavadora, pero no en los sótanos asesinos sino en el tejado donde Agustín y sus compañeros se alzaron por encima de toda autoridad, en la séptima galería con los que organizaron su propia revolución a espaldas del resto del mundo, sin testigos, con la sola presencia de cada compañero como única recompensa, encerrados como nadie y, sin embargo, por un instante, sintiéndose más libres de lo que la mayoría jamás llegaremos ni siquiera a soñar. Estaremos en Sallent, estaremos con María y con Fernando, estaremos con los compañeros que intentaron junto con Agustín buscar la utopía a través de un túnel, estaremos con los compañeros que nos regalaron la visita a aquél refugio y aquella inolvidable jornada. Estaremos en cualquier sitio menos aquí, menos en medio de este mundo tan real, tan humano, tan demasiado humano que espanta. En cualquier sitio menos en medio de esta podredumbre de desprecio, de olvido, de desinterés, de necedad. A las 7.30 de hoy estaremos en un túnel construido desde hace mucho tiempo dentro de nuestras propias cabezas para escapar de todo, sigilosos con la esperanza de no ser sorprendidos, y quizás allí nos encontremos al paso del último vagón compañero Agustín.
QUE TU SANGRE ENCIENDA LA CHISPA DE LA LIBERTAD.
CONTRAHISTORIA. EN RECUERDO DE AGUSTÍN RUEDA EN EL 40 ANIVERSARIO DE SU ASESINATO. 13-14 DE MARZO DE 2018.
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