Sí, soy lesbiana. Pero no quiero acostarme contigo

Ya sé que así, dicho de la nada, parecerá irrisorio y ridículo, pero tienes que saber que no. Que mi lesbianismo no es una forma de llamar tu atención. Que cuando beso a una chica en un bar, la abrazo o le cojo la mano, no es una manera seductora de pedirte que te unas a nosotras o que nos des conversación. No sé si habrás notado, pero cuando eres tú el que está con una chica en un bar, besándola o abrazándola, por muy guapa que sea tu compañera, no me acerco a sugerir mi presencia en un acto sexual ni a dejar claro lo muy excitante que me parece vuestra exhibición del amor o la pasión que desbordáis.

Dejando claro que mi lesbianismo no es una manera de seducirte, creo que es un buen momento para plantear que no deseo ser “salvada”. No soy lesbiana por desconocer tus atributos y tamaños físicos. No soy lesbiana porque no he encontrado a un hombre ni por no haberme acostado aún contigo. Aunque, si insistes en defender este argumento, es hora de que te plantees que quizás tú sigues siendo heterosexual por aún no haber conocido las bondades del sexo con otro hombre, ¿no es así?

Sé que no eres del todo culpable de tu ignorancia. No pretendo ser injusta. Sé que has nacido hombre y por eso te han educado para pensar que eres el primero, el más fuerte y el más listo. Que desde pequeño has aprendido que ser macho es exaltar la sexualidad y ser mujer es esconderla. Que has visto, y sigues viendo en muchas culturas, que las mujeres estamos para servirte, tanto en las tareas hogareñas como en tus apetencias sexuales; que a las mujeres, más que respetarlas, hay que protegerlas. Has aprendido que feminidad es signo de fragilidad y debilidad. Y masculinidad es signo de fuerza, incluso, a veces, de violencia. E, insisto, te entiendo. Porque a mí me enseñaron lo mismo. Mientras a lo largo de la historia las necesidades de tu pene han sido siempre atendidas, las de mi vagina han sido ignoradas, postergadas y hasta perseguidas.

Ya sé que Freud te parece muy respetable y que, por eso, puedes llegar a atribuir mi lesbianismo a un trauma infantil o a la envidia a tu pene. Pero si vamos a ir por el camino de la psiquiatría, debo decirte que hay otras teorías que postulan que lo normal en las mujeres es el lesbianismo y lo anormal es la heterosexualidad. Que así como tú y yo tenemos como primer objeto de amor y deseo a nuestras madres, una mujer, mantenemos el objeto de deseo hacia las mujeres, el trauma es cambiarlo. ¿Te estoy liando? Ya lo sé, es complicado. Así que mejor abandonemos el campo de la medicina, no porque sea una institución que nos ha tratado como enfermas, pervertidas y anormales durante muchos años, sino, sobre todo, porque hay investigaciones que te darán la razón a ti, y otras que me la darán a mí. Y así no nos vamos a poner de acuerdo.

Mejor dejémoslo todo en el campo del sentido común. Y también del respeto. Yo puedo entender que la industria pornográfica te haya vendido el sexo lésbico como producto de excitación y deseo. Pero hombre, una cosa es la fantasía y otra es la realidad.

¿Sabes? Yo sé que puedo darte miedo. Que sí, hombre, no te pongas nervioso. Es algo que no reconocerás, pero dentro de ti sabes que hay algo de cierto. Que te has criado en una sociedad patriarcal que durante siglos ha sometido a las mujeres y las ha tratado como una pertenencia de los hombres. Y que mi lesbianismo no sólo significa que no quiera acostarme contigo. Mi lesbianismo puede leerse también como una reacción al sistema patriarcal, la manera más clara que tengo para decirte que no necesito tu protección ni tu pene para lograr lo que quiero y ser quien soy. Que sí, que sí, que los machos no le temen a nada, y menos a una mujer. No pretendo que lo reconozcas ahora, sólo que lo tengas ahí, y lo medites cuando la sociedad y las instituciones reaccionan contra el lesbianismo y contra la desobediencia de las mujeres que no siguen el patrón fijado: matrimonio con un hombre e hijos con éste.

Para terminar, creo que es importante que sepas que el hecho de que me guste una mujer, no implica que odie a los hombres, que yo quiera ser uno o que mi pareja cumpla ese rol. ¿Sorprendido? Ya lo sé. Es duro descubrir que el mundo no es siempre como lo imaginas, o como te han enseñado a imaginarlo. Sé que es frustrante, pero necesitaba decírtelo una vez más: mi lesbianismo no tiene que ver contigo. Y menos con tu pene.

María Jesús Méndez

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