La banda del Matese
de R. Brosio. A Rivista Anarchica, 1973
La guerrilla insurrecional como "propaganda por el hecho" en la Italia del siglo pasado.
La historia del anarquismo italiano en la segunda mitad del 1800, época en la que se formó como movimiento organizado de hombres y de ideas, es también la historia de toda una serie de tentativas insurreccionales ("conjuras", como eran llamadas) que, si por un lado fueron explotadas por los gobiernos para dar crédito a la imagen habitual del anarquista bandido y agitador, por otro contribuyeron no poco, con su resonancia, al conocimiento y la difusión de las ideas libertarias.
Fueron tentativas que fracasaron, hay que reconocerlo, a menudo realizadas de modo un poco aficionado. Pero sería de desagradecidos echarles la culpa a aquellos hombres por ello, porque más que nada, eran de su tiempo. La confianza en el acto insurreccional como instrumento de renovación social, la esperanza de que bastase un puñado de valientes para dar un nuevo rumbo a las cosas, fue típica de todo el 1800 genéricamente progresista y en particular "risorgimentale".
Los anarquistas no tuvieron ciertamente la exclusiva de estas conjuras. Antes de ellos habían estado los carbonari, los mazziniani, gente desde Ciro Menotti a Garibaldi, a los cuales la historiografía oficial se siente en la obligación de tributar un respeto bastante mayor que a Cafiero, a Bakunin o a Malatesta. Sin embargo, a diferencia de sus más citados "colegas" (es un decir), los anarquistas no tuvieron nunca la pretensión de apropiarse el poder, de imponer, arma en mano, un nuevo status quo considerado mejor que el precedente. Con mayor sencillez, con mayor honestidad y sentido de las proporciones, ellos pretendían hacer acciones ejemplares, gestos clamorosos capaces de despertar la conciencia de las masas explotadas, de señalar con el dedo la vía a seguir y los enemigos a quien combatir. Este era el significado de la "propaganda por el hecho" como se decía entonces.
En el congreso de la Internacional de Berna, Cafiero y Malatesta declararon: "la Federación Italiana cree que el hecho insurreccional, destinado a afirmar a través de acciones el principio socialista, es el medio de propaganda más eficaz y el único que, sin engañar y corromper a las masas puede penetrar en los más profundos estratos sociales...". En la Italia todavía ocupada en celebrar una unificación que para las clases inferiores había sido solamente un cambio de dueño, los anarquistas, solos, invitaban a los explotados a construirse ellos mismos su propio destino.
En esta perspectiva, una de las tentativas insurreccionales más importantes, por concepción y por resultados propagandísticos, y de todos modos, quizá la más típica, fue la llevada a cabo en 1877 en la zona del Matese por un grupo de adheridos a la Federación Italiana de la Internacional, poco después llamada "banda del Matese". Se adherirían muchos de los personajes más representativos del anarquismo italiano de la época, entre los cuales, en particular, Carlo Cafiero y Errico Malatesta.
La elección de la zona no había sido hecha al azar. Impracticable, montañosa, escasamente poblada, representaba un ambiente ideal para la guerrilla: los hombres podrían fácilmente realizar sus propias salidas a los diversos centros habitados y después ponerse a cubierto en los puestos y en las granjas abandonadas. Además respondía bien al objetivo de tomar contacto con las masas campesinas, especialmente las meridionales, que, abandonadas a su propia suerte, consideradas por las distintas clases dirigentes un puro "objeto" del poder, parecían más que cualquier otra el destinatario natural de la propaganda de revuelta social de los anarquistas.
El 3 de abril de 1877 llegó al Matese Carlo Cafiero junto a unos pocos compañeros. Explotando el propio aspecto distinguido (un "señor", lo definirán los testigos), se había hecho pasar por un galante inglés con su séquito en busca de un lugar tranquilo para las vacaciones.
Con esta excusa había alquilado una casa del pueblecito de S. Lupo, un pequeño centro aislado distante una hora y media en coche de la estación de Solopaca, en la Nápoles-Benevento-Foggia. La casa, llamada Taberna Jacobelli, era espaciosa, apartada, y sobre todo, detalle importante, dotada de una salida secundaria que la ponía en comunicación directa con la maleza del interior. Aquí, en intención de los conjurados, se habrían reunido en los días sucesivos los restantes participantes en el proyecto, con toda la dotación de armas, municiones, mochilas, cantimploras, etc., necesaria para la guerrilla. Los anarquistas habían organizado las cosas con cuidado y con el debido secretismo.
El 4 de abril llegó a la vivienda de los "ingleses" un nutrido grupo del "séquito", con diversas cajas de "figuritas y objetos caseros"; los preparativos para la insurrección se llevaron a cabo, sin ningún tipo de interrupción, durante todo el día.
Hacia la tarde, el comando local de los carabinieri, sospechando del excesivo movimiento alrededor de la Taberna Jacobelli, se decidió a enviar una patrulla de reconocimiento. La patrulla se mantuvo en principio a cierta distancia, después al anochecer, viendo algo parecido a señales luminosas hechas con linternas, se acercó a la casa. Fue un movimiento digno de la proverbial sagacidad de los carabinieri, porque, pasando por los bosques del interior, los policías se encontraron en medio de un grupo de internacionalistas allí acampados que se liaron inmediatamente a tiros con ellos. El tiroteo fue rabioso, también porque, en la oscuridad, los anarquistas no sabían exactamente contra cuantos adversarios se las tenían que ver, y dos carabinieri (de los cuatro que componían la patrulla) cayeron heridos. Como veremos, uno morirá tras algunas semanas por una infección sobrevenida, y esto tendrá su importancia para el desarrollo procesual de la historia de la insurrección. Será, de todos modos, la única victima del suceso. Al oír el ruido de disparos, otros carabinieri situados en la zona, no pudieron hacer nada más que constatar la marcha de los sublevados.
Aquellos, de hecho, si bien escasos de efectivos, puesto que muchos compañeros no habían llegado todavía, se reunieron rápidamente y tomaron la calle de los montes. La "operación Matese", para bien o para mal había comenzado. En verdad, había empezado mal. Algunos compañeros alcanzados a continuación fueron arrestados en Solopaca y en Pontelandolfo, allí cerca. Los que consiguieron escapar, por otra parte, habían podido llevarse consigo solamente una parte del material, no tenían víveres y sobre todo habían dejado en la Taberna Jacobelli los "sacabalas", instrumentos indispensables para limpiar y cargar fusiles de aquel tipo. Desde este punto de vista, la inesperada irrupción de la patrulla causó un notable daño a la eficiencia de la banda. Pero, al mismo tiempo, precipitando la situación, habían obligado a los anarquistas a anticipar el inicio de los disturbios, en un momento en el que la famosa trampa del ministro Nicotera no estaba todavía lista para desplegarse. Y así fue como la banda del Matese pudo cumplir, al menos en parte, las acciones que había programado. Era justo el caso en que se puede decir que no hay mal que por bien no venga.
La mañana del 5 de abril de 1877 vio al grupo de los anarquistas marchar en dirección norte. La intención era desembarazarse lo mas posible de las fuerzas de policía que estaban tratando de darles caza, y de dirigirse hacia los centros habitados más aislados donde, con toda probabilidad, la alarma habría llegado con cierto retraso.
Las condiciones atmosféricas sin embargo, eran de todo menos favorables. En aquella estación, los montes del Matese se encontraban cubiertos de nieve, y a medida que se ascendía el tiempo iba empeorando. El frío, además de la dificultad de procurarse víveres con frecuencia, fue el verdadero y único enemigo de los sublevados durante buena parte de la expedición.
La banda era conducida por Cafiero, Malatesta y por Pietro Cesare Ceccarelli, que se alternaban cada día en el mando, primer intento, si bien limitado, de rotación de los cargos. Se marchó por todo el día, adentrándose cada vez más en el Matese, y así se llegó al día siguiente.
El 7 de abril los anarquistas se dirigieron hacia la zona de Cusano, y, tras haber pernoctado en una masía, costearon el lago del Matese, en dirección al pueblo de Letino. Aquí, a las diez de la mañana del día 8, domingo, entraron, acogidos por la gente asombrada y festiva, acompañados de una gran bandera rojinegra.
El azar quiso que justo en aquel momento, en el Ayuntamiento estuviera reunido el Consejo Municipal, que tenía que decidir lo que hacer con algunas viejas armas, precedentemente incautadas a cazadores furtivos. La banda de los internacionalistas llegó a tiempo para requisarlas todas y distribuirlas, junto a los fusiles de la Guardia Nacional, a la población. A continuación se pasó a actos de un calado bien distinto. Los sublevados declararon públicamente depuesto al Rey Victor Manuel II y deshicieron en pedazos su retrato. Posteriormente se dispusieron a la quema, en una gran hoguera encendida en la plaza, de toda la "carta timbrada" del Municipio: registros catastales, fichas de los impuestos, actos hipotecarios, etc., para demostrar simbólicamente la abolición de los derechos del estado y de la propiedad privada. Como punto final, destruyeron los contadores dispuestos junto a los molinos; que servían para calcular la tristemente famosa tasa sobre la molienda.
Estos actos concretos tuvieron detrás motivaciones ideológicas. Cafiero se subió a los pilares de una gran cruz (sustituida con la bandera rojinegra) y explicó a la muchedumbre, en dialecto para hacerse entender mejor, los principios de la revolución social, sus fines y sus métodos. Todo se produjo en medio de un clima de simpatía y entusiasmo por parte de la gente del pueblo, hasta el punto que incluso el cura, Don Raffaele Fortini, se dejó llevar diciendo que Evangelio y socialismo eran la misma cosa y señaló a los internacionalistas al aplauso de todos.
De todos modos, cuando se dio cuenta de lo que se trataba, aunque a su modo ("cambio de gobierno e incendio de papeles") volvió atrás todo contento para tranquilizar a sus paisanos y, con buen criterio, fue a recluirse en su casa.
Al municipio de Gallo los anarquistas llegaron hacia las dos del mediodía. Malatesta abrió la cerradura a pistoletazos, los compañeros penetraron en el interior, y las mismas escenas de Letino vinieron a repetirse. Única novedad, fue distribuido al pueblo el poco dinero que se recuperó de las cajas de la Oficina Municipal de recaudación de impuestos. Todo se desarrolló como antes, en medio del entusiasmo y sin dificultad de ningún tipo.
Pero las tropas gubernativas, aunque aún no se habían dejado ver, no se habían quedado de brazos cruzados. Al mando del general De Sanget, casi doce mil hombres habían puesto bajo asedio al mismo tiempo todo el macizo del Matese: tres compañías de tiradores al sur, un regimiento de infantería al norte, y aún otras fuerzas venidas de Campobasso, Isernia, Caserta, Benevento y Nápoles. Fue así que, cuando abandonaron Gallo, los internacionalistas se encontraron prácticamente y de improviso rodeados.
En cualquier dirección que se dirigiesen para encontrar algún otro pueblo que ocupar, se topaban con soldados en los alrededores y tenían que volverse rápidamente sobre sus propios pasos para no ser descubiertos. Para complicar aún más la situación se añadió el mal tiempo. Un terrible diluvio de lluvia mezclada con nieve los sorprendió ya poco después de Gallo mojando armas y municiones y haciendo más difícil que nunca la marcha. Las cosas se estaban poniendo feas.
El día 11, la banda encontró por fin refugio en la masía Concetta, tres millas después de Letino y aquí decidió pararse para retomar aliento. La intención era esperar a que el tiempo mejorase y entonces tratar, otra vez, de desembarazarse del asedio de las tropas gubernativas. Pero se quedó en una simple intención. Un campesino, esperando recompensa, había informado a los soldados. El 12 de abril una sección de tiradores hizo irrupción en la granja sorprendiendo a los anarquistas. Dadas las condiciones de los hombres y de las armas no hubo resistencia. La insurrección del Matese había llegado a su fin.
Los arrestados fueron enviados a diversas prisiones de la zona y, de allí a poco, concentrados todos en la cárcel de S. María Capua Vetere, en espera del proceso. Al principio las perspectivas parecían de todo menos de color de rosa: el Ministro del Interior Nicotera, aprovechando la ola de furor anti-anarquista desatado, como era previsible, por la prensa bienpensante, tenía la intención de hacer juzgar a la banda entera por un tribunal de guerra. En este caso la conclusión sería probablemente una sola, el pelotón de ejecución.
La sangre no llegó al río, en cuanto parece, por la intercesión de la hija de Carlo Pisacane, Silvia, que (casualidades de la vida...) había sido adoptada tiempo atrás justo por el Señor Ministro, el cuál, a su vez, (siempre las casualidades de la vida...) había sido compañero de armas de Carlo Pisacane en la expedición de Sapri. Un pecado de juventud, evidentemente, pero salvó la piel a Malatesta y compañía.
Y así, las cosas quedaron resueltas definitivamente. Aunque la sombra de un juicio sumario había quedado alejada, el encabezado de la acusación contenía una serie de delitos tales que no prometían, de todos modos, nada bueno. La instrucción se concluyó el 27 de diciembre de 1877, con una sentencia de aplazamiento del juicio al tenor de:
a) contra todos los detenidos, incluidos los de Pondelandolfo y Solopaca, por un delito de conspiración con objeto de modificar y destruir la forma del Gobierno, excitar a los habitantes para armarse contra los poderes del estado y suscitar entre ellos la guerra civil, induciéndoles a armarse los unos contra los otros y llevando la devastación, el exterminio y el saqueo contra una clase de personas;
b) contra los veintiséis que consumaron los hechos de S. Lupo, Gallo y Letino también por delitos de atentado en banda armada cometidos con el ánimo anteriormente indicado, y de complicidad respectiva en los delitos de herida intencionada con arma de fuego en la persona de Antonio Santamaria y Pasquale Asciano, carabinieri reales en el ejercicio de sus funciones: cuyas heridas produjeron el debilitamiento permanente de un órgano a Asciano, y, tras los siguientes cuarenta días, la muerte de Santamaria.
Para suerte de los acusados, el 9 de enero de 1878, el rey Victor Manuel II murió. De hecho el sucesor Humberto I, siendo, como todos saben, un "rey bueno", concedió al pueblo una amnistía que incluía asimismo muchos delitos políticos a continuación de la cual el largo elenco de imputaciones dirigidas contra la banda del Matese pudo acortarse bastante.
El proceso, por su parte, se desenvolvió en un clima de gran simpatía popular hacia los imputados, la misma que ellos habían sentido a su alrededor mientras quemaban el "papel timbrado" en Letino y Gallo. Los anarquistas demostraron ser pronto un hueso duro para la acusación pública. Inteligentes, preparados, seguros de sus razones, respondían con pronteza a los jueces, los rebatían, y no perdían la ocasión para hacer propaganda de sus ideas de igualdad y libertad. En esto estuvieron muy bien respaldados por los abogados defensores, entre los cuales el jovencísimo e igualmente hábil Saverio Merlino, anarquista también él.
Para contrarrestar esta línea, por otra parte jurídicamente impecable, el Fiscal Forni se vio obligado a concentrar todas sus energías represoras en el tiroteo del 4 de abril y en la consiguiente muerte del famoso carabinieri. Éste sostuvo que los sublevados habían disparado y matado conscientemente, por "ansias de sangre". Cafiero y Malatesta replicaron vivamente esta acusación grotescamente exagerada y los abogados defensores demostraron, como ya se ha dicho, que el deceso se había producido no a continuación de las balas anarquistas, sino por "infección sobrevenida" (en otras palabras el pobre militar no había sido bien curado). La imagen tenebrosa del anarquista asesino se volvía cada vez más inconsistente y, paralelamente, también las tesis de la acusación que sobre dicha imagen se habían construido.
La sentencia fue emitida el 25 de agosto, tras una hora y cuarto de discusión. Los miembros del jurado declararon a los acusados no culpables de la muerte del carabiniere y aplicaron la amnistía para los otros delitos. La banda del Matese quedó absuelta y puesta de nuevo en libertad. Era la sentencia que el pueblo esperaba. Una multitud de 2000 personas acogió a los anarquistas, aplaudiéndoles, a la salida de la cárcel, signo tangible de la respuesta que la "propaganda por el hecho" encontraba entonces entre los explotados. Un corresponsal del "Corriere del Mattino" de Nápoles el día siguiente concluía así su artículo sobre aquellos acontecimientos: "Un proceso como éste por provincias y el gobierno se habría matado con sus propias manos".
R. Brosio
La situación política actual está viendo, entre otras cosas, el resurgir entre algunos grupos de la izquierda extra parlamentaria, la estrategia insurreccional a través de bandas armadas, parece pues renacer una estrategia política que hace cien años tuvo a los anarquistas como protagonistas y que merece ser hoy analizada nuevamente para comprender los significados históricos y los límites actuales.
Examinemos la situación de entonces. Se había apagado hacía poco la llama de Mijaíl Bakunin y en Italia había ascendido al poder la "izquierda" de Depretis y de Nicotera, cuando se verificaron los primeros episodios de carácter revolucionario organizado y el primero entre estos el de la "Banda del Matese". Terreno más fértil que el italiano para una ola revolucionaria (ya Bakunin lo había comprendido y en sus obras lo había dejado claro), no existía: aquel gobierno que se proclamaba de izquierdas era en realidad un cúmulo de burgueses de matriz resurgimental, completamente faltos de la idea socialista que estaba naciendo y que los empujó por tanto a reprimir, prohibiéndolo, el congreso de la internacional italiana anarquista que estaba tratando de hacer fructiferar las semillas echadas por Bakunin en la década precedente a su muerte. Bakunin había intuido que Italia era el terreno más propicio para una revolución, revolución que él veía campesina y sobre la que se expresaba en los siguientes términos: "En ningún lugar la revolución social está tan próxima como en Italia, en ninguno, ni siquiera en España, a pesar de que se esté realizando la revolución oficial... en Italia predomina ese proletariado extremadamente pobre del cual los señores Marx y Engels y a continuación de ellos toda la escuela socialdemócrata alemana, hablan con profundo desprecio y muy injustamente porque en él y sólo en él, no de hecho en ese estrato burgués de la masa obrera italiana de la cual hemos hablado arriba, ha cristalizado toda la fuerza e inteligencia de la futura revolución social".
La historia ha emitido finalmente su juicio y ha confirmado como los análisis políticos de Bakunin habían sido exactos y como presuntas y poco coherentes con aquellos tiempos las pseudocientíficas de Marx. No obstante esto la historiografía marxista (sobre todo el profesor Romano) insiste mucho en el concepto de revolución campesina de Bakunin, acusándolo por esto de ser un demagogo, un intrigante, un ideólogo burgués en cuanto adversario de la pretendida y nunca demostrada cientificidad del marxismo, es decir, de la ideología que interpreta la historia según los módulos de la dialéctica metafísica hegeliana.
Volvamos a los hechos.
La unidad nacional que no había resuelto los problemas del proletariado y que al contrario había aumentado, para ciertos sectores y con particular referimiento al Meridión, la explotación y se reproponía la pregunta sobre la efectiva utilidad de dichas unidades, visto que para el pueblo las cosas no habían cambiado. La misma lucha política parlamentaria había quedado en agua de borrajas por el "transformismo" que había anulado toda diferencia entre derecha e izquierda. Este cuadro general de la situación política impulsó a los anarquistas, firmes para encaminar al proletariado a una toma de conciencia revolucionaria, a elegir como instrumento más oportuno la propaganda por medio de la insurrección. La elección fue motivada por Malatesta de la siguiente manera: "el hecho insurreccional es el medio de propaganda más eficaz, el único que, sin engañar a las masas, puede penetrar en los estratos sociales más profundos". La condición de apatía y de ignorancia querida durante siglos por el estado y el clero, en la cual el pueblo se movía era inmensa, había necesidad de dar contenidos políticos conscientes al descontento difundido, con respecto a los lemas liberales y espontáneos se necesitaba que los anarquistas contrapusiesen la lucha codo a codo con los campesinos y los ayudasen a dirigirse hacia su emancipación.
El movimiento insurreccional fue un momento de estrategia política que los anarquistas indicaron a aquellos que, en cada época, se encontraban con el deber de luchar por la revolución en un ambiente de subdesarrollo económico que es comparable al de la Italia de entonces y hoy al de Sudamérica. Los movimientos revolucionarios como los tupamaros son el fruto de una situación objetivamente distinta a la nuestra de hoy y en su situación son una justa respuesta revolucionaria al sistema: la revolución está latente tanto en sociedades económicamente avanzadas como atrasadas y por lo tanto se establece la necesidad de una elección estratégica que inevitablemente no puede ser igual en los dos casos.Por otro parte al subdesarrollo económico le sobreviene políticamente el fascismo sin tapujos y por tanto la acción partisana se vuelve movimiento de resistencia y los revolucionarios se encuentran combatiendo con el pueblo, luchando a su lado y llevándole los contenidos de la propaganda revolucionaria: esta estrategia es correcta y desde hace cien años hasta nuestros días ha sido retomada más veces: desde el Che Guevara y por el mismo Mao Tse-tung. Por lo tanto las indicaciones que los anarquistas dieron cien años atrás son válidas aún hoy, pero en situaciones específicas, es justo como decía Cafiero: "preparar el terreno que se quiere cultivar: se necesita recuperar la máxima parte de la humanidad que languidece sin pensamiento, sin dignidad, sin vida". Pero ello se debe hacer analizando los contenidos y respuestas que no choquen con el nacer del movimiento revolucionario. Es por ello absurdo volver a proponer ciertos instrumentos de lucha como la insurrección en un cuadro político-económico avanzado y racionalizado como el nuestro: deshacer el nudo de la recuperación a la conciencia revolucionaria de las masas en un ámbito político pseudo-democrático como el actual es tarea extremadamente compleja y es ridículo e infantil pensar en cortarlo gordianamente con la espada de hojalata de las bandas armadas.
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Comentarios
Salud y muy buen texto, por
Salud y muy buen texto, por cierto.
¿Porque no esta incluido este texto en el ateneo virtual?
Supongo que seria interesante que estubiera hay.
Lo siento por si estaís en ello o lo habeis hecho recientemente.
Un abrazo