El delantal de Durruti, 81 años después

Por @ErmengolGassiot

A principios de 1936 Durruti vivía justo al lado de mi casa, en un pequeño piso en el barrio de Sants. Los empresarios lo habían puesto en la lista negra. No encontraba trabajo en ninguna parte. Su compañera Émilienne trabajaba como acomodadora en un cine para mantener a la familia.

Una tarde fuimos a visitarle y lo encontramos en la cocina. Llevaba un delantal, fregaba los platos y preparaba la cena para su hijita Colette y su mujer. El amigo con quien había ido trató de bromear: “Pero oye, Durruti, ésos son trabajos femeninos.” Durruti le contestó rudamente: “Toma este ejemplo: cuando mi mujer va a trabajar yo limpio la casa, hago las camas y preparo la comida. Además baño a la niña y la visto. Si crees que un anarquista tiene que estar metido en un bar o un café mientras su mujer trabaja, quiere decir que no has comprendido nada.

Testimonio recogido en Hans Magnus Enzensberger, El corto verano de la anarquía, (Barcelona, Anagrama, 2002).

Ahora hace 81 años que murió Buenaventura Durruti. De hecho, hoy hace 81 años que decenas, centenares o quizás incluso más de un millar de personas murieron luchando por la revolución social y combatiendo el fascismo. En los diferentes frentes de guerra y de conflicto de la Península Ibérica. Centenares, miles de durrutis anónimos que aquel día 20 de noviembre, como muchos otros/as meses antes y muchos otros/as meses más tarde, pusieron el cuerpo y la vida para defender un futuro para toda la humanidad. Este pequeño escrito, que cuelgo hoy 20 de noviembre de 2017, quiere ser un homenaje a todos ellos y ellas. A los que recordamos con nombres y apellidos y, en especial, a los que murieron siendo anónimos y que desde su anonimato conformaban el cuerpo de este Nosotros colectivo.

Hoy, 80 años más tarde, quiero apuntar tres ideas en relación aquellos durrutis, tanto los conocidos como los anónimos. Como referente cojo sus vidas, una parte de las cuales la refleja esta cita.

Pasados 81 años de aquel 1936, en algunos de los movimientos sociales y espacios revolucionarios que defendemos la lucha y donde no nos asustamos de la contundencia que toma a veces es fácil ver un cierto culto a la dureza. Condiciones duras de la realidad, que justifican situar el conflicto en el centro de las militancias, fácilmente promueven imágenes de militantes duros. Capaces de relegar la expresión de sentimientos o dudas. Firmes y decididos. Y uso el masculino porque, generalmente, esta imagen se vincula a hombres, a pesar de que no exclusivamente. Pero, francamente, a mí me gusta imaginar Durruti de las pistolas, a los durrutis de las pistolas obreras, lavando platos, cocinando con delantales, llevando los hijos e hijas a las escuelas. Humanizar los y las militantes es una tarea necesaria y urgente. Porque, de hecho, ¿no creéis que quién pone el cuerpo en la lucha lo hace porque está cargado de humanidad? Esta es la primera idea.

La segunda idea nos la muestra también el testigo recogido por Enzensberger. Durruti era un durruti más. Era un hombre, de clase trabajadora, comprometido con los suyos. Y luchó. Desde el anarquismo. Como miles y miles en la Cataluña de la época. Como la multitud que paró en las calles el alzamiento militar el 19 de julio del 1936 y, sin pedir permiso, empezó la colectivización de la vida misma. Su vida no sólo fueron las emotivas imágenes sobre las barricadas, fusil al hombro. Ni las salas llenas de gente escuchando sus discursos. También lo fueron imágenes, tanto o más emotivas, como la de un hombre lavando platos o amando una criatura pequeña. No sé si es pertinente hablar de feminismo, con relación a estos hombres (muchas compañeras de la época se habrían quejado de muchas de sus actitudes) pero, en todo caso, de un inicio de compromiso político con un intento de superar el patriarcado. Delantales que, en todo caso, nos hablan de personas cualesquiera, lejos de egos y de tantos nombres propios demasiado frecuentes, hoy, en algunos espacios políticos de esto que se denomina la izquierda.

Y, finalmente, el delantal y la respuesta del trabajador en paro, reresaliado, lavando platos, poniendo la mesa y haciendo la cama nos habla también de una lucha. Una lucha que existe en el día a día. En las acciones directas, en las acciones colectivas y también de puertas adentro. Que no ocupa grandes titulares de los medios pero que, no por eso, deja de ser importante. Una lucha sorda y constante, como diría el cantante. Que la hacemos miles y que, precisamente, si tiene sentido es porque la hacemos miles. Con nuestras manos, nuestros análisis y en nuestros espacios. Y, todo esto, en los tiempos que vivimos todavía de cierto espejismo institucional de sectores de los movimientos sociales, merece la pena recordarlo.

En definitiva. Han pasado 80 años de la muerte de un hombre, Buenaventura Durruti, que murió el mismo día que murieron otras muchas personas que, como él, habían decidido no pasar de largo por la vida. Hoy, pero, quiero recordar también a los muchos y muchas durrutis que continúan haciendo el mismo. En casa, al trabajo y en la calle.

Comentarios

Si Durruti, cenetista convencido, viese la barbaridad anarcosindicalista perpetrada, con el nombre de la C.G.T. os ibais a enterar. 

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