Saludos Compañer@s este es mi primer post, vengo siguiendo este foro hace mucho y especialmente este hilo
comparto un texto Artículo publicado en www.revista-artefacto.com.ar
¿Está bien ser un luddita? *
* “Is it OK to be a luddite?”. New York Times, 1984. Traducción de Carlos Gradin, en Internet, Hackers y
software libre. Versión digital del libro: http://dyne.org/editora_fantasma.pdf [fecha de consulta: 3 de
junio de 2009]
Thomas Pynchon
Como si no bastara con estar en 1984, este año se cumple además el 25º
aniversario de la famosa Conferencia de Rede de C.P. Snow, “Las Dos Culturas y
la Revolución Científica”, notable por su advertencia sobre la creciente
polarización de la vida intelectual de Occidente entre las facciones “literaria” y
“científica”, cada una condenada a no entender o valorar a la otra. La conferencia
originalmente se proponía tratar temas como la reforma de los programas de
investigación en la era del Sputnik y el rol de la tecnología en el desarrollo de lo
que pronto sería conocido como tercer mundo. Pero fue la teoría de las dos
culturas la que captó la atención de la gente. De hecho armó un gran revuelo en
su momento. Algunos temas de por sí ya bastante resumidos, se simplificaron
aún más, lo cual derivó en ciertas opiniones, tonos que se elevaron e incluso
respuestas destempladas, llegando a adquirir todo el asunto, aunque atenuado
por las nieblas del tiempo, un marcado aire de histeria.
Hoy nadie podría salir impune de una distinción como esa. A partir de 1959,
llegamos a vivir inmersos en flujos de datos más vastos que cualquier otro
fenómeno que el mundo haya conocido. La desmitificación está a la orden del día,
todas las ollas se destapan y los vapores empiezan a mezclarse. De inmediato
sospechamos inseguridad en el ego de las personas que todavía intentan
esconderse tras la jerga de una especialidad o aspirar a una base de datos siempre
“más allá” del alcance de los profanos. Cualquiera que en estos días cuente con lo
necesario (tiempo, primario completo y una suscripción paga), puede aspirar a
casi cualquier porción de conocimiento especializado que él o ella necesite. Así
que, llegados a este punto, la disputa ente las dos culturas ya no se sostiene.
Como puede comprobarse con una visita a cualquier biblioteca o puesto de
revistas cercano, ahora hay tantas más de dos culturas, que el problema se ha
vuelto, en realidad, cómo hallar tiempo para leer cualquier cosa fuera de la propia
especialidad.
Lo que persiste, tras un largo cuarto de siglo, es el problema de carácter humano.
Con su pericia de novelista, al fin y al cabo, C.P. Snow buscó identificar no sólo
dos tipos de educación sino también dos tipos de personalidad. Ecos
fragmentarios de viejas discusiones, de ofensas no olvidadas recibidas a lo largo
de charlas académicas remontadas en el tiempo, pueden haber ayudado a
conformar el subtexto de la inmoderada, y por eso festejada afirmación de Snow:
“Dejando de lado a la cultura científica, el resto de los intelectuales nunca
intentó, quiso, ni logró entender a la Revolución Industrial.” Estos
“intelectuales”, en su mayoría “literarios”, eran, para Lord Snow, “ludditas
naturales”.
Exceptuando, tal vez, al Pitufo Filósofo, hoy en día es difícil pensar en alguien
agradecido de ser llamado un “intelectual literario”, aunque no suena tan mal si
se amplía el término a, digamos, “personas que leen y piensan”. Lo de “luddita” es
otro tema. Trae consigo preguntas, como ser, ¿Hay algo en la lectura y el
pensamiento que llevaría o predispondría a una persona a convertirse en luddita?
¿Está bien ser un luddita? Y en este punto, en realidad, ¿qué es un luddita?
HISTÓRICAMENTE, los ludditas florecieron en Inglaterra desde alrededor de
1811 a 1816. Eran bandas de hombres, organizados, enmascarados, anónimos,
cuyo propósito era destruir maquinaria usada sobre todo en la industria textil.
Juraban lealtad no a un Rey británico, sino a su propio Rey Ludd. No está claro si
se llamaban a sí mismos ludditas, aunque así los llamaban tanto sus amigos como
sus enemigos. El uso de la palabra por parte de C.P. Snow era obviamente un
intento de polemizar, queriendo dar a entender un miedo y un odio irracionales a
la ciencia y la tecnología. Los ludditas habían llegado, de esta manera, a ser
imaginados como los contrarevolucionarios de esa “Revolución Industrial” que
sus sucesores contemporáneos “nunca intentaron, quisieron, ni lograron
entender.”
Pero la Revolución Industrial no fue, como las Revoluciones Americana y
Francesa de más o menos el mismo período, una lucha violenta con un principio,
un desarrollo y un final. Fue más suave, menos terminante, más parecida a un
período acelerado en una larga evolución. El nombre fue popularizado hace cien
años por el historiador Arnold Toynbee, y ha tenido su parte de atención
revisionista recientemente, en la edición de julio de 1984, de Scientific American.
En ella, en “Medieval Roots of the Industrial Revolution”, Terry S. Reynolds
sugiere que el papel temprano del motor a vapor (1765) puede haber sido
sobrevaluado. Lejos de ser revolucionaria, mucha de la maquinaria que el vapor
había llegado para poner en movimiento, había estado lista desde mucho antes,
siendo impulsada de hecho mediante agua y molinos desde la Edad Media. No
obstante, la idea de una “revolución” tecno-social, cuyos vencedores habrían sido
los mismos que en Francia y América, demostró su utilidad para muchos a lo
largo de los años, y no menos para los que, como C.P. Snow, han creído descubrir
en el “ludditas” un modo de designar a aquellos con los que desacuerdan
políticamente, reaccionarios y anticapitalistas al mismo tiempo.
Pero el Oxford English Dictionary tiene una interesante historia que contar. En
1779, en un pueblito de algún lugar de Leicestershire, un tal Ned Ludd se metió
en una casa y “en un demente ataque de furia” destruyó dos máquinas usadas
para tejer medias de lana. La noticia corrió. Pronto, cada vez que se hallaba
saboteado un marco para medias –esto venía pasando, dice la Enciclopedia
Británica, desde 1710 aproximadamente– la gente respondía con la frase (ya
popular), “Por acá debe haber pasado Ludd”. Para cuando los saboteadores de
telares adoptaron su nombre, el Ned Ludd histórico había sido asimilado dentro
del apodo en cierta forma sarcástico de “Rey (o Capitán) Ludd”, y era ya puro
misterio, rumores y diversión clandestina, que rondaba los distritos de tejedores
de Inglaterra, armado nada más que con un cómico palo: cuando se topaba con el
marco de un telar se volvía loco y no paraba hasta hacerlo pedazos.
Pero es importante recordar que incluso el blanco del ataque original de 1779, al
igual que muchas de las máquinas de la Revolución Industrial, no era novedoso
en sí mismo como pieza de tecnología. El telar para medias era conocido desde
1589, cuando, según el folklore, fue inventado por el reverendo William Lee,
llevado a ello por la locura. Parece que Lee estaba enamorado de una joven que
hallaba más interés en el tejido que en su compañía. Él la visitaba, y... “Lo siento,
Bill, tengo que tejer”, “¡¿Cómo?! ¿Hoy también?”. Pasado un tiempo, e incapaz de
tolerar un rechazo semejante, Lee, a diferencia de Ned Ludd, sin ningún ataque
de furia alocada, sino lógica y serenamente –digamos–, se dedicó a inventar una
máquina que dejara obsoleto el tejido manual de medias. Y lo logró. De acuerdo a
la enciclopedia, el telar del clérigo enamorado, “era tan perfecto en su concepción
que siguió siendo el único medio mecánico para tejer, por cientos de años”.
Ahora, dada esa brecha de tiempo, no es nada fácil pensar a Ned Ludd como un
salvaje tecno-fóbico. No hay duda: lo que lo hacía admirable y legendario era el
vigor y la decisión con que arremetía. Pero las palabras “demente ataque de furia”
que lo describen, provienen de segunda o tercera mano, por lo menos 68 años
después de ocurridos los hechos. Y el enojo de Ned Ludd no se dirigía a las
máquinas, no exactamente. Me gusta más pensarlo como el enojo controlado,
estilo artes marciales, del Molesto, ese ser decidido a todo.
Cuenta con una larga historia folklórica este Molesto. Suele ser hombre, y pese a
ganarse a veces la curiosa tolerancia de las mujeres, es admirado casi
universalmente por ellos debido a dos virtudes básicas: porque es Malo y
Enorme. Malo pero no moralmente maligno, no necesariamente, más bien capaz
de hacer daño a gran escala. Lo que importa acá son las dimensiones, el efecto
multiplicador.
Las máquinas de tejer que provocaron los primeros disturbios ludditas habían
estado dejando sin trabajo a la gente por más de dos siglos. Todos veían cómo
sucedía- se había vuelto parte de la vida cotidiana. También veían a las máquinas
convertirse más y más en propiedad de personas que no trabajaban, sino que sólo
eran dueños y empleadores. No se necesitó a ningún filósofo alemán, ni entonces
ni después, para entender lo que ésto producía, y había estado produciendo, en
los salarios y las condiciones de trabajo. El sentimiento general acerca de las
máquinas nunca hubiera podido ser de mero horror irracional, sino algo más
complejo: el amor/odio que se genera entre humanos y maquinaria –
especialmente cuando ésta ya lleva un tiempo dando vueltas–, sin mencionar un
serio resentimiento contra por lo menos dos efectos multiplicadores que fueron
vistos como injustos y peligrosos. Uno era la concentración de capital que cada
máquina representaba, y el otro, la capacidad de cada máquina de dejar sin
trabajo a cierta cantidad de seres humanos– de ser más “valiosas” que muchas
almas. Lo que le dio al Rey Ludd ese especial Mal carácter suyo, que lo llevó de
héroe local a enemigo público nacional, fue que envistió contra estos oponentes
amplificados, multiplicados, más que humanos, y prevaleció. Cuando los tiempos
son duros, y nos sentimos a merced de fuerzas muchas veces más poderosas,
¿acaso no nos volvemos en busca de alguna compensación, aunque sea
imaginaria, en los deseos, y nos volvemos hacia el Molesto –el genio, el gólem, el
gigante, el superhéroe– que resista lo que de otra manera nos abrumaría? Por
supuesto, el destrozamiento de telares real o secular, seguía a cargo de hombres
comunes, sindicalistas avanzados de la época, que aprovechaban la noche, y su
propia solidaridad y disciplina, para lograr efectos amplificados.
Era lucha de clases a la vista de todo el mundo. El movimiento tenía sus aliados
parlamentarios, entre ellos Lord Byron, cuyo discurso inaugural en el Palacio de
los Lores en 1812, compasivamente se opuso al proyecto de ley que proponía,
entre otras medidas de represión, volver pasible de pena de muerte el sabotaje de
máquinas de tejer medias. “¿No simpatizas con los ludditas?” le escribió desde
Venecia a Tomás Moro. “¡Por el Señor, que si hay una batalla estaré entre
ustedes! ¿Qué será de los tejedores –los destrozadores de telares– los Luteranos
de la política –los reformistas?”. Incluía una “amable canción” que demostró ser
un himno luddita tan encendido que no fue publicada hasta después de muerto el
poeta. La carta tiene fecha de diciembre de 1816: Byron había pasado el verano
anterior en Suiza, atrapado por un tiempo en la Villa Diodati con los Shelley,
mirando la lluvia caer, mientras se contaban entre sí historias de fantasmas. Para
diciembre –y esto es real–, Mary Shelley se hallaba trabajando en el cuarto
capítulo de su novela Frankenstein, o el Prometeo Moderno.
Si hubiera un género como la novela luddita, aquélla, que advierte de lo que
puede pasar cuando la tecnología, y los que la manejan, se salen de sus carriles,
sería la primera y estaría entre las mejores. La criatura de Víctor Frankenstein,
además, califica a su vez como un enorme Molesto literario. “Me decidí…”, nos
dice Víctor, “a hacer a la criatura de una estatura gigante, o sea, digamos, unos
ocho pies de altura, y proporcional en tamaño”– lo que hace a lo Grande. La
historia de cómo llegó a ser tan Mala es el corazón de la novela, bien cobijado en
su interior: la historia es narrada a Víctor en primera persona por la criatura
misma, enmarcada después dentro del relato del propio Víctor, que se enmarca a
su vez en las cartas del explorador del Ártico, Robert Walton. Más allá de que
mucha de la vigencia de Frankenstein se debe al genio no reconocido de James
Whale, que la tradujo al cine, sigue siendo una más que buena lectura, por todos
los motivos por los que leemos novelas, así como por la razón más concreta de su
valor luddita: esto es, por su intento, a través de medios literarios, neblinosos y
subrepticios, de negar a la máquina.
Miren, por ejemplo, el relato de Víctor de cómo ensambló y dio vida a su criatura.
Debe ser, por supuesto, un poco vago acerca de los detalles, pero se nos habla de
un procedimiento que parece incluir cirugía, electricidad (aunque nada parecido
a las extravagancias galvánicas de Whale), química e, incluso, desde oscuras
referencias a Paracelsio y Albertus Magnus, la todavía recientemente
desacreditada forma de magia conocida como alquimia. Lo que está claro, sin
embargo, más allá del tantas veces representado electro-shock-en-el-cuello, es
que ni el método ni la criatura resultante son mecánicos.
Esta es una de varias interesantes similitudes entre Frankenstein y un cuento
anterior de lo Grande y Malo, El Castillo de Otranto (1765), de Horace Walpole,
usualmente considerada como la primera novela gótica. Por algún motivo, ambos
autores, al presentar sus libros al público, emplearon voces ajenas. El prefacio de
Mary Shelley fue escrito por su marido, Percy, que se hacía pasar por ella. No fue
hasta quince años después que Mary escribió una introducción a Frankenstein
con su propio nombre. Walpole, por otra parte, le inventó a su libro una historia
editorial, diciendo que era la traducción de un texto medieval italiano. Recién en
el prefacio de la segunda edición admitió ser el autor.
Las novelas también tienen orígenes nocturnos asombrosamente similares: las
dos son el resultado de episodios de sueños lúcidos. Mary Shelley, aquel verano
de historias de fantasmas en Ginebra, intentando dormirse una noche, de pronto
vio a la criatura cobrar vida, mientras las imágenes surgían en su mente “con una
vivacidad más allá de los límites usuales del ensueño”. Walpole se había
despertado de un sueño, “del cual, todo lo que podía recordar era que había
estado en un antiguo castillo (…) y que en la baranda superior de una escalera
reposaba una gigantesca mano en una armadura.”
En la novela de Walpole, esta mano resulta ser la de Alfonso el Bueno, anterior
príncipe de Otranto y, pese a su epitafio, el Molesto residente en el castillo.
Alfonso, como la criatura de Frankenstein, está armado de distintas partes –
casco de marta con plumas, pie, pierna, espada, todas ellas, como la mano,
bastante sobredimensionadas– que caen del cielo o simplemente se materializan
aquí y allá por los terrenos del castillo, inevitables como el lento retorno de lo
reprimido según Freud. Los agentes motivadores, de nuevo como en
Frankenstein, son no-mecánicos. El ensamblado final de “la forma de Alfonso,
dilatada en una magnitud inmensa”, se logra a través de medios sobrenaturales:
una maldición familiar, y la mediación del santo patrono de Otranto.
La pasión por la ficción gótica a partir de El Castillo de Otranto se debió,
sospecho, a profundos y religiosos anhelos por aquellos tempranos tiempos
míticos que habían llegado a conocerse como la Edad de los Milagros. De modos
más y menos literales, la gente del siglo XVIII creía que una vez hace mucho
tiempo, habían sido posibles toda suerte de maravillas ya desaparecidas.
Gigantes, dragones, hechizos. Las leyes de la naturaleza todavía no se habían
formulado muy rigurosamente. Lo que había sido una vez magia verdadera en
funcionamiento había, para el tiempo de la Edad de la Razón, degenerado en
mera maquinaria. Los oscuros, satánicos molinos de Blake representaban una
antigua magia que, como Satán, había caído en desgracia. Mientras que la
religión se secularizaba más y más en Deísmo y descreimiento, el hambre
permanente de los hombres por evidencias de Dios y de vida después de la
muerte, de salvación –y resurrección corporal, de ser posible–, se mantenía vivo.
El movimiento Metodista y el Gran Despertar Americano† fueron sólo dos
sectores dentro de un vasto frente de resistencia a la Edad de la Razón; un frente
que incluía al Radicalismo y la Francmasonería, así como a los ludditas y la
novela Gótica. Cada uno a su manera expresaba la misma profunda resistencia a
abandonar los elementos de la fe, por más “irracionales” que fueran, frente a un
orden tecno-político emergente que podía o no saber lo que estaba
desencadenando. El “Gótico” se volvió equivalente de “medieval”, y “medieval” se
convirtió en equivalente de “milagroso”, a través de Pre-Rafaelitas‡, cartas de
tarot fin-de-siècle, novelas del espacio en revistas clase-B, hasta llegar a Star
Wars y las historias contemporáneas de espadas y hechiceros.
Poner énfasis en lo milagroso es negar a la máquina por lo menos una parte de
sus pretensiones sobre nosotros, reivindicar el deseo limitado de que las cosas
vivientes, terrestres o de otra especie, en alguna ocasión puedan volverse tan
Malas y tan Grandes como para llegar a intervenir en sucesos trascendentes.
Según esta teoría, por ejemplo, King Kong (? - 1933) sería el clásico santo luddita.
El diálogo final de la película, como recordarán, dice, “No pudo con el avión”.
“No, no… fue la Belleza la que mató a la Bestia” es la respuesta, donde de nuevo
encontramos la misma Disyunción Snoviana, sólo que diferente, entre lo humano
y lo tecnológico.
Pero si insistimos en violaciones ficcionales a las leyes de la naturaleza –del
espacio, del tiempo, de la termodinámica, y la número uno, de la muerte misma–
entonces nos arriesgamos a ser juzgados por el establishment literario como Poco
Serios. Ser serios acerca de estos temas es una manera en que los adultos se han
definido tradicionalmente a sí mismos frente a los seguros de sí, los inmortales
niños con los que tienen que vérselas. Recordando a Frankenstein, que escribió
cuando tenía diecinueve, Mary Shelley dijo, “Tengo un cariño especial por esa
novela, pues era la primavera de días felices, cuando la muerte y la pena no eran
sino palabras que no hallaban eco verdadero en mi corazón”. La actitud Gótica en
general, debido a que empleaba imágenes de muerte y de sobrevivientes
fantasmales con fines no más responsables que los de efectos especiales y
decorados, fue juzgada de insuficientemente seria y confinada a su propio ghetto.
No es el único barrio de la gran Ciudad de la Literatura tan, digamos,
cuidadosamente demarcado. En los westerns, la gente buena siempre gana. En
las novelas románticas, el amor supera los obstáculos. En los policiales, sabemos
más que los personajes. Y decimos, “Pero el mundo no es así”. Estos géneros, al
insistir en lo que es contrario a los hechos, no llegan a ser suficientemente Serios,
y entonces se les pone la etiqueta de “viajes escapistas”.
Esto es especialmente lamentable en el caso de la ciencia ficción, en la cual pudo
verse en la década posterior a Hiroshima uno de los florecimientos más
impresionantes de talento literario y, muchas veces, de genio de nuestra historia.
Fue tan importante como el movimiento Beat que tenía lugar simultáneamente,
ciertamente más importante que la ficción popular que, apenas con algunas
excepciones, había quedado paralizada por el clima político de la guerra fría y los
años de McCarthy. Además de ser una síntesis casi ideal de las Dos Culturas,
resulta que la ciencia ficción también fue uno de los principales refugios, en
nuestro tiempo, para las ideas ludditas.
Hacia 1945, el sistema fabril –que, más que ninguna otra pieza de maquinaria,
constituyó el auténtico legado de la Revolución Industrial– se había extendido
hasta abarcar el Proyecto Manhattan, el programa de cohetes de larga-distancia
de Alemania y los campos de concentración, como Auschwitz. No hacía falta
ningún don especial de adivinación para darse cuenta de qué manera estas tres
curvas de desarrollo podrían plausiblemente convergir, y en no mucho tiempo.
Desde Hiroshima, hemos visto a las armas nucleares multiplicarse fuera de
control, y los sistemas de direccionamiento adquieren, con fines globales, alcance
y precisión ilimitadas. La aceptación impasible de un holocausto de hasta siete y
ocho cifras en la cuenta de cuerpos, se ha convertido –entre aquellos que, en
particular desde 1980, han guiado nuestras políticas militares– en una hipótesis
plausible.
Para la gente que escribía ciencia ficción en los ’50, nada de esto era una
sorpresa, aunque a las imaginaciones de los ludditas modernos todavía deban
hallar, incluso en la más irresponsable de las ficciones, una contra-criatura tan
Grande y Mala que pueda compararse a lo que pasaría con una guerra nuclear.
Así, en la ciencia ficción de la Era Atómica y la Guerra Fría, vemos cómo los
impulsos ludditas de negar a la máquina adquieren una dirección diferente. La
perspectiva tecnológica perdió énfasis en favor de preocupaciones más
humanistas –exóticas evoluciones culturales y escenarios sociales, paradojas y
juegos de espacio/tiempo, salvajes preguntas filosóficas– la mayoría de las cuales
compartía, tal como la crítica literaria ha discutido en extenso, una definición de
“humano” específicamente diferenciado de “máquina”. Al igual que sus
contrapartes originales, los ludditas del siglo XX miraron anhelantes hacia el
pasado –curiosamente, a esa misma Edad de la Razón que había empujado a los
primeros ludditas a la nostalgia por la Edad de los Milagros.
Pero ahora vivimos, se nos dice, en la Era de las Computadoras. ¿Cuáles son hoy
los pronósticos para la sensibilidad luddita? ¿Atraerán los CPU la misma
atención hostil que alguna vez sucitaron las máquinas de tejer? Realmente, lo
dudo. Escritores de todos los estilos corren en estampida a comprar procesadores
de texto. Las máquinas se han vuelto ya tan amigables que incluso el más
irreductible luddita cae seducido para bajar la guardia y dejarse absorber por el
teclado. Detrás de esto parece haber un creciente consenso acerca de que el
conocimiento realmente es poder, que existe una conversión bastante directa
entre dinero e información, y que, de alguna manera, si la logística se llega a
solucionar, puede que los milagros todavía sean posibles. Si esto es así, los
ludditas quizás hayan llegado finalmente a un terreno común con sus adversarios
Snovianos, la sonriente armada de tecnócratas que se suponía llevaba “el futuro
en los huesos”. Quizás sólo sea una nueva forma de la incesante ambivalencia
luddita respecto de las máquinas, o puede ser que la más profunda esperanza de
los ludditas por un milagro, haya venido a residir en la habilidad de las
computadoras para obtener la información correcta y ofrecerla a aquellos que la
necesitan. Con tiempo y adecuados programas de financiamiento, gracias a las
computadoras curaremos el cáncer, nos salvaremos de la extinción nuclear,
produciremos comida para todos, desintoxicaremos los resultados de la codicia
industrial devenida en psicopatía; nótense todas las melancólicas ensoñaciones
de nuestro tiempo.
La palabra “luddita” se sigue usando con desprecio para cualquiera con dudas
acerca de la tecnología, especialmente la de tipo nuclear. Los ludditas de hoy ya
no se enfrentan a seres humanos dueños de fábricas y de máquinas vulnerables.
Tal como profetizó el renombrado presidente e involuntario luddita D. D.
Eisenhower al dejar su cargo, existe hoy en día un permanente y poderoso
sistema de almirantes, generales y directores de corporaciones, frente al cual
nosotros, pobres bastardos comunes, nos hallamos totalmente desclasados,
aunque Ike no lo dijo con estas palabras. Se supone que debemos quedarnos
tranquilos y dejar que las cosas sigan funcionando, incluso a pesar de que, debido
a la revolución de la información, cada día se hace más difícil engañar a
cualquiera por cualquier lapso de tiempo. Si nuestro mundo sobrevive, el
siguiente gran desafío a tener en cuenta va a ser –y esto es una primicia– cuando
las curvas de investigación y desarrollo en inteligencia artificial, biología
molecular y robótica converjan. ¡Ay! Va a ser increíble e impredecible, y hasta los
mandos más altos, recemos por ello, van a quedar sorprendidos. Sin duda es algo
a lo que todos los buenos ludditas debemos prestar atención si, Dios mediante,
llegamos a vivir hasta entonces.
Mientras tanto, como norteamericanos, podemos buscar alivio, por escaso y
gélido que sea, en la improvisada y maliciosa canción de Lord Byron, en la que, al
igual que otros observadores de su tiempo, percibió las relaciones evidentes entre
los primeros ludditas y nuestros propios orígenes revolucionarios. Empieza así:
Como los compañeros de la Libertad allende el mar
Compraron su libertad, barata, con su sangre,
Así haremos nosotros, muchachos. Vamos
A morir peleando, o a vivir libres al fin.
¡Y que caigan todos los reyes, menos el Rey Ludd!
-------------
† Fenómeno de renovación religiosa protagonizado por predicadores que recorrían las colonias británicas en
América entre 1720 y 1760. (N. del E.)
‡ Comunidad de artistas fundada en 1848 en Inglaterra que aspiraba a recuperar los principios y prácticas
artísticas que creían característicos del arte italiano antes de Rafael. (N. del E.)
Esta bien ser Luddita???
- destruyendolanormalidad
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Re: Esta bien ser Luddita???
los ludditas no defendian la libertad verdadera ni la naturaleza salvaje, sino que sólo querian seguir travajando a mano en sus talleres y autogestionar la produccion y comercialización de sus productos, en lugar de travajar en fabricas mecanizadas ajenas con las que sus talleres no podian competir comercialmente.
creo que no es justificable esta postura para aquellos que no estamos a favor de la civilización y todos los males que ella atrae en su grueza cuerda de males.
tampoco los primitivistas, nisikiera los antidesarrollistas en realidad tienen conceptos reales para destruir esta forma de vida hasquerosa sino que dan alternativas diferentes, por el simple hecho de que no les gusta vivir en esta sociedad, pero en realidad no son capases de volver a sus verdaderas raises y exterminar las enfermedades principales que nos aquejan a los humanos la moral y la tecnologia.
creo que no es justificable esta postura para aquellos que no estamos a favor de la civilización y todos los males que ella atrae en su grueza cuerda de males.
tampoco los primitivistas, nisikiera los antidesarrollistas en realidad tienen conceptos reales para destruir esta forma de vida hasquerosa sino que dan alternativas diferentes, por el simple hecho de que no les gusta vivir en esta sociedad, pero en realidad no son capases de volver a sus verdaderas raises y exterminar las enfermedades principales que nos aquejan a los humanos la moral y la tecnologia.
El hombre y la razón puede ser una mala combinación .
Re: Esta bien ser Luddita???
Edito el mensaje repetido y aprovecho para responderte:
Dices, parece qué inspirándote en afirmaciones de Último reducto qué los ludditas no luchaban por "la libertad verdadera y la naturaleza salvaje". Me parece que para hacer ese tipo de afirmaciones habría qué definir lo que es libertad verdadera y naturaleza salvaje.
¿Por qué la libertad por la que luchaban los ludditas, originalmente mantener sus puestos de trabajo semiautónomos y posteriormente llegar a cuestionarse el sistema monarquíco y capitalista de la época, es peor que la libertad por la que lucha gente como Último reducto, la vuelta a la tribu cazadora-recolectora? No sé, yo, incluso pareciéndome el modelo de tribu cazadora-recolectora bastante valioso y digno de imitar considero que la lucha de los ludditas es una gran lucha por la libertad de los de abajo y especialmente una lucha contra la imposición y opresión de la técnica. Y sinceramente, sin querer caer en el ad hominem digo que aprecio mucho más a aquellos que pasaron a la historia poniendo en jaque al gobierno y burguesía industrializador, dando su vida en el empeño (me refiero a los ludditas) que al señor Último reducto que por ahora lo único que sé de él es que se dedica a escribir largos textos de carácter resentido y cabreado, que no digo que esté mal pero sinceramente, las críticas de torre de marfil que se dedican a tirarlo todo por los suelos sin más, de forma destructiva, me revientan un poco.
Quizás a los ultraprimitivistas que sueñan con el gran holocausto de la humanidad y que la élite pueda vivir bajo el nomadismo y la caza-recolección desprecien toda lucha contra el desarrollo, la contaminación, etc. Pues bueno, sinceramente hace tiempo que mido las ideologías por sus resultados prácticos y no por los argumentos, por muy guapos que estén y convincentes que sean. Yo fui primitivista, medité y pensé por mi mismo ciertas cosas.
No digo más ya que espero que se pueda articular un debate sano y enriquecedor para ambas partes.
Dices, parece qué inspirándote en afirmaciones de Último reducto qué los ludditas no luchaban por "la libertad verdadera y la naturaleza salvaje". Me parece que para hacer ese tipo de afirmaciones habría qué definir lo que es libertad verdadera y naturaleza salvaje.
¿Por qué la libertad por la que luchaban los ludditas, originalmente mantener sus puestos de trabajo semiautónomos y posteriormente llegar a cuestionarse el sistema monarquíco y capitalista de la época, es peor que la libertad por la que lucha gente como Último reducto, la vuelta a la tribu cazadora-recolectora? No sé, yo, incluso pareciéndome el modelo de tribu cazadora-recolectora bastante valioso y digno de imitar considero que la lucha de los ludditas es una gran lucha por la libertad de los de abajo y especialmente una lucha contra la imposición y opresión de la técnica. Y sinceramente, sin querer caer en el ad hominem digo que aprecio mucho más a aquellos que pasaron a la historia poniendo en jaque al gobierno y burguesía industrializador, dando su vida en el empeño (me refiero a los ludditas) que al señor Último reducto que por ahora lo único que sé de él es que se dedica a escribir largos textos de carácter resentido y cabreado, que no digo que esté mal pero sinceramente, las críticas de torre de marfil que se dedican a tirarlo todo por los suelos sin más, de forma destructiva, me revientan un poco.
Quizás a los ultraprimitivistas que sueñan con el gran holocausto de la humanidad y que la élite pueda vivir bajo el nomadismo y la caza-recolección desprecien toda lucha contra el desarrollo, la contaminación, etc. Pues bueno, sinceramente hace tiempo que mido las ideologías por sus resultados prácticos y no por los argumentos, por muy guapos que estén y convincentes que sean. Yo fui primitivista, medité y pensé por mi mismo ciertas cosas.
No digo más ya que espero que se pueda articular un debate sano y enriquecedor para ambas partes.
Última edición por D-503 el 05 Ene 2011, 14:10, editado 5 veces en total.
- destruyendolanormalidad
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Re: Esta bien ser Luddita???
si es verdad me olvide de aclarar jajaj
El hombre y la razón puede ser una mala combinación .