Barcelona. 1895.
El. TRABAJO, ¿ES UNA NECESIDAD FISIOLÓGICA?
No me propongo hacer ahora detenido estudio de esta
cuestión. Limitareme a exponer algunos razonamientos que
pueden servir de punto de partida para un más profundo
análisis del problema.
A las objeciones que los autoritarios hacen a la practicabilidad de las ideas anarquistas y, sobre todo a la afirmación del trabajo voluntario en una sociedad libremente organizada, replícase generalmente que, siendo el trabajo
necesidad fisiológica para el individuo, todos trabajarán voluntaria y espontáneamente, supuestas las condiciones de igualdad y solidaridad entre los hombres.
La réplica en tales términos hecha contiene una petición de principio: ¿Es el trabajo necesidad fisiológica?
Modo de actividad es el trabajo. El individuo en su estado
natural es necesariamente activo porque el ejercicio se deriva
|inmediatamente de órganos y de músculos. Es por tanto, el
ejércicio necesidad fisiológica a la que nadie puede escapar.
Pero el trabajo no es el ejercicio propiamente dicho, no es el
ejercicio en su sentido genérico, sino una determinada y bien
definida especie de ejercicio en vista de un fin dado. El tra-
bajo es el ejercido útil. Útil entiéndase, no sólo para el sujeto
que lo ejecuta, sino también para sus semejantes; útil para
aquel en lo que afecta a su organismo por la satisfacción de
la necesidad de ejercicio; y útil también por lo que atañe a
la economía individual y social, a la alimentación, al abrigo,
al vestido, etc. Porque el ejercicio, en general, puede carecer
de la condición de utilidad fuera del beneficio fisiológico del
individuo que lo ejecuta, y en esto precisamente se diferen-
cia del trabajo propiamente dicho. Un individuo cualquiera
emplea sus energías, su actividad, en la gimnasia, en los
ejercicios atléticos, en el deporte hípico o velocipédico, en la
caza, etc. Lo hace, al parecer, por recreo y pasatiempo; res-
ponde de hecho a necesidades fuertemente sentidas. Para él,
pues, es útil este ejercicio pero resulta, bajo el punto de vista
social y económico, improductivo para los demás y para si
mismo. En este caso, el sujeto en cuestión hace ejercicio, pero
no trabaja.
Otro individuo, por el contrario, aun sin necesidad de
ello por su posición en la sociedad, dedica su actividad a la
producción de artefactos cualesquiera, o bien cultiva su
huerto, al parecer por pasatiempo también, pero respondiendo
de hecho a las mismas necesidades del primero. Pues para
este segundo sujeto es útil el ejercicio que ejecuta y lo es
asimismo para sus semejantes; útil para él fisiológica y eco-
nómicamente; productivo para él y para los demás hombres.
En este caso hay ejercicio y hay trabajo.
Es pues, el trabajo un modo especial de la actividad,
como ya queda dicho; es una determinada clase de ejercicio;
pero no es toda la actividad ni todo el ejercicio. Se puede
hacer ejercicio muscular y mental sin trabajar, en el sentido
social y económico de la palabra, y, por consiguiente asi
mismo satisfacer la necesidad fisiológica del ejercicio mental
y corporal sin trabajar.
La conclusión es terminante y precisa. Contestar que en
una sociedad libre todo el mundo trabajará porque el trabajo
es necesidad fisiológica de la que nadie se puede excusar,
equivale a sustituir una incógnita por otra en el problema,
dejando la cuestión, en pie y conduciendo los razonamientos
del común de las gentes a la negación de la posibilidad del
trabajo libre. Cualquiera podrá replicar que muchos
satisfarán la incuestionable necesidad de ejercicio en diversiones
y pasatiempos inútiles por lo improductivos.
En mi opinión, no es la necesidad fisiológica del ejercicio
muscular y mental la que hace posible el trabajo voluntarlo.
Es más bien la necesidad poderosísima de alimentarse, de
vestirse, de abrigarse; es la necesidad de «vivir» la que nos
induce a trabajar, es decir, la que nos dirige al ejercicio útil,
la que nos obliga a emplear nuestra actividad en vista de un
fin común por beneficio propio y ajeno. Sin el acicate de
estas necesidades, la actividad humana marcharía sin rumbo
y sin objeto positivo en el orden social y económico de la
existencia. Tal ocurre a las clases aristocráticas y adineradas.
Prevista de antemano la satisfacción de las necesidades pri-
mordiales, malgastan su actividad en juegos y vicios que
fomenta la holganza.
Pero en una sociedad libre, donde todos los individuos se
hallarán en condiciones de igualdad económica, donde la
riqueza no fuera el patrimonio de unos cuantos, sino de
todos, ¿sería de temer que la mayor parte de los hombres no
quisiera trabajar voluntariamente? Yo digo que no, sin nece-
sidad de afirmar que trabajarían porque es necesidad fisio-
lógica el trabajo. Trabajarían voluntariamente, porque
tendrían necesidad de comer, de vestir, de leer, de pintar,
etc., y los medios de satisfacer todas estas necesidades no. les
serían dados graciosamente por ninguna providencia de nuevo cuño.
Se me dirá que resulta entonces, en fin de cuentas, que
el trabajo es necesario para vivir. Si, lo es, sin duda alguna;
es necesario individual y soclalmente, como derivación de las
necesidades fundamentales de alimentarse, vestirse, etc. Es,
no obstante, una necesidad de segundo orden para el orga-
nismo, no sentida mecánicamente; una necesidid de la que
el individuo se da cuenta después de una operación analítica
provocada por el hecho de la convivencia en sociedad; mien-
tras que las otras necesidades son primarias, son las que nos
conducen a la sociabilidad, y, por tanto, al trabajo y a la
comunidad.
Por esto mismo, porque la razón positiva del trabajo
voluntario y libre descansa en todas las necesidades fisioló-
gicas, psíquicas y mentales, es de todo punto inconveniente
argumentar en falso con la afirmación de que el trabajo es
necesidad fisiológica cuando, como hemos visto, esta afirma-
ción se reduce al ejercicio muscular y mental que, sin duda,
puede ser ejecutado sin provecho para el individuo y para la
comunidad, aun cuando al individual organismo acomode
y plazca.
La mayor o menor facilidad en resolver un problema
depende en gran parte de la forma en que se plantea, de los
elementos suministrados para el cálculo. Asi, la demostración
de la practicabilidad de una doctrina corresponde a la manera
más o menos fundada de establecer sus elementos
lógicos.
Reducida la cuestión a sus verdaderos y más sencillos
términos, es siempre fácil resolverla si la razón y la expe-
riencia abonan la solución propuesta.
Tal es, en mi concepto, el medio adecuado para demostrar
la posibilidad del trabajo voluntario, sin apelaciones a
principios no bien fundados.
Madrid, 1 de julio de 1899.
CRITICA SOCIAL
LA FORMULA 606
No se tema que profanemos el santuario de la ciencia.
Estamos ayunos de los conocimientos que son indispensables
para penetrar en el templo.
Pero desde la puerta o tan lejos como se quiera, permi-
tásenos decir unas pocas palabras.
El mundo se ha alborozado ante el prodigioso descubri-
miento que da en tierra con una de las causas más poderosas
de podredumbre social. Y no es para menos. Estamos llenos
de cacas, de pestilencias, de lepras. Somos un organismo
putrefacto, cubierto de úlceras, saturado de purulencias re-
pugnantes. Sífilis, tuberculosis, cáncer, endemias y epidemias,
trabajan nuestros misérrimos huesos y nuestras flácidas car-
nes. Nos encorvamos tristemente hacia la tierra que ha de
recibir nuestros míseros restos.
¡Lucha titánica la de aquellos hombres sabios que dispu-
tan a la muerte sus despojos!
Es un éxito, un triunfo colosal, la fórmula 606 que acaba
con los estragos de la sífilis. Será otro éxito, otro colosal
triunfo el de cualquier otra combinación que ponga coto a la
tuberculosis, al cáncer, a la lepra. La ciencia triunfa, trlun-
fará siempre de la corrupción humana.
Pero doloroso es declararlo. Los Sabios se esfuerzan en
vano. Héroes de lo desconocido, laboran por lo imposible.
Curarán la sífilis, pero los sifilíticos se multiplicarán,
mañana; como hoy y como ayer. Curarán la tuberculosis y
los tísicos retoñarán en el campo y en la ciudad, siempre
igual. Ellos no suprimen ni el mal ni sus causas, y el mal
resurgirá siempre porque sus causas persisten. Un remedio
cura, pero no previene la dolencia. Aun con las vacunas
inmunizantes, la viruela y otras enfermedades análogas con-
0 de agosto 1912.)
Literaturas bélicas.
Loss espíritus superiores han dado en la flor de ponderar
las excelencias de la guerra. El valor, la audacia, la temeridad,
son las virtudes primordiales. La guerra hace los hombres
fuertes y heroicos. Las razas se mejoran, progresan, se
civilizan por las artes de guerrear sin tregua. De la lucha
entre hermanos, a cañonazo limpio, sale la humanidad purificada
y ennoblecida.
Eso es el anverso. El reverso va enderezado contra el
pacifismo. En la dulcedumbre de la vida tranquila, ordenada,
iRmorosa, se agostan las masculinas energías, las razas dege-
neran y se extinguen. La paz es un narcótico. El mundo se
convierte en montón de cobardes y enclenques. De la paz
entre los humanos, en la vida muelle y regalada de las nece-
dades satisfechas, sólo puede surgir la humanidad extenuada
El dilema final se comprende claramente.
La literatura actual está impregnada de estos barbarismos
guerreros. Como si obedecieran a una consigna, los
escritores de los más diversos matices entonan himnos entusiásticos
al bélico ardor de los combatientes.
Es un flujo y reflujo de la espada a la pluma y de la pluma a la espada.
Despierto y en acción el apetito conquistador de las naciones,
fluye naturalmente de la literatura el canto épico
de las batallas. De los campos sembrados de cadáveres vuelven
los cuervos con los picos ensangrentados y con sangre
escriben. También cuando vuelven de las charcas escriben
con cieno. El literato es lacayo de todos los éxitos.
Y allá en la lejanía, donde la muchedumbre en manada
rinde la vida sin saber a qué ni por qué, repercute el rasguear
de las plumas belicosas que empuercan de sangre y
cieno el papel en que escriben. La sugestión convierte los
borregos en lobos.
Si la serena, irrefutable filosofía de un Spencer muestra
que la humanidad evoluciona rápidamente del estado guerrero
al estado industrial; si la voz poderosa de cien genios
clama por el término definitivo de las matanzas inútiles;
si el griterío multitudinario atruena el espacio en demanda
de paz y sosiego, ¡qué importa eso a los serviles
y lacayunos emborronadores de cuartillas!
Hay una fuerza todopoderosa a quien servir, y la retórica
se arrastra humilde a sus pies. Si esa fuerza se llama Estado,
la retórica se engalla enderezando el discurso por los senderos
trillados de las grandezas y de las heroicidades nacionales-
Si se llama Capital, la retórica se torna financiera y apologística
de los grandiosos adelantos de la industria moderna. Si
se llama Iglesia, la retórica trueca la pluma por el hisopo,
viste el sayón de inquisidor y se postra humilde ante
los vetustos muros de las tétricas catedrales. La fuerza, triunfante^
es Dios, trino y uno, en cuyo altar se hace el sacrificio de
todo lo que debiera ser más caro al hombre.
Pero si la fuerza se llama proletariado en rebeldía,
exaltación utópica, pensamiento emancipado, entonces
la retórica se alza, iracunda, y, sobre la turba soez de los
desarrapados fulmina los rayos de su cólera.
¡Miserable ramera que brinda la piltrafa del sexo averiado
al ansia loca de todas las decrepitudes!
La guerra no engendra el valor y la audacia y la teme-
ridad. La temeridad, la audacia y el valor se prueban
descendiendo a la mina centenares de metros bajo la superficie
bañada por el sol; se prueban sosteniéndose en lo más alto
de un edificio sobre cimbreante tabla suspendida de una
deshilachada cuerda; se prueban con el trabajo impasible en el
infierno de las fundiciones y de las forjas; se prueban en las
máquinas y los topes de los barcos, en los tenders de las
locomotoras, en las bregas con la tempestad, en las rudas
luchas con la naturaleza,. El hombre se templa en la conquista
del planeta que habita, de la atmósfera que le rodea, del
espacio sin límites poblado de bellos e innumerables mundos.
En la guerra sólo hay un momento de locura tras un
supremo esfuerzo del espíritu de conservación. Antes nada,
después nada, como no sea cobardía, miedo de perder la
vida, horror de la sangre, del bruñido acero, de la bala
mortífera. La manada en montón, cobra ánimos apretujándose
contra los repetidos asaltos del temor. Y luego, la procesión
de inválidos, los detritus de las batallas, las caravanas de
vagos, desmoralizados, corrompidos, traen a las ciudades y
a los campos el estimulo a la holganza, a la depravación, al
desorden, al desenfreno. La guerra tiene por secuela el envi-
lecimiento.
La literatura épica es el cebo con que el poder sugestiona
a las masas, el espejuelo para atraer incautos a las mallas
de la red, hábilmente tendida.
Hacen falta borregos, dóciles instrumentos de matanza,
gentes propicias al sacrificio, y la literatura belicosa lanza
sus estrofas heroicas a la heroicidad de las naciones. ¡Mise-
rable ramera que brinda la piltrafa del sexo averiado al an-
sia loca de todas las decrepitudes!
(«EL LIBERTARIO», núm. 1. Gijón 10 de agosto 1912.)
I
El bu del aumento de la criminalidad es un tópico del
que se echa mano cuando conviene para justificar mayores
atropellos, más grandes atrocidades. Es la hidra revolucionaria
traducida al idioma de los leguleyos. !Ay de los hombres
de bien que tiemblan ante estos augurios! La nota de delincuencia
caerá sobre ellos y la prisión los engullirá vorazmente.
El Estado quiere eunucos, quiere siervos, quiere
parias. Está famélico.
Si la criminalidad aumenta es porque disminuye atrozmente
el bienestar de unos mientras crece, fuera de toda
ponderación, el de otros; es porque la alegría se recluye en
un puñado de afortunados y se niega a la muchedumbre sin
amparo; es porque la salud anda quebrantada en todas partes.
Después de los tormentos de la miseria, la brutal exhibición
del lujo y del hartazgo; después de los dolores y de
las lágrimas de la multitud, las bacanales indecentes de los
poderosos, alegres con la alegría del mono. Y sobre todo esto,
que es bastante, la neurosis, la sífilis, la tisis, el alcoholismo
corroyendo las entrañas de la humanidad. ¡Son un grano de
anis estas causas fisiológicas, psicológicas y sociológicas de la
criminalidad!
¿Qué ridículo remedio se pondrá con esa ridicula ciencia
ofícial a 17.000 francos anuales? ¿Qué ridiculo remedio se
pondrá con esa ridicula tutela postescolar,, con esos empleados
científicos en las prisiones? ¿Qué ridículo remedio proporcionaria
la vuelta a la escuela religiosa, ni peor ni mejor
que la escuela cívica, tan cara a los republicanos?
El pan, el pan, señores hartos; el pan para el cuerpo y
el pan para el alma; el bienestar, la alegría, la salud para todos:
ese es el remedio, señores imbéciles de la ciencia oficial,
del periodismo profesional, del hampa política que sólo os
proponéis continuar el estruje de vuestros rebeldes subordinados.
Bienestar, alegría y salud, ¿cómo podríais darlas?
Emplastes de ciencia, cataplasmas de educación no bastarán
a contener el avance humano por la conquista de cuanto tenéis detenido
y detentado y por tenerlo lanza al crimen a la multitud desheredada,
Los bárbaros llaman a vuestras puertas de granito. Abridlas o serán derrumbadas.
(«EL LIBERTARIO», núm. 3. Gijón 24 de agosto 1912.)
los que imperan.
A medida que adquiere el burguesismo su pleno desenvolvimiento,
se acrecienta el imperio de los mediocres.
En todos los órdenes de cosas triunfan las medias tintas,
lo indefinido, lo anodino. En el de las ideas, las mayores
probabilidades de éxito corresponden a los que carecen de
ellas. En el de los negocios y el trabajo, a los que, ignorándolo
todo, parecen saber todo. El fenómeno es fácilmente explicable.
La burguesía se ha dado buenas trazas para que todas
las actividades y capacidades sociales concurran a la caza de
la peseta. Ha sentado como axioma que para ser buen comerciante
es un estorbo la abundancia de conocimientos. Ha
reducido a máquinas de trabajo a los productores. Ha convertido
en sirvientes a los artistas y a los hombres de ciencia.
Ha suprimido al hombre y sustituido por el muñeco automatíco.
El resultado ha sido fatalmente la multiplicación de las
nulidades con dinero. Dentro de poco gobernaran los imbéciles.
El triunfo es totalmente suyo.
La fatuidad de estos horrendos burgueses que llenan la
via pública con su prosopopeya y su abultado vientre, la soberbia
de estos burdos mercachifles que apestan a grasas y
flatulencias; el ridículo orgullo de estos sapos repugnantes
que graznan con tono enfático, son las tres firmes columnas
de la mediocridad vencedora.
Por donde quiera, el hombre inteligente, el artista, el
estudioso, el sabio, el inventor, el laborioso, tropiezan indefectiblemente
esas moles de carne de cerdo con atavio de persona. Son la valla
que cierra el paso a toda labor creadora, a toda empresa de progreso,
a todo intento de innovación.
Para la burguesía es pecaminoso pensar alto, sentir hondo
y hablar recio. No hay derecho a ser persona.
Serviles de nacimiento, no transigen con quien no se
someta a su servidumbre. Poco a poco van poniendo a todo el
mundo bajo el rasero de su misera mentalidad y así dirigen
la industria gentes ineptas; gobiernan el trabajo hombres
inhábiles; está en manos de los más incapaces la función
distributiva de las riquezas; de los torpes, la administración de
los intereses. Sobre todo esto se levanta la categoría privilegiada de los holgazanes avisado que maneja el cotarro público.
Si algún hombre de verdadero valor alcanza la cumbre,
allá arriba se degrada, se envilece y claudica. Prontamente
va a engrosas el numeroso ejército de la mediocridad
triunfante.
No se pregunta a nadie cuánto sabe y para qué sirve
cuanto tiene en dinero o en flexibilidad de espinazo.
Poseer o doblarse bastante para poseer; he ahí todo.
Con semejante moral los resultados son, en absoluto,
contrarios al desarrollo de la inteligencia y de la actividad.
Por debajo de la aparatosa fachada del progreso y de la civi-
lización, bulle la ignorancia osada, duena y señora de los destinos del mundo.
Con semejante moral se convierten en estridencias de pésimo gusto, las más sencillas verdades proclamadas en alta voz. Cualesguiera idealismos, aspiraciones o generosas demandas, son traducidas por la turba adinerada
como delirios insanos cuando no como criminales intentos.
. La locura y la delincuencia empiezan donde acaba la vulgaridad
y la remploneria del burgues endiosado.
El imperio de los mediocres acabará con el vencimiento
de la burguesía. Entre tanto será inútil disputarse el domino del
mundo.
(«EL LIBERTARIO», núm. 20. Gijón, 21 Diciembre 1912
LA OBRA DE LA CIVILIZACIÓN
La vida civilizada consiste principalmente en suplantar
a la Naturaleza con todo género de artificios. A la esponta-
neidad de los movimientos, de los impulsos y de las acciones
sustituye la reglamentación y la disciplina educativa, que
viene a ser una verdadera domesticación sistemática. Asi,
civilizar es lo mismo que ahogar en germen toda libertad,
toda inclinación; todo impulso natural. El hombre civilizado
piensa y obra cronométricamente y a la medida impuesta
por los educadores en la niñez. La diafanidad del pensa-
miento, la sencilla pureza de los afectos, la franca pureza
de los actos, son cosas vitandas. Hasta respecto de las ener-
gías orgánicas se ha hecho del hombre un muñeco. ¿Para
qué necesitamos de la fuerza física? Abundan los bonitos
juguetes que matan. Gracias a ellos se ha podido formular
una grave sentencia: el revólver ha igualado a todos los
ciudadanos.
De acuerdo con el ideal civilizador, lo esencial es hacer
hombres poderosos por su inteligencia y poderosos por su
disciplina; poderosos por sus medios defensivos y ofensivos.
La Naturaleza nos los entrega torpes e indisciplinados y,
además, del todo indefensos e inofensivos. La civilización
los transforma. Su obra es maravillosa.
Mas hétenos aquí que los civilizadores se sienten un poco
avergonzados de su talla y de su fuerza. La igualdad ante
el revólver no les place. Siempre hay un arma más fuerte
en manos de un hombre más decidido. El atletismo se hace
moda. Y hasta la frase: hacer un buen bruto, tórnase elegante.
No hay temor, sin embargo, de una vuelta a la naturaleza.
El contrasentido de la civilización no se confiesa. Se insiste
en el artificio Gimnasia de salón, gimnasia sueca, gimnasia
de circo; ejércitos de exploradores, regimientos de pequeños
soldados bandadas de fornidos jugadores; todos los deportes
de la fuerza se ponen a contribución a fin de obtener buenos
y poderosos puños. Por supuesto, todo muy reglamentado,
absolutamente rítmico, estrechamente disciplinado. Nada de
movimientos fuera de tiempo y de compás. Nada de ejercitar
la energía sin cuentagotas. Nada de libertad y de esponta-
neidad en la acción. ¿Qué seria de la educación física sin la
batuta del director de orquesta?
Hace días publicaba cierta ilustración francesa un
hermoso grabado en el que se veía a un grupo de señoritas
alemanas en las ridiculas posturas gimnásticas, todas a
una verificaban los mas extraños movimientos. Planchas,
piruetas, cabriolas, de todo se hacia acompasadamente v a
la voz de mando.
Pensamos en seguida que aquellas señoritas se hacían
mucho más vigorosas y sanas y serían también más felices
corriendo libremente por la pradera, persiguiéndose en la
grave frondosidad del bosque, brincando por peñas y riscos
o bañándose en el sol sobre la cálida arena de la playa.
Pensamos en seguida que los pulcros jayanes que pierden
su tiempo en los salones de esgrima, en los juegos de pelota,
en las carreras de caballos, en los deportes náuticos, estarían
mucho mejor correteando por playas, bosques y praderas
tras las lindas mozas de rosados colores que Invitan a besos;
estarían mejor trepando a los árboles para alcanzar a sus
adoradas los ricos frutos de la pródiga naturaleza; estarían
mucho mejor en plena libertad de acción y pasión. El
muñeco mecánico no es de ningún modo preferible al hombre
natural.
No es sin embargo, éste el peor aspecto del contrasentido
en que incurre la civilización. Allá se las hayan los pudientes
con su mal gusto por los artificios gimnásticos.
El lado peor, irritante e insoportable de tal contrasentido
es que se entregue la juventud dorada al ejercido físico
improductivo, mientras se obliga a la masa proletaria a un
exceso de trabajo agotador para que la holganza privilegiada
pueda continuar sus estériles y enervantes devaneos.
Trabajar unos hasta extenuarse, y que otros, para divertirse,
le pongan ridiculamente a mover brazos y piernas y tronco
sin finalidad ni provecho, es el colmo del absurdo civilizado.
¿Se quiere al hombre vigoroso y sano? El trabajo libre,
compartido por hombres libres e iguales, seria el más bello
de los deportes y el más sano de los ejercicios. No hay
igualdad comparable a la que se adquiere en plena Naturaleza.
No hay vigor más firme que el que se obtiene en el
ejercicio de una obra cualquiera, espontáneamente adoptado
a su objeto. No hay salud más duradera que la que se gana
en el desarrollo armónico de una vida que a si mismo se
ordena, trabajando o gozando, según place en cada momento.
La libertad y la espontaneidad en el desenvolvimiento de las
aptitudes del hombre, constituyen la sólida base de su salud
y de su dicha.
La civilización podrá conseguir que los alfeñiques de la
burocracia y de la burguesía lleguen a ser capaces de tirar
de un carro mejor que cualquier bestia, pero no logrará
hacer de ellos hombres sanos y dichosos. La salud será en
esas gentes una cosa sobrepuesta; la dicha, una mueca de
hastio.
Y, entretanto, los poderosos músculos del campesino y
el obrero, pese a la bárbara carga del trabajo esclavo,
seguirán desarrollándose y seleccionándose al par que se
educan por la inteligencia y por el creciente dominio de la
técnica, hasta que, por una inevitable reacción de la Naturaleza,
el hombre que trabaja voltee de un soberano revés
al hombre que se complace en la caricatura del trabajo.
Los contrasentidos de la civilización durarán lo que dure
la inconsecuencia de las multitudes. Parécenos que los tiempos
actuales, no obstante la recrudescencia de todas las
barbaries históricas, están gritando que la inconsciencia
acaba.
Por pequeña que sea la minoría de los capacitados para
la revolución, es una minoría temible.
(«ACCIÓN LIBERTARIA», núm. 11. Madrid 1 de agosto 1913.)
RICARDO MELLA65
EDUCACIÓN LIBERTARIA
POR LOS BARBAROS
Maravíllame el aturdido despertar de una porción de
inteligencias jóvenes a las ideas nuevas. Y digo nuevas,
sometldo un tanto a los serviles modismos de una pobre
literatura que se hincha con palabras y se nutre de vaciedades.
Nuevas no lo son. Cualquier postura que se tome se
acomoda bien a ésta o aquella filosofía del tiempo viejo.
Quitad las formas y las influencias de la época, y lo hallaréis
todo, mejor o peor definido, en la sabiduría vulgar y en la
'sabiduría de casta. Cuestiones de método, injerto de ciencia
desenvuelta en raquíticos arbustos de especulación naciente,
refinamientos de la nerviosidad contemporánea, es cuanto de
novedad puede ofrecerse al incauto lector que busca en el
libro orientaciones sanas para su cerebro. Lo mismo en el
periodo sociológico, que el político y el teológico, se debata
un asunto primordial, un problema único, pero amplísimo,
que abarca la existencia individual y la existencia de la
humanidad entera: el derecho al desenvolvimiento integral.
En cada tiempo, los términos del problema afectan una
forma diferente; pero la incógnita permanece irreductible-
mente lo mismo. Y es que, procediendo los hombres por
tanteos, a la hora actual todavía no se sabe si hemos dado
con la ecuación que, ligando por sus verdaderas relaciones
los términos verdaderos de la cuestión, nos ha de facilitar
el hallazgo inmediato del valor real de la incógnita.
La anulación del individuo se llama un día fe, después
ciudadanía; el trabajo se organiza un tiempo en la esclavitud,
en la servidumbre luego, en el salariado finalmente. Y
al nacer de las teorías redentoras implica siempre las mismas
pretensiones; ya se llame libre examen, ya igualdad ante la
ley o bien emancipación del esclavo y supresión de la servi-
dumbre, para venir a parar, como último término, en la
libertad total de manifestación y de acción y en la igualdad
económica y social. En suma: grados diferentes de una misma
aspiración que se resume en lo que hemos llamado el derecho
de desenvolvimiento integral de la personalidad como productor
y como hombre.
En nuestros días, cuando el pensamiento ha formulado
los mayores atrevimientos, hallada, según creemos,
la ecuación definitiva del problema, las inteligencias se han lanzado
resueltamente por el sendero de las sorpresas intelectuales.
Empiezan las singularidades, las posturas airosas, los gestas
bellos, y en la infecundidad de un diletantismo personalisimo,
se consuma la obra extraordinaria del levantamiento de una
Babel a la mayor gloria de los egoísmos individuales. En el
despertar de la juventud sólo hay por el momento una cosa
buena, noble, pura: la bondad del propósito. Pero a partir
de esta bondad, cada uno mira para si mismo y con mayor
intensidad hacia el exterior de oropeles y plumajes que
hacia dentro, donde radica el entero y positivo valor de la
personalidad. La multitud queda sacrificada cuando no
sumida en el desprecio olímpico de los escogidos: puesta en
cruz antes, puesta en cruz ahora, puesta en cruz siempre.
Así como tuvo Proudhon y tuvo Marx sus satélites, asi -
como los astros brillantes de la escuela filosófica alemana
hicieron su obra de proselitismo v dividieron las inteligencias
en tantas cuantas legiones requerían sus distingos sutiles;
así también nuestra juventud, nuestros apóstoles, nuestros
novísimos precursores hanse dividido hasta lo infinito,
sumidos en la beatitud contemplativa de unas cuantas tesis
hermosas, chocantes a veces, a veces crueles y antihumanas.
Marx y Bakunln, Stírner y Nietzsche, Spencer y Guyau,
todos los que han puesto en la labor especulativa un poco
de arte o un poco de ciencia, todos los que han dado una
nota vibrante, tienen a su devoción entusiastas partidarios
cuya visualidad es apta solamente a través de un cristal
único de coloración invariable.
Y allá van los preconizadores, jóvenes y viejos, atrope-
lladamente tras un mundo nuevo, una sociedad libre,
mientras su mentalidad se extravia en el angosto cauce del
dogma y de la secta, mientras su neurósica afectividad se
diluye en una egoística moralidad infecunda, muerta. No
hay liberación allí donde el exclusivismo de una tesis seca
las fuentes de la verdad amplia, grande y generosa. No hay
liberación allí donde sólo repercute armoniosamente un
ritmo único. No hay liberación ni mental ni moral. Hay
reproducción, bajo nuevas formas, de las viejas preocupacio-
nes y de las viejas inmoralidades.
La propaganda marcha asi envuelta en todo género de
errores y particularismos. Quien sólo para mientes en las
necesidades materiales; quien canta monótonamente las
excelencias de una vida que hasta ahora no merece la pena
de ser vivida; quien se enajena en la contemplación arrobadora
de la belleza harto lejana en medio de las miserias y
de los horrores del momentó; quien se encarama a las alturas
de la superhombría y mira con desdén olímpico la pequeñez
de los microbios, que trabajan como lobos y sudan sangre
para que todo esto que vivimos no se derrumbe; quien, en
fín, después de recorrer toda la escala del humanismo senti-
mental, va a encenagarse en la charca del más bestial
egoismo elevado a la categoría de Suprema ley de los hombres.
Entretanto, los supervivientes de la esclavitud
y la servidumbre, los mismos jornaleros del surco, del taller y
de la fabricar, la masa ignorante y grosera que dicen algunos,allá
se debate y revuelve rabiosa contra, todas las fatalidades
ambientes que la aniquilan. Sojuzgados, sometidos,
materialmente anulados como hombres por falta de lo que gozan
hasta las bestias, ¿qué gran obra no es la de los obreros. qué
sin sutilezas filosóficas o artisticas está transformando el
mundo en el fragor de las luchas comtemporaneas?
La chispa, la luz, estará allí en la mentalidad de los precursores;
la acción está aquí en el impulso irresistible de los bárbaros.
¿Hay dualismo? Si existe búsquese su origen en la seque-
dad y el particularismo de los intelectuales, palabreja inven-
tada en mal hora para acusar la existencia de una causa
más, cuando es preciso que no quede sobre toda la tierra
ni un solo muro,ni un solo valladar, ni una divisoria, ni un
amojonamiento.
Preconizamos una sociedad nueva a nombre de ideales
amplísimos de emancipación integral. ¿Nos hemos emanci-
pado nosotros mismos moral e intelectualmente? Mostramos
a cada paso nuestros exclusivismos hasta el punto de que
mientras abajo — permítaseme este lenguaje clásico de los
tiempos heroicos de la sensiblería democrática y socialista —
que mientras abajo, digo, se bate el cobre todos los días,
arriba, entre los que alardean, quedamente o en alta voz,
de una superioridad harto dudosa, se bate... la tontuna teo-
rizante, se hace alarde de. fatuidades intelectuales necias y
se libra la batalla de los mezquinos personalismos y de los
rencorcillos mal encubiertos.
Se me dirá que entre la multitud grosera e ignorante,
que asi entre los campesinos extenuados por un trabajo
aplastante, como entre los obreros industriales embrutecidos
por la fábrica, cuando no por la taberna, también la pasión
hace estragos y el raquitismo de miras y la envidia y el en-
cono esterilizan la fuerza necesaria a la emancipación per-
sonal y a la emancipación colectiva. Mas cuando esa fuerza
es sacudida por cualquier circunstancia, la legión de esclavos
sobrepónese a todas las minucias; y entonces es menester
entonar himnos a la bravura, al espíritu grande de solidaridad,
a los arrestos heroicos de los bárbaros. Hablad de
aquel mágico erguirse del proletariado barcelonés, hablad
del obrero de La Coruña, de Badajoz, de La Línea, de Se-
villa v de tantas ciudades que hicieron en pocas horas por
el advenimiento de la revolución más que las innumerables
y largas tiradas de artículos y de discursos de los intelectuales.
Salid de España: Holanda, Italia, Norte América, la
República Argentina, ¿no han presentado en linea de batalla
enormes masas conscientes de trabajadores solídarios en la
más amplia y generosa labor humana?
Es menester aniquilar el prurito teorizante, dar garrote
vil a todos los exclusivismos: al dogma, al espíritu sectario.
¿Autoliberación se ha dicho? Pues es preciso desembarazare
de los prejuicios de escuela, de los errores de método, de los
vicios de estudio. Todo es verdad fuera de cualquier particu-
larismo doctrinal. Exáltese cuanto se quiera la personalidad,
que contra el encogimiento cobarde del individuo sometido
a todas las brutalidades de la fuerza que le anula, grande,
formidable es necesario que sea la reacción provocada. Cán-
tese con fuerte y vigorosa voz la vida, la vida digna de ser
vivida que contra el moribundo aliento de una humanidad
sojuzgada, famélica y enferma, enérgica, decisiva ha de ser
la pócima que le retorne a las esplendideces de la existencia
sana alegre y satisfecha. Ríndase a la belleza, el arte, el tri-
buto de los más puros entusiasmos, que contra la fealdad
espantosa de una sociedad que se arrastra en todas las pes-
tilencias y suciedades de la bestialidad, ha de ser necesaria-
mente poderoso el reactivo. Llevemos tan allá como quepa
en los espacios de nuestra mentalidad la supremacía del
hombre, su propio yo como eje de toda la existencia; que
habituados a la vida servil, somos incapaces de comprender
que todo se deriva de nosotros mismos y que el más hermoso
ideal de todos los ideales es aquel que formulamos al afirmar
que la labor de los siglos y de las generaciones no es para
el hombre más que uno: el de superarse a sí mismo. Vayamos
tras el hombre nuevo, trepemos animosos por los abruptos
riscos; que la fe, sin embargo, no nos ciegue hasta el punto
de olvidar que no hay un término para el desenvolvimiento
humano; que el ideal se aleja tanto más cuanto más a él
nos aproximamos; que la cima, en fin, es inaccesible. Pero
abramos de par en par las puertas de nuestro entendimiento,
reuniendo en una amplia síntesis el contenido de la aspiración
suprema, de la cual no son más que elementos componentes
todas esas parciales doctrinas que parecen dividir a
las falanges que preconizan una sociedad libre. El desarrollo
integral de la personalidad, el anarquismo sin prejuicios, sin
particularismos, tal es la expresión genérica, universal, posi-
tiva de tantas y tantas al parecer divergentes tesis de nues-
tros jóvenes, de nuestros precursores y de nuestros propa-
gandistas.
Cuando esto se haya hecho habrá comenzado la autoliberación,
cuya necesidad viene impuesta por el desarrollo de las ideas
y las exigencias de la lucha. Pero no habrá hecho
más que comenzar. Faltará todavía que nadie se encierre en
su torre de marfil, que nadie pretenda quedarse en las cumbres
del saber, engreído que se desvanece con los zahumerios
de su propia soberbia. Antes que seres pensantes, antes que
artistas, somos animales de carne y hueso que necesitamos
nutrirnos, llenar el estómago, cumplir todas las funciones
fisiológicas, acallar la bestia para que el hombre surja. Es
menester mirar a las multitudes que mal comen y mal visten,
que lo ignoran todo porque de todo carecen, que arrastran
una existencia más miserable que la de los brutos; y mirarlas,
no por caridad ni por humanidad sino porque tienen el
mismísimo derecho, a su total desenvolvimiento que el más
pulcro, el más sabio, el más esteta de los intelectuales, de los
escogidos; porque la emancipación, para ser real y efectiva,
ha de ser universal, que en medio de un rebaño de hombres
nadie podría gloriarse de gozar libertad, bienestar y paz.
Si no hubiere intima comprensión entre todos los que de
un modo o de otro sufren las consecuencias de los anacro-
nismos sociales; si se hiciere de los ideales modernos regalo
exquisito de los entendimientos superiores y se dejara a la
masa ignorante — que no lo es más que en los términos de
una petulancia sabia inaguantable —; si se dejara a los
bárbaros abandonados a su estultez y a su miseria, ni la eman-
cipación llegaría jamás para los humanos, ni sería, en último
término, para los que la fian a su propio esfuerzo
y a su propio valer, más que un espejismo que, al cabo, les llevaría
a la negación y a la degradación de si mismos.
Por los bárbaros ha de ser el lema de los preconizadores
de una sociedad nueva. Pan, mucho pan para los estómagos
vacíos; abrigo confortable y abundante para los ateridos de
frío, para los desnudos; vivienda amplia, bien oreada, con
mucha luz y alegría para los que se acurrucan en sombríos
tugurios; y venga luego, o mejor al propio tiempo, ciencia,
mucha ciencia; arte, mucho arte; venga la vida gozada inten-
samente en todas sus modalidades; venga la obra persona-
lisima de trepar por los abrupto? riscos; venga el caminar
sin tregua tras el más allá jamás logrado. Cada uno
de nosotros no vale más que su vecino por misero que sea. No vale
una buena pluma, una bella palabra más que un golpe de
martillo que forja el hierro, que labra la piedra, que abre
la mina; no vale más que la cuerda por donde el pocero se
descuelga para limpiar las basuras comunes. No debería ser
menester que tal se dijera a las alturas sociológicas a que
hemos llegado y de que muchos se envanecen; pero lo es, sin
duda ninguna, porque todavía estamos en las mantillas de
una liberación muy voceada, pero incumplida.
Es necesaria esta liberación para todos los preconizadores
de una sociedad libre. No hagamos, por ello, capillas; no
levantemos muros divisorios. La anarquía es la aspiración
a la integralldad de todos los desenvolvimientos. Trabajemos,
pues, en bloque por la emancipación de todos los hombres,
emancipación económica, emancipación intelectual,
emancipación artística y moral.
La pobre presunción de un puñado de hombres que haya
podido concebir con alguna amplitud este porvenir hermoso
y grande, humanamente justo, vale bien poco. Son los bár-
baros los que empujan vigorosamente, los que van derechos
al mañana entrevisto, los que con su acción decidida, muy
grosera, pero muy eficaz, despiertan las soñolientas imagina-
ciones de nuestros jóvenes y de nuestros precursores. Son los
bárbaros que golpean furiosamente nuestra mentalidad y
nuestra efectividad, sumergida todavía en los atavismos
filosóficos y dogmáticos; que golpean con igual furia a las
puertas de la fortaleza capitalista y autoritaria.
¿Odios? ¿Palabras gruesas? ¿Adjetivos duros prodigados
en demasía? ¿Para qué?
Lo que hace falta son ideas, ideas e ideas; acción, acción
y acción. Y después, que los superhombres, los escogidos, los
talentuosos, tengan todavía el arranque, que pudiera juzgarse
sacrificio, de repetir conmigo: Todo por los bárbaros.
(«I.A REVISTA BLANCA», núm. 124. Madrid 15 agosto 1903.)
IDEALISMOS CULPABLES
Es digno de estudio el espíritu popular durante los gran
des trastornos políticos y sociales. Ya sea por infantiles ata-
vismos, ya derivado de predicaciones demasiado idealistas,
las rebeldías del pueblo suelen ir acompañadas de actos que
si ponen de manifiesto la inagotable bondad del corazón humano,
muestran también cuanta parte tiene, en la ineficacia
de las revoluciones la candidez general.
Por harto conocido, holgaría citar el hecho singular de
que las insurrecciones democráticas alzasen el famoso «pena
de muerte al ladrón», mientras consentían que los grandes
ladrones esperasen agazapados en sus palacios a que la
tormenta revolucionarla amainase. Pero no se considerará así
si se tiene en cuenta que el espíritu neto de tal conducta
vive todavía en el pueblo y además se ha reafirmado,
un tanto modificado, en el terreno de las contiendas sociales.
En todos los sucesos contemporáneos de alguna resonancia
se ha visto como el buen pueblo continuaba aferrado al
castigo del hambriento ladrón de un panecillo y al respeto
a la propiedad sacrosanta del ladrón legal, enriquecido con
el trabajo ajeno; se ha visto como el buen Juan se detiene
siempre ante las grandes mentiras en que descansa el caserón
vetusto del privilegio social. La voz de la reacción es
poderosa todavía. Ella grita al pueblo moderación, respeto,
y templanza; condena todos los radicalismos y pide resignación
y prudencia para ir elaborando lentamente un porvenir muy
poco mejor que el presente detestable. Los maestros de la
charlatanería política y social conocen y manejan bien los
resortes de la sencillez popular. Hablan elocuentemente a los
atavismos heroicos que hacen del pobre el perro guardián
del rico; despiertan los convencionalismos rancios de la honradez
servil, de la lealtad humillante, y cuando la rebeldía
popular estalla, la historia magnánima consigna la santa
virtud revolucionaria que guarda los bancos, las grandes
propiedades, los personajes del rebaño y fusila al miserable
que cree llegada la hora de comer y abrigarse. ¡Y qué cosa
tan sencilla escapa a la penetración popular! En mil formas
se ha dicho y nunca será bastante repetirlo; aquel famoso
letrero de las barricadas republicanas estaría muy en su
lugar si los revolucionarios empezaran por colgar de un farol,
como suele decirse, a todos los detentadores del trabajo ajeno,
políticos, propietarios, etc.
El resultado de la educación recibida por el pueblo no
puede ser sino el que queda indicado. Los idealismos quijotescos
de la democracia conducen forzosamente al
afianzamiento de todos los anacronismos. Son idealismos culpables
que tornan ineficaz la acción revolucionaria.
En nuestros tiempos de huelgas y alborotos obreros, ¿qué
otra cosa se ve? Los trabajadores saben salir a la calle, poner
su pecho indefenso a las balas; lo mismo que antes, son héroes
de barricada con todos los debidos respetos a la santa
propiedad, a la autoridad y a las personas. Los mismos idealismos
culpables siguen inspirando la conducta de las masas.
¿Y por qué los obreros que luchan por una mejora o un
lineal económico se entretienen en reñir absurdas batallas con
la fuerza armada? Allá están el burgués admirado que los
explota, el político que los engaña y explota, el cura que los
envenena, engaña y explota; allá están el opulento palacio
que insulta la miseria de sus pocilgas, la fortaleza-fábrica
donde dejaron gota a gota su sangre; allá está el usurero
que les alivió una hora de trabajo doméstico, por la última
camisa o por la última blusa.
A veces van los obreros a la puerta de la fábrica; ¿a qué?
A vengar la traición de otros compañeros de hambre. El burgués
tan tranquilo en su confortable vivienda. ¡Pena de muerte al esquirol!
Y paz y respeto y consideración para el detentador del trabajo
común, para el que explota, para el que envenena,
para el que engaña, para el que roba.
El fenomeno social no hizo más que cambiar de forma;
los idealismos culpables continúan haciendo, del buen Juan
héroe legendario de la tonta honradez, de la necia lealtad.,
que le convierte en perro guardian del amo que le azota, que
le esquilma, que le mata-
Un hecho singular sobre el que es menester fijar bien
la atención, es aquel que nos revela como todos los
levantamientos populares dejan en paz al feroz usurero,
que trafica, en el último escalón de la miseria, con los últimos restos de
la pobreza. ¿Es acaso el recuerdo del hambre mitigada momentáneamente que convierte al repugnante prestamista en alma magnaníma y generosa y paraliza la acción revolucionaria del pueblo?.
No seguramente; es que el pueblo, ahora como antes,
todavía no sabe más que pelear, sacrificar su vida, poner su
pecho a las balas, sin que se dé bien cuenta de por qué ni para qué.
Su acción es aún instintiva y va impulsada por los.
atavismos de barricada y de motin, por la influencia de los
idealismos culpables que le convierten en héroe inconsciente
de ignoradas causas. Su acción reflexiva apunta apenas en
las contiendas contemporáneas..El espíritu popular empieza
ahora a transformarse. ¡Difícil empresa operar el cambio sin
menoscabo de la bondad tradicional y con la pérdida de la
candidez idealista y quijotesca!
Porque es preciso que la violencia actual y el furor creciente
del combate por el porvenir no nos lleve a la crueldad
y a la ferocidad, Vamos hacia un, mundo de justicia y de
amor. ¿Llegaremos allá- por la venganza y el odio? Fuerza, es
luchar con los hombres y no con fantasmas, no con las cosas
que ellos representan. Pero en este combate por lo mejor, la
muerte no puede ser un objetivo, ni siquiera un medio, sino
un accidente fatal, fruto de circunstancias momentáneas.
Comprendemos el odio, la venganza, el rencor, la injusticia
y la violencia como estados pasajeros .inevitables traídos por
las concamitancias de la contienda; no los comprendemos
como predicación que cifra en tan deleznables fundamentos
el éxito de una aspiración levantada..
La acción reflexiva, privada de los elementos atávicos
idealísticos, será aquella que teniendo por mira una aspira-
ción de justicia, comience por aplicarla, antes que a las pe-
queñas, a las grandes causas de la desigualdad social. La
conducta mejor será la que nos conduzca más directamente
y con menos sacrificio de la existencia humana a la realiza-
ción del porvenir.
Claro que nunca podrá ser la acción revolucionarla un
problema de cálculo frío y sin entrañas. La pasión entrará
siempre como factor poderoso en la conducta de los hombres.
Y lucha sin apasionamientos, sin vehemencias, no se com-
prende. Pero la pasión toma los carriles trazados de antemano
por la educación, por el hábito, por la propaganda,
etc.Y así, cuando la masa popular haya roto con los con-
vencionalismos motinescos y ridiculamente heroicos, tomará
el camino de la acción reflexiva que le conduzca al porvenir
según la linea de menor resistencia, es decir, con menos
vida humana y más provecho para todos los hombres.
La ineficacia de las revoluciones que tanta sangre y exis-
tencias han costado al pueblo, es buen ejemplo de la culpa-
bilidad de ciertos idealismos.
Sacudamos la herencia funesta y haremos más y mejor
por el porvenir ambicionado.
, núm. 20. Barcelona, 15 de julio 1904.)
REVOLUCIONARIOS, SI;
-VOCEROS DE LA REVOLrCION NO
En tiempos, no muy lejanos, era uso y costumbre entre
los militantes del socialismo, del anarquismo y del sindicalismo
apelar a la Revolución Social para todos los menesteres
de la propaganda, de la oratoria y hasta de la correspondencia privada.
El abuso llegó a tal extremo, que la locución pasó a mejor vida completamente desgastada y sin provocar la más ligera protesta.
Este cambio en las costumbres no fue meramente de fórmula, como pudieran imaginarse los poco versados en el movimiento social contemporáneo.
Más o menos, todos creíamos, a puño cerrado, que la
Social estaba a la vuelta de cualquier esquina y que el día
menos pensado íbamos a encontrarnos en pleno reinado de
la anhelada igualdad. Andando el tiempo, la imaginación ,
hizo plaza a la reflexión, el corazón cedió la preeminencia al
entendimiento y fuimonos dando cuenta de que por delante de
nosotros había un largo camino que recorrer, camino
de cultura y de experimentación, camino de lucha y de resistencia,
camino indispensable de preparación para el porvenir. Y
todos nos pusimos a estudiar y todos, estudiando, aprendimos
a luchar, a propagar, hasta a hablar con maneras nuevas
que correspondían a maduras reflexiones. El cambio en el
uso de las locuciones que parecían insustituibles, respondió
al cambio de las ideas y los sentimientos que, al precisarse,
se hicieron más exactas y más conformes a la realidad.
Tal novedad, no lo es si se tiene en cuenta la exhuberancia
de la vida en los primeros años. No hay juventud sin
bellos ensueños, sin arrebatos de pasión, sin irreprimibles
entusiasmos.
Es claro que no por esto, los que hemos sido revolucio-
narios hemos dejado de serlo. Más que en los hechos en las
palabras, la táctica revolucionaria persiste y gana aún a los
que andan rehacios en poner de acuerdo la conducta con las
ideas. Nadie cree que la revolución sea cosa de inmediata
factura, pero se labora cada vez más conscientemente por
acelerar todo lo posible el advenimiento de la sociedad nueva.
Y en este derrotero, las palabras son lo de menos; a veces
son un estorbo, o una necedad, o una preocupación.
Hacer conciencias; dar luz, mucha luz a los cerebros;
poner a compás hechos y principios; realizar, cuanto más
mejor, aquella parte esencial de las ideas que nos distingue
de los acaparadores de la vida; combatir sin tregua y firmemente
todas las fuerzas retardatrices del progreso humano,
es tráfago revolucionarlo de los tiempos modernos, bien
saturados de ideales y de aspiraciones novísimos.
En nuestros días, las multitudes proletarias actúan pre-
cisamente en este sentido. Aun cuando no estén unánimente
penetradas del ideal, como el ideal está en el ambiente
y el espíritu revolucionarlo las ha penetrado por completo,
ellas obran conscientes de su misión renovadora y van en
derechura a emanciparse de todos los ataderos que las sujetan
a inicua servidumbre.
¿Qué importa que la palabra revolución no esté en sus
labios, si la revolución está en sus pensamientos y en sus
hechos?
La certidumbre del revolucionarismo proletario, bien nos
compensa de aquel extinguido uso de palabras altisonantes
que no dejaban tras si rastro de provecho. :
Mas como en achaques sociales se dan las mismas leyes
que en toda suerte de mudanzas humanas, no se extinguió
la ingenuidad revolucionaria de los primeros tiempos sin dejar,
como recuerdo, la mueca de: la juventud pasada. Nos
quedan los voceros de la revolución, los anacrónicos gritadores
de oficio, los que se entusiasman y embelesan con lo grotesco,
con lo vulgar y necio de las palabras y están ayunos
del contenido ideal de las expresiones. Es fruto natural de
la incultura sociológica o del incompleto conocimiento de los
principios revolucionarlos. Con el mejor deseo, con la mayor
naturalidad, sanos de corazón y de pensamiento, algunos, no
sabemos si pocos o muchos. no tienen de la revolución y del
futuro otra idea que la violencia, las palabras fuertes, los..
gritos selváticos. los gestos brutales. Antójaseles que el resto
es cosa de burgueses, de afeminados, o cuando más de revolucionarios
tibios, prontos a pasarse al enemigo. Para merecer el titulo de revolucionarlo es menester gritar mucho,bullir mucho. Manotear y gesticular como poseídos.
No discutáis un hecho por bestial que sea, por cruel, por antihumano que os parezca. Al punto os tacharán de reaccionario.
Hay en las filas revolucionarias, con distintas etiquetas,
bastantes cuItivadores de la barbarie. No se es revolucionario
si no se es bárbaro. Todavía hay muchos que piensan que el
problema de la emancipación se resuelve muy sencillamente
con la poda y corta de las ramas podridas del árbol social.
No decimos nosotros que no sea necesaria la fuerza, que
no sea fatalmente necesario podar y cortar y sajar; no
decimos nosotros que el revoluclonarismo consista en abrir las
ostras por la persuasión; pero de esto a resumir en una feroz
expresión de la brutalidad humana la lucha por un ideal
de justicia para todos, de libertad y de Igualdad para todos,
hay un abismo en el que no queremos caer.
No voceros de la revolución, sino conscientes de la obra
revolucionaria, tan larga o corta como haya de ser, necesita
la humana empresa de emancipación total en que andamos
metidos los militantes por los ideales del porvenir.
Sin importarnos un ardite de los gritadores profesionales,
apesadumbrados con los inconscientes gritadores que lealmente,
sinceramente, creen servir a la revolución a voces y
a manotazos, nosotros afirmamos en nuestras convicciones
de siempre, diciendo a todos:
«Revolucionarios, si; voceros de la revolución, no.»
(«ACCIÓN LIBERTARIA», núm. 14. Gijón 17 de marzo 1911.)
IDEARIO
LA GRAN MENTIRA
Es viejo cuento. Con el señuelo de la revolución, con el
higui de la libertad, se ha embobado siempre a las gentes.
La enhiesta cucaña se ha hecho sólo para los hábiles trepadores.
Abajo quedan boquiabiertos los papanatas que fiaron
en cantos de sirena.
El hecho no es únicamente imputable a los encasillados
aquí o allá. Las formas de engaño son tan varias como varios
los programas y las promesas. Arriba, en medio y abajo se
dan igualmente cucos que saben encaramarse sobre los lomos
de la simplicidad popular.
La promesa democrática, la promesa social, todo sirve
para mantener en pie la torre blindada de la explotación de
las multitudes Y sirve naturalmente para acaudillar masas,
para gobernar rebaños y esquilmarlos libremente. Aun cuan-
do se intenta redimirnos del espíritu gregario, aun cuando se
procura que cada cual se haga su propia personalidad y se
redima por sí mismo, nos estrellamos contra los hábitos
adquiridos contra los sedimentos poderosos de la educación y
contra la ignorancia forzosa de los más. Los mismos propa-
gandistas de la real independencia del individuo, si no son
bastante fuertes para sacudir todo homenaje y toda sumisión
suelen verse alzados sobre las espaldas de los que no
comprenden la vida-sin cucañas y sin premios. Que quieran
que no, han de trepar; y a poco que les ciegue la vanidad o
la ambición, se verán como por ensalmo llevados a las más
altas cumbres de la superioridad negada. Es fenómeno harto
humano para que por nadie pueda ser puesto en duda.
La gran mentira alienta y sostiene este miserable estado
de cosas. La gran mentira alienta y apuntala fuertemente
este ruin e infame andamiaje social que constituye el gobierno
v la explotación, el gobierno y la explotación organizados, y
también aquella explotación y aquel gobierno que se ejercen
en la vida ordinaria por todo género de entidades sociales,
económicas y políticas.
Y la gran mentira es una promesa de liberted repetida
en todos los tonos y cantada por todos los revolucionarios,
Libertad reglada, tasada, medida, ancha o estrechamente , según
las anchas o estrechas miras de sus panegiristas. Es la
mentíra universal sostenida y comentada por la fe de los
ingenuos, por la creencia de los sencillos, por la bondad de los
nobles y sinceros tanto como por la incredulidad y la
cuquería de los que dirigen, de los que capitanean, de los que
esquilman el rebaño humano.
En esa gran mentira entramos_todos y salvese el que
pueda. Las cosas derivan siempre en el sentido de la corriente.
Vamos todos por ella más o menos arrastrados, porque la
mentira es cosa sustancial en nuestro propio organismo:
la hemos mamada, la hemos engordado, la hemos acariciado
desde la cuna y la acariciaremos hasta la tumba. Revolverse
contra la herencia es posible y más que posible, necesario
e indispensable. Sacudirse la pesadumbre del andamiaje que
nos estruja no es fácil, pero tampoco mposible. La evolucion,
el progreso humano, se cumplen en virtud de estas
rebeldías de la conciencia, del entendimiento y de la voluntad.
Mas es menester que no nos hagamos la ilusión de la
rebeldía, que no disfracemos la mentira con otra mentira.
Somos a millares los que nos imaginamos libres y no hacemos
sino obedecer una buena consigna, Cuando el mandato no
viene de fuera, viene de dentro. Un prejuicio, una fe, una
preferencia nos somete al escritor estimado, al periodicó
querido, al libro que más nos agrada. Obedecemo sin que
se quiera nuestra obediencia y, a poco andar, conseguiremos
qué nos mande_quien ni soñado había en ello.¿Qué. no sera
cuando el propagandista, el escritor, el orador lleven allá
dentro de su alma un poco de ambición y un poco de domadores
de multitudes! La mentira grande ya se acrece y lo
allana todo. No hay espacio líbre para la verdad pura y simple,
sencilla. diáfana de la propia independencia por la conciencia
y por la ciencia propias.
Llamarnos demócratas, socialistas, anarquistas, lo que
sea, y ser interiormente esclavos, es cosa corriente y moliente
en que pocos ponen reparos. Para casi todo el mundo lo
principal es una palabra vibrante. Una idea bien perfilada, un programa bien adobado. Y la mentira, sigue y sigue laborando sin tregua. El engaño es común, es hasta impersonal,como sí fuera de él no pudiéramos coexistir.
Revolverse, pues contra la gran mentira, sacudirse el
enorme peso de la herencia de embustes que nos seducen con
el señuelo de la revolución y de la libertad, valdrá tanto como
autoemanciparse -interiormente por el conocimiento y por la
experiencia, comenzando a marchar sin andaderas. Cada uno
ha de hacer su propia obra, ha de acometer su propia redención.
Utopia, se gritará. Bueno; la que se quiera; pero a condición
de reconocer entonces que la vida es imposible sin
amos tangibles o intangibles, seres vivientes o entidades metafísicas;
que la existencia no tendría realidad fuera de la
gran mentira de todos los tiempos.
Contra los hábitos de la subordinación nada podrán
tal caso las más ardientes predicaciones. Triunfantes, habrán
destruido las formas externas, no la esencia de la esclavitud.
Y la historia se repetirá hasta la consumación de los siglos.
La utopia no quiere más rebaños. Frente a la servidumbre
voluntarla no hay otro ariete que la extrema exaltación |
de. la personalidad.
Seamos con todo y con todos respetuosos — el mutuo ;
respeto es condición esencial de la libertad -—, pero seamos ,
nosotros mismos. Antes bien hay que ser realmente libres que
proclamárselo. Soñamos en superarnos y aún no hemos sabido
libertarnos. Es también una secuela de la gran mentira.
(«ACCIÓN LIBERTARIA», núm. 25. Gijón 30 de junio 1911.)
CENTRALISMO AVASALLADOR
En vano se alzan voces poderosas contra la creciente
centralización en vida pública. Inútilmente se declama con-
tra la absorción de las energías y de las actividades en los
centros de mayor intensificación vital. Poco o nada importa
que el espíritu federalista aliente vigoroso tanto en los par-
tidos más avanzados como en los más retrógrados. El centra-
lismo prosigue su obra avasalladora.
Madrid, el Madrid oficial, lo es todo. En política, en lite-
ratura, en artes, en ciencias, no hay más que Madrid. La
vida entera de España se refunde, se concentra allí, y no
hay modo, al parecer, de evitarlo. Todos los esfuerzos de las
capitalidades subalternas por sustraerse a la dominación, al
influjo todopoderoso de la capital de la Monarquía. Sus polí-
ticos, sus literatos, sus periodistas, sus pintores, sus poetas.
a Madrid han de someterse si quieren salvar las fronteras
del provincialismo.
La centralización es la médula de la superestructura so-
cial moderna. La gran industria, el gran comercio, el acapa-
ramiento de la riqueza, la organización toda de la vida
política, jurídica y económica, tiene por condición el centra-
lismo de las funciones. Sin ese monstruo pictórico de la savia
de todos sus órganos esenciales, la superestructura se vendría
al suelo con estrépito, y adiós orden público, mecanismo
legislativo, disciplina social, feudalismo capitalista, jerarquía
militar, jurídica y teocrática, todo lo que es artificio impuesto
a la Naturaleza, en que parece no vivimos hace ya largo
tiempo.
Todo principio ha de desenvolverse hasta sus últimas
consecuencias. Podrá vacilar en teoría; una vez llevado a la
práctica, va hasta el fin, quiérase o no.
La centralización tomará todos los nombres posibles:
absoluta, parlamentaria, constitucional, monárquica, repu-
blicana, socialista. Esta es su última etapa. Por de pronto el
socialismo se parapeta tras la palabra intervención; a poco
tardar se hará francamente socialismo de Estado, socialismo
centralista, socialismo de capitalidad.
Los mismos partidos que protestan de la centralización,
por la centralización laboran. Ellos hacen la misma cosa que
el Estado. Son pequeños estados de estructura semejantes a
la estructura política. Toda la vida del partido huye a la
cabeza, jefatura, consejo, lo que fuere. De arriba procede
todo, aunque parezca y aunque debiera ser lo contrario. La
taumaturgia centralista tiene el poder de nutrirse de la savia
de los componentes y devolver a éstos, como cosa propia, lo
que de ellos ha recibido. El gran creador está allí en lo alto;
- en lo alto el gran dispensador. Y cuanto devuelve, lo devuelve
falsificado, con la ponzoña de todo lo que se acumula y se
estanca y se descompone. Se le manda sangre rica, roja,
pura, y devuelve postemas repletas de pus. El tamiz de la
centralización sólo deja pasar detritus.
En el mismo movimiento proletario, los tentáculos del
centralismo deprimen la vida de los centros subalternos. Los
grandes focos de industria ejercen la capitalidad y la hege-
monía. El periódico central, la junta central, el grupo cen-
tral, lo son todo. Los modestos periódicos de provincias, los
comités, las agrupaciones de pueblo apenas sirven para otra
cosa que para reflejar y obedecer los mandatos de arriba.
Hacia el centro van las cuotas, los votos, los donativos.
Y si algo vuelve, ¡qué mermado!
Pocas son las fuerzas realmente opuestas a tan funesta
tendencia. Y son pocas porque la rutina, el hábito adquirido,
la herencia de siglos de subordinación, son más poderosas
que las predicaciones y las rebeldías. Aun queriendo descen-
tralizar, se va ciegamente, inconscientemente hacia el centra-
lismo avasallador. Brilla arriba con destellos deslumbradores
un trozo de cristal; fulgura abajo con luz mortecina el más
esplendoroso diamante. La distancia acrece las cosas y el
charlatán es tenido por oráculo, el bravucón por héroe, el
vivo por sabio, el farsante por mártir. La trasmutación de
todos los valores es el eje sobre el que gira el centralismo.
No importa que nos digamos resueltamente rebeldes a la
absorción del grupo o del individuo. La pesadumbre de nuestros
prejuicios nos lleva a la inconsciente sumisión, ¡Somos
tan perezosos para el ejercicio de la libertad!
La lucha es dura y es larga. Luchemos. Es menester que
vivamos de nosotros mismos, que cada uno encuentre en si
mismo la razón de su vida, de su fuerza, de su acción. Las
ideas iluminan; los hechos emancipan. Reconozcámonos en
plena servidumbre real e intelectual y comenzaremos a saber
cómo nos haremos libres Intelectual y realmente. Cada uno
sabiendo y queriendo su propio yo. Otra vez: las ideas iluminan;
los hechos emancipan. Con todas las ideas del mundo,
si no sabemos actuarlas, seremos siervos, esclavos, cosas a
merced del listo, del vivo, del charlatán, del farsante.
Hacerse autónomo, gobernarse a sí mismo, de hecho
valdrá más que las mejores predicaciones y propagandas.
Es asi cómo el centralismo será barrido de entre nosotros.
Allá en los dominios de la política, del industrialismo, del
comercio, de la vida corriente y moliente, no se puede entender
esto más que a medias a lo sumo. Allá se puede ser
autonomista sin querer las condiciones indispensables de la
autonomía. Nosotros, no. El proletariado mira a la emancipación
real y sabe que la centralización, aunque sea socialista
y obrera, es régimen de servidumbre, de superestructura, de
cosa sobrepuesta a la naturaleza. Y porque lo sabe es
radicalmente anarquista, piénselo o no. Pero es necesario
pensarlo y serlo, tener conciencia del ideal y ciencia (conocimiento)
para practicarlo. En la inconsciencia de las cosas,
más fácil es ser dirigido que dirigirse; más fácllmente
gobernado que gobernarse. Que cada uno delibere y obre en
consecuencia. Sin deliberación se es autómata. Ni aun la fe
en el ideal es suficiente. La ceguera intelectual no puede
servir de guia a nadie. Quien voluntariamente cierra los ojos
voluntariamente se declara irredento. Abramos bien los ojos
y seamos nosotros mismos. La vida verdadera no está en
conjunto; está en los componentes.
Cuando cada uno sepa ser su dios, su rey, su todo. será |
el momento de la conciliaci
Ricardo Mella, tan actual como hace 100 años.
-
marxistaanarco
- Mensajes: 187
- Registrado: 11 Abr 2007, 22:11
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Ricardo Mella, tan actual como hace 100 años.
Sin socialismo no hay democracia, sin democracia no hay socialismo.
Mi ideario político y económico en mi blog:
http://blasapisguncuevas.blogcindario.c ... alista.pdf Modificado en los dos últimos meses. Más de 1400 artículos de lo más diverso.
Mi ideario político y económico en mi blog:
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marxistaanarco
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sigue
Cuando cada uno sepa ser su dios, su rey, su todo. será |
el momento de la conciliación humana. La solidaridad será
una resultante, al contrario de la centralización, que es
forzamiento. ^
Laboremos por la anarquía consciente, que es al mismo
tiempo libertad y solidaridad. :|
(«ACCION LIBERTARIA», núm. 26. Gijón, 7 de junio 1911.)
ALREDEDOR DE UNA ANTINOMIA
Se reproduce en las contiendas sociales de nuestros días
el ntagonismo histórico de las luchas políticas y filosóficas.
El genio de Proudhon, el más grande dialéctico revoluclonario,
señaló de modo concluyente la antinomia en que se
revuelve la vida humana. Todo, hechos, sucesos, sentimientos,
ideas, aparece como si tuviera dos caras, dos términos opuestos
e irreductibles. Pudiera decirse que el principio de con|tradicción
es la esencia de la vida misma.
Son las luchas contemporáneas, así en lo ideal como en
lo real, distintas por la orientación y por el contenido,
iguales por sus términos originarios a las de todas las épocas.
En medio de las aspiraciones de renovación social, la tendencia
asociacionista y la tendencia autonómica libran
desigual combate. Los ideales van desde la afirmación de
la individualidad independiente hasta la consagración de la
masa, de la colectividad toda poderosa. Las prácticas sociales
reflejan a cada instante el encono del individuo en rebeldía
y la prepotencia de la multitud avasalladora. La antinomia,
la contradicción es flagrante entre sojuzgado y sojuzgador.
Hay una fuerza disolvente y dispersa que se llama individua-
lismo, una fuerza conglomerada y conservadora que se llama
socialismo o societarismo. En el fondo, sean cualesquiera los
nombres, oposición manifiesta entre la unidad y la totalidad.
Es verdad que el principio asociacionista, común a todas
las escuelas sociales, difiere esencialmente de la afirmación
cerrada de la soberanía colectiva. Pero en la práctica se
confunden y compenetran debido a la preponderancia del
espíritu gregario y a la educación de rebaño. El asociacio-
nismo consciente, que se deriva de la voluntad libre del
individuo autónomo, es aún lejana realidad, tópico para
futuras edades. Las gentes marchan, mecánicamente agru-
padas. ahora como antes, sean las que quieran sus aspira-
ciones ideales.
A causa del bagaje hereditario, tanto como por la influencia
del medio, de ningún modo renovado en este punto, la
antinomia entre la individualidad y la agrupación continúa
en pie a favor de la soberanía indiscutible y aplastante de
la multitud. En general, los individuos parecen gozosos de
sumergirse y desaparecer en el abigarrado e indefinido con-
junto de la masa, de la muchedumbre, de un ejército, de un
partido o de una asociación cualquiera. Pocos son los celosos
de su personalidad. Pocos y tenidos comúnmente por locos
y estrafalarios.
Y no obstante, muchos se dicen autonomistas, proclaman
grandes e incontestables verdades de liberación humana,
quieren dignificar y ennoblecer al individuo; pero al punto
mismo de las realidades se rinden a los hábitos de la rutina
y se suman, olvidados de sí mismos, a la turba que arrolla,
como impetuosa corriente, todos los obstáculos.
Suele ponerse por delante, la pantalla de la solidaridad
y de la asociación. Pero la solidaridad, cuando no es fruto
de deliberaciones personales y de determinaciones de la
voluntad consciente, no difiere de la caridad y del pietismo
cristiano. La asociación, cuando no es resultado de un
contrato libre entre iguales, en nada se diferencia de la subor-
dinación automática y ciega a la voluntad de otros. Luego,
la solidaridad y la asociación no necesitan del sacrificio
individual, no ciegan la independencia. Esta necesidad y esta
negación tienen su raíz en los resabios de sumisión voluntaria
y de acatamiento a la autoridad impuesta.
La antinomia existe de todos modos. Porque sin la Inde-
pendencia personal se anula el individuo y sin la asociación
de individuos la vida es imposible.
Salir de este callejón sometiéndose al grupo o negándole,
es cortar el nudo. Y lo que se necesita es desatarlo.
Desatarlo es permanecer autónomo y voluntariamente
cooperar, concurrir, solidarizarse para una obra común.
Asociacionismo es igual que decir acto deliberado de la volun-
tad libre. Cualquier otra cosa es subordinación, regimenta-
ción, esclavitud, en fin; de ningún modo asociación.
No se asocia el que no es libre; se somete. No es libre
el que está sometido y no puede, por tanto, contratar,
deliberar, determinar sus actos. Todo pacto implica la liber-
tad y la Igualdad previa de las partes contratantes. El pacto
entre seres iguales y libres resuelve la antinomia consagrando
la independencia y realizando la solidaridad.
Tal es, en el fondo, el principio anarquista.
El socialismo que se ampara del Estado, de la sociedad
o de cualquier otro modo de agrupación, podrá hablar de
libertad, pero esta libertad estará de tal modo condicionada
que valdría la pena de hablar francamente de subordinación
forzosa a la soberanía de la colectividad. Y en este punto,
quien estime su libertad personal habrá de inclinarse nece-
sariamente al anarquismo.
Fuera de él, toda promesa de verdadera liberación es
falaz y embustera.
(«EL LIBERTARIO», núm. 10. Gijón, 12 octubre 1912.)
LAS VIEJAS RUTINAS
Es pasmoso como arraigan en el espíritu humano los con-
ceptos hechos, las ideas fijas, los prejuicios tradicionalistas
Dijérase, que después de adquirida una noción cualquiera, el
hombre la sigue mecánicamente, la obedece por instinto, sin
intervención alguna del raciocinio. Quien nos examinara
desde un ambiente distinto del humano, no nos distinguiría
del perro que ladra sistemáticamente al que pasa y se humilla
ante el que le pega. En la sumisión a la costumbre nada nos
diferencia de los que reputamos irracionales por la sola razón
de que no los entendemos.
Si es verdad que cualquier especie animal permanece
invariablemente la misma a pesar de las repetidas
y continuas experiencias hereditarias, no lo es menos que al animal
hombre casi no le ha servido de nada su larga experiencia
histórica, ni este mismo privilegio de registrar espiritualmente
sus experiencias. Educado en la práctica autoritaria, no
acierta con ningún remedio que no sea calcado en el ejercicio
de la autoridad y en la obediencia a la autoridad. Instruido
en el trabajo servil, no se le ocurre ningún expediente que le
permita trabajar en libertad para subvenir lo mejor que
pueda y sepa a sus necesidades. Perro fiel a su amo, acata
al cura, sirve al propietario, obedece al jefe. Si lo sustraéis
a este dominio, a buen seguro que sabrá qué hacer de su
persona. Se encontrará como desorientado en la inmensidad
de un desierto o en el enredijo de indescifrable laberinto. Las
viejas rutinas son el alma del hombre y, sin ellas, el rey de
la creáci6n quedaría por debajo de la más ruin alimaña. La
soberbía humana va de tumbo en tumbo en cuanto pierde
los andadores.
Nuestras mismas ponderadas filosofías, nuestras pomposas ciencias, no son sino modulaciones sobre el eterno tema
de la vida rutinaria, del pensamiento encasillado, de la acción
metodizada, prisionera, sometida. La razón y sus sutilezas
sólo han servido para variar hasta lo infinito las formas de
la subordinación y de la servidumbre.
Por grados, los sistemas filosóficos, las concepciones
ideales, siempre renovadas, han parecido ascender en dirección progresiva.
Pero si se nos examina despacio, se ve pron-
to que todos parten de las mismas viejas rutinas, pasan por
los mismos prejuicios y arriban a los mismos errores: autori-
dad, propiedad, casta, privilegio.
Se toma al hombre como a un animal domesticable. Con-
secuencia obligada: unos domestican, otros son domesticados;
unos mandan, otros obedecen; aquéllos poseen, éstos traba-
jan. Hay gobernantes y gobernados, propietarios y proletarios;
en suma: amos y esclavos. La experiencia fisiológica y
la experiencia histórica no han dado más de si.
¡Qué improbo trabajo el de llevar a las inteligencias la
necesidad y la justicia de la vida libre! Aun en los más clari-
videntes, las viejas rutinas se atrepellan con inusitado estré-
pito para oponerse a la utopía. En vano será que apeléis al
poder de la lógica, de cuyo dominio tanto se ufana el hombre;
en vano que mostréis cómo por naturaleza las fuerzas uni-
versales llevan en si mismas la razón de sus convergencias
y de sus divergencias; en vano que acumuléis hechos, rela-
ciones, analogías para demostrar que en la ecuación de las
actividades humanas, la legislación y la propiedad son en
cantidades extrañas. Sistemática, mecánica y obstinadamente,
las viejas rutinas repetirán la misma cantinela.
Y aun cuando el espíritu humano se muestra propicio a
la razón y se lanza a formular términos de progreso, de me-
joramiento, de emancipación,, no es raro ver como de nuevo
cae en los mismos prejuicios y reproduce las mismas rutinas.
Bajo la promesa de libertad, hay siempre la sugestión de una
nueva servidumbre; bajo el anuncio de la igualdad, hay
siempre el fermento de nuevos privilegios. La tradición
manda. El doméstico acata. Las viejas rutinas prevalecen.
Tantas cuantas veces el credo social se ha renovado,
otras tantas ha caído en el autoritarismo y en la desigualdad.
Lentamente los factores hereditarios recobran su influjo y
al fin se imponen.
El socialismo actual es un ejemplo patente de estas revi-
viscencias. La evolución regresiva iniciada el mismo día de
su nacimiento, lo conducirá a su total negación. Cuanto más
poderoso se hace, más autoritario se torna. Es un proceso de
identificación con la rutina ambiente. Se le acepta tanto más
cuanto más se le acomoda a la tradición autoritaria, fuertemente
arraigada en las gentes de todas las calañas.
El perro continúa ladrando al que pasa y lamiendo la
mano al que pega.
¿Evolución progresiva? Sin duda. Mas en el correr de los
tiempos la improba labor emancipadora apenas se advierte;
¡tan aferrados estamos a la sinrazón de nuestra razón y al
oropel de nuestra ciencia! Es difícil ser nuevo con todo el
bagaje tradicional a cuestas, arriesgando ponerse delante de
la corriente de los siglos, temerario lanzarse al ignoto futuro.
Más fácil y más cómodo y más tranquilo es dejarse conducir
y bailar al son que nos tocan. Tenemos demasiado de rebaño.
Y los hay que tienen mucho de danzantes. No faltan tampoco
los malos cómicos ni los cínicos explotadores de la Ignorancia
y de la simpleza popular.
¿Vida libre? ¿Igualdad de condiciones? ¿Solidaridad hu-
mana? ¡Bah! Desvarios de manicomio. Las viejas rutinas; eso
es lógica, sabiduría y ciencia.
Mañana como hoy y hoy como ayer, quieren los imbéciles
que el perro ladre al que pasa y lama la mano al que le pega
Aunque el perro se llame hombre.
(«ACCION LIBERTARIA», núm. 1. Madrid 23 mayo 1913.)
COMO SE AFIRMA UN MÉTODO
Ricos somos en ideas, pobres en hechos. Hasta la razón
llegan con bastante facilidad los teoremas de la lógica ideal;
más el rigorismo de la práctica encuentra difícilmente anchos
caminos donde esparciarse. Los que dejamos vagar la imaginación
por el edén del porvenir soñado, ¡con cuánta frecuen-
cia en la brutal realidad damos de bruces sin percatarnos de
la irreductible contradicción de nuestra conducta!
Propagadores de ideales nuevos, ponemos casi siempre
manos a la obra sin que acertemos a diferenciarnos, en los
detalles mil de la realidad, de aquellos otros que fieles a la rutina piensan y sienten y ejecutan al unisono como modelados e Inspirados por la más intima concordancia entre la idea y el hecho. Cristalizan éstos en el pasado; se están formando aquéllos con los yugos del presente y las brisas del porvenir. Somos el hoy que sueña en el mañana. ¡Qué mucho
que la contradicción sea flagrante!
Mas en el Imperio de la razón, la consecuencia obliga.
Hay necesidad de que el idealismo declamatorio, al continuo
proclamar las excelencias de un principio, al reiterado pregón
de las aspiraciones nuevas, respondan los hechos afirmando con su lógica cerrada aquellos o aquel método según que la vida futura ha de desenvolverse a la medida de nuestras concepciones.
De todas las cracias y de todos los ismos que determinan
nuestra mentalidad o nuestro ideal, son los más eficaces
aquellos que encuentran mantenedores decididos en el terre-
no de la práctica. Una democracia que gana en jerarquías a los
mismos poderes caducos; un socialismo que en materia de disciplina no tlene nada que envidiar al ejército mejor organizado; un anarquismo que, pasándose de listo, establece oligarquías disimuladas podrán vivir saturados de grandes, muy grandes ideas, pero no acertarán jamás a afirmar su grandeza en el ambiente de la vida, no lograrán jamás traducirse en hechos, sugestionando y arrastrando tras si a la gran masa que carece de tiempo para entregarse a estudios filosóficos.
Hav un libro inmenso, más elocuente que ninguno: el
libro de todos, de la experiencia de todos. Que vayan unos
cuantos a buscar entre las páginas del pobre saber humano
la esencia misma de todas las razones no se las escribe en el libro universal de la realidad ambiente, de la práctica cotidiana
Caen, pues, las democracias porgue el ideal no tiene traducción
eficaz en la experiencia, porque la realidad no corresponde a lo soñado, aún cuando aquella sea fiel trasunto de un peincipio filosófico bien preciso. Fracasa igualmente el socialismo
cuando las gentes se percatan de que los adeptos
de la buena nueva social no son sino tristes pÍagios de las cosas de
antaño y de las cosas de hogaño.Fracasa. Igualmente el anarquismo
cuando, a poco que se hurgue, se encuentra en sus
mantenedores, próximo a la corteza libertaria, el material
leñoso y el corazón del autoritarismo.
Confiados todos en el milagro de la transformación
se verifique como poe encanto, damos riendas sueltas a las
palabras bellas, a las declaraciones tribunicias, a las ardorosas afirmaclones de la eterna aspiraclón, sin que en la realidad se produzca ni un solo conato de experiencia del método de práctica del principio. Y aun para engañarnos, buscamos fáciles explicaciones a nuestra falta de correlación y creemos haber hecho todo cuando nos lavamos de toda culpa en el Jordán del medio ambiente.
En realidad de verdad, no se afirma así el porvenir.
Buenas son las razones que sensibilizan el entendimiento, mejores los hechos que en él se gravan para no borrarse jamás
No es suficiente para afirmar la aspiración anarquista aducir
razones sobre razones y amontonar las pruebas dialécticas
En este terreno permanecería mucho tiempo como diletantismo de un puñado de Innovadores. Es necesario, además,
que los adeptos de aquel ideal lleven a la vida ordinaria,
sobre todo a la vida societaria, las prácticas, todas las prácticas posibles del método preconizado. Es necesario que vean
las gentes y cien grupos, una asociación grande o chica y
una o más federaciones de grupos, de colectividades cualquiera que sea su naturaleza y cualesquiera que sean sus
fines. Es necesario que vean las gentes como sin previos
reglamentos y sin imposiciones del número los hombres pueden
coordinar sus fuerzas y realizar una labor común Es
necesario que vean las gentes cómo la solidaridad puede ser
un hecho, con las limitaciones naturales del Estado social
presente, sin esas monstruosas ordenanzas que van señalando
paso a paso y minuto a mlnuto el modo y la forma de que el
individuo traduzca aquello mismo que lleva en su constitución
y en su sangre y, por añadidura, en su entendimiento
El anarquismo, como cualquiera otra doctrina, ha de llegar
a la universalidad de las gentes por la mediación de la experiencia.
Es indispensable que se le lea en este gran libro, ya
que, Por otra parte, no todos pueden Ir a buscarlo en los
tratados de filosofía o de ciencia,
Larga, muy larga, será quizá esta obra. Tan larga como
se quiera, demanda toda nuestra paciencia y toda nuestra
perseverancia. Es asi como se afirma un método y es así
como quisiéramos ver a cada momento traducido el ideal.
Bajo ningún pretexto es disculpable que llevemos en los
labios la palabra libertad sín que los hechos respondan de
que son sinceras. No hay motlvo de táctica, ni escusa de
gastada habilidad que Impida a un anarquista, cuando realiza
una obra de asociación, de propaganda o de lo que fuere,
realizarla conforme al método que ensalza y encomía.
-Somos ricos en palabras y en ideas- Seamos ricos en he-
chos. que es asi como mejor se afirma el ideal
«ACCIÓN LIBERTARIA», núm. 20. Madrid 3 octubre 1913.)
el momento de la conciliación humana. La solidaridad será
una resultante, al contrario de la centralización, que es
forzamiento. ^
Laboremos por la anarquía consciente, que es al mismo
tiempo libertad y solidaridad. :|
(«ACCION LIBERTARIA», núm. 26. Gijón, 7 de junio 1911.)
ALREDEDOR DE UNA ANTINOMIA
Se reproduce en las contiendas sociales de nuestros días
el ntagonismo histórico de las luchas políticas y filosóficas.
El genio de Proudhon, el más grande dialéctico revoluclonario,
señaló de modo concluyente la antinomia en que se
revuelve la vida humana. Todo, hechos, sucesos, sentimientos,
ideas, aparece como si tuviera dos caras, dos términos opuestos
e irreductibles. Pudiera decirse que el principio de con|tradicción
es la esencia de la vida misma.
Son las luchas contemporáneas, así en lo ideal como en
lo real, distintas por la orientación y por el contenido,
iguales por sus términos originarios a las de todas las épocas.
En medio de las aspiraciones de renovación social, la tendencia
asociacionista y la tendencia autonómica libran
desigual combate. Los ideales van desde la afirmación de
la individualidad independiente hasta la consagración de la
masa, de la colectividad toda poderosa. Las prácticas sociales
reflejan a cada instante el encono del individuo en rebeldía
y la prepotencia de la multitud avasalladora. La antinomia,
la contradicción es flagrante entre sojuzgado y sojuzgador.
Hay una fuerza disolvente y dispersa que se llama individua-
lismo, una fuerza conglomerada y conservadora que se llama
socialismo o societarismo. En el fondo, sean cualesquiera los
nombres, oposición manifiesta entre la unidad y la totalidad.
Es verdad que el principio asociacionista, común a todas
las escuelas sociales, difiere esencialmente de la afirmación
cerrada de la soberanía colectiva. Pero en la práctica se
confunden y compenetran debido a la preponderancia del
espíritu gregario y a la educación de rebaño. El asociacio-
nismo consciente, que se deriva de la voluntad libre del
individuo autónomo, es aún lejana realidad, tópico para
futuras edades. Las gentes marchan, mecánicamente agru-
padas. ahora como antes, sean las que quieran sus aspira-
ciones ideales.
A causa del bagaje hereditario, tanto como por la influencia
del medio, de ningún modo renovado en este punto, la
antinomia entre la individualidad y la agrupación continúa
en pie a favor de la soberanía indiscutible y aplastante de
la multitud. En general, los individuos parecen gozosos de
sumergirse y desaparecer en el abigarrado e indefinido con-
junto de la masa, de la muchedumbre, de un ejército, de un
partido o de una asociación cualquiera. Pocos son los celosos
de su personalidad. Pocos y tenidos comúnmente por locos
y estrafalarios.
Y no obstante, muchos se dicen autonomistas, proclaman
grandes e incontestables verdades de liberación humana,
quieren dignificar y ennoblecer al individuo; pero al punto
mismo de las realidades se rinden a los hábitos de la rutina
y se suman, olvidados de sí mismos, a la turba que arrolla,
como impetuosa corriente, todos los obstáculos.
Suele ponerse por delante, la pantalla de la solidaridad
y de la asociación. Pero la solidaridad, cuando no es fruto
de deliberaciones personales y de determinaciones de la
voluntad consciente, no difiere de la caridad y del pietismo
cristiano. La asociación, cuando no es resultado de un
contrato libre entre iguales, en nada se diferencia de la subor-
dinación automática y ciega a la voluntad de otros. Luego,
la solidaridad y la asociación no necesitan del sacrificio
individual, no ciegan la independencia. Esta necesidad y esta
negación tienen su raíz en los resabios de sumisión voluntaria
y de acatamiento a la autoridad impuesta.
La antinomia existe de todos modos. Porque sin la Inde-
pendencia personal se anula el individuo y sin la asociación
de individuos la vida es imposible.
Salir de este callejón sometiéndose al grupo o negándole,
es cortar el nudo. Y lo que se necesita es desatarlo.
Desatarlo es permanecer autónomo y voluntariamente
cooperar, concurrir, solidarizarse para una obra común.
Asociacionismo es igual que decir acto deliberado de la volun-
tad libre. Cualquier otra cosa es subordinación, regimenta-
ción, esclavitud, en fin; de ningún modo asociación.
No se asocia el que no es libre; se somete. No es libre
el que está sometido y no puede, por tanto, contratar,
deliberar, determinar sus actos. Todo pacto implica la liber-
tad y la Igualdad previa de las partes contratantes. El pacto
entre seres iguales y libres resuelve la antinomia consagrando
la independencia y realizando la solidaridad.
Tal es, en el fondo, el principio anarquista.
El socialismo que se ampara del Estado, de la sociedad
o de cualquier otro modo de agrupación, podrá hablar de
libertad, pero esta libertad estará de tal modo condicionada
que valdría la pena de hablar francamente de subordinación
forzosa a la soberanía de la colectividad. Y en este punto,
quien estime su libertad personal habrá de inclinarse nece-
sariamente al anarquismo.
Fuera de él, toda promesa de verdadera liberación es
falaz y embustera.
(«EL LIBERTARIO», núm. 10. Gijón, 12 octubre 1912.)
LAS VIEJAS RUTINAS
Es pasmoso como arraigan en el espíritu humano los con-
ceptos hechos, las ideas fijas, los prejuicios tradicionalistas
Dijérase, que después de adquirida una noción cualquiera, el
hombre la sigue mecánicamente, la obedece por instinto, sin
intervención alguna del raciocinio. Quien nos examinara
desde un ambiente distinto del humano, no nos distinguiría
del perro que ladra sistemáticamente al que pasa y se humilla
ante el que le pega. En la sumisión a la costumbre nada nos
diferencia de los que reputamos irracionales por la sola razón
de que no los entendemos.
Si es verdad que cualquier especie animal permanece
invariablemente la misma a pesar de las repetidas
y continuas experiencias hereditarias, no lo es menos que al animal
hombre casi no le ha servido de nada su larga experiencia
histórica, ni este mismo privilegio de registrar espiritualmente
sus experiencias. Educado en la práctica autoritaria, no
acierta con ningún remedio que no sea calcado en el ejercicio
de la autoridad y en la obediencia a la autoridad. Instruido
en el trabajo servil, no se le ocurre ningún expediente que le
permita trabajar en libertad para subvenir lo mejor que
pueda y sepa a sus necesidades. Perro fiel a su amo, acata
al cura, sirve al propietario, obedece al jefe. Si lo sustraéis
a este dominio, a buen seguro que sabrá qué hacer de su
persona. Se encontrará como desorientado en la inmensidad
de un desierto o en el enredijo de indescifrable laberinto. Las
viejas rutinas son el alma del hombre y, sin ellas, el rey de
la creáci6n quedaría por debajo de la más ruin alimaña. La
soberbía humana va de tumbo en tumbo en cuanto pierde
los andadores.
Nuestras mismas ponderadas filosofías, nuestras pomposas ciencias, no son sino modulaciones sobre el eterno tema
de la vida rutinaria, del pensamiento encasillado, de la acción
metodizada, prisionera, sometida. La razón y sus sutilezas
sólo han servido para variar hasta lo infinito las formas de
la subordinación y de la servidumbre.
Por grados, los sistemas filosóficos, las concepciones
ideales, siempre renovadas, han parecido ascender en dirección progresiva.
Pero si se nos examina despacio, se ve pron-
to que todos parten de las mismas viejas rutinas, pasan por
los mismos prejuicios y arriban a los mismos errores: autori-
dad, propiedad, casta, privilegio.
Se toma al hombre como a un animal domesticable. Con-
secuencia obligada: unos domestican, otros son domesticados;
unos mandan, otros obedecen; aquéllos poseen, éstos traba-
jan. Hay gobernantes y gobernados, propietarios y proletarios;
en suma: amos y esclavos. La experiencia fisiológica y
la experiencia histórica no han dado más de si.
¡Qué improbo trabajo el de llevar a las inteligencias la
necesidad y la justicia de la vida libre! Aun en los más clari-
videntes, las viejas rutinas se atrepellan con inusitado estré-
pito para oponerse a la utopía. En vano será que apeléis al
poder de la lógica, de cuyo dominio tanto se ufana el hombre;
en vano que mostréis cómo por naturaleza las fuerzas uni-
versales llevan en si mismas la razón de sus convergencias
y de sus divergencias; en vano que acumuléis hechos, rela-
ciones, analogías para demostrar que en la ecuación de las
actividades humanas, la legislación y la propiedad son en
cantidades extrañas. Sistemática, mecánica y obstinadamente,
las viejas rutinas repetirán la misma cantinela.
Y aun cuando el espíritu humano se muestra propicio a
la razón y se lanza a formular términos de progreso, de me-
joramiento, de emancipación,, no es raro ver como de nuevo
cae en los mismos prejuicios y reproduce las mismas rutinas.
Bajo la promesa de libertad, hay siempre la sugestión de una
nueva servidumbre; bajo el anuncio de la igualdad, hay
siempre el fermento de nuevos privilegios. La tradición
manda. El doméstico acata. Las viejas rutinas prevalecen.
Tantas cuantas veces el credo social se ha renovado,
otras tantas ha caído en el autoritarismo y en la desigualdad.
Lentamente los factores hereditarios recobran su influjo y
al fin se imponen.
El socialismo actual es un ejemplo patente de estas revi-
viscencias. La evolución regresiva iniciada el mismo día de
su nacimiento, lo conducirá a su total negación. Cuanto más
poderoso se hace, más autoritario se torna. Es un proceso de
identificación con la rutina ambiente. Se le acepta tanto más
cuanto más se le acomoda a la tradición autoritaria, fuertemente
arraigada en las gentes de todas las calañas.
El perro continúa ladrando al que pasa y lamiendo la
mano al que pega.
¿Evolución progresiva? Sin duda. Mas en el correr de los
tiempos la improba labor emancipadora apenas se advierte;
¡tan aferrados estamos a la sinrazón de nuestra razón y al
oropel de nuestra ciencia! Es difícil ser nuevo con todo el
bagaje tradicional a cuestas, arriesgando ponerse delante de
la corriente de los siglos, temerario lanzarse al ignoto futuro.
Más fácil y más cómodo y más tranquilo es dejarse conducir
y bailar al son que nos tocan. Tenemos demasiado de rebaño.
Y los hay que tienen mucho de danzantes. No faltan tampoco
los malos cómicos ni los cínicos explotadores de la Ignorancia
y de la simpleza popular.
¿Vida libre? ¿Igualdad de condiciones? ¿Solidaridad hu-
mana? ¡Bah! Desvarios de manicomio. Las viejas rutinas; eso
es lógica, sabiduría y ciencia.
Mañana como hoy y hoy como ayer, quieren los imbéciles
que el perro ladre al que pasa y lama la mano al que le pega
Aunque el perro se llame hombre.
(«ACCION LIBERTARIA», núm. 1. Madrid 23 mayo 1913.)
COMO SE AFIRMA UN MÉTODO
Ricos somos en ideas, pobres en hechos. Hasta la razón
llegan con bastante facilidad los teoremas de la lógica ideal;
más el rigorismo de la práctica encuentra difícilmente anchos
caminos donde esparciarse. Los que dejamos vagar la imaginación
por el edén del porvenir soñado, ¡con cuánta frecuen-
cia en la brutal realidad damos de bruces sin percatarnos de
la irreductible contradicción de nuestra conducta!
Propagadores de ideales nuevos, ponemos casi siempre
manos a la obra sin que acertemos a diferenciarnos, en los
detalles mil de la realidad, de aquellos otros que fieles a la rutina piensan y sienten y ejecutan al unisono como modelados e Inspirados por la más intima concordancia entre la idea y el hecho. Cristalizan éstos en el pasado; se están formando aquéllos con los yugos del presente y las brisas del porvenir. Somos el hoy que sueña en el mañana. ¡Qué mucho
que la contradicción sea flagrante!
Mas en el Imperio de la razón, la consecuencia obliga.
Hay necesidad de que el idealismo declamatorio, al continuo
proclamar las excelencias de un principio, al reiterado pregón
de las aspiraciones nuevas, respondan los hechos afirmando con su lógica cerrada aquellos o aquel método según que la vida futura ha de desenvolverse a la medida de nuestras concepciones.
De todas las cracias y de todos los ismos que determinan
nuestra mentalidad o nuestro ideal, son los más eficaces
aquellos que encuentran mantenedores decididos en el terre-
no de la práctica. Una democracia que gana en jerarquías a los
mismos poderes caducos; un socialismo que en materia de disciplina no tlene nada que envidiar al ejército mejor organizado; un anarquismo que, pasándose de listo, establece oligarquías disimuladas podrán vivir saturados de grandes, muy grandes ideas, pero no acertarán jamás a afirmar su grandeza en el ambiente de la vida, no lograrán jamás traducirse en hechos, sugestionando y arrastrando tras si a la gran masa que carece de tiempo para entregarse a estudios filosóficos.
Hav un libro inmenso, más elocuente que ninguno: el
libro de todos, de la experiencia de todos. Que vayan unos
cuantos a buscar entre las páginas del pobre saber humano
la esencia misma de todas las razones no se las escribe en el libro universal de la realidad ambiente, de la práctica cotidiana
Caen, pues, las democracias porgue el ideal no tiene traducción
eficaz en la experiencia, porque la realidad no corresponde a lo soñado, aún cuando aquella sea fiel trasunto de un peincipio filosófico bien preciso. Fracasa igualmente el socialismo
cuando las gentes se percatan de que los adeptos
de la buena nueva social no son sino tristes pÍagios de las cosas de
antaño y de las cosas de hogaño.Fracasa. Igualmente el anarquismo
cuando, a poco que se hurgue, se encuentra en sus
mantenedores, próximo a la corteza libertaria, el material
leñoso y el corazón del autoritarismo.
Confiados todos en el milagro de la transformación
se verifique como poe encanto, damos riendas sueltas a las
palabras bellas, a las declaraciones tribunicias, a las ardorosas afirmaclones de la eterna aspiraclón, sin que en la realidad se produzca ni un solo conato de experiencia del método de práctica del principio. Y aun para engañarnos, buscamos fáciles explicaciones a nuestra falta de correlación y creemos haber hecho todo cuando nos lavamos de toda culpa en el Jordán del medio ambiente.
En realidad de verdad, no se afirma así el porvenir.
Buenas son las razones que sensibilizan el entendimiento, mejores los hechos que en él se gravan para no borrarse jamás
No es suficiente para afirmar la aspiración anarquista aducir
razones sobre razones y amontonar las pruebas dialécticas
En este terreno permanecería mucho tiempo como diletantismo de un puñado de Innovadores. Es necesario, además,
que los adeptos de aquel ideal lleven a la vida ordinaria,
sobre todo a la vida societaria, las prácticas, todas las prácticas posibles del método preconizado. Es necesario que vean
las gentes y cien grupos, una asociación grande o chica y
una o más federaciones de grupos, de colectividades cualquiera que sea su naturaleza y cualesquiera que sean sus
fines. Es necesario que vean las gentes como sin previos
reglamentos y sin imposiciones del número los hombres pueden
coordinar sus fuerzas y realizar una labor común Es
necesario que vean las gentes cómo la solidaridad puede ser
un hecho, con las limitaciones naturales del Estado social
presente, sin esas monstruosas ordenanzas que van señalando
paso a paso y minuto a mlnuto el modo y la forma de que el
individuo traduzca aquello mismo que lleva en su constitución
y en su sangre y, por añadidura, en su entendimiento
El anarquismo, como cualquiera otra doctrina, ha de llegar
a la universalidad de las gentes por la mediación de la experiencia.
Es indispensable que se le lea en este gran libro, ya
que, Por otra parte, no todos pueden Ir a buscarlo en los
tratados de filosofía o de ciencia,
Larga, muy larga, será quizá esta obra. Tan larga como
se quiera, demanda toda nuestra paciencia y toda nuestra
perseverancia. Es asi como se afirma un método y es así
como quisiéramos ver a cada momento traducido el ideal.
Bajo ningún pretexto es disculpable que llevemos en los
labios la palabra libertad sín que los hechos respondan de
que son sinceras. No hay motlvo de táctica, ni escusa de
gastada habilidad que Impida a un anarquista, cuando realiza
una obra de asociación, de propaganda o de lo que fuere,
realizarla conforme al método que ensalza y encomía.
-Somos ricos en palabras y en ideas- Seamos ricos en he-
chos. que es asi como mejor se afirma el ideal
«ACCIÓN LIBERTARIA», núm. 20. Madrid 3 octubre 1913.)
Sin socialismo no hay democracia, sin democracia no hay socialismo.
Mi ideario político y económico en mi blog:
http://blasapisguncuevas.blogcindario.c ... alista.pdf Modificado en los dos últimos meses. Más de 1400 artículos de lo más diverso.
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- Hayis Mc Maton
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resp
LA COOPERACION LIBRE Y LOS SISTEMAS DE COMUNIDAD
Me advierten algunos amigos la necesidad de que este
trabajo sea precedído de un corto resumen explicando la
posíción mutua de los partidos comunistas y colectivistas
, porque ésta última especie de anarqismo no es bien
conocido fuera de España, donde se entiende siempre
por colectivismo el marxismo y no se explica cómo se
puede ser colectivista y anarquista al mismo tiempo.
Para los anarquistas que pertenecieron a la Primera
Internacional tal aclaración es innecesaria, porque el colecti-
vismo anarquista es una reminiscencia de los principios de
asociación. Los anarquistas se decían entonces colectivistas
lo mismo que los marxistas. La idea de comunismo libre no se formuló
hasta más tarde, y España es uno de esos países donde
penetró mucho después. La antigua Federación de trabajadores
afiliada a la internacional se decía de anarquista y colectivista
y siguió en su totalidad la tendencia de Bakunin cuando la ruptura
de la Haya. Anarquista y colectivista continúa aún después de disuelta la
Internacional. En 1882 y en el congreso de Sevilla, se formuló
por primera vez la idea del comunismo, entonces bastante
autoritaria en el fondo. Pero el órgano del Congreso se pronunció
en contra de esta tendecia.
Naturalmente, la idea del colectivismo anarquista difiere mucho
del colectivismo marxista. Nada de organizaación estatista,
de retribución acordada por órganos directivos en aquél.
La base principal del colectivismo anarquista es el principio
del contrato para regular la producción y la distribución.
Los colectivistas sostienen la necesidad de organizar,
mediante
pactos libres, grandes federaciones de producción,
de tal modo que ni ésta ni la distribución marchen
o se libren al azar, sino que sean el resultado
de la combinación de las fuerzas y de las indicaciones de las estadisticas.
No acepta el principio comunista «a cada uno según sus
necesidades», y si bien al comienzo afirmaba el lema
« a cada uno según sus obras actualmente se contenta
con establecer que tanto
los indíviduos como los grupos resolverán el
problema de la distribución por medio de convenios, libremente
consentidos conforme a sus tendencias, necesidades y
estado de desenvolvimiento social. En conclusión, el colecti-
vismo anarquista aspíra a la organización espóntanea de la
sociedad mediante libres pactos, sin afirmar ni procedimien-
tos ni una resultante obligada. En este sentido, la actual
tendencia de los que se dicen anarquistas sin adjetivo alguno
es también una reminiscencia del colectivismo. El comunismo
anarquista en España difiere del colectivismo, en la nega-
ción, para ahora y para el porvenir, de toda organización.
Extremando las conclusiones del comunismo de otros países,
sin duda por el antagonismo colectivista, llega a la afirma-
ción del individualismo en absoluto. Especialmente en algu-
nas ciudades de Andalucía y en ciertas de Cataluña, son
los comunistas por completo opuestos a toda acción concertada
Para ellos en el porvenir no habrá más que producir como
se quiera y tomar del montón lo que se necesite, y piensan
que en el presente todo acuerdo, toda alianza, es nociva.
Realmente esta especie de comunismo es resultado de
una gran falta de estudio de la cuestión, mezclada con buena
dosis de dogmatismo doctrinal. Claro es que hay en España
comunistas bien conscientes que no echan en olvido las difi-
cultades y la impotencia del problema de la distribución;
pero con éstos, como con los colectivistas desapasionados, no
hay lugar a polémica, porque concuerdan en muchos puntos
de vista. Más aparte ésto, puede decirse que el comunismo
en España es demasiado elemental, demasiado simple para
que pueda ser presentado como concepción completa de la
sociedad futura, porque tan pronto toca los linderos del anar-
quismo nietzscheano como se funda en el autoritarismo más pernicioso,
De hecho, el colectívismo y el comunismo adolecen de los defectos
que se derivan de toda polémica continuada. la exageración y fanatismo doctrinal. Quizá por la exageración metódlca del colectivismo se produce en el comunismo la exageración atomística que reduce la vida social
a la independencia absoluta del individuo y reciprocamente.
Tal vez sin el antagonismo de las dos escuelas cualquier dife-
rencia quedaría reducida a una cuestión de palabras, pero
actualmente ambas tendencias son irreductibles. De un lado,
la necesidad de organizar, de concertar la vida social entera
de otro lado, la afirmación de gue produciendo y consumiendo
al azar, como cada uno lo entienda, se obtendrá la armonía
social apetecida.
En los detalles y en las cuestiones de procedimiento los
dos partidos difieren aun más, hasta el punto de que no le
falta razón al órgano del socialismo marxísta en España --
que se dice indiferentemente colectivista y comunista -- para
sostener que los anarquistas perdemos lastimosamente el
tíempo discutiendo las quinta-esencias de un porvenir que
nadie puede determinar de antemano o a priori. Es todo lo
que puedo decir acerca de la posición respectiva de Íos dos
partidos o escuelas, de
ntro de las limitadas condiciones de
este trabajo.
Entiendo por cooperación libre el concurso voluntario de
un número Indeterminado de hombres para un fin común.
Por comunidad, todo método de convivencia social que
descanse en la propiedad común de las cosas. Y siempre que
haga uso de la locución sistemas de comunidad» sera para
designar algunos o todos los planes previos de comunidad
o lo que es lo mismo, determinados a priori. Hago estas
aclaraciones porque es muy esencial entenderse acerca del
significado de las palabras.
Hay entre nosotros, anarquistas, comunistas, colectivistas
y anarquistas sin adjetivo alguno. Con la denominación de
«socialismo anarquista» existe un grupo bastante
numeroso que rechaza todo exclusivismo doctrinal y acepta
un programa bastante amplio para que en principio queden
anuladas todas las divergencias. La denominacion socialista,
por su carácter genérico, es más aceptable que cualquiera de
las otras.
Pero como, de hecho, las diferencias doctrinales persisten,
conviene analizar, sin compromisos, las ideas a intentar
el acuerdo eliminando las causas de divergencia. Aparte la
fracción individualista, todos los anarquistas somos
socialistas. todos estamos por la comunidad. Y digo todos,
porque el colectivismo, tal como lo entienden los anarquistas espa-
ñoles, es un grado de la comunidad, que a su vez los que
se denominan comunistas no traducen del mismo modo.
Hay pues, un principio común. Los diferentes nombres que
nos damos no hacen sino revelar distintas Interpretaciones,
porque para todos es primordial la posesión en común de la
tierra, instrumentos de trabajo, etc. Las diferencias surgen
tan pronto se trata del modo o modos de producir y distribuir
La disparidad de opiniones se hace sensible porque
propendemos por educación al dogma y cada uno trata de siste-
matizar desde ahora, la vida futura, un poco descuidados
de la necesaria consecuencia con la idea anarquista. No es,
a mi parecer, razonable tal disparidad de opiniones por pre-
ferencias hacia determinados sistemas. Entiendo que la
afirmación de éstos es contradictoria con el principio radlcal de
la libertad y que, por otra parte, no es indispensable aquella
afirmación a la propaganda de nuestras ideas. Es muy sen-
cillo hacer entender a las gentes menos cultas que las cosas
se harán de tal y cual modo en lo porvenir, pero equivale
simplemente a remachar su educación autoritaria hacerles
concebir que se harán así y no de otra manera
Se dice con suma facilidad que cada uno gozará del producto íntegro de
su trabajo, o que cada uno tomará lo que necesite donde lo
encuentre; pero no tan fácilmente se explica cómo se hará
esto sin perjuicio para nadie, ni cómo todos los hombres se
conformarán,a obrar de uno u otro modo. Necesitamos por
el contrario, llevar a tos cerebros la idea de que todo habrá
hacerse conforme a la voluntad de los asociados en cada
momento y en cada lugar; necesitamos hacer que se com-
prenda lo más posible la necesidad de dejar a los hombres
en completa independencia de acción; y no es ciertamente
atiborrando las inteligencias de planes previos como se les
educará en los principios anarquistas. Esta labor es más
complicada que aquella otra; hace menos asequible la com
prensión de las ideas anarquistas; pero es la que corresponde
a su afirmación de un modo mejor en el que la autoridad
organizada haya sido reducida a cero Y puesto que este
modo de entender la propaganda es. Seguramente común
a todos nosotros y está iniciada la corriente de opinión
favorable ampIitud de concepto en materia económica, juzgo
saludable que todos contribuyamos a que la propaganda se
oriente cada vez más en sentldo antidogmático
y antiautoritario. Esto es que me propongo al tratar el tema
que sirve de epigrafe a estos renglones,
Si afirmamos la libertad en el sentido de que cada
individuo y cada grupo pueda obrar automáticamente en cada
instante y la afirmamos todos, es claro que queremos los
medios de que tal autonomía sea practicable.
Y porque los queremos somos, sin duda, socialistas esto
es, afirmamos la justicia y la necesidad de la posesión común
de la riqueza, porque sin la comunidad, que significa igualdad
de medios, la autonomía seria Impracticable.
Entendemos, creo que sin discrepancia, por comunidad
de la riqueza la posesión en común de todas las cosas de
tal modo, que estén a la libre disposición de individuos y
grupos. Esto supone que será menester establecer la opor-
tuna inteligencia para hacer uso metódico de la facultad de
disponer libremente de las cosas. La investigación de las
formas posibles de aquella necesaria inteligencis dan origen
a las diferentes escuelas señaladas.
Se trata, pues. de cuestiones de pura forma.
¿Será necesario a partir de nuestras afirmaciones genui
namente socialistas, sistematizar la vida general en plena
anarquía? ¿será necesario decidirse desde ahora por un
sistema especial de práctica comunista? ¿Será necesario traba-
jar para la mplantaciónde un método exclusivo?
Si lo fuera estaría justificadala, existencia de tantos
partidos anarquistas-como ideas económicas dividen nuestras
opiniones..
Por otra parte,demostraríamos con tales propósitos que
pretendíamos algo más que la igualdad de medios como
garantía de la libertad: demostraríamos que tratábamos de
dar una regla a la libertad misma; mejor dicho a su ejercicio.
Sistematizar el ejercicio de la autonomía es contra-
dictorio. Libre el individuo y libre el grupo, nada puede
obligarle a adoptar tal o cual sistema de convivencia
social. Nada será asimismo bastante poderoso para- determi-
nar una dirección uniforme de la producción y distribución de la riqueza.
Puesto qué afirmamos la total autonomía individual y
colectiva, habremos de admitir, en consecuencia, la facultad
en todo el mundo de proceder como quiera, la posibilidad de
que unos obren de un modo y otros de otro, la evidencia de
múltiples prácticas, cuya diversidad no será obtáculo a la
resultante de armonía y paz social a que aspiramos. Habremos,
pues, de admitir, en resumen, él principio de la cooperación
libre, fundada en la igualdad de medios, sin que sea
necesario ir mas lejos en las consecuencias prácticas de la
idea.
, .¿Por qué el anarquismo ha de ser comunista o colectivista?
La sola enunciación de esas palabras produce en el
entendimiento la imagen de un plan , preconcebido y de un
sistema cerrado. Y nosotros, anarquistas, no somos sistemáticos.
no preconizamos infalibles panaceas, no construimos
sobre movedizá arena castillos que derribará él más leve
soplo del porvenir cercano. Propagamos la libertad de hecho
la posibilidad de obrar libremente en todo tiempo y en todo
lugar. Esta posibilidad será efectiva para el pueblo tan pronto
se halle en posesión de la riqueza y de ella pueda, disponer
sin que nada ni nadie se lo estorbe. Y será tanto más efectiva
cuanto más el pueblo pueda libremente concertar los
medios de metodizar la producción y distribución de la
riqueza puesta a su alcance.
Nosotros, anarquistas, podremos decir entonces al pueblo
«Haz lo que quieras; agrúpate como te plazca; arregla tus
relaciones para el uso de Ía riqueza como creas conveniente;
organiza la vida de la libertad como sepas y puedas». Y bajo
la influencia de las diferentes opíniones, bajo la influencia
del clima y raza. bajo la influencia del medio físico y del
medio social, se producirá la actividad en múltiples
direcciones, se aplicarán diferentes métodos y también, a la larga,
la experiencia y las necesidades generales determinarán
armónicas y universales soluciones de convivencia social.
Obtendremos por la experiencia, parte, por lo menos, de lo
que no lograremos con todas las discusiones, y todos los
esfuerzos intelectuales posibles.
La afirmación de que «todo es de todos» no implica que
cada uno pueda disponer de todo arbitrariamente o conforme
a una regla dada. Significa solamente que estando la riqueza
a la libre disposición de los individuos, queda a la merced de
éstos la organización del disfrute de las cosas.
La investigación de las formas de organizar este disfrute
es ciertamente útil y necesaria, sobre todo a titulo de estudio,
no a titulo de imposición doctrinal. Pero esta misma investi-
gación no dará ni es preciso que dé por resultado unanimidad
de opiniones, ni es deseable que determine un credo social.
En materia de opiniones es preciso ser respetuoso con todas.
La libertad de llevarlas a la práctica es la mejor garantía de
este respeto.
En una sociedad como la que preconizamos, la diferente
naturaleza, de los trabajos obligará, en unos casos, a turnar
en la ejecución ciertas tareas; obligará, en otros, al volunta-
riado. Ya será necesario que un grupo se ocupe permanente-
mente de tales labores; ya que tales otras se ejecuten, alter-
nando, por varias agrupaciones. Aquí la distribución podrá
seguir el procedimiento comunista, que la abandona a las
necesidades, mejor seria decir a las voluntades de los indivi-
duos. Allá será preciso reducirse voluntariamente a una regla
cualquiera, como el razonamiento u otra semejante. ¡Quién
es capaz de abarcar el conjunto de toda la vida futura!
Podrá decírseme que todo lo expuesto es, sencillamente,
comunismo. En este supuesto, el colectivismo es también
comunismo, y recíprocamente. No hay más que diferencia
de grado. Y lo que trato de probar es la contradicción en que
se incurre cuando a la palabra anarquía se asocia un sistema
cerrado, invariable, uniforme, sujeto a reglas predeterminadas.
Podrá estar en el cerebro de todos nosotros este espíritu
de amplia libertad, este criterio general que designo con el
nombre de cooperación libre; pero los resultados prácticos
demuestran que, más o menos, a las palabras comunismo,
colectivismo, etc., se asocia la idea de un plan completo de
convivencia social, fuera del que todo es erróneo. Nuestras
luchas se derivan precisamente de esa asociación de ciertas
ideas a ciertas palabras donde todo exclusivismo tiene su
asiento. Y cuando a la propaganda se llevan particularismos
de escuela, los resultados son fatales, porque en vez de hacer
anarquistas conscientes, hacemos fanáticos del comunismo A
o fanáticos del comunismo B, fanáticos, en fin, de su dogma,
cualquiera que sea.
A las razones, que pudiéramos llamar de orden interior,
ya expuestas, habré de añadir otras de orden general que
corroboran mis deducciones.
La experiencia actual y la experiencia histórica — de las
que la experiencia del porvenir no s:erá más que el corolario
— serán puestas a contribución.
Donde quiera que un sistema ha predominado o predi-
mina, los hechos están muy lejos de seguir reglas invariables.
El principio es, generalmente, uno; las experiencias prácticas
varían notablemente, desviándose del punto de partida. Del
comunismo de algunos pueblos sólo puede obtenerse una
característica ideal. En los hechos no hay comunismo igual
a otro comunismo. En todas partes se hacen concesiones al
individualismo, pero en grado muy diverso. La reglamenta-
ción de la vida oscila desde el libre acuerdo hasta el despo-
tismo más repugnante. Desde los esquimales, que viven en
comunidades libres, hasta el comunismo autoritario del anti-
guo imperio peruano, la distancia es enorme. Y no obstante,
las prácticas del comunismo se derivan de un solo principio:
el derecho eminente de la colectividad. Este principio no
subsiste, empero, sin limitaciones esenciales. En todas partes
las reservas en beneficio de la individualidad son numerosas.
En unos casos es de propiedad privada la casa y el jardín.
En otros, la comunidad no alcanza sino a una porción de la
tierra, reservándose las otras el Estado y los sacerdotes o los
guerreros. Finalmente, los esquimales, en sus libres comuni-
dades, reconocen en el individuo el derecho a separarse de la
comunidad y establecerse en otra parte, cazando y pescando
a su riesgo. Cualquiera puede, continuando esta excursión
por los dominios de la sociología y de la historia, convencerse
de lo trabajoso que es explicarse como prácticas tan contra-
rias proceden de un principio común.
Del mismo modo, el régimen individualista se halla en
ciertas regiones más cerca del comunismo que del individua-
lismo propiamente dicho. La propiedad en muchos casos, se
reduce a la posesión o al usufructo que el Estado, a voluntad,
concede o retira. En otros, el uso de la tierra se da por repar-
tos periódicos, porque teóricamente se dice que e1 suelo es
de todos.
Si analizamos la experiencia actual del individualismo
industrial y agrícola, veremos que el principio o regla es
uno. el derecho a la propiedad exclusiva y absoluta de las
cosas, pero que los métodos de aplicación varían de país a
país y de pueblo a pueblo. No obstante el empeño de unifica-
ción de los legisladores, el poder absorbente y unitarista del
Estado, las leyes son un verdadero maremagnum y los usos
y costumbres en la industria, en la agricultura y en el co-
mercio tan opuestos entre si, que lo que es equitativo en un
lugar se tiene por injusto en otro.
Hay países donde la asociación obra milagros y otros
donde, cada cual prefiere luchar solo en beneficio suyo exclu-
sivo. Comarcas enteras pertenecen en una misma nación, a
una docena de individuos, mientras otras están subdivididas
en pequeñísimas parcelas. Aquí prevalece la grande industria;
allá perdura el antiguo artesano, trabajando en su pequeño
taller. La transmisión de la propiedad reviste las más varia-
das formas. Y en cuanto a las rentas cobradas por el señor
que goza del derecho eminente, han desaparecido o se han
transformado en unos sitios, persisten invariables en otros.
¿Será necesario consignar que ningún Estado sedicente
civilizado es por completo individualista? No obstante el de-
recho al uso y al abuso de las cosas, el poder público invade
a cada paso el derecho de los ciudadanos. Por causa de utili-
dad general se establece la expropiación, recayendo de nuevo
en el principio comunista del derecho eminente de la colec-
tividad. Por otra parte, una porción considerable de la riqueza
es de uso común en los países civilizados; y gran número
de instituciones, comunidades son que viven en medio del
individualismo moderno.
Creo inútil aducir pruebas que están al alcance de todo
el mundo. Me limito a indicar un proceso y sacar las con-
clusiones.
De las experiencias expuestas deduzco que el porvenir se
desenvolverá según un principio general: el de la posesión
común o colectiva — ambos términos son para mi equiva-
lentes — de la riqueza y que prácticamente este principio se
traducirá en métodos diversos de producción, distribución y
consumo, métodos todos de libre cooperación.
Esta misma deducción resulta inmediatamente del prin-
cipio de libertad que nos es tan caro. Y ahora puedo agregar
que la diversidad de experiencias individualistas o comunistas
contenidas en el pasado y en el presente, no son sino la
consecuencia obligada del principio de libertad superviviente
en la especie humana, a pesar de todas las coacciones. El
Individuo, y lo mismo el grupo, tienden a darse siempre su
norma de vida, a regirse, según sus opiniones, sus gustos y
sus necesidades. Y aún cuando esté reducido a la imposición
de un sistema, librará su existencia dentro de éste y contra-
viniéndolo con arreglo todo lo más posible a dichos gustos,
necesidades y opiniones. Tal ocurrió antes, tal ocurre ahora,
tal pensamos ocurrirá después.
Frente, pues, a la invariabilidad sistemática, frente a
todos los exclusivismos de doctrina, creo haber establecido
que el corolario de la anarquía es la cooperación libre, dentro
la que toda práctica de comunidad tiene espacio adecuado.
Y pienso que bajo la denominación «socialismo anarquista»
podemos y debemos agruparnos todos.
Languidecen actualmente las luchas de exclusivismo doc-
trinal; mi deseo es haber contribuido a que desaparezcan por
completo.
La, afirmación del método de cooperación libre es genuí-
namente anarquista y enseñará, a los que a nosotros vengan,
que no decretamos dogmas ni sistemas para el porvenir y
que la anarquía no es una apariencia de la libertad, sino la
libertad en acción.
(Memoria al Congreso revolucionario internacional de París. Ma-
yo de 1900.)
EL PRINCIPIO DE LA RECOMPENSA
Y LA LEY DE LAS NECESIDADES
La, organización social y política del mundo civilizado
descansa en una variable noción del Derecho. Los pueblos
salvajes rigense todavía por el invariable derecho de la
fuerza. Teóricamente, estas dos aspiraciones, que son toda
la filosofía y toda la ciencia en boga, resuélvense en una
radical oposición que supone como triunfo definitivo de la
Justicia el régimen perpetuo del Derecho.
Los programas políticos y las tesis filosóficas parten del
prejuicio universal de que la realización del Derecho es la
finalidad tangible del progreso humano. Los tiempos bárbaros
corresponden a la fuerza bruta; los tiempos modernos a la
evolución indefinida de la Justicia. ¿Estamos seguros de la
legitimidad de esta idea? ¿No será el producto bastardo de
un concubinato Infame?
Se considera al hombre como miembro social cuyas fun-
ciones están dadas de antemano por la ley común. El Derecho
es el resultado de una legislación y un producto de la combi-
nación numérica. Los metafisicos sutilizan hasta reducirlo a
una nebulosa. Toda irreverencia hacia el moderno ídolo,
traducción política del indeciso dios de los idealistas, es
gravísimo pecado que la sociedad castiga con mano fuerte.
Admira la facilidad con que una palabra gobierna al
mundo. ¿Qué es el Derecho más que la fuerza organizada?
Apenas un pueblo abandona el estado salvaje y se constituye
en nacionalidad, apresúrase a codificar la fuerza, regulando
su ejercicio. Antes la fuerza era el elemento de lucha de que
todos disponían a su antojo; es, luego, patrimonio conferido
a unos pocos, mediante leyes y decretos del Poder, creado
y mantenido por la fuerza. Todos los reglamentos y códigos
no son más que reconocimiento y sanción de actos de fuerza;
la Constitución, su ley suprema. Existen ciertamente diferen-
cias, pero más aparentes que reales; consisten en que cada
ley o constitución, código o reglamento, reflejan no el con-
cepto cerrado de la fuerza primitiva, sino aquel otro que
cada tiempo elabora para el gobierno del mundo; consisten
también en la diferente manera del ejercicio de la fuerza.
La suavidad en las formas, el disimulo, al exterior distingue
esta época de las precedentes. Cierto que el señor de horca
y cuchillo, de vidas y haciendas', no se parece al panzudo
burgués de nuestros días que envenena con los productos
que fabrica o vende, o mata por avaricia, o sacrifica en el
pozo de una mina centenares de existencias con tal de
obtener mayores rendimientos. En el fondo, el burgués, como
el señor feudal, se amparan en la fuerza. Hoy se llama a
ésta Código, Ley, Constitución. El progreso se reduce a la
exaltación del barbarismo primitivo a principio de justicia
inmutable.
¿Cómo ha escapado a la critica de la filosofía y de la
democracia este hecho evidente?
La tradición sirve de punto de partida al progreso, y,
naturalmente, si las causas de la injusticia prevalecen,
prevalecerá la injusticia también.
Dar a cada uno lo suyo, ¿equivale a instituir una serie
de preceptos con arreglo a los cuales pueden
morirse de hambre millones de personas?
El error es grave. Dicese que el hombre viene al mundo
social con derechos y deberes. Mas ¿no nace en el mundo
físico con necesidades que_satisfacer?
Por lo menos, en un principio, el ejercicio de la fuerza
tenia su excusa en la. satisfacción de las necesidades. Hoy
preténdese escudarlo.en una ficción melafisica. estamos por
decir teológica, A fuerza de hablar de derechos y deberes, a
fuerza de edificar castillos sobre una preocupación universal
a fuerza de sutilizar sobre la naturaleza de esta preocupación,
hase olvidado al hombre como organismo fisiológico, como
animal. El ciudadano no es una indvidualidad orgánica que
siente necesidades reales y efectivas; es un ente de razón'ç
producto de elucubraciones extravagantes. ¡Con qué cómica
graveda se habla de los derechos del ciudadano! ¡Con qué.
huera palabrería se encarece la libertad individual! Los dere-
chos del ciudadano son siempre ilusorios, palabras bien
sonantes que acarician el oído engañando al oyente,. La
libertad es el cebo con que se caza a los incautos o jaula de
pajaro hambriento. En el orden político el derecho es la
consagración de la_esglavltud voluntaria: el ciudadano se
somete hasta el punto de elegir sus amos. En el económico,
la libertad es la cabala de la servidumbre: el ciudadano, para
vivir, ha de someterse al jornal y sufrir la misería; ni aun
le queda la facultad de valorar su trabajo,
puesto que sino le acomoda al patrón tendrá que cruzarse. de brazos.
En el social, resumen y compendio de la vida política y económica,
el espíritu de casta, todavia poderoso, y la efectiva, exisencia
de clases, son la más completa confirmación de que la fuerza
es el único derecho que subsiste a través de los siglos es un
mundo semibárbaro que se precia de civilizado. No hable-
mos del orden religioso: nacemos y morimos con la envoltura
teológica de lo trascendente, sometidas la conciencia y la
acción a los mandatos y sugestiones de la casta sacerdotal.
Empeñado el idealismo político y filosófico, remedo del
religioso, en despojarnos de los atributos de la materia,
hemos convertido y ha convertido las ideas en sutiles abs-
tracciones que sólo viven en las sublimidades inaccesibles
de la mente de un puñado de visionarios. A una noción
metafísica del Derecho, corresponde la metafísica noción del
ciudadano.
Pero el hombre de carne y hueso subsiste, vive poderoso
con la excitación constante de necesidades físicas, morales e
intelectuales. En vano que demande satisfacción a los forja-
dores de leyes y códigos. El Derecho, que es toda la filosofía
de éstos, permanecerá insensible, sordo, ciego y mudo ante
los aldabonazos de la naturaleza. La fisiología de las fun-
ciones es una nigromancia para los sabios del clasicismo
El estómago, el corazón, el cerebro, ¿qué les importan?
Ellos no ven, no quieren ver en el hombre un animal
que come, siente y piensa. Prefiriéndolo ciudadano que vota,
obedece y trabaja. Por eso su lógica es la lógica de la propíe-
dad individual, del privilegio y de la sugestión religiosa.
Su mejor argumento es el fusil.
El principio de 'la recompensa, de donde se deriva el
Derecho, es el alfa y el omega de la ciencia social. En teoría
se remunera el trabajo por el gasto de energía que la labor
representa. Prácticamente, el trabajo es una mercancía cuyo
valor oscila a merced de la oferta y la demanda. Si el gasto
de energía no está en relación con las necesidades ni el
mercado da un precio suficiente a cubrir aquéllas, ¿qué les
Importa a los teorizantes? La sociedad, según ellos, no debe
, hacer más que esto: premiar el mérito, pagar el trabajo,
asalariar las actividades disponibles. La obra comienza en
la escuela. Se estimula a los niños con el higui de un premio
y por temor al castigo;' correlación necesaria se llama esta
figura. Así, la cuna del hombre se mece de la ambición al
miedo. Después se entrega el individuo al jornal, aumentando
éste a medida que la máquina humana produce más y mejor.
Asi, el trabajo no es para el hombre ejercicio saludable por
cuyo medio subviene a la satisfacción de necesidades que no
se tienen en cuenta, sino el potro donde se prueban sus
fuerzas para concederle o no un certificado de bestia. Para
aquéllos a quienes se supone excepcionalmente dotados, se
reserva el incentivo de la ganancia, del tanto por ciento.
Comerciantes e industriales cobran el premio de un latroci-
nio. Ni aun los artistas y los sabios escapan a esta regla.
El aplauso público y el favor oficial agradan porque signifi-
can una recompensa positiva inmediata. Sin el acicate de
la recompensa, no habría, según la tesis, niños aplicados,
hombres trabajadores, estudiosos, amantes de la belleza y
de la ciencia. Parece que la humanidad tiene sobre la tierra
el destino fatal de disputar un premio en un record sin fin.
Puede suceder o sucede que con tales enseñanzas se per-
vierta o se destruya la naturaleza del niño y se condene al
hombre al sacrificio de su organismo y de su personalidad, en
holocausto de organismos superiores, individualidades privi-
legiadas que se degradan por la avaricia o perecen por el har-
tazgo. El amor al trabajo, al estudio, al arte, desvíase por la
bajeza de los más ruines sentimientos. Nadie piensa en la na-
tural satisfacción de las necesidades propias y generales, sino
en la orgia de las riquezas, en la bacanal de todos los place-
res fáciles. El sabio y el artista, lo mismo que el obrero y el
niño, se pervierten por la corrupción que engendra el esti-
mulo, trasunto de un egoísmo insano que divide a los hom-
bres y los lanza a una guerra sin cuartel donde prevalecen
la fuerza y la astucia.
La humanidad se cansa ya de tanta ficción. Comienza
a comprender que cuando habla del derecho de manifestación,
que nada ni nadie puede destruir; que cuando se le encarece
la libertad de pensamiento y de acción, habría de hablársele
de la necesidad imperiosa de pensar y de obrar, que nada ni
nadie puede cohibir; que cuando se le canta el derecho al
trabajo, el derecho a la vida con música agradable de sirena,
debiera simplemente reconocerse la necesidad de trabajar
por la necesidad de vivir. Son funciones fisiológicas respecto
de las que la política y la filosofía representan una intrusión.
y no es éste un asunto de palabras sino cuestión honda de
Luego, Joaquín, para aprender lo mismo que Rosendo, tendrá
|que hacer un mayor esfuerzo intelectual. En suma, Joaquín
gastará más fuerza, más energía, tendrá por tanto, necesidad
de reponer una mayor cantidad de fuerza empleada, a fin
de devolver a su organismo el equilibrio. Pero según las
leyes anteriormente deducidas, Joaquín dispondrá de menos
elementos para satisfacer sus necesidades, para reponer sus
fuerzas quebrantadas. Luego, finalmente, se condena a
Joaquín a creciente incapacidad fisiológica y progresiva
miseria económica.
Resultado: que el princlpio de la recompensano no estimula,
ni al más fuerte, ni al más hábil, ni al más inteligente;
pero si reduce a impotencia absoluta y miseria perpetua
al débil, al inhábil y al torpe. Si para los primeros es fácil
obtener un buen premio, es claro que la promesa de
éste no los estimula. Si para segundos es casi imposible
conseguie el mismo premio, y de hecho lo obtienen
cada vez menor es evidente que los empuja hacia
la desesperación y al suicidio. Se pada, se nos dirá, la
aptitud, se retribuye el mérito, se recompensa la inteligencia.
Y bien: una mejor aptitud, una mejor disposición
para el trabajo, saignifica siempre menor gasto de energía;
por tanto, menos necesidades que satisfacer. Organismos
más ricos en propiedades vitales aquellos, mantiénense más fácilmente
que éstos. Dae más al que menos necesita equivale a colocar lo superfluo al lado de la miseria, en constante oposició
¿Qué paper desempeña en esta tremendá~antinomia una
noción cualquiera del Derecho?
Toda la filosofía idealista se derrumba ante observacio-
nes tan elementales. Ciencia que olvide que el hombre es
un animal con necesidades físicas, morales e intelectuales
vendrá forzosamente a tierra. Juristas y abogados, filósofos
y políticos, necesitan unas cuantas lecciones de fisiología
Cualquier organización social para ser duradera y equi-
tiva, ha de descansar en el reconocimiento de necesidades
individuales y ha de tener por objeto su mejor y más fácil
satisfacción. Organizar el trabajo es igual a organizar los
medios de satisfacer debidamente las necesidades generales
De aquí resulta que la organización de la sociedad se reduce
a la del trabajo y la distribución. Los infinitos modos de
arribar a este organismo que produce, distribuye y consume
son e lobjeto de la sociología, nueva ciencia que nace por
oposición al empirismo rutinario de la economía política
En vez de historiar los hechos cantando himnos de triunfo
al capitalismo y a la explotación, trátase hoy de Indagar
las leyes naturales que rigen el funcionalismo social cual
es la tendencia de la evolución económica y cómo se con-
quistará más rápida y seguramente el bienestar. No se estu-
dia lo que es sino para llegar a lo que debiera ser o, más
propiamente, a lo que será. El mundo actual desmorónase
bajo los certeros golpes de la critica. El mundo del porvenir
asoma en el horizonte sensible del positivismo cientillco.
Nadie más que los politicastros se ocupa ya de la organización
de los poderes y de la reglamentación de la vida social. La
investigación va por senderos más despejados. Inquiérese
afanosamente la forma de organizar la solidaridad humana,
haciéndola efectiva. Necesidades que satisfacer, funciones
que desempeñar, relaciones mutuas que convenir, propen-
diendo abiertamente a la libertad total del individuo y a la
igualdad de las condiciones, son los verdaderos términos del
problema que preocupa a la generación presente. Y en
orden tal de ideas novísimas y de aspiraciones generosas, la
jerga político-filosófica de los derechos y deberes, el aque-
larre de las leyes civiles, la grave y sesuda jurisprudencia
y el arrogante militarismo quedan descartados por inútiles
y por rancios.
El sacerdote, el soldado, el magistrado, el capitalista y
el gobernante han sido arrinconados al par que la rutina
de pretendidas ciencias. La ciencia nueva ocúpase preferen-
temente del pueblo en general y de sus necesidades y deman-
das. Ella no dice ni dirá tal vez en mucho tiempo cómo y
en qué forma un próximo porvenir realizará la Justicia. La
experiencia, por un proceso de selección irá determinando la
forma o formas más equitativas del desenvolvimiento del
bello y positivo ideal que implica una amplia satisfacción
de las necesidades generales. Nadie intenta ya forjar el
mañana con arreglo a moldes de exclusiva invención, porque
se ha comprendido que la humanidad no se ha conformado,
no se conforma, no se conformará jamás a los caprichos de
inventores de los sistemas sociales. Los decretos lanzados a
la posteridad son como burbujas de jabón que se disipan
en el aire.
Retrotraer el mundo a las condiciones regulares de un
funcionalismo natural es, probablemente, la verdadera solu-
ción del problema, ya que todos los artificios han fracasado.
El régimen gubernamental absoluto o parlamentario, perso-
nal o colectivo, no puede dar de si más que la pantomima
de la libertad civil y de la caricatura de la igualdad al par
que una anacrónica noción de la Justicia arrancada al prin-
cipio de la recompensa. Por ofra parte, el comunismo tradi-
cional, lo mismo que la servidumbre y el proletariado, no
produce ni producirán otra cosa que la miseria organizada.
A pesar de todo, los hombres superiores continuarán la
cantinela de nuestros derechos y deberes, más atentos, de
éstos que a aquéllos. Poco importa que todo cuanto
se deriva del derecho no haya logrado aumentar en una
parte infinitamente pequeña el bienestar de los pueblos;
nada dice a los sentidos que no haya hecho más que poner
impedimentos a una regular satisfacción de las generales
necesidades. Gobernados por la teología primero, por la
política después, se nos ha olvidado como hombres, para
esclavizarnos como bestias. La representación gráfica del
derecho es el látigo empuñado por un capataz de ingenio.
Continúen los hombres superiores su letanía. Rezan en
desierto, predican para sordos, pues que nadie los escucha.
De nuestra parte, .sacudiendo toda pretendida inferioridad,
recabamos obediencia a las leyes físicas que la ley civil
desconoce; pretendemos reintegramos a la naturaleza anu-
lada por el artificio gubernamental; tratamos de restituirnos
a la justicia por la libertad de acción más completa y la más
plena igualdad de condiciones económicas para la vida.
|Seres dotados de órganos adecuados a funciones físicas,
|morales e intelectuales, reclamamos la independencia total de
nuestra personalidad, condición Indispensable a la integración
de sus elementos constituyentes. Rompemos todas las ligaduras
que nos atan y seremos después de un largo cautiverio
corno esclavos, HOMBRES en la plenitud de sus facultades.
Me advierten algunos amigos la necesidad de que este
trabajo sea precedído de un corto resumen explicando la
posíción mutua de los partidos comunistas y colectivistas
, porque ésta última especie de anarqismo no es bien
conocido fuera de España, donde se entiende siempre
por colectivismo el marxismo y no se explica cómo se
puede ser colectivista y anarquista al mismo tiempo.
Para los anarquistas que pertenecieron a la Primera
Internacional tal aclaración es innecesaria, porque el colecti-
vismo anarquista es una reminiscencia de los principios de
asociación. Los anarquistas se decían entonces colectivistas
lo mismo que los marxistas. La idea de comunismo libre no se formuló
hasta más tarde, y España es uno de esos países donde
penetró mucho después. La antigua Federación de trabajadores
afiliada a la internacional se decía de anarquista y colectivista
y siguió en su totalidad la tendencia de Bakunin cuando la ruptura
de la Haya. Anarquista y colectivista continúa aún después de disuelta la
Internacional. En 1882 y en el congreso de Sevilla, se formuló
por primera vez la idea del comunismo, entonces bastante
autoritaria en el fondo. Pero el órgano del Congreso se pronunció
en contra de esta tendecia.
Naturalmente, la idea del colectivismo anarquista difiere mucho
del colectivismo marxista. Nada de organizaación estatista,
de retribución acordada por órganos directivos en aquél.
La base principal del colectivismo anarquista es el principio
del contrato para regular la producción y la distribución.
Los colectivistas sostienen la necesidad de organizar,
mediante
pactos libres, grandes federaciones de producción,
de tal modo que ni ésta ni la distribución marchen
o se libren al azar, sino que sean el resultado
de la combinación de las fuerzas y de las indicaciones de las estadisticas.
No acepta el principio comunista «a cada uno según sus
necesidades», y si bien al comienzo afirmaba el lema
« a cada uno según sus obras actualmente se contenta
con establecer que tanto
los indíviduos como los grupos resolverán el
problema de la distribución por medio de convenios, libremente
consentidos conforme a sus tendencias, necesidades y
estado de desenvolvimiento social. En conclusión, el colecti-
vismo anarquista aspíra a la organización espóntanea de la
sociedad mediante libres pactos, sin afirmar ni procedimien-
tos ni una resultante obligada. En este sentido, la actual
tendencia de los que se dicen anarquistas sin adjetivo alguno
es también una reminiscencia del colectivismo. El comunismo
anarquista en España difiere del colectivismo, en la nega-
ción, para ahora y para el porvenir, de toda organización.
Extremando las conclusiones del comunismo de otros países,
sin duda por el antagonismo colectivista, llega a la afirma-
ción del individualismo en absoluto. Especialmente en algu-
nas ciudades de Andalucía y en ciertas de Cataluña, son
los comunistas por completo opuestos a toda acción concertada
Para ellos en el porvenir no habrá más que producir como
se quiera y tomar del montón lo que se necesite, y piensan
que en el presente todo acuerdo, toda alianza, es nociva.
Realmente esta especie de comunismo es resultado de
una gran falta de estudio de la cuestión, mezclada con buena
dosis de dogmatismo doctrinal. Claro es que hay en España
comunistas bien conscientes que no echan en olvido las difi-
cultades y la impotencia del problema de la distribución;
pero con éstos, como con los colectivistas desapasionados, no
hay lugar a polémica, porque concuerdan en muchos puntos
de vista. Más aparte ésto, puede decirse que el comunismo
en España es demasiado elemental, demasiado simple para
que pueda ser presentado como concepción completa de la
sociedad futura, porque tan pronto toca los linderos del anar-
quismo nietzscheano como se funda en el autoritarismo más pernicioso,
De hecho, el colectívismo y el comunismo adolecen de los defectos
que se derivan de toda polémica continuada. la exageración y fanatismo doctrinal. Quizá por la exageración metódlca del colectivismo se produce en el comunismo la exageración atomística que reduce la vida social
a la independencia absoluta del individuo y reciprocamente.
Tal vez sin el antagonismo de las dos escuelas cualquier dife-
rencia quedaría reducida a una cuestión de palabras, pero
actualmente ambas tendencias son irreductibles. De un lado,
la necesidad de organizar, de concertar la vida social entera
de otro lado, la afirmación de gue produciendo y consumiendo
al azar, como cada uno lo entienda, se obtendrá la armonía
social apetecida.
En los detalles y en las cuestiones de procedimiento los
dos partidos difieren aun más, hasta el punto de que no le
falta razón al órgano del socialismo marxísta en España --
que se dice indiferentemente colectivista y comunista -- para
sostener que los anarquistas perdemos lastimosamente el
tíempo discutiendo las quinta-esencias de un porvenir que
nadie puede determinar de antemano o a priori. Es todo lo
que puedo decir acerca de la posición respectiva de Íos dos
partidos o escuelas, de
ntro de las limitadas condiciones de
este trabajo.
Entiendo por cooperación libre el concurso voluntario de
un número Indeterminado de hombres para un fin común.
Por comunidad, todo método de convivencia social que
descanse en la propiedad común de las cosas. Y siempre que
haga uso de la locución sistemas de comunidad» sera para
designar algunos o todos los planes previos de comunidad
o lo que es lo mismo, determinados a priori. Hago estas
aclaraciones porque es muy esencial entenderse acerca del
significado de las palabras.
Hay entre nosotros, anarquistas, comunistas, colectivistas
y anarquistas sin adjetivo alguno. Con la denominación de
«socialismo anarquista» existe un grupo bastante
numeroso que rechaza todo exclusivismo doctrinal y acepta
un programa bastante amplio para que en principio queden
anuladas todas las divergencias. La denominacion socialista,
por su carácter genérico, es más aceptable que cualquiera de
las otras.
Pero como, de hecho, las diferencias doctrinales persisten,
conviene analizar, sin compromisos, las ideas a intentar
el acuerdo eliminando las causas de divergencia. Aparte la
fracción individualista, todos los anarquistas somos
socialistas. todos estamos por la comunidad. Y digo todos,
porque el colectivismo, tal como lo entienden los anarquistas espa-
ñoles, es un grado de la comunidad, que a su vez los que
se denominan comunistas no traducen del mismo modo.
Hay pues, un principio común. Los diferentes nombres que
nos damos no hacen sino revelar distintas Interpretaciones,
porque para todos es primordial la posesión en común de la
tierra, instrumentos de trabajo, etc. Las diferencias surgen
tan pronto se trata del modo o modos de producir y distribuir
La disparidad de opiniones se hace sensible porque
propendemos por educación al dogma y cada uno trata de siste-
matizar desde ahora, la vida futura, un poco descuidados
de la necesaria consecuencia con la idea anarquista. No es,
a mi parecer, razonable tal disparidad de opiniones por pre-
ferencias hacia determinados sistemas. Entiendo que la
afirmación de éstos es contradictoria con el principio radlcal de
la libertad y que, por otra parte, no es indispensable aquella
afirmación a la propaganda de nuestras ideas. Es muy sen-
cillo hacer entender a las gentes menos cultas que las cosas
se harán de tal y cual modo en lo porvenir, pero equivale
simplemente a remachar su educación autoritaria hacerles
concebir que se harán así y no de otra manera
Se dice con suma facilidad que cada uno gozará del producto íntegro de
su trabajo, o que cada uno tomará lo que necesite donde lo
encuentre; pero no tan fácilmente se explica cómo se hará
esto sin perjuicio para nadie, ni cómo todos los hombres se
conformarán,a obrar de uno u otro modo. Necesitamos por
el contrario, llevar a tos cerebros la idea de que todo habrá
hacerse conforme a la voluntad de los asociados en cada
momento y en cada lugar; necesitamos hacer que se com-
prenda lo más posible la necesidad de dejar a los hombres
en completa independencia de acción; y no es ciertamente
atiborrando las inteligencias de planes previos como se les
educará en los principios anarquistas. Esta labor es más
complicada que aquella otra; hace menos asequible la com
prensión de las ideas anarquistas; pero es la que corresponde
a su afirmación de un modo mejor en el que la autoridad
organizada haya sido reducida a cero Y puesto que este
modo de entender la propaganda es. Seguramente común
a todos nosotros y está iniciada la corriente de opinión
favorable ampIitud de concepto en materia económica, juzgo
saludable que todos contribuyamos a que la propaganda se
oriente cada vez más en sentldo antidogmático
y antiautoritario. Esto es que me propongo al tratar el tema
que sirve de epigrafe a estos renglones,
Si afirmamos la libertad en el sentido de que cada
individuo y cada grupo pueda obrar automáticamente en cada
instante y la afirmamos todos, es claro que queremos los
medios de que tal autonomía sea practicable.
Y porque los queremos somos, sin duda, socialistas esto
es, afirmamos la justicia y la necesidad de la posesión común
de la riqueza, porque sin la comunidad, que significa igualdad
de medios, la autonomía seria Impracticable.
Entendemos, creo que sin discrepancia, por comunidad
de la riqueza la posesión en común de todas las cosas de
tal modo, que estén a la libre disposición de individuos y
grupos. Esto supone que será menester establecer la opor-
tuna inteligencia para hacer uso metódico de la facultad de
disponer libremente de las cosas. La investigación de las
formas posibles de aquella necesaria inteligencis dan origen
a las diferentes escuelas señaladas.
Se trata, pues. de cuestiones de pura forma.
¿Será necesario a partir de nuestras afirmaciones genui
namente socialistas, sistematizar la vida general en plena
anarquía? ¿será necesario decidirse desde ahora por un
sistema especial de práctica comunista? ¿Será necesario traba-
jar para la mplantaciónde un método exclusivo?
Si lo fuera estaría justificadala, existencia de tantos
partidos anarquistas-como ideas económicas dividen nuestras
opiniones..
Por otra parte,demostraríamos con tales propósitos que
pretendíamos algo más que la igualdad de medios como
garantía de la libertad: demostraríamos que tratábamos de
dar una regla a la libertad misma; mejor dicho a su ejercicio.
Sistematizar el ejercicio de la autonomía es contra-
dictorio. Libre el individuo y libre el grupo, nada puede
obligarle a adoptar tal o cual sistema de convivencia
social. Nada será asimismo bastante poderoso para- determi-
nar una dirección uniforme de la producción y distribución de la riqueza.
Puesto qué afirmamos la total autonomía individual y
colectiva, habremos de admitir, en consecuencia, la facultad
en todo el mundo de proceder como quiera, la posibilidad de
que unos obren de un modo y otros de otro, la evidencia de
múltiples prácticas, cuya diversidad no será obtáculo a la
resultante de armonía y paz social a que aspiramos. Habremos,
pues, de admitir, en resumen, él principio de la cooperación
libre, fundada en la igualdad de medios, sin que sea
necesario ir mas lejos en las consecuencias prácticas de la
idea.
, .¿Por qué el anarquismo ha de ser comunista o colectivista?
La sola enunciación de esas palabras produce en el
entendimiento la imagen de un plan , preconcebido y de un
sistema cerrado. Y nosotros, anarquistas, no somos sistemáticos.
no preconizamos infalibles panaceas, no construimos
sobre movedizá arena castillos que derribará él más leve
soplo del porvenir cercano. Propagamos la libertad de hecho
la posibilidad de obrar libremente en todo tiempo y en todo
lugar. Esta posibilidad será efectiva para el pueblo tan pronto
se halle en posesión de la riqueza y de ella pueda, disponer
sin que nada ni nadie se lo estorbe. Y será tanto más efectiva
cuanto más el pueblo pueda libremente concertar los
medios de metodizar la producción y distribución de la
riqueza puesta a su alcance.
Nosotros, anarquistas, podremos decir entonces al pueblo
«Haz lo que quieras; agrúpate como te plazca; arregla tus
relaciones para el uso de Ía riqueza como creas conveniente;
organiza la vida de la libertad como sepas y puedas». Y bajo
la influencia de las diferentes opíniones, bajo la influencia
del clima y raza. bajo la influencia del medio físico y del
medio social, se producirá la actividad en múltiples
direcciones, se aplicarán diferentes métodos y también, a la larga,
la experiencia y las necesidades generales determinarán
armónicas y universales soluciones de convivencia social.
Obtendremos por la experiencia, parte, por lo menos, de lo
que no lograremos con todas las discusiones, y todos los
esfuerzos intelectuales posibles.
La afirmación de que «todo es de todos» no implica que
cada uno pueda disponer de todo arbitrariamente o conforme
a una regla dada. Significa solamente que estando la riqueza
a la libre disposición de los individuos, queda a la merced de
éstos la organización del disfrute de las cosas.
La investigación de las formas de organizar este disfrute
es ciertamente útil y necesaria, sobre todo a titulo de estudio,
no a titulo de imposición doctrinal. Pero esta misma investi-
gación no dará ni es preciso que dé por resultado unanimidad
de opiniones, ni es deseable que determine un credo social.
En materia de opiniones es preciso ser respetuoso con todas.
La libertad de llevarlas a la práctica es la mejor garantía de
este respeto.
En una sociedad como la que preconizamos, la diferente
naturaleza, de los trabajos obligará, en unos casos, a turnar
en la ejecución ciertas tareas; obligará, en otros, al volunta-
riado. Ya será necesario que un grupo se ocupe permanente-
mente de tales labores; ya que tales otras se ejecuten, alter-
nando, por varias agrupaciones. Aquí la distribución podrá
seguir el procedimiento comunista, que la abandona a las
necesidades, mejor seria decir a las voluntades de los indivi-
duos. Allá será preciso reducirse voluntariamente a una regla
cualquiera, como el razonamiento u otra semejante. ¡Quién
es capaz de abarcar el conjunto de toda la vida futura!
Podrá decírseme que todo lo expuesto es, sencillamente,
comunismo. En este supuesto, el colectivismo es también
comunismo, y recíprocamente. No hay más que diferencia
de grado. Y lo que trato de probar es la contradicción en que
se incurre cuando a la palabra anarquía se asocia un sistema
cerrado, invariable, uniforme, sujeto a reglas predeterminadas.
Podrá estar en el cerebro de todos nosotros este espíritu
de amplia libertad, este criterio general que designo con el
nombre de cooperación libre; pero los resultados prácticos
demuestran que, más o menos, a las palabras comunismo,
colectivismo, etc., se asocia la idea de un plan completo de
convivencia social, fuera del que todo es erróneo. Nuestras
luchas se derivan precisamente de esa asociación de ciertas
ideas a ciertas palabras donde todo exclusivismo tiene su
asiento. Y cuando a la propaganda se llevan particularismos
de escuela, los resultados son fatales, porque en vez de hacer
anarquistas conscientes, hacemos fanáticos del comunismo A
o fanáticos del comunismo B, fanáticos, en fin, de su dogma,
cualquiera que sea.
A las razones, que pudiéramos llamar de orden interior,
ya expuestas, habré de añadir otras de orden general que
corroboran mis deducciones.
La experiencia actual y la experiencia histórica — de las
que la experiencia del porvenir no s:erá más que el corolario
— serán puestas a contribución.
Donde quiera que un sistema ha predominado o predi-
mina, los hechos están muy lejos de seguir reglas invariables.
El principio es, generalmente, uno; las experiencias prácticas
varían notablemente, desviándose del punto de partida. Del
comunismo de algunos pueblos sólo puede obtenerse una
característica ideal. En los hechos no hay comunismo igual
a otro comunismo. En todas partes se hacen concesiones al
individualismo, pero en grado muy diverso. La reglamenta-
ción de la vida oscila desde el libre acuerdo hasta el despo-
tismo más repugnante. Desde los esquimales, que viven en
comunidades libres, hasta el comunismo autoritario del anti-
guo imperio peruano, la distancia es enorme. Y no obstante,
las prácticas del comunismo se derivan de un solo principio:
el derecho eminente de la colectividad. Este principio no
subsiste, empero, sin limitaciones esenciales. En todas partes
las reservas en beneficio de la individualidad son numerosas.
En unos casos es de propiedad privada la casa y el jardín.
En otros, la comunidad no alcanza sino a una porción de la
tierra, reservándose las otras el Estado y los sacerdotes o los
guerreros. Finalmente, los esquimales, en sus libres comuni-
dades, reconocen en el individuo el derecho a separarse de la
comunidad y establecerse en otra parte, cazando y pescando
a su riesgo. Cualquiera puede, continuando esta excursión
por los dominios de la sociología y de la historia, convencerse
de lo trabajoso que es explicarse como prácticas tan contra-
rias proceden de un principio común.
Del mismo modo, el régimen individualista se halla en
ciertas regiones más cerca del comunismo que del individua-
lismo propiamente dicho. La propiedad en muchos casos, se
reduce a la posesión o al usufructo que el Estado, a voluntad,
concede o retira. En otros, el uso de la tierra se da por repar-
tos periódicos, porque teóricamente se dice que e1 suelo es
de todos.
Si analizamos la experiencia actual del individualismo
industrial y agrícola, veremos que el principio o regla es
uno. el derecho a la propiedad exclusiva y absoluta de las
cosas, pero que los métodos de aplicación varían de país a
país y de pueblo a pueblo. No obstante el empeño de unifica-
ción de los legisladores, el poder absorbente y unitarista del
Estado, las leyes son un verdadero maremagnum y los usos
y costumbres en la industria, en la agricultura y en el co-
mercio tan opuestos entre si, que lo que es equitativo en un
lugar se tiene por injusto en otro.
Hay países donde la asociación obra milagros y otros
donde, cada cual prefiere luchar solo en beneficio suyo exclu-
sivo. Comarcas enteras pertenecen en una misma nación, a
una docena de individuos, mientras otras están subdivididas
en pequeñísimas parcelas. Aquí prevalece la grande industria;
allá perdura el antiguo artesano, trabajando en su pequeño
taller. La transmisión de la propiedad reviste las más varia-
das formas. Y en cuanto a las rentas cobradas por el señor
que goza del derecho eminente, han desaparecido o se han
transformado en unos sitios, persisten invariables en otros.
¿Será necesario consignar que ningún Estado sedicente
civilizado es por completo individualista? No obstante el de-
recho al uso y al abuso de las cosas, el poder público invade
a cada paso el derecho de los ciudadanos. Por causa de utili-
dad general se establece la expropiación, recayendo de nuevo
en el principio comunista del derecho eminente de la colec-
tividad. Por otra parte, una porción considerable de la riqueza
es de uso común en los países civilizados; y gran número
de instituciones, comunidades son que viven en medio del
individualismo moderno.
Creo inútil aducir pruebas que están al alcance de todo
el mundo. Me limito a indicar un proceso y sacar las con-
clusiones.
De las experiencias expuestas deduzco que el porvenir se
desenvolverá según un principio general: el de la posesión
común o colectiva — ambos términos son para mi equiva-
lentes — de la riqueza y que prácticamente este principio se
traducirá en métodos diversos de producción, distribución y
consumo, métodos todos de libre cooperación.
Esta misma deducción resulta inmediatamente del prin-
cipio de libertad que nos es tan caro. Y ahora puedo agregar
que la diversidad de experiencias individualistas o comunistas
contenidas en el pasado y en el presente, no son sino la
consecuencia obligada del principio de libertad superviviente
en la especie humana, a pesar de todas las coacciones. El
Individuo, y lo mismo el grupo, tienden a darse siempre su
norma de vida, a regirse, según sus opiniones, sus gustos y
sus necesidades. Y aún cuando esté reducido a la imposición
de un sistema, librará su existencia dentro de éste y contra-
viniéndolo con arreglo todo lo más posible a dichos gustos,
necesidades y opiniones. Tal ocurrió antes, tal ocurre ahora,
tal pensamos ocurrirá después.
Frente, pues, a la invariabilidad sistemática, frente a
todos los exclusivismos de doctrina, creo haber establecido
que el corolario de la anarquía es la cooperación libre, dentro
la que toda práctica de comunidad tiene espacio adecuado.
Y pienso que bajo la denominación «socialismo anarquista»
podemos y debemos agruparnos todos.
Languidecen actualmente las luchas de exclusivismo doc-
trinal; mi deseo es haber contribuido a que desaparezcan por
completo.
La, afirmación del método de cooperación libre es genuí-
namente anarquista y enseñará, a los que a nosotros vengan,
que no decretamos dogmas ni sistemas para el porvenir y
que la anarquía no es una apariencia de la libertad, sino la
libertad en acción.
(Memoria al Congreso revolucionario internacional de París. Ma-
yo de 1900.)
EL PRINCIPIO DE LA RECOMPENSA
Y LA LEY DE LAS NECESIDADES
La, organización social y política del mundo civilizado
descansa en una variable noción del Derecho. Los pueblos
salvajes rigense todavía por el invariable derecho de la
fuerza. Teóricamente, estas dos aspiraciones, que son toda
la filosofía y toda la ciencia en boga, resuélvense en una
radical oposición que supone como triunfo definitivo de la
Justicia el régimen perpetuo del Derecho.
Los programas políticos y las tesis filosóficas parten del
prejuicio universal de que la realización del Derecho es la
finalidad tangible del progreso humano. Los tiempos bárbaros
corresponden a la fuerza bruta; los tiempos modernos a la
evolución indefinida de la Justicia. ¿Estamos seguros de la
legitimidad de esta idea? ¿No será el producto bastardo de
un concubinato Infame?
Se considera al hombre como miembro social cuyas fun-
ciones están dadas de antemano por la ley común. El Derecho
es el resultado de una legislación y un producto de la combi-
nación numérica. Los metafisicos sutilizan hasta reducirlo a
una nebulosa. Toda irreverencia hacia el moderno ídolo,
traducción política del indeciso dios de los idealistas, es
gravísimo pecado que la sociedad castiga con mano fuerte.
Admira la facilidad con que una palabra gobierna al
mundo. ¿Qué es el Derecho más que la fuerza organizada?
Apenas un pueblo abandona el estado salvaje y se constituye
en nacionalidad, apresúrase a codificar la fuerza, regulando
su ejercicio. Antes la fuerza era el elemento de lucha de que
todos disponían a su antojo; es, luego, patrimonio conferido
a unos pocos, mediante leyes y decretos del Poder, creado
y mantenido por la fuerza. Todos los reglamentos y códigos
no son más que reconocimiento y sanción de actos de fuerza;
la Constitución, su ley suprema. Existen ciertamente diferen-
cias, pero más aparentes que reales; consisten en que cada
ley o constitución, código o reglamento, reflejan no el con-
cepto cerrado de la fuerza primitiva, sino aquel otro que
cada tiempo elabora para el gobierno del mundo; consisten
también en la diferente manera del ejercicio de la fuerza.
La suavidad en las formas, el disimulo, al exterior distingue
esta época de las precedentes. Cierto que el señor de horca
y cuchillo, de vidas y haciendas', no se parece al panzudo
burgués de nuestros días que envenena con los productos
que fabrica o vende, o mata por avaricia, o sacrifica en el
pozo de una mina centenares de existencias con tal de
obtener mayores rendimientos. En el fondo, el burgués, como
el señor feudal, se amparan en la fuerza. Hoy se llama a
ésta Código, Ley, Constitución. El progreso se reduce a la
exaltación del barbarismo primitivo a principio de justicia
inmutable.
¿Cómo ha escapado a la critica de la filosofía y de la
democracia este hecho evidente?
La tradición sirve de punto de partida al progreso, y,
naturalmente, si las causas de la injusticia prevalecen,
prevalecerá la injusticia también.
Dar a cada uno lo suyo, ¿equivale a instituir una serie
de preceptos con arreglo a los cuales pueden
morirse de hambre millones de personas?
El error es grave. Dicese que el hombre viene al mundo
social con derechos y deberes. Mas ¿no nace en el mundo
físico con necesidades que_satisfacer?
Por lo menos, en un principio, el ejercicio de la fuerza
tenia su excusa en la. satisfacción de las necesidades. Hoy
preténdese escudarlo.en una ficción melafisica. estamos por
decir teológica, A fuerza de hablar de derechos y deberes, a
fuerza de edificar castillos sobre una preocupación universal
a fuerza de sutilizar sobre la naturaleza de esta preocupación,
hase olvidado al hombre como organismo fisiológico, como
animal. El ciudadano no es una indvidualidad orgánica que
siente necesidades reales y efectivas; es un ente de razón'ç
producto de elucubraciones extravagantes. ¡Con qué cómica
graveda se habla de los derechos del ciudadano! ¡Con qué.
huera palabrería se encarece la libertad individual! Los dere-
chos del ciudadano son siempre ilusorios, palabras bien
sonantes que acarician el oído engañando al oyente,. La
libertad es el cebo con que se caza a los incautos o jaula de
pajaro hambriento. En el orden político el derecho es la
consagración de la_esglavltud voluntaria: el ciudadano se
somete hasta el punto de elegir sus amos. En el económico,
la libertad es la cabala de la servidumbre: el ciudadano, para
vivir, ha de someterse al jornal y sufrir la misería; ni aun
le queda la facultad de valorar su trabajo,
puesto que sino le acomoda al patrón tendrá que cruzarse. de brazos.
En el social, resumen y compendio de la vida política y económica,
el espíritu de casta, todavia poderoso, y la efectiva, exisencia
de clases, son la más completa confirmación de que la fuerza
es el único derecho que subsiste a través de los siglos es un
mundo semibárbaro que se precia de civilizado. No hable-
mos del orden religioso: nacemos y morimos con la envoltura
teológica de lo trascendente, sometidas la conciencia y la
acción a los mandatos y sugestiones de la casta sacerdotal.
Empeñado el idealismo político y filosófico, remedo del
religioso, en despojarnos de los atributos de la materia,
hemos convertido y ha convertido las ideas en sutiles abs-
tracciones que sólo viven en las sublimidades inaccesibles
de la mente de un puñado de visionarios. A una noción
metafísica del Derecho, corresponde la metafísica noción del
ciudadano.
Pero el hombre de carne y hueso subsiste, vive poderoso
con la excitación constante de necesidades físicas, morales e
intelectuales. En vano que demande satisfacción a los forja-
dores de leyes y códigos. El Derecho, que es toda la filosofía
de éstos, permanecerá insensible, sordo, ciego y mudo ante
los aldabonazos de la naturaleza. La fisiología de las fun-
ciones es una nigromancia para los sabios del clasicismo
El estómago, el corazón, el cerebro, ¿qué les importan?
Ellos no ven, no quieren ver en el hombre un animal
que come, siente y piensa. Prefiriéndolo ciudadano que vota,
obedece y trabaja. Por eso su lógica es la lógica de la propíe-
dad individual, del privilegio y de la sugestión religiosa.
Su mejor argumento es el fusil.
El principio de 'la recompensa, de donde se deriva el
Derecho, es el alfa y el omega de la ciencia social. En teoría
se remunera el trabajo por el gasto de energía que la labor
representa. Prácticamente, el trabajo es una mercancía cuyo
valor oscila a merced de la oferta y la demanda. Si el gasto
de energía no está en relación con las necesidades ni el
mercado da un precio suficiente a cubrir aquéllas, ¿qué les
Importa a los teorizantes? La sociedad, según ellos, no debe
, hacer más que esto: premiar el mérito, pagar el trabajo,
asalariar las actividades disponibles. La obra comienza en
la escuela. Se estimula a los niños con el higui de un premio
y por temor al castigo;' correlación necesaria se llama esta
figura. Así, la cuna del hombre se mece de la ambición al
miedo. Después se entrega el individuo al jornal, aumentando
éste a medida que la máquina humana produce más y mejor.
Asi, el trabajo no es para el hombre ejercicio saludable por
cuyo medio subviene a la satisfacción de necesidades que no
se tienen en cuenta, sino el potro donde se prueban sus
fuerzas para concederle o no un certificado de bestia. Para
aquéllos a quienes se supone excepcionalmente dotados, se
reserva el incentivo de la ganancia, del tanto por ciento.
Comerciantes e industriales cobran el premio de un latroci-
nio. Ni aun los artistas y los sabios escapan a esta regla.
El aplauso público y el favor oficial agradan porque signifi-
can una recompensa positiva inmediata. Sin el acicate de
la recompensa, no habría, según la tesis, niños aplicados,
hombres trabajadores, estudiosos, amantes de la belleza y
de la ciencia. Parece que la humanidad tiene sobre la tierra
el destino fatal de disputar un premio en un record sin fin.
Puede suceder o sucede que con tales enseñanzas se per-
vierta o se destruya la naturaleza del niño y se condene al
hombre al sacrificio de su organismo y de su personalidad, en
holocausto de organismos superiores, individualidades privi-
legiadas que se degradan por la avaricia o perecen por el har-
tazgo. El amor al trabajo, al estudio, al arte, desvíase por la
bajeza de los más ruines sentimientos. Nadie piensa en la na-
tural satisfacción de las necesidades propias y generales, sino
en la orgia de las riquezas, en la bacanal de todos los place-
res fáciles. El sabio y el artista, lo mismo que el obrero y el
niño, se pervierten por la corrupción que engendra el esti-
mulo, trasunto de un egoísmo insano que divide a los hom-
bres y los lanza a una guerra sin cuartel donde prevalecen
la fuerza y la astucia.
La humanidad se cansa ya de tanta ficción. Comienza
a comprender que cuando habla del derecho de manifestación,
que nada ni nadie puede destruir; que cuando se le encarece
la libertad de pensamiento y de acción, habría de hablársele
de la necesidad imperiosa de pensar y de obrar, que nada ni
nadie puede cohibir; que cuando se le canta el derecho al
trabajo, el derecho a la vida con música agradable de sirena,
debiera simplemente reconocerse la necesidad de trabajar
por la necesidad de vivir. Son funciones fisiológicas respecto
de las que la política y la filosofía representan una intrusión.
y no es éste un asunto de palabras sino cuestión honda de
Luego, Joaquín, para aprender lo mismo que Rosendo, tendrá
|que hacer un mayor esfuerzo intelectual. En suma, Joaquín
gastará más fuerza, más energía, tendrá por tanto, necesidad
de reponer una mayor cantidad de fuerza empleada, a fin
de devolver a su organismo el equilibrio. Pero según las
leyes anteriormente deducidas, Joaquín dispondrá de menos
elementos para satisfacer sus necesidades, para reponer sus
fuerzas quebrantadas. Luego, finalmente, se condena a
Joaquín a creciente incapacidad fisiológica y progresiva
miseria económica.
Resultado: que el princlpio de la recompensano no estimula,
ni al más fuerte, ni al más hábil, ni al más inteligente;
pero si reduce a impotencia absoluta y miseria perpetua
al débil, al inhábil y al torpe. Si para los primeros es fácil
obtener un buen premio, es claro que la promesa de
éste no los estimula. Si para segundos es casi imposible
conseguie el mismo premio, y de hecho lo obtienen
cada vez menor es evidente que los empuja hacia
la desesperación y al suicidio. Se pada, se nos dirá, la
aptitud, se retribuye el mérito, se recompensa la inteligencia.
Y bien: una mejor aptitud, una mejor disposición
para el trabajo, saignifica siempre menor gasto de energía;
por tanto, menos necesidades que satisfacer. Organismos
más ricos en propiedades vitales aquellos, mantiénense más fácilmente
que éstos. Dae más al que menos necesita equivale a colocar lo superfluo al lado de la miseria, en constante oposició
¿Qué paper desempeña en esta tremendá~antinomia una
noción cualquiera del Derecho?
Toda la filosofía idealista se derrumba ante observacio-
nes tan elementales. Ciencia que olvide que el hombre es
un animal con necesidades físicas, morales e intelectuales
vendrá forzosamente a tierra. Juristas y abogados, filósofos
y políticos, necesitan unas cuantas lecciones de fisiología
Cualquier organización social para ser duradera y equi-
tiva, ha de descansar en el reconocimiento de necesidades
individuales y ha de tener por objeto su mejor y más fácil
satisfacción. Organizar el trabajo es igual a organizar los
medios de satisfacer debidamente las necesidades generales
De aquí resulta que la organización de la sociedad se reduce
a la del trabajo y la distribución. Los infinitos modos de
arribar a este organismo que produce, distribuye y consume
son e lobjeto de la sociología, nueva ciencia que nace por
oposición al empirismo rutinario de la economía política
En vez de historiar los hechos cantando himnos de triunfo
al capitalismo y a la explotación, trátase hoy de Indagar
las leyes naturales que rigen el funcionalismo social cual
es la tendencia de la evolución económica y cómo se con-
quistará más rápida y seguramente el bienestar. No se estu-
dia lo que es sino para llegar a lo que debiera ser o, más
propiamente, a lo que será. El mundo actual desmorónase
bajo los certeros golpes de la critica. El mundo del porvenir
asoma en el horizonte sensible del positivismo cientillco.
Nadie más que los politicastros se ocupa ya de la organización
de los poderes y de la reglamentación de la vida social. La
investigación va por senderos más despejados. Inquiérese
afanosamente la forma de organizar la solidaridad humana,
haciéndola efectiva. Necesidades que satisfacer, funciones
que desempeñar, relaciones mutuas que convenir, propen-
diendo abiertamente a la libertad total del individuo y a la
igualdad de las condiciones, son los verdaderos términos del
problema que preocupa a la generación presente. Y en
orden tal de ideas novísimas y de aspiraciones generosas, la
jerga político-filosófica de los derechos y deberes, el aque-
larre de las leyes civiles, la grave y sesuda jurisprudencia
y el arrogante militarismo quedan descartados por inútiles
y por rancios.
El sacerdote, el soldado, el magistrado, el capitalista y
el gobernante han sido arrinconados al par que la rutina
de pretendidas ciencias. La ciencia nueva ocúpase preferen-
temente del pueblo en general y de sus necesidades y deman-
das. Ella no dice ni dirá tal vez en mucho tiempo cómo y
en qué forma un próximo porvenir realizará la Justicia. La
experiencia, por un proceso de selección irá determinando la
forma o formas más equitativas del desenvolvimiento del
bello y positivo ideal que implica una amplia satisfacción
de las necesidades generales. Nadie intenta ya forjar el
mañana con arreglo a moldes de exclusiva invención, porque
se ha comprendido que la humanidad no se ha conformado,
no se conforma, no se conformará jamás a los caprichos de
inventores de los sistemas sociales. Los decretos lanzados a
la posteridad son como burbujas de jabón que se disipan
en el aire.
Retrotraer el mundo a las condiciones regulares de un
funcionalismo natural es, probablemente, la verdadera solu-
ción del problema, ya que todos los artificios han fracasado.
El régimen gubernamental absoluto o parlamentario, perso-
nal o colectivo, no puede dar de si más que la pantomima
de la libertad civil y de la caricatura de la igualdad al par
que una anacrónica noción de la Justicia arrancada al prin-
cipio de la recompensa. Por ofra parte, el comunismo tradi-
cional, lo mismo que la servidumbre y el proletariado, no
produce ni producirán otra cosa que la miseria organizada.
A pesar de todo, los hombres superiores continuarán la
cantinela de nuestros derechos y deberes, más atentos, de
éstos que a aquéllos. Poco importa que todo cuanto
se deriva del derecho no haya logrado aumentar en una
parte infinitamente pequeña el bienestar de los pueblos;
nada dice a los sentidos que no haya hecho más que poner
impedimentos a una regular satisfacción de las generales
necesidades. Gobernados por la teología primero, por la
política después, se nos ha olvidado como hombres, para
esclavizarnos como bestias. La representación gráfica del
derecho es el látigo empuñado por un capataz de ingenio.
Continúen los hombres superiores su letanía. Rezan en
desierto, predican para sordos, pues que nadie los escucha.
De nuestra parte, .sacudiendo toda pretendida inferioridad,
recabamos obediencia a las leyes físicas que la ley civil
desconoce; pretendemos reintegramos a la naturaleza anu-
lada por el artificio gubernamental; tratamos de restituirnos
a la justicia por la libertad de acción más completa y la más
plena igualdad de condiciones económicas para la vida.
|Seres dotados de órganos adecuados a funciones físicas,
|morales e intelectuales, reclamamos la independencia total de
nuestra personalidad, condición Indispensable a la integración
de sus elementos constituyentes. Rompemos todas las ligaduras
que nos atan y seremos después de un largo cautiverio
corno esclavos, HOMBRES en la plenitud de sus facultades.
Sin socialismo no hay democracia, sin democracia no hay socialismo.
Mi ideario político y económico en mi blog:
http://blasapisguncuevas.blogcindario.c ... alista.pdf Modificado en los dos últimos meses. Más de 1400 artículos de lo más diverso.
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MAs de Ricardo Mella
LA HIPÉRBOLE INTELECTUALISTA
OBREROS INTELECTUALES Y OBREROS MANUALES
Es moda lamentable la de distinguir con vocablos fuera de uso y también de todo sentido real, ciertas ocupaciones
o determinadas preferencias personales. Está en boga actualmente la palabra intelectual aplicada a literatos, publicistas,
hombres de estudio, etc. Tan bien ha sentado a los favoreci-dos aquel dictado, que hasta periodistas de la más modesta
condición, hombres que se precian de demócratas, de socialistas y aun de anarquistas se llaman a si mismos o se dejan
llamar, con no disimulada complacencia, intelectuales. Piénsenlo o no, establecen de este modo novísima e injustificada
diferencia social; crean una nueva casta, modernizando el detestable pasado; propenden a instituir nueva idolatría en
estos tiempos de fermento igualitario, de costumbres democráticas, de total derrumbamiento de todos los altares.
Aparte la falta de sentido y hasta la incorrección de la palabra, ¿a titulo de qué ha de ser distinguido cualquier
hombre por consagrarse a trabajos más o menos dependientes del ejercicio de las facultades mentales? ¿No es, por el con-
trario, el trabajo una gradación insensible de lo menos cerebral a lo más cerebral, sin que en ningún caso quede del todo
excluida cualquiera de las dos formas de la actividad? La aristocracia del talento parece asomar tras ese vocablo alti-
sonante que debieran aborrecer todos los hombres de verdadero mérito.
El individuo que no hiciera más que pensar, sentir,
sumirse en la contemplación de la belleza o en los arcanos de la ciencia, seria poco menos que inútil a la sociedad en
que viviera. Sería un fenómeno, un aborto, y no tendría, en verdad, de qué envanecerse. Inteligencia pura, como si dijé-
ramos, espíritu puro; cerebro sin músculos y órganos que lo sustenten, sin nervios y sin materia que le dé plasticidad y
vida: he ahí tal vez la soberbia idea que de sí mismos se forjan aquéllos a quienes place el dictado de intelectuales. Y,
sin embargo, ellos saben bien que un hombre, no en esas condiciones, sino simplemente en las del ejercicio cerebral
excesivo, no puede ser más que un desequilibrado, un enfermo, y que sólo por raro caso brotan los genios, los sabios,
los artistas, los que llegan a las cumbres más elevadas del pensamiento y de la belleza. Saben bien que no hay trabajo
exclusivamente intelectual como no lo hay exclusivamente material: que, más o menos, escritores, artistas y sabios tra-
bajan manualmente con la pluma, con la paleta, con el buril, con el instrumento de investigación, con la herramienta de
operaciones.
¿No es en realidad petulancia de mal gusto esta exageración del intelectualismo, y perdóneseme la palabra?
En el fondo de la cuestión alienta profundo desprecio por el trabajo eminentemente útil. No son ciertos pretendidos
obreros intelectuales de la madera de aquéllos que entonan himnos gloriosísimos a la industria del hombre; no son de la
cepa de los que escriben «Germinal» y «Trabajo»; no son de los que desde la altura de un Fourier tienden la mano amiga
al desdichado pocero para mostrarlo a la sociedad como uno de sus miembros más útiles.
Quiérese la distinción bien marcada entre la semi holganza de una parte de las clases directoras (literatos, artistas,
etc.) v la durisima labor diaria de la multitud. Y como si para labrar una piedra, echar unas medias suelas o forjar
una pieza, cualquiera de hierro no fuera necesario aguzar el entendimiento, pensar y discurrir y hasta sentir la parte
. bella de la obra, trázase fuerte divisoria entre los llamados obreros manuales y los pretendidos obreros de la inteligencia.
Si se nos observa que el llamado obrero manual apenas perfecciona sus obras y se nos habla del automatismo de sus
funciones productoras, recordaremos que es la ley de la concurrencia en que vivimos la que le obliga a producir
mecánicamente atendiendo más a la cantidad que a la calidad. Y recordaremos también que en las tareas del escritor
y del artista no falta, sino que entra, por mucho, ese mismo automatismo que, a ser sinceros, confesarían los más de los
intelectuales.
Asalariados siempre aquéllos, asalariados muchas veces éstos, tienen ambos en realidad comunes intereses; necesida-
des, si no iguales, análogas. Los sentimientos y las ideas los dividen, que no la naturaleza de sus ocupaciones.
Cierto que el pueblo tiene ojeriza de los señoritos, que el obrero del taller y el obrero del campo odian al obrero de
mostrador o de escritorio, odia colectivamente a los que se llaman clases acomodadas. Mas ¿no desprecian éstos a aqué-
llos? ¿No hay entre dichas clases acomodadas, sean o no intelectuales, desdén arralgadisimo para la blusa, para el
trabajo? Desde el más humilde especiero, desde el más almibarado hortera, hasta el más conspicuo burgués, todos sien-
ten menosprecio, no disimulado, por el pobre jornalero. Los mismos que hacen la corte, desde las columnas del periódico o
las paginas del libro a las clases trabajadoras, ¿no participan en su mayoría de tal desdén? Es menester hablar el lenguaje
de la sinceridad. ¡Cuántos se sentirían molestos, casi deshonrados. si en la vida pública les detuviera uno de esos desha-
rrapados a quienes dicen defender!
Entre el odio y el desprecio preferimos el odio, lo preferirá toda persona de mediano sentido. El odio es un senti-
miento de igual a igual; el desprecio, un sentimiento de superior a inferior. El odio enciende el odio, la represalia; el
desprecio humilla, confunde, anonada.
Todo ello tiene explicación en el antagonismo de los intereses. No somos solidarios en el convivir; menos lo somos en
el trabajo y en los goces de los frutos del trabajo. Por otra parte, la mayoría de las gentes ilustradas sigue considerando
el trabajo como una maldición, como una mancha. Y no son los denominados intelectuales los que menos participan de
esta detestable opinión, aun cuando no lo confiesen.
Mas, a pesar de todo, los sentimientos e ideas populares no cabe negarlo, van francamente hacia la fusión de las
clases. Prescindiendo de la influencia del socialismo y de la de sus propagandistas, el pueblo en general tiende a borrar
toda distinción y aspira a la igualdad por la elevación de las condiciones y el desarrollo de la inteligencia. Lo que queda
contrario a esta tendencia, ya lo hemos dicho, es fruto de la oposición de los intereses.
¿Puede decirse lo mismo de los sentimientos e ideas de los intelectuales?
Creemos que no. Lo prueba su mismo afán por nuevas distinciones. Cualquiera que sea su profesión de fe, arcaica
o progresiva, no ven en el pueblo sino al inferior a quien tienen el derecho de dirigir. Teóricamente afirmarán los ma-
yores atrevimientos, pero revelarán a seguido que no se sienten ni se piensan iguales ni aun al culto obrero que sabe
algo más que el mecanismo de su arte o industria. Pocos serian capaces de la exclamación de Proudhon cuando su
editor se disculpaba por haberle confundido con un fumiste- «¡También yo soy hombre de oficio!»
De estas consideraciones generales no se deduce por cierto, que no haya hombres de inteligencia, artistas de valía
que se sientan iguales a los demás hombres y pongan al servicio del pueblo sus talentos. Pero no se pagan de hiper-
bólicos dictados ni persiguen el éxito ruidoso o sienten el aguijón de conquistar renombre y trepar a las más altas
posiciones. Son más modestas, precisamente porque valen más.
Si examinamos la actitud de los intelectuales con relación a los obreros militantes del socialismo y del anarquismo,
veremos que la divergencia se hace más profunda.
Pretenden aquéllos que los trabajadores que se ocupan de su emancipación se lo deben todo, y, no obstante, menos-
precian o rechazan su concurso. Ni es cierto lo uno ni lo es lo otro.
Precisamente son los militantes del socialismo genéricamente hablando, los que con más ahinco propagan entre el
pueblo ideas contrarias a toda diferencia entre obreros intelectuales y obreros manuales. Para los socialistas no hay
más que asalariados de un lado, cualquiera que sea su profesión, y explotadores de otro. Son, por tanto, compañeros
todos los asalariados, primero por la comunidad de intereses, después por la solidaridad de opiniones. Frente al proletario,
los burgueses (capitalistas, gobernantes, legisladores, etc.). son, para el obrero socialista, el enemigo. Y aun si el burgués
comparte las opiniones y los sentimientos del obrero, no es la lucha de clases ni la doctrina social obstáculo para que el
burgués sea bien acogido. Sobre todo los anarquistas declaran continuamente que la emancipación será obra de los
hombres de buena voluntad.
Prueba de que no se rechaza el socialismo a los llamados obreros de la inteligencia es el gran número de literatos, pu-
blicistas, artistas y pensadores que militan tanto en el campo del socialismo autoritario como en el del socialismo anarquis-
ta. Hombres de posición social figuran asimismo en ambos partidos y gozan unos y otros de la estimación de los trabajadores del taller y del terruño.
No es menester citar nombres. Españoles y extranjeros, son, muchos los de excepcionales condiciones conocidos como
socialistas y anarquistas. Insistir, pues, en la supuesta prevención hacia los obreros intelectuales, nos parece perfectamente inútil.
Es evidente, por otra parte, que las clases populares tienen para los hombres de talento que han trabajado o traba jan
por ellas, reconocimiento muy vivo. Tal vez se los reverencia demasiado. Porque, en fin de cuentas, es indigno que en cues-
tiones de justicia y de humanidad debidas, se aplique la teneduría de libros y se pretenda cobrar réditos. Cuando deci-
mos que un hombre lucha y se sacrifica por el pueblo, haríamos bien en decir que lucha y se sacrifica por la equidad.
Simplemente esto y nada más. Así no habría quien se proclamara acreedor perpetuo del pueblo, olvidando que el pueblo
es quien hace los grandes hombres, quien los encumbra, quien los glorifica.
Y aun sin esta consideración pudiera decirse a los intelectuales que tal hablan, que no conocen ni siquiera super-
ficialmente el movimiento obrero moderno. Podrá estar el punto de partida del socialismo en Fourier, Cabet, Marx,
Bakunin. etc., pero la inmensa labor socialista que da ahora tan prodigiosos frutos débese a las masas obreras, ignorantes
de filosofías trascendentales y de complicados economismos. Es el resultado de su espíritu práctico unido a sus maravillo-
sas intuiciones de la verdad y del bien. De las obras de aquellos pensadores, uno por mil de los obreros militantes
conocerán algunas, no la totalidad de ellas. Aun los mismos periodistas y oradores del socialismo es seguro que no las
conocen todas. De modo que el trabajo realizado por las innumerables asociaciones políticas y de resistencia en que se
agrupan los obreros, débese, no a los intelectuales de nuestros días, no tampoco a aquellos hombres eminentes que gra-
varon en sus libros inmortales los principios del socialismo, sino, lo repetimos, a los propios obreros que experimental-
mente han ido dándose una doctrina y una organización. Que el alma de los grandes pensadores del socialismo está en ellos,
¡quién lo duda!
¿Qué deben, pues, los obreros socialistas a los intelectuales, cuando son éstos los que empiezan ahora a ir a remolque
de aquéllos? Las mismas leyes protectoras que han promulgado algunos Estados, ciertas campañas de la prensa, ¿qué
son sino la resultante de la gran presión ejercida sobre todos por las organizaciones obreras? En cambio pudieran decir los
obreros que deben a los intelectuales, en Francia, las llamadas leyes malvadas; en España y Portugal, las leyes excep-
cionales contra los anarquistas; en Italia, el domicilio coatio. ¿No fueron la resultante de inicuas campañas en que se perdió toda noción de justicia y de humanidad?
Vivieran los intelectuales de nuestros días la vida del socialismo obrero, y no formularían opiniones que revelan a un
mismo tiempo sus pretensiones y su ignorancia. Todas sus lecturas de autores antiguos y modernos no pueden darle la
aproximación siquiera de la realidad socialista. A lo más tendrán noción de lo que es el socialismo como la tendría del
mar quien lo contemplase en un buen cromo. Pero es menester embarcarse, asomar cuando menos a la costa para admi-
rar el grandioso espectáculo que ignoran las gentes de tierra adentro.
Acerqúense a los obreros sin aires de dómine, y el obrero los acogerá con aplauso. Lo que ocurre frecuentemente es que
los señores intelectuales no toleran que se les discuta, pretenden que se les escuche y se les siga sin critica; pero el obrero
que no está para aguantar tan molestas moscas, se las sacude rudamente y prosigue su camino. Sobre las ruinas de todas
las aristocracias no consentirá que se alce la aristocracia de la pluma.
Si hay hombres de fe sincera en el porvenir entre los que se llaman intelectuales — que si los habrá —, que trabajen
generosamente lo que crean justo sin exigir que nadie se les someta, ni tolerar ningún género de sumisión y mucho me-
nos demandar gratitudes, no sólo discutibles, sino también inadmisibles. Esto es lo honrado.
Es absurda la distinción de obreros intelectuales y obreros manuales. Todo hombre tiene necesidad y debe trabajar de
una manera útil para si o para sus semejantes. En la realización del trabajo no hay más que iguales: productores. El
que no produce es un zángano. Que saque la consecuencia quien quiera.
La hipérbole intelectualista, a más de ridicula, es indigna de hombres que se estimen. El talento no necesita heraldos
ni motes, una virtud sencilla y modesta vale más que todos los ditirambos de la sabiduría cursi. Seamos sencilla y mo-
destamente virtuosos.
(«NATURA», núm. 1. Barcelona, 1° octubre 1903.)
LA LUCHA DE CLASES
No se puede sostener con razón en nuestros días que la contienda social se encierre en los términos de lucha de clases.
El socialismo contemporáneo arranca, es cierto, de la afirmación rotunda de esa lucha, y en el espíritu exclusivista
de clase se amparaba y se ampara. Mas en el correr del tiempo, la evolución de las ideas se ha cumplido y estamos
muy lejos de las murallas chinas que partían por gala, en dos a la sociedad humana.
A la hora presente, hay más socialistas y anarquistas en la clase media modesta que en las filas del proletariado. Los
obreros, en general, permanecen inconscientes de sus derechos, dormidos para las aspiraciones emancipadoras, intere-
sados a lo más por pequeñas y discutibles ventajas de momento. Los militantes obreros del socialismo y del anar-
quismo son, por lo regular, gentes escogidas por su ilustración, por sus gustos, por su peculiar intelectualidad.
Pero fuera de esta pequeñísima minoría, el socialismo y el anarquismo tienen el núcleo principal y más numeroso de
sus adeptos en el mismo seno de la burguesía. La literatura social, el libro y el folleto de propaganda, están hoy en todas
las bibliotecas modestas o suntuosas de la clase media, mientras faltan en la mayoría de las casas obreras. A cuenta de
nuestros tiempos puede abonarse el éxito enorme de la literasocial en estos últimos años, y ha sido precisamente la
pequeña burguesía quien ha coronado con el más brillante triunfo los esfuerzos del proselitismo.
En el terreno de los intereses, las lineas fronterizas se borran cada vez más. Es difícil señalar dónde acaba un
particularismo y empieza otro. Las luchas sociales agitan y suscitan una multitud de cuestiones imprevistas: entrelazan
y mezclan los más opuestos bandos, y provocan frecuenteantagonismos inesperados, que cambian por completo
la faz de las cosas. Una simple huelga que comienza interesando, únicamente a un oficio cualquiera, conmueve a lo
mejor a la sociedad toda, generalizándose la contienda; se dividen o se juntan las opiniones, se exasperan los egoísmos,
se exaltan las pasiones, y a veces, lo que proviene de una insignificante diferencia de dinero o de tiempo, se trueca en
profundo problema de ética, que galvaniza y sacude fuertemente todas las energías humanas.
Por otra parte, la misma organización capitalista ha producido un sedimento de rebeldía fuera del campo societa-
rio y socialista. No sólo las ideas de emancipación aprendidas en el libro, el periódico o en el mitin, sino también el anhelo,
el vivo deseo, casi la voluntad firme de emanciparse ha surgido entre la numerosa clase situada entre la espada del
obrerismo y la pared del capitalismo. Abogados, médicos, literatos, artistas, ingenieros, pequeños industriales y comer-
ciantes, todos los que viven a la burguesa, sin el dinero que posee la verdadera burguesía, sienten el socialismo más viva-
mente que muchísimos obreros, y si bien no se suman al movimiento de emancipación, si no militan en las filas de
la revolución, hacen ellos más por la difusión de las ideas que la mayoría de los que se dejan llamar socialistas sin
entender una palabra de socialismo. Acaso el atavismo de clase pese sobre ellos; pero indudablemente es también que
del otro lado hay todavía parapetos y reductos que no permiten penetrar en la fortaleza a quien no conozca bien la
contraseña. Acaso también sucede que la manera socialista obrera, que tiene mucho de exclusivista, mucho de mecánica
y mucho de rebaño, no cuadra bien a gentes a quienes interesan más las cuestiones de idealidad que el magno
problema del pan. Porque de cualquier manera que sea, y nos referimos ahora a la pequeña burguesía inteligente,
estudiosa y trabajadora, estos elementos sociales habituados al individualismo ambiente, no se conforman de ningún modo
con el régimen de disciplina y ordenancista del socialismo autoritario, ni tampoco con las osadías del anarquismo y riñe
de frente con todo lo estatuido. Hay una solución de continuidad que imposibilita por el momento la formación de un
gran núcleo social, pronto al asalto y a la batalla por el porvenir presentido.
En los mismos movimientos obreros suele ocurrir que una huelga determinada despierta grandes simpatías entre las
clases medias, mientras la masa general de los obreros la ve con indiferencia, o una parte de esa misma masa traiciona
a los luchadores.
Poco a poco va infiltrándose en el socialismo, cualquiera que sea su manera, la tendencia a los movimientos de interés
general como la huelga de los inquilinos, la fiscalización del peso del pan y de la calidad de los alimentos, la resistencia
a la fabricación de productos nocivos, etc.
Todos estos hechos y otros que pudiéramos señalar hacen patente el decaimiento del espíritu de clase y nos muestran
que el campo de lucha se ensancha por momentos. Y es que a la postre, aun cuando el materialismo histórico sea el punto
de partida, aun cuando la seguridad del pan para todos, la gran cuestión de las cuestiones, toda contienda humana
acaba necesariamente en una cuestión de ética, de idealidad, por lo mismo que acaso lo de menos para la mayoría de los
hombres es la satisfacción de las necesidades materiales.
Por eso nosotros, anarquistas, podemos y debemos decir: «La revolución que nosotros preconizamos va más allá del
interés de tal o cual clase; quiere llegar a la liberación completa e integral de la humanidad, de todas las esclavitudes
políticas, económicas y morales.
(«TRIBUNA LIBRE», núm. 3. Gijón, 8 mayo 1909.)
SEÑALES DE LOS TIEMPOS
Hace un momento, plantado en la acera, gritaba descaradamente un muchacho de diez o doce años:
— «¡A mi no me explota nadie!»
No sé a quién ni por qué lo decía. Pero un rechoncho filisteo vociferó iracundo:
— iGolfo, sinvergüenza, granuja!
— «¡A mí no me explota nadie!» Eso, dicho por un mocoso, es toda una revelación de los tiempos que llegan.
Es posible que ciertas ideas no hayan sido bien comprendidas; tal vez la propaganda de la buena nueva no trascendió
más allá de un pequeño grupo de creyentes; quizá la lucha no abarca todavía las amplitudes de la revuelta general
contra los poderosos de la tierra; pero el ambiente está saturado de la idea madre hasta tal punto que un mucha-
chuelo puede gritar: «¡A mi no me explota nadie!»
Y mientras estas grandes palabras corren de boca en boca repetidas por hombres, mujeres y niños, no importa que haya
desmayos en la lucha, tibiezas en la propaganda, claudicaciones en la ideología. Todo lo indeterminada que se quiera, la
sustancia de las reivindicaciones sociales se hace verbo de las multitudes, y ello anuncia que los tiempos llegan en que
la gran obra a cumplirse a pesar de la ignorancia popular de todos los ismos y de las divergencias doctrinales que escin-
den los partidos y las agrupaciones obreras.
No importa tampoco que se retuerzan las ideas, se falsifiquen los propósitos y se doblen los hombres a la ambición
o a la vanidad: quedará siempre irreductible en las multitudes la firme convicción de que no han de ser explotados, la
voluntad resuelta de no dejarse explotar, y esa convicción y esa voluntad harán todo el resto que no han logrado realizar
los partidos y las doctrinas. Es un estado de alma producido por las propagandas y luchas sociales, es una resultante fatal
e inevitable; fatal e inevitable asimismo su traducción en hechos inmediatos que renovarán el mundo más pronto de lo
que muchos creen.
— «¡A mí no me explota nadie!» He ahí hermosamente, enérgicamente resumida la situación social por encima de los
pesimismos y de los impacientes y de las vanas esperanzas de los que explotan.
Esas bellas palabras son señales de los tiempos que llegan, de los tiempos en que van a ser liquidadas todas las
cuentas, ¡oh, poderosos de la tierra, soberbios explotadores, fantasmones que gobernáis, necios todos que aún imagináis
que vuestro reinado durará por los siglos de los siglos!
Meditad bien esas palabras y luego, si os place, gritad:
— «¡Golfo, sinvergüenza, granuja!»
(«SOLIDARIDAD OBRERA», núm. 28. GIJón, 29 octubre 1910.)
OBREROS INTELECTUALES Y OBREROS MANUALES
Es moda lamentable la de distinguir con vocablos fuera de uso y también de todo sentido real, ciertas ocupaciones
o determinadas preferencias personales. Está en boga actualmente la palabra intelectual aplicada a literatos, publicistas,
hombres de estudio, etc. Tan bien ha sentado a los favoreci-dos aquel dictado, que hasta periodistas de la más modesta
condición, hombres que se precian de demócratas, de socialistas y aun de anarquistas se llaman a si mismos o se dejan
llamar, con no disimulada complacencia, intelectuales. Piénsenlo o no, establecen de este modo novísima e injustificada
diferencia social; crean una nueva casta, modernizando el detestable pasado; propenden a instituir nueva idolatría en
estos tiempos de fermento igualitario, de costumbres democráticas, de total derrumbamiento de todos los altares.
Aparte la falta de sentido y hasta la incorrección de la palabra, ¿a titulo de qué ha de ser distinguido cualquier
hombre por consagrarse a trabajos más o menos dependientes del ejercicio de las facultades mentales? ¿No es, por el con-
trario, el trabajo una gradación insensible de lo menos cerebral a lo más cerebral, sin que en ningún caso quede del todo
excluida cualquiera de las dos formas de la actividad? La aristocracia del talento parece asomar tras ese vocablo alti-
sonante que debieran aborrecer todos los hombres de verdadero mérito.
El individuo que no hiciera más que pensar, sentir,
sumirse en la contemplación de la belleza o en los arcanos de la ciencia, seria poco menos que inútil a la sociedad en
que viviera. Sería un fenómeno, un aborto, y no tendría, en verdad, de qué envanecerse. Inteligencia pura, como si dijé-
ramos, espíritu puro; cerebro sin músculos y órganos que lo sustenten, sin nervios y sin materia que le dé plasticidad y
vida: he ahí tal vez la soberbia idea que de sí mismos se forjan aquéllos a quienes place el dictado de intelectuales. Y,
sin embargo, ellos saben bien que un hombre, no en esas condiciones, sino simplemente en las del ejercicio cerebral
excesivo, no puede ser más que un desequilibrado, un enfermo, y que sólo por raro caso brotan los genios, los sabios,
los artistas, los que llegan a las cumbres más elevadas del pensamiento y de la belleza. Saben bien que no hay trabajo
exclusivamente intelectual como no lo hay exclusivamente material: que, más o menos, escritores, artistas y sabios tra-
bajan manualmente con la pluma, con la paleta, con el buril, con el instrumento de investigación, con la herramienta de
operaciones.
¿No es en realidad petulancia de mal gusto esta exageración del intelectualismo, y perdóneseme la palabra?
En el fondo de la cuestión alienta profundo desprecio por el trabajo eminentemente útil. No son ciertos pretendidos
obreros intelectuales de la madera de aquéllos que entonan himnos gloriosísimos a la industria del hombre; no son de la
cepa de los que escriben «Germinal» y «Trabajo»; no son de los que desde la altura de un Fourier tienden la mano amiga
al desdichado pocero para mostrarlo a la sociedad como uno de sus miembros más útiles.
Quiérese la distinción bien marcada entre la semi holganza de una parte de las clases directoras (literatos, artistas,
etc.) v la durisima labor diaria de la multitud. Y como si para labrar una piedra, echar unas medias suelas o forjar
una pieza, cualquiera de hierro no fuera necesario aguzar el entendimiento, pensar y discurrir y hasta sentir la parte
. bella de la obra, trázase fuerte divisoria entre los llamados obreros manuales y los pretendidos obreros de la inteligencia.
Si se nos observa que el llamado obrero manual apenas perfecciona sus obras y se nos habla del automatismo de sus
funciones productoras, recordaremos que es la ley de la concurrencia en que vivimos la que le obliga a producir
mecánicamente atendiendo más a la cantidad que a la calidad. Y recordaremos también que en las tareas del escritor
y del artista no falta, sino que entra, por mucho, ese mismo automatismo que, a ser sinceros, confesarían los más de los
intelectuales.
Asalariados siempre aquéllos, asalariados muchas veces éstos, tienen ambos en realidad comunes intereses; necesida-
des, si no iguales, análogas. Los sentimientos y las ideas los dividen, que no la naturaleza de sus ocupaciones.
Cierto que el pueblo tiene ojeriza de los señoritos, que el obrero del taller y el obrero del campo odian al obrero de
mostrador o de escritorio, odia colectivamente a los que se llaman clases acomodadas. Mas ¿no desprecian éstos a aqué-
llos? ¿No hay entre dichas clases acomodadas, sean o no intelectuales, desdén arralgadisimo para la blusa, para el
trabajo? Desde el más humilde especiero, desde el más almibarado hortera, hasta el más conspicuo burgués, todos sien-
ten menosprecio, no disimulado, por el pobre jornalero. Los mismos que hacen la corte, desde las columnas del periódico o
las paginas del libro a las clases trabajadoras, ¿no participan en su mayoría de tal desdén? Es menester hablar el lenguaje
de la sinceridad. ¡Cuántos se sentirían molestos, casi deshonrados. si en la vida pública les detuviera uno de esos desha-
rrapados a quienes dicen defender!
Entre el odio y el desprecio preferimos el odio, lo preferirá toda persona de mediano sentido. El odio es un senti-
miento de igual a igual; el desprecio, un sentimiento de superior a inferior. El odio enciende el odio, la represalia; el
desprecio humilla, confunde, anonada.
Todo ello tiene explicación en el antagonismo de los intereses. No somos solidarios en el convivir; menos lo somos en
el trabajo y en los goces de los frutos del trabajo. Por otra parte, la mayoría de las gentes ilustradas sigue considerando
el trabajo como una maldición, como una mancha. Y no son los denominados intelectuales los que menos participan de
esta detestable opinión, aun cuando no lo confiesen.
Mas, a pesar de todo, los sentimientos e ideas populares no cabe negarlo, van francamente hacia la fusión de las
clases. Prescindiendo de la influencia del socialismo y de la de sus propagandistas, el pueblo en general tiende a borrar
toda distinción y aspira a la igualdad por la elevación de las condiciones y el desarrollo de la inteligencia. Lo que queda
contrario a esta tendencia, ya lo hemos dicho, es fruto de la oposición de los intereses.
¿Puede decirse lo mismo de los sentimientos e ideas de los intelectuales?
Creemos que no. Lo prueba su mismo afán por nuevas distinciones. Cualquiera que sea su profesión de fe, arcaica
o progresiva, no ven en el pueblo sino al inferior a quien tienen el derecho de dirigir. Teóricamente afirmarán los ma-
yores atrevimientos, pero revelarán a seguido que no se sienten ni se piensan iguales ni aun al culto obrero que sabe
algo más que el mecanismo de su arte o industria. Pocos serian capaces de la exclamación de Proudhon cuando su
editor se disculpaba por haberle confundido con un fumiste- «¡También yo soy hombre de oficio!»
De estas consideraciones generales no se deduce por cierto, que no haya hombres de inteligencia, artistas de valía
que se sientan iguales a los demás hombres y pongan al servicio del pueblo sus talentos. Pero no se pagan de hiper-
bólicos dictados ni persiguen el éxito ruidoso o sienten el aguijón de conquistar renombre y trepar a las más altas
posiciones. Son más modestas, precisamente porque valen más.
Si examinamos la actitud de los intelectuales con relación a los obreros militantes del socialismo y del anarquismo,
veremos que la divergencia se hace más profunda.
Pretenden aquéllos que los trabajadores que se ocupan de su emancipación se lo deben todo, y, no obstante, menos-
precian o rechazan su concurso. Ni es cierto lo uno ni lo es lo otro.
Precisamente son los militantes del socialismo genéricamente hablando, los que con más ahinco propagan entre el
pueblo ideas contrarias a toda diferencia entre obreros intelectuales y obreros manuales. Para los socialistas no hay
más que asalariados de un lado, cualquiera que sea su profesión, y explotadores de otro. Son, por tanto, compañeros
todos los asalariados, primero por la comunidad de intereses, después por la solidaridad de opiniones. Frente al proletario,
los burgueses (capitalistas, gobernantes, legisladores, etc.). son, para el obrero socialista, el enemigo. Y aun si el burgués
comparte las opiniones y los sentimientos del obrero, no es la lucha de clases ni la doctrina social obstáculo para que el
burgués sea bien acogido. Sobre todo los anarquistas declaran continuamente que la emancipación será obra de los
hombres de buena voluntad.
Prueba de que no se rechaza el socialismo a los llamados obreros de la inteligencia es el gran número de literatos, pu-
blicistas, artistas y pensadores que militan tanto en el campo del socialismo autoritario como en el del socialismo anarquis-
ta. Hombres de posición social figuran asimismo en ambos partidos y gozan unos y otros de la estimación de los trabajadores del taller y del terruño.
No es menester citar nombres. Españoles y extranjeros, son, muchos los de excepcionales condiciones conocidos como
socialistas y anarquistas. Insistir, pues, en la supuesta prevención hacia los obreros intelectuales, nos parece perfectamente inútil.
Es evidente, por otra parte, que las clases populares tienen para los hombres de talento que han trabajado o traba jan
por ellas, reconocimiento muy vivo. Tal vez se los reverencia demasiado. Porque, en fin de cuentas, es indigno que en cues-
tiones de justicia y de humanidad debidas, se aplique la teneduría de libros y se pretenda cobrar réditos. Cuando deci-
mos que un hombre lucha y se sacrifica por el pueblo, haríamos bien en decir que lucha y se sacrifica por la equidad.
Simplemente esto y nada más. Así no habría quien se proclamara acreedor perpetuo del pueblo, olvidando que el pueblo
es quien hace los grandes hombres, quien los encumbra, quien los glorifica.
Y aun sin esta consideración pudiera decirse a los intelectuales que tal hablan, que no conocen ni siquiera super-
ficialmente el movimiento obrero moderno. Podrá estar el punto de partida del socialismo en Fourier, Cabet, Marx,
Bakunin. etc., pero la inmensa labor socialista que da ahora tan prodigiosos frutos débese a las masas obreras, ignorantes
de filosofías trascendentales y de complicados economismos. Es el resultado de su espíritu práctico unido a sus maravillo-
sas intuiciones de la verdad y del bien. De las obras de aquellos pensadores, uno por mil de los obreros militantes
conocerán algunas, no la totalidad de ellas. Aun los mismos periodistas y oradores del socialismo es seguro que no las
conocen todas. De modo que el trabajo realizado por las innumerables asociaciones políticas y de resistencia en que se
agrupan los obreros, débese, no a los intelectuales de nuestros días, no tampoco a aquellos hombres eminentes que gra-
varon en sus libros inmortales los principios del socialismo, sino, lo repetimos, a los propios obreros que experimental-
mente han ido dándose una doctrina y una organización. Que el alma de los grandes pensadores del socialismo está en ellos,
¡quién lo duda!
¿Qué deben, pues, los obreros socialistas a los intelectuales, cuando son éstos los que empiezan ahora a ir a remolque
de aquéllos? Las mismas leyes protectoras que han promulgado algunos Estados, ciertas campañas de la prensa, ¿qué
son sino la resultante de la gran presión ejercida sobre todos por las organizaciones obreras? En cambio pudieran decir los
obreros que deben a los intelectuales, en Francia, las llamadas leyes malvadas; en España y Portugal, las leyes excep-
cionales contra los anarquistas; en Italia, el domicilio coatio. ¿No fueron la resultante de inicuas campañas en que se perdió toda noción de justicia y de humanidad?
Vivieran los intelectuales de nuestros días la vida del socialismo obrero, y no formularían opiniones que revelan a un
mismo tiempo sus pretensiones y su ignorancia. Todas sus lecturas de autores antiguos y modernos no pueden darle la
aproximación siquiera de la realidad socialista. A lo más tendrán noción de lo que es el socialismo como la tendría del
mar quien lo contemplase en un buen cromo. Pero es menester embarcarse, asomar cuando menos a la costa para admi-
rar el grandioso espectáculo que ignoran las gentes de tierra adentro.
Acerqúense a los obreros sin aires de dómine, y el obrero los acogerá con aplauso. Lo que ocurre frecuentemente es que
los señores intelectuales no toleran que se les discuta, pretenden que se les escuche y se les siga sin critica; pero el obrero
que no está para aguantar tan molestas moscas, se las sacude rudamente y prosigue su camino. Sobre las ruinas de todas
las aristocracias no consentirá que se alce la aristocracia de la pluma.
Si hay hombres de fe sincera en el porvenir entre los que se llaman intelectuales — que si los habrá —, que trabajen
generosamente lo que crean justo sin exigir que nadie se les someta, ni tolerar ningún género de sumisión y mucho me-
nos demandar gratitudes, no sólo discutibles, sino también inadmisibles. Esto es lo honrado.
Es absurda la distinción de obreros intelectuales y obreros manuales. Todo hombre tiene necesidad y debe trabajar de
una manera útil para si o para sus semejantes. En la realización del trabajo no hay más que iguales: productores. El
que no produce es un zángano. Que saque la consecuencia quien quiera.
La hipérbole intelectualista, a más de ridicula, es indigna de hombres que se estimen. El talento no necesita heraldos
ni motes, una virtud sencilla y modesta vale más que todos los ditirambos de la sabiduría cursi. Seamos sencilla y mo-
destamente virtuosos.
(«NATURA», núm. 1. Barcelona, 1° octubre 1903.)
LA LUCHA DE CLASES
No se puede sostener con razón en nuestros días que la contienda social se encierre en los términos de lucha de clases.
El socialismo contemporáneo arranca, es cierto, de la afirmación rotunda de esa lucha, y en el espíritu exclusivista
de clase se amparaba y se ampara. Mas en el correr del tiempo, la evolución de las ideas se ha cumplido y estamos
muy lejos de las murallas chinas que partían por gala, en dos a la sociedad humana.
A la hora presente, hay más socialistas y anarquistas en la clase media modesta que en las filas del proletariado. Los
obreros, en general, permanecen inconscientes de sus derechos, dormidos para las aspiraciones emancipadoras, intere-
sados a lo más por pequeñas y discutibles ventajas de momento. Los militantes obreros del socialismo y del anar-
quismo son, por lo regular, gentes escogidas por su ilustración, por sus gustos, por su peculiar intelectualidad.
Pero fuera de esta pequeñísima minoría, el socialismo y el anarquismo tienen el núcleo principal y más numeroso de
sus adeptos en el mismo seno de la burguesía. La literatura social, el libro y el folleto de propaganda, están hoy en todas
las bibliotecas modestas o suntuosas de la clase media, mientras faltan en la mayoría de las casas obreras. A cuenta de
nuestros tiempos puede abonarse el éxito enorme de la literasocial en estos últimos años, y ha sido precisamente la
pequeña burguesía quien ha coronado con el más brillante triunfo los esfuerzos del proselitismo.
En el terreno de los intereses, las lineas fronterizas se borran cada vez más. Es difícil señalar dónde acaba un
particularismo y empieza otro. Las luchas sociales agitan y suscitan una multitud de cuestiones imprevistas: entrelazan
y mezclan los más opuestos bandos, y provocan frecuenteantagonismos inesperados, que cambian por completo
la faz de las cosas. Una simple huelga que comienza interesando, únicamente a un oficio cualquiera, conmueve a lo
mejor a la sociedad toda, generalizándose la contienda; se dividen o se juntan las opiniones, se exasperan los egoísmos,
se exaltan las pasiones, y a veces, lo que proviene de una insignificante diferencia de dinero o de tiempo, se trueca en
profundo problema de ética, que galvaniza y sacude fuertemente todas las energías humanas.
Por otra parte, la misma organización capitalista ha producido un sedimento de rebeldía fuera del campo societa-
rio y socialista. No sólo las ideas de emancipación aprendidas en el libro, el periódico o en el mitin, sino también el anhelo,
el vivo deseo, casi la voluntad firme de emanciparse ha surgido entre la numerosa clase situada entre la espada del
obrerismo y la pared del capitalismo. Abogados, médicos, literatos, artistas, ingenieros, pequeños industriales y comer-
ciantes, todos los que viven a la burguesa, sin el dinero que posee la verdadera burguesía, sienten el socialismo más viva-
mente que muchísimos obreros, y si bien no se suman al movimiento de emancipación, si no militan en las filas de
la revolución, hacen ellos más por la difusión de las ideas que la mayoría de los que se dejan llamar socialistas sin
entender una palabra de socialismo. Acaso el atavismo de clase pese sobre ellos; pero indudablemente es también que
del otro lado hay todavía parapetos y reductos que no permiten penetrar en la fortaleza a quien no conozca bien la
contraseña. Acaso también sucede que la manera socialista obrera, que tiene mucho de exclusivista, mucho de mecánica
y mucho de rebaño, no cuadra bien a gentes a quienes interesan más las cuestiones de idealidad que el magno
problema del pan. Porque de cualquier manera que sea, y nos referimos ahora a la pequeña burguesía inteligente,
estudiosa y trabajadora, estos elementos sociales habituados al individualismo ambiente, no se conforman de ningún modo
con el régimen de disciplina y ordenancista del socialismo autoritario, ni tampoco con las osadías del anarquismo y riñe
de frente con todo lo estatuido. Hay una solución de continuidad que imposibilita por el momento la formación de un
gran núcleo social, pronto al asalto y a la batalla por el porvenir presentido.
En los mismos movimientos obreros suele ocurrir que una huelga determinada despierta grandes simpatías entre las
clases medias, mientras la masa general de los obreros la ve con indiferencia, o una parte de esa misma masa traiciona
a los luchadores.
Poco a poco va infiltrándose en el socialismo, cualquiera que sea su manera, la tendencia a los movimientos de interés
general como la huelga de los inquilinos, la fiscalización del peso del pan y de la calidad de los alimentos, la resistencia
a la fabricación de productos nocivos, etc.
Todos estos hechos y otros que pudiéramos señalar hacen patente el decaimiento del espíritu de clase y nos muestran
que el campo de lucha se ensancha por momentos. Y es que a la postre, aun cuando el materialismo histórico sea el punto
de partida, aun cuando la seguridad del pan para todos, la gran cuestión de las cuestiones, toda contienda humana
acaba necesariamente en una cuestión de ética, de idealidad, por lo mismo que acaso lo de menos para la mayoría de los
hombres es la satisfacción de las necesidades materiales.
Por eso nosotros, anarquistas, podemos y debemos decir: «La revolución que nosotros preconizamos va más allá del
interés de tal o cual clase; quiere llegar a la liberación completa e integral de la humanidad, de todas las esclavitudes
políticas, económicas y morales.
(«TRIBUNA LIBRE», núm. 3. Gijón, 8 mayo 1909.)
SEÑALES DE LOS TIEMPOS
Hace un momento, plantado en la acera, gritaba descaradamente un muchacho de diez o doce años:
— «¡A mi no me explota nadie!»
No sé a quién ni por qué lo decía. Pero un rechoncho filisteo vociferó iracundo:
— iGolfo, sinvergüenza, granuja!
— «¡A mí no me explota nadie!» Eso, dicho por un mocoso, es toda una revelación de los tiempos que llegan.
Es posible que ciertas ideas no hayan sido bien comprendidas; tal vez la propaganda de la buena nueva no trascendió
más allá de un pequeño grupo de creyentes; quizá la lucha no abarca todavía las amplitudes de la revuelta general
contra los poderosos de la tierra; pero el ambiente está saturado de la idea madre hasta tal punto que un mucha-
chuelo puede gritar: «¡A mi no me explota nadie!»
Y mientras estas grandes palabras corren de boca en boca repetidas por hombres, mujeres y niños, no importa que haya
desmayos en la lucha, tibiezas en la propaganda, claudicaciones en la ideología. Todo lo indeterminada que se quiera, la
sustancia de las reivindicaciones sociales se hace verbo de las multitudes, y ello anuncia que los tiempos llegan en que
la gran obra a cumplirse a pesar de la ignorancia popular de todos los ismos y de las divergencias doctrinales que escin-
den los partidos y las agrupaciones obreras.
No importa tampoco que se retuerzan las ideas, se falsifiquen los propósitos y se doblen los hombres a la ambición
o a la vanidad: quedará siempre irreductible en las multitudes la firme convicción de que no han de ser explotados, la
voluntad resuelta de no dejarse explotar, y esa convicción y esa voluntad harán todo el resto que no han logrado realizar
los partidos y las doctrinas. Es un estado de alma producido por las propagandas y luchas sociales, es una resultante fatal
e inevitable; fatal e inevitable asimismo su traducción en hechos inmediatos que renovarán el mundo más pronto de lo
que muchos creen.
— «¡A mí no me explota nadie!» He ahí hermosamente, enérgicamente resumida la situación social por encima de los
pesimismos y de los impacientes y de las vanas esperanzas de los que explotan.
Esas bellas palabras son señales de los tiempos que llegan, de los tiempos en que van a ser liquidadas todas las
cuentas, ¡oh, poderosos de la tierra, soberbios explotadores, fantasmones que gobernáis, necios todos que aún imagináis
que vuestro reinado durará por los siglos de los siglos!
Meditad bien esas palabras y luego, si os place, gritad:
— «¡Golfo, sinvergüenza, granuja!»
(«SOLIDARIDAD OBRERA», núm. 28. GIJón, 29 octubre 1910.)
Sin socialismo no hay democracia, sin democracia no hay socialismo.
Mi ideario político y económico en mi blog:
http://blasapisguncuevas.blogcindario.c ... alista.pdf Modificado en los dos últimos meses. Más de 1400 artículos de lo más diverso.
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