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Por qué los anarquistas deberían acabar abandonando la ficción de una sociedad liberada

Enviado por Gavroche en Dom, 16/04/2023 - 17:23

 Jonathan Eibisch. Traducido por Libértame

La convocatoria de una manifestación anarquista concluye con el llamamiento a no soñar con una «sociedad liberada», sino a luchar por ella. Para ello, «la política radical debe llevarse a la sociedad en general» y deben organizarse estructuras autónomas. Tales afirmaciones se pueden tachar fácilmente de palabrería barata. Los burgueses bien situados demonizan el radicalismo de los grupos correspondientes, sabiendo perfectamente que quienes defienden tales posiciones no tienen en absoluto el poder autónomo para sacudir seriamente la distribución de la propiedad o el poder político (en realidad). Así, su condena de las frases de la izquierda radical sirve en última instancia para enmascarar la violencia con la que se han apropiado y mantienen sus propios privilegios.

Desde una perspectiva anarquista, sin embargo, los llamamientos a establecer una «sociedad liberada» deben tomarse en serio. Al fin y al cabo, detrás de esto sigue estando la idea de que «otro mundo es posible» y de que está en manos de un movimiento autoorganizado y en lucha realizarlo contra el orden de dominación existente. Así, la frase de la «sociedad liberada» debe entenderse como una proyección de los propios anhelos, que como tal surge del sufrimiento bajo las condiciones de dominación del presente. Sin esta motivación, difícilmente es posible pensar más allá de lo existente, es decir, perseguir un enfoque social-revolucionario en lugar de reformista.

Pero el carácter ficticio de la llamada «sociedad liberada» es evidente. Sugiere un estado final de redención, que llegaría casi por sí mismo tras una brillante batalla final. Para estar seguros de sí mismos, los marxistas que inventaron y utilizaron la figura teórica de la «sociedad liberada» se basaron en supuestas regularidades del desarrollo socioeconómico histórico, que procedería unidimensionalmente según una comprensión teleológica de la historia. En lugar de la afirmación «ningún ser superior nos salva», se utilizó como orientación metafísica el desarrollo ulterior radical-humanista (y eurocentrista) de la humanidad moderna. Por cierto, esto también proyectó la comprensión moderna del mundo hacia el pasado, lo que requería afirmar que las formas de sociedad anteriores o no europeas habían sido fundamentalmente diferentes. (Sí, lo eran y lo son, sólo que no en la construcción de su alteridad por parte de la élite hegemónica global).

Los anarquistas asumen que la forma de sociedad debe ser revolucionada socialmente en un proceso largo y continuo a diferentes niveles y en varias dimensiones. Una paradoja aquí es, por un lado, querer «cambiarlo todo» y, por otro, saber que tal cambio per se sólo puede ocurrir procesualmente en diferentes caminos y nunca puede ser completado. No queremos una sociedad algo más libre, sino una en la que la libertad social pueda realizarse de forma integral y para todas las personas, en contraste cualitativo con la actual. Y, sin embargo, sólo podemos luchar por ella por etapas, paso a paso, basándonos en los éxitos conseguidos hasta ahora, y no en la ilusión de un gran golpe desde arriba/desde fuera que nunca llegará. La emancipación significa que la gente se vuelva activa, se empodere, se organice y se cambie a sí misma en su compromiso y en sus disputas.

Servir a la ficción de una «sociedad liberada» alimenta los problemas de la utopía abstracta. Por el contrario, los anarquistas defienden la concretización de la utopía con una comprensión poco espectacular de la misma. Vale la pena luchar por la utopía real de una forma de sociedad libertaria-socialista. En ella, la libertad, la igualdad, la solidaridad, la autodeterminación y la diversidad deben hacerse realidad para todas las personas. Significa una transformación fundamental de la forma política del Estado hacia una federación de comunidades autónomas descentralizadas, así como de la forma económica del capitalismo hacia una economía socialista descentralizada y participativa. La sociedad libertaria-socialista tiene otros criterios, que no están en cuestión aquí. Y la anarquía los cuestionará y los orientará así hacia el objetivo de la superación de todas las relaciones de dominación. Así, el proceso de instauración y desarrollo ulterior de la sociedad como también no se detiene «después» de la revolución social, sino que debe avanzar continuamente. Para que esto tenga éxito, sin embargo, las condiciones marco, duras como el acero, podrían romperse y cambiarse.

Ninguno de estos aspectos se asocia a la expresión «la sociedad liberada». No se utiliza para forjar un vínculo entre el pensamiento pragmático y el prefigurativo, sino más bien para suspender la aparente contradicción entre reforma y revolución en la dirección de un pseudorradicalismo. La consigna aparece bajo una luz tanto más flagrante cuanto que se asume y se siente comúnmente que el orden de gobierno existente está fundamentalmente dilapidado, mientras que el anhelo real-utópico se ha secado casi por completo. Y eso incluso (¿o especialmente?) entre los radicales de izquierda. En otras palabras, la frase «la sociedad liberada» sirve básicamente para engañarse a uno mismo sobre la propia decepción y para ocultar las propias experiencias de impotencia de una forma verbalmente radical.

Además, perpetúa una falsa concepción de la dominación. A saber, aquella según la cual la dominación se impondría desde fuera a la sociedad supuestamente orgánica y «buena». Por supuesto, los grupos privilegiados se benefician del orden de dominación existente y, por lo tanto, tienen intereses apoyados en la coerción, la violencia y el embrutecimiento para mantenerlo, de lo que se resiente la mayoría de los demás. Estamos ante un fenómeno de dominación sistémica, cuyos actores, por supuesto, siguen siendo vulnerables. Si se quieren superar las relaciones de dominación en su conjunto, hay que entenderlas como tales -como relaciones sociales- en lugar de suponer que de alguna manera se puede echar a los gobernantes «estúpidos», «malos» o «desagradables» para que la gente pueda entonces gestionar sus propios asuntos. Desgraciadamente es mucho más complicado y requiere al menos admitir el propio enredo en la dominación (del que surge esa proyección última para «la sociedad liberada») y encontrar una forma adecuada de afrontarlo.

Mi posición en este contexto es clara: en mi opinión, los anarquistas deberían luchar por una forma de sociedad libertaria-socialista, propagarla, ilustrarla y aliarse con otras corrientes bajo esta etiqueta. Es necesario crear instituciones y relaciones libertarias, igualitarias y solidarias en la cáscara del viejo orden social. Al mismo tiempo, los anarquistas deben permanecer escépticos ante cualquier orden arraigado y cuestionarlo, en lugar de sustituir un régimen por otro, incluso con la más sincera de las preocupaciones. Perseguir ambas cosas al mismo tiempo conduce a una paradoja que crea la tensión potencialmente productiva que percibo como el sello distintivo del anarquismo. Es en este enfoque, creo, donde radica la diferencia con la política de izquierda radical.

Original: https://theanarchistlibrary.org/library/jonathan-eibisch-why-anarchists-eventually-liberated-society

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https://libertamen.wordpress.com/2023/04/16/por-que-los-anarquistas-deberian-acabar-abandonando-la-ficcion-de-una-sociedad-liberada-2022-jonathan-eibisch/

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