El pasado jueves 24 de enero se llevó a cabo en las instalaciones de la Biblioteca Nacional el lanzamiento del libro “En el tiempo de la bala y la salamandra” del sociólogo Vladimir Carrillo Rozo, en ocasión a los 90 años de fundada la USO (Unión Sindical Obrera).
El tema central de esta obra es la persecución del líder sindical Gilberto Torres durante el 2002, quien siendo un operador de Oleoductos en una multimillonaria petrolera de propiedad estatal se convierte en dirigente de la USO (Unión Sindical Obrera) vinculada a la Industria del Petróleo de Colombia. Su trabajo se desarrolla en una peligrosa zona de guerra con presencia de diversos actores armados legales e ilegales encabezadas por las Autodefensas Campesinas de Casanare (ACC) dirigidas por Héctor Germán Buitrago Parada alias “Martín Llanos”. Este joven dirigente, comprometido con la defensa de derechos humanos y laborales, es secuestrado y torturado por esta organización paramilitar financiada con el narcotráfico.
Durante el evento, de igual manera, se realizó un sentido homenaje a Manuel Gustavo Chacón, líder sindical asesinado el 15 de enero de 1988 en Barranca por efectivos de la Red 007 de la Armada Nacional.
De igual forma asistieron diferentes líderes sindicales como Domingo Tovar Arrieta, presidente nacional de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y Luis Alberto Vanegas Zuluaga, director del Departamento de Derechos Humanos y Solidaridad de esta misma organización, entre otros miembros del sindicato.
EN EL TIEMPO DE LA BALA Y LA SALAMANDRA (CRÓNICA DEL SECUESTRO DE GILBERTO TORRES. SINDICALISTA DE LA USO –
COLOMBIA)
Por Vladimir Carrillo Rozo.
Prólogo de Ignacio Merino.
Sinopsis
–Hagamos nuestra justicia, la que nos es negada, contándolo todo a ambos lados del Atlántico –
le dije al protagonista en la vida real de esta historia. Gilberto Torres, exdirigente de la Unión Sindical
Obrera de la Industria del Petróleo de Colombia-USO. Una de las organizaciones sindicales más
importantes de la Republica de Colombia. Lo que había para contar era su secuestro y tortura en manos de
uno de los más temibles ejércitos paramilitares del país, las Autodefensas Campesinas del Casanare-ACC.
Recientemente, cuando han pasado 10 años desde la operación que tenía como fin asesinar al dirigente
sindical, algunos de los autores materiales, peligrosos criminales en todos los casos, han ido cayendo en
manos de las autoridades. Están en la cárcel y enfrentan procesos judiciales por masacres, torturas,
desaparición forzada y terrorismo. Su caída ha traído la filtración de delicadas informaciones que han
venido a engranarse con otras, sobre las graves implicaciones de altos representantes del Estado y la
industria petrolera del país en la guerra contra el movimiento sindical. Lo que además está sirviendo de
base para la apertura de demandas judiciales contra algunos de los autores intelectuales en cortes
norteamericanas. La historia de este intento de desaparición describe una importante pieza en un plan
dirigido conscientemente por los más importantes poderes del país. Un proyecto que vio la asociación del
Estado, compañías multinacionales y el crimen organizado, con el fin de consolidar mediante el terror una
maquinaria económica y un constructo ideológico y político que necesariamente implicaban el exterminio
violento de los contrarios. No solo de los adversarios políticos, sino de todo promotor de movimiento
social y ciudadano. Y entre estos el principal blanco, por su tradición de luchas y resistencias, estaba el
sindicalismo colombiano.
Este libro no es un ensayo político, ni un manifiesto, como tampoco una crónica simple de los
hechos. No tenía sentido escribir un amplio documento solamente de denuncia o análisis sociopolítico que
interesaría a un público limitado. Los elementos profundamente fantásticos y esquizoides, que han
acompañado la violencia en Colombia, obligaban a trabajar con una perspectiva más fresca y estimulante
para el lector. La creación literaria, novelar una historia que llegó a ocurrir para abordar un drama
humano, permite transmitir de forma mucho más verídica y sensible las atmósferas, las cargas simbólicas,
los reflejos del inconsciente, las condiciones psicosociales para que los hechos ocurrieran. Y sobre todo
permite la combinación de estilos y géneros, en una narración ficticiamente real. Muy real. Lo que
constituye una oportunidad para abordar cualquier tema con la debida profundidad. El estilo de esta
escritura, que hunde sus raíces en lo real maravilloso propio de esas tierras donde lo imposible
ciertamente ocurre y lo paradójico se vuelve cotidiano, busca describir el viaje del protagonista, la
víctima, en busca de explicaciones convincentes a la crudeza de lo acontecido. Sus reflexiones antes,
durante y después del cautiverio, a medida que comprende la magnitud maquiavélica del proyecto
militarista y extremista que se estaba viviendo, son también consideraciones graves sobre el Sujeto y la
Realidad. Encuadradas en una época de grandes interrogantes intelectuales que se extienden hasta lo
ontológico. Él mismo llega a descubrir con dolor que intentar responder algunas de las preguntas claves
del Ser (quién es, cómo es el mundo y adónde quiere ir), puede a veces pagarse con la vida. Pero las del
libro son igualmente consideraciones colmadas de esperanza sobre el futuro. En la, nunca mejor dicho,
medida que la historia expresa y explora los símbolos que acompañan a las personas que viven y mueren
en estas páginas. Donde se ha buscado reflejar la envergadura del imaginario de quienes se ejercen y
conquistan altas dosis de humanidad en cruentos escenarios de guerra.
Esta historia es incluso un símbolo en un momento como el actual, donde la reivindicación de la
memoria intenta reclamar su lugar en la vida de los ciudadanos. Sobre todo en los rincones del mundo
donde se ha vertido sangre de inocentes. Es por eso que escribir este libro desde un barrio de trabajadores
al sur de Madrid, pero con la mirada puesta en esas tierras perfumadas de una esquina de América del
Sur, cobra un sentido mucho mayor. Porque en ambos extremos la memoria libra sus batallas. Pero de la
misma forma hay otras motivaciones e imperativos. En un proyecto de estas características hay que
hacerse consciente de lo que significa el lenguaje y sus insondables caminos y recovecos. Estamos describiendo un mundo con objetos y seres que respiran, con sus signos y parábolas a través del lenguaje.
Y es solo cuando se emprende la tarea de grabarlo a fuego sobre papel que se adquiere conciencia del
increíble tamaño y complejidad del mundo que construimos a cada paso, a cada minuto, a cada decisión.
Las cosas nunca son sencillas, pero nunca son tan complicadas. Cuando además el tema de la escritura es
como el que nos ocupa, todas las técnicas y géneros se desbordan. Marchamos por los límites de la
cordura. Cuando se trata de sufrimientos verídicos todas las descripciones son pocas, todas las fórmulas
de la palabra escrita demandan cobrar vida para no olvidar. Y aquí aparece otro importante dilema: Esta
sucesión de letras maternas y adoptadas tendrán que constatar una lucha primaria. La registrada a ambos
lados de la coma y los puntos suspensivos entre la felicidad, la plenitud y las legiones guerreras de la
psicosis más traicionera. Y es imposible incursionar en esos cenagosos territorios si resultar afectado. Sin
experimentar variedad sensaciones nefastas, que hacen replantear la normalidad y la cotidianidad. Puede
incluso que la indiferencia llegue a su fin y cientos de juguetes y sueños rotos se revelen en la silenciosa
madrugada, elevando desde su desaparición un remoto grito de júbilo. Para entonces, si se ha llegado al
final, todo será diferente. Porque aunque las piedras cúbicas vuelvan a embrutecerse y las columnas de los
grandes edificios se desplomen, sabremos cómo volver a pulirlas y levantarlas con ternuras y luces
ilustradas. Y las banderas de la buena fortuna.
La complejidad de este relato estriba en las truculentas relaciones que se tejieron alrededor de la
campaña de agresión política y militar contra la organización sindical de los trabajadores petroleros. Los
hechos se desarrollaron en el Departamento del Casanare, dramático cruce de destinos, tomado por una
belleza natural sobrecogedora. Las investigaciones sobre el terreno de los últimos años han hablado de
Genocidio al contabilizar el número de víctimas civiles que ha dejado el conflicto bélico colombiano en
esa región. Tres procesos claves han ocurrido simultáneamente durante las tres últimas décadas, allí y en
otras partes del país. Todos fueron prácticamente presenciados de cerca por los sindicalistas de la USO. Y
todos se llegaron a entrelazar hasta terminar en este sinnúmero de tragedias. Estos fueron: la confirmación
de la presencia de ingentes riquezas petroleras en la región. Donde desde el principio jugó un papel de
primera línea la compañía británica BP. Junto al gigante petrolero estatal y otras compañías relevantes
como Triton, Total, Perenco, etc. La creación y masificación, históricamente más moderna, de grupos
paramilitares en la mayor parte del territorio colombiano. Que mediante distintas dinámicas pasaron de
ser pequeños ejércitos privados fundados por las grandes mafias del narcotráfico y las más ricas familias
ganaderas, a verdaderos paraestados. Que tomaron control militar de territorios donde administraron
justicia y seguridad, cobraron tributos y se apoderaron de las riquezas. Hasta lograr reclamar el poder
institucional a distintos niveles. Esos dos procesos se vieron mezclados en el Casanare y estaban
presentes en un explosivo cóctel de cocaína y petróleo cuando hicieron presencia en la región los ex
oficiales del Ejército Británico que importó la BP. Que conformaron una red de contraespionaje e
inteligencia militar con la tristemente célebre Brigada XX. La antigua unidad central de inteligencia del
Ejército Nacional. Versiones de distintos sujetos ante la justicia confirman que fue la época en que la
USO fue oficialmente objeto de vigilancia. Todo esto estaba pasando al mismo tiempo que otros
importantes dirigentes de la organización enfrentaban procesos judiciales donde se les relacionaba con la
insurgencia. Y cuya denuncia le costó la vida a uno de los principales penalistas del país. El tercer
proceso simultáneo que viene a complicar este escenario fueron las relaciones formales, en unas
ocasiones de tributo y en otras de mando, que la petrolera estatal tuvo con los ejércitos paramilitares. Los
últimos años y meses se ha conocido cómo esta y sus gigantes socias extranjeras pagaron a los
paramilitares por asesinatos selectivos y otras operaciones de vigilancia y pacificación.
En todo este despropósito reinó siempre una gran confusión sobre los móviles últimos y los
detalles del negocio de seguridad que se creó entre paramilitares, Fuerzas Armadas y compañías
petroleras. En primer lugar fue un negocio nacido de la guerra, una parte de ella contra la insurgencia. Y
la guerra se redirigió a un enfrascamiento con objeto de mantener vivo un mercado que resultaba muy
rentable. Pero para los paramilitares era una más de sus varias fuentes de financiación, que ni siquiera se
acercaba en importancia al negocio del narcotráfico. Esto fue en lo referente a las confrontaciones
armadas con su adversario más importante: las guerrillas de izquierda, que en los últimos años exhibían
tácticas que las alejaban del esquema de guerra de guerrillas y las acercaban al de ejército regular. En
segundo lugar estaba la agresión militar contra movimientos sociales compuestos por civiles. Como la
organización a la que pertenecía Gilberto Torres. Es en este caso donde se manifiesta la verdadera
simbiosis entre crimen organizado, Estado y compañías privadas. Y donde se simplifica. El mítico
sindicato de los trabajadores petroleros sí era una amenaza. Amparado en la ley llevaba los últimos años
generando un gran debate nacional sobre el destino de las riquezas petroleras. Donde, en el caso del
Casanare, reinaba una corrupción escandalosa. El dirigente tuvo un papel relevante en uno de esos
espacios.
El peligro de escándalos por corrupción a causa de las denuncias del sindicato significaba un riesgo muy serio para mucha gente del negocio petrolero en el Casanare. Sumado a esto, Gilberto Torres protagonizó una audaz acción sindical dos meses antes de su secuestro, que tenía como fin lograr la
liberación de otro dirigente de la USO, también secuestrado por paramilitares. Detuvo el bombeo de uno
de los más importantes oleoductos del país. En la acción se vieron afectados los intereses de la BP y otras
grandes empresas petroleras. La justicia colombiana ha conocido muy recientemente las reuniones
secretas que sobre estas cuestiones tuvieron comandantes paramilitares y altos representantes de esas
compañías. Que pagaron por su asesinato.
Una vez que lo secuestran ¿Por qué no lo asesinan? ¿Qué impidió que, como en otros casos
similares, no apareciera su cadáver torturado 48 horas después? He aquí una de las partes más importantes
de esta historia. Cuando Gilberto Torres es detenido y su rastro desaparece para su familia y amigos, los
ejércitos paramilitares del país estaban eufóricos. Todas las previsiones apuntaban a que estos adquirirían
un nuevo y renovado protagonismo político gracias, por una parte, al estrepitoso fracaso del proceso de
paz con las FARC. Y en segundo lugar, a la casi segura victoria de Álvaro Uribe en las elecciones a la
Presidencia de la República. Un análisis juicioso de la historia de los actores en juego, la situación en ese
momento, sumado a las mismas declaraciones de algunos líderes paramilitares ante la justicia, y el
ordenamiento de varias piezas relacionadas con los movimientos militares de esa época, permiten
formular una serie de hipótesis. Una de ellas es que se dieron una serie de reuniones secretas donde los
verdaderos autores intelectuales del proyecto de paramilitarización del país, dieron las órdenes para
movilizar sus fuerzas en la ilegalidad y garantizar la victoria de Uribe. Lo que haría entrar ese proyecto en
una tercera fase: La conquista de las más altas instituciones del país por expresiones políticas
pertenecientes a la derecha más extrema, que tenían en los paramilitares un poderoso brazo armado.
Añadidamente se buscaría y lograría un tratamiento pseudopolítico para organizaciones que en realidad se
dedicaban a la industria del narcotráfico y el terror. En este orden de cosas esos autores intelectuales
también se aseguraron de contar con contramedidas de control sobre los ejércitos paramilitares, para ser
usadas en caso de que estos llegaran a adquirir una autonomía excesiva. Una de ellas fue un cierto y
permanente estado de caos entre esos ejércitos. Lo que en realidad impidió que estos lograran verse como
organizaciones políticas y militares acabadas dentro de las denominadas Autodefensas Unidas de
Colombia. Los paramilitares se desmovilizan a lo largo de varios años del Gobierno de Uribe y realmente
tienen un tratamiento político con leyes aprobadas en el 2003. Son acusados en distintos espacios de
cometer delitos de lesa humanidad, pero lo cierto es que solo los máximos dirigentes y algunos mandos
medios van a la cárcel. Más de 30 millares de individuos que cometieron o presenciaron masacres,
torturas, etc., quedaron en libertad. En cuanto a los más altos comandantes paramilitares, cuando
empezaron a hablar demasiado y amenazaron con delatar a sus grandes aliados en la esfera pública,
fueron extraditados casi en secreto a los EE.UU., que los requería por narcotráfico. A ellos siguió una
nueva generación de narcoparamilitares que, en este preciso momento, continúan delinquiendo en más de
la mitad del país.
Dentro de este esquema existieron otros paraestados en el país, creados sobre ejércitos
paramilitares, que no estuvieron permanentemente dentro un pretendido mando centralizado. Entre ellos
estaban las Autodefensas Campesinas del Casanare-ACC. Los que se encargarían del secuestro y
asesinato de Gilberto Torres. La misión encomendada por altos responsables de seguridad de la industria
petrolera era arrancarle mediante tortura una confesión sobre su supuesta pertenencia a la insurgencia y
ajusticiarle sin más. Pero durante el proceso las ACC tienen una pequeña crisis interna. Los contactos de
alto nivel para movilizar fuerzas en dirección a la victoria de Uribe, plantean la promesa de una
desmovilización y negociación. Pero no hay ninguna seguridad de que los líderes paramilitares, gente
inmensamente rica por otra parte, no queden en la mira de la DEA o la Corte Penal Internacional. Y esto
ocasiona que uno de los máximos líderes de las ACC amenace con una pequeña rebelión. A pesar de la
intención de parte de los comandantes de ir con los tiempos, aquel sabía muy bien la suerte que podían
correr cuando el mundo llegara a saber el calibre de los delitos que se habían cometido a lo largo de la
guerra. Hablamos de sujetos al mando de miles de hombres con el más moderno armamento de los que se
sabe han cometido delitos atroces. Con especial énfasis en el caso de las ACC y el Casanare y que en
realidad han sido capturados muy recientemente. Esa crisis interna que experimentan durante la primera
mitad del 2002 tiene para ellos varios costos políticos y militares. Ese comandante inconforme, que había
acumulado un enorme poder, no obedecería ni ejecutaría varias operaciones hasta no tener el compromiso
de los máximos líderes de las ACC de que nunca entrarían en una negociación para desmovilizarse. Un
juramento además extraño viniendo de hombres cuya salud mental no osaría certificar ningún psiquiatra
del mundo. El Estado Mayor de las ACC no llega a acogerse a las leyes sobre las que se organizó la
desmovilización de los paramilitares.
Pero el tiempo en que se dilata esta decisión llevó a que la ejecución
de Gilberto Torres se complicara en exceso. Pocas horas después del secuestro la producción petrolera del país estaba detenida por la USO. Y seguiría así por días, llegando a peligrar las reservas de combustibles en las ciudades. Las movilizaciones y declaraciones internacionales, desde sindicatos y ONG del mundo
entero hasta el Parlamento Europeo, hicieron que los que ordenaron el asesinato tuvieran serias dudas. No
solo por las protestas, que no han tenido mucho peso en casos similares en Colombia, sino porque la
pequeña rebelión de uno de los principales comandantes llegaba hasta ellos.
Los dispositivos de inteligencia de las ACC conocían la alianza que las petroleras y grandes
empresas tenían con otros ejércitos paramilitares del país. Pero no estaban dispuestos a que esos acuerdos
afectaran o se hicieran en su territorio. Durante los días que Gilberto Torres está secuestrado y la decisión
sobre su muerte pende de un hilo, se están fraguando alianzas y se tienen escaramuzas con otro ejército
paramilitar perteneciente a las AUC, que ya ha cruzado las fronteras del Casanare: El Bloque Centauros.
La amenaza de uno de los comandantes de las ACC pasa por filtrar delicadas informaciones, si las
grandes empresas que operan en su territorio no definen sus alianzas. Todo esto convierte la cuestión de
asesinar o no a Gilberto Torres, junto a otras operaciones, en monedas de cambio. El tiempo, los días y las
semanas han pasado. La única manera de que la orden original de asesinarlo siga adelante es que se
aseguren unos compromisos. Que no llegan. La guerra entre las ACC y el Bloque Centauros es casi un
hecho. Años después el país llega a conocer los miles de muertos que quedaron en los caminos, pueblos y
llanuras solo por esta confrontación. En la selva, luego de sufrir diversos vejámenes, Gilberto Torres
empieza a ser interrogado por un supuesto Psicólogo que le practica una sofisticada tortura mental. Y que
busca saber qué tanta información tiene este sobre la operación trazada para acabar con su vida y la
guerra contra el sindicalismo en general. La decisión final de las ACC ocultó una venganza a unos autores
intelectuales que, sabían muy bien, serían descubiertos tarde o temprano. El dirigente había presenciado y
escuchado demasiadas claves sobre su secuestro, el accionar y relaciones de las ACC. Si bien se mantuvo
hasta el último momento la orden de asesinarle, los autores intelectuales vieron con temor una escalada de
fuertes protestas sindicales como respuesta al cadáver del dirigente secuestrado, que iban a agravar aún
más la situación de la producción en un momento demasiado delicado. La estatal petrolera, la mayor
empresa del país, estaba de camino a convertirse en una sociedad pública por acciones y en grupo con
presencia fuerte en varios países. Una parada más prolongada de la producción haría disparar las primas
de riesgo, pondría en peligro los acuerdos comerciales, etc. Y provocaría, si las ACC se hacían más
incontrolables, una investigación judicial para establecer los autores intelectuales de esa y otras miles de
muertes. La dilación en la orden final de ejecución a la larga permitió que la USO respondiera con una
contundencia que puso en jaque a las autoridades.
Este libro imprime los hechos, describe con realismo las situaciones y siniestras relaciones que
se dieron como consecuencia de este intento de muerte. Todo a través de los ojos de un ciudadano que se
aferró a su conciencia, su imaginación y su inteligencia para no claudicar en su decisión de elegir cómo y
cuándo se sentaría a descansar, reclinaría la silla y relataría esta historia.
Sobre el título: “En el tiempo de la bala y la salamandra”
En el esfuerzo del escritor por introducir las necesarias reflexiones epistemológicas a las que
hechos tan bárbaros obligan, ha sido de gran importancia la imaginación atribuida al protagonista, girando
alrededor de una serie de elementos de alto valor simbólico. Eso es la salamandra. Una unión
hermenéutica, un símbolo de símbolos, un nivel mayor de organización aprisionado entre grilletes y
cadenas. Aunque ultrajado, sin indiferencia ante la inminencia de la muerte. Una salamandra utilizada
como una especie de recurso MacGuffin, desde el cual se desgranan terribles cuestionamientos y
preguntas. Pero un recurso de la historia que además permitió conectar el deseo y la realidad en la psiquis
de los que supieron del verdadero alcance del humano que aparece como sano y en realidad es presa de
toda clase de delirios. Junto a la fantástica criatura además está la bala, que es su antítesis, su contrario, su
riesgo y su amenaza. Este libro está surcado por las dos. En un tiempo que no es como el que conocemos.
Porque los acontecimientos y asuntos del mundo nunca aparecen solos, están remotamente hundidos en el
pasado y se extienden imprevisiblemente en el futuro.