Dharma


Su dharma: comerse mis macetas

Por unos dolores de rodilla consulto al médico del seguro. Por resumir me salto el traumatólogo, pruebas, la fisio, el pilates… Tras un año de pierna parriba pierna pabajo, no mejoro. Ahora me duele el lado derecho, el izquierdo y cosas que no sabía ni que existieran. Me recomienda el médico que haga yoga para la tercera edad. Más suave. Vale. 

Voy al yoga, todo son mujeres, estupendo. En mallas y ropa cómoda. De edades indefinidas –pero avanzadas–. La monitora, una pelirroja de pelo rizado. Llena de tatuajes asiáticos... Ponemos las esterillas y la muchacha nos da... Un sermón sobre el Dharma. Levanto las orejas. Me interesa. 

Érase una vez Krishna, que es consultado por el rey Aryuna antes de la batalla contra familiares que le quieren derrocar. Y es que la familia es la peste.  Aryuna viendo la que se avecina, afirma que prefiere la derrota a la victoria porque entre el enemigo ve a muchos amigos. Krishna le explica que su Dharma es mantener el imperio intacto, ¿por qué? porque sus primos y familiares son irreligiosos, injustos y malvados. Hay que destruirlos. No merecen compasión. Se puede matar a la gente si se hace sin egoísmo, por el bien de la justicia y la religión. Y entonces Aryuna, iluminado por Krishna, hace una escabechina y mantiene unido al imperio. Por el Dharma ese.

Total, que le pregunto a la profesora si el Dharma es algo así como la misión de cada cual… Algo así –dice– todos tienen que realizar su Dharma, o ahora o en otra vida. Y en ese caso –inquiero–, ¿cuál era el Dharma de los primos asesinados? Ay. No lo sabe. Krishna no lo dijo. Y añade que es muy difícil de traducir ese palabro. Le pregunto que si no se puede traducir, ¿cómo hablamos del Dharma? ¿Lo entienden los chinos solamente? ¿Se puede traducir la palabra «torero» a un esquimal prehistórico?

Llegados a este punto, la monitora me corta el rollo y nos pone a hacer ejercicios. Gato parriba, gato pabajo, cosas así, hasta que –amorosamente– declara que vamos a hacer el sirsasana. ¿Cómo que qué? Dice que sí, que vamos hacer el sirsasana, el pino (aclara). La sangre en la cabeza y tal. Hasta donde podamos. Que si no quiero, repose… Le digo que yo sabía hacer el pino y el pino puente de joven, y lo demuestro. Coloco las manos, me impulso, me pego una hostia enorme con la pared, reboto en una pelota gigante que había allí, alarido de dolor y manifiesto que ya he tenido suficiente. Tengo una edad para hacer acrobacias. Vuelvo al gato parriba gato pabajo y no quiero saber nada más.

Pero como que lo del Dharma me ha llamado la atención, de vuelta al hogar y tras mirar largamente el chichón, corro al ordenador a leerme el Bhagavad-Guita. Efectivamente, se puede matar a la gente si es por la justicia, siempre y cuando se haga sin egoísmo, con desapego, ya que en realidad la muerte no existe, los muertos renacen y no pasa ná. No veas con el Dharma intraducible. Y lo peor es que va acompañado de cien conceptos, a los que les pasa lo mismo… Hay que hacer un máster propio, como los de la señora Gómez. De hecho, ni los hinduístas se ponen de acuerdo, de ahí tanta escuela y tanta secta. ¿Joder, esa gente es que no tenía nada que hacer? Entraban en trance, con ayuno, tortura postural, discípulos tomando nota y, hala, a soltar una nueva parida que circula miles de años hasta que llega a una clase de yoga pa viejos en mi pueblo…

En fin, ahí vamos. Gato parriba, gato pabajo. Ese debe ser mi dharma. A día de hoy.
 

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