Norte-Sur-Este-Oeste (texto sobre los sabotajes a los J.O. París 2024)

La noche del pasado 25 de julio, en París, la excitación estaba por los cielos. (Casi) todas las miradas se dirigían hacia la Ville Lumière: el día siguiente era el gran día, la apertura oficial de la XXXIII edición de los Juegos Olímpicos. Los organizadores habían anunciado una inauguración a la altura de la grandeur francesa — un desfile «audaz, original, único» sobre el Sena. Había que borrar el desagradable recuerdo de la anterior edición en Japón, aplazada un año por una enfermedad leve y celebrada ante gradas vacías. Esta vez nada ni nadie podía obstaculizar el opulento retorno de las Olimpiadas en la patria de su creador, el barón De Coubertin. Ni un ecosistema exhausto tras siglos de industrialización, ni un conflicto local que puede desencadenar una guerra mundial nuclear, ni un genocidio en acto.

«Y si alguna vez, por mala suerte, algo desagradable sucede de una forma u otra, bueno, siempre está el soma que te permite unas vacaciones, lejos de los hechos reales. Y siempre hay soma para calmar tu ira, para reconciliarte con tus enemigos, para hacerte paciente y tolerante»

Para garantizar el normal desarrollo del evento deportivo, es decir, de la ingesta planetaria del soma deportivo, las autoridades francesas tomaron medidas de seguridad excepcionales: 45 mil agentes repartidos por toda la ciudad, 18 mil militares, 200 unidades especiales de intervención de la UE (la mitad de ellos francotiradores apostados en los tejados de la capital francesa), un centenar de buzos. Y un despliegue de drones y barreras marítimas para impedir el tránsito ilegal de pequeñas embarcaciones a través del canal de la Mancha, el despliegue de misiles tierra-aire para la seguridad aérea, el cierre del espacio aéreo de la capital, sobrevolado exclusivamente por helicópteros militares. La colaboración con servicios secretos de 80 países, la presencia de agentes de policía provenientes de decenas de países, además de 2 mil agentes de seguridad privada. El control de las aguas residuales en busca de virus, la instalación de sonar acuáticos, un sistema de videovigilancia basado en algoritmos de inteligencia artificial. Esto es solo para dar una idea de la importancia del evento, solo para que quede claro que era indispensable que a partir del 26 de julio en Paría no podía, no puede y no podrá pasar nada.

«Ahora el mundo es estable. La gente es feliz; consigue lo que quiere, y nunca desea lo que no puede conseguir. Está bien; se siente segura;… está condicionada de tal manera que prácticamente no puede dejar de comportarse adecuadamente. Y si por casualidad algo va mal, siempre queda el soma…»

Sin embargo… merdre! — la mañana del 26 el clima ya se había arruinado. Y ciertamente no por el diluvio previsto. No, el problema es otro: si bien París es el fulcro de Francia, Francia no sólo es la capital. Todo centro, por definición, tiene su periferia. Cercar, patrullar, vigilar cada metro cuadrado de un centro es una ambición a la altura de todas las arrogancias. Pero no se puede esperar poder hacer lo mismo con una periferia que, en este caso, se extiende hasta las fronteras. Un territorio que, por comodidad, podemos subdividir en base a los cuatro puntos cardinales.
Pues bien, en la noche entre el 25 y el 26 de julio, a pocas horas del comienzo del moderno circenses, en la misma París y en los cuatro puntos cardinales ha ocurrido algo. Algo pequeño, pero con un enorme impacto. Pequeños sabotajes en la línea ferroviaria de Alta Velocidad — exitosos en el centro, en el norte y en el oeste, fallido en el sur — que durante largas horas han interrumpido la circulación hacia la capital.
¿Increíble, verdad? Han bastado unas pocas botellas incendiarias, algunas lamas cortantes y un apasionado paseo nocturno entre individuos cómplices para romper el encanto, más bien, la auténtica brujería que hace aceptable la aberrante condición humana.

«No comprendo nada» dijo Lenina con decisión, determinada a conservar intacta su incomprensión. «Nada» Y prosiguió en otro tono «Y lo que menos comprendo es por qué no tomas soma cuando se te ocurren esta clase de ideas. Si lo tomaras olvidarías todo eso. Y en lugar de sentirte desdichado serías feliz. Muy feliz» repitió…

No entiendo nada. ¿Cómo es posible que alguien haya intentado impedir a 800.000 potenciales espectadores estar presentes y felices ese fin de semana, sentados en los estadios ondeando banderas de su nación, ansiosos por cantar el himno? ¿Como le viene a alguien la idea de arruinar las vacaciones de personas de bien, de honestos trabajadores que día tras día hacen que esta infame sociedad funcione? Grandes y pequeños animadores del Espectáculo no lo pueden creer. Por lo tanto, desde los protagonistas hasta los extras, todos se han indignado.
El ministro de Transportes francés, por ejemplo, ha definido el sabotaje de las líneas de alta velocidad como «una escandalosa acción criminal», mientras que para su colega ministro de Deportes se trata de un ataque directo a los atletas y a la propia patria: «Estos juegos son para los atletas que sueñan con ellos desde hace años y que luchan por el santo Grial de subir al podio y alguien los está saboteando». Jugar contra los juegos es jugar contra Francia, es jugar contra tu equipo. Es jugar contra tu país». Que sea aplicable la acusación de alta traición también lo sostiene el joven líder del partido de extrema derecha, quien además concuerda con una experta en obras ferroviarias que habla de «atentado contra la libertad de irse de vacaciones». Concepto repetido entre otros por el administrador delegado de SNFC (principal operador ferroviario en Francia), según el cual «son los franceses quienes han sido atacados». ¿Pero por quién? Boh, según él por… ¡por «una banda de iluminados, de irresponsables»!. Una secta de majaras, en pocas palabras. Mientras el ministro de Interior francés, el corte y la quema de cables de fibra óptica a lo largo de los binarios es «un modo de acción tradicional de la ultra izquierda». Pero también hay quien ha evocado la injerencia extranjera, como por ejemplo el ministro de Exteriores israelí cuya lengua golpea la muela dolorida: según él el sabotaje «ha sido planeado y ejecutado bajo influencia del eje del mal de Irán y del islam radical». ¡Encima! Pero hay que entender el delirio del homólogo israelí de von Ribbentrop. Sabe bien que el pasado 26 de julio de 2024 se cumplían 294 días de genocidio de los palestinos…

«¡Qué horrible!» repetía una y otra vez, ante los vanos consuelos de Bernard. «¡Qué horrible! ¡Esa sangre!» Se estremeció. «¡Y no tener ni un gramo de soma!»

Cuando se habla de Olimpíadas, el coro es unánime: gran fiesta deportiva, amistad y hermandad entre pueblos, tregua olímpica, culto de la entrega y del esfuerzo… Una conformidad de opinión tan arraigada como para hacer inimaginable que alguien pueda no sólo rechazar pensar que lo importante es participar (en la competición, en la búsqueda de éxito, en la medición del tiempo, en el culto a la mera fuerza física, en la apología del nacionalismo…), pero que tiene la audacia de interrumpir este celoso coro con la consciencia de que lo importante es impedir que se participe. De participar en la reproducción social.
Y he aquí que de la noche del deseo aparecen las sombras de quienes no se presentan a las elecciones, de quienes no frecuentan platós televisivos, de quienes no lanzan o dirigen movimientos sociales o partidos políticos, de quienes no conceden ninguna sonrisa complaciente. Porque desprecian cualquier público, porque quieren acabar con toda representación. Y por ello no dudan en ponerse de pie en el plato. Contra toda razón, contra todo cálculo político.

«¿Cómo puede gustaros ser esclavos?» decía el Salvaje en el momento en que sus dos amigos entraron en el Hospital. «¿Cómo puede gustaros ser bebés? Sí, bebés. Berreando y haciendo pucheros y vomitando» agregó exasperado por su bestial estupidez, insultando a quienes se proponía salvar. Los insultos rebotaban en el recio caparazón de su estupidez; le miraban con una vacua expresión estúpida y avieso resentimiento en los ojos.
«Si, babosos» Gritó claramente. Dolor y remordimiento, compasión y deber, todo lo había olvidado ya, arrebatado como estaba por un intenso y avasallador odio hacia aquellos monstruos infrahumanos. «¿No queréis ser libres y humanos? ¿No comprendéis siquiera lo que es ser humano y la libertad?» La ira le volvía elocuente; las palabras le venían solas, en un flujo continuo. «¿No comprendéis?» repitió, mas no obtuvo respuesta. «Muy bien, pues entonces» dijo malhumorado «yo os lo enseñare, os haré ser libres, lo queráis o no»

A la derecha, más allá de la flagrante hipocresía, nada le importa la libertad; sólo quiere instaurar el orden. Pero la izquierda, sobre todo la extrema, cuando no está secando lágrimas y sudor exhortando a la resiliencia, se complace de vez en cuando haciéndose pasar por paladina de la libertad. Basta que esta libertad se conjugue rigurosamente en plural, como obra estratégica colectiva de conquista de mayores derechos. Entonces esta izquierda, orgullosa de éxito electoral y sedienta de composición militante, ¿cómo ha reaccionado a estos sabotajes? En los despachos, desde la indignación socialista («Esto es desestabilización, es sabotaje, es cuestionar la imagen de Francia») a la senilidad indomable («Denunciamos estos actos malintencionados y mandamos todo nuestro apoyo a los ferroviarios que trabajarán día y noche para garantizar la vuelta a la normalidad lo antes posible»). En la calle, silencios embarazosos aparte, sólo los guiños interesados y nauseabundos de los que se apresuran a precisar que el sabotaje está «al servicio de un mundo mejor» (tal como lo enseñaba Mao y lo aprendieron los actuales líderes del movimiento).

«¡Reparto de soma!» gritó una voz. «Con orden, por favor. Venga, deprisa»

Después de los actos de sabotaje, el ministro de transportes ha asegurado que se han desplegado «considerables medios» para «reforzar» la vigilancia de los 28.000 km por los que se extiende la red ferroviaria francesa: «un millar de agentes de mantenimiento de SNFC» asistidos por «200 agentes de la policía ferroviaria», con el apoyo de 50 drones y helicópteros de la Gendarmería, que, hasta nueva orden, velarán por el retorno a la normalidad.
Ah, el retorno a la normalidad, obsesión de todos los políticos: que todo vuelva a ir como antes, el despertador a primera hora de la mañana y el cansancio por la noche, la explotación en el trabajo y la explotación de la vida, las charlas estúpidas entre amigos y compañeros de curro, la devastación de ecosistemas y de imaginarios, las colas en los semáforos y en los supermercados, la represión de las protestas y de los deseos, el entretenimiento televisivo y digital, la masacre de poblaciones y de sueños, el alquiler y las facturas a pagar, la vigilancia total de espacios y de pensamientos, la elección del cine o el bar al que ir, la domesticación de todo impulso y de toda singularidad, las mercancías que vender o comprar, el respeto y la obediencia a las instituciones.
Esa es la normalidad a restablecer. Y quien ose desafiarla es amenazado por posibles condenas de hasta 20 años de cárcel!

«Súbitamente, del aparato de Música Sintética surgió una Voz que empezó a hablar. La Voz de la Razón, la Voz de los Buenos Sentimientos. El rollo de pista sonora soltaba su Discurso Sintético Anti-Algazaras número 2 (segundo grado). Desde lo más profundo de un corazón no existente, la Voz clamaba: “¡Amigos míos, amigos míos!”, tan patéticamente, con tal entonación de tierno reproche que, detrás de sus máscaras antigás, hasta a los policías se les llenaron de lágrimas los ojos. “¿Qué significa eso?” proseguía la Voz. “¿Por qué no sois felices y no sois buenos los unos para con los otros, todos juntos? Felices y buenos” repetía la Voz. “En paz, en paz”. Tembló, descendió hasta convertirse en un susurro y expiró momentáneamente. “¡Oh, cuánto deseo veros felices!” empezó de nuevo, con ardor. “¡Cómo deseo que seáis buenos! Por favor, sed buenos…”
Dos minutos después, la Voz y el vapor de soma habían producido su efecto.»

No, las charlas no cuentan. La normalidad, acabada ya definitivamente con la pandemia de la servidumbre voluntaria, ciertamente no resurgirá en medio de baños de sangre. Esta despiadada civilización de asesinos e influencers no conocerá ninguna piedad. Después de haber puesto el cuchillo en el cuello a todo el mundo y haber comenzado por degollar a los condenados de la tierra , los Señores y sus secuaces también exigen ser tratados con cortesía y buenas maneras? Pueden ir olvidándose para siempre de la normalidad de la autoridad y el dinero.
Y de hecho, la noche entre el 28 y el 29 de julio una nueva oleada de sabotajes golpeaba Francia. Esta vez los cortes se han producido en las autopistas digitales de fibra óptica de al menos diez departamentos en el norte y sur del país, agrietando así una espina dorsal de internet: una red backbone, en este caso la que usa el operador de infraestructuras SFR, utilizada para conectar a alta velocidad de transmisión muchas redes al interior de una más grande. Por este motivo estos últimos sabotajes también han tenido consecuencias en muchos operadores de telecomunicaciones. Para la secretaría de Estado responsable de lo Digital se trata de «acciones viels e irresponsables», mientras que la Federación Francesa de Telecomunicaciones «condena firmemente este caso de vandalismo que golpea la vida de los franceses, en el momento en el que el mundo entero tiene los ojos puestos en los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos».

«En el mundo feliz, el uso del soma no era un vicio personal; era una institución política; era la esencia misma de la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad, garantizada por la Declaración de Derechos. Pero el más precioso de los privilegios inalienables de los súbditos era al mismo tiempo una de las armas más poderosas del arsenal del dictador. El dopaje sistemático de individuos para el bien del Estado (y también, por supuesto, para el placer de los individuos) era una plataforma fundamental de la política de los Controladores del Mundo»

Si «los esclavos felices son los más aguerridos enemigos de la libertad», está muy claro el porqué su felicidad debería ser arruinada. Si las infraestructuras técnicas esparcidas por todo el territorio son los medios necesarios para difundir la voz de mando y el algoritmo de la obediencia, la urgencia de su demolición es demasiado obvia. Todo esto no tiene nada de político, es cierto, pero dejemos que sean los mendigos de derechos constitucionales quienes recorran las vías institucionales. Todo esto no requiere de ningún consenso popular, es cierto, basta un poco de voluntad y la concurrencia de las estrellas.
¿Y no es eso lo que sigue siendo maravilloso?

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