La estafa de la reforma laboral. ¿Y ahora qué?

Se veía a venir y ha sucedido. El gobierno de coalición más progresista de la historia de España no ha derogado la reforma laboral del Partido Popular del año 2012. Entre el relato y la realidad hay un gran salto.

A partir de lo que ha trascendido a los medios de comuniación del acuerdo del pasado 23 de diciembre, la nueva reforma laboral más bien supone todo lo contrario. Algunos cambios de palabras, algún retoque puntual y la incorporación de nuevas medidas de flexibilización de plantillas. Generalmente las reformas laborales siempre han presentado algún titular para intentar venderlas a los trabajadores y trabajadoras como positivas. En este caso el titular es la reducción del tiempo de concatenar contratos temporales, de 24 meses dentro de 30 meses a 18 meses en 2 años. Una pequeña mejora que es aún más ridícula si tenemos presente que no tocando ninguna de las facilidades para despedir que las sucesivas reformas laborales han regalado a las empresas a lo largo del tiempo, en especial la del 2012.

En unas semanas, a medida que se vaya conociendo el texto definitivo de este pacto y podamos analizar sus consecuencias, podremos decir muchas más cosas de esta reforma. De forma muy preliminar quiero mencionar 3 aspectos. Uno es una medida que nos vienen vendiendo desde hace meses como muy positiva: los ERTE. Otro son los contratos de formación y el tercero es la negociación en sí de la reforma laboral. Y después, también de nosotros y la respuesta. Voy por partes.

Desde el inicio de la pandemia los ERTE han sido el instrumento que el gobierno, de acuerdo con la patronal y los pseudo-sindicados de toda la vida, ha introducido para facilitar que las empresas puedan disponer de plantillas flexibles. Sindicatos como CGT los hemos criticado desde el principio, puesto que considerábamos que respondían a los intereses de la patronal que, en ningún caso, dedicaban sus beneficios para gestionar las situaciones en que los y las trabajadoras se tenían que quedar en casa por la expansión de la pandemia. Al contrario, lo hemos ido pagando con recursos públicos en una especie de subvención encubierta de parte de los costes salariales de las empresas. Ahora esta reforma los normaliza, y esto es muy preocupante. Por un lado, da a las empresas una herramienta para ir regulando plantillas, enviando temporalmente trabajadores al paro y repescándolos después. Ahora trabajas, ahora no. Ya nos podemos imaginar cómo va a funcionar. Por la otra parte, es un ejemplo de cómo una medida de excepción que se implementa durante la pandemia se termina convirtiendo en estructural después de una oportuna campaña mediática blanqueándola. Un aviso de lo que puede suceder en muchos otros ámbitos de nuestra vida; especialmente preocupante ahora que en tantos aspectos hemos ido viendo formas de autoritarismo que hace años nos habrían sorprendido.

Los contratos de formación posiblemente se conviertan en la norma durante la primera fase de la vida laboral de muchos y muchas jóvenes de clase trabajadora. En mi opinión son perniciosos en muchos aspectos. Uno de ellos es que trasladan al trabajador/a la responsabilidad de su precariedad: tiene salarios más bajos porque supuestamente se tiene que formar, son temporales porque supuestamente se tiene que formar, se exonera al empresario del pago de la cuota patronal (o una parte) porque supuestamente se tiene que formar, etc. Y cuando esto se aplica a la generación que ha tenido los niveles de escolarización más altos de la historia, que además puede estar años encadenándolos saltando de un trabajo a otra, es especialmente insultante. A parte, en muchos casos el programa formativo es poco más que nominal y no hay casi ningún control para garantizar su calidad o, simplemente, que exista. Todo indica que se aumentará el límite de edad en que se pueden hacer de 26 a 30 años. Es premonitorio de cuál será la nueva marca de la precariedad de los y las jóvenes, ahora que parece que otras formas de contrataciones temporales tendrán algunas limitaciones. ¿Un cambio de envoltorio para mantener igual el contenido? No exactamente. En los contratos formativos los empresarios se gastan menos dinero (les pagamos nosotras las cuotas patronales con dinero público) y, como decía, se criminaliza a quién sufre estos contratos por no estar bastante formado/da. El sentimiento de culpa es una buena herramienta de control social y esta reforma parece que lo va a imponer a los jóvenes, como también hace con otros aspectos de la vida colectiva.

No nos sorprende en absoluto que la negociación de todo esto haya sido casi secreta, lejos de miradas indiscretas y sin luz ni taquígrafos. Ya estamos acostumbradas y acostumbrados, pero no por eso resulta menos indignante. En sí misma, esta negociación es parte de las normas del juego de esta democracia meramente nominal. Participan en ella personas, ya sea del gobierno o de los sindicatos institucionales, amparadas en una supuesta representatividad que les otorgan unas urnas cada cierto tiempo. Unas urnas a las que van con unos relatos muy alejados del que después pondrán encima de la mesa en las conversaciones (¿recordáis aquello de “Vamos a derogar la reforma laboral”?). Ahora bien, dado que en virtud de no sabemos muy bien qué, hemos delegado en estas personas nuestra capacidad de ser seres políticos, ellos y ellas gestionan la realidad por nosotros. Aunque acaben hablando de propuestas diametralmente opuestas a aquello que nos habían dicho. Nosotros lo sabemos y generalmente nos enfadamos pero la rueda de la democracia burguesa, con sus parlamentos y similares, con la cultura de la delegación impuesta hasta el muelle del hueso de la clase trabajadora, sigue girando.

Ahora vendrán unos días en que muchos de nosotros y de nuestras organizaciones escribvbiremos comunicados criticando esta nueva reforma laboral y acusando de vendidos a los pseudo-sindicados que lo han pactado. Una vez más tendremos razón y airearemos verdades. Pero quizás habrá una parte de la realidad de la que no hablaremos o lo haremos muy tangencialmente. Si ellos han podido hacer este nuevo pacto vergonzoso y que puede hipotecar una generación de la clase trabajadora es porque globalmente los y las trabajadoras les hemos permitido hacerlo. No hemos fortalecido lo suficiene los sindicatos combativos de clase ni, alternativamente o complementariamente, otros movimientos sociales. Y aquí nos pertoca, a los sindicatos, mirarnos también al espejo y meditar en que no estamos a la altura. ¿Porque crecemos tanto lentamente? (eh, y no nos engañemos, cuando se trata de hacer la revolución, el número en algún momento empieza a ser relevante). ¿Por qué no acabamos de ser creíbles y lo que decimos engancha más bien poco?

De todo esto tenemos que hablar. Evidentemente ahora haremos comunicados criticando la reforma laboral y llamando a la lucha. Pero si después no hacemos nada para aplicar aquello que pregonamos, también nosotros caeremos en la política del relato que tanto criticamos de la izquierda institucional. Y si queremos no reproducirlo, hace falta que salgamos de nuestros espacios de confort y autorreferenciales para picar piedra. Tendremos que dedicar más energía a articular espacios de lucha sobre temas concretos en lugares concretos y definir los vínculos de solidaridad que permitan retroalimentarlos. En el ámbito laboral el sindicato, si realmente hace de sindicato, es por ahora la mejor herramienta que tenemos para poner en común estas luchas y construir y mantener vivos estos vínculos. Pero para hacerlo hay que bajar del universo de las ideas y de los relatos abstractos. Aterrizar y ensuciarnos las manos con el barro del día a día. Empresa a empresa, barrio a barrio. Y así, en el futuro, seremos capaces de plantear una lucha que ahora mismo nos queda fuera de nuestro alcance, por mucho que lancemos proclamas: enfrentar globalmente y derribar esta reforma laboral. Con nuestras propias manos y por nosotras mismas. El resto es simplemente relato, como hacen ellos.

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