Los buenos y los malos virus de la fiebre amarilla
1.
Es difícil decir cuál fue la gota de agua que hizo que se desbordase el vaso de la rabia social en Francia. ¿Habrá sido el anuncio de los suntuosos trabajos de renovación del palacio del Eliseo, o el tono arrogante del presidente, o, finalmente, el aumento de algunos céntimos en el precio del litro de gasóleo? Todo al mismo tiempo, en realidad. El vaso estaba lleno, pero los poderosos pensaban que podían continuar llenándolo todavía por más tiempo. De súbito, las clases explotadas salieron de la sombra, vistiéndose de amarillo fosforescente para tornarse visibles en un sistema en el que se habían vuelto invisibles. Y fue una explosión de rabia y frustración acumuladas durante años, años de huelgas perdidas, de movimientos aplastados, de resignaciones mal vividas, de derechos anulados, de un lento y continuo descenso hacia el empobrecimiento. Años en los que apenas se consigue sobrevivir, mientras la riqueza crece y se ostenta, y el bienestar de los ricos empuja a los pobres y a los desvalidos hacia los márgenes de la sociedad, años en los que todo camina en la misma dirección: los salarios bajando, los trabajos precarizándose, las pensiones reduciéndose, los servicios públicos degradándose o desapareciendo, las escasas ayudas sociales (a la vivienda, a la crianza) sufriendo recortes, la gentrificación de las grandes ciudades forzando a la mudanza de la masa de trabajadores hacia los desiertos periurbanos abandonados por los transportes públicos.
Es en las regiones y en los territorios en los que los servicios públicos son más deficientes donde dicha movilización se revela más fuerte y más determinada. Y no es necesario ser especialista para comprender que, si no hay transporte público, el coche se convierte en un instrumento indispensable para conseguir cualquier trabajo, para llegar al hospital más próximo que aún siga abierto, para acudir a una cita con la seguridad social, para ir a la oficina de correos o para llevar a los niños al colegio. Así, la relación de este consumo de gasolina con la destrucción del planeta es sentida más bien como una agresión a un cuerpo ya muy debilitado. La utilización de la fiscalidad como un arma de clase es así puesta al desnudo: los trabajadores pagan cada vez más, al mismo tiempo que obtienen menos devoluciones en forma de servicios públicos. Así, por la vía de la crítica del crecimiento vertiginoso de las desigualdades llegamos a la cuestión social.
Otra gota que también contó mucho fue la de la supresión del impuesto sobre las grandes fortunas (ISF), primera y emblemática medida del joven banquero presidente, base de su compromiso con la clase capitalista. Este impuesto, que ya había sido reducido anteriormente a su mínima expresión, fue eliminado totalmente. Esta medida fue aprobada al abrigo de una de las ideas de la propaganda neoliberal: cuanto más ricos sean los ricos, más trabajo tendrán los pobres. A esto, la experiencia popular responde: cuanta más se acumula la riqueza, más se extiende la pobreza.
2.
Y entonces, bruscamente, ¡los «Chalecos Amarillos» (CA)! Grupos bloquean las carreteras, los peajes de las autopistas, las entradas de las ciudades y de los pueblos, las rotondas, los accesos a los centros comerciales. Manifestantes se concentran y marchan tratando de acercarse a los ayuntamientos, a los edificios públicos, a las administraciones tributarias. En poco tiempo, el aumento del precio del gasóleo pasa a ser historia, las reivindicaciones se amplían, cada vez más centradas en la desigualdad social. Son las primeras señales de rabia contra las clases pudientes y contra el Estado, una rabia que va acompañada de un profundo rechazo de la clase política en su conjunto, llevando a una crítica de las formas de representación.
En este primer momento de la revuelta, los análisis en caliente buscan, como es natural, referentes en la experiencia histórica. Algunos hablan de las Jacqueries previas a la Revolución Francesa, otros de los movimientos políticos populares de naturaleza fascista, o incluso de la defensa corporativa de posguerra. Aunque rápidamente nos damos cuenta de que estas lecturas superficiales no pueden aplicarse a los acontecimientos en curso. Se trata de un movimiento esencialmente urbano y periurbano en el que el bloqueo de las tiendas y del transporte de mercancías se aleja incluso de cualquier solidaridad con la clase comerciante que estuvo en la base de los movimientos corporativos de la posguerra. La sociología de los manifestantes, en particular de los individuos detenidos por la policía, muestra una presencia predominante de obreros, de desempleados, de jubilados, con un porcentaje importante de mujeres de todas las edades, y también de jóvenes asalariados con trabajos precarios. En su mayoría, personas marcadas por una vida aplastada por la violencia del sistema capitalista, mujeres y hombres a los que la economía moderna ha dejado atrás. Personas que «no cuentan en las estadísticas», como dijo un estudiante. Claramente se trata de una población diversificada, en la que encontramos también algunos artesanos y pequeños empresarios perdidos en el torbellino de la economía moderna. La relación con el sindicalismo es prácticamente nula, porque las direcciones de los grandes aparatos sindicales están en gran medida asociadas a las instituciones del sistema y a su corrupción. Una población marcada por la violencia del desarrollo de clase pero sin referencia política de clase y, en la mayor parte de los casos, sin experiencia de lucha. La mayoría de los CA nunca había participado en una manifestación ni en acciones colectivas. Y sin embargo, no podemos decir que las ocasiones para hacerlo hayan faltado en las últimas décadas.
3.
Las grandes manifestaciones nacionales del 1 de diciembre revelaron un endurecimiento en esta confrontación con el Estado y las clases ricas. Alcanzaron todo el territorio, extendiéndose hacia el Nordeste, a la Valonia belga y, una semana más tarde, hasta Bruselas. Pero será en las grandes ciudades, y en particular en París, donde irán asumiendo un carácter más violento hasta desembocar en los mayores disturbios callejeros desde 1968. En general, el número de manifestantes no fue muy grande, 200.000 en toda Francia y unos 10.000 en París, y aproximadamente el mismo número la semana siguiente. Estos números quedan muy por debajo de las manifestaciones de los años anteriores y de los tradicionales desfiles sindicales. Pero la intensidad, la naturaleza y la violencia de los enfrentamientos manifiestan un contenido claramente más radical e inquietan al poder y a la burguesía. El 1 de diciembre, las fuerzas policiales son desbordadas por la determinación de los manifestantes y por la rabia desatada. La represión se ve sorprendida y se irá incrementando paulatinamente. Ese día, la policía lanzó miles de granadas de gas hasta el punto de que en poco tiempo se quedan sin municiones. Los heridos entre los CA son numerosos y la policía siente de cerca el odio de los manifestantes. En Marsella, la manifestación comenzó con el grito «policía, únete», pero rápidamente el lema pasó a ser «policías asesinos». En París, la multitud se dirigió espontáneamente hacia los Campos Elíseos y el Arco del Triunfo, que fue saqueado. Los manifestantes se dirigieron enseguida hacia las avenidas próximas y los barrios ricos de la capital. Se asiste entonces a algo novedoso. Los cafés, restaurantes y hoteles de lujo se convierten en los objetivos principales, siendo atacados y saqueados. En las calles de los barrios elegantes se queman de forma notoria los coches de gama alta. La revuelta pasa a estar dirigida contra la riqueza, contra la arrogancia del lujo. El Palacio de la Bolsa es igualmente señalado, y los grandes almacenes del centro de la capital, en los que estaba a punto de comenzar la temporada de compras de Navidad, son rápidamente evacuados y cerrados por la policía. Algunas comisarías son atacadas. Grupos de manifestantes intentan tomar el Eliseo, pero son violentamente rechazados por la policía. En una de las avenidas más ricas de la ciudad, las paredes de los hoteles de lujo, repletos de turistas atrincherados en su interior, se lee una proclama: «¡Babilonia arderá!». Los porteros de los hoteles y de los restaurantes de lujo que tratan de oponerse a los manifestantes son tratados como «agentes del sistema y lacayos de los ricos». En Burdeos, el ayuntamiento es atacado, en Puy es incendiada, y en otras ciudades el escenario es idéntico, las sedes del poder son sistemáticamente tomadas como objetivo y en ocasiones invadidas y destrozadas, y los altos funcionarios y los diputados son amenazados. En la noche del 1 de diciembre, el poder parece desorientado y preocupado. Los primeros rechazos políticos no calman la situación. Queda ya lejos la polémica del aumento de algunos céntimos del precio del gasóleo. Sin embargo, a pesar de la amplitud de la primera explosión, la única cosa que el poder tiene que ofrecer a los manifestantes de la semana siguiente, el 8 de diciembre, es una mayor represión, con la movilización de cerca de 100.000 policías, de los cuales casi 10.000 en París, y la entrada en escena de una decena de camiones blindados.
Cuando el fin de semana del 1 de diciembre llega a su fin, el escenario es perturbador para el poder. A la crisis política se suma la crisis social, la popularidad del movimiento se mantiene fuerte, la burguesía se alarma y los comerciantes, sobre todo el comercio de lujo, muestran señales de pánico. Se realizan centenares de detenciones, incluidos muchos menores; solo en París se produjeron más de 300 incendios en los barrios burgueses y las comisarías se vieron saturadas. La mayoría de los manifestantes eran personas de provincias que fueron a la capital para expresar su revuelta, furiosas con su situación. El 8 de diciembre, el número de detenciones asciende a 2.000 en toda Francia y, solo en París, son destinadas 12 comisarías para meter en ellas a los detenidos... Centenares de personas «conocidas» de la policía quedan en prisión preventiva, «acusadas» de «delito intencional». Tanto el 1 como el8 de diciembre se comprueba una unión entre grupos de jóvenes radicales acostumbrados a las manifestaciones en la calle con pequeños grupos de jóvenes llegados de los suburbios. Sin embargo, estos no determinan el carácter de la revuelta, simplemente se integran en la furia popular que ya se expresa en las calles. Hay que señalar, igualmente, la presencia de grupos de extrema derecha, aspecto que analizaremos más adelante. Aunque la policía francesa sea muy eficaz cuando se trata de controlar manifestaciones de tipo clásico y tiene una técnica muy reconocida y vendida a los diversos poderes del planeta, las cosas se complican mucho cuando se ve frente a motines urbanos en los que se expresa «la capacidad de revuelta de la población», como reconoce un responsable, que agrega además que, a este nivel, la respuesta policial, por sí sola, es insuficiente y peligrosa para el poder, porque solo una respuestas política puede ser determinante.
4.
En un primer momento, la producción de mercancías no se ve afectada directamente. Las movilizaciones, aunque pudiesen tener el apoyo y la simpatía de los trabajadores, ocurren fuera de los territorios conocidos. No hay un bloqueo de la economía, pero la circulación de mercancías y el sector del consumo sufrieron un duro golpe. Las consecuencias para la economía general se hacen sentir rápidamente.
Sin embargo, la cuestión del bloqueo de la economía está en todos los espíritus. La idea de una huelga general estaba presente siempre en todos los movimientos y huelgas anteriores. Sin haber llevado a nada, como se sabe. Hoy son los CA los que intentan bloquear el sistema. El 8 de diciembre, los CA deciden bloquear los depósitos de combustible e incluso los centros de distribución de Amazon, empresa conocida por sus agresivas prácticas laborales y por su escaqueo fiscal. En los dos días de manifestaciones, el 1 y el 8 de diciembre, los CA mantuvieron en toda Francia los bloqueos y las llamadas barrages filtrants, en las calles y delante de los centros comerciales. Es verdad que solo se puede bloquear la circulación de mercancías si estas han sido producidas, pero las mercancías producidas solo se realizan verdaderamente si circulan y se realizan por el consumo. Esto constituye un todo. La movilización de los CA está compuesta en su mayoría por jubilados, desempleados y precarios. Todos saben que no pueden controlar el bloqueo de la producción, pero saben que ahí está el corazón del sistema, que es ahí donde es preciso atacar. Tratan, a tientas, de encontrar un camino hasta allí. Su acción se inscribe en la secuencia de fracasos sucesivos de los movimientos huelguísticos de los años anteriores, ya fuese contra la reforma de las pensiones o por la defensa de los servicios públicos, y cuyo último episodio hasta ahora fue la derrota de los ferroviarios en su lucha contra el desmantelamiento de los ferrocarriles. Subyace a este movimiento la constatación de la impotencia de las grandes organizaciones sindicales en el período que atravesamos, su sumisión a las leyes económicas del liberalismo a cambio de su supervivencia subvencionada por el Estado. Los recientes escándalos de desvío de fondos que acabaron en los grandes aparatos sindicales refuerzan estas conclusiones. En algunos lugares, las movilizaciones de los CA lograron la unión con trabajadores en lucha o solidarios, por ejemplo, en los bloqueos de las refinerías de petróleo. Localmente, militantes sindicales estuvieron presentes individualmente en las barreras y los bloqueos. En las ciudades en las que la agitación popular es fuerte, las manifestaciones de los CA y de los trabajadores se unieron. Fue lo que sucedió en Marsella con los manifestantes de los barrios pobres en lucha contra la gentrificación de la ciudad y la corrupción en el ayuntamiento. Y también con los estudiantes de secundaria, que iniciaron un movimiento nacional de bloqueo de los institutos en el que se aprecia una solidaridad con los CA.
5.
El posicionamiento de los CA en relación a los valores patrióticos, xenófobos y racistas ha sido ambiguo desde el principio. Esta ambigüedad traduce el espíritu reaccionario y cerrado sobre sí mismo compartido por muchos de los movilizados. Este es el principal escollo del movimiento y de su futuro. En ciertas regiones en las que las fuerzas de la derecha militante y xenófoba son fuertes, el racismo, el rechazo xenófobo y el sexismo se expresan a veces abiertamente. Pero la sociedad francesa es lo que es, un crisol en el que los proletarios tienen orígenes diversos. Testimonio de ello es la composición de muchas barreras y bloqueos. Aquí y allá se observa la presencia activa de jóvenes de los barrios pobres e, incluso, el apoyo material de las mujeres de los barrios de migrantes. Pero la presencia de militantes de extrema derecha aglutinados en torno a los símbolos patrióticos es indudable. Esto suscita un debate en los medios radicales y libertarios: ¿se debe participar en las movilizaciones y bloqueos o dejar el terreno libre a la extrema derecha? Una inmensa mayoría de militantes y activistas libertarios y de extrema izquierda se apuntaron con toda naturalidad a las barreras y bloqueos, y muchos han discutido el movimiento, chocando con los CA. Esta libertad de palabra, esta idea de ocupación y creación de espacios de discusión y de acción, remite de forma subterránea a las prácticas de Nuit Debout, pero también al poso dejado por la lucha del ZAD.
En los motines y enfrentamientos del 1 de diciembre, la presencia de los radicales fue importante y los grupos de extrema derecha fueron a menudo expulsados. No es cierto que la mayoría de los CA fuesen conscientes de los que estaba en juego, ya que sus preocupaciones estaban en otro lugar. Y sería vanguardista pensar que fue la acción de los radicales la que alejó por el momento a la extrema derecha organizada. El verdadero motivo es que los objetivos últimos de este movimiento, contra la injusticia y la desigualdad social y contra los privilegios de los poderosos, son valores difíciles de defender por la extrema derecha. Dicho esto, los valores xenófobos y racistas, el rechazo de los refugiados y de los «acogidos», vistos como «responsables» de la miseria social, las teorías conspiranoicas, todo esto está muy extendido en la sociedad de los excluidos y, por tanto, también se da en este movimiento. Es imposible saber en qué medida el debate y la discusión, y la intervención de radicales y libertarios en el movimiento, pueden contribuir a contrarrestarlos. La presencia de la bandera y el recurso constante a La Marsellesa son una expresión visible de esta dimensión reaccionaria. No cabe duda de que la bandera roja y La Internacional se encuentran hoy muy desacreditadas, y sobre todo siguen asociadas al desastre de los antiguos países del Capitalismo de Estado. Y es verdad que La Marsellesa ha regresado en estas movilizaciones como el símbolo del canto de la revolución contra los privilegios de los señores.
6.
La cuestión de la representación está igualmente en el centro de las protestas. Y sobre todo el rechazo de la representación tal y como se vive en el mundo moderno y que, para muchos de los participantes, no tiene nada que ver con el ideal que tienen sobre la democracia. La clase política y las direcciones de los grandes aparatos sindicales han perdido todo su crédito. Todos los intentos por acotar la movilización en el marco institucional están sistemáticamente destinadas al fracaso. En un incisivo artículo periodístico [«Députés cherchens chef de rond-point» (Diputados buscan jefe de rotonda), Libération, 8 de diciembre de 2018], algunos diputados desorientados explican que buscan desesperadamente interlocutores dentro del movimiento. «Ellos dicen: “Nosotros somos el pueblo”. Rechazan la misma idea de representación. Y esto es válido tanto para nosotros como para ellos. Como mucho aceptan enviar un delegado. Pero en ese caso quieren estar también presentes». Y otro agrega: «Personas de buena fe paran porque tienen miedo, Otras se radicalizan en su ZAD de rotonda. (…) Basta con que un individuo destaque y acepte discutir para que sea inmediatamente cuestionado por los otros, que no quieren que haya dirigentes».
En efecto, los CA practican la auto-organización, no tienen líderes, y aquellos que se autoproclaman como tales son inmediatamente desautorizados, sobre todo desde que usan los medios de comunicación. En las barreras, los carteles dicen: «nadie representa a nadie». Por otra parte, la mayoría de los candidatos a líderes están ligados a partidos de derecha y de extrema derecha, que intentan así, sin éxito, asumir el control de una situación difícil de entender en el escenario tradicional. A nivel local, los CA aceptan a veces formar delegaciones para transmitir a las autoridades sus listas de reclamaciones. Estas proporcionan una visión panorámica de la situación social, no tienen reivindicaciones negociables y tienen una idea central: «¡Hay que decir NO a todo esto!». Encontramos también en estas listas exigencias con connotaciones racistas o xenófobas, como la expulsión de los inmigrantes ilegales.
La determinación que se observa en el rechazo de la representación actual da una medida de la crisis de las instituciones políticas y muestra la difícil tarea que tienen los políticos a la hora de enfrentarse a la crisis del sistema democrático, parlamentario y sindical. Los más osados proponen, como mucho, referendos o la reforma constitucional. Los comentaristas formados para pensar dentro de los límites de lo existente tienen dificultades para comprender esta dimensión del movimiento, y los «especialistas de los movimientos sociales», capaces de intuir los contornos sociales y políticos de la crisis, insisten sin embargo en proponer el control del movimiento por las fuerzas de la vieja izquierda, tratando de encerrar a los rebeldes en el marco que ellos ya han tirado por la borda.
Por su parte, el Estado apuesta en primer lugar por la represión masiva y el miedo. Las declaraciones alarmistas sobre una situación de guerra civil introducen de nuevo la vieja idea de las «clases peligrosas». Pero combatir la rabia social militarizando París y las grandes ciudades es darse un tiro en el pie. Supone la parálisis de la sociedad y de la economía mientras que la cólera va aumentando. Se impone una respuesta política, pero, sin medios económicos, esta se revela como un puñado de nada, o de migajas. Como mostró la respuesta presidencial.
7.
Una afirmación que recorre las barreras de los CA se está propagando por todos lados: «Las elites se preocupan del fin del mundo, nosotros nos preocupamos de nuestro fin de mes». En un primer momento, esta afirmación fue interpretada como la prueba de que los rebeldes rechazaban las preocupaciones ecológicas, mostrando una ceguera egoísta ante el desastre, y que solo se preocupaban ante el aumento de la gasolina. Con la continuidad del movimiento y la insistencia que se ha puesto en las responsabilidades de los poderosos, se vio que esa oposición no existe en realidad y que se puede establecer una relación entre el empobrecimiento social y el desastre ecológico. En las manifestaciones del 8 de diciembre, muchos CA desfilaron junto a la Marcha por el Clima. Para la gran mayoría de los CA, la responsabilidad del desastre ecológico global deber ser imputada a los mismos responsables del empobrecimiento general. Lo que se rechaza es simplemente el método que consiste en atribuir el desastre ecológico a los pobres, castigándolos a través de la fiscalidad. Mientras que muchos CA se muestran preocupados por la destrucción del medio ambiente, de lo cual los pobres son las primeras víctimas, la propaganda del poder tiende a explotar políticamente el «catastrofismo», colocándolo al servicio de la parálisis de los espíritus y del refuerzo de la pasividad y de la resignación ante lo ineludible.
8.
Este poderoso movimiento de rabia que alcanza a toda la sociedad es atravesado por valores, preocupaciones y deseos diversos, y a veces opuestos, o contradictorios. Se trata, simultáneamente, de un movimiento que mira al pasado: alentado por la desesperación y por el miedo a la inseguridad social y por la voluntad de cierre sobre sí mismo; y al futuro, ya que está estimulado por una crítica profunda de las desigualdades de clase. Como todo movimiento esencialmente negativo, de rechazo, contiene una perspectiva reaccionaria, pero también apunta a un futuro diferente. Estas perspectivas no han asumido todavía una forma concreta, organizada. Hasta ahora, los valores de la igualdad y de la justicia social son dominantes, impidiendo que los valores reaccionarios se expresen de alguna manera que pudiera ser violenta y dirigirse contra el «Otro». El rechazo del sistema representativo tradicional puede también reforzar la tendencia autoritaria del poder si el movimiento no consigue estructurarse y consolidar formas de democracia directa que están ya presentes en las movilizaciones y que son las únicas que pueden llevar a una dinámica emancipadora del mundo actual. Como siempre, la vía autoritaria y reaccionaria, alimentada por los valores del soberanismo patriótico, de la xenofobia y el racismo, del cierre sobre sí mismo, es más sencilla, porque se asienta en la confianza depositada en nuevos líderes, en un retorno a un pasado mítico y en la preservación de las mismas relaciones sociales de dominio y de explotación. La perspectiva emancipadora es más difícil y no es posible concebir su madurez sin el contagio de las movilizaciones de los CA a los sectores asalariados que están en la raíz de la reproducción de la vida social. Solo entonces el rechazo y el bloqueo de «todo esto» podrá comenzar a engendrar nuevas relaciones sociales, capaces de reorganizar la vida. Esto significaría el salto hacia el momento positivo del movimiento. Solo entonces «la búsqueda del tiempo perdido» se tornaría «el vehículo de la futura liberación», como escribió Marcuse.
Jorge Valadas
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