375 años por una fractura de tobillo

Recuerdo a guardias civiles de paisano en fiestas de Ordizia, completamente borrachos. Robaron una bandera de la CNT en la txozna. Luego fueron al gaztetxe mientras rompían vasos por la calle, se orinaron en el interior del local, y ondeaban la bandera mientras gritaban “viva españa” y “viva la guardia civil”. Se les cayó la pistola al suelo y toda la gente huyó asustada. Testigos afirman que en otro bar encañonaron a unos vecinos mientras les amenazaban con bajar al día siguiente, esta vez de uniforme.

Tendría yo quince años cuando hubo una redada de la guardia civil en el pueblo, “a lo grande”, entraron como si fuera una emboscada militar, como si hubiera un estado de sitio. Salían deprisa de sus todoterrenos e iban por el pueblo identificando absolutamente a todo el mundo. Una anciana que iba a por el pan, un niño sacando al perro, una pareja de enamorados, etc. Daba igual, todo el mundo era sospechoso. A mí me pararon con un par de amigos y me interrogaron por un parche que llevaba del grupo “Boikot”, en el que salía una estrella roja. Recuerdo que nos preguntaron si éramos proetarras. A mi hermano aquel día lo “escoltaron” hasta casa porque no llevaba el DNI encima.

Otro día yendo a fiestas de San Fermín nos paró la guardia civil en Lakuntza (a escasos kilómetros de Altsasu). Iban con metralletas y con la cara tapada con pasamontañas, no era un control de alcoholemia, era un checkpoint en toda regla, al más puro estilo israelí. Parecía una guerra. Se vivía un conflicto armado de baja intensidad y actuaban en consecuencia, dentro de la lógica amigo-enemigo. Mi amigo que iba conduciendo les pidió, por favor, que le apartaran la metralleta de la cara, a lo que respondió con una patada al coche y encañonándole directamente a la cabeza, todo ello sin que mediara ninguna provocación, porque sí. Este tipo de “controles” son habituales. No existe un vecino en toda la Sakana que no se haya sentido amenazado, o al que hayan aterrorizado en un control. Bueno… no es casualidad que Euskal Herria sea la zona más militarizada de Europa occidental.

Pero estos casos no son nada comparado con los miles de casos de tortura. La tortura se ha aplicado de manera sistemática a todo lo que ellos consideraban “entorno de ETA”, también con gente que no estaba metida en política. Es paradigmático el caso de Unai Romano (podéis encontrar sus fotos tras pasar por dependencias policiales, en la red) o el testimonio del recientemente fallecido Ion Arretxe en su libro “la sombra del nogal”. Algunas torturas han acabado en muerte. La impunidad ha sido la regla con que la justicia española ha resuelto todos estos casos. Por eso mismo el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos ha condenado al Estado Español hasta en seis ocasiones.

Por eso, no es de extrañar que por una pelea de bar, la “justicia” española aplique el derecho penal del enemigo, y la fiscalía pida 50 años de cárcel, para unos jóvenes involucrados en una trifulca en la cual, la lesión más grave fue la fractura de un tobillo. Un total de 375 años de cárcel por la fractura de un tobillo. Parece un chiste pero no lo es.

El estado español se comporta como el primo acomplejado de las democracias liberales europeas, sabedor de que las garantías constitucionales de su sistema legal son una entelequia, y eso que su constitución es fruto del pacto de la dictadura fascista con nuevas familias políticas ávidas de poder. El estado español es incapaz de gestionar ningún conflicto trascendente, ni soportar cuestionamiento alguno del régimen político. A todo ello reacciona con violencia y represión. Esa actitud defensiva es una evidencia de que es un sistema político que, tal y como lo conocemos, está al caer. El problema es toda esa gente joven llena de ideales, que se llevara por delante en su caída. Como los ocho de Altsasu y los cuatro de Orereta.

Jimmy Muelles

Especial: 
Anti represivo
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