Por los medios alternativos
No creo que a estas alturas tenga que glosar la condición de los medios de incomunicación del sistema que padecemos. Sabida es su subordinación a los intereses de las grandes corporaciones, la dramática ausencia de algo que huela a pluralismo, la demonización de todos los discursos críticos y la trivialización de muchos de los contenidos que manejan.
El ascendiente de esos medios es tal que resulta legítimo preguntarse si es posible imaginar otros de corte diferente, emancipados de todas las tutelas que acabo de mencionar. Hay quien, al respecto, piensa, de forma legítima, que detrás del concepto de “medio de comunicación” no puede haber sino estrategias de edulcoración y manipulación de la realidad. O que al menos las habrá si seguimos pensando en medios de comunicación “de masas” que se levantan sobre grandes espacios geográficos y que, por lógica, escapan a cualquier tipo de dirección y control desde abajo.
Aun con esas cautelas, y como quiera que sería lamentable que renunciásemos a expresar nuestra disidencia, y a procurar que esa expresión alcance a cuantas más personas mejor, parece que tiene sentido plantear proyectos de comunicación que respondan a otras lógicas e intereses. Si tengo que adelantar al respecto cinco rasgos definitorios de lo que estimo deben ser esos medios, el primero reivindica su carácter descentralizado. He apuntado unas líneas más arriba la intuición de que una de las explicaciones mayores de la naturaleza de los medios del sistema es la que subraya su condición centralizada y recuerda, en consecuencia, su alejamiento con respecto a todo aquello que dé cuenta de la riqueza de la vida local y del conocimiento directo, consiguiente, de las personas. Creo que a este respecto el 15-M ha ofrecido, y ofrece, claves lúcidas de comprensión de lo que significa esta dialéctica que enfrenta la centralización y la descentralización, y que no es sino un trasunto de la que opone la democracia directa y la seudodemocracia representativa.
Un segundo rasgo de la apuesta que me ocupa es, inequívocamente, la independencia. Ya he llamado la atención sobre el hecho de que esta última falta, llamativamente, en los medios de incomunicación del sistema, obscenamente subordinados a intereses ajenos y tributarios, por añadidura, de la miseria que rodea a la publicidad. Claro es que la independencia no puede serlo sólo con respecto a esas corporaciones de las que he hablado al principio de este texto: tiene que revelarse también con respecto a los partidos y con respecto a todas las instancias que se arriman al poder en sus diferentes manifestaciones.
En un tercer escalón, y sobre la base del recordatorio de que cualquier opción contestataria del sistema que quiera serlo realmente debe ser, por definición, autogestionaria, los medios alternativos tienen que incorporar, como herramienta principal, la condición de proyectos colectivos en los que las decisiones se adoptan autogestionariamente. Las jerarquías y los estamentos directores que se revelan en tantos otros lugares sobran, visiblemente, en iniciativas que se proponen contestar la miseria existente. Y con ellas lo suyo es subrayar que está de más también el poder de los expertos autoproclamados e incuestionables. Eso que ha dado en llamarse “la gente de a pie” a menudo irradia más lucidez, más conocimiento y menos complacencia que el discurso de esos expertos.
Enuncio un cuarto rasgo: la desmercantilización. Si en una de sus dimensiones principales los medios del sistema son un negocio, parece que no tiene sentido reproducir el modelo correspondiente. Cuando la apuesta de muchas gentes lo es, hoy, por la construcción de espacios autónomos autogestionados, despatriarcalizados y desmercantilizados, no hay motivo para defender que los medios que hay que defender se sustraigan al influjo de esos tres adjetivos. No pueden ser, en modo alguno, un negocio, sino iniciativas orientadas a romper, también en este terreno, la lógica del trabajo asalariado, de la mercancía, de la explotación y de la sociedad patriarcal y sus tramas.
Me permitiré agregar que los medios alternativos no sólo tienen que ser plurales: deben romper también esa suerte de ficticio pluralismo, de circuito cerrado, que se revela en los periódicos, las radios y las televisiones al uso. Por detrás de una aparente confrontación, a menudo airada, entre ideas, lo que se esconde las más de las veces no es sino una inteligente operación encaminada a evitar que hablemos de lo realmente importante, esto es, del capitalismo, de la alienación, de la explotación, de esa sociedad patriarcal que acabo de invocar, de las guerras imperiales, de la crisis ecológica o del colapso que se avecina. Los medios alternativos están obligados a albergar ese discurso crítico radical que infelizmente falta –ha faltado siempre- en los juegos y en las componendas de los medios al servicio del sistema.
Me parece a mí que en su quinto aniversario la revista en la que aparecen estas líneas ha salido airosa de este prueba de fuego que consiste en defender, contra viento y marea, que el 15-M, y con él otros muchos movimientos sociales y sindicales, aún tiene que dar mucha guerra, desde la descentralización, desde la independencia, desde la autogestión, desde la desmercantilización y desde el pluralismo y el discurso crítico.
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