Meditación sobre una carta de Eliseo Reclus, Miquel Amorós

 

En Barcelona, la Rosa dels vents estelats, no quedan anarquistas. Han perdido demasiadas batallas, se han cerrado a cualquier balance crítico, han sufrido una contaminación constante de ideas reaccionarias, se han dejado arrastrar frívolamente por modas efímeras, han permitido que demasiados impresentables hablaran en su nombre y, ahora, un montón de éstos se ha puesto la barretina, convirtiendo al anarquismo de rebote en una cantera de “demócratas” y patriotas. Se ha puesto al día, pero ¡de qué manera! Han afeitado las barbas del venerable Kropotkin y las del esforzado Anselmo Lorenzo, pero ¡con qué resultado!

Nadie se acuerda de la persecución que sufrieron los anarquistas catalanes en 1933 y 1934 a manos de los nacionalistas, ni de su contribución en los asesinatos de militantes libertarios ocurridos en abril y mayo de 1937. Los huesos de Bruno Alpini, Antonio Martín y Francisco Ferrer yacen en la peor fosa, la del olvido. En fin, volver a lo viejuno no ha sido nunca una buena solución, pero ante esta epidemia de acné sufragista los clásicos no han perdido vigencia, como así lo parecen indicar las sencillas palabras que nuestro Eliseo Reclus escribió a Jean Grave y demás compadres desde el exilio suizo, en las que criticaba la democracia parlamentaria. Las he encontrado en la recomendable página La Voie du Jaguar y me he dado el lujo de traducirlas.

Miquel Amorós

 

Clarens, Vaud, 26 septembre 1885

Compañeros,

Pedís a un hombre de buena voluntad, que no es ni votante ni candidato, que exponga cuales son sus ideas sobre el ejercicio del derecho al sufragio.

El plazo que me otorgáis es muy breve, pero teniendo convicciones muy claras sobre el tema electoral, lo que he de deciros puede resumirse en pocas palabras.

Votar es abdicar; nombrar a uno o a varios amos por un periodo largo o corto de tiempo es renunciar a la propia soberanía. Aunque aquél o aquellos se conviertan en monarca absoluto, en príncipe constitucional o simplemente en mandatarios con su pequeña porción de realeza, el candidato que lleváis al trono o al sillón de electo será vuestro superior. Nombráis a gente que estará por encima de las leyes, puesto que será ellos quienes las redactarán y su misión consistirá en lograr que las acatéis.

Votar es dejarse embaucar; es creer que gente como vosotros adquirirá de repente, al sonar la campanilla, la virtud de saberlo todo y de comprenderlo todo. Vuestros mandatarios, teniendo que legislar sobre toda clase de cosas, desde la fabricación de cerillas a la de barcos de guerra, desde la transformación de los árboles en madera hasta el exterminio de tribus rojas o negras, puede que al principio den la impresión de que su intelecto aumenta en función de la magnitud de la tarea a desempeñar. La historia nos enseña que ocurre precisamente lo contrario. El poder siempre ha hecho perder el juicio; el parloteo siempre embrutece. En las asambleas soberanas, la mediocridad prevalece fatalmente.

Votar es evocar la traición. En verdad los votantes creen en la honradez de aquellos a los que han votado, y quizás tengan razón el primer día, cuando los candidatos sienten la fiebre del primer amor. Pera a cada día le sucede el siguiente. Al cambiar el ambiente, cambian los individuos. Hoy el candidato se inclina ante sus votantes, incluso puede que mucho; mañana se erguirá sobre ellos, incluso puede que demasiado. Si primero mendigaba sus votos, después dará órdenes. El obrero, si tras haber obtenido el favor del patrón asciende a encargado ¿seguirá siendo obrero? ¿Acaso el fogoso demócrata no acaba doblando el espinazo cada vez que el banquero se digna a recibirle en su despacho? ¿No hace lo mismo cuando la servidumbre real le honra distrayéndole en las antecámaras? La atmósfera de esos cuerpos legislativos es malsana; si enviáis a los diputados a un cenagal de corrupción no os sorprendáis de que se corrompan.

No abdiquéis, no pongáis vuestro destino en manos de gente forzosamente incapaz y que os traicionará en el futuro. ¡No votéis! En lugar de confiar vuestros intereses a otros, defendedlos vosotros mismos; en lugar de recurrir a abogados para proponer un modo de actuar en el futuro, ¡actuad directamente! Las ocasiones no faltan a la gente de buena voluntad. El delegar sobre otros la responsabilidad de nuestra conducta es una falta de valentía.

Os saludo de todo corazón, compañeros.

Élisée Reclus

Comentarios

gracias¡¡¡

Imagen de Octavio Alberola

Has hecho bien Miquel en traducir y publicar esta carta de Eliseo Reclís en estos momentos de tanta confusión en Cataluña, con algunos anarquistas (?) haciendo suyo el lema de los nacionalistas catalanes "Votar para ser libres"; pues, aunque no sea exacto que, "en la Rosa dels vents estelats, no quedan anarquistas", es necesario reafirmar el por qué los anarquistas no votamos en los referéndums y en las trampas electorales institucionales.

Abrazos  

 

Solo queda Amorós, cuarenta años iluminandonos. Gracias hombre, pero también te puedes ir a dar abrazos a España y sus policías.

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