¿La revolución en la crítica de Félix Rodrigo Mora? o ¿La reacción en la crítica de Javier Rodríguez Hidalgo? III

III PARTE
HISTORIA: SUBLIMES TROMPETAS


“El trabajo que sigue no es en modo alguno
fruto de ningún irresistible impulso interior. Al contrario”...

“El señor Dühring es uno de los tipos más característicos de esta chillona pseudociencia que aparece hoy en día en Alemania en primer término de todos los escenarios y que domina todas las voces con sus tonitruantes y sublimes trompetas. Largas trompetas en la poesía, en la filosofía, en la política, en la economía, en la historiografía, largas trompetas en la cátedra y la tribuna, largas trompetas en todas partes, con la pretensión de superioridad y profundidad de pensamiento, a diferencia de los sencillos, vulgares y comunes instrumentos de otras naciones: largas trompetas, el producto más característico y más masivo de la industria intelectual alemana, barato, pero malo, exactamente”.

F. Engels (1878): Anti-Duhring

El concepto de la Historia en Javier H.R. …, pero malo, exactamente.

Exactamente, es lo que le sucede a Javier con su repaso sistemático del felixismo, tan pretencioso como barato y malo. Desde luego que el libelo no merece ni una centésima parte de la respuesta, cuantitativamente hablando, que diera Engels a otro fatuo, sencillamente porque el contenido anti-Félix es tan pobre que sería tanto como darle una entidad que, ni de lejos, posee.

Vayamos por partes. Sobre el método, Javier se limita a sentenciar como concepción paranoica de Félix su caracterización de “golpe de Estado en la historiografía liberal”. Para probarlo, pone básicamente algunos ejemplos: sobre determinadas experiencias de democracia directa en la sociedad Alto Medieval; la emigración en Galicia desde el siglo XIX; y la caracterización del franquismo. Sobre las cuestiones filosóficas que plantea (la cuestión del hedonismo), me remito al capítulo anterior.

1. Sobre determinadas experiencias de democracia directa en la sociedad Alto Medieval. En la “Introducción” de la “Antología de textos de los Amigos de Ludd”, realizada básicamente para marcar diferencias con Félix, se decía textualmente que éste hacía una descripción de la vida comunal campesina en términos demasiado idílicos, no siendo ese el problema principal, además, sino la atribución a la población campesina de una conciencia política y moral, mostrando una polarización extrema entre la masa campesina y las ideologías revolucionarias de los siglos XIX y XX…condena casi total para todo lo que viniera de la urbe, etc. Aseveraciones tan contundentes requerirían, al menos, un desarrollo proporcional (cualitativamente hablando) a las consideraciones que se reprochan, y Javier no lo hace, lo que hace es pobre, barato y malo, pero sobre todo erróneo. Javier se vuelve a confundir, las posiciones y el punto de vista de Félix no debe encuadrase en un contexto “intelectual” propio del profesor universitario o investigador “neutral”. Pero ese lenguaje contundente, de carácter esencialmente político, no significa que no tenga un fundamento muy contrastado. El capítulo de “El Estado y la estatolatría”, de la Democracia y el triunfo del Estado, con los apartados como “Los municipios han de ser lo que hoy no son: libres y soberanos”, y en particular, prácticamente todo el texto de Naturaleza Ruralidad y Civilización, se desarrolla con mucha profundidad y profusión de materiales y referencias históricas, las características de la sociedad rural tradicional, la experiencia histórica del carlismo, el concejo abierto y los bienes comunales. Por lo tanto, dos conclusiones, la primera, que ni son especulaciones románticas e idílicas, puesto que en Félix siempre hay una valoración crítica de todas estas experiencias. La segunda, que el hecho de que produzcan “cierta sorpresa” en determinados “intelectuales”, no es más que la confirmación de la certeza de lo criticado: el llamado “golpe de Estado de la historiografía liberal”, y yo diría más, en el siglo XX, incluiría a las propias corrientes proletaristas (p.e., ver artículo “Tierra sin pan” en la página de Félix).

Entremos en materia, cuando Félix habla de un “golpe de Estado de la historiografía liberal”, …para buen entendedor…se está refiriendo exactamente a aquellas instituciones del poder del Estado responsabilizadas de impartir la versión de la Historia que justifican y legitiman el Estado y el capitalismo, las instituciones de la enseñanza y la mayor parte de la intelectualidad funcionarial que relatan un discurso interesado, es decir, verdades a medias, o mentiras descaradas, sobre los hechos de la Historia, en particular, sobre aquellas cuestiones que interesa dejar ocultas, como ha sido la experiencia histórica de la democracia directa en la sociedad Alto Medieval, las raíces filosóficas del convivencialismo o la génesis y función de la ciudad, por ejemplo. Afortunadamente, -el tiempo no pasa en balde- la aparición en los últimos 15 años de toda una generación de investigadores que se han zafado, por pura coherencia, de lo terribles prejuicios de la nefasta intelectualidad españolista y liberal, desde la generación del 98 hasta la progresista de los años 70; la primera puesta en su sitio en textos tan clarividentes como los de Javier Varela, La novela de España, o La cara oculta del 98, de José Luis Carilla; y respecto de los segundos, continuadores, en última instancia de los anteriores, en fervoroso deseo de modernización proletarista y destrucción de la sociedad rural popular.

Antes que las cuestiones que cita, y teme, Javier, cabe destacar, previamente, el método ecléctico de presentar las cosas, por un lado está la crítica a la idealización de la sociedad rural popular, por otro, la fobia de Félix a todo lo que venga de la urbe y finalmente el choque filosófico campo-ciudad, versus estoicismo-epicureismo. Esto es un pastiche. Insistiremos, por tanto, lo que hace Félix es un análisis político de toda una experiencia histórica, y se basa para ello en análisis concretos, de hechos concretos, no en especulaciones idealizadas. Por lo tanto, para que lo pueda entender Javier, seguiremos su decurso. La cuestión de la ciudad. Aquí, el análisis de Félix no hace más que corroborar un hecho histórico probado: en su origen occidental, la aglomeración urbana, denominada villa y posteriormente ciudad, tiene su origen en las llamadas colonias romanas, (Noches Áticas, de Aulo Gelio, S II d. C.), y su esencia es directamente estratégica, vinculada al sostenimiento de un poder imperial (militar y económico): facilitar los censos de población, a efectos de su uso fiscal y financiación militar, (conviene consultar, entre varios textos, Roma y la repoblación de Occidente, de Cristóbal González, 1997). Era lo que Chris Wickham denominaba “la centralización de la legítima autoridad ejecutable (justicia y ejército) (Una Historia Nueva de la Alta Edad Media.2008). Y que, a través del Estado, y luego el capitalismo, desde los siglos XIII en adelante, se generaliza e intensifica, hasta los niveles demenciales actuales: el encerramiento de la población en urbes, donde mejor llevar el control a los neoesclavos asalariados, conjuntamente con el “ejercito-reserva” de parados. Entre una situación y otra, media el periodo de decaimiento del imperio romano, que es manifiesto ya desde el siglo I a.C., hasta el año 476, en que oficialmente se da por liquidado el imperio romano de occidente; hasta el siglo XIII, en que comienza la sociedad Bajo Medieval. Son cerca de 900 años en que las villas de origen romano van decayendo, como fenómeno paralelo a este declive, siendo sustituidas por centros rústicos sencillos, cuando no en monasterios e iglesias. Este fenómeno es estudiado de forma meticulosa por Chris Wickham, en su voluminoso texto, bien documentado, por cierto, en el que expone un desenvolvimiento similar en todo occidente, generando un modelo de gobierno local de democracia directa igual en toda Europa, lo cual vemos corroborado para el Estado español en cualquier manual de Historia de las Instituciones o del Derecho (p.e. Fuentes e Instituciones político-administrativas, José Antonio Escudero, 1998).

Respecto a la segunda cuestión, la idealización de la sociedad rural popular por Félix Rodrigo, ya hemos señalado que no es cierto, y que Félix continuamente advierte de los errores y limitaciones de esta sociedad pasada que, justamente por ello, fue liquidada por el incipiente poder estatal de la Corona. Javier cree haber desvelado el idealismo de Félix con la cita sobre Munain, como escaparate de la cosmovisión idealizada de esta sociedad. Metodológicamente esto es una aberración. Así, antes que contagiarnos de su método, pasemos a algo más positivo. Primero, que, con carácter general, aunque con muchos matices peculiares, el cristianismo, y sobre todo, el sustrato estoico de su filosofía, influyó decisivamente en la destrucción del imperio esclavista romano (La caída del imperio romano y la génesis de Europa, VVAA, 2001); y en la cosmovisión propia de las comunidades rurales de la sociedad Alto Medieval. Personajes históricos que van desde Prisciliano (ver Prisciliano y el priscilianismo, Historiografía y realidad, de Francisco Javier Fernández, 2007), San Millán (ver La vida de San Millán, Juan B. Olarte, 1998), y particularmente, el Beato de Liébana, (Obras Completas, en II Tomos), la historia de Constantino (El sueño de Constantino, de Paul Veyne, 2008). Como muestra no exhaustiva. Respecto del modelo convivencial, en sus manifestaciones prácticas, económicas, jurídicas y políticas, en el Estado español, las fuentes son muy abundantes, eso sí, en los últimos 10 años, y no precisamente como textos de instrucción en la enseñanza universitaria. Por citar unos pocos: Comunidades locales y poderes feudales en la Edad Media, VVAA, 2001; Los orígenes de Castilla, una interpretación, de Aniano Cadiñanos, 2002; Vivir en la Edad Media, Eduardo A. Vallejo, 1995; Los Fueros de Sepúlveda, VVAA, 2005; Los Monasterios dúplices en Galicia en la Alta Edad Media, Héctor Rodríguez, 2005; Concejos y señores, Pablo García Cañón, 2002; Vasconia en el Siglo XII, Pedro E, 2004; Poder y Sociedad en la Edad Media, II Tomos, VVAA, 2002; Comunidades locales y dinámicas de poder en el norte de la Península Ibérica durante la antigüedad tardía, VVAA, 2006; Las fiestas en la cultura de la Edad Media, Miguel Ángel Landero, 2004; La familia en la Edad Media, VVAA, 2001; Mujeres de clausura en la Castilla medieval, Rita Ríos, 2007; La vida cotidiana de las mujeres en la Edad Media, Antonio Linaza, 2007; Repoblación y conquista VVAA, 1991; Colección “Seminario sobre el monacato”, en 6 tomos, VVAA; Historia de la Edad Media: Europa y el mundo mediterráneo 400-800, Chris Wickham, 2005; El monacato en los reino de León y Castilla en los siglos VII-XIII; Registro jurídico de la Extremadura castellana medieval, las Comunidades de Villa y Tierra (siglos X-XIV, VVAA, 1990; Codex Aqvilarensis, Centro de Estudios del Románico, varios tomos; La Sociedad Hispanomedieval II Tomos VVAA, 2001; La formación medieval de España, M. A. Landero, 2004; Historia del Cristianismo II Tomos, El Mundo Antiguo y el Mundo Medieval.

Todos estos textos, que son sólo una muestra representativa, nos indican que las conclusiones, afirmaciones, aseveraciones de Félix, sobre la cosmovisión y características del modelo político, social y ideológico de la sociedad Alto Medieval se encentra plenamente contrastada. Salvo en lo cuentos infantiles o las enciclopedias destinadas al uso del consumo y promovidas por la ideología liberal y/o proletarista, no hay argumentos en contra, y desde luego que afirmaciones del tipo de las de Javier no pueden ni ser tenidas en cuenta.

Creo que la cuestión clave que no entiende Javier es el sentido histórico y político con que Félix evalúa la experiencia de la sociedad Alto Medieval, pues para nada se trata de repetir modelos sociales irremediablemente superados, sino que, partiendo de la caótica situación actual, plantear las experiencias históricas de las que podemos y debemos aprender, si queremos dar un vuelco auténtico a la situación. Además, no es una cuestión exclusiva de Félix, pues los que estén al tanto de la lucha ideológica en el plano del pensamiento moral y político, dentro de la historiografía actual, conocerán la corriente surgida en los años 80, llamada comunitarista (MacIntire, Walter, Sandel, Taylor…), que justamente sitúan en el centro de la crítica a la modernidad nacida de la Ilustración, a la que acusan básicamente de producir seres humanos desvinculados de la comunidad (en amplio sentido del término, territorio, familia, vecindario, gremio profesional, cultura, identidad, en sumo). El asunto está en que también las teorías y doctrinas del cambio social (marxismo, anarquismo…) padecen un agotamiento histórico, el modelo social, idéntico en el fondo, del liberalismo y el proletarismo, basado en el productivismo, el eudemonismo, el urbanismo y la industrialización de la sociedad, ha fracasado estrepitosamente. Vivimos, en cierto sentido, un periodo histórico similar al de la decadencia del imperio romano, en que, gracias a la función filosófica e ideológica de un cristianismo popular y revolucionario, dotado de esa fuerza mística, que decía G. Landauer, antes de ser sofocada por la organización de la Iglesia, la teología escolástica y el Estado, se dio un vuelco a la historia, acabando no solamente con este portentoso e implacable imperio, sino con todo un modelo de sociedad basada en la utilización milenaria del hombre como esclavo. Ese hecho sólo fue posible desde el momento en que hombres y mujeres dotados de esta filosofía dieron completamente la espalda al modelo social imperial, negando su identidad moral y social, y se pusieron manos a la obra en la construcción de nuevos modelos sociales de comunidad, que conducirá hasta la caracterizada por el autogobierno de la sociedad rural Alto Medieval. ¿Cuál es la lección? Dice MacIntyre en Tras la virtud, “Lo que importa ahora es la construcción de formas locales de comunidad, dentro de las cuales, la civilidad, la vida moral y la vida intelectual puedan sostenerse a través de las nuevas edades oscuras que caen sobre nosotros…sin embargo en nuestra época los bárbaros no esperan al otro lado de las fronteras, sino que llevan gobernándonos hace algún tiempo. Y nuestra falta de conciencia de ello constituye parte de nuestra difícil situación. No estamos esperando a Godot, sino a otro, sin duda muy diferente, a San Benito”.

2. Sobre la pretendida lucha ideológica campo-ciudad. El problema principal lo sitúa Javier en la atribución por parte de Félix, a la población campesina de una conciencia política y moral, mostrando una polarización extrema entre la masa campesina y las ideologías revolucionarias de los siglos XIX y XX”. Veámoslo: La utilización de potentes instrumentos ideológicos de manipulación es harto conocida por las clases mandantes, desde la primera mitad del siglo XVII, en que se asiste a la primera gran operación de control mental de las masas, con el movimiento político cultural denominado Barroco (En el Estado español, de 1605 a 1650). Como bien define J. A. Maravall en La cultura del Barroco, es la promoción de códigos de conducta de orientación urbana, se realza la grandeza urbanística, económica y demográfica de las grandes poblaciones y, por el contrario, se ridiculiza la vida en el campo. ¿Qué admira el desplazado campesino famélico que, abandonando su medio rural, llega a Madrid? Nos lo dicen múltiples pasajes del teatro, de la novela y muy en especial de la novela picaresca. Monumentos, arcos, “poder” ante el que no queda más que temer y reverenciar. A lo largo de los siglos XVIII y XIX, con la máquina del liberalismo a todo marcha, no queda más que rematar la obra. Un texto importante para entender esto es el denso estudio de Jesús Izquierdo, El rostro de la comunidad, 2001. Lo que viene a decir este profesor, es que la Ilustración y el liberalismo se esforzaron en aplicar un discurso o cosmovisión opuesta a las propias de la sociedad tradicional, imponiéndola por todos los medios. Con un lenguaje típicamente academicista, que no puede disimular las conclusiones, dice “Y a través de esta actividad explicativa contribuyeron a consolidar el consenso sobre un pasado menospreciado, en un proceso de “alteración” que resultó ser crucial en la conformación de una nueva identidad, la liberal, cuyos principios morales y formas de reconocimiento, se levantaron en contraposición a aquellos que habían reinado durante casi mil años”. Pero dice más, dice que una vez que las representaciones colectivas del liberalismo se convirtieron en ortodoxia, a lo largo del siglo XIX, sería el historicismo el encargado de mantener viva aquella comprensión del pasado mediante interpretaciones retroactivas que permitieron dar sentido universal a una historia cuyo fin último debía ser la liberación del individuo de todo constreñimiento pretérito”. Reconoce que las prácticas colectivas que promueven bienes comunitarios están guiadas por una racionalidad que va más allá de lo instrumental, donde la participación y no el resultado es el aspecto crucial. En sus conclusiones no queda más remedio que confirmar lo que viene explicando Félix, las particulares dificultades para la introducción de la visión modernizadora en el mundo agrario. Así dice Jesús Izquierdo que “el tipo de identidad colectiva que los grupos rurales alcanzaron a lo largo de las dos centurias que abarca este libro restringió severamente las posibilidades de cambio social en Castilla”. Concluyendo con algo esencial: Habría que esperar al final de la Guerra Civil y el franquismo para que se aunaran las condiciones de posibilidad de desmantelamiento de aquel mundo rural que había perdurado durante centurias. Como elemento complementario, es interesante el trabajo de Sergio Riesco, Bienes Comunales y reformas administrativas en la crisis del Antiguo Régimen: El Sexmo de Plasencia (1820-1843), quien se lamenta precisamente de que “El estudio de la reformas administrativas en nuestro siglo XIX no ha recibido tradicionalmente demasiada atención por parte de nuestra historiografía”, llegando a afirmar que la extensión de tales bienes alcanzaban la cifra de 272.000 hectáreas, un 8% de lo que hoy es la Comunidad de Extremadura, con reparto de tierras y sistema concejil en la cabecera de cada municipio.

Como dato añadido, es interesante, en particular, lo referente a cómo se articularon las políticas y los instrumentos ideológicos y militares para imponer el liberalismo y el capitalismo en las zonas rurales: Desde la Guardia Civil, el sistema educativo, el ferrocarril, el papel inestimable de la intelectualidad liberal-españolista. Esto no son soflamas propagandísticas de Félix, eso está asumido y contrastado hoy día por cualquier historiado minimamente serio. ¿Fue diferente el Siglo XX, con la República, los socialistas y demás defensores del productivismo proletarista? En un magnífico trabajo de este investigador histórico, Jesús Izquierdo, titulado El ciudadano demediado, realiza afirmaciones tan tajantes como la siguiente:

“A principios del siglo XX, pese a las diferencias, el liberalismo español contaba con un consenso de mínimos sobre la representación antropológica que los definía por oposición a la que encarnaban los campesinos. El campo se había convertido en un espacio habitado por el otro negativo, por seres deformes, enfermos, inmaduros, atrasados, inconscientes, irracionales, dominados, ignorantes, en fin, imaginativos. Por el contrario, tras las fronteras simbólicas de la ciudad se cobijaban individuos soberanos, por cuanto socialmente reflexivos y económicamente independientes, capacitados para tutelar desde la ciudad a quienes no tenían “la capacidad de regirse por sí solo (s), racionalmente”.

Esta imagen era compartida también por los jefes del socialismo español, Azaña, entre muchos, Giner de los Ríos y Largo Caballero, tan distantes en unos aspectos y tan próximos en otros, como en la cuestión campesina. Curiosamente, coincidentes con la posición defendida por el fascismo español, como Onésimo Redondo que, a pesar de reivindicar una “política campesina, terrícola”, pensaba que los campesinos eran unos “desgraciados bárbaros” “sometidos a una “lógica aldeana y perezosa”; en fin, unos “tontos con voto”. ¿Qué hizo el franquismo luego de la Guerra Civil? Prácticamente lo que hubieran hecho todas las corrientes político-ideológicas del espectro español, pero mejor: modernizar el campo. Dice a este respecto Jesús Izquierdo:
“Pero el Régimen no sólo se diferenciaba respecto a la época ilustrada y liberal en su decidida intención a normalizar al “otro” campesino, asimilándolo en los valores urbanos heredados. Poseía una capacidad institucional de penetración en las comunidades campesinas preexistentes que no tenía parangón con las del pasado decimonónico, especialmente tras fracturas operadas en aquéllas durante la II República y la Guerra Civil y la posición de fuerza lograda tras la victoria rebelde. Es más, en un escenario de recomposición intervenida de la convivencia en el seno de las comunidades rurales, las autoridades de la dictadura pudieron influir abiertamente en la refundación de los valores de los propios campesinos”.
La tesis politicista, victimista, del franquismo de Javier no la sostiene hoy nadie que no sean nostálgicos izquierdistas, “dictadura surgida para aplastar los males que para los reaccionarios de entonces aquejaban a España, a saber, la revolución social, el ateísmo y el separatismo” y, parodiando a Félix, dice “el objetivo no era más que derrotar las resistencias que podría suscitar el plan de llenar el reino de pantanos y carreteras”. Que yo tenga entendido, Félix no niega que hayan existido elementos de revolución social en momentos anteriores y en la propia Guerra Civil, pero tampoco deja de denunciar la línea ideológica y política del proletarismo en la II República y la Guerra Civil 36-39. Sin embargo, esa no es la cuestión que se discute aquí, como en todo, Javier se queda en las entretelas de los argumentos. Lo que aquí se discute es la función del poder y del Estado, el objetivo de ambos, república y franquismo, esencialmente, respecto del modelo de sociedad a establecer, era el mismo: modernizar al Estado, conforme a criterios liberales o proletaristas, igual da, desintegrando el campo. Que el franquismo haya hecho el verdadero esfuerzo modernizador en el Estado español, a estas alturas nadie lo duda, hechos: Desde 1951 hasta 1957, España conoció un importante crecimiento económico, sobre todo industrial, descendiendo del 40% al 25% el papel de la agricultura. La tasa media de crecimiento industrial pasó del 8% a un 15%, en 1952. Por supuesta que estaba la ayuda económica Norteamérica, pero más importante fue la política económica emprendida por el gobierno de 1951, una vez superado el periodo ideológico fascista, tras la derrota del Eje en 1945. Y sobre todo por haber adoptado plenamente una línea basada en el liberalismo económico, que profundizaría con el gobierno de 1957. A partir de 1959 se aplica en España, siguiendo el asesoramiento de “expertos internacionales” (básicamente EEUU), un paquete de medidas, Plan de estabilización, inspirado en los que se aplican en la recién estrenada V República Francesa de 1958, al frente de la cual, hay situado otro general, Charles de Gaulle, un héroe del antifascismo, quien se responsabiliza de la redacción de su Constitución. Para completar el programa de liberalización económica española, a partir de 1960 se dictan una serie de normas, como la nacionalización de la banca (algo que añoran los defensores del Estado de bienestar, ahora), se regulan las inversiones extranjeras, se reforma el sistema tributario y se crea, en 1964 la Comisaria del Plan de Desarrollo, de corte similar a las creadas por Stalin con sus planes quinquenales. ¿Qué más?, pues si faltaba algo, nada menos que controlar eficazmente a la clase obrera, en 1953 se reglamentan los jurados de empresa que ya existían seis años antes, en 1957, se celebran las primeras elecciones sindicales, y un año después, se aprueba la ley de convenios colectivos. El resto es historia igualmente conocida: los estudios al uso todavía se sorprenden de las cifras del crecimiento económico español de los 60, calificado de espectacular, igual que en la URSS entre los años 20 y 30, con un 10% anual. En los años 60 en España, la renta creció entre un 4 y un 7%, situándose entre los 20 países con mejores resultados económicos del mundo, ocupando el lugar “privilegiado” del quinto puesto. ¿La República lo hubiera hecho mejor?, incluso más, ¿y una república… con el PSOE y el PCE? ¿Qué hizo la URSS y que ha lleva haciendo China? La cuestión es que detrás de estas cifras está realmente la consolidación de un Estado –como cualquier otro- que se preparaba para jugar un papel imperialista en el mundo, a costa, entre otras cuestiones, de la desarticulación y liquidación de lo que quedaba de una sociedad rural popular. Sólo fue cuestión de tiempo.

20 de abril de 2011
Karlos
 

Comentarios

Excelente artículo, al igual que los anteriores. Muy documentado, razonado e ilustrativo. Solo sugeriría a Karlos que contuviera un poco su ira y evitara las numerosas expresiones desdeñosas e incluso despectivas sobre Rodríguez Hidalgo. Baste explicar y señalar lo que no se comparte o se considera errado o insuficiente de sus argumentaciones. No es necesario ensañarse y vilipendiar como propina. Es de entender que todas y todos somos compañeros que aspiramos a una sociedad libre y justa. Todos somos necesarios para ello y es importante que nos tratemos desde el respeto y la consideración a pesar de poder tener nuestras discusiones.

También sería muy interesante conocer qué tiene que decir Rodríguez Hidalgo con respecto a todas las cosas que está exponiendo Karlos. Ojalá que lo haga con una actitud más respetuosa y constructiva que lo que se está viendo por ahora en este ir y venir de críticas.

 

Salut.

Lo que sería aún más interesante es ver responder a Félix Rodrigo por primera vez a una crítica sin esconderse tras las faldas de sus monaguillos.

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