“¿La revolución en la crítica de Félix Rodrigo Mora”, o “la reacción en la crítica de Javier Rodríguez Hidalgo?”

II. UNA MISERIA DE FILOSOFÍA.


“Si, por ejemplo, el texto en cuestión es la declaración de independencia de los Estados Unidos de América en 1787, que reivindica el derecho a la felicidad (y, ante aún, a la vida y a la libertad), nuestro historiador descubre en ello el germen del hedonismo moderno, que el identifica con el epicureismo.
…(Dicho sea de paso, cuando Félix dice “epicureismo debe entenderse el más chabacano de los hedonismos, y nada guarda relación con el Epicuro que ha llegado hasta nuestros días)”
Javier R.H. (“Filosofía”)

Nadie se bate hasta el fin por un designio tan filisteo como disfrutar y ser feliz, pero los mejores hombres y mujeres llegan a hacerlo por la verdad y la libertad, y tal hacha es el componente fundamental de nuestra victoria, más que la victoria concebida como logro de tales o cuales metas. En esta evidencia está la raíz del fracaso último del proyecto de subversión urdido en el siglo XIX.
Félix R.M. (“Seis estudios”)

¿Es tonto… o se hace? Como estoy convencido de que Javier no lo es, debo entender ese recurso explícito de “me molestaré sólo en mostrar cuál es el método que rige esta plétora de dislates”, como una estratagema para situar el debate allí donde únicamente puede ser fuerte: en la mera descalificación. Ahora resulta que Félix reduce la “historia de las ideas” en un “delirante amasijo de juicios perentorios, resúmenes apresurados, explicaciones a medias y calumnias puras y duras que no consiguen otro resultado, para quien no sepa muy bien de qué se está hablando, que ofrecer una imagen paupérrima de la filosofía”. Vamos por partes, la primera es preguntarnos qué cosa es eso de la “historia de la ideas”, ¿estamos acaso hablando en términos enciclopédicos, académicos, “históricos”, propios del profesor-funcionario, o en términos políticos? ¿En términos de la filosofía para interpretar el mundo, o para transformarlo? (perdón nuevamente al sabio de Tréveris). Lo que hace Félix es un posicionamiento crítico-político respecto de la filosofía, tomando como perspectiva estratégica la transformación revolucionaria del mundo. Lo que hace Javier es quedarse atascado en una cosmovisión del pasado proletarista, por ello no ha salido de la “teoría crítica”, lo que le hace ser un mero “rebelde” y centrista, para el cual toda filosofía es válida, todos los filósofos tiene cosas buenas y cosas malas, etc. (Aristóteles, Tomás de Aquino, Maquiavelo, Descartes, Spinoza, Hegel, Nietzsche, Marx, Heidegger, y por supuesto Habermas, Foucault y Derrida…y Thoreau, por supuesto…y Naredo…, ¿y porqué no? el Islam, los valores de la declaración de independencia de los EEUU de 1787, la Constitución española del 78…puestos ya, … ¡que viva la pepa!

En segundo lugar, lleva razón Javier, rebatir tantas memeces es desde luego algo ajeno a mi intención, lo hago mío, pero no precisamente por ese artilugio lingüistico por el cual se escurre la responsabilidad de entrar en los temas de fondo, sino porque él se encuentra situado en un plano paralelo respecto a Félix, en que, de seguir así, jamás se encontrarán. Por lo tanto, todo esfuerzo de explicación es vano intento, es llover sobre mojado, precisamente porque no entiende lo esencial. Esto es una cuestión previa, básica. Félix viene planteando ideas para una revolución, y Javier, con las suyas va, en una deriva, hacia el reaccionarimo más clásico, vestido de pose crítica-anti-tecno, pintada de verde. Sucede que mientras Javier piensa en términos newtonianos, Félix está hablando en términos cuánticos, de las mismas cosas, pero con otro significado. En ello lleva razón T. Kuhn, “lo que antes de la (esta) revolución eran patos…se convierten en conejos después”. Lo que salta ante nuestros ojos es que el proyecto de revolución, y su práctica, de los últimos 150 años ha fracasado, es decir, que sus principios, doctrinas, fundamentos, como tales, no pueden ya servir para entender y transformar el mundo de hoy. Después de los hitos históricos de las revoluciones burguesas y proletaristas, y sus desastrosas consecuencias objetivas en el mundo en que vivimos, es ineludible la necesidad de responder de forma diferente, a un mundo diferente, con un pensamiento y conciencia, diferente. Esto, que es tan obvio, es la clave en los planteamientos de Félix, y rumiar continuamente las viejas fórmulas, aderezadas de tópicos posmodernos, no lleva más que a perder el tiempo y a confundir a la gente bienintencionada.

Por lo tanto, la valoración que debamos hacer de la Historia, del pensamiento, de la filosofía…del pasado, pensando en el futuro, debe dudar sistemáticamente de lo que parecen patos, y no es una cuestión exclusivamente de Félix, ni de cuatro excéntricos marginales, ni textos secundarios sacados del olvido. En esto está muy equivocado Javier, y lo comprobaremos en su momento, baste decir ahora que realmente lo que hace Félix es ver al pasado con otra mirada, apoyándose, en parte, en textos “olvidados”, o directamente tergiversados, pero además, (cosa que al parecer desconoce Javier) con la utilización de análisis y ensayos actuales, basados todos en hechos históricos concretos de muy alto nivel de credibilidad. He sometido a una profunda investigación muchas de las tesis de Félix, que por su novedad o contraste con lo planteado por la historiografía “oficial”, se separaban de las tesis dominantes, y jamás he encontrado una falta de fundamento en sus planteamientos. Otra cosa bien diferente es el sentido político de sus planteamientos. Esto, realmente puede confundir a muchos, y es hasta comprensible, ciertamente Félix formula afirmaciones tajantes, con expresiones duras y contundentes, pero en ello hay determinación política de dejar claro un planteamiento, no sectarismo o arbitrariedad. Por ejemplo, puede afirmar que “La revolución bolchevique de 1917, copia empeorada de la revolución francesa”, o “La II república española, o la revolución conservadora hecha desde arriba”. (La Democracia y el triunfo del Estado), O aquello que particularmente no le gusta a Javier: la “Crítica a la noción de felicidad y repudio del hedonismo”, las descalificaciones a los popes de la posmodernidad Foucault, Derrida, Thoreau, Naredo, Nietzsche, etc. No es eso. No te confundas. Eso sólo es la punta del iceberg, el filo del cuchillo, pero detrás siempre existe una profunda reflexión, un tratamiento político de las ideas de todos estos personajes, en relación con las cuestionas claves de la revolución: el Poder y el Estado. No entender esto, es no haber entendido nada de lo que Félix viene planteando desde hace años.

¿Significa esta “critica despiadada” que Félix se erige en el presidente del Tribunal de la Historia? Eso es lo que dice Javier. Es lo propio de quien nada ha comprendido. Aquí hay dos cosas: una, que Félix valora de la Historia y del pensamiento aquellas cuestiones que favorecen el sentido de la revolución, y reprocha aquello que, basado en su aproximación más radical a la autenticidad y veracidad, simboliza un obstáculo premeditado o no, al intento de transformación del mundo en su sentido revolucionario. Y dos, que en esto hay que distinguir entre aquellos pensadores, revolucionarios que han pretendido, subjetivamente, hacer la revolución (Marx, Engels, Kropotkin, Proudhon, Bakunin, Lenin, Mao o hasta el Che) genuinos representantes del modelo doctrinal y proletarista basado en teorías y de una época superada, con muchos, o pocos, aciertos y/o errores, de aquellos otros que, escondiéndose en las sombras del Estado, realmente lo que pretenden es confundir al sujeto de la historia, para desviarlo de los planteamientos reales de un cambio político y social. Entre unos y otros, hay multitud de pensadores, filósofos, economistas, o simples aficionados que, mediante análisis concretos de calidad, aportan elementos muy valiosos al proyecto de elevar el elemento consciente, y ello, con independencia de la voluntad, o no, de formular contribuciones meritorias en tal sentido. Esto vale para la filosofía también, no hay en Félix una descalificación absoluta, sino una concreta valoración de cada pensamiento, y ya que lo cita Javier, p.e. Aristóteles o Feuerbach (ver notas 120 y 121 del libro La democracia y el triunfo del Estado). Otra cuestión muy diferente, es, lógicamente, el tratamiento de pensadores considerados directamente reaccionarios (p.e. Platón, Nietzsche o Sartre), eso es harina de otro costal, que llevan un tratamiento diferenciado, no tanto como obra filosófica, en abstracto, sino por las consecuencias políticas de sus planteamientos.

Yendo más al fondo de los planteamiento de Félix (y de Javier), tenemos que adentrarnos algo en el mundo, no siempre transparente, de la filosofía, por una parte la cuestión del entendimiento humano, la epistemología, y de otra, la ética.

Respecto de la primera, creo que en el pensamiento de Félix ocupa un lugar central lo que denomina la “critica ateórica a la teoría crítica”, (ocupa todo un capítulo en La democracia y el triunfo del Estado, pags. 203-282). Aquí Félix critica la moderna cosmovisión crítica y utópica, desde sus inicios con Platón y los fundamentos de la filosocracia, hasta las teorías empiristas y positivistas, escuelas de pensamiento todas que, o bien se quedan mirando al cielo en las especulaciones “racionales” o pegados a la tierra, mediante el conocimiento fáctico o sensible. Particular atención se presta a la crítica de la llamada filosofía analítica, de Wittgenstein como su genuino representante, y que tiene gran trascendencia en escuelas de pensamiento de otras disciplinas. Que nadie se engañe, el tratamiento dado por Félix es político, es decir, descubre las implicaciones políticas de sus proposiciones frente a la cuestión del poder y del Estado. No obstante, desde un punto de vista puramente epistemológico, otros autores bastante recientes, por cierto, coinciden plenamente con Félix, por ejemplo Ernest Gellner, que dedica varias de sus obras principales a desmontar el sistema filosófico de Wittgenstein, como Palabras y cosas, de 1959, Razón y cultura, de 1992 o Lenguaje y sociedad, de 1998, obra póstuma dedicada expresamente a la crítica de la concepción neopositivista de éste en escuelas de pensamiento y teóricos críticos, como la de Frankfurt, partidarios de la hermenéutica, del postestructuralismo y del postmodernismo. Es curioso que esta filosofía, en franca decadencia a partir de los años 60, sin embargo a partir de los 70, sale del terreno de la filosofía para adentrarse en la crítica literaria y en los ámbitos de las disciplinas sociales y humanas (la Nouvelle Histoire de Michel Foucault, entre otros, la filosofía del lenguaje, con toda la galería de pensadores del estilo de Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Julia Kristeva, Theodor Adorno o Herbert Marcuse, etc.), lo que lleva, precisamente a Gellner a una respuesta contundente, nuevamente, cuarenta años después de Palabras y cosas, dedicándole a Wittgenstein calificativos tan poco elogiosos como éste: “tiene el mérito inusual de ponerse a sí mismo a andar de cabeza y adquirir fama por ello”.

De forma incisiva, en su apartado, critica ateórica a la teoría crítica, se va adentrando Félix en una critica sin dobleces en la génesis y desarrollo de la teoría critica, desde Ockham y Spinoza, y sus conceptos de la razón filosófica y la razón de Estado, hasta las consecuencias del racionalismo teorizador y verbalista, carente de criterios objetivos. Siguiendo con la justificación de la omnipresencia del Estado, en Hegel; y continuando con la filosofía de la praxis que infiltra las tesis del socialismo científico obsesionado con el productivismo. Para finalizar en la critica a la Escuela de Frankfurt y sus herederos actuales.

Aquí hay una cuestión que debe mencionarse, la posición frente a ciertos “críticos”, cuestión que no perdona Javier. Por ejemplo J. Ellul, Naredo o las alusiones a Thoreau, por citar unos pocos. La clave viene a estar nuevamente donde siempre ha estado, en la posición estratégica respecto de la revolución, es decir, en definitiva ¿Qué plantean éstos respecto del poder y del Estado? El primero, padece lo que Félix denomina apoliticismo negativista, esto es, confiar en el aparato del Estado para el cumplimiento de determinados fines. Respecto del segundo, lo mismo, y respecto del tercero, Thoreau no deja de ser un proto-anarquista en el ámbito de la filosofía moral, la crítica al Estado le viene de una exacerbación de la individualidad, según la tradición liberal más radical. Y, con ello, al plantear en toda su radicalidad ese principium individualis, lo que hace es negar cualquier clase de pretensión ética “a favor del deber de obediencia a las leyes del Estado”, en la línea experimentada por Gandhi.

Respecto de la ética, no deja de ser la otra cara de la moneda de la teoría crítica. Es conocida la posición de la Escuela de Frankfurt en la promoción del egoísmo, y la revalorización del hedonismo. No alcanzo a entender la sorpresa e indignación de Javier por las referencias de Félix al epicureismo y el hedonismo, en clara relación. Cualquiera que se haya leído un manual básico de historia de la filosofía podrá encontrar que el hedonismo, como filosofía, busca dos cuestiones como fin de la existencia: la ausencia de dolor, que proviene directamente de Epicuro, y la consecución del placer, cuyo máximo representante es Aristipo de Cirene. Y el epicureismo, que como concepto filosófico, se define como aquella corriente que “identifica al placer con la tranquilidad y enfatiza la reducción del deseo sobre la adquisición inmediata del placer”. Hay autores que han dejado muy claro –no solamente Félix- que la meta final, para la teoría crítica, es “la eliminación del sufrimiento y el fomento de la felicidad”. Para una comprensión más amplia de este asunto, recomiendo el apartado “una reflexión sobre el epicureismo”, de Félix, que está recogido en su libro Seis estudios. Lo que quiere poner en evidencia Félix es que la disposición para la lucha, es válida como conducta, siempre, para enfrentar, no solamente las tareas de gran calado, como participar en una revolución, sino para llevar con dignidad la vida cotidiana como realmente es, con sufrimiento y alegría. No es posible negar el sufrimiento, porque es inherente a la condición de ser vivo, a la vez que la alegría. Pero si nos preparamos mentalmente sólo para “lo bueno”, para la “felicidad”, como ausencia de dolor o placer, estamos condenados de antemano ante cualquier adversidad. Este es el contexto en el cual Félix referencia el texto de M. Seideman A ras del suelo, texto muy documentado, que analiza la situación de la república durante la guerra civil, tomando como referencias el estudio de testimonios directos de gente corriente, de familias etc., sobre el comportamiento de los protagonistas de la contienda, que deja mucho que desear de la fortaleza ideológica de la izquierda, pensando más en el consumo que en la lucha de clases. En este contexto, las referencias de Javier al jesuitismo político de Félix y a Epicteto (pág. 54 del libelo) son patéticas, por su simpleza y oportunismo, le recomiendo prudencia antes de decir tonterías de tal calibre, y que sencillamente se lea el magnífico texto de Jean-Joel Duhot, Epicteto y la sabiduría estoica.

No quisiera terminar este apartado sin una reseña que le dedica J. Nicolás al gran filósofo Xavier Zubiri, en el magnífico ensayo El hombre y la verdad, que refleja como nadie puede hacerlo mejor, la propia metodología de Félix:

“Partiendo de un análisis de la sensibilidad, no aboca ni en un fenomenismo, ni en un racionalismo, ni en un hedonismo, sino en una teoría de la inteligencia sintiente, que es simultáneamente gnoseológica, volitiva y sentimental. Partiendo de una análisis de la realidad humana no acaba en una discusión del sujeto, ni en una teoría del ser arrojado a su propio destino, sino en una concepción, no sustancial, pero si sustantiva del sujeto, que tiene como tarea la autoconstrucción y la de su propia historia mediante el apropiamiento de posibilidades. Partiendo del análisis de las cosas mismas, no acaba en el esencialismo, ni en un relativismo, ni en una filosofía del ser, sino en una teoría de la realidad como formalidad de suyo. Partiendo de un análisis de nuestro aparato gnoseológico, no acaba en el logicismo, ni en un afundamentalismo acrítico, ni en un esteticismo, ni en un relativismo interpretativo, sino en una concepción del fundamento como formalidad de la realidad y como religación. Partiendo de un análisis de nuestro estar en el mundo, no acaba en un subjetivismo, ni en un apriorismo del sentido, ni en un realismo pre-kantiano ni critico, sino en una teoría del poder de lo real y de la co-originariedad de realidad e intelección. Partiendo del análisis de nuestros mecanismos de saber, no acaba en un metodologicismo, ni en una disolución de la verdad en contextos culturales o en síntomas o huellas de diverso tipo, ni en un cientificismo, sino en una teoría de la verdad cuyo nivel más radical es caracterizado como ratificación de lo real en el acto intelectivo”.

15 de abril de 2011
Salud, Karlos
 

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