La revolución contra la barbarie

Asistentes a la XIV Conferencia de la FICEDL (Federación Internacional de Centros de Estudio y Documentación Libertarios), celebrada en Pisa (italia) del 4 al 6 de septiembre de 2009. Dentro de los actos programados, se celebró un seminario internacional sobre "Anarquismo, post-anarquismo y nuevos movimientos antiautoritarios en la sociedad contemporánea", del que ofrecemos uno de los trabajos presentados

 

Creo que un anarquista no puede separar sus ideas y la tendencia propia hacia la anarquía de su específica situación en la sociedad, reconduciéndola hacia el interior del más general contexto de lucha y crítica al sistema autoritario y de práctica de vivencias libertarias que desde la experiencia se extienden a todos los ámbitos de la sociabilidad.

Consignas como "fin de la lucha de clases" o "muerte del trabajo asalariado" han sido utilizadas en estos últimos años como sentencias escupidas contra quien ha continuado oponiéndose cotidianamente al poder y al capital, a partir de la propia condición de subordinado (…). Una cosa es cierta: la lucha de clases, entendida en los términos elaborados por los marxistas, es decir, como vehículo de conquista del poder por parte de la clase proletaria (y de su partido-guía), se acabó de golpe, incluso podemos decir que nació muerta; la gran industria, las grandes concentraciones obreras se reducen por todas partes, el sector terciario y las nuevas tecnologías han transformado el trabajo, cada vez más flexibilizado, precarizado y virtual. En general, en lo que respecta a la industria, asistimos a luchas defensivas, parciales, que no se plantean las relaciones de producción.

Pero si nos fijamos, veremos que los nuevos sectores industriales y productivos, terminales de cadenas de capital financiero sin fronteras y aparentemente sin una cabeza, están caracterizados por un mayor control-extorsión del trabajo, engullen nuevas categorías de explotados procedentes de áreas muy pobres de la Tierra y practican niveles de explotación incluso superiores a las de las últimas décadas. En los campos viven y trabajan contingentes de nuevos esclavos cuyas condiciones de vida son muy semejantes a las que soportaban nuestros abuelos, y esta nueva esclavitud es la que asegura, junto a los beneficios de las clases parásitas y propietarias, la producción alimentaria que nutre a gran parte del mundo occidental.

Yo no sé si la organización de esta nueva esclavitud para la propia liberación podrá ser definida como una nueva lucha de clases; seguramente es un movimiento de liberación de una de las formas de opresión, tras la guerra y el hambre, que más caracterizan a nuestra época. Estoy convencido de que el anarquismo debe retomar los cambios que se están produciendo, los evidentes y los más imperceptibles, y proyectarlos en una dimensión coherente con la realidad.

El movimiento anarquista puede dedicarse, como por otra parte ha sido así en su variada tradición y en su abundante producción teórica, a las actuaciones de modos de vida, experimentaciones, expresiones de libertad en el "aquí y ahora", al desarrollo de intentos de liberación ya sean de tipo intelectual, de grupo o social, a programas de autogobierno municipal de pequeños trozos de territorio y de grupos humanos para realizar micro-sociedades autónomas; debe ser agudo observador y opositor crítico beligerante de las actuales formas de división de los explotados y de los pueblos, como el racismo, la intoxicación informativa, la cultura de la ignorancia, el consumismo y las nuevas y emergentes expresiones de religiosidad.

Las nuevas profesiones ligadas a la informática y al enorme desarrollo de los medios de comunicación, la obsesiva movilidad de los hombres y las mercancías, la difusa precarización, la desesperación proletaria, la borrachera consumista que tritura incluso a las capas proletarias, junto con la expropiación de los más elementales medios de subsistencia a una franja importante de la humanidad, los intercambios comerciales en el mundo globalizado y cada vez más desigual, las migraciones de los países pobres, las nuevas guerras por el control de las fuentes energéticas y de las vías de comunicación, dan precisamente un toque de modernidad al mundo de hoy. El anarquismo no puede eludir el contar con esta explotación, con la opresión de tipo neocolonial que impregna a tres cuartas partes de la humanidad, y que se manifiesta de forma trágica incluso dentro de las sociedades occidentales.

El anarquismo es un pensamiento de liberación humana que ha tenido la capacidad de expandirse en casi todo el mundo, precisamente en virtud de sus simples pero fuertes bases: una, la crítica despiadada del Poder y de la búsqueda de métodos de defensa contra su opresión y contra su enorme capacidad de supervivencia, y otra la que de siempre lo ha caracterizado, incluso en el nombre: la identificación de formas de poder que conviven en la organización social (incluso libertaria) o que impregnan cualquier tipo de relación, que es importante y es una gran contribución del pensamiento anarquista; pero el poder que combatimos es aquel que siempre produce privilegios. Otra base, el deseo de crear formas de libertad lo más variadas posible, respetuosas de la diversidad, es la que más se extiende en el ámbito de comportamientos y movimientos incluso con diversas raíces y con carácter más específico (ecologismo, feminismo, pacifismo, movimientos altermundistas).

Estas dos características especifican el sentido emancipatorio implícito en el pensamiento anarquista; no creo que tales presupuestos en la actualidad hayan experimentado trastornos; creo todo lo contrario: son cada vez más válidos y hacen del anarquismo una idea objetivamente revolucionaria, que quiere destruir el orden social autoritario para construir otro basado en la libertad. Está claro que el anarquismo de hoy debe saber interpretar los cambios, comprenderlos, descubrir las nuevas insidias del autoritarismo, identificar estrategias adecuadas para afrontarlo; pero sin su dimensión internacionalista y revolucionaria, con mayor razón en un mundo tan interrelacionado como el de hoy, se reducirá a ser un segmento del pensamiento liberal occidental.

En este mundo globalizado, donde millones de personas pasan hambre, donde reinan la injusticia y la desigualdad más profundas, las ideas de ruptura social radical del sistema, los proyectos revolucionarios tendentes a la construcción de una sociedad sin dominadores ni dominados, encuentran todas las motivaciones y las aspiraciones que han visto surgir y desarrollarse al pensamiento anarquista.

Es un mundo que ha ampliado la zanja entre ricos y pobres como nunca antes se vio; que se basa cada vez más en guerras de conquista y en conflictos locales que irán aumentando a medida que aumenten las dificultades de aprovisionamiento de los recursos (del petróleo al agua, pasando por las tierras cultivables, las materias primas, etc.).

Un mundo que continúa soportando una fuerte presencia de los Estados; incluso de aquellos que algunos analistas habían dado por acabados, redimensionados solo en sus capas superficiales. Se trata de Estados que, aunque sea dentro de un marco de relaciones nuevas con los territorios y con los poderes económico-financieros, mantienen e incluso han acentuado su función de gendarmes organizadores y detentadores de la fuerza militar y de la riqueza de las castas privilegiadas.

Un mundo, por añadidura, que marcha derecho a una catástrofe medioambiental que amenaza con convertirse en una catástrofe total, cuyas consecuencias anunciadas están pagando ya los más pobres. Una catástrofe previsible y que ninguna tecnología podrá parar, ya que las tecnologías están en el origen del desastre inminente en virtud de su ausencia de neutralidad y de su dependencia del sistema de explotación de los recursos y de los humanos.

Y bien, en vista de que lo que está en juego no es solo la instauración de una sociedad libertaria, sino la salvación del planeta Tierra, que pasa solo y exclusivamente por la destrucción del sistema capitalista que ha acelerado, en nombre de sus valores, la degeneración, soy de los que piensan que el anarquismo representa el último baluarte de la humanidad, el único que hoy puede ofrecer alguna probabilidad.

Me pregunto si la gravedad de la situación no puede hacer surgir por aquí y por allí respuestas en clave antiautoritaria que se contrapongan a las previsibles reacciones totalitarias que el sistema está estudiando ya y en parte ofreciendo, que no dejan de ser falsas soluciones. Me pregunto si aumentarán los Chiapas, si capas cada vez más grandes de la humanidad no escogerán una vía antiestatal para sobrevivir al desastre del capitalismo y el Estado, fuertes incluso por las experiencias revolucionarias negativas del pasado reciente. Me pregunto si con respecto a las tecnologías opresoras y a las falsas necesidades liberadoras que difunden no sería necesario reelaborar una suerte de neo-luddismo estrechamente unido a formas de desobediencia civil generalizada, junto a un ajuste en los objetivos de nuestra propaganda.

El anarquismo: única idea de nueva sociedad

El anarquismo, a pesar de los límites subjetivos y objetivos del movimiento en sentido estricto, ha elaborado todas las respuestas, todas las propuestas, todas las soluciones, además de poseer las bases adecuadas para poder continuar siendo la única idea de nueva sociedad proyectada hacia la superación de la era del desarrollo masivo de las capacidades productivas y destructivas de los poderes en sus variadas expresiones.

Probablemente todavía nos cuesta darnos cuenta de que el contexto general, socio-económico, está atravesando una involución veloz que producirá una reducción a la baja en las condiciones de vida de la población; que crecerá para controlar la dinámica social, un sistema represivo refinado con las clases medias liberales, pero despiadado con los parias de la inmigración, con los rebeldes sociales, los nuevos subproletarios y los proletarios portadores de rabia y frustración. La globalización ha modificado la estructura del poder, ha hecho de sus redes de dominio casi una madeja imposible de desenredar; pero en su forma terminal, en el taller clandestino chino de la periferia de Nápoles o en los barrios populares de Shanghai, hay personas de carne y hueso que trabajan en condiciones penosas para producir micropiezas útiles para hacer funcionar el sistema informático, o ropa para vestir al mundo entero. Y nosotros, anarquistas, debemos llegar a conocer y comprender los mecanismos actuales del dominio global; para acabar con ellos tenemos que tener como punto de referencia a los individuos explotados; será su rebelión, el bloqueo de su actividad, el rechazo a la servidumbre, estropear el mecanismo y sentar las bases para una sociedad nueva.

No me imagino un anarquismo que pueda existir fuera de esta propuesta. Pienso que montar una comuna en Apulia o un taller alternativo en Vermont o una escuela libertaria en Andalucía representan expresiones de la gran riqueza de propuestas, innovadoras y constructivas, del anarquismo, pero su eficacia y su proyecto tienen sentido solo si se plantean en el sustrato revolucionario de un anarquismo social. De otra manera nos arriesgamos a convertirnos en experiencias autorreferenciales de un movimiento que, mientras se encierra en sí mismo, vive de la ilusión de que lentamente será imitado y que las cosas empezarán a cambiar. Los límites de tolerancia del sistema están ya definidos; sobrepasarlos quiere decir encontrarse siempre en el terreno de la confrontación o de su recuperación por parte del propio sistema.

El anarquismo tiene necesidad de replantearse el análisis de cómo desarrollarse en un contexto más complicado, fruto de la mezcla de las condiciones viejas y nuevas de explotación, pero también la estrategia y la táctica de seguir día a día, para evitar ser incomprendidos, entendidos de forma equivovada, vistos como cuerpos extraños fuera de la realidad. La crítica al Estado debe ser hecha con instrumentos de análisis nuevos, y las propuestas alternativas, autogestionarias, no podrán ser vagas sino que deberán basarse en creíbles propuestas metodológicas y organizativas de tipo antiautoritario, de lo que deberán ser impregnados los movimientos de base que luchan por todas partes en los temas más variados, y que representan la respuesta concreta a la organización jerárquica y de partido. La perspectiva anarquista no puede ser la fantástica fábula de la sociedad ideal, sino que debe definirse como la construcción de sociedades biorregionales, federadas entre sí, ricas en puntos de diversidad, solidarias, preparadas para el restablecimiento de condiciones de habitabilidad y de compenetración armónica con el medio ambiente, desaceleradas en economía y crecientes en felicidad.

Creo que el anarquismo debe pensar en reforzarse, continuar cultivando la memoria porque es el fundamento de cualquier futuro, afinar sus instrumentos de penetración en el ámbito social. No creo que haya instrumentos, medios o recorridos incompatibles; cada uno tiene la misma dignidad si se dirige a conseguir el mismo objetivo que otro. Sin embargo, ante una situación cada vez más dramática, no se puede abandonar la idea revolucionaria, tras la excusa de que ya no interesa a la población, y escoger la vía de la actualización inmediata de ciertas formas de vida anarquista circunscritas y encerradas en sí mismas. La revolución, muy probablemente, volverá a ser de actualidad como única vía a una situación insoportable; de otro modo, se impondrá la barbarie.

Debemos preguntarnos cómo será la revolución; seguramente no será el asalto al Palacio de Invierno, sino muchos asaltos a muchos palacios del poder, santuarios de la explotación, símbolos del dominio y de la opresión. Seguramente los poderes dominantes dejarán de ser tolerantes y se entregarán al conflicto violento apenas sientan más fuertes los zarpazos de la insurgencia subversiva de las multitudes. Por lo demás, su potencial de violencia se ha acrecentado notablemente tanto en términos de armas como de cinismo (…) ¿Por qué deberán renunciar a la violencia ante el surgir de una contrasociedad de tipo anarquista que corroerá sus fundamentos y no entrar en el terreno del enfrentamiento? Será este enfrentamiento una cita a la que no se podrá llegar con la ilusión de un traspaso indoloro; obligará a quien lucha para cambiar la propia vida y las condiciones generales de vida sobre el planeta a adoptar métodos de defensa adecuados y segura y necesariamente violentos, pero limitados a esta fase.

 

Periódico Tierra y Libertad nº 258

http://www.nodo50.org/tierraylibertad/

Aviso Legal  |  Política de Privacidad  |  Contacto  |  Licencias de Programas  |  Ayuda  |  Soporte Económico  |  Nodo50.org