No me ha resultado simpática, pero hay que reconocerle un par de méritos a
Joker - Folie à deux (Todd Philips, 2024): exponer bien la mierda retrograda en la que consisten una cárcel y sus empleados, y haber frustrado la habitual estética Made in Usa de asesinatos catárticos que ofrecía su primera parte,
Joker (2019), con un tratamiento más desafiante y elaborado. En cierto modo, pasa como con
El padrino II (1974), que hacía más interesante a su convencional antecesora, al convertirla en su propio preludio como película arriesgada.
Folie à deux es en efecto una fórmula arriesgada en su lenguaje: demasiado para el mercado de superhéroes y castigada por su productora y su distribuidora -no por la taquilla, sino por autosabotaje-. Phillips retoma la idea de contraste entre lenguaje musical y lenguaje dramático de, por ejemplo,
Pennies from heaven (Herbert Ross, 1982) o
Bailar en la oscuridad (Lars von Trier, 2000), aunque con su propia finalidad ideológica: lo que en la película de von Trier era una meditada apuesta de denuncia multinivel del fatalismo -emocional y racional a la vez-, aquí es una vuelta de tuerca al miedo, al deslizarnos hacia el hecho de que podemos compartir sentimientos -la convención que en el cine comercial identifica sentimientos- con encarnaciones de lo peor de la condición humana...
Porque eso sí, aunque la película va de ambivalente y cuestionadora, su punto de llegada es, como en la primera parte, una visión precisamente fatalista, humillante y descorazonadora, de la presuntamente destructiva naturaleza humana, y, a la larga, propaganda de la represión policial que en principio denuncia -y un perfeccionamiento machista al intentar promover la compasión por el desdichado Arthur Fleck, que si en la primera no follaba, pobrecillo, ahora folla pero se queda sin ser papá-. Eso sí, LadyGaga se impone en la función a base de carisma y una actuación excelente.
Para la reflexión que coincidan en cartelera ésta y
La sustancia (Coralie Fargeat. 2024), con sus desdoblamientos y su virtuosismo a la hora de señalar al interior ensoñador de las personas como fuente de terror. El súper-yo estrena películas.
