Joreg escribió: ↑14 Jun 2025, 12:11
Ni pagándome me meto yo en otro foro. Que pongan las propuestas y yastá. Nemanelthusianos! ¡Que sois unos memooathusianos malevos!
Bueno, no hace falta. Es, según se ve en
este artículo de su blog,
decrecentista (el tal Emilio Santiago Mouiño es partidario de la transición ecosocial). Y si miras en youtube, tiene charlas junto a Carlos Taibo y Antonio Aretxabala.
Sobre el neomalthusianismo en los decrecentistas dice esto la wikipedia:
Para los decrecentistas europeos, como Joan Martínez Alier o Giorgos Kallis, el decrecimiento no se inspira en las ideas del control natal de Malthus, sino en el neomaltusianismo anarcofeminista del siglo XX, como el de Emma Goldman, Madeleine Pelletier o Françoise d’Eaubonn, quienes abogaban que el control natal es una decisión meramente femenina al reclamar el control sobre sus cuerpos para no «producir un ejército de reserva barato y prescindible de mano de obra para las fábricas capitalistas, ni carne de cañón para los militares imperialistas».[98][110][113] Igualmente, Holly Dressel apunta que cualquier debate acerca de la limitación de la población tendrá que provenir preferentemente de las mujeres, ya que son las más implicadas en el tema.[110]
Y esto dice Emilio Santiago Muiño:
Y, por supuesto, aquí se emplea la categoría neomalthusianismo como un concepto analítico, que podemos definir como la creencia en que los límites naturales, en este caso energía, suponen un bloqueo insuperable al incremento del consumo humano de recursos (empujado por el incremento poblacional, el crecimiento económico o una mezcla de ambas). No hay ninguna carga de valor en el término. De hecho, el ecologismo como cuerpo de ideas es inseparable de cierto acento neomalthusiano, que es el que le aporta la noción fuerte de límite. Aunque este ingrediente pueda y deba ser problematizado en función de los contextos de aplicación: terrible para la demografía, equívoco para la energía, necesario en lo que respecta a los sumideros ambientales.
Y esto dice Antonio Turiel sobre lo que implica la propuesta de Emilio Santiago Muiño (sacado de
aquí):
Así pues, sinteticemos las bases del pensamiento cálido de Emilio Santiago Muiño y sus afines: nacionalismo a ultranza, defensa de un Estado fuerte, relativismo en los aspectos técnicos supeditada a la propia visión (fuertemente ideológica) de cómo se debe hacer la transición, acoso y represión del pensamiento disidente por todos los medios posibles, ocultación de la verdadera situación a la población y toma de decisiones por un élite autoescogida y autoproclamada.
Por cierto, Carlos Taibo en el prólogo a su libro "Ecofascismo" dice esto:
Prólogo
Este es, con mucho, el más especulativo de mis libros. En su título, y en sus páginas, incorpora un término polémico al que tanto pueden atribuirse virtudes como limitaciones. Lo anterior al margen, se interesa por una materia de perfiles nebulosos que se presta a las más diversas interpretaciones. Quiero creer, sin embargo, que constituye una legítima llamada de atención sobre un horizonte que en muchas de sus manifestaciones ya está aquí, y que reclama estudio y contestación. Aclararé que en lo que hace a ese horizonte me interesa poco la certificación de que en los fascismos de antaño —en el nacionalsocialismo alemán, por ejemplo— hubo una notable pulsión ecológica. Lo que me atrae, si tengo que trasladar el argumento a aquellos años, es la llamativa seducción que un proyecto como el nacionalsocialista suscitó en buena parte del empresariado germano en una situación delicada. Y es que cuando, y vuelco el argumento en lo que hoy tenemos delante de los ojos, empleo el vocablo ecofascismo, lo hago para identificar un proyecto en virtud del cual algunos de los estamentos dirigentes del globo —conscientes de los efectos del cambio climático, de las secuelas del agotamiento de las materias primas energéticas y de la manifestación, en la trastienda, de un sinfín de crisis paralelas— habrían puesto manos a la tarea de preservar para una minoría selecta recursos visiblemente escasos. Y a la de marginar, en la versión más suave, y exterminar, en la más dura, a lo que se entiende que serían poblaciones sobrantes en un planeta que habría roto visiblemente sus límites. En esa perspectiva, el ecofascismo no sería en modo alguno un proyecto negacionista vinculado con marginales circuitos de la derecha más extrema, sino que surgiría, antes bien, en el meollo de algunos de los mayores poderes políticos y económicos. Aunque tendría como núcleo principal a las elites del mundo occidental, a ellas podrían sumarse, ciertamente, otras radicadas en espacios geográficos diversos, y entre ellos el configurado por las llamadas economías emergentes. El ecofascismo hundiría sus raíces, por lo demás, en muchas de las pulsiones del colonialismo y del imperialismo de siempre, que en adelante tanto podrían apostar por el exterminio, ya sugerido, de quienes se estima que sobran como servirse de poblaciones enteras en un régimen de explotación que en mucho recordaría a la esclavitud de hace bien poco. En más de un sentido el ecofascismo sería, en fin, una forma de colapso. No creo que haya palabra mejor para retratar las consecuencias de una reducción dramática, vía genocidio y procesos afines, de la población mundial. Debo subrayar que mi interés por esta discusión no es nuevo. Si así se quiere, se ha desplegado en el tiempo a través de un camino que me ha conducido desde la perspectiva del decrecimiento, primero, pasando por la teoría del colapso, después, para levantar un tercer pivote que no es sino el del ecofascismo mencionado. No está de más que señale que en un libro titulado Colapso, cuya primera edición vio la luz en 2016, ya había dedicado un capítulo, por cierto, a la consideración de lo que hoy me ocupa de manera expresa. En esa obra, y en alguna otra, me asaltaron, por añadidura, cuestiones —así, la relativa a la condición y a las causas del colapso— que aquí apenas me van a atraer, aun cuando tengan, claro, su relieve en lo que atañe a la caracterización del fenómeno ecofascista. Varios son, por lo demás, los objetivos de este trabajo. El primero estriba en aclararme a mí mismo y procurar aclarar a quien me lee algunos conceptos que por fuerza tienen que ser polémicos. Aunque doy por descontado que el resultado es insatisfactorio, prefiero asumir, lejos de las verdades absolutas, las limitaciones consiguientes. Soy consciente, en paralelo —y permítaseme la ironía—, de que este libro no ayudará a poner de acuerdo a quienes piensan que soy un optimista desaforado y a quienes estiman que están ante un pesimista patológico. Un segundo objetivo de estas páginas es unir, en la crítica, lo social y lo ecológico, y contestar el poder en sus diversas manifestaciones. Con esa voluntad se afrontan discusiones delicadas como son las relativas a la ciencia, a la tecnología, a la industrialización, a la razón, a la Ilustración o a la idea de progreso, constructos y, en su caso, realidades a menudo idolatradas en el pensamiento de determinada izquierda que no parece apreciar problemas mayores en todos esos ámbitos y que prefiere descalificar, de la mano de etiquetas simples, a quienes ven las cosas de otra manera. En el buen entendido de que se me antoja evidente que muchos de quienes piden que callemos lo que desean es apuntalar, sin más, el miserable orden del capitalismo realmente existente. Agregaré, en un tercer y último escalón, que los argumentos vertidos en este texto no obedecen, o no lo hacen de forma primaria, a la búsqueda de un rigor supuestamente científico. Responden, antes bien, a un impulso de movilización que confía, pese a todo, en que la catástrofe que probablemente se avecina, y que para muchos ya está aquí, abra el paso a sociedades marcadas por la autogestión, la igualdad y el apoyo mutuo, dispuestas a mantener una relación respetuosa con el medio natural y muy alejadas de muchos de los empleos perversos de la ecología que se sopesan en este libro. Las cosas así, esta obra se articula en ocho capítulos. El primero examina el concepto, que ya he avisado es conflictivo, de ecofascismo. El segundo considera los antecedentes de este último en escenarios como los aportados por la Alemania hitleriana y, en otra clave, por el colonialismo occidental en sus diversas formas. El tercero hinca el diente a lo que la pandemia del COVID-19 ha podido aportarnos como anticipo de un futuro inquietante. El cuarto presta atención a la presunta concreción, en ámbitos varios, de la propuesta ecofascista. El quinto sopesa si tiene sentido hablar de ecofascismo, en singular, o por el contrario debemos hacerlo de ecofascismos, en plural. El sexto bucea en algunas de las dimensiones que rodean la relación entre mujeres y ecofascismo. El séptimo acoge una reivindicación del apoyo mutuo y de las sociedades en él asentadas. Y el octavo y último, en fin, procura extraer algunas conclusiones de carácter general. Mucho me gustaría equivocarme en lo que hace al diagnóstico que inspira esta obra —el que sugiere que estamos ante un colapso de perfiles inquietantes— y en lo que atañe al proyecto ecofascista que al amparo de ese colapso puede adquirir carta de naturaleza. Me gustaría tanto, que aceptaría de buen grado que, de resultas, se concluyese que este es el peor de mis libros. Y eso que competidores solventes tiene, y hablo de mis trabajos, unos cuantos.
Carlos Taibo
Taibo, Carlos. Ecofascismo: Una introducción (pp. 8-11). Los Libros de La Catarata. Edición de Kindle.