Lastres Comportamentales. JeRiMo
Los lastres son negadores o saboteadores tácitos de conductas. Agrupan todos aquellos ítemes de producción involuntaria tales como desatenciones que determinan errores, negligencias que producen pérdidas, colisiones o situaciones asintónicas de no onda que pueden generar enemigos y -para concluir un primer enumerado- situaciones de disonancia que enrarecen el ambiente relacional y crean confusiones. También físicamente los accidentes y las disfunciones orgánicas están en ese grupo. E incluso las gestiones que implican la relación con la burocracia y una inversión considerable de tiempo en ello determinado por una sociedad de alto control son restadores ya que en unas condiciones ideales los actos burocratizados tenderían a ser extinguidos por hacerse superfluos.
El deseo de una conducta ideal es la de reducir los lastres a cero aunque probablemente eso ya constituiría conceptualmente un gran error que es otro de los parámetros que agrupa. Es el grupo de prácticas innecesarias e inevitables pero que tienen la entidad de ser enseñantes en tanto que reúnen las experiencias de mayor contacto con la realidad limitada.
Esos restadores lo son en tanto que cada uno quita tiempo y dedicación a las otras dimensiones constructivas. Por otra parte se antojan como inevitables en tanto que aparecen como peaje implícito para el desarrollo de las actividades elegidas voluntariamente. Hay un tipo de errores mecánicos y de planteamiento que se contraen a priori antes de que se revelen como tales por una dinámica de vida o una manera vital de enfrentar las cosas.
Así como la rapidez con que ejerzo en la escritura de mi teclado me lleva a producir errores tecnográficos, sé que el único modo de evitarlos sería no usándolo bajo ninguna circunstancia, lo cual deviene un propósito nada inteligente e imposible. Hacerlo con lentitud y esmero no es una alternativa viable con lo cual prefiero escribir rápido y cometer errores (autoconvocándome a su corrección para un después) que escribir lento y evitarlos. El ejemplo no es muy bueno. Buscaré otro: cuando viajo en autobeding trato de llevar conmigo un equipo importante de cosas que me hagan los días lo más cómodos y fructíferos posibles. Eso supone una enorme cantidad de pequeños objetos que puedo descuidar o desorganizar y hasta perder. Siempre me enfado por ello, pero no puedo elegir la simplificación de los objetos porque eso afectaría a mi bienestar en el transcurso del viaje y reduciría parte de los empeños que quiero conseguir con él. Las condiciones subjetivas idóneas para la no comisión de errores pasan por la simplificación de sus recursos y la reducción global de sus actos. Eso daría lugar a una ley de éste tipo: cuánto menos movimiento genera un sujeto menos riesgos corre. Y se trataría de un planteamiento matemáticamente comprobable y correcto. Pero desafortunadamente emparentado -por reduccionismo directo- a este otro: si no hay acto no hay error. Es decir sin dar vida a algo no cabe el peligro de arrepentirse de ese algo, o más extremo: si alguien no vive no tiene la opción de lamentarse por ello. Ciertamente no vivir sería la solución radical para evitar toda clase de peligros. Aunque si nos dan a escoger preferimos vivir con sus conflictos potenciales a no hacerlo y seguir en un estado pre-natal. La vida y sus acciones contienen implícitamente sus riesgos, y complejidades, sus reveses y atascos. Literalmente todo éxito depende de los fracasos por los que se ha pasado. Todo acierto nace de las tentativas que han llevado a errores. Con lo cual los pseudoaxiomas que acabo de exhibir en cursiva no pueden tener la menor defensa argumental. En su lugar prevalece la categoría de la intervención vital con todas sus consecuencias: la vida con sus disuertes, los actos con sus equivocaciones, la producción con sus detritus. Toda actividad genera unos restos y unos despojos. Todo planning por perfecto que pretenda ser choca con sus propios desajustes en tanto que es un instrumento de actuación sobre una realidad que contiene variables insospechadas o no completamente previstas. En cuyo caso la comisión de errores y sus consiguientes pérdidas forma parte constante de la existencia regular. Dicho así parecen queda justificados/as cuando mi intención es categorizarlos de tal modo para que no escapen al control y puedan minimizarse al máximo. Acostumbrar la vida a sus continuas pérdidas por detenciones y negligencias o estados de irrealización permanente desconectan la conducta de la efectividad y son propiciatorias de crisis de razón de ser. Uno desea ver concluidas las cosas que comienza y convertir en realidad las cosas que le empujan a actuar desde su imaginario. La conciencia de un error distorsionante dado activa el circuito de buscar otras opciones para sustituir las pérdidas y resultados lastrados con otras acciones en cuanto se tenga oportunidad.
Si bien el error es la condición sinequanom para acceder al aprendizaje no puede ser tomado aquel como meta para conseguir éste que es la resultante de una consecuencia de aquél una vez sufrido y estudiado. Convengamos en que no hay experiencia sin comisión de errores los cuales no son justificados por aquella especialmente los repetidos.
De ahí que el bloque de los lastres necesite la verdad de su condición como restadores de realidad y de realización subjetiva por mucho que constituya un diálogo permanente con los limitantes y las deficiencias. Desde los pequeños errores de detalles a los grandes errores de estrategia existencial, desde los pequeños reveses cotidianos a las elecciones complejas de consumos equivocadas, desde las desavenencias convivenciales a los grandes enemigos definitivamente evitables; el grupo de los lastres hace consume una energía vital considerable en detrimento de otros parámetros constructivos que van a necesitarla.
De todos los parámetros que deseen ser examinados en un comportamiento humano el bloque de los lastrantes figura en números rojos frente a los otros de categoría afirmativa y positivizante.
Tal definición debe ser tratada con cautela de acuerdo al argumento antes dicho del error necesario para alcanzar el dominio del acto correcto. Esos números rojos no quitan que tenga consecuencias aleatorias de carácter positivo. No en su sentido general del aprendizaje sino en el sentido concreto de generación de otros actos imprevistos de valor inmediato. Sufrir un pequeño accidente que requiera una intervención de un especialista en traumas tal vez permita conocer a un profesional único y excepcional de ese campo que permita una conversación sensacional y deje un nuevo contacto humano (NCH), todo lo cual no quita la contrariedad del accidente y el reconocimiento del error implícito que lo acompaña si ha sucedido por negligencia, aunque haya sido por ella o no, su función lastrante habrá saboteado el conjunto armónico del momento. Otro supuesto más: Organizar una comida y ocuparse del guiso cuyo resultado no quede a la altura de lo que se puede conseguir por pasarse de fuego por desatención (o multiatención hacía otras cosas pero desatención a aquella)es un lastre por negligencia aunque esto incida sólo levemente en la conversación de la sobremesa o el valor del encuentro festivo.
Uno más: las ruedas del coche pueden reventarse mientras los neumáticos de los otros pasan sin ningún percance. No concurre ni la negligencia ni el error tácito sin embargo hay una pérdida de tiempo (que como toda pérdida hace de lastre)pero alguien se estaciona a nuestro lado para echarnos una mano, con lo que conocemos a un ser interesante que nos proporciona una conversación práctica y además aprendemos cosas del automóvil que antes desconocíamos porqué nos da una lección magistral sobre dinámica y taller. Aquel contratiempo ha activado un mecanismo de consecuciones útiles que de otro modo tal vez no hubieran concurrido.
El lastre es un valor en negativo pero relativamente indispensable. Ni puede ser justificado en toda su variedad no puede ser impugnado pretendiendo un perfeccionismo imposible. Es algo que toca manejar dialécticamente para irlo reduciendo a la vez que no por eliminarlo por entero nos lleve a estrellarnos.
La imagen del globo de aire caliente y sus sacos terreros puede ayudarnos: Los sacos de arena hacen de pesos para frenar el ascenso rápido del globo. Cuanto más calor pierda en su continente más deberá aligerar su carga si no puede mantener constante la temperatura y quiere seguir arriba. Por otro lado si se deshace inmediatamente de todo su lastre el ascenso puede ir a una velocidad superior a la adecuada.
Los Lastres Comportamentales
Para el debate en torno a la higiene ética en el comportamiento anarquista, y la ética y moral del Anarquismo. Filosofías de vida, cuestiones morales, vida sana, etc.
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