Anarcosindicalismo y autogestión

Presente y futuro de la Lucha Obrera, así como la validez, aciertos y contradicciones de las formas de organización de la Clase Trabajadora. Seguimiento de conflictos laborales, huelgas, etc.
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Manu García
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Anarcosindicalismo y autogestión

Mensaje por Manu García » 25 Ene 2007, 17:03

Artículo de René Berthier aparecido en los números 18-19 de la revista "Autogestion et socialisme" en 1972:

Concepciones anarcosindicalistas de la autogestión

Los libertarios fueron los primeros, y durante largo tiempo los únicos, en desarrollar la teoría de la autogestión y en convertirla en un principio de acción. En la actualidad, esta manoseada palabra, empleada más o menos por todo el mundo, ha perdido gran parte de su significado, en la medida en que la realidad que expresa puede ser extremadamente variable según quien se reclame de ella.

«Autogestión» es, fundamentalmente, el medio de poner en práctica el principio «la emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores». Esto implica unas estructuras organizativas que favorezcan la aplicación de dicho principio. En una primera fase, estas estructuras son, esencialmente, unos organismos de base que permiten la expresión de todos los trabajadores, tanto en el plano de la empresa como en el del barrio. Así pues, vemos ya una primera característica de la autogestión según los anarcosindicalistas: es, a partir de las estructuras elementales de la sociedad (empresa, residencia), a un tiempo económica y política

El organismo de base, el cimiento del marco institucional en el que se practica la autogestión, se sitúa en el plano profesional y económico, y en el plano local, interprofesional, según que el trabajador se vea implicado por unos problemas específicos de su empresa, su industria, o su lugar de residencia.

Es decir, autogestión significa esencialmente: «gestión directa de los trabajadores en el organismo de base». Por importantes que sean, las diferentes modalidades como los trabajadores deciden acerca de la organización, de la gestión, etc., de este organismo de base, no son esenciales. Las diferencias específicas de cada empresa, localidad, etc., harán necesarias unas modalidades diferentes dé organización. Una empresa como la Renault no estará organizada de la misma manera que un banco, por la sencilla razón de que las condiciones objetivas de trabajo son diferentes. Así pues, nuestro objetivo no es adelantar un «estatuto tipo» de autogestión.

Quienes han «descubierto» la autogestión en mayo de 1968, y los que teorizan lo que los anarcosindicalistas españoles practicaron a gran escala hace treinta años, ponen equivocadamente el énfasis en la autogestión de la empresa, es decir, permanecen al nivel de la microeconomía.

La revista “Autogestion” ha presentado ejemplos interesantes, pero, hasta el momento, no se han dicho demasiadas cosas sobre la organización general de la sociedad en régimen de autogestión.

El anarcosindicalismo se ha dedicado desde un principio a definir esta organización general, considerándola como tan importante, si no más, que la autogestión de las unidades económicas y políticas de base, la microautogestión podríamos decir, pues es esta organización general la que conferirá su auténtico carácter a la autogestión.

¿Qué interés existe en que las fábricas estén «autogestionadas» si sus relaciones mutuas, sus relaciones con su rama de industria y con la economía en general, no se rigen según los mismos principios?

¿Qué interés tiene que una localidad esté «autogestionada» si esta localidad no tiene relaciones de autogestión con la región y con la totalidad del país?

Pero, se nos objetará, ¡autogestionar todo un país es un absurdo! ¡La gestión directa de toda una rama industrial, y con mayor razón de todo un país, es una utopía!

Es cierto, si se opina que la autogestión extendida a toda la sociedad significa congregar cincuenta millones de individuos en la plaza pública para preguntarles si es oportuno construir una carretera en tal lugar o una presa en tal otro...

A la vista de eso, eminentes «anarquistas», considerando que es imposible instituir la «democracia directa» en el sentido más literal de la palabra, en las grandes unidades económicas y políticas, han preconizado la fundación de comunidades, y han dicho que allí estaba el futuro de la humanidad.

Nosotros consideramos que razonamientos parecidos van en sentido contrario a la historia, cosa que, por otra parte, no significa que seamos hostiles a la descentralización económica y política, muy al contrario.

EL FEDERALISMO, PRINCIPIO DE LA AUTOGESTIÓN SOCIAL

¿Cómo pueden organizarse las diferentes empresas y localidades de un país sin que eso ponga en cuestión el principio de la autogestión? Según los anarcosindicalistas, la organización general de la sociedad en régimen de autogestión sólo puede hacerse a través del federalismo. Por dicho motivo conviene decir unas cuantas cosas sobre este concepto, también tan frecuentemente deformado.

El federalismo se opone al centralismo en el sentido de que el primero funciona de abajo hacia arriba mientras que el segundo funciona de arriba hacia abajo, sin consulta previa. El federalismo establece el interés general mediante la consulta de escalón en escalón, el centralismo lo impone sin determinarlo ni discutirlo. En el sistema federalista, cuando el trabajador transmite o delega todos o parte de sus derechos a unos mandatarios, individuales o colectivos, sólo es después de una discusión y un acuerdo precisos, bajo control permanente y severo. En cualquier momento, puede revocar a su mandatario y sustituirle. En el sistema centralista, aunque sea «democrático», la base carece, en definitiva, de todo poder sobre la cumbre.

Los mandatarios aplican estrictamente su mandato, y dan cuenta de éste a sus mandantes. Estos últimos tienen todo el derecho a afirmar o negar que el mandato ha sido respetado, a aprobar o desaprobar al mandatario.

El objetivo del federalismo es la representación de los intereses colectivos de los trabajadores, expresados por ellos mismos. Funciona mediante dos flujos, uno que va de la base a la cumbre, otro de la cumbre a la base. El primer flujo es la discusión y la decisión; el segundo, la acción.

La discusión tiene por objetivo eliminar los intereses particulares y hacer surgir el interés general, de entrada en la célula de base, y después, de escalón a escalón, hasta la cumbre. De este modo se crea, partiendo de la base hasta llegar a la cumbre, una sucesión de organismos de deliberación que expresan el pensamiento, el interés común, las decisiones colectivas.

Si el movimiento ascendente permite definir el interés general, los principios, la táctica a seguir, y, en general, las modalidades generales de la organización social, el movimiento descendente permite materializarlas para la acción en todos los planos.

La cumbre, expresión controlada de los diferentes escalones inferiores, designa según las decisiones del Congreso, soberanas puesto que son la emanación de la base, la fórmula general de acción y la transmite a los escalones inmediatamente inferiores, las regiones. Las regiones actúan de igual manera con las localidades que las componen y dan a éstas el marco general de acción regional, al que se añaden las propias necesidades de las localidades. Igual proceso se aplica a éstas.

Así pues, la corriente descendente es la ejecución, en un marco perfectamente definido para cada escalón, de las decisiones tomadas por el conjunto de los trabajadores o grupos de trabajadores. Eso implica un cierto número de presupuestos. En el marco sindical:

1. El individuo es libre en su sindicato, allí expresa en toda ocasión su opinión, da su parecer sobre todos los problemas, con la única condición de respetar las decisiones tomadas por la Asamblea general del sindicato, después de una deliberación.

2. Los sindicatos son libres en sus Uniones locales, Uniones regionales, Federaciones de industria, con la única condición de respetar y ejecutar las decisiones de los diferentes organismos después de haber dado su punto de vista.

3. De la misma libertad gozan las Uniones locales, Uniones regionales, Federaciones de industria, en las mismas condiciones, en el seno de la Confederación y, eventualmente, en la Internacional.

Así pues, los trabajadores poseen, colectivamente y en todos los escalones, el poder de decisión. Tienen constantemente en sus manos la dirección real de sus organizaciones.

Vemos, por tanto, que, contrariamente a lo que dicen los detractores del anarcosindicalismo y del sindicalismo revolucionario, nos situamos muy por encima de los problemas de categorías, corporativos y locales; la autogestión no puede existir y sobrevivir si se aplica en el marco del sistema capitalista, y si no está generalizada a todos los aspectos de la vida económica y social; es incompatible con todo sistema económico y político centralizado, con el Estado.

Ahora bien, hay que ser conscientes asimismo de que la organización política y económica de la sociedad implica una coordinación de las actividades del país, coordinación que puede extenderse a nivel internacional. En dicho sentido, el federalismo es el complemento necesario de la autogestión.

LOS MECANISMOS DE LA AUTOGESTIÓN FEDERALISTA

En la concepción anarcosindicalista, el federalismo es a un tiempo vertical y horizontal.

En el plano vertical, cada empresa está federada con las demás empresas del ramo de industria, hasta un nivel nacional, y las diferentes federaciones de industrias, federadas entre sí, constituyen una Confederación.

En el plano horizontal, cada empresa de una rama de industria está federada con las demás empresas de su localidad, constituyendo la Unión local, las Uniones locales se federan entre sí en la región, las Uniones regionales se federan entre sí en la confederación. De este modo, tanto en la empresa, en la rama de industria, en la economía en su conjunto, como en la localidad, en la región, en el país, todos los aspectos de la vida económica, política y social se hallan bajo el control de los trabajadores y de su organización de clase. En esta organización se adoptan las decisiones, y a través de ella se aplican las referentes a la actividad económica y política del país.

El último número de la revista “Autogestion” se trataba del problema de la autogestión y los sindicatos. El anarcosindicalismo, y el sindicalismo revolucionario, consideran que, al ser el sindicato la organización de clase del proletariado, a él le incumbe el papel de organización de la sociedad, atribuida generalmente a los partidos políticos. Más aún, el anarcosindicalismo está en total oposición con el principio del partido político. Es obvio también que este tipo de sindicalismo no tiene nada en común con los sindicatos tradicionales existentes.

La autogestión, tal como nosotros la concebimos, se realiza en el propio marco del sindicato, y no en oposición a él. El sindicato no es más que la estructura que permite a la autogestión poseer un alcance nacional, casi internacional. En su límite, el sindicato no es más que la federación de los consejos obreros: la diferencia esencial consiste en que el sindicato ya existe en la sociedad capitalista, que es un órgano de defensa de los trabajadores, y que, en su seno, los trabajadores se preparan para la gestión colectiva, para la autogestión. No existe, pues, ninguna incompatibilidad entre sindicato y consejo obrero.

El comité de taller

Cada taller, o servicio, elige un comité de taller a razón de un delegado cada 20 o 50 trabajadores, como se hace actualmente en Italia en la metalurgia. Los delegados son revocables en todo instante, son plenamente representativos del sindicato; su tarea es analizar las condiciones de trabajo en su taller, establecer sus normas con los trabajadores, formular todas las cuestiones planteadas por los trabajadores sobre la organización del trabajo en el consejo de fábrica. El delegado de taller es responsable de la aplicación y de la protección de los derechos de los trabajadores.

En las asambleas generales de taller, de fábrica y de sindicato, los trabajadores determinan las condiciones de su trabajo, así como la política económica a seguir, y eligen las secciones técnicas encargadas de la gestión de las empresas.

El consejo de fábrica

Los delegados de taller reunidos forman el consejo de fábrica. El consejo de fábrica está compuesto de los representantes de todos los servicios de la empresa. El consejo de fábrica es el órgano esencial del sindicato en la empresa; debe ser capaz de efectuar la síntesis política de las diferentes necesidades de los trabajadores, uniendo los intereses de grupos aislados a la estrategia del movimiento en su conjunto. Representa los intereses de los trabajadores de la empresa, y también su órgano de ejecución.

El consejo de fábrica tiene la tarea de distribuir el trabajo a los talleres, de garantizar su ejecución, de proveer al abastecimiento de materias primas, al transporte, siguiendo las instrucciones que recibirá del sindicato de industria.

Es de su incumbencia establecer las relaciones necesarias entre los talleres, organizar el trabajo en las mejores condiciones posibles, etcétera.

En este punto se plantea un problema de la mayor importancia: ¿cuál debe ser la célula de base de la producción? ¿El comité de taller, el consejo de fábrica, o el sindicato de industria? Para los anarcosindicalistas, la célula de base de la producción es el sindicato de industria. Al estar formado por el conjunto de los trabajadores de todos los talleres de todas las fábricas de una misma localidad, y de una misma industria (ejemplo: sindicato de transportes de tal ciudad), es el órgano más adecuado para organizar y dirigir la producción en una localidad, el que representa los trabajadores de su industria en la unión local y en el consejo económico local, su órgano técnico.

Por el contrario, los consejos de fábrica y los comités de taller, especializados en una rama de industria o en una parte de esta rama, no están capacitados para organizar toda una industria ni para garantizar la relación necesaria entre todas las fábricas de una localidad pertenecientes a una misma rama industrial; su actividad se limita necesariamente a su taller o a su fábrica. Así pues, la federación de los consejos de fábrica se efectúa a través de los sindicatos de industria.

Aparte de las razones de eficacia, la consideración de los anarcosindicalistas de que el sindicato de industria es el organismo básico de la producción está motivada por la preocupación de evitar cualquier corporativismo, y la tendencia susceptible de aparecer en los trabajadores a considerarse como propietarios individuales, y ya no colectivos, de su empresa; la preocupación por evitar una rivalidad entre los trabajadores de las diferentes empresas, etcétera.

Los sindicatos de industria

Es necesario coordinar las actividades de las empresas de la localidad: abastecimiento de materias primas, almacenamiento, transportes, etc.; la misma situación del sindicato de industria y su constitución indican el papel que debe desempeñar en la organización económica de la localidad. El es quien entrega a la unión local la producción industrial en vistas a una distribución o a un intercambio por las oficinas municipales calificadas.

Las uniones locales

Son unos organismos totalizadores de la producción, cuya esfera de actividad está determinada por la extensión del municipio, organismo político; tienen como función dirigir toda la producción de la localidad, conseguir su ejecución según el programa establecido por el consejo económico del trabajo, organismo confederal cuyos miembros son los representantes de las federaciones de industria, y cuyo papel es exclusivamente de orden técnico.

La administración de las Uniones locales corre a cargo de un consejo designado por los sindicatos reunidos en congreso. Su gestión es controlada de manera periódica y frecuente por un comité compuesto de delegados directos de los sindicatos.

Garantizan la relación entre todos los sindicatos locales y coordinan su actividad, y sobre ellas reposa todo el sistema de organización local.

Las uniones regionales

Desempeñan, en el ámbito de su esfera de actividad, la misma función que las Uniones locales, pero de una manera mucho más vasta. Su comité, compuesto de representantes de las uniones locales, está encargado, con la ayuda de las federaciones regionales de industria, de coordinar y dirigir toda la organización de la producción regional, y de conseguir su cumplimiento según las directrices del Consejo económico del trabajo.

Los organismos nacionales

Las federaciones de industria están constituidas por todos los sindicatos de una misma rama de la economía, en el plano nacional. Están dotadas, pues, para conocer la capacidad de producción de la industria de sus ramos respectivos, el estado general de los recursos, el volumen de las importaciones necesarias y de las exportaciones posibles. La reunión de los representantes de las federaciones de industria constituye el Consejo económico del trabajo que proporciona a los organismos económicos y sociales todas las informaciones necesarias en todos los planos y en todos los terrenos.

En posesión de todas las informaciones referentes a la producción, el consumo y el intercambio, informaciones que les habrán sido ofrecidas por los escalones inferiores según el proceso del federalismo democrático, estarán capacitadas, con la ayuda de las diferentes oficinas calificadas, para indicar a las industrias de cada región la producción a efectuar, y organizar el abastecimiento de materias primas, las importaciones y la exportación.

El Consejo económico del trabajo está bajo el control de la Confederación, única responsable ante los sindicatos. Es el encargado de informar a los consejos económicos regionales que, a su vez, distribuirán el trabajo de los consejos locales y éstos a los sindicatos.

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La exposición anterior no pretende ser inmutable ni completa. Para quienes pretenden llegar a pormenores permanecen muchos puntos en el aire, inversamente, aquellos que, según la tradición marxista, piensan que no hay que dar la receta de la marmita de la revolución, pueden pensar que nuestra exposición es excesivamente detallada.

Sin embargo, no hemos dado una receta. Somos perfectamente conscientes de los problemas que plantea el camino que seguimos, pero no pretendemos exponer ex nihilo un sistema que sólo funciona perfectamente sobre el papel.

Los propios intelectuales que actualmente hacen la apología de la autogestión olvidan totalmente, con demasiada frecuencia, que los anarcosindicalistas españoles organizaron la industria y la agricultura en varias provincias, y con incontestables éxitos económicos, habida cuenta de las circunstancias de la guerra.

En la C.F.D.T., que ha hecho de la autogestión su caballo de batalla, y que es tan ávida de experiencias sobre la materia, prácticamente ningún militante ha oído hablar de la autogestión revolucionaria de España.

Así pues, resulta fácil cuando se ignoran -o fingen ignorar- las experiencias a que nos referimos, acusarnos de hacer autogestión en el papel o, dicho en otras palabras, de fabricar utopías. La auténtica conspiración del silencio que rodea la autogestión revolucionaria española se explica en gran parte por el hecho de que esta experiencia ofrece un total mentís histórico a todos los presupuestos del marxismo y, muy especialmente, del leninismo: concretamente, al hecho de que el sindicato no puede asumir la organización de la sociedad.

Es decir, no hemos inventado nada: acabamos simplemente de describir el esquema de organización de la economía controlada por la C.N.T., organización anarcosindicalista que contaba entonces con 2 millones de miembros.

No era nuestra intención establecer un programa. No intentamos aplicar hoy en Francia lo que era válido hace treinta años en España. Por otra parte, tampoco se nos pedía la exposición de un punto de vista táctico sobre el camino a seguir en el marco de la situación política y económica actual.

Pero consideramos que para construir hay que tener una idea de lo que se quiere edificar, aunque sea general. Cuanto más reflexionen los trabajadores antes de la revolución, menos tiempo perderán después, aunque deban efectuarse grandes modificaciones. Sin preparación para la autogestión, no hay autogestión posible. Me limitaré a citar, a título de ejemplo, un pasaje del manifiesto de la Alianza sindicalista:

«La preparación de los trabajadores manuales e intelectuales para la gestión directa y responsable de las empresas industriales y agrícolas y los servicios públicos, según unas normas adecuadas a su diversidad y a su función... precisa el desarrollo de las capacidades gestoras, autogestionarias, de los trabajadores.

»Y en dicho sentido, una parte del trabajo de la Alianza será el desarrollo de los conocimientos socio-económicos de sus miembros y del mayor número posible de trabajadores.»

El sistema autogestionario que preconizamos hunde sus raíces en la realidad actual, en el movimiento obrero. No hacemos más que observar y analizar su experiencia histórica en materia de organización. Sólo a partir de ahí llegamos a determinar las líneas generales de lo que podrá ser la autogestión. Las estructuras generales de la autogestión ya existen, así como su marco organizativo, en la experiencia y en las adquisiciones de la clase obrera. Utopía sería buscar en otra parte la autogestión y el socialismo.

Uno de los objetivos esenciales que nos fijamos es el de mostrar a los trabajadores que las formas generales de la autogestión pueden deducirse de sus formas de acción y de organización actuales. El marco en el que puede practicarse la autogestión ya existe, pero es como una poderosa máquina que funciona al ralentí: o, mejor dicho, que unas fuerzas contrarias al movimiento obrero se esfuerzan en hacer funcionar al ralentí.

El papel de los militantes anarcosindicalistas y sindicalistas revolucionarios es el de esforzarse en dar a esta estructura unas prerrogativas incrementadas, una mayor función práctica y teórica, ampliar su campo de aplicación a todos los terrenos de la vida social, hay que dar al sindicato un papel cualitativamente diferente, exponer una doctrina según la cual nada es ajeno al sindicato.

La mejor definición de la autogestión obrera tal como nosotros la concebimos y, al mismo tiempo (involuntariamente) su mejor apología, la ofrece Lenin, cosa que, por otra parte, demuestra que había entendido perfectamente el peligro:

« ... sindicalizar el Estado equivale a entregar el aparato del Consejo Superior de Economía Nacional, hecho pedazos, a manos de los sindicatos correspondientes»...

«El sindicalismo confía la gestión de las ramas industriales (... ) a las masas de obreros sin partido, distribuidos en las diferentes producciones... »

«Si los sindicatos, es decir, en su 90% los obreros sin partido, designan (... ) la dirección de la industria, ¿de qué sirve el partido? (En: "La crisis del partido", 19 de enero de 1921.)»
"No más derechos sin deberes, no más deberes sin derechos"

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