coño, eso es trabajar en cosas recreativas... bueno, llámalo como quieras, pero es lo mismo.
No, trabajar implica sacrificio, recrearse y divertirse no. Suelo poner el mismo ejemplo, pero es el más obio: Al tener relaciones sexuales estas esforzando los musculos, ¿pero es un trabajo?; no es un trabajo, porque es un fin en si mismo, no hay alienación. Pero la prostituta que tiene relaciones sexuales lo utiliza como medio, hay alienación, sí está trabajando.
El problema no es el esfuerzo físico, lo que define al trabajo es el sacrificio, la alienación. La primera pareja se recrea, juega, pero la prostituta trabaja aún esforzandose igual o menos. ¿Cuando juegas al futbol con tus amigos estas trabajando?, seguro que entiendes que no, pero mira que se suda. Es tan facil de entender como eso, extrapola estos ejemplos a cualquier actividad y entenderas que el trabajo tal como se entiende hoy en día, actividad forzada, sera abolido en una sociedad anarquista de verdad.
El otro día pasé la mañana en un centro social trabajando. Lo hice por que quiero, pero hostias, llevar peso, limpiar, tirar una pared, levantar una pared... es la misma actividad ya sea si me pagan o si lo hago por que quiero.
Ja, preguntate si de verdad querías o si estabas comprometido por alguna razón, auto-obligándote. Seguro que es lo segundo.
Y vuelvo a poner un extracto de
La abolición del trabajo, leedlo, y el texto entero que enlazo, también. El texto merece la pena, y aunque no os guste leer, con un poco de paciencia lo podeis hacer sin mayor dificultad porque no es tan largo.
El extracto (las negritas son mias):
(...)Lo que he dicho hasta ahora no debería ser controversial. Muchos trabajadores están hartos del trabajo.
Las tasas de ausentismo, despidos, robo y sabotaje por parte de empleados, huelgas ilegales, y flojera general en el trabajo són altas y van subiendo. Podría haber un movimiento hacia un rechazo consciente y no sólo visceral del trabajo. Y sin embargo, el sentimiento prevalente, universal entre los patronos y sus agentes, y muy extendida entre los trabajadores mismos, es que el trabajo mismo es inevitable y necesario.
Yo discrepo. Ahora es posible abolir el trabajo y reemplazarlo, hasta donde sirve a propósitos útiles, con una multitud de nuevos tipos de actividades libres.
Abolir el trabajo requiere ir hacia él desde dos direcciones, cuantitativa y cualitativa. Por el lado cuantitativo, hemos de recortar masivamente la cantidad de trabajo que se hace. En la actualidad, la mayor parte del trabajo es inútil o peor, y deberíamos deshacernos de él. Por el lado cualitativo -- y pienso que esta es la base del asunto, y el punto de partida nuevo y revolucionario -- hemos de tomar el trabajo útil que queda y transformarlo en una agradable variedad de pasatiempos parecidos al juego y la artesanía, que no se puedan distinguir de otros pasatiempos placenteros, excepto que sucede que generan productos útiles. Sin duda eso no los hará menos estimulantes. Entonces, todas las barreras artificiales del poder y la propiedad se vendrían abajo. La creación se convertiría en recreación. Y podríamos dejar de vivir temerosos los unos de los otros.
No estoy sugiriendo que la mayoría del trabajo pueda salvarse de esta manera. Pero la mayoría del trabajo no vale la pena salvarlo. Solo una fracción pequeña y menguante del trabajo sirve para algún propósito útil, aparte de la defensa y reproducción del sistema del trabajo y sus apéndices políticos y legales. Hace veinte años, Paul y Percival Goodman estimaron que sólo el cinco por ciento del trabajo que se hacía entonces -- presuntamente la cifra, de ser exacta, es aún más baja ahora -- bastaría para cubrir nuestras necesidades mínimas de comida, ropa, y techo. Su cálculo era sólo una aproximación educada, pero el punto clave está claro: directa o indirectamente, la mayor parte del trabajo sirve los propósitos improductivos del comercio o el control social.
De inmediato podemos liberar a decenas de millones de vendedores, soldados, gerentes, policías, guardias, publicistas y todos los que trabajan para ellos. Es un efecto de avalancha, puesto que cada vez que dejas sin trabajo a un pez gordo, también liberas a sus lacayos y subordinados. Y entonces la economía implota.
El cuarenta por ciento de la fuerza laboral son trabajadores de cuello blanco, la mayoría de los cuales tienen algunos de los empleos más tediosos e idiotas jamás concebidos. Industrias enteras, seguros y bancos y bienes raíces por ejemplo, no consisten en nada más que mover papeles inútiles de un lado a otro. No es accidente que el "sector terciario", el sector de servicios, esté creciendo mientras el "sector secundario" (industria) se atasca y el "sector primario" (agricultura) casi desaparece. Porque el trabajo es innecesario excepto para aquellos cuyo poder asegura, los trabajadores son desplazados desde ocupaciones relativamente útiles a relativamente inútiles, como una medida para asegurar el órden público. Cualquier cosa es mejor que nada. Es por eso que no puedes irte a casa sólo porque terminaste temprano. Quieren tu tiempo, lo suficiente para que les pertenezcas, aún si no tienen uso para la mayor parte del mismo. De no ser así, ¿por qué la semana de trabajo promedio no ha disminuído mas que unos cuantos minutos en los últimos cincuenta años?
A continuación, podemos aplicar el machete al trabajo de producción mismo.
No más producción de guerra, energía nuclear, comida chatarra, desodorante de higiene femenina -- y por sobre todo, no más industria automovilística digna de ese nombre. Un Barco de Vapor Stanley o un automóvil Modelo-T ocasionales estaría bien, pero el auto-erotismo del cual dependen nidos de ratas como Detroit y Los Angeles queda fuera del mapa. Con esto, sin haberlo intentado siquiera, hemos resuelto la crisis de energía, la crisis ambiental y un montón de otros problemas sociales insolubles.
Finalmente, debemos deshacernos de la mayor de las ocupaciones, la que tiene el horario más largo, el salario más bajo, y algunas de las tareas más tediosas. Me refiero a las amas de casa y el cuidado de niños. Al abolir el trabajo asalariado y alcanzar el desempleo total, atacamos la división sexual del trabajo. El núcleo familiar como lo conocemos es una adaptación inevitable a la división del trabajo impuesta por el moderno trabajo asalariado. Te guste o no, tal como han sido las cosas durante los últimos cien o doscientos años, es económicamente racional que el hombre traiga el pan a la casa y que la mujer haga el trabajo sucio y le provea de un refugio de paz en un mundo despiadado, y que los niños sean enviados a campos de concentración juveniles llamados "escuelas", principalmente para que no sean una carga tan grande para mamá pero aún sean mantenidos bajo control, pero también para que adquieran los hábitos de obediencia y puntualidad que tanto necesitan los trabajadores. Si deseas deshacerte de la patriarquía, deshazte del núcleo familiar cuyo no pagado "trabajo invisible", como dice Ivan Illich, hace posible el sistema del trabajo que a su vez hace necesario el núcleo familiar. A la lucha anti-armas nucleares está ligada la abolición de la infancia y el cierre de las escuelas. Hay más estudiantes de tiempo completo que trabajadores de tiempo completo en este país. Necesitamos a los niños como maestros, no estudiantes. Tienen mucho que contribuir a la revolución lúdica, porque ellos són mejores en el juego que las personas maduras. Los adultos y los niños no són idénticos, pero se harán iguales a través de la interdependencia. Sólo el juego puede cerrar la brecha generacional.
Aún no he mencionado siquiera la posibilidad de recortar el poco trabajo que aún queda por vía de la automatización y la cibernética.
Todos los científicos, ingenieros y técnicos, liberados de molestarse en investigación de guerra y obsolecencia planeada, se la pasarían en grande inventando medios para eliminar la fatiga, el tedio y el peligro de actividades como la minería. Sin duda hallarán otros proyectos en qué divertirse.Quizás establezcan redes globales de comunicaciones multimedia o colonicen el espacio exterior. Quizás. Personalmente, no soy fanático de los aparatos. No me interesa la idea de vivir en un paraíso donde sólo haya que presionar botones. No quiero que robots esclavos hagan todo; quiero hacer las cosas yo mismo. Existe, creo, un lugar para las tecnologías que ahorran trabajo, pero un lugar modesto. El registro histórico y pre-histórico no es esperanzador. Cuando la tecnología productiva pasó de caza-recolección a la agricultura y a la industria, el trabajo se incrementó mientras la especialización y la autodeterminación disminuyeron. La evolución posterior del industrialismo ha acentuado lo que Harry Braverman llamó la degradación del trabajo. Los observadores inteligentes siempre han sido conscientes de ésto. John Stuart Mill escribió que todos los inventos para ahorrar trabajo que se han creado no han ahorrado ni un momento de trabajo. Karl Marx escribió que "sería posible escribir una historia de los inventos hechos desde 1830 para el único propósito de proveer al capital con armas contra las revueltas de la clase obrera". Los tecnófilos entusiastas -- Saint-Simon, Comte, Lenin, B.F. Skinner -- han sido siempre completos autoritarios también; es decir, tecnócratas. Deberíamos ser más que escépticos con las promesas de los místicos de las computadoras. Ellos trabajan como mulas; lo más seguro es que, si se salen con la suya, también el resto de nosotros lo hará. Pero, si tienen alguna contribución particular más subordinada a los propósitos humanos, pues escuchémosles.
Lo que realmente deseo es ver el trabajo convertido en juego. Un primer paso es descartar las nociones de un "empleo" y una "ocupación".
Incluso las actividades que ya tienen algún contenido lúdico lo pierden si se reducen a empleos que ciertas personas, y sólo esas personas, se ven forzadas a hacer excluyendo cualquier otra cosa. ¿No es raro que los campesinos trabajen dolorosamente en los campos mientras sus amos van a casa cada fin de semana y se ponen a cuidar de sus jardines? Bajo un sistema de festejo permanente, presenciaremos una Edad de Oro de la creatividad que hará pasar verguenza al Renacimiento. No habrá más empleos, sólo cosas que hacer y gente que las haga.
El secreto de convertir el trabajo en juego, como demostró Charles Fourier, es acomodar las actividades útiles para tomar ventaja de lo que sea que diferentes personas disfrutan hacer en momentos diferentes. Para hacer posible que algunas personas hagan las cosas que disfrutan, bastará con erradicar las irracionalidades y distorsiones que afligen esas actividades cuando són convertidas en trabajo. Yo, por ejemplo, disfrutaría enseñando un poco (no demasiado), pero no quiero estudiantes que estén allí a la fuerza, y no me interesa adular a pedantes patéticos para obtener un profesorado.
Segundo, hay cosas que a la gente le gusta hacer de vez en cuando, pero no por demasiado tiempo, y ciertamente no todo el tiempo. Puedes disfrutar haciendo de niñera por algunas horas para compartir la compañía de los niños, pero no por tanto tiempo como sus padres. Los padres, mientras tanto, aprecian profundamente el tiempo que les liberas para sí mismos, aunque les molestaría apartarse de su progenie por mucho tiempo. Estas diferencias entre los individuos són lo que hace posible una vida de juego libre. El mismo principio se aplica a muchas otras áreas de actividad, especialmente las primarias. Así, muchos disfrutan cocinar cuando lo pueden hacer con seriedad, a su modo, pero no cuando sólo están recargando cuerpos humanos con combustible para el trabajo.
Tercero -- aún sin cambiar todo lo demás -- algunas cosas que no són satisfactorias si las haces sólo, o en un entorno desagradable, o bajo las órdenes de un supervisor, son agradables, al menos por un tiempo, si esas circunstancias cambian. Esto es cierto probablemente, hasta cierto punto, para todo trabajo. La gente utiliza su ingenio, de otro modo desperdiciado, para convertir las tareas repetitivas menos atrayentes en un juego, lo mejor que pueden. Las actividades que atraen a algunas personas no siempre atraen a todas, pero todo el mundo tiene, al menos en potencia, una variedad de intereses y un interés en la variedad. Como dice el dicho, "cualquier cosa, una vez". Fourier era el maestro en especular cómo a las inclinaciones aberrantes y perversas se les podría dar uso en la sociedad post-civilizada, que él llamaba Armonía. Pensaba que el Emperador Nerón pudo haber sido una buena persona si, de niño, hubiese podido complacer su gusto por la sangre trabajando en un matadero. Los niños pequeños a quienes les encanta revolcarse en la suciedad podrían ser organizados en "Pequeñas Hordas" para limpiar los sanitarios y recoger la basura, otorgando medallas a los que destaquen. No estoy sugiriendo que sigamos estos mismos ejemplos, sino que veamos el principio subyacente, el cual me parece que tiene sentido como una dimensión de una transformación revolucionaria general. Ten en mente que no se trata de tomar el trabajo de hoy tal como lo encontramos y asignarlo a la gente adecuada, ya que algunos de ellos tendrían que ser realmente perversos. Si la tecnología cumple un papel en todo esto, no es tanto para eliminar el trabajo automatizándolo, sino para abrir nuevos espacios para la re/creación. Hasta cierto punto podemos desear regresar a la fabricación a mano, que William Morris consideraba un resultado probable y deseable de una revolución comunista. El arte sería recuperado de las manos de esnobs y coleccionistas, abolido como departamento especializado sirviendo a una audiencia de élite, y sus cualidades de belleza y creación restauradas a la vida misma, de la cual fueron robadas por el trabajo. Da qué pensar el hecho de que las ánforas griegas a las que escribimos odas y guardamos en museos fuesen usadas en su tiempo para guardar aceite de olivo. Dudo que a nuestros artefactos cotidianos les vaya tan bien en el futuro, si es que hay uno. Lo que quiero decir es que no existe tal cosa como el progreso en el mundo del trabajo; más bien es lo opuesto. No deberíamos dudar en saquear el pasado por lo que tiene que ofrecer, los antiguos no pierden nada y nosotros nos enriquecemos.
Reinventar la vida cotidiana significa marchar más allá del borde de nuestros mapas. Es cierto que existe más especulación sugerente de lo que la mayoría de la gente se imagina. Aparte de Fourier y Morris -- y hasta una pista, aquí y allá, en Marx -- están los escritos de Kropotkin, los sindicalistas Pataud y Pouget, anarco-comunistas de antes (Berkman) y de ahora (Bookchin). La Communitas de los hermanos Goodman es ejemplar porque ilustra qué formas siguen a qué funciones (propósitos), y hay algo que sacar de los heraldos, a menudo borrosos, de la tecnología alternativa/apropiada/intermedia/convivencial, como Schumacher y especialmente Illich, una vez que desconectas sus cortinas de humo. Los situacionistas -- tal como són representados por la Revolución de la Vida Cotidiana de Vaneigem y en la Antología de la Internacional Situacionista -- són tan despiadadamente lúcidos como para ser estimulantes, aún si nunca llegaron a encajar bien su apoyo a las asociaciones de trabajadores con la abolición del trabajo. Sin embargo, es mejor su incongruencia que cualquier versión actual del izquierdismo, cuyos devotos buscan ser los últimos campeones del trabajo, porque si no hay trabajo no hay trabajadores, y sin trabajadores, ¿A quién organizaría la izquierda?
Así que los abolicionistas tendrían que actuar por su cuenta. Nadie puede decir qué resultaría de liberar el poder creativo aturdido por el trabajo. Cualquier cosa puede pasar. El gastado debate de libertad versus necesidad, que casi suena teológico, se resuelve sólo cuando la producción de valores de uso coexista con el consumo de deliciosa actividad lúdica.
La vida se convertirá en un juego, o más bien muchos juegos, pero no -- como es ahora -- un juego de suma cero. Un encuentro sexual óptimo es el paradigma del juego productivo; los participantes se potencian los placeres el uno al otro, nadie cuenta los puntajes, y todos ganan. Cuanto más das, más recibes. En la vida lúdica, lo mejor del sexo se mezcla con la mejor parte de la vida diaria. El juego generalizado lleva a la libidinización de la vida. El sexo, en cambio, puede volverse menos urgente y desesperado, más juguetón. Si jugamos bien nuestras cartas, podemos sacar más de la vida de lo que metemos en ella; pero sólo si jugamos para ganar.
Nadie debería trabajar. Proletarios del mundo... ¡descansad!