Mandamientos de la era atómica

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Gespenst
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Mandamientos de la era atómica

Mensaje por Gespenst » 20 Feb 2008, 16:54

Es un texto un poco viejo (1957), creo que del filósofo Günther Anders.
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Tu primer pensamiento al despertar ha de ser "átomo". Pues no has de comenzar el día con la ilusión de que aquello que te rodea es un mundo estable. Lo que te rodea es más bien lo que mañana mismo puede ser pasado, algo simplemente sido; y nosotros, tú y yo y nuestros semejantes, somos aún más efímeros que todos aquellos que hasta ayer mismo habían sido considerados como seres efímeros. Pues este nuestro carácter efímero no sólo significa que somos seres mortales; ni que se nos pueda dar muerte. Esto también fue así en el pasado. Significa, más bien, que se nos puede matar totalmente, en tanto que "humanidad". Y "humanidad" no sólo significa la humanidad actual, aquella que se extiende por las regiones de nuestro mundo; sino también aquella que se extiende por las regiones de nuestro tiempo: si se da muerte a la humanidad actual, con ella desaparecerá también la que ha sido; y la futura. De ahí que el umbral ante el que nos hallamos lleve la inscripción "Nada habrá sido"; y, una vez atravesado, se lee: "El tiempo fue un episodio". Pero el tiempo puede convertirse en un episodio situado no entre dos eternidades, como nuestros antepasados esperaban, sino entre dos nadas: entre nada de lo que nadie recuerda que ha sido, como si no hubiese sido jamás; y la nada de lo que jamás será. Y puesto que no habrá nadie para distinguir entre estas dos nadas, éstas acabarán convirtiéndose en una única nada. Ésta es, pues, la forma absolutamente nueva, la forma apocalíptica, de la transitoriedad, nuestra transitoriedad, comparada con la cual todo lo que hasta hoy se había llamado "transitoriedad" se ha tornado una bagatela. Para que esto no se te pase por alto, tu primer pensamiento al despertar ha de ser: "átomo".

La posibilidad del apocalipsis

Tu segundo pensamiento al despertar ha de ser: "La posibilidad del apocalipsis es obra nuestra. Pero no sabemos lo que hacemos". Verdaderamente no lo sabemos, como tampoco lo saben quienes tienen en sus manos el apocalipsis; pues también ellos son "nosotros", también ellos son absolutamente incompetentes. Evidentemente, si son incompetentes, no es por su culpa. Su incompetencia es más bien el resultado de un hecho que no es imposible imputar a ninguno de ellos ni a ninguno de nosotros: es consecuencia del abismo, creciente día a día, entre dos de nuestras facultades, a saber, entre aquello que podemos hacer y aquello que podemos representarnos.

En el curso de la era técnica, la relación clásica entre imaginación y acción se ha invertido: si nuestros antepasados consideraron obvio que la imaginación era una facultad "desbordante", es decir, una facultad que sobrepasaba y superaba la realidad, hoy las posibilidades de nuestra imaginación (así como de nuestra capacidad de sentir y de responsabilizarnos de nuestros actos) están por debajo de las posibilidades de nuestra acción; así pues, actualmente la imaginación es incapaz de hacer frente a los efectos de nuestra acción. No sólo nuestra razón tiene sus "límites" (kantianos), no sólo ella es finita, también lo es nuestra imaginación; y en primer lugar nuestra capacidad de sentir. Sólo podemos sentir dolor por una víctima: es todo cuanto puede hacer el sentimiento; quizá podamos representarnos diez: es todo cuanto puede hacer la imaginación; pero asesinar a cientos de miles de seres humanos, esto es absolutamente imposible. Y no sólo por razones técnicas; y no sólo porque el hacer, la acción, se ha convertido en un "hacer-con-otros", en "participación", en un mero "desencadenamiento de causas" que torna invisibles sus efectos; sino fundamentalmente por una razón moral: porque el exterminio en masa excede con mucho aquello que nuestra imaginación y nuestros sentimientos podrían inhibir. Por lo tanto, tus siguientes pensamientos al despertar han de ser: Cuanto más desmesurados son los hechos, tanto menores las inhibiciones. Y: Nosotros, los hombres, somos más pequeños que nosotros mismos. Esta última afirmación expresa nuestra actual esquizofrenia, esto es, el hecho de que nuestras distintas facultades trabajan de forma independiente, cual cosas aisladas y faltas de coordinación que han perdido todo contacto entre sí.

Pero no has de hacer estas afirmaciones para decir algo definitivo sobre nosotros, adoptando una posición derrotista; sino, al contrario, para expresar tu alarma ante nuestra pequeñez; para ver en ella un escándolo; para socavar los límites "bien establecidos" e inamovibles; para convertirlos en obstáculos que hay que salvar; para hacer retroceder nuestra esquizofrenia. Naturalmente, también puedes cruzarte de brazos, perder la esperanza y conformarte con tu esquizofrenia. Pero si te niegas a hacerlo, has de atreverte a crecer hasta volver a ser tú mismo. Y esto significa: debes -es tu tarea- salvar el abismo existente entre tu capacidad de hacer y de imaginar; reducir el desnivel existente entre ambas capacidades; o, dicho de otro modo: debes ampliar considerablemente el limitado "ámbito de acción" de tu imaginación (y de tu capacidad de sentir, todavía más limitada), hasta que imaginación y sentimiento puedan captar y comprender la magnitud de lo que eres capaz de hacer; hasta que seas capaz de aceptar lo captado, o de rechazarlo. En una palabra: tu tarea consiste en ampliar tu imaginación moral.

No seas tan cobarde que temas tener miedo

Tu siguiente tarea es: "Amplía tu sentido del tiempo". Pues lo decisivo de nuestra situación actual no es solamente -y esto es un secreto a voces- que nuestro mundo se haya encogido desde un punto de vista espacial, que todos los lugares entre los que hasta ayer mismo mediaba una distancia, hoy se han convertido en lugares vecinos; sino también que nuestro mundo se ha encogido desde un punto de vista temporal; que los futuros que ayer todavía se tenían por inalcanzables, hoy se han convertido en ámbitos próximos a nuestro presente; que nosotros los hemos convertido en tales. Esto vale tanto para Este como para el mundo occidental. Para el Este, porque en esos países el futuro se planifica de una forma nunca antes imaginada; pero un futuro planificado ya no es un futuro “por venir”, sino más bien un producto in the making; algo que, en tanto que “previsto”, se vive ya como parte del tiempo en que se está. Dicho de otro modo: puesto que aquello que se hace, se hace pensando en el futuro, éste proyecta su sombra sobre el presente. Pero lo mismo cabe decir -y éste es el caso que nos incumbe- de los hombres del mundo occidental, pues este mundo, aunque no planifica, repercute directamente en los futuros más remotos; así, por ejemplo, decide sobre la salud o la degeneración, y hasta puede que sobre el ser o el no ser de sus descendientes. El que este mundo, o mejor dicho: el que nosotros nos lo propongamos o no, es indiferente, pues este hecho es lo único importante desde un punto de vista moral. Y como este hecho nos es conocido, como somos sabedores de los “efectos no previstos sobre el futuro”, cuando seguimos actuando como si desconociésemos este hecho, incurrimos en una “negligente violación de los límites”.

Así pues, al despertar te dirás: ¡No seas tan cobarde que temas tener miedo! ¡Oblígate a tener el miedo que corresponde sentir ante la maginitud de la amenaza de apocalipsis! También el miedo, y especialmente él, es un sentimiento para el que no estamos capacitados, o que rechazamos; y la afirmación de que siempre tenemos miedo, demasiado miedo, de que incluso vivimos en la “época del miedo”, no es más que una frase hecha que, cuando no se difunde de forma engañosa, resulta al menos ideal para impedir que nos invada un miedo verdaderamente adecuado a la magnitud de la amenaza y para hacernos insensibles a ella. La verdad es más bien lo contrario, a saber: que vivimos en una “época incapaz de tener miedo”, por eso presenciamos pasivamente los acontecimientos. Esto se explica por la “limitación de nuestra capacidad de sentir”, pero también por toda una serie de razones que aquí no es posible enumerar. No obstante, una de estas razones merece ser mencionada por la actualidad y la enorme importancia que ha cobrado, a raíz de acontecimientos muy recientes: nuestra obsesión por asignar competencias, esto es, nuestra convicción, fruto de la división del trabajo, de que cada cuestión cae dentro de un determinado ámbito de competencias en que no debemos inmiscuirnos. Así, por ejemplo, se cree que la cuestión nuclear es competencia exclusiva de los políticos y del ejército. Naturalmente, este “No-deber (No-deber-inmiscuirse)” se convierte automáticamente en un “No-ser-necesario”, en un “No-tener-necesidad-de”. Es decir, aquellas cuestiones sobra las que no debo preocuparme, son cuestiones sobre las que no necesito preocuparme. Y de este modo me evito el miedo, pues este asunto es “despachado” en otro ámbito de competencia. Así pues, al despertar has de decirte: “Nostra res agitur”. Esto significa dos cosas: 1) que nos atañe porque nos puede afectar; y 2) que la pretención de monopolizar competencias es injustificada, pues todos nosotros, en tanto que seres humanos, somos igual de incompetentes. Estando en juego el fin del mundo, es sumamente estúpido pensar que en esta cuestión existen distintos niveles de competencia y que a aquellos que, en virtud de una azarosa división del trabajo, de las tareas y de las responsabilidades, ejercen como políticos o como militares, este problema les incumbe más directamente que a nosotros en cuanto a su fabricación o “utilización”. Quienes intentar persuadirnos de esto (sean personas supuestamente más competentes o no), lo único que demuestran es su falta de competencia moral. Pero nuestra situacion moral se torna absolutamente insoportable cuando esos individuos supuestamente más competentes que nosotros (y que sólo son capaces de abordar los problemas desde un punto de vista táctico) quieren hacernos creer que ni siquiera tenemos derecho a tener miedo, y todavía menos a tene conciencia del problema; pues, en efecto, conciencia implicaría responsabilidad, y ésta sería únicamente asunto suyo, asunto de los responsables de determinado ámbito de competencia; tener miedo, tener conciencia del problema, equivaldría en última instancia a usurpar unas competencias que no son las nuestras. No aceptes ningún “clero del apocalipsis”; ningún grupo que monopolice las competencias sobre el fin del mundo, que sería el fin de todos nosotros. Variando la fórmula de Ranke “igual de próximos a Dios”, podemos decir: “Todos nosotros estamos igual de próximos al posible final”. De ahí que todos tengamos el mismo derecho y el mismo deber de elevar nuestra voz de advertencia. También tú.

Contra las discusiones en términos de táctica

No es sólo que no podamos representarnos, ni sentir, ni aceptar la “cosa”; tampoco podemos ni siquiera pensarla. Pues sea cual fuera la categoría en la que subsumiésemos, la pensaríamos incorrectamente, puesto que la incluiríamos en una clase determinada de objetos, la convertiríamos en “una cosa entre otras”, y de este modo la tornaríamos trivial. Aunque pueda existir en muchos ejemplares, esa “cosa” es única en su especia, no pertenece a ningún género: es un monstruo. Y como sólo podemos decir qué no es, hemos de hacer nuestras las cautelas de la “teología negativa”. Para nuestra desgracia, es precisamente esta su (“monstruosa”) no pertenencia a nada, lo que hace que la descuidemos o que simplemente nos olvidemos de ella. Aquello que no podemos clasificar, lo consideramos inexistente. Pero cuando se habla de ella (algo que, ciertamente, todavía no ocurre en nuestras conversaciones cotidianas), se la suele clasificar, pues es lo más cómodo y tranquilizador, incluyéndola en la categoría de “arma”, o de forma más general, en la categoría de “medio”. Pero no es un medio, pues la definición misma de “medio” implica su desaparición una vez alcanzado el fin, del mismo modo que el camino acaba y desaparace en la meta. Pero en este caso no es así. Muy al contrario, en este caso el efecto es inevitable, si no deliberadamente, mayor que cualquier fin concebible: éste desaparece necesariamente en el efecto. Y lo hace en el mundo en el que aún había “medios y fines”. Es evidente que algo que por definición destruye el esquema medios-fines no puede ser medio alguno. De ahí que tu siguiente máxima sea: “No lograrán persuadirme de que la bomba es un medio”. Puesto que no es un medio más de entre los millones de medios que pueblan nuestro mundo, tampoco debes permitir que se fabrique, como si se tratase de un frigorífico, un dentrífico o una pistola, medios que se fabrican sin consultarnos. Así como no has de creer a quienes la llaman un “medio”, tampoco debes dejarte engañar por aquellos embaucadores que, con más astucia, intentan hacerte creer que el único fin de esa cosa es la intimidación, y que por lo tanto se fabrica simplemente para no utilizarse. Jamás ha habido objetos cuya utilidad se redujese a su no utilidad; a lo sumo, objetos que no se utilizaron cuando bastó la amenaza (con frecuencia ya cumplida) de su utilización. Por otra parte, no hemos de olvidar que esta cosa ya ha sido utilizada (y sin apenas justificación): en Hiroshima y Nagasaki. Finalmente, en marge, no debes permitir que esta cosa de efectos inimaginables sea designada con nombres ideados para hacerla respetable o para restarle importancia. Llamar a la explosión de una bomba H “Acción abuelito” no fue simplemente una absurda extravagancia, sino un engaño deliberado.

Por otra parte, debes protestar contra el hecho de que esa cosa cuya mera existencia es ya una forma de utilizarla, sea objeto de una discusión en términos puramente prácticos. Este tipo de discusiones es absolutamente inapropiado, pues la idea de que las armas nucleares puedan utilizarse de una u otra forma presupone el concepto de una situación política -la expresión “era atómica” está totalmente justificada- definida por la existencia de las armas nucleares. Éstas no “se suman” a una situación política previa; son más bien los distintos acontecimientos políticos los que tienen lugar en el seno de la situación atómica. Los intentos de utilizar la posibilidad del fin del mundo como una pieza más en el tablero de la política son signos de ofuscación, independientemente de cuál sea su grado de astucia. La época de la astucia política pertenece ya al pasado. De ahí que tu principio haya de ser: sabotea todas aquellas discusiones en que tus contemporáneos pretendan abordar la realidad de la amenaza nuclear desde un punto de vista exclusivamente táctico; exige que esta discusión se centre en lo fundamental, a saber: la amenaza de apocalipsis que se cierne sobre la humanidad y de la que solamente ella es responsable; y hazlo aunque corras el riesgo de que se te ridiculice como una persona “poco realista desde un punto de vista político”. En verdad, los faltos de realismo son justamente quienes abordan el problema desde un punto de vista exclusivamente táctico, pues consideran las armas nucleares como simples medios y no alcanzan a entender que la utilización efectiva, y hasta la virtual utilización de estos medios, priva de todo su sentido a los fines que persiguen o dicen perseguir.

La decisión ya ha sido tomada

No te dejes engañar por la afirmación de que nos hallamos (y quizá nos hallemos siempre) en una fase de pruebas, en una fase de experimentación. Esto no es más que palabrería. No sólo porque (como muchos parecen olvidar) ya hemos arrojado bombas atómicas, es decir, porque éstas son una realidad desde hace más de diez años, sino porque -lo cual es todavía más importante- en este caso no tiene sentido hablar de “experimentación”. Tu axioma ha de ser: Por más éxito que tengan los experimentos, la experimentación es un fracaso. Y lo es porque sólo cabe hablar de experimento si éste no trasciende o no hace estallar la situación experimental; y en este caso no se cumple esta condición. Lejos de ello, el verdadero sentido y el auténtico objetivo de la mayor parte de experimentos nucleares es aumentar en lo posible la potencia y el radio de acción de estas armas; y en consecuencia tantear, por más paradójico que esto pueda parecer, la posibilidad de rebasar toda condición experimental. Así pues, los efectos de los (supuestos) experimentos ya no tienen nada que ver con lo que habitualmente llamamos resultados experimentales, sino que son parte de la realidad, de la historia -de la que forman parte, por ejemplo, los pescadores japoneses contaminados por la radioactividad-, y hasta de la historia futura, pues es el futuro (la salud de las futuras generaciones, por ejemplo) el que se ha visto ya afectado por ellas; un “futuro” que, como reza el título de la obra de Jungk, “ya ha comenzado”. Por lo tanto, es completamente falso afirmar que no hay nada decidido respecto a la utilización de las armas nucleares. La verdad es más bien que las llamadas “pruebas” han decidido ya la cuestión. Consecuentemente, es tu deber compartir la apariencia de que seguimos viviendo en una “era preatómica”; y llamar a la realidad por su nombre.

Somos manejados por aparatos

Pero todos estos postulados y prohibiciones pueden resumirse en un solo mandamiento: Acepta únicamente aquellas cosas cuyas máximas puedan ser las tuyas y, de este modo, las de todos los demás.

Este postulado puede resultar extraño; la expresión “máximas de las cosas” parece ser una provocación. Pero sólo porque el hecho al que se refiere esta expresión es extraño y provocador. Lo que con ello queremos decir es únicamente que este mundo de aparatos en que vivimos es un mundo gobernado por aparatos; y en concreto por las formas de uso de estos aparatos. Pero como también somos sus usuarios, como nos relacionamos con nuestros semejantes de acuerdo con los principios de estos aparatos, los tratamos conforme a las máximas de éstos. Lo que este postulado exige es que entendamos claramente estas máximas como si fueran nuestras, pues lo son desde un punto de vista práctico; que el objeto de nuestra conciencia moral no sea nuestra propia interioridad (la cual se ha convertido en un lujo superfluo), sino los “impulsos secretos” y los “principios” de nuestros aparatos. Probablemente, ningún politico defensor del uso de armas nucleares encontrará nada malo en sí mismo cuando haga examen de conciencia en sentido tradicional; pero si examina la “vida interior” de sus aparatos, reparará en el “erostratismo” de éstos, un erotratismo de dimensiones cósmicas; pues éste es precisamente el modo en que las armas nucleares tratan a la humanidad.

Nosotros, que podemos decirdir sobre nuestro ser o no ser, solamente podremos albergar la esperanza de seguir siendo dueños de nuestro ser, si nos acostumbramos a esta nueva forma de acción moral consistente en mirar en el corazón de los aparatos (en su interior).

No podemos no poder

Tu otro principio será: no creas que el peligro ha de esfumarse en cuanto se haya dado el primer paso, es decir, una vez se hayan detenido los llamados “experimentos”, y que entonces podremos dormirnos sobre los laureles. El cese de los “experimentos” no significa ni el fin de la fabricación de nuevas bombas ni la destrucción de aquellas bombas y aquellos tipos de bombas que ya han sido experimentadas y que están preparadas para su posible utilización. El cese de los experimentos puede deberse a distintas razones: así, por ejemplo, un país puede decidir ponerles fin por juzgar superfluo seguir realizando pruebas nucleares, esto es, por considerar que le basta con fabricar los tipos de bombas ya probados o que las ya fabricadas lo cubren ante cualquier eventualidad; en una palabra: por juzgar que sería absurdo y poco rentable matar dos veces a la humanidad.

Tampoco creas que podríamos despreocuparnos si lográsemos dar el segundo paso: detener la fabricación de bombas atómicas y bombas de hidrógeno; o que podríamos quedarnos de brazos cruzados si lográsemos dar el tercer paso, esto es, destruir los arsenales nucleares. Incluso en un mundo “limpio” (es decir, en un mundo donde no hubiese ninguna bomba atómica ni ninguna bomba de hidrógeno, y en el que por lo tanto nos pareciese que no “tenemos” ninguna bomba), seguiríamos teniéndolas, pues sabríamos cómo fabricarlas. En esta época de reproducción mecánica, no cabe hablar de la no existencia de determinado producto si éste es posible, pues lo que cuenta no son los objetos materialmente existentes, sino sus tipos, es decir, sus blueprints. Aunque se destruyera todo lo relacionado con la fabricación de bombas, la humanidad seguiría estando bajo la amenaza de los blueprints. “Entonces -cabría concluir-, lo que habría que hacer sería destruir los blueprints.” Pero esto es imposible, pues éstos son tan indestustibles como las ideas platónicas; en cierto modo representan su materialización más diabólica. En una palabra: aunque lográsemos salvar nuestras vidas destruyendo los nefastos aparatos y sus blueprints, esta destrucción no sería más que un aplazamiento o una dilación de la amenaza. La fabricación de la bomba podría reanudarse en cualquier momento, el horror seguiría ahí, por lo que habrías de seguir teniendo miedo. La humanidad está condenada a vivir eternamente bajo la oscura amenaza de lo monstruoso. La amenaza del apocalipsis no puede eliminarse de una vez por todas, mediante una sola acción, sino únicamente a través de acciones repetidas diariamente. Lo que significa: hemos de comprender -y esto expresa claramente cuán desesperada es nuestra situación- que nuestra lucha contra la existencia de bombas, contra su fabricación, contra los arsenales y contra las pruebas nucleares, es sencillamente insuficiente. Pues, en efecto, nuestro objetivo ya no puede consistir en no tener esa “cosa”, sino sólo en no utilizarla jamás, aunque no podamos hacer nada contra el hecho de tenerla; no utilizarla jamás, pese a que siempre existirá el día en que podríamos utilizarla.

Ésta es, pues, tu misión: enseñar a la humanidad que ninguna medida que tomemos, ninguna destrucción material de estas cosas, constituirá jamás una garantía absoluta; que nuestra tarea es más bien renunciar decididamente a dar el paso, aunque siempre será posible darlo. Si no lo logras, si tú y yo no logramos que la humanidad comprenda esto, entonces estamos perdidos.

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