Diario del sitio y la Comuna de París. 1870-1871

Presentación editorial. - En septiembre de 1870, tras la abrumadora derrota del ejército francés, las tropas prusianas al mando de Bismarck sitian París. Después de siete meses, y a pesar de la resistencia y el coraje del pueblo parisino, las autoridades deciden rendir la ciudad a las tropas prusianas en contra de la opinión de gran parte de sus habitantes. Es entonces cuando los disturbios de protesta por esta decisión conducen a la proclamación de la Comuna. El proletariado de París toma el control de la ciudad y pone en marcha uno de los más apasionantes procesos revolucionarios de la historia. Por su parte, el gobierno burgués, refugiado en Versalles, pactará con el enemigo para destruir a la Comuna, cosa que finalmente conseguirá y que culminará en la inaudita represión de mayo de 1871, en la que se calcula que fueron ejecutadas unas treinta mil personas entre hombres, mujeres y niños.
En el marco del París revolucionario de 1870 y 1871, ese gran reaccionario que fue Edmond de Goncourt recorrió incansablemente las calles, habló con todo el mundo, asistió a reuniones políticas, entró en hospitales, atravesó fortificaciones, visitó barricadas, presenció combates y luego volvió cada noche a su habitación para forjar en sus diarios algunas de las más bellas páginas que se hayan escrito sobre estos momentos cruciales de la historia, cuya significación continúa hoy siendo de tan alta importancia para todos nosotros.
Nacido en Nancy en una familia relacionada con la élite aristocrática francesa, Edmond de Goncourt (1822-1896) fue en vida uno de los representantes mas reconocibles de la escuela naturalista. De ideología reaccionaria y monárquica, sus obras escritas en colaboración con su hermano Jules, como 'Renée Mauperin' o 'Germinie Lacerteux', asentaron en gran parte las bases teóricas del realismo literario. No obstante, su obra ha pasado a la historia de la literatura principalmente por sus Diarios, escritos junto con Jules hasta 1870, posteriormente continuados en solitario, y que ocupan nueve tomos que abarcan desde 1851 hasta 1895. En el periodo final de su vida creó la conocida Academia Goncourt, que sigue activa en la actualidad a través del prestigioso premio literario del mismo nombre.
La edición que presentamos recoge todas las entradas del diario de Goncourt que van desde el 26 de junio de 1870 hasta el 20 de junio de 1871. Hemos terminado la edición en el sitio en que el volumen parece plegarse sobre su comienzo: el día del primer aniversario de la muerte de Jules, el hermano de Edmond. Como quiza el lector ya sepa, el Diario está lleno de referencias a personajes, recordados y olvidados, de la sociedad parisina. Abundan las referencias a políticos, militares y periodistas. Para intentar evitar la desorientación del lector hemos incluido un glosario de nombres que sólo aspira a dar unas pocas claves que ayuden a entender mejor los hechos que se narran o los juicios que se vierten. El lector podrá encontrar también una cronología de los hechos que quizá le ayude a enlazar los comentarios que Edmond realiza acerca de una -para él- vibrante actualidad, que por desgracia para nosotros casi ha perdido ya completamente su trabazón e inmediatez.
Por lo que se lee en estos diarios, Edmond de Goncourt era un tipo que hacía un espectáculo de su erudición: famoso coleccionista de arte, todo lo que ve lo compara con una pintura, a ser posible de autor recóndito o exótico, y da igual que lo que ve sea una remolacha o las llamas de las barricadas observables desde su balcón. No sé si en sus novelas, por ser naturalistas, se dedicaría a hacer escarnio de la gente que no era tan fina como él. Reaccionario lo era bastante, pero es más curioso de este libro que demuestra lo impunes que suelen ser los intelectuales, o lo atrevida que hace la impunidad. Es curioso comparar las dos partes del diario, la dedicada al sitio de París por las tropas alemanas y la dedicada al movimiento de La Comuna: en la primera todo son por sus partes lamentos por el sufrimiento del pueblo de París que está privado de alimentos, e incluso aconseja el asesinato preventivo de acaparadores; pero cuando ese pueblo deja de ser retaguardia de la guerra patria o recluta forzoso, y se levanta para combatir las causas de su hambre, por parte de Goncourt todo son denuestos sobre su materialismo vulgar. Tan patriota como se dice, se plantea alquilar bajo mano una jaula del zoológico principal de la ciudad, vaciado por ese hambre, para esconderse de que esa turba le pueda reclutar -durante la guerra tampoco se le vio muy dispuesto a cambiar la pluma por la baqueta-:
Lo que viene es simple y llanamente la conquista de Francia por la población obrera, el sometimiento, bajo su despotismo, del noble, del burgués, del campesino, el sometimiento a los que sólo tienen un interés material, a los que no se preocupan en absoluto por el orden y la estabilidad. Después de todo, quizás para las sociedades modernas los obreros sean lo que los bárbaros fueron para las sociedades antiguas, los convulsos agentes de la destrucción y de la disolución... Constato con tristeza que en las revoluciones actuales el pueblo ya no se bate por una palabra, por una bandera, por una fe cualquiera, haciendo de la muerte de los hombres un sacrificio desinteresado. Constato que el amor por la patria es un sentimiento pasado de moda. Constato que las generaciones contemporáneas no se levantan en insurrección más que por la satisfacción de intereses materiales en bruto, y que las borracheras y las comilonas, hoy en día, son las únicas que mantienen el poder de animarle a ofrecer heroicamente su sangre (entradas de marzo de 1871).
Toda esta monodia contra las comilonas del populacho la entona un individuo que páginas antes y páginas después se presenta como muy sufrido por conformarse durante el sitio de París con asado de perro en vez del asado de cordero que se ventilaban por las noches él y sus amigos escritores... Las contradicciones van y vienen, y no en un documento que alguien escribe distraidamente para sí, pues los diarios de Goncourt se escribían para su publicación y se publican revisados por su autor; el flujo de su conciencia de dandy le parece tan valioso que no para en minucias como la coherencia.
Que por otra, ni tan mal, pues no es la menor de las contradicciones del libro la de sus últimas páginas: al acercarse a contemplar la represión de la Comuna derrotada, y acercarse seguramente para aplaudir, Goncourt sigue las órdenes de su pluma, reticente a la banalidad, y lega para la historia un testimonio implacable de la masacre. Aquí, la conciencia clasista del autor del diario, tan locuaz en sus páginas, parece preferir un silencio embarazoso. Quizás no habló en vano cuando escribió que Durante toda mi vida he pretendido decir algo de esa verdad que nadie quiere ni osa decir, a la espera de que, veinte años después de mi muerte, este diario pueda decirla completamente.
Escribe en la introducción el traductor y responsable de este cuidado libro de Pepitas de Calabaza, Julio Monteverde
París, como ciudad, debe parte de sus más bellas horas al período de la Comuna. Courbet dijo que en aquellos días 'París había renunciado a ser la capital de Francia', lo que quiere decir que antes de seguir siendo capital del Estado burgués, prefirió convertirse en la patria de los desheredados, llegados desde todos los rincones de Europa. 'Se quería todo a la vez: artes, ciencia, literatura, descubrimiento. La vida resplandecía. Todos teníamos prisa por escapar del viejo mundo' escribió Louise Michel años después. Ocurrió así y ya nadie puede dudarlo. ¿Pero qué fue de aquel pueblo de Paris que no participó de forma directa en la Comuna, o que si lo hizo fue como mero espectador, sufridor o adversario? La vida de una ciudad durante un proceso revolucionario debe tener más caras de las que suelen recoger los libros de historia. Cualquiera que haya tenido la suerte de participar en un movimiento social, del tamaño que sea, no podrá dejar de sorprenderse de hasta qué punto la vida de una ciudad puede ser del todo indiferente a los sucesos que la marcan con sólo cruzar un par de calles. Al alejarse unos metros del estrépito, el silencio se extiende de tal forma que hiela la sangre. Este silencio está llamado, antes o después, a formar parte de la historia. Y es necesario contar con él si se quiere entender lo que tiene lugar.
Leer este libro de hace ciento cincuenta años en medio del estado de alarma, y de la fiebre terracista y playera que le está sucediendo, es interesante; lo que Goncourt cuenta de lo que se rumia en silencio en las bambalinas de su historia citadas por Monteverde se diría de actualidad. En el París asediado por el ejército alemán, sin ingresos, con las tiendas de lujo convertidas en barcos fantasma en las que se agazapan los dueños, con los elefantes de los zoológicos sacrificados para hacer morcilla y con las prostitutas vagando desorientadas, en un mundo atenazado por una miseria que no se quiere reconocer, la gente confinada albergaba anhelos hoy tan familiares como éste que refleja Goncourt:
Es algo general: todas las personas que frecuento en estos tiempos tienen una necesidad apremiante de tranquilidad del alma, de descanso del espíritu, de huida de París. Todas dicen ‘En cuanto acabe esto, me largo’. Y después indican un rincón de Francia, un trozo de campo salvaje donde, lejos de Paris y de todo lo que les evoque, podrán dejar de pensar, de reflexionar, de recordar por largas horas (10 de noviembre).
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