Formación sí, pero de qué tipo

No es un secreto para nadie, mucho menos para la militancia de las propias organizaciones y colectivos libertarios, que hasta hace bien poco el concepto de “formación militante” se había convertido en un batiburrillo de iniciativas de carácter ecléctico donde las “lecturas ideológicas” tenían un papel protagonista.

Este tipo de formación, centrada en arrastrar a la militancia política a quienes, de una manera o de otra, han acabado aterrizando en “nuestros” espacios, habitualmente es puesta en marcha de manera desacoplada a los intereses reales de los colectivos populares en lucha, lo que, en cierta forma, tiende a consolidar perfiles individuales, por un lado, desapegados de las luchas populares y, por otro, tendentes al manejo de lenguajes especializados que exigen interlocutores a su misma altura (lo que al cabo, y teniendo en cuenta la capacidad de conformar imaginarios del propio lenguaje, favorece la consolidación de grupos de militantes especializados en la briega teórica e idelógica).

Esta disociación entre los conocimientos adquiridos y aquellos que resultan necesarios para usarse como herramientas en las luchas cotidianas de la clase obrera, generan diferencias abismales entre los “militantes políticos”, ideologizados, y aquellos que, en cierta forma, adquieren conciencia y capacitación durante las propias luchas (aprendiendo y desaprendiendo, errando el tiro y atinando, ganando coherencia y profundidad conforme se van acumulando fracasos, aciertos y experiencias varias).

Precisamente por lo anterior, es necesario planificar procesos formativos tendentes a la capacitación militante de nuestra gente que nunca pierdan como referencia la idea de 1) dar herramientas de conocimiento enfocadas a su puesta en práctica en las luchas colectivas de la clase obrera, 2) contribuir a la socialización del conocimiento especializado para, en cierta forma, redistribuir las posibilidades de capacitación (derecho laboral, técnicas de comunicación, negociación colectiva, periodismo social, estrategias antirrepresivas, etc.) y 3) construir grupos de trabajo de aprendizaje mutuo, que analicen y valoren, sobre la experiencia de la propia lucha, los procesos de conflicto colectivo, con el ánimo de poner sobre la mesa soluciones reales que, antes que nada, contribuyan al empoderamiento de los colectivos en lucha y, en segundo lugar, posibiliten incrementar las perspectivas de transformación social posibles.

En ese sentido, y haciendo un sondeo de la actividad pública de los colectivos y organizaciones del espectro libertario, en líneas generales vemos una falta de interés por la mejora de la capacitación militante, operativa, de sus integrantes, lo que se —bajo nuestro punto de vista— solo se explica por la inercia de automarginación, identitarismo y falta de inserción social de buena parte del movimiento libertario del Estado español. Una tendencia que, salvo honrosas excepciones (la CNT es una de ellas, lo que sin duda ha contribuido a su crecimiento y mayor implantación sindical, también en sectores ultraprecarizados), solo contribuye a distanciarnos de la clase trabajadora, de la gente con problemas, de quienes padecen/padecemos las consecuencias más funestas del capitalismo.

Hagamos un esfuerzo, por tanto, para que las herramientas de capacitación que se impulsen desde las organizaciones, colectivos y grupos que se reclamen libertarios, tiendan a no aislarnos todavía más. No somos mejores que nadie y nuestras ideas, sino se canalizan en las luchas cotidianas de los pobres, de los trabajadores, de la gente con problemas, no valen para nada. Dejemos de convertirnos en especialistas de la diferencia y, de una vez por todas, hagamos del anarquismo una palanca de transformación social que desborde, antes que nada, nuestro propio egotismo. 

Espirales Libertarias

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