El voto del Capital

José Luis Carretero Miramar

El ministro de Economía español Luis de Guindos ha declarado, en una conferencia de prensa celebrada hace escasos días en el marco de la Asamblea Anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), que si no hay una "pronta solución" a la crisis política catalana, la previsión de crecimiento económico para 2018 se situará por debajo del 2,6%. De Guindos, ha afirmado también que la incertidumbre política en Cataluña "no sale gratis desde el punto de vista de la evolución económica" y que obligará a situar "algo por debajo" las previsiones de crecimiento.

No son afirmaciones ingenuas ni declaraciones sin efectos reales: una previsión de menor incremento del PIB, en el marco constituido por la vigilancia europea de los criterios de convergencia de Maastricht representa más recortes y ajustes efectivos para cuadrar el círculo de la imposible ortodoxia neoliberal impuesta por Bruselas a los países de la Periferia europea. “La aventura catalana-parece decirnos en una ambigua formulación, que no se sabe si es profecía auto-cumplida o amenaza- saldrá cara a las clases populares de todo el país”.

Y es que estas últimas dos semanas hemos sido conscientes de una realidad que solemos olvidar bajo el ingente manto de florilegios y poéticas sobre la democracia que nos rodea en todo momento en nuestra sociedad hiper-conectada y amnésica: los capitales también votan. Y vaya si votan. Más de 500 sociedades han cambiado de sede social para abandonar Cataluña en la última semana, lideradas en este movimiento por gigantes bancarios y empresas realmente transnacionales.

El efecto económico de este éxodo no es directo, pero muestra a las claras cual es la voluntad de la gran empresa respecto del llamado conflicto catalán: a quien vota el capital o, al menos su fracción hegemónica. Un voto que, no nos engañemos, vale más que el de los más de dos millones de ciudadanos que metieron sus papeletas en las urnas del referéndum del 1 de octubre. Vale más, pero no sólo ante los ojos de la oligarquía madrileña centralista, sino también de la clase política catalana, incluida la dirección del procés. Después de mirar la urna, enormemente transparente, de los flujos de capitales y las decisiones empresariales, Puigdemont declara que suspende lo que no ha proclamado y que quiere volver al redil de los políticos respetables, aunque su mayoría parlamentaria en el Parlament amenace con crujir.

La respuesta del Capital ha sido inmediata: el Ibex 35 ha recuperado 58.870 millones de capitalización en apenas tres días, animado por las eléctricas y los grandes valores. Concretamente, el sector energético ha sido uno de los que han cosechado mejores resultados, con Iberdrola a la cabeza tras ganar 1.132,3 millones; seguida por Endesa con 868,1 y Gas Natural con 365,3. Las grandes constructoras también han avanzado con decisión ya que Ferrovial se ha anotado una subida de 273,6 millones y ACS, de 209.

Hay que resaltar que entre las empresas que habían decidido trasladar su sede social fuera de Cataluñua, estaban todas las cotizadas en el IBEX, salvo Grifols, y que el Gobierno central había aprobado expresamente un decreto ley el pasado día 6 para facilitar los trámites.

La calma ha vuelto también al mercado de deuda, donde el bono español a diez años cotizaba al cierre del viernes al 1,611 % y la prima de riesgo se situaba en 121 puntos básicos, en los niveles anteriores al referéndum del 1 de octubre y por debajo del máximo que alcanzó el día 4 cuando la rentabilidad del bono aumentó hasta el 1,76 %.

Los capitales, por tanto, también votan. Y, como veremos en breve, también castigan a los ciudadanos si cometen el imperdonable error de no votar lo mismo que ellos. Los ajustes y los recortes sociales irán de la mano del avance de la represión y la situación de excepcionalidad en cuanto a los derechos civiles con la excusa de la situación creada por la insurgencia catalana.

Pensar otra cosa hubiese sido un claro de rasgo de angelismo e ingenuidad: los capitales han votado (y lo han hecho muy claramente) en todos los procesos de profundización democrática que se ha producido desde hace siglos a lo largo de todo el globo terráqueo. Desde las fugas de capitales y el corralito inducido por la UE en la Grecia de la resistencia a la Troika a la presidencia de Salvador Allende en Chile, plagada de huelgas de sectores privilegiados y marcada por el desabastecimiento de productos básicos impuesto por los gigantes empresariales dirigidos por la oligarquía local.

Los capitales votan. Y la única manera de ir contra ellos en un proceso de cambio implica tener preparadas medidas de choque que defiendan el voto de los seres humanos frente al voto del “trabajo muerto” en la forma de flujos financieros y sabotaje económico. Medidas de control de capitales, recuperación de la soberanía monetaria, socialización de la distribución de los productos básicos, regulación estatal de los sectores estratégicos de la economía. Medidas que sólo se pueden imponer en el marco de un proceso revolucionario amplio que haga intervenir conscientemente a la mayoría de la población para recuperar la soberanía nacional y construir no tan sólo una República, sino una República Social.

Algo que no va a hacer la clase política catalana, retoño muchas veces mimado del propio régimen del 78. Algo que, además, difícilmente se puede hacer sólo desde el escenario político y económico catalán.

Recordemos que las grandes empresas que han abandonado Cataluña no están formadas, realmente, por actores económicos catalanes. En su accionariado, como en el de todos los gigantes sistémicos de nuestra era, abundan los fondos de inversión transnacionales, los fondos soberanos de países emergentes, las multinacionales con accionariado cruzado y global, las familias de la alta burguesía internacional y los multimillonarios que, vivan donde vivan, pagan impuestos en pequeños paraísos fiscales.

La fantasía de una alta burguesía catalana nacionalista y patriota, dispuesta a sacar a sus país de las garras del centralismo español, gracias a su seny y su modernidad, erigida en gran tótem de la clase política del procés, no es más que eso, en la era de la globalización de las finanzas y de las empresas transnacionales: cuentos. Cuentos que se cuenta a la pequeña burguesía profesional y comercial para que no sea consciente de que el auténtico látigo que la disciplina no es la insurgencia obrera, sino la onerosidad de los créditos de las grandes entidades bancarias, la competencia global de los gigantes transnacionales, los oligopolios de la distribución, y la corrupción de la clase política.

La independencia real de Cataluña en el mundo de las bolsas globales, de las empresas transnacionales, de los grandes bloques socio-económicos y los países-continente, no es tan fácil. Sólo una Cataluña asociada a un amplio espacio ibérico, o incluso latino, de soberanía económica, construido desde una base federativa y radicalmente democrática, puede ser factible. Confederalismo ibérico, economía puesta al servicio del pueblo, mecanismos de democracia directa y de protagonismo popular, textura productiva de lo cercano y lo sostenible social y ecológicamente, fomento del cooperativismo y de las formas de control obrero y de los usuarios en las grandes empresas y los servicios públicos, control de capitales, soberanía monetaria, financiación pública que permita la autodeterminación, también, en lo tecnológico, así como una economía del conocimiento y la innovación. Hegemonía de las clases populares en la forma de una República Social y Confederal Ibérica que elimine las castas parasitarias ancladas en el Régimen del 78 que impiden aumentar la productividad del trabajo y los derechos y servicios sociales para todos y todas.

Por supuesto, los compañeros catalanes (los sinceros, los que de verdad quieren cambiar las cosas) nos dirán que han esperado mucho para que la izquierda española propusiera todo esto y no lo ha hecho. Nos lo dirán y tienen razón: Podemos, con su marcado sesgo autoritario en la comprensión de la acción política y su clara tendencia a la acomodación en el seno de la “casta” parlamentaria del Régimen, ha sido un gran fiasco. Tienen razón, pero la historia no acaba ahora y, para el futuro, las clases populares de todo el Estado deberán aprender de la lección que comprendieron los sindicalistas que en 1910, en Barcelona, fundaron el organismo obrero más potente de su tiempo (la CNT): sólo unidos pueden vencer, como expresaba en un conocido relato de Blasco Ibáñez, los peces chicos al grande.

Unidad respetuosa de las diferencias, federativa, municipalista, democrática. Pero unidad al margen de las necesidades de las grandes familias políticas de nuestro tiempo, de esos grandes organismos que sólo existen para conseguir un buen puesto retribuido para sus miembros y un espacio en la institucionalidad del régimen: unidad desde la base, desde la construcción de un pueblo fuerte y organizado, de un contrapoder efectivo que parta de las clases populares y genere una amplia alianza de trabajadores, precarios, excluidos y clase media en peligro de proletarización por las embestidas de los flujos financieros globales.

La construcción nacional, la auténtica independencia, sólo puede nacer de la independencia cooperativa de todos los pueblos de la Península y del Sur de Europa frente a su gran adversario: el capitalismo global y sus organismos políticos y económicos. La tribu de los ultra-ricos, los que hablan de la patria y de la democracia cuando les interesa, para imponer la austeridad, los recortes y la emergencia de la nueva pobreza. La independencia sólo puede nacer de la cooperación. La cooperación sólo es posible desde el respeto a la pluralidad y la más amplia democracia. El principio federativo, pues, en contra del voto de los grandes capitales.

 

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