Reflexiones pedagógicas a partir de la Feria Anarquista del Libro de Lisboa

La Topa Tabernaria para el @TopoTabernario

«Yo de mayor quiero ser portugués»

Manuel Pérez Valero

 

El sábado pasado, algunas integrantes de El Topo participamos en una mesa redonda sobre medios críticos de comunicación en Lisboa. Nos invitaron lxs compas de la Feira Anarquista do Libro. La experiencia y la comida, riquísima; y riquísimo el paseo por el barrio de la Mouraria con la elegante decadencia que siempre ha tenido Lisboa y que está perdiendo aceleradamente por los procesos de gentrificación —o, más bien, de «turistificación»— que están sufriendo todas las ciudades bonitas que gustaban de ser paseadas.

Como suele pasar, prácticamente todas las personas que integraban la Asamblea da Feira hablaban un castellano digno mientras nosotras solo dimos para obrigada, guardanapos o bolinhas. O algún que otro chascarrillete mal imitando la cadencia portuguesa al hablar y usando palabras de las etiquetas de los productos de higiene que inundan nuestros baños.

De primeras, cabría pensar que el sistema educativo portugués se ocupa de que lxs jóvenes aprendan la lengua del país vecino. Sin embargo, nos contaron cómo su interés por el castellano venía por la cultura anarko-punk, que habían aprendido la lengua de Cervantes (y del Fari, y de la Pantoja) con las canciones de Sin Dios, banda que entre los ochenta y los dosmiles andaba usando la música como vía de transmisión ideológica.

 

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Ilustra la Mari

Esto me lleva a pensar en qué nos educa. Pensar en Educación y pensar en el «sistema educativo» es todo uno, pero está claro que es una preconcepción errónea. Cierto es que el sistema educativo es el «ente educador» que aparentemente sigue un proceso «organizado» de transmisión de conocimientos, procedimientos, valores… Pero también nos educan la familia, lxs amigxs y el resto de personas que nos rodean, los medios de comunicación, las expresiones artísticas… Nos educa la manera en la que está organizado el entorno, ya sea urbano, rural, natural. Nos educan los colectivos sociales de los que formamos partes, las leyes…

Visto así, parece que el proceso educativo es bastante aleatorio, que todo va a depender del grupo humano que te toque en suerte, de la música que casualmente caiga en tus «orejas» o del lugar en el que se desarrolle tu existencia. Esta idea en sí tiene su parte de realidad, pero considero que —desgraciadamente— otorga un mayor «libre albedrío» a la configuración humana del que se da u ocurre realmente. La subsunción a la que el sistema capitalista ha sometido a la realidad hace que los medios de comunicación solo transmitan los conocimientos necesarios para que la maquinaria de producción se perpetúe en el tiempo; que las leyes velen por los privilegios que precisan los poderosos para que el crecimiento ilimitado sea eso, ilimitado; que el imaginario colectivo que enhebra las percepciones y la interpretación de la realidad de las personas no conciba otra lógica para organizar y gestionar los recursos de los que depende, o para organizarse entre sí; que el sistema educativo cada vez esté más enfocado a la construcción de entes productivo-consumidores sin capacidad ni posibilidad de desarrollar un pensamiento crítico, que cuestione y construya alternativas. ¿Nos hemos parado a pensar que en las mesas que se decide el currículo oficial se sientan el ejército o el mismísimo Wert? Y sobre los proyectos de enseñanza alternativa, ¿tenemos algo que decir? Diferentes metodologías y contenidos, pero ¿quién puede acceder a escuelas de estos modelos? ¿Son escuelas para todas?

Pero hoy permitámonos imaginar que seremos capaces de revertir la situación. Que nos educaremos en y desde el placer y no desde el miedo. Que aprenderemos el funcionamiento de la Vida, para relacionarnos en y con ella; que aprenderemos a construir colectivamente y a tomar decisiones que velen por un bienestar propio y ajeno en equilibrio…

Porque si bien la Educación no es la única solución, es clave en la construcción de un mundo humano mejor… Que el patio —y no el de recreo— está fatal.

Pero menos mal que nos queda Portugal.

 

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