La muerte de Enrique Cano Ramos

Una soleada mañana de julio en Dos Hermanas. En un ataúd carente de símbolos religiosos, y cubierto con una bandera de la CNT, recibió agnóstica sepultura el compañero Enrique Cano, del SOV de Dos Hermanas. Enrique había dejado muy claro que le daba lo mismo que lo incinerasen o que lo enterrasen, pero no quería percibir en tres kilómetros a la redonda ni el aroma de las sotanas, ni los emblemas de la Iglesia Católica.

Enrique Cano fue un hombre de los que se decían de la CNT de Lebrija. Nació el 20 de noviembre de 1922, pasó su infancia como hijo de jornaleros. Sus padres fueron Francisco Cano Montenegro y María Dolores Ramos Cárdenas, miembros también del sindicato. Enrique llegó a la adolescencia temprana en la II República, y ya entonces, aprovechando su juventud, le encargaban los comités de la central sindical el acudir al Gobierno Civil a interesarse por la suerte de los detenidos en huelgas y conflictos. Enrique se vinculó muy pronto a la CNT y a la Juventud Libertaria, teniendo diez u once años, y siendo testigo y pequeño protagonista de aquellos dramas de su pueblo, en los que se implantó la contratación obligatoria a la patronal de Lebrija en los años treinta del siglo XX. Consistía este fenómeno en lo siguiente, según nos lo contaba Enrique (y otros muchos compañeros de su edad con parecidas palabras lo han corroborado): "se trataba de que los patronos tenían que contratar un cupo de obreros parados designado por el sindicato, y pagarles el salario al cabo del día hubiesen trabajado o no, eso quedaba por cuenta del patrón. Esto se hacía para eliminar el paro. Si algún patrón no pagaba, inmediatamente se le hacía el boicot y nadie trabajaba con él".

Enrique Cano contaba cosas de "aquellos tiempos" que nos dejaban boquiabiertos: la jornada laboral en la siega era de cuatro horas, el paro era absorbido por la patronal con independencia de la mecanización, no se consentía ni un abuso contra los obreros y obreras y la vida social y cultural del pueblo giraba en torno al anarquismo.

Todo aquello acabó con el golpe fascista de julio de 1936. Con catorce años nuestro compañero tuvo que sufrir que asesinaran a su padre y ver como sacaban a su madre rapada y purgada, con un moño colorado en la cabeza, a dar la vuelta a la Plaza Mayor. Sus delitos eran los de ser afiliados a la CNT. Francisco Cano, el padre, fue desaparecido. Nunca se encontró su cuerpo. Y esa misma suerte siguieron cientos de personas. Mataron a los que eran del comité del sindicato, a los que lo habían sido, a quienes podían serlo en el futuro y a cuantos habían tenido una mínima significación. Enrique, por su juventud, fue enviado a un colegio de la Iglesia Católica para ser reeducado. Pero consiguieron exactamente lo contrario, que no pudiese ver a los curas ni en pintura.

Luego llegaron los largos años de la represión y la dictadura. Años de organización mínima, clandestina y de lucha por la mera supervivencia. Años de hambre, de emigración a Francia, de vendimias, de faenas agrícolas y de traer prensa libertaria desde Francia envuelta en su cuerpo hasta en los calcetines. Cuando le preguntábamos por lo que había hecho en esos años, en los que caían unos detrás de otros, se limitaba a responder que "no había hecho lo suficiente".

Por fin, tras la muerte de Franco, con cincuenta y tres años, pudo formar parte de nuevo de la CNT de Dos Hermanas, localidad a la que se había trasladado con su familia. Como activista participó en ocupaciones de tierras que se hicieron permanentes, y en diversos proyectos de mayor o menor fortuna.

El comentario unánime en el funeral fue que Enrique había muerto fiel a sus ideales, con el mismo pensamiento siempre, arriesgando y apoyando a la CNT, cotizando, repartiendo propaganda desde su juventud hasta la muerte. Fue él el hombre que facilitó el ocultamiento y huida de diecisiete anarquistas en la Sevilla de 1992. Para quienes no lo sepan, en esa fecha se celebró una Exposición Universal. Diversos colectivos habían preparado una serie de actos de oposición y había venido mucha gente de fuera, que se quedaba en campings y locales alternativos. El día previó a su inauguración, durante una manifestación de protesta, la policía abrió fuego real hiriendo de bala a cuatro personas. En el ambiente de histeria que proyectaron los medios de comunicación y las fuerzas represivas, se detuvo a casi doscientas personas en condiciones humillantes, ilegales y vejatorias, se deportaron a decenas de extranjeros que habían acudido a manifestarse, se intimidó a abogados, y se celebró un juicio farsa que condenó a penas de más de un año de prisión a algunos manifestantes. Enrique, en medio de todo aquel follón, como si tal cosa, con la tranquilidad del que ha visto cosas mucho peores, ocultó en su parcelita a cuanta gente pudo meter.

Testigo de unos tiempos muy duros, pero de mucha ilusión colectiva que fue eliminada por el franquismo mediante piquetes de ejecución y largos años de presidio. Autodidacta. Nunca le conocimos una mala palabra dicha sobre un compañero. Calmoso, sonriente, de piel tostada, profundos surcos en su rostro, obrero agrícola. Perteneció al grupo de los buenos de manos grandes, hombres y mujeres de los que -a pesar de todo- llevan mientras viven, un mundo nuevo en sus corazones.

CNT de Dos Hermanas