"La plataforma de alianza"
por Valeriano Orobón Fernández.
(Publicado en el diario La Tierra, en enero de 1934).
Hemos llegado al aspecto más delicado del problema. Lo primero que conviene dejar sentado es que ninguna de las bases doctrinales específicas de cada movimiento pueden servir de plataforma a la unidad. La conjunción buscada es una imposición táctica de circunstancias excepcionales a las cuales hay que sacrificar particularismos teóricos inflexibles. Si cada tendencia se empeñare en mantener su propia declaración de principios como molde obligado de la alianza, ésta sería prácticamente imposible. Hay que buscar, pues, un terreno neutral para el pacto. Cierto que este terreno ha de ser tan firme que pueda resistir sin resquebrajarse el peso y las consecuencias de la unidad.
El acuerdo de carácter táctico es el que ofrece menos dificultades, ya que todos los sectores coinciden en apreciar la gravedad de las actuales circunstancias, y sólo habría que discutir y concretar detalles de modo y oportunidad.
Donde surgen escollos no tan fáciles de orillar es en la orientación a seguir después del hecho anecdótico. Largo Caballero habla de “la conquista íntegra del poder público”; los comunistas quieren la implantación de la “dictadura del proletariado”, y los anarcosindicalistas aspiran a instaurar el “comunismo libertario”, utilizando como células esenciales el municipio rural y la organización obrera industrial. Aquí los términos difieren bastante entre sí, siendo de notar que mientras socialistas y comunistas resumen su programa en consignas exclusivamente tácticas, representadas por las figuras políticas “poder público” y “dictaduras”, los anarcosindicalistas ofrecen en el suyo un sistema social peculiar y completo.
De estos tres puntos de vista hay que quitar todo lo que mutuamente tengan de refractario e incompatible. Sólo así se podrá hallar la necesaria línea de convergencia, de cuyo logro y mantenimiento depende el triunfo permanente y ascendente de una revolución proletaria.
Desde luego, hay que desechar las fórmulas “conquista del poder público” y “dictadura del proletariado”, por ser características demasiado parciales y enunciados insuficientes del contenido práctico de una revolución social. El proletariado español desconfía hoy mucho, y con razón, de los simples trueques de poderes. Después de la experiencia de 1931, exige que el fruto de su lucha se traduzca en transformaciones más tangibles, positivas y profundas.
Democracia obrera revolucionaria.
Puesto que en el fondo, y según reconocimiento explícito de sus principales teóricos, también los socialistas y comunistas aspiran, como última etapa de su desarrollo, a un régimen de convivencia sin clases ni Estado, una de las bases de la alianza deberá estipular el avance en este sentido hasta donde sea posible. Es decir, que con el nuevo orden social no han de crearse órganos coercitivos a la ligera y por el capricho de ajustarse al recetario artificioso de una tendencia, sino sólo los resortes estrictamente indispensables para el encauzamiento eficaz de la labor revolucionaria. Todo el engranaje gubernamental y represivo del viejo sistema debe desaparecer sin dejar raíz. Para aplastar al enemigo de clase no se precisa implantar una dictadura crónica, sino usar adecuadamente de la “violencia revolucionaria” que preconizaba Bakunin para el período de transición.
El burocratismo y el bonapartismo, amenazas latentes de toda revolución, se evitan poniendo la revolución en manos del pueblo laborioso, suscitando la emulación de las grande multitudes para defenderla y fecundarla.
Comoquiera que ninguna de las tendencias puede considerar defendible la tesis oligárquica de gobernar por encima de la voluntad de las masas proletarias, es lógico suponer que todas ellas han de mostrarse dispuestas a servir y acatar dicha voluntad como instancia suprema con lo cual desembocamos en una fórmula que creemos aceptable para todos: la democracia obrera revolucionaria. Esta base corresponde aproximadamente a la que en Baviera tuvo la República de los consejos obreros en 1919, en la cual, hasta el socialdemócrata Noske la ahogó en sangre, fue posible la colaboración de socialistas de izquierda, Ernst Toller; comunistas, como Eugen Levine, y anarquistas, como Landauer y Mühsen. La democracia obrera revolucionaria es una gestión social directa del proletariado, un freno seguro contra las dictaduras de partido y una garantía para el desarrollo de las fuerzas y empresas de la revolución .
En las actuales previsiones teóricas de los partidos socialista y comunista se está concediendo una importancia excesiva al papel del instrumento político en el proceso revolucionario. Resulta curiosa esta actitud de los partidarios oficiales del materialismo histórico, que debieran ver en la influenciación de la economía la piedra de toque de toda transformación social efectiva. Nosotros, a pesar del mote de utópicos que se nos suele adjudicar, creemos que el afianzamiento de la revolución depende, sobre todo, de la articulación rápida y racional de su economía. De ahí que nos parezca insuficiente una simple consigna de orden político para abarcar los problemas fundamentales de una revolución. Lo que hay que enfocar como esencial es la socialización de los medios de producción y la formidable labor de acoplamiento y organización que comporta el levantamiento de una economía de nueva planta. Y esto no puede ser obra de un poder político central, sino de las entidades sindicales y comunales, que, como representación inmediata y directa de los productores, son en sus respectivas zonas los pilares naturales del orden nuevo. Interesa recalcar de antemano que, aun subordinándose a un plan general técnico, la dirección de las funciones económicas, tanto en el orden local como en el nacional, corresponde a las colectividades obreras de las respectivas especialidades. Así, la revolución descansará sobre una red de células vivientes e idóneas, que impulsarán con entusiasmo y competencia la construcción del socialismo integral.
Líneas directrices.
Sería demasiado pretencioso querer prever y examinar una por una las muchas cuestiones que en el curso de una revolución han de surgir, y arbitrar para todas ellas soluciones apriorísticas. Lo que más importa es fijar desde ahora las líneas directrices de orden general que pueden servir de plataforma a la alianza, y de norma combativa y constructiva a las fuerzas unidas. A nuestro juicio, deben destacarse los siguientes puntos:
Primero. Acuerdo sobre un plan táctico inequívocamente revolucionario, que excluyendo en absoluto toda política de colaboración con el régimen burgués, tienda a derribar éste con una rapidez no limitada más que por exigencias de carácter estratégico.
Segundo. Aceptación de la democracia obrera revolucionaria, es decir, de la voluntad mayoritaria del proletariado, como común denominador y factor determinante del nuevo orden de cosas.
Tercero. Socialización inmediata de los elementos de producción, transporte, conmutación, alojamiento y finanza; reintegro de los parados al proceso productivo; orientación de la economía en el sentido de intensificar el rendimiento y elevar todo lo posible el nivel de vida del pueblo trabajador; implantación de un sistema de distribución rigurosamente equitativo; los productos dejan de ser mercancías para convertirse en bienes sociales; el trabajo es, en lo sucesivo, una actividad abierta a todo el mundo y de la emanan todos los derechos.
Cuarto. Las organizaciones municipales e industriales, federadas por ramas de actividad y confederas nacionalmente, cuidarán del mantenimiento del principio de unidad en la estructuración de la economía.
Quinto. Todo órgano ejecutivo necesario para atender a otras actividades que las económicas estará controlado y será elegible y revocable por el pueblo. Estas bases son mucho más que una consigna. Representan un programa, que recoge sintéticamente las realizaciones susceptibles de dar médula social a una revolución. Además de ser un cartel expresivo de las aspiraciones esenciales del movimiento obrero, constituyen un punto de coincidencia en lo fundamental para todas las tendencias.
De cualquier manera, con éstas o con otras bases, consideramos necesario establecer un acuerdo previo sobre los primeros pasos de la revolución. Con el compromiso solemne, claro está, de respetarlo íntegramente. Porque si para derrotar a un régimen enemigo es indispensable la unión de las fuerzas proletarias, lo es mucho más para asegurar el fruto del triunfo revolucionario y vencer las dificultades que puedan acumularse en el período inicial. La ruptura de hostilidades entre las diferentes tendencias en este período pondría en serio peligro la vida de la revolución. En interés de la clase trabajadora hay que hacer imposible tal eventualidad.
Palabras finales.
Cuanto queda dicho escandalizará acaso a los aficionados a cabalgar sobre purismos teóricos. Quizá se nos tache de herejes por no pagar tributo a rigideces dogmáticas en boga. No nos importa. Al emitir nuestra opinión sobre el importantísimo problema de la unidad hemos sido sinceros con nosotros mismos. Hemos visto la realidad sin las gafas ahumadas de preocupaciones y convencionalismos doctrinales. Se trata de una revolución y no de una discusión doctoral sobre tal o cual principio. Los principios no deben ser mandamientos de la ley, sino fórmulas ágiles para captar y moldear la realidad.
¿Garantiza nuestra plataforma de alianza el comunismo libertario integral para el día siguiente de la revolución? Evidentemente, no. Pero lo que sí garantiza es la derrota del capitalismo y su soporte político, el fascismo; lo que sí garantiza es un régimen de democracia proletaria sin explotación ni privilegios de clase y con una gran puerta de acceso a la sociedad plenamente libertaria. Todo esto nos parece más positivo que la metafísica pura y las teorías de monopolio y milagrerismo revolucionario.
La franqueza no es delito.
Democracia Obrera Revolucionaria
- Gerrard Winstanley
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Lúcido el Orobón este. Pone por escrito cosas que yo ya llevaba tiempo pensando, quizá porque no procedo originalmente de los círculos denominados anarquistas. Los anarquistas nunca seremos una inmensa mayoría, como no lo es ni puede, ni es sano, que lo sea ninguna ideología determinada. Si queremos ser fieles a nuestros principios más básicos, tenemos que saber respetar otros puntos de vistas, y llegado el momento llegar a acuerdos.
Se trata de una revolución y no de una discusión doctoral sobre tal o cual principio. Los principios no deben ser mandamientos de la ley, sino fórmulas ágiles para captar y moldear la realidad.
"Cambia de acera cuando les veas venir,
sal de los bares, ellos están ahí,
si ves parar a alguien
no te cruces de brazos,
Deténte, forma grupos.
Manifiesta tu rechazo. ..."
sal de los bares, ellos están ahí,
si ves parar a alguien
no te cruces de brazos,
Deténte, forma grupos.
Manifiesta tu rechazo. ..."
Mítico, aunque sólo había leído estractos. Una mente lúcida, ciertamente. Me lo guardo.
El cielu por asaltu, documentos para la historia del movimiento obrero en Asturies.
http://elcieluporasaltu.blogspot.com/
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- Manu García
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Excelente.
Aprovecho para recomendar "Anarcosindicalismo y revolución en Europa", compilación de artículos de Orobón y estudio sobre su vida y obra, de José Luis Gutiérrez Molina.
http://www.cnt.es/fal/Bicel14/16.htm
Aprovecho para recomendar "Anarcosindicalismo y revolución en Europa", compilación de artículos de Orobón y estudio sobre su vida y obra, de José Luis Gutiérrez Molina.
http://www.cnt.es/fal/Bicel14/16.htm
"No más derechos sin deberes, no más deberes sin derechos"
- Luis Nuevo
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Pero se tiene que dar el caso en que el punto 2 refrende el punto 1.Primero. Acuerdo sobre un plan táctico inequívocamente revolucionario, que excluyendo en absoluto toda política de colaboración con el régimen burgués, tienda a derribar éste con una rapidez no limitada más que por exigencias de carácter estratégico.
Segundo. Aceptación de la democracia obrera revolucionaria, es decir, de la voluntad mayoritaria del proletariado, como común denominador y factor determinante del nuevo orden de cosas.
Teniendo en cuenta las circunstancias en que fue escrito, quizá en Asturias la mayoría del proletariado no quería colaborar con el régimen burgués, no sé si pasaba eso en el resto de España, y quizá de ahí venían los malentendidos, que cada uno hablaba de la actitud de la UGT en su región, o que algunos dudaran de su sinceridad.
En el IV Congreso se propusieron las condiciones para la alianza poniendo la pelota en el tejado de la UGT. Desconozco qué tal fue acogida por los militantes de la central socialista.
La CNT en su IV Congreso decidió y escribió:DICTAMEN:
Desde el asalto al Poder por el general Primo de Rivera, el proletariado español vive en latente inquietud revolucionaria. Durante el período dictatorial fueron innumerables los intentos de revuelta del Pueblo, determinando que las altas esferas del país, se preocupaban por canalizar el sentimiento revolucionario de los trabajadores por los senderos reformistas de la democracia, lo que fue posible al conseguir que organismos obreros ugetistas se enrolasen en la convocatoria de elecciones que determinó el triunfo político de la República. Al derrumbarse la monarquía, la U.G.T. y el partido que le sirve de orientador han sido servidores de la democracia republicana, pudiendo comprobar por propia experiencia la inutilidad de la colaboración política y parlamentaria. Merced a esta colaboración, el proletariado en general, al sentirse dividido, perdió parte del valor revolucionario que en otros momentos le caracterizó. El hecho de Asturias demuestra que, recobrado ese sentido de su propio valor revolucionario, el proletariado es algo imposible de hundir en el fracaso. Analizando, pues, todo el período revolucionario que ha vivido y está viviendo España, esta Ponencia ve la ineludible necesidad de unificar en el hecho revolucionario a las dos organizaciones: Unión General de Trabajadores y Confederación Nacional del Trabajo.
Por lo expuesto, recogiendo el sentir de los acuerdos generales de los sindicatos afectos a la Confederación, hemos acordado someter al Congreso el siguiente dictamen:
Considerando que es ferviente deseo de la clase obrera española el derrocamiento del régimen político y social existente, y considerando que la U.G.T. y la C.N.T. aglutinan y controlan en su seno a la totalidad de los trabajadores organizados en España, esta Ponencia entiende:
Que la Confederación Nacional del Trabajo de España debe dirigirse oficial y públicamente a la U.G.T., emplazándola para la aceptación de un pacto revolucionario bajo las siguientes bases fundamentales:
1º La U.G.T., al firmar el Pacto de Alianza revolucionaria, reconoce explícitamente el fracaso del sistema de colaboración política y parlamentaria. Como consecuencia lógica de dicho reconocimiento, dejará de prestar toda clase de colaboración política y parlamentaria al actual régimen imperante.
2º Para que sea una realidad efectiva la revolución social, hay que destruir completamente el régimen político y social que regula la vida del país.
3º La nueva regularización de convivencia, nacida del hecho revolucionario, será determinada por la libre elección de los trabajadores reunidos libremente.
4º Para la defensa del nuevo régimen social es imprescindible la unidad de acción, prescindiendo del interés particular de cada tendencia. Solamente defendiendo el conjunto será posible la defensa de la revolución de los ataques del capitalismo nacional y extranjero.
5º La aprobación del presente dictamen significa que el Comité Nacional queda implícitamente encargado, si la U.G.T. acepta el pacto, de entrar en relaciones con la misma, con objeto de regularizar la buena marcha del pacto, ateniéndonos a los acuerdos arriba expresados y a los ya existentes en el seno de la C.N.T. en materia revolucionaria. Artículo adicional. Estas bases representan el sentido mayoritario de la C.N.T. y tienen un carácter provisional y deberán servir para que pueda tener lugar una entente con la U.G.T., cuando este organismo, reunido en Congreso nacional de Sindicatos, formule por su parte las bases que crea conveniente para la realización de la Alianza Obrera Revolucionaria. Al efecto, se nombrarán dos Comités Nacionales de Enlace, los cuales, procurando concretar los puntos de vista de ambas Centrales sindicales, elaborarán una Ponencia de conjunto, que será sometida a discusión y referéndum de los Sindicatos de ambas Centrales. El resultado de este referéndum será aceptado como acuerdo definitivo, siempre que sea la expresión de la mayoría, representada, por lo menos, por el setenta y cinco por ciento de votos de ambas Centrales Sindicales.
- Luis Nuevo
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- Registrado: 02 Jul 2005, 05:46
Joan Peiró - La unidad revolucionaria sin renuncios
En la parte de documentos del libro "La Alianza Obrera" de Víctor Alba (Júcar, 1978) le sigue este otro:
Juan Peiró
La unidad revolucionaria sin renuncios
(Sindicalismo, Barcelona, 14 de marzo de 1934)
Hay gentes de inteligencia limitada, y entre los sedicentes anarquistas los hay a espuertas, que no conciben el hecho del frente único de las fuerzas proletarias sin que en él hagan dejación de sus respectivos ideales los sectores constituyentes del mismo, sobre todo los anarquistas y sindicalistas revolucionarios. Yerran los que tal opinan. El frente único puede verificarse sin que ninguna de las partes que lo constituyen tenga que abdicar de nada de lo que cada una estime fundamental en sus idearios, y mucho menos en los casos concretos en que la finalidad inmediata es, por igual, común a todas las partes mancomunadas en el frente único.
La Alianza Obrera, que dicho sea de paso, no se debe a los socialistas ni a los comunistas, sino a los Sindicatos de la Oposición en la C. N. T. se ha dado dos finalidades: oposición al fascismo por la destrucción de la sociedad capitalista, en primer término y establecimiento de la República Social Federalista, en segundo. En el pacto convenido en principio entre sectores componentes de la alianza Obrera, consta de un modo explícito que la acción única y exclusiva de ésta ha de ser desarrollada en la plaza pública y revolucionariamente, por medio de la acción directa, y es por ahí por donde empiezan las concesiones a favor de los anarquistas y sindicalistas revolucionarios, pues, aunque yo no soy quien para retirarles la patente de revolucionarios a los socialistas y comunistas, el hecho de que éstos reconozcan que el único medio para resolver eficaz y definitivamente el problema del fascismo es la acción revolucionaria en la calle, significa el triunfo de nuestra táctica.
Desgranemos cada una de las dos finalidades.
Se ha convenido de modo categórico que la contención de la avalancha fascista sólo es conseguible destruyendo el sistema capitalista. Si la Alianza Obrera se empleara en apuntalar a la democracia burguesa, lo que equivaldría a sostener el sistema capitalista, poco tardaríamos en España, como ha ocurrido en otros países, en ver que sería la propia democracia burguesa la que, acuciada por determinismos económicos y financieros, que plasmarían en fenómenos sociales que ya hoy tienen realidad, dejaba paso al fascismo. Sería fatal que así ocurriera; así ocurrirá fatalmente si el proletariado español no se apresura a destruir la causa, pues no hay democracia burguesa, por mucha lealtad que a sus propias esencias rinda, que pueda resistirse por mucho tiempo al cumplimiento de su misión histórica, que implica la conservación y defensa del sistema capitalista. Es por esta razón que la alianza Obrera marcha resuelta a la liquidación del capitalismo, y a la instauración de la República Social Federalista.
Veamos cómo:
Admitido el triunfo de la unidad revolucionaria del proletariado sobre el sistema capitalista, admitamos también que el hecho culminase nacionalmente, en la toma del Poder por las clases obreras y campesinas, y llegados aquí, dejemos en pie el Estado. En un régimen federalista el Estado queda reducido a la más mínima expresión, por cuanto cada una de las regiones y comarcas, y hasta cada uno de los pueblos, constituyen un Estado particular dentro del Estado general. Y el Estado general, cuando en puridad se inspira en las más elementales esencias del federalismo, se ve competido a reconocer y a respetar las características étnicas, económicas, políticas, es decir, lo que constituye el todo general de cada uno de los pueblos federados.
En una República social de tipo eminentemente federalista, la unidad de las regiones, comarcas y pueblos no se verifica por las relaciones políticas, sino por los conciertos de intercambio económico. Si la unidad antes dicha no tiene su base en las relaciones políticas, se sobreentiende que cada pueblo, no ya cada región o comarca, sino cada pueblo de la federación, es libre de darse a sí mismo la organización política que más se conforme a su espiritualidad e idiosincrasia colectivas; y se sobreentiende, asimismo, que si la base de la convivencia federal la constituyen los conciertos de intercambio económico, en tanto se haga honor a estos conciertos, y al deber de solidaridad económica cuando las circunstancias la reclamen como un imperativo humano de sociabilidad, cada pueblo ha de ser libre de darse la organización económica que más se identifique con sus sentimientos y con las posibilidades geográficas de la propia economía.
Admitamos por un momento que el proletariado de Cataluña, por ejemplo, se encuentra en condiciones de capacidad para organizar su economía sobre la base del Comunismo libertario, y demos como un hecho que así la organizara, puesto que ésta es la aspiración general de proletariado catalán. Y admitido que así ocurriera, en manera alguna podría admitirse que el proletariado de Cataluña tratara de imponer el mismo sistema económico al proletariado de las Castillas, pongamos también como ejemplo, ya que el proletariado castellano, en general, tiene una educación centralista y, por lo mismo, está más inclinado a aceptar sistemas económicos de tipo colectivista, con preferencia el que tiene por base a la administración municipalista. La diferencia de los sistemas económicos establecidos en Cataluña y en las Castillas, sistemas tan dispares en sus fundamentos, no sería obstáculo para que los trabajadores castellanos y catalanes se entendieran perfectamente en el hecho de establecer conciertos económicos y toda suerte de relaciones de solidaridad.
Invirtamos el ejemplo en cuanto al orden de las relaciones políticas. El proletariado castellano, siempre genéricamente considerado, siente un fuerte apego al Estado. Es de presumir que, después de la destrucción del sistema capitalista y del Estado burgués, él querrá acomodarse a un régimen político regulado por el Estado socialista, según la concepción de los marxistas. A fuer de libertarios, los trabajadores catalanes nos veremos forzados a respetar a los castellanos el derecho de autodeterminar su propia organización política. Y si antes he dicho que en manera alguna podría admitirse que el proletariado de Cataluña tratara de imponer su sistema económico al proletariado de las Castillas, digo ahora que tampoco sería admisible que éste tratara de imponer sus organización política al proletariado catalán.
Hay que tener una clara visión de lo que es un sistema federalista para comprender la que él puede posibilitar. He dicho que la aspiración general del proletariado catalán es el Comunismo libertario, y si así no fuera --hay motivos para dudarlo--, admitámoslo por un momento. No hay regla sin excepción, y así hay que admitir también que en Cataluña, si no comarcas, existen zonas proletarias en donde no se comulga con el Comunismo libertario, lo que en buena lógica federalista, quiere decir que estas zonas, por contadas que fuesen, gozarían de la autonomía suficientes para organizarse política y económicamente según a ellas les interesara, en tanto que la organización que se diera no significase un atentado o un peligro a la República Social.
En régimen federalista reconócese a cada pueblo la plena libertad de organizar su vida interior independientemente de la vida interior de los demás pueblos. En régimen federalista, si su desarrollo tienen lugar en un sistema social sin clases, las relaciones entre los pueblos tienen su base en las razones de interdependencia económica. Salvadas estas razones, el Estado no cuenta.
Se ha dicho hasta el infinito que la libertad política y la igualdad social de los individuos descansan sobre la base de la libertad económica de los mismos, y desde el momento que los pueblos son libres de organizar su economía y de disponer sobre la misma, la libertad política de estos pueblos es un hecho logrado. El eje sobre el cual gira la vida universal de los pueblos, lo constituye la economía de los mismos. Un pueblo libre económicamente, lo es asimismo en todos los órdenes de su vida.
Pero queda el Estado; y si se trata de saber qué es el Estado en un República Social Federalista, digo que para mí es el centro de la federación de los pueblos representados por sus municipios, el nexo de la unidad de todos los pueblos para las realización es de orden general. Y si alguien objetara que el Estado, por serlo, puede ser un instrumento de coacción y de opresión contra los pueblos, yo diría que en este caso desaparecería todo vestigio del sistema federalista que hemos convenido y quedaría el derecho a la violencia contra el estado.
Un deber de lealtad obliga a creer en la buena fe de todos los sectores componentes de la Alianza Obrera. Otra cosa significaría la imposibilidad del hecho aliancista.
A los aliancistas debe preocuparnos menos la suprevivencia transitoria e inevitable del Estado que la observancia del sistema federalista. Si éste se implanta al destruir el sistema capitalista, aquél no ha de ser un valor permanente ni una impedimenta para que los, pueblos se organicen política y económicamente de acuerdo con sus tendencias ideológicas.
Yo no quiero prejuzgar en tono pesimista, porque éste sería el mejor argumento para allanarle el camino al fascismo. Me basta saber que cumpliré con el más elemental deber de revolucionario, saber que cumpliré con el más elemental deber de revolucionario, si mi aportación personal coadyuva a destruir el sistema capitalista y, por ende, a evitar que España sea teatro de las infamias fascistas.
Para mí y para todos los anarquistas y sindicalistas revolucionarios, lo primero debe ser la destrucción del sistema económico-social presente. Luego, es el pueblo, son las masas trabajadoras las que hablarán y las que impondrán el régimen económico, político y social que más prefieran.
Mi objeto hoy ha sido establecer que todos los sistemas económicos y sociales, incluso el Comunismo libertario, son compatibles y con el régimen político representado por la República Social Federalista, y el que la futura República sea del tipo esencialmente federalista y que los pueblos tengan el derecho de autodeterminación de su propia organización general, es un hecho que depende más de la voluntad de los pueblos mismos que no de lo que se diga con apriorismos perturbadores.
Juan Peiró
La unidad revolucionaria sin renuncios
(Sindicalismo, Barcelona, 14 de marzo de 1934)
Hay gentes de inteligencia limitada, y entre los sedicentes anarquistas los hay a espuertas, que no conciben el hecho del frente único de las fuerzas proletarias sin que en él hagan dejación de sus respectivos ideales los sectores constituyentes del mismo, sobre todo los anarquistas y sindicalistas revolucionarios. Yerran los que tal opinan. El frente único puede verificarse sin que ninguna de las partes que lo constituyen tenga que abdicar de nada de lo que cada una estime fundamental en sus idearios, y mucho menos en los casos concretos en que la finalidad inmediata es, por igual, común a todas las partes mancomunadas en el frente único.
La Alianza Obrera, que dicho sea de paso, no se debe a los socialistas ni a los comunistas, sino a los Sindicatos de la Oposición en la C. N. T. se ha dado dos finalidades: oposición al fascismo por la destrucción de la sociedad capitalista, en primer término y establecimiento de la República Social Federalista, en segundo. En el pacto convenido en principio entre sectores componentes de la alianza Obrera, consta de un modo explícito que la acción única y exclusiva de ésta ha de ser desarrollada en la plaza pública y revolucionariamente, por medio de la acción directa, y es por ahí por donde empiezan las concesiones a favor de los anarquistas y sindicalistas revolucionarios, pues, aunque yo no soy quien para retirarles la patente de revolucionarios a los socialistas y comunistas, el hecho de que éstos reconozcan que el único medio para resolver eficaz y definitivamente el problema del fascismo es la acción revolucionaria en la calle, significa el triunfo de nuestra táctica.
Desgranemos cada una de las dos finalidades.
Se ha convenido de modo categórico que la contención de la avalancha fascista sólo es conseguible destruyendo el sistema capitalista. Si la Alianza Obrera se empleara en apuntalar a la democracia burguesa, lo que equivaldría a sostener el sistema capitalista, poco tardaríamos en España, como ha ocurrido en otros países, en ver que sería la propia democracia burguesa la que, acuciada por determinismos económicos y financieros, que plasmarían en fenómenos sociales que ya hoy tienen realidad, dejaba paso al fascismo. Sería fatal que así ocurriera; así ocurrirá fatalmente si el proletariado español no se apresura a destruir la causa, pues no hay democracia burguesa, por mucha lealtad que a sus propias esencias rinda, que pueda resistirse por mucho tiempo al cumplimiento de su misión histórica, que implica la conservación y defensa del sistema capitalista. Es por esta razón que la alianza Obrera marcha resuelta a la liquidación del capitalismo, y a la instauración de la República Social Federalista.
Veamos cómo:
Admitido el triunfo de la unidad revolucionaria del proletariado sobre el sistema capitalista, admitamos también que el hecho culminase nacionalmente, en la toma del Poder por las clases obreras y campesinas, y llegados aquí, dejemos en pie el Estado. En un régimen federalista el Estado queda reducido a la más mínima expresión, por cuanto cada una de las regiones y comarcas, y hasta cada uno de los pueblos, constituyen un Estado particular dentro del Estado general. Y el Estado general, cuando en puridad se inspira en las más elementales esencias del federalismo, se ve competido a reconocer y a respetar las características étnicas, económicas, políticas, es decir, lo que constituye el todo general de cada uno de los pueblos federados.
En una República social de tipo eminentemente federalista, la unidad de las regiones, comarcas y pueblos no se verifica por las relaciones políticas, sino por los conciertos de intercambio económico. Si la unidad antes dicha no tiene su base en las relaciones políticas, se sobreentiende que cada pueblo, no ya cada región o comarca, sino cada pueblo de la federación, es libre de darse a sí mismo la organización política que más se conforme a su espiritualidad e idiosincrasia colectivas; y se sobreentiende, asimismo, que si la base de la convivencia federal la constituyen los conciertos de intercambio económico, en tanto se haga honor a estos conciertos, y al deber de solidaridad económica cuando las circunstancias la reclamen como un imperativo humano de sociabilidad, cada pueblo ha de ser libre de darse la organización económica que más se identifique con sus sentimientos y con las posibilidades geográficas de la propia economía.
Admitamos por un momento que el proletariado de Cataluña, por ejemplo, se encuentra en condiciones de capacidad para organizar su economía sobre la base del Comunismo libertario, y demos como un hecho que así la organizara, puesto que ésta es la aspiración general de proletariado catalán. Y admitido que así ocurriera, en manera alguna podría admitirse que el proletariado de Cataluña tratara de imponer el mismo sistema económico al proletariado de las Castillas, pongamos también como ejemplo, ya que el proletariado castellano, en general, tiene una educación centralista y, por lo mismo, está más inclinado a aceptar sistemas económicos de tipo colectivista, con preferencia el que tiene por base a la administración municipalista. La diferencia de los sistemas económicos establecidos en Cataluña y en las Castillas, sistemas tan dispares en sus fundamentos, no sería obstáculo para que los trabajadores castellanos y catalanes se entendieran perfectamente en el hecho de establecer conciertos económicos y toda suerte de relaciones de solidaridad.
Invirtamos el ejemplo en cuanto al orden de las relaciones políticas. El proletariado castellano, siempre genéricamente considerado, siente un fuerte apego al Estado. Es de presumir que, después de la destrucción del sistema capitalista y del Estado burgués, él querrá acomodarse a un régimen político regulado por el Estado socialista, según la concepción de los marxistas. A fuer de libertarios, los trabajadores catalanes nos veremos forzados a respetar a los castellanos el derecho de autodeterminar su propia organización política. Y si antes he dicho que en manera alguna podría admitirse que el proletariado de Cataluña tratara de imponer su sistema económico al proletariado de las Castillas, digo ahora que tampoco sería admisible que éste tratara de imponer sus organización política al proletariado catalán.
Hay que tener una clara visión de lo que es un sistema federalista para comprender la que él puede posibilitar. He dicho que la aspiración general del proletariado catalán es el Comunismo libertario, y si así no fuera --hay motivos para dudarlo--, admitámoslo por un momento. No hay regla sin excepción, y así hay que admitir también que en Cataluña, si no comarcas, existen zonas proletarias en donde no se comulga con el Comunismo libertario, lo que en buena lógica federalista, quiere decir que estas zonas, por contadas que fuesen, gozarían de la autonomía suficientes para organizarse política y económicamente según a ellas les interesara, en tanto que la organización que se diera no significase un atentado o un peligro a la República Social.
En régimen federalista reconócese a cada pueblo la plena libertad de organizar su vida interior independientemente de la vida interior de los demás pueblos. En régimen federalista, si su desarrollo tienen lugar en un sistema social sin clases, las relaciones entre los pueblos tienen su base en las razones de interdependencia económica. Salvadas estas razones, el Estado no cuenta.
Se ha dicho hasta el infinito que la libertad política y la igualdad social de los individuos descansan sobre la base de la libertad económica de los mismos, y desde el momento que los pueblos son libres de organizar su economía y de disponer sobre la misma, la libertad política de estos pueblos es un hecho logrado. El eje sobre el cual gira la vida universal de los pueblos, lo constituye la economía de los mismos. Un pueblo libre económicamente, lo es asimismo en todos los órdenes de su vida.
Pero queda el Estado; y si se trata de saber qué es el Estado en un República Social Federalista, digo que para mí es el centro de la federación de los pueblos representados por sus municipios, el nexo de la unidad de todos los pueblos para las realización es de orden general. Y si alguien objetara que el Estado, por serlo, puede ser un instrumento de coacción y de opresión contra los pueblos, yo diría que en este caso desaparecería todo vestigio del sistema federalista que hemos convenido y quedaría el derecho a la violencia contra el estado.
Un deber de lealtad obliga a creer en la buena fe de todos los sectores componentes de la Alianza Obrera. Otra cosa significaría la imposibilidad del hecho aliancista.
A los aliancistas debe preocuparnos menos la suprevivencia transitoria e inevitable del Estado que la observancia del sistema federalista. Si éste se implanta al destruir el sistema capitalista, aquél no ha de ser un valor permanente ni una impedimenta para que los, pueblos se organicen política y económicamente de acuerdo con sus tendencias ideológicas.
Yo no quiero prejuzgar en tono pesimista, porque éste sería el mejor argumento para allanarle el camino al fascismo. Me basta saber que cumpliré con el más elemental deber de revolucionario, saber que cumpliré con el más elemental deber de revolucionario, si mi aportación personal coadyuva a destruir el sistema capitalista y, por ende, a evitar que España sea teatro de las infamias fascistas.
Para mí y para todos los anarquistas y sindicalistas revolucionarios, lo primero debe ser la destrucción del sistema económico-social presente. Luego, es el pueblo, son las masas trabajadoras las que hablarán y las que impondrán el régimen económico, político y social que más prefieran.
Mi objeto hoy ha sido establecer que todos los sistemas económicos y sociales, incluso el Comunismo libertario, son compatibles y con el régimen político representado por la República Social Federalista, y el que la futura República sea del tipo esencialmente federalista y que los pueblos tengan el derecho de autodeterminación de su propia organización general, es un hecho que depende más de la voluntad de los pueblos mismos que no de lo que se diga con apriorismos perturbadores.
- Manu García
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- Registrado: 27 Ago 2004, 21:32
Gracias por traer el texto de Peiró, Luis.
Ahora, un poco de contexto histórico:
La cuestión de la "alianza obrera" comenzó a considerarse (en grandes sectores de la CNT y no sólo en la mente de algunos pocos militantes) como algo factible y realizable fundamentalmente tras el llamado "bienio negro".
Algunas voces (muy pocas) comenzaron a escucharse ya a comienzos del periodo republicano en este sentido. En un principio, eran militantes relacionados con el treintismo (como el mismo Peiró) los que se atrevían a plantear la necesidad de llegar a unos mínimos puntos de acuerdo con la UGT de cara a una revolución. Pero la actitud de la UGT, con su más connotado dirigente ferozmente dedicado a socavar la fuerza de la CNT, dedicado a la caza y captura del poder mediante las urnas y su pasado reciente como soporte de la dictadura de Primo, hacían bastante difícil que se imaginara una posible alianza con la otra gran fuerza obrera del país, y menos de cara a una revolución social.
Tras la salida del poder de los socialistas es cuando éstos comenzaron a estar dispuestos a mover ficha... pero no es extraño que los militantes de la CNT fueran muy muy escépticos respecto a la "nueva fe" de los socialistas, y más visto su pasado reciente y la actitud ambigua que mostraban respecto a las instituciones burguesas.
¿Dónde se hallaban y quiénes fueron los mayores defensores de la alianza obrera dentro de la CNT a partir de ese momento? Pues en Regionales como Centro, Galicia o Asturias, donde el anarcosindicalismo, o tenía escasa implantación o era minoritario respecto a otras tendencias del campo obrero. Los pactos a nivel local entre CNT y UGT comenzaron a abundar en esos sitios.
Curiosamente, uno de los primeros defensores de la alianza fue el grupo "Los intransigentes", de la FAI madrileña. Después vino una serie de artículos de Orobón Fdez. en "La Tierra" en el mismo sentido. Estábamos a comienzos del 34. Y un Pleno Regional de la CNT gallega donde se habló la necesidad de un "Frente Único" sindical.
En el PNR de febrero de 1934 la CNT de Centro incluyó como punto de orden del día la posible alianza con UGT. Es muy significativo quiénes apoyaron la propuesta de Centro y quiénes se mostraron contrarios:
- A favor: Galicia, Asturias, Baleares y por supuesto Centro.
- En contra: Cataluña, Andalucía, Levante, Aragón (es decir, las cuatro Regionales donde la CNT contaba con mayor peso en el movimiento obrero) y Norte.
La línea de división se hallaba en: Regionales que pensaban que la CNT por sí sola podía triunfar y las que veían esto imposible o muy muy complicado y por tanto buscaban acuerdos de mínimos con UGT.
Parecía que las posturas aliancistas iban ganando terreno en la Confederación, pero dos hechos vinieron a demostrar la poca voluntad de la UGT en ir a la revolución, siendo su papel más bien obstaculizador: la huelga general de Madrid (en marzo) y la campesina a nivel nacional de junio. Tras estos hechos de esquirolaje, malas artes y tibieza de los elementos dirigentes de la UGT, la mayoría de Regionales que en el Pleno Nacional se habían mostrado partidarias del pacto, reconsideraron su posición, y sólo Asturias la mantuvo (hasta el final, como se vio). En el PNR de junio, Asturias se vio sola.
Andalucía se mostró comprensiva con sus posturas, Aragón y Cataluña (con García Oliver al frente), violentamente opuestas: la CNT debía absorber a los sectores revolucionarios de la UGT, no pactar con políticos que buscaban en el terreno de la lucha de clases un trampolín hacia el poder.
Y así hasta Octubre. La revolución de Asturias mostró que la UGT (sus cuadros dirigentes) no estaba comprometida a fondo con la revolución, pero que el grueso de su afiliación sí.
1934 fue un año clave, porque mostró (huelga de Madrid, huelga campesina y revolución de Asturias) las posiblidades y los límites de la "alianza obrera".
Tras octubre del 34, desmantelados los sindicatos por la persecución gubernativa, amordazada la prensa confederal por la censura y con miles de militantes en la cárcel, la CNT no pudo recobrar el pulso hasta el Pleno de junio del 35. Uno de sus acuerdos fue restringir los pactos de alianza sindical al terreno local, y siempre de cara a cuestiones concretas, con un contenido claramente sindicalista revolucionario. A partir de entonces, esta dinámica de uniones locales, por la base, irá creando las condiciones de una conjunción a nivel más amplio: así ocurrió en Galicia e incluso en Cataluña, donde se aceptó a principios del 36 la necesidad de aunar fuerzas frente a la burguesía y se afirmó la necesidad de que la CNT tomara la iniciativa en ese punto.
De hecho, el dictamen aprobado en el Congreso de Zaragoza fue el propuesto por Cataluña, con pocas modificaciones.
En julio del 36 la sublevación militar colocó la cuestión en el primer plano de la agenda revolucionaria. La alianza sindical chocó, más que con la intransigencia anarquista, con el politicismo y reformismo de los cuadros socialistas. Aún así, no deja de ser evidente que se podría haber trabajado mejor el tema de las alianzas y que de ese modo se habría podido empujar más para que la guerra la dirigiera un Consejo Nacional de Defensa UGT-CNT en vez de un gobierno antifascista con presencia cada vez más fuerte de las fuerzas contrarrevolucionarias.
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Otro libro, éste centrado en Cádiz: "Crisis burguesa y unidad obrera", de José Luis Gutiérrez Molina. Muy recomendable si os interesa el tema.
Ahora, un poco de contexto histórico:
La cuestión de la "alianza obrera" comenzó a considerarse (en grandes sectores de la CNT y no sólo en la mente de algunos pocos militantes) como algo factible y realizable fundamentalmente tras el llamado "bienio negro".
Algunas voces (muy pocas) comenzaron a escucharse ya a comienzos del periodo republicano en este sentido. En un principio, eran militantes relacionados con el treintismo (como el mismo Peiró) los que se atrevían a plantear la necesidad de llegar a unos mínimos puntos de acuerdo con la UGT de cara a una revolución. Pero la actitud de la UGT, con su más connotado dirigente ferozmente dedicado a socavar la fuerza de la CNT, dedicado a la caza y captura del poder mediante las urnas y su pasado reciente como soporte de la dictadura de Primo, hacían bastante difícil que se imaginara una posible alianza con la otra gran fuerza obrera del país, y menos de cara a una revolución social.
Tras la salida del poder de los socialistas es cuando éstos comenzaron a estar dispuestos a mover ficha... pero no es extraño que los militantes de la CNT fueran muy muy escépticos respecto a la "nueva fe" de los socialistas, y más visto su pasado reciente y la actitud ambigua que mostraban respecto a las instituciones burguesas.
¿Dónde se hallaban y quiénes fueron los mayores defensores de la alianza obrera dentro de la CNT a partir de ese momento? Pues en Regionales como Centro, Galicia o Asturias, donde el anarcosindicalismo, o tenía escasa implantación o era minoritario respecto a otras tendencias del campo obrero. Los pactos a nivel local entre CNT y UGT comenzaron a abundar en esos sitios.
Curiosamente, uno de los primeros defensores de la alianza fue el grupo "Los intransigentes", de la FAI madrileña. Después vino una serie de artículos de Orobón Fdez. en "La Tierra" en el mismo sentido. Estábamos a comienzos del 34. Y un Pleno Regional de la CNT gallega donde se habló la necesidad de un "Frente Único" sindical.
En el PNR de febrero de 1934 la CNT de Centro incluyó como punto de orden del día la posible alianza con UGT. Es muy significativo quiénes apoyaron la propuesta de Centro y quiénes se mostraron contrarios:
- A favor: Galicia, Asturias, Baleares y por supuesto Centro.
- En contra: Cataluña, Andalucía, Levante, Aragón (es decir, las cuatro Regionales donde la CNT contaba con mayor peso en el movimiento obrero) y Norte.
La línea de división se hallaba en: Regionales que pensaban que la CNT por sí sola podía triunfar y las que veían esto imposible o muy muy complicado y por tanto buscaban acuerdos de mínimos con UGT.
Parecía que las posturas aliancistas iban ganando terreno en la Confederación, pero dos hechos vinieron a demostrar la poca voluntad de la UGT en ir a la revolución, siendo su papel más bien obstaculizador: la huelga general de Madrid (en marzo) y la campesina a nivel nacional de junio. Tras estos hechos de esquirolaje, malas artes y tibieza de los elementos dirigentes de la UGT, la mayoría de Regionales que en el Pleno Nacional se habían mostrado partidarias del pacto, reconsideraron su posición, y sólo Asturias la mantuvo (hasta el final, como se vio). En el PNR de junio, Asturias se vio sola.
Andalucía se mostró comprensiva con sus posturas, Aragón y Cataluña (con García Oliver al frente), violentamente opuestas: la CNT debía absorber a los sectores revolucionarios de la UGT, no pactar con políticos que buscaban en el terreno de la lucha de clases un trampolín hacia el poder.
Y así hasta Octubre. La revolución de Asturias mostró que la UGT (sus cuadros dirigentes) no estaba comprometida a fondo con la revolución, pero que el grueso de su afiliación sí.
1934 fue un año clave, porque mostró (huelga de Madrid, huelga campesina y revolución de Asturias) las posiblidades y los límites de la "alianza obrera".
Tras octubre del 34, desmantelados los sindicatos por la persecución gubernativa, amordazada la prensa confederal por la censura y con miles de militantes en la cárcel, la CNT no pudo recobrar el pulso hasta el Pleno de junio del 35. Uno de sus acuerdos fue restringir los pactos de alianza sindical al terreno local, y siempre de cara a cuestiones concretas, con un contenido claramente sindicalista revolucionario. A partir de entonces, esta dinámica de uniones locales, por la base, irá creando las condiciones de una conjunción a nivel más amplio: así ocurrió en Galicia e incluso en Cataluña, donde se aceptó a principios del 36 la necesidad de aunar fuerzas frente a la burguesía y se afirmó la necesidad de que la CNT tomara la iniciativa en ese punto.
De hecho, el dictamen aprobado en el Congreso de Zaragoza fue el propuesto por Cataluña, con pocas modificaciones.
En julio del 36 la sublevación militar colocó la cuestión en el primer plano de la agenda revolucionaria. La alianza sindical chocó, más que con la intransigencia anarquista, con el politicismo y reformismo de los cuadros socialistas. Aún así, no deja de ser evidente que se podría haber trabajado mejor el tema de las alianzas y que de ese modo se habría podido empujar más para que la guerra la dirigiera un Consejo Nacional de Defensa UGT-CNT en vez de un gobierno antifascista con presencia cada vez más fuerte de las fuerzas contrarrevolucionarias.
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Otro libro, éste centrado en Cádiz: "Crisis burguesa y unidad obrera", de José Luis Gutiérrez Molina. Muy recomendable si os interesa el tema.
"No más derechos sin deberes, no más deberes sin derechos"