Fenómenos y reflexiones en torno al Anarquismo y la sociedad: paranoias, humor, surrealismo, sucesos inexplicables... Gustos y aficiones: cine, música, literatura, etc. Textos personales. Mensajes fuera de contexto e insultos y exabruptos contra el Anarquismo.
La muy recomendable película La Patagonia rebelde (1974) es bien conocida en los cine-fórum de orientación libertaria. Muy recomendable; pero como se muestra en este artículo, esta síntesis de la historia de la represión de los peones ganaderos de la Patagonía argentina no es más que la punta del iceberg.
¿Qué pasó con las mujeres en la Patagonia rebelde?
¿Huelguistas, militantes, madres, esposas? Múltiples capas de silencio ocultan el rol y el destino de las mujeres durante la masacre de peones en Santa Cruz... "Con el tiempo, vamos sumando piezas al rompecabezas del pasado y los centenarios, generan oportunidades para repensar y repensarnos”, resaltó la docente. “Queremos que nuestros alumnos sean críticos con las historias oficiales y que puedan hacerse preguntas nuevas para detectar estos vacíos. ¿Qué pasó con los indígenas, qué con las mujeres? ¿Por qué no hubo líneas de investigación? ¿Se están tendiendo en algunos lados? Este centenario es una muy buena oportunidad”, declara la profesora Isabel Ampuero.
Es verdad que los capitalistas que regentearon las estancias santacruceñas se preocuparon por evitar que sus inmensos latifundios, se poblaran de familias de forma permanente. Las condiciones de explotación -llamarlas de trabajo sería un elogio- tornaron casi imposible la presencia femenina en la estepa patagónica. Sin embargo, los fusilamientos también las afectaron, aunque no fueran ellas las que cayeran ante las balas del 10° de Caballería. "La gran mayoría de la migración que hubo a inicios del siglo XX fue masculina, dado el modelo económico vigente y las tareas o los oficios que se ofrecían en ese momento. Fue mayoritariamente masculina porque el trabajo que se hacía en las estancias requería mano de obra temporal de varones. Sin embargo, a esto hay que matizarlo porque tenemos registros de que también vinieron mujeres... Si bien no en el trabajo de la esquila, acompañaban a sus familias y fueron ocupando otros lugares, por ejemplo, en el servicio doméstico y también, en la prostitución”.
"Osvaldo Bayer hizo una gran obra historiográfica investigando qué pasó con los huelguistas, desde el punto de vista de un historiador bastante amante de las ideas anarquistas. Pero por supuesto que hay vacíos y aparecen nuevas preguntas, por ejemplo, respecto de una gran cantidad de esos huelguistas, que eran de origen chilote y en su mayoría, huilliches”, ejemplificó. “También podríamos subir la apuesta y preguntar: ¿y los tehuelches? Fueron obligados a abandonar sus pautas nómades y obligados a trabajar, porque muchos de ellos figuran como peones de estancias. ¿Qué pasó con ellos? Por conocer el territorio, ¿pudieron escapar o también fueron víctimas? Esas también son preguntas que quedan pendientes, al igual que lo que pasó con las mujeres de esta Patagonia Rebelde”,
¿Qué harías si acusaran a tu abuela de brujería? En Kenia, centenares de ancianos son acusados de brujería para poder robarles sus tierras.
El joven Karisa viaja desde Mombasa a sus orígenes rurales cuando se da cuenta que su abuela, Margaret, está en peligro. A través de las conversaciones con sus familiares descubrimos con incredulidad que su tío, fruto de una combinación de superstición e intereses económicos, es el instigador de la terrible acusación. A la vez, sus tías intentan proteger a la abuela que debe aprender a convivir con el temor a ser asesinada en su propia casa.
The letter (Maia Lekow y Christopher King, 2020) es un documental bastante pulcro y bien hebrado que forma parte de la programación del ciclo itinerante El Documental del Mes. Compila entrevistas con las personas envueltas en la situación que se cita arriba, lo hace con buen ritmo y sin obstaculizar la reflexión. Todo esto de la brujería y su función social es muy interesante, y viendo películas africanas se puede cada quien ir empapando de matices. Ojo, que no es sólo cosa de tradiciones africanas, la película muestra que las religiones de exportación también tienen su papel. Me hago la reflexión de que es curioso que la medicina que hace longevas a las personas lleve a revitalizar las acusaciones de brujería, para que circulen las herencias. Habría que ver qué harían en Spain los que trafican con el piso de la yaya, si no la pudiesen aparcar en una residencia.
La representació de gènere en la pel·lícula és decididament rellevant. Amb l’excepció del net, que sembla un estranger en aquell poble, els homes desenvolupen un paper passiu. Sent coneixedors de la situació de la Margaret, decideixen no fer res, ignorar-ho o parlar-ne com si es tractés d’una cosa aliena i que no els interpel·la. “Què hi diu el pare?”, li pregunta el net a la Margaret. “Ton pare?”, respon ella. “Sí”. “Aquell home que viu aquí?”. “Sí”. “No diu res. Ell és així”.
Happy People - Un año en la taiga (Werner Herzog y Dmitry Vasyukov, 2010) es un documental que sigue el paso de las estaciones durante un año tal como lo viven colonos en Siberia dedicados a la peleteria. La cosa va de que esta gente vive en un mundo tan remoto que no llegan a él -a la vista- ni la sociedad de consumo ni el estado de bienestar -ni supermercados, ni autopistas, ni residencias de mayores, ni internet-, y que sin embargo son tan felices -"Happy People", por qué va el título en inglés no os lo sé decir-.
Lo que vemos, según los créditos, es una 'versión internacional', montada por alguien que no es ni Herzog ni Vasyukov, así que a saber cómo sería la versión original, supongo que rusa. El documental está muy bien hecho, en su combinación de entrevistas y personajes en contexto, dándole al trineo y al hacha, pero el estilo habitual de Werner Herzog queda un tanto diluido entre una musiquilla de película de pioneros del oeste, crepúsculos de postal y ciertas concesiones tópicas. No faltan apuntes críticos -como la situación de los autóctonos respecto a los colonos, similar a la de los piel roja USA-, aunque a mi entender se escamotea la problemática fundamental: se vende como muestra del encanto de una vida en contacto con la naturaleza la existencia de unos colonos que disponen de la concesión de inmensos latifundios en los que cazar animales y comerciar con su piel... es decir, gente a la que se paga con ese privilegio de vivir al aire libre a cambio de ser otros mercenarios más de la industria global. Que da gusto verles hacerse la canoa, es innegable, pero todo tiene su contexto. También este primitivismo de consumo.
Hay su momento de confidencias, donde un colono comparte una visión cercana a la que Herzog de sus películas radicales tenía sobre la "sociedad domésticada" -una redundancia-:
Si lo piensas bien, somos todos asesinos o cómplices. Incluso aquellos sensibleros que tienden a compadecerse por todo. ¿Por qué? Es muy simple. Un hombre tiene un cerdo, pero él sabe con anticipación para qué lo mantiene: para matarlo, comerlo y vender su carne. E incluso aquél que siente pena por todo eso, compra la carne de ese hombre. El cazador es lo mismo que el granjero de cerdos, sólo que es más honesto. Solía criar ganado, pero nunca me podía animar a matarlos. Vienen a ti esperando afecto o que le des un buen regalo, y en vez de eso reciben una bala en la cabeza. En la taiga el animal silvestre sabe que nada bueno le puede venir de mí, de un humano. Tratará de escapar. Aquí se trata de quién es más astuto que quién.
Según diversos testimonios, la preparación de la película El crimen de Cuenca (Pilar Miró, 1980) vino acompañada de controversias en el equipo sobre la forma de presentar las torturas. Alguna foto publicitaria que he visto de Akelarre (Pablo Agüero, 2020), me sugirió que ella podría plantear una controversia similar, en otra película que demuestra que la mejor manera de contar la historia de Spain es como cine criminal y cine de terror -en este caso, a propósito de los asesinatos cometidos por la iglesia católica con la excusa de la brujería-. Aquí me parecía además que la película se podía deslizar al tópico inquisidor reseco / víctima lozana, introduciendo un elemento de reacción visceral que se impondría al contenido de la película -como pensaban los adversarios de las torturas en directo de El crimen de Cuenca.
Viendo la película, he comprobado que esas divagaciones no vienen a cuenta en este caso -aunque lo he pasado fatal con la única secuencia de torturas directas que presenta, y francamente me sobra-. El tema de la persecución social de la brujería en Occidente y de sus funciones sociales es bien conocido en ambientes libertarios, y en este sentido la película no aporta mucha novedad; el tema de la función de la tortura y de los efectos de la tortura sobre la firmeza personal, que por diversas razones es un tabú en diversos ambientes -también los libertarios-, es presentado con tino a nivel de guión en esta película -como también hizo El crimen de Cuenca-, aunque un foro cinéfilo no sea el momento para profundizar en él. Da igual, porque por encima de contenidos de la película, interesantes y bienvenidos, destaca la excelencia de la puesta en escena y del montaje, a la hora de hacer relevantes esos contenidos ya conocidos. Dentro de unos meses -si me acuerdo y si tengo tiempo- me pondré con lápiz y papel a estudiar el uso del racord -y del no racord- en esta película, así como el uso musical en ella de las fuentes de luz -sol, fuego- y el propio uso de la música... De momento, a la espera de que se modere la primera impresión para poder afrontar la obra más analíticamente, se impone invitar a compartir una película que, con tanta potencia, invita a pensar y desemboca en uno de los mejores finales abiertos que recuerdo, puro cine.
Hace unos cuantos años que supe de la película La rebelde: Louise Michel (Sólveig Anspach, 2010), porque se programó en la 18 'Mostra de Filmes de Dones de Barcelona'. Trata de los días de Louise Michel en Nueva Caledonia, deportada allí como castigo por su participación en La Comuna de París.
En la sección 'Oficina Soviética del Cine' de la revista 'El viejo topo' le dedicaron esta premonitoria reseña.
Louise Michel (1830-1905) fue una activa luchadora de la Comuna de París, una educadora popular, una pionera del feminismo y, por demás, una convencida anarquista.
Es la figura central de la película 'La rebelde', de Sólveig Anspach. ¿Está bien? Pues sí. Está muy bien. Es modélica en lo de rodar una peli histórica con cuatro duros (o con una perra y media, como queráis). Esta hecho en Digibeta (para ahorrar película), pero casi no se nota (salvo agrisamiento de todos los colores). Habla de la Comunne, pero en retrospectiva. Es decir, un plano de Sylbie Testud —por cierto, ¡muy bien! ¡Pero que muy bien!— ante nosotros (o ante el tribunal que la juzga), y el resto en Nueva Caledonia, en el exilio.
La Anspach hace una película que parece simple, pero no lo es ni por asomo, vamos. La reminiscencia de la Comunne, la mirada sobre la heroína por parte de sus amigas —y quienes hayan adquirido un papel predominante en una lucha seguramente lo comprenderán terriblemente bien—, la idea de que quién mata a franceses en su propio país, mata argelinos o kanaks en el exterior.
O sea, que pasa muy bien pero tiene un discurso bien desarrollado.
Por supuesto, nadie va a distribuirla, esto está claro.
O seáse, que si la quereis ver... habrá que ponerse manos a la obra, ¡qué remedio!
La que avisa no es traidora, ...dicen.
Nadie la había distribuido y, salvo que mi característico despiste haya hecho su efecto, nadie la distribuyó en Spain. Ahora se puede ver con subtítulos en un rincón de internet, espero que no peligroso: https://zoowoman.website/wp/movies/louise-michel-2/
Merece la pena, está muy bien narrada y los diálogos son muy buenos.
Quien haya leído el cómic autobiográfico de Marjane Satrapi Persépolis (2000-2003) recordará que la gota que colmó el vaso para la joven Marjane, y la determinó a exiliarse de la dictadura islamista, fue la prohibición de un creativo parque temático que había diseñado. Su obra como cineasta recuerda a veces esta vocación: el gusto por los decorados, por el colorido plano y contrastante, por las angulaciones generales exageradas, por las imágenes digitalizadas y por la luz artificiosa da la sensación a veces de que estamos ante una maqueta animada. Esto llega al colmo en Radioactive - Madame Curie (2020), cuya proyección parece a ratos una visita a un parque temático sobre el descubrimiento de la radioactividad y sus consecuencias a lo largo del siglo posterior.
No digo esto para cuestionar la película, porque, como remedo de parque temático, está excelentemente planteada. Aunque sea a través de anécdotas de fotonovela, hay ilustraciones agudas del aspecto social de la ciencia -a escala de la comunidad científica y a escala de la relación de ésta con el resto de la sociedad-; y los saltos adelante en el tiempo -'flash forward'- desde los tiempos de Madame Curie hasta las consecuencias de sus descubrimientos décadas después, son siempre didácticos y provocativos -especialmente, el encadenado de la explosión de la bomba atómica con un plano que representa el confinamiento de Marie Curie en las tareas domésticas "propias de su sexo"-. Y dentro de ese estilo que busca entrar por los ojos con una fotografía brillante y llamativa, hay también soluciones de montaje elegantes para momentos difíciles -como la representación del dolor de Marie ante la muerte de su marido-.
No sé qué parte de estos méritos corresponden a la película de Satrapi y no a la novela gráfica que le sirve de punto de partida. Hay gente cinéfila a la que le sobra el estilo colorido de la película -que no se justifica en evocar el lenguaje del cómic original, como en Pollo con ciruelas (2011), o las alucinaciones del protagonista, como en Las voces (2014)-. No soy tan incondicional de Marjane Satrapi como para aceptar todas sus ocurrencias -o sea, que no me trago La banda de las Jotas (2013)-, pero en este caso el estilo ultramoderno, lindante con el videoclip, creo que no es tampoco un capricho, sino una forma de indicar que lo que se nos cuenta, a pesar de los trajes de época, tiene mucho que ver con el presente.
Esta película narra la historia de Marie Curie, a finales del siglo XIX, pero la banda sonora está llena de sintetizadores. La música electrónica es electrónica porque depende de los electrones. Hablamos de electrones, y la música electrónica, por tanto, no la inventaron unos friquis en Alemania en los años sesenta, el germen está entre 1900 y los años veinte. Prácticamente todo lo que usamos tiene su origen en los primeros años del siglo XX, y quería que la música tuviera ese aire de música electrónica para trasmitir la modernidad de esa gente y de la era en la que vivían (Marjane Satrapi sobre 'Madame Curie - Radioactive', en 'Días de cine' -rtve-)
En la madrugada de "viernes santo" a "sábado santo" de 1986, la televisión pública made in Spain emitió en su programa 'Filmoteca TVE' la copia restaurada de La pasión de Juana de Arco (Carl Theodor Dreyer, 1929). Sí, hubo unos años en que la cinefilia, sencillamente, no podía conocer esta película -hasta que apareció en los ochenta una copia acorde al original en los almacenes de un manicomio-; y hubo unos años en que los clásicos no se veían en "streaming" o descargados por internet cuando a la cinefilia le saliese del ojete, había que esperar a fechas y horas señaladas, por no decir lugares señalados. Por cierto, aquella noche la película iba en programa doble con La sangre de un poeta (Jean Cocteau, 1930), que era la que yo quería ver... En recuerdo de esta fecha -y de la emisión el año posterior, también en "semana santa", de La dolce vita (Federico Fellini, 1959)- tengo el hábito de dedicar el puente de la llamada "semana santa" a una prueba de resistencia cinéfila -ver una película exigente en términos de duración y de estética- aunque este año creo que no va a ser.
Mucha gente, cautivada por el gesto delicado de Maria Falconetti, hace de la película una anacrónica interpretación progresista, en plan "la conciencia moral contra el Estado opresor", sin darse cuenta de que Juana de Arco era el ídolo de los fascistas franceses que quemaban los cines donde se proyectaban películas surrealistas, y que el primer plan de Dreyer para su película francesa, abortado por falta de medios, era la pasión de María Antonieta, con los sans-culottes haciendo el papel que aquí hacen los dominicos obesos. Otra cosa es que lo que le salió a Dreyer no gustase a su audiencia ni a sus patronos -por eso acabó perdida durante años-: porque lo que sobre el papel iba a ser propaganda reaccionaria, acabó siendo, a golpe de exigencia estética de su autor, un documento de la lógica que hace necesario el suicidio político para quien vive hacinado y sin horizontes. Como dijo un Artaud, actor de la película, admirado del trabajo de Dreyer: "ha afrontado uno de los problemás más difíciles que existen... revela a Juana como la víctima de la más terrible de todas las perversiones: la perversión de un principio divino en su paso por las mentes de los hombres, sean la Iglesia, el Gobierno o lo que venga a cuento".
A pesar de mi admiración por Dreyer y por la película, siempre hay una cosa en 'La pasión de Juana de Arco' que me chirría: la presentación victimista de Juana como una humilde y debil campesina arrancada de su terruño y despertando al conocimiento de la violencia, cuando la Jeanne histórica llegó a los tribunales después de haber encabezado batallas y matanzas. Igual a María Antonieta la habría representado como una virgen.
Parece que la recomendación de ver esta película de 2014 sigue de boca en boca y de post en post. Así me llegó a mi. Te dirán que es una crítica a los telediarios sensacionalistas (racistas, aporófobos, alarmistas,...) y así es. Puede que el protagonista sea un psicópata, en el sentido de una persona que no es capaz de tener la más mínima empatía con otro ser humano. Por eso mismo, es el perfecto individuo neoliberal que entiende las relaciones sociales como acuerdos entre individuos en los que, cada uno desde su posición de poder relativo, intenta obtener obtener el máximo beneficio, que es su objetivo.
Sale un coche to guapo a toda hostia y haciendo trompos
Es la historia de un triunfador, alguien hecho a si mismo y formado a base de cursillos económicos de autoayuda por internet (nula diferencia si hubiera acudido a una prestigiosa escuela de negocios con cursos de cuatro y cinco cifras) Como en En busca de a felicidad, protagonizada por Will Smith, no importa las dificultades que tengas, que si eres inteligente, dedicas todas tus energías s y añado yo, gozas de buena salud, conseguirás triunfar. ¿Qué es eso del sesgo del superviviente, te dirá el que se hizo millonario ganando la lotería?
El detrás de cada fortuna hay un crimen se nos está quedando corto. El libre mercado nos lleva a la competición con toda la fuerza que nos permita la ley, que diría el otro, Y si la ley se puede retorcer, no mira o somos nosotros mismos (como era el otro), pues hasta donde se llegue.
The Capote tapes (Ebs Bournough, 2019). - Una ensalada de testimonios y material de archivo sobre un tipo, Truman Capote (1924-1984), que se indigestó de beberse el dinero y la fama conseguidos con unos libros que se colocaron "en medio del abismo que dividia la alta cultura y la cultura popular". ¿Sólo eso?
Truman empezó a escribir una novela sobre las mujeres de la alta sociedad de Nueva York, que se llamaría 'Plegarias atendidas': "Como dice santa Teresa, 'se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las desatendidas', y creo que es una gran verdad". Truman pensaba que lo que había matado a su madre era su afán de pertenecer a esa alta sociedad, y sentía que tenía que vengarse de algún modo. El principal problema de la gente rica es el aburrimiento endémico de vivir en un guetto, se aburren los unos de los otros.
Se consideraba un señorito, y con el tiempo se dio cuenta de que los demás le consideraban un criado. Eso fue un golpe muy bajo... Era el entretenimiento de ellos, cosa que debía ser agotadora para él, porque siempre tenía que estar haciendo bromas, pero creo que pensaba que era el precio que tenía que pagar por vivir esa vida. Había pocas personas fuera del armario, se les llamaba "carabinas"; las mujeres llevaban a hombres gais a fiestas y demás eventos, mientras que los hombres heterosexuales, a los que llamábamos 'reproductores', miraban a esos afeminados como un objeto a despreciar.
Viaje al corazón de las tinieblas de la colonización
Raoul Peck narra en la serie ‘Exterminad a todos los salvajes’ la crueldad del imperialismo europeo y estadounidense
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Exterminad a todos los salvajes, la serie de Raoul Peck que la plataforma HBO estrena este jueves, representa un viaje al corazón de las tinieblas de la colonización. La frase que da título a esta serie de cuatro capítulos, que es un documental y a la vez una película de ficción, está precisamente tomada del clásico de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas sobre la genocida conquista del Congo por el rey Leopoldo II de Bélgica. Otro personaje del gran escritor polaco expresa en un cuento, Una avanzadilla en el progreso, la misma idea de forma todavía más brutal: “Exterminad a todos los negros para que este país sea habitable”. Peck trata precisamente de dar la vuelta a la forma de narrar la historia de Occidente, poniendo en primer plano aquello que se ignora y que Conrad muestra en su obra: la implacable crueldad de la colonización y la esclavitud.
De origen haitiano y residente en Francia, el anterior filme de Raoul Peck, I am not your negro, tuvo un enorme impacto porque trataba sin ambages el racismo en Estados Unidos a través de la figura del escritor afroamericano James Baldwin. Se estrenó en 2017, cuando el movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan) se extendía por Estados Unidos, que acababa de nombrar presidente a Donald Trump, un racista indisimulado. Su nueva serie llega a HBO cuando Trump ya no está en la Casa Blanca, pero coincide con el juicio por la muerte de George Floyd, el hombre negro asfixiado por un agente durante su detención en mayo de 2020 en Minneapolis. El caso despertó protestas contra la brutalidad policial en todo el país.
La forma de tratar el pasado esclavista y colonial de Estados Unidos y Europa se mantiene como un tema complejo y politizado, como demuestran las primeras repercusiones que ha tenido la serie de Peck, con algunas críticas positivas y otras negativas, pero que indudablemente ha logrado remover conciencias. “Europa está todavía en fase de negación”, explica Peck (Puerto Príncipe, Haití, 67 años) en una entrevista por videoconferencia desde Francia. “No metería a todos los países europeos en el mismo saco, pero, cuando vemos la televisión o cuando leemos los periódicos, tengo la clara impresión de que una gran parte de Europa está en fase de negación”, añade. “Cuando nos permitimos criticar una parte de este pasado, se hace siempre con ciertos matices. Reconocemos que sí, que es verdad, que lo hicimos, pero nos vemos obligados a explicarlo. Y pensamos que eso no da derecho a hacer esto o a quemar los guetos. Así que no hay un verdadero análisis profundo de la colonización”.
La serie está dividida en cuatro episodios –los dos primeros se estrenan el jueves y los dos siguientes el viernes– que mezclan imágenes documentales con fotografías, pero también con películas familiares y recuerdos del propio director, que pone la voz en off, y con collages de otros filmes. Todo ello aderezado con reconstrucciones cinematográficas, protagonizadas por Josh Hartnett, que recrean diferentes momentos de la colonización, desde el tráfico de esclavos a través del Atlántico hasta la conquista de América o el exterminio de los indios en Estados Unidos. La presencia del mismo actor en diferentes escenarios del imperialismo occidental trata de subrayar el hecho de que se trata de una misma historia de brutalidad que se prolonga a lo largo de los siglos y de los países.
Una de las tesis que sostiene la serie es que el nazismo y el exterminio de los judíos europeos por el Tercer Reich forman parte de un marco de pensamiento que decreta la superioridad de los blancos sobre el resto de las razas —la idea de raza es además un concepto inventado y contrario a la ciencia—, que justifica cualquier crueldad contra seres considerados inferiores y no del todo humanos. De hecho, Hitler nunca ocultó su admiración por el exterminio de los indios en EE UU y las leyes racistas en el sur de ese país, que inspiraron las normas de Núremberg.
“El Holocausto está en la línea directa del genocidio del esclavismo; forma parte del mismo pensamiento europeo”, opina Peck. “Es la misma idea, la existencia de una raza superior que se arroga el derecho de eliminar a una supuesta raza inferior. Forma parte de la historia de la Europa conquistadora y de la Europa que va a subyugar, que va a considerarse el centro del mundo”, incide.
Los filmes de Peck casi siempre están marcados por un fuerte contenido político: El joven Karl Marx es una biografía del autor del Manifiesto comunista; A veces en abril está ambientado en el genocidio de Ruanda; Lumumba relata la vida del líder congolés asesinado o el citado I am not your negro, sobre el racismo en EE UU, que fue candidato al Oscar al mejor largometraje documental. También tiene una carrera como activista y llegó a ser ministro de Cultura de Haití entre 1996 y 1997. Exterminad a todos los salvajes resume todas sus facetas, como creador y como político. “Refleja mi historia”, señala. “Es lo que he hecho en mi vida adulta, documentales y ficciones, y esta serie refleja los dos, aunque todo lo que reconstruyo en forma de película es absolutamente real”. Una frase de James Baldwin que cita en No soy tu negro refleja también el impacto que pretende lograr con esta serie: “La historia no es el pasado, es el presente”.
“¿’Operación Triunfo’? No, supongo que no, que no nos habríamos dejado humillar como se dejan humillar ahora. Triunfar yo creo que, eso, es darle la patada en el culo a quien se la merece. Y podérsela dar, claro.
De un tiempo libre a esta parte (Beatriz Alonso Aranzabal, 2015), documental algo paradójico de abuelos cebolleta cuya batallita es decir con razón que los abuelos cebolleta son un rollo y que ellos no tienen mucho que añadir a lo que ya hicieron, pero evocador, ilustrativo y abriendo archivos bien interesantes.
En Pikara Magazine no les ha cuadrado Akelarre (Pablo Agüero, 2020). Ya me parecía a mí que lo de que Agüero citase a Michelet y no a Silvia Federici en las ruedas de prensa podría traer cola...
La película de Pablo Agüero pretende contar la caza de brujas como el feminicidio que fue, pero su mirada heteropatriarcal echa por tierra la intención feminista. La trama se centra en la obsesión erótica del inquisidor hacia una especie de Sherezade vasca que poco tiene que ver con las viudas, curanderas y parteras de las que hablan las historiadoras feministas. ATENCIÓN: esta crítica contiene spoilers.
Reconozco que he visto Akelarre condicionada por las críticas negativas, incluido un jocoso spoiler que me hizo una profesional del cine parafraseando a Audre Lorde: “Las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo”. Tampoco ayudó verla a cachitos en una tablet, con mi bebé aporreando la puerta. Tal vez mi opinión sería distinta si me hubiera sumergido en una gran pantalla, sin prejuicios ni interrupciones. En cambio, no daba un duro por la película y mi principal motivación era disfrutar de la banda sonora de Aránzazu Calleja y Maite Arrotajauregi, dos creadoras potentísimas que han celebrado el Goya a la mejor banda sonora derrochando complicidad y sororidad.
Akelarre parte de una buena intención: contar que la caza de brujas fue un feminicidio ordenado por el poder misógino y legitimado por el fundamentalismo religioso. La historia se sitúa en el siglo XVII, en un pueblo costero de Euskal Herria en el que los hombres son marineros, y esa ausencia permite a las mujeres una libertad inaceptable. Las protagonistas son un grupo de adolescentes acusadas de organizar la ceremonia del sabbat para invocar a Satanás. Esa premisa funciona para atraer el interés y la empatía de la gente joven normativa, como leo en una entrevista a una de las actrices, Yune Nogueiras:
“Akelarre me ha abierto mucho los ojos y me ha hecho ver el mundo de las brujas de otra forma. Hasta entonces lo que me habían enseñado de las brujas era, para empezar, que tenían otra edad. (…) Y también que eran malas y que hacían determinadas cosas. Vamos, que no eran unas chicas como las de hoy en día, pero si ser bruja es decir lo que pensamos, actualmente todos deberíamos ser brujas y brujos. Aquellas brujas eran gente joven, como lo soy yo ahora, que querían divertirse, y por divertirse les cortaban las alas”.
Muy bien, salvo porque las investigadoras feministas aportan un perfil muy distinto de las mujeres condenadas a la hoguera por brujería. En un reportaje sobre la campaña catalana ‘No eran brujas, eran mujeres’, Meritxell Guàrdia y Serentill las describe así: “Eran viudas, curanderas, mujeres independientes, mujeres migradas, comadronas, mujeres pobres, marginadas… mujeres que no cumplían con su rol normativo de género y que sirvieron de chivo expiatorio para justificar desastres naturales, epidemias, enfermedades y toda clase de desgracias. En total, fueron 300 años de tortura y represión, uno de los mayores episodios de feminicidio de nuestra historia que sirvió, además, para controlar y usurpar la práctica reproductiva y el conocimiento medicinal ancestral de las mujeres”.
Vaya, que habría casos de chavalas bajo sospecha por beber vino, comer hongos, hablar de sexo y echarse unas risas en el bosque de su pueblo, pero las mujeres que estaban en el punto de mira eran otras. Más allá de las protagonistas, en Akelarre no hay rastro alguno de esas viudas, curanderas, parteras, migradas y marginadas. De hecho, el único personaje femenino mayor es una cocinera que no aporta mucho más que dar a la protagonista el consejo que sostiene una trama funcional al deseo heteropatriarcal: que utilice su juventud y su belleza como arma para camelarse al inquisidor. Tal vez el final sería distinto si esa vieja supiera preparar un brebaje para intoxicar a los femicidas, por ejemplo.
El director de Akelarre es Pablo Agüero, un cineasta argentino que también firma el guion junto a la guionista belga Katell Guillou. Por más que parte de la crítica haya presentado Akelarre como un alegato feminista, creo que no puede salir un producto feminista de un imaginario heteropatriarcal. La mirada del director me recuerda a la de Abdellatif Kechiche en La vida de Adèle, la adaptación del cómic El azul es el color más cálido, de Julie Maroh. La propia Maroh criticó duramente la adaptación por su “exhibición quirúrgica, fría, pornográfica y de mal gusto” del sexo entre mujeres. En Akelarre no hay escenas de sexo, pero media película se recrea en la tensión sexual entre la protagonista y el juez.
Mientras veo cómo la cámara se deleita recorriendo la espalda y el trasero desnudo de Ana Ibarguren, la protagonista interpretada por Amaia Aberasturi, recuerdo este artículo de Alicia Macías: “El concepto de ‘male gaze’ [mirada masculina] fue acuñado en 1975 por la teórica del cine y feminista Laura Mulvey y hace referencia a la construcción de obras de carácter visual entorno a la mirada masculina, ‘relegando a la mujer a un estatus de objeto para ser admirado por su apariencia física y para satisfacer los deseos y fantasías sexuales del hombre’. Esta idea señala tres tipos diferentes de miradas: la de la persona detrás de la cámara, la del personaje y la del espectador”.
Esas tres miradas se funden cuando Ana finge un orgasmo a lo Meg Ryan en Cuando Harry encontró a Sally. Una intuye que no solo el personaje del juez se excita sino también el hombre que dirige la secuencia y el hombre hetero como espectador de referencia.
De las seis jóvenes, ¡sorpresa!, la protagonista es la guapa, la que puede encarnar las fantasías sexuales del villano, pero también de su creador. Es además la única que se libra de la humillación del corte de pelo (le dejan un look a lo Irantzu Varela). Qué distinto sería si hubieran sumado un nuevo rostro a la genealogía de heroína de ficción rapadas como la teniente Ripley de Alien, la Imperator Furiosa de Mad Max o Evey Hammond en V de Vendetta, que se han convertido en algunos casos en iconos bollo.
Pero la mirada patriarcal también define la relación entre las jóvenes condenadas a la hoguera. Ana monopoliza toda la atención y los personajes secundarios quedan desdibujados. Los guionistas la entregan un liderazgo vertical. No hay asambleas en la celda para pensar juntas la mejor estrategia. No hay intentos de las mujeres del pueblo de organizar su rescate. Ana propone y el resto acata, aunque expresen dudas y resistencias. Su estrategia no se basa en organizar a las mujeres para una revuelta, sino en ganar tiempo para que los marineros puedan salvarlas. En la escena final, también es Ana la que decide cómo escapar del callejón sin salida y una se imagina a las madres de las otras recriminándoles: “Si tus amigas se tiran por la ventana, ¿tú también?”.
Por todo ello, las consignas feministas de las que tira la película, como «No hay nada más peligroso que una mujer que baila», resultan vacías en un planteamiento general lastrado por esa mirada heteropatriarcal, que remite a un imaginario manido. A falta de viudas, de viejas sabias, de curanderas y de parteras, a falta de saberes comunitarios, organizaciones comunales e insurrecciones políticas, en Akelarre se reproduce el arquetipo Lolitas y Sherezades de siempre.
¿Os imagináis que hubieran incluido al menos alguna referencia a los dildos psicotrópicos de los que nos habla Aixa de la Cruz en su Diccionario en guerra? “El beleño, el estramonio, la mandrágora y la belladona, cuyo alcaloide es muy parecido al de las tres anteriores, se utilizaban para aliviar los dolores de parto y, según sostienen algunos antropólogos, también para elaborar el ungüento con el que las brujas volaban en los aquelarres y a cuya administración por vía vaginal y con el palo de una escoba se atribuye la representación más icónica de estas”.
En Calibán y la bruja, Silvia Federici presenta la caza de brujas como una estrategia que sirvió para reprimir experiencias de vida comunal y de reparto de la riqueza que suponían una amenaza para los poderes fácticos que fundaron el capitalismo y el Estado moderno, basados en negocios como el comercio de esclavos y esclavas, y la conquista y expolio de América. “La Iglesia usaba la acusación de herejía para atacar toda forma de insubordinación social y política”, así como comportamientos sexuales que atentaban contra su moral, como el uso de anticonceptivos o el sexo en grupo, destaca Federici.
En Brujas, parteras y enfermeras. Una historia de sanadoras, de Barbara Ehrenreich y Deridre English parten de la siguiente premisa: “La mayor parte de esas mujeres condenadas como brujas eran simplemente sanadoras no profesionales al servicio de la población campesina y su represión marca una de las primeras etapas en la lucha de los hombres para eliminar a las mujeres de la práctica de la medicina. La eliminación de las brujas como curanderas tuvo como contrapartida la creación de una nueva profesión medica masculina, bajo la protección y patrocinio de las clases dominantes. El nacimiento de esta nueva profesión médica en Europa tuvo como influencia decisiva sobre la caza de brujas, pues ofreció argumentos a los inquisidores”.
Nada de esto aparece en Akelarre, cuyo guion se centra en los interrogatorios machistas y no se atreve a imaginar las transgresiones y desobediencias que encarnaban las mujeres denunciadas por herejía, más allá de alimentar vagamente el mito del matriarcado vasco. Leo en alguna crítica que Akelarre hace una “revisión certera en clave feminista de la caza de brujas” y me parece que ni los creadores de la película ni la crítica conocen la revisión certera que sí que han hecho las investigadoras feministas.
Una de ellas, Amaia Nausia Pimoulier, que fue ponente en el Primer encuentro feminista sobre la Historia de la caza de brujas celebrado en Iruña en 2019, me contesta en Twitter que no ha visto Akelarre porque le da miedo. “Soilik aktoreak ikusita (gazte, ederrak), sorginkeriarengatik salatuak izan ziren perfilen emakumeekin bat ez datozela ziurtatu ahal dizut (alargunak, adinekoak). Historia oso bestelakoa izan zen: XVI-XVII Patriarkatuaren errotzea, Kapitalismoaren eta Estatu Modernoen sorrera = Diziplinamendu soziala”. [Solo viendo a las actrices (jóvenes, bellas), te puedo asegurar que no coinciden con el perfil de las mujeres denunciadas por brujería (viudas, mayores). La historia fue muy distinta: XVI-XVII, consolidación del Patriarcado, fundación del capitalismo y de los Estados modernos = Disciplinamiento social.
Ojalá la película sirva para crear interés y quienes sientan ese interés lleguen a ese conocimiento colectivo feminista.
Ahora bien, el subidón feminista que no logra el guion lo inocula el trabajo de Maite Arrotajauregi. No sé vosotras, pero yo me pasé días cantando “Ez dugu nahi beste berorik zure musuen sua baino” y con muchas ganas de akelarre feminista del bueno.
Un artículo muy interesante. Ni quito, ni pongo, ni entro en que Mad Max: Fury Road o Alien (Alien 3, entiendo) se presenten aquí como películas "empoderadoras" en términos feministas y de alternativas bollo a la mirada masculina -va a resultar que también lo es Instinto básico, y yo preocupado-. Ni quito ni pongo, pero... Es de lamentar que no se haya hecho ninguna película que dé voz a la historia feminista de la brujería, y es ilustrativo que en vez de esa película, realizada por mujeres y asesorada por estudiosas, tengamos esta dirigida por un varón al que se supone heterosexual. Pero si analizamos no la película que habría tenido que ser, sino la que es, se imponen dos consideraciones:
- En cine, es un debate interminable el de la estilización contra la veracidad, el del estilo como vehículo de ideas a costa de la verosimilitud. Es inverosímil que David Bowie, en Feliz navidad mister Lawrence, cruce un pelotón japonés de soldados armados, en dirección al mando máximo de su campo de concentración, sin ser molestado y con tiempo de atusarse la guerrera -coqueto aunque sabe que va a la muerte-; inverosímil, pero poético y excitante. Akelarre es una película de estilo sobre sexo y represión, no de documento, y en cualquier caso una estilización semejante habría tenido que llevarse a cabo si jóvenes a la espera de tortura se hubieran puesto a funcionar dentro de su calabozo en asamblea horizontal, como demanda June Fernández de Akelarre, o quizás también de El crimen de Cuenca.
- En cuanto a la mirada masculina, habría que preguntarse si es el cemento de Akelarre o más bien su tema, es decir, si Akelarre cuela de contrabando la mirada masculina -que, como oferta industrial y parte del subgénero "lozanas contra inquisidores", sí lo hace- o más bien la estudia o denuncia. A mi juicio, es lo segundo: si se ve como una película histórica sobre la brujería, quizás pierde, pero como película sobre torturadores - violadores, visto su montaje y puesta en escena, gana.
He echado la tarde con Ingrid Bergman - Retrato de familia (Stig Björkman, 2015), un documental con todos los defectos tópicos y típicos de los documentales biográficos de personas famosas: adulación, trivialidad, cotilleos de psicología lela... con el añadido aquí de una música indigesta. Pero también tiene -en grado máximo- la gran virtud que tienen estas películas cuando la tienen: rescatar material de archivo iluminador y enriquecedor sobre la versión oficial y sobre la época de fama del personaje. Y, de todos modos, ¿qué puedo decir, salvo que es que es Ingrid Bergman?
Espero no convertirme en superficial (Ingrid Bergman, 1939).
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"- ¿Siente que no tiene raíces?
- Sí.
- ¿Y eso?
- Bueno, yo no quiero raíces.
- Pero, ¿Por qué?
- (Se rie en alto) Bueno, ¡quiero ser libre!
- ¿No las cree necesarias?
- (Carcajadas) No..." (entrevista en televisión USA con Ingrid Bergman, años setenta).
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"- Volviendo la vista atrás, ¿se arrepiente de algo de lo que ha hecho?
- ¡No! Me arrepiento de las cosas que no he hecho, no de las que he hecho. He hecho lo que sentía. El valor y el sentido aventurero son cosas que siempre he llevado conmigo. Con sentido del humor y conciencia, ha sido una buena vida" (Ingrid Bergman, rueda de prensa USA, años cincuenta).
Algunas personas no entienden estas licencias poéticas, porque están acostumbrados a documentales tradicionales en los que el narrador habla de una bomba, y aparece el avión que suelta la bomba. Utilizo imágenes de la misma época, pero no sólo para ilustrar o crear atmósfera, también me gusta mostrar por qué no existen imágenes de ciertas personas y explicitar quién filma, porque entonces una cámara equivalía a dos o tres sueldos, sólo filmaba la aristocracia y la alta burguesía... Siempre hay un texto base, luego pienso en las imágenes que podrían funcionar. Por ejemplo, en 'El gran vuelo', hay un momento en el que Clara cuenta que tuvo una hija que se murió de hambre. Como ella había cruzado los Pirineos embarazada, escogí imágenes de los Pirineos filmadas por otra clase de gente, y en el momento que dice que su hija muere, aparece una mujer esquiando que cae al suelo. No sé si llamarlo metáforas, pero son asociaciones…
Última edición por Super8 el 23 May 2021, 17:26, editado 1 vez en total.