
Es quizás un poco triste que sobre estos temas la película más pertinente siga siendo la sátira sobre la industria textil El hombre del traje blanco (Alexander Mackendrick, 1950). No es que sea una película que dé en el clavo, más bien deja algún cabo suelto, pero precisamente por eso da pie al debate.
Estas cosas decía Mackendrick mismo sobre su propia película -entrevista con Antonio Castro, revista Dirigido por..., nº 158, 1988-:
Sydney Stratton (Alec Guinness) es un joven científico aplicado en el sector textil. Su objetivo es crear un tejido indestructible y que permanezca siempre limpio, pero al no lograr la confianza de ningún inversor su investigación se encuentra con muchos obstáculos. Cuando Sydney consigue convencer a un empresario textil, iniciará sus ensayos y logrará crear un primer prototipo de tejido que será confeccionado a su medida en forma de un reluciente e impoluto traje blanco. Pero las buenas intenciones de Sydney chocarán frontalmente con los intereses de la industria, tanto de los directivos como de los trabajadores, convirtiéndose en el blanco de todos ellos...
Debo decir que tengo mis dudas de que esa visión del protagonista de la película como un héroe no se diera ya en tiempos de su estreno. La película llegó a competir por el Oscar a mejor "película extranjera" -no USA- en plena guerra fría y en plena caza de brujas, y supongo que no interesase a la industria por tomarla por su lado más o menos de crítica social, sino como una versión humorística de las películas de "genio contra las masas" tipo El manantial (King Vidor, 1950).
A mi juicio, una de las características más importantes del cine es que es representativo de su época de realización, y de su país de origen, y según mi teoría, del período en el que se encuentra encuadrado. Por eso pienso que cualquiera que ahora vea films míos como El hombre del traje blanco, o El quinteto de la muerte, no puede entender bien los films porque han perdido ya su sentido, o quizá con mayor precisión habría que decir que han adquirido otro sentido diferente de aquél, por el que fueron realizados, y ya no puede significar lo que había supuesto para su audiencia original… El hombre del traje blanco es una película de dibujos animados politizados. Y el personaje central está tan caricaturizado como todos los demás. Y éste es un punto muy importante que casi todo el mundo, hoy día, entiende equivocadamente. Es un personaje tan odioso como el dueño de la fábrica. No es en absoluto un héroe, y todo el público contemporáneo le toma como tal, porque le considera un individualista en lucha contra la sociedad, cuando lo que en realidad es, es un producto de su clase y de su estatus social, y, por tanto, tan corrupto como cualquier otra persona en sus circunstancias. Sin embargo, el público de hoy no ve el film así, y equivocadamente le toma por un héroe.
Desde mi punto de vista, la industria cinematográfica es una forma de periodismo y de entretenimiento de las masas. Las películas —que quizá habría que separar del cine entendido como arte— pertenecen a un solo período, tienen su sitio muy bien definido, y no pueden pertenecer a otro período. Yo creo que esos períodos cambian, y yo me atrevo a afirmar que ese cambio se produce tras un lapso de tiempo de siete años. Pasado este tiempo, las películas transcurridas en ese período pierden su significado. Una generación, en mi vida, dura por tanto unos siete años, y yo creo que he hecho cine activamente durante tres de esas generaciones. Cuando yo comencé a hacer películas, no existía la televisión, por lo que la forma más extendida de entretener a las masas era el cine. Se trataba de una época en que bastante gente iba dos o tres veces por semana al cine. Así que hasta mediados de los cincuenta, las películas representaban una forma de diversión popular que actualmente ha sido sustituida por la televisión. Lo que ahora me cuesta enormemente hacer entender a mis alumnos, es que cuando empezamos, las películas tenían una vida real activa de un año. La distribución del tiempo era más o menos la siguiente: primero, se estrenaba en exclusiva en el centro de Londres. El siguiente paso era en los cines de reestreno, y después en provincias y en los cines de barrio, de tal manera que al cabo de un año, los productores se olvidaban y abandonaban la película. La posibilidad de que una película se pudiera poner en un cine de estreno o de barrio veinte o veinticinco años después de haber sido realizada, era una idea descabellada que a nadie se le pasaba por la imaginación. Y éste es un dato importante que influye grandemente sobre tu forma de trabajar, ya que en realidad estás trabajando, si no como periodista de un diario, sí al menos como un redactor de una revista semanal o mensual.
En fin, una de las cuestiones que quedan abiertas es por qué no nos alegramos de estos inventos que ahorran trabajo, porque -supuestamente- deberían prestarnos un servicio cuando dejen de estar en manos de los empresarios y se socialicen las fábricas... ¿O no?










